6. Primer fragmento
Mientras me hallaba envuelto en la hipnosis, todas las sensaciones eran equivalentes a estar ahí presente, como si fuese la primera vez teniendo esa experiencia. Analizándolo ahora, después de haberlo vivido, me parece una hazaña magistral por parte de Laura el saber cómo conseguir que ese resultado sea tan efectivo. Aunque, posiblemente, la condición mental que llevaba ayudó a que el asunto funcionara. Quizás ella pueda resolverme esa incógnita más tarde.
Volviendo al recuerdo, la historia de mi aventura a través de los frondosos bosques de Koochiching comenzó como una simple excursión. Cada uno de nosotros cargaba con una cierta cantidad de equipaje y no hacíamos nada más que caminar en línea recta con la finalidad de encontrar un buen lugar para asentar nuestro campamento. Me dolían los pies y mis hombros me mataban gracias al peso de mi mochila, pero no llevábamos más de diez minutos transitando la vegetación. No estaba acostumbrado y era consciente. Vaya manera para pasar el cuatro de julio.
Kevin Arteaga iba a la cabeza. Él era una de las amistades más grandes que alguna vez tuve. Lo conocí en la escuela, cuando era un niño, y conectamos casi de inmediato. Su apariencia era muy similar al del clásico chico lindo, atlético, popular y arrogante, solo que no representaba ninguna de esas características: era un friki más del montón. No podía saber si eso era lo que ocasionaba su mala suerte con las mujeres o es que tenía mala suerte en general. Una situación curiosa, si me lo preguntas.
Llevaba en ese momento un mapa topográfico de la zona con el que nos guiaba. Estaba confiado de sí y por ninguna razón pensó en que alejarnos de su auto podría ser una idea nefasta. ¿Y si ocurría una emergencia y necesitábamos transporte? Habíamos preparado lo necesario por si alguien llegase a romperse una pierna, aunque tampoco creía que fuese un motivo para estar tranquilo.
—¿P-puedo preguntar por qué est-t-tamos aquí? —preguntó Gerald con su distintivo tartamudeo. Iba delante de mí, llevando nuestras carpas empaquetadas en grandes rollos y su respectivo morral.
Gerald Monroy, otro de mis mejores amigos, se unió a nosotros cuando ingresamos a secundaria. Solía ser una persona solitaria, ya que los demás estudiantes lo excluían por su condición. Él poseía un grado de autismo que afectaba a su lenguaje, sin embargo, a pesar de eso, se volvía un experto en cualquier cosa que aprendía. Kevin y yo lo admirábamos por su inteligencia. Tal vez no era el humano más encantador debido a su ligero acné, sus brackets o su peinado anticuado color dorado, pero tenía un buen corazón y no dudaba en dar la mano a quien lo necesitara. Hace falta más gente como Gerald en el mundo.
—¿Acaso no es obvio, nerd? —emitió Kevin en tono de broma mientras observaba el mapa. Apenas llevaba una mochila flacuchenta en su espalda.
—Por favor, Kev. Puedes responder sin sonar borde —dije—. Ni siquiera yo sé para qué hemos venido a un sitio tan apartado de la ciudad.
—¿Acaso no tienen sentido de la aventura ustedes dos?
—Bueno, es agradable p-poder escuchar a los pájaros cantar sin c-coches que perturben el s-s-sonido —comentó el rubio con una gran sonrisa.
—¿Lo ves? Gerald me entiende.
Solté un largo suspiro. Estos chicos eran increíbles algunas veces.
—Aunque me sabe mal que nuestros padres se hayan tragado la mentira —comenté.
Kevin rio.
—¿Te refieres a lo del parque nacional? Ellos tienen que comprender que ya casi dejamos de ser adolescentes y que pronto nos graduaremos. Un poco de diversión temeraria no nos hará daño.
—Si nos descubren, espero que tú asumas la responsabilidad.
Entonces volteó a verme por encima del hombro e hizo una mueca.
—Ah, claro. Que la mierda le caiga al más tonto, ¿no?
—Es lo q-que te ganas por ser t-t-tan Kevin.
El pelinegro bufó de disgusto y regresó a mirar al frente. Yo eché una pequeña carcajada debido a su rabieta, pero no quería que la conversación terminara.
—Por cierto, creí que traerías el rifle de caza de tu padre.
—Yo también, pero sería raro llevar un arma a una zona segura y controlada, ¿sabes?
—¿Y no p-podías hacerlo a esc-condidas? He oído que p-p-por aquí hay osos.
—Aquí no hay nada, amigo. No tienes de qué preocuparte.
—Sí, Gerald, no tienes qué —reafirmé—. Si nos llegamos a encontrar con uno de frente, le tiramos a Kevin para que se lo coma mientras escapamos —bromeé.
—¡Pero qué buenos amigos tengo! —expresó con sarcasmo.
Continuamos circulando durante unos minutos más hasta que encontramos un espacio lo bastante amplio como para montar nuestro pequeño asentamiento. Estaba tan despejado en correlación con el resto del paraje que llegué a considerar que nos lo habían preparado. Sin embargo, por muy perfecto lo consideraba yo, para Kevin no era el sitio idóneo, ya que buscaba estar un poco más cerca de lo que sea que estaba rastreando. Resultaba una actitud sospechosa por su parte, pero aun así aceptó pasar la noche ahí.
Sin pensarlo demasiado, me quité el bolso, lo eché a un lado y me acosté en medio de la alfombra vegetal con gran placer. Gerald hizo lo mismo, solo que sentándose junto a mí. Miré al cielo levemente teñido de un bello color anaranjado y suspiré de gozo. Pudimos haber llegado más temprano, pero decidimos que era mejor tener los estómagos llenos de alimento de alta calidad hogareña antes de meternos en el agujero a pasar hambre; en el buen sentido, claro está. En pocas horas estaríamos sucumbidos en una oscuridad y silencio absolutos, por lo que debíamos montar nuestro refugio lo antes posible, cosa que relegaba en su totalidad.
No quería levantarme. Mis piernas punzaban de dolor y las plantas de mis pies suplicaban piedad. Si hubiera tenido la opción de escoger mi rol, sería el de supervisarlos o ayudar con la cena.
—Bueno, muchachos, dado que el tiempo en Minnesota es extraño... —solté un largo quejido cuando oí dialogar a Kevin. Sabía lo que diría—. Será mejor que nos apuremos con... —volví a quejarme. Él gruñó, claramente irritado—. ¿Vas a dejarme hablar?
—Depende. ¿Tenemos que montar las carpas?
—Sí.
Un último y mucho más largo lamento salió de mi boca a modo de protesta. Los otros dos chicos presentes encontraron mi actitud hilarante, algo que esperaba.
—Si tanto t-t-te molesta hacer algo, entonces no hagas n-nada —propuso Gerald.
—No, no, no. Aquí yo no tengo gente mediocre —intercedió Kev antes de que pudiera decir algo al respecto—. JB se va a encargar de buscar la leña para el fuego.
—¿En serio? ¿No puede ser otra cosa? —me quejé por enésima vez.
—¿Quieres encargarte de montar las carpas?
—¡Me encargo de la leña! —de un salto me puse de pie y le sonreí.
Los dos chicos volvieron a carcajear.
—Bueno, ya que decidieron l-lo que har-rán, yo iré al río que hay al sur. Puede q-que tenga suerte y at-t-trape algunos peces —planteó Gerald, sacando una red de pesca de su mochila. Vaya preparación la que tenía el tartamudo.
—Me parece bien —proclamó Kevin—. Ten. Vas a necesitar esto —hizo entrega de su mapa—. Tengo marcada nuestra posición en él, pero lo mejor es que no te vayas muy lejos.
—No te p-preocupes. Dame unos d-diez minutos y volveré.
—¿Yo no tendré mapa también? —demandé.
—Te llamaremos si te pierdes —bufoneó el pelinegro.
Era difícil que eso ocurriese. Tal vez no disponía de un mapa como mi compañero, pero había sido tan astuto como para tener una brújula en mi poderío. Lo saqué y caminé en dirección este, moviéndome a paso constante y teniendo en mente mi objetivo. Estaba consciente de que los bosques son los peores sitios en los que te quieres perder; en Koochiching todo se triplicaba. Ni siquiera deseaba imaginarme cómo sería estar vagando de noche por esos lares. Ya no tan solo por el frío o el peligro de ser atacado por un depredador, sino por los conocidísimos rumores del monstruo que merodeaba la zona.
¿Que una criatura hecha de ácido, y que mataba a cualquier ser vivo que se le cruzara por su camino, andaba suelta? No creía en tales cuentos, aun cuando consumí muchos relatos contados por mi padre durante mi infancia. En ese tiempo, pensar en que algo tan abominable podía existir en nuestro mundo era imposible para mí; ni siquiera si de otra dimensión se tratase. Incluso me pareció extraño que Marvel no creara ningún antagonista con ese concepto para un comic. Pero poco me debía de preocupar, ya que se trataba de algo irreal.
En un punto bajé una pequeña colina en dirección sureste. Al alcanzar un claro, diferí algo que me llamó muchísimo la atención, además de ser antinatural. Se trataba de un árbol que había sido quemado por gran parte de la base de su tronco, pero de una forma un tanto peculiar. La mejor manera de describirlo sería que alguien o algo, con una boca gigante y prendida en llamas, le dio un enorme bocado a la corteza. O, llevándolo a la ciencia ficción, que una bola de plasma muy grande consumió parte de la planta. No tenía sentido darle una explicación lógica y realista a esa anomalía, pero ahí estaba.
No obstante, a pesar de haber sido un hallazgo de rareza legendaria, examiné más a fondo los restos interiores y descubrí que tenía el santo grial del carbón a mi merced. Desaprovechar esa oportunidad caída del cielo sería un error, así que empecé a sacar pedazo tras pedazo y los fui depositando en el suelo. Traté de extraer suficiente material como para no tener que volver los siguientes días, pero había un problema: no tenía modo de llevarme esa cantidad usando mis brazos. Ya poseía las manos manchadas de residuos negros y, si me proponía transportar el carbón de modo arcaico, era probable que llenara mi ropa de cenizas y no era conveniente ensuciarme mientras estaba en medio de la nada.
Repentinamente, mis intereses personales fueron interrumpidos y pasaron a segundo plano cuando un ligero correteo se desplazó desde detrás de mí hasta unos matorrales. El sonido me tomó desprevenido, aun cuando sabía que los animales pequeños suelen habitar ecosistemas como ese. Me acerqué despacio hacia la procedencia de las pisadas, esperando que se tratase de un conejo o algo por el estilo. Las hojas se sacudían y una serie de ruidos similares a chicle siendo masticado salían de ahí. Evitaba ser escandaloso mientras apartaba parte del arbusto, pero mi vista apenas alcanzó una diminuta porción del animal: era negro, regordete y... sospechoso.
—¡Jake! ¡Necesitamos esa leña! — escuché a Kevin llamarme en la lejanía.
Me asusté, y lo transmití con una sacudida a las ramas del matorral. El diminuto ser huyó despavorido a través de la hierba, tan deprisa que se fusionó con las sombras del ambiente. Maldije para mis adentros porque tenía la esperanza de que fuera un animal que pudiera ser comestible. Aunque tampoco lo hubiera cazado debido a lo cobarde que era. No se me daba eso de matar para sobrevivir.
Regresé la vista al pie del escondrijo con coraje y, como acto de presencia de una figura divina, divisé una bolsa plástica intacta. Siempre había estado en contra de que las personas arrojasen basura en cualquier sitio que no estuviera destinado para ello, pero me venía de maravilla y, por primera vez, le agradecí a los degenerados que residieron antes que yo por su considerable ofrenda.
Sin mucha más dilación, recogí todo el combustible que pude y salí disparado directo al refugio. Una vez allí, vi que mis amigos ya habían finalizado sus tareas desde hacía varios minutos, por lo menos. El falso popular andaba preparando el círculo de la fogata con varias rocas, mientras que Gerald destripaba los pescados que atrapó junto a él. ¿El tiempo transcurría distinto en Koochiching que en el resto de Minnesota? Fue una pregunta que me la planteé en diversas ocasiones.
—Veo que decidieron no perder el tiempo —comenté conforme me sentaba en una silla de viaje al lado de ellos dos.
—¿Te topaste con algo interesante? —cuestionó Kevin—. Usualmente, no tardas demasiado en hacer algo.
—No vi nada fuera de lo común, pero sí encontré esto —lancé la bolsa a sus pies.
Él la miró con recelo.
—¿Qué mierda es eso y dónde conseguiste la bolsa?
—Lo que hay dentro es carbón.
—¡Wou! —exclamó Gerald con asombro—. Con eso p-podremos hacer un fuego m-m-magistral.
—¿Y la bolsa? —repuso el pelinegro. Se había puesto serio de repente.
—La encontré cerca de donde conseguí el carbón, ¿por qué?
—Mmm... Por nada —se levantó con el embolse en mano y dejó caer todo el contenido de la misma dentro del círculo de piedras—. ¡Muy bien! Ahora solo hay que conseguir algo con qué encender esto y podremos empezar a cocinar —su actitud cambió a una más entusiasta—. JB, ¿podrías encargarte de esto?
—Sí... Supongo.
Eso me dejó muy confundido. ¿Sabía algo que nosotros no? ¿Tenía un objetivo secundario aparte de acampar en este bosque? Ni siquiera conté mi experiencia con el árbol quemado o el conejo opaco, y adoptó un ánimo bastante sospechoso. Tal vez no se debiera a nada en especial y se trataban de delirios de un adolescente.
O tal vez no estaba tomando en consideración algún detalle importante.
Continuará...
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