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5. Pruebas no certificadas

El trayecto a Koochiching era largo. Pensar que, yendo en coche, el recorrido llega a durar poco más de cuatro horas, se te cae la mandíbula, sobre todo porque esa fue la cantidad de tiempo que me tomó regresar la noche de mi huida. Aunque en ese momento no tenía ni idea de cómo había sido por la misma razón de que mis recuerdos estaban corrompidos. Era por eso que mi única esperanza era la investigadora Laura.
Afortunadamente, el viaje se hizo entretenido y las horas se fueron volando. La pelirroja se tomó la molestia de comentarnos un poco de su historia mientras conducía, haciendo pequeños chistes de vez en cuando y animándonos a debatir ideas. Ella trabajó para el F.B.I. durante dos años después de graduarse en la Universidad de Maryland en Nueva York. Es decir, no se trataba de una mujer sin experiencia en su área; era inteligente y con una capacidad cognitiva muy desarrollada. Mi madre sintió mayor confianza luego de saber que estábamos en buenas manos, y Sofía la admiraba como si fuese una celebridad. Era asombrosa, no se podía negar.
Por otra parte, cabe mencionar que no llegué a tener otro brote psicótico en el coche. Tal vez no de la forma que aconteció más temprano, pero sí conseguí ver a una sombra muy oscura parada en diferentes localizaciones de la carretera. A veces, me observaba, en otras, engullía y descuartizaba animales. Me quedaba estupefacto por cómo mi cerebro creaba tales imágenes tan desagradables, sin embargo, nunca sentí terror.
Una vez llegamos a Big Falls, Laura estacionó su auto cerca de un edificio de apartamentos que, por su fachada exterior, no tenía buena pinta.
—Muy bien, este es el lugar —dijo ella—. Mi departamento está en el segundo piso, así que nos tocará sortear a algunos cuantos... inquilinos molestos.
—Uy, eso último no me convence —argumentó mi madre.
Eché una corta risa.
—¿Qué hay de malo con los inquilinos?
—Por lo general, suelen ser escandalosos —contestó la investigadora—. ¿Entramos ya?
Mi mamá me miró con desconfianza antes de bajarnos. Estaba de acuerdo con su sentimiento, pero no podíamos echarnos para atrás estando ya allí. Yo me encargué de proteger nuestro equipaje, mientras que ella mantenía a Sofía lo más cerca que podía. Laura, con su maleta también en mano, se burló de nosotros por ser tan dramáticos; no se equivocaba. Aunque, como buena anfitriona, tomó la delantera y nos guio a través del sombrío edificio.
La planta baja no era la gran cosa: un pequeño corredor que llevaba a una escalera espiral que se extendía hasta un cuarto piso. Conforme subíamos, un hombre alto y con aspecto de vagabundo gritaba barbaridades a, aparentemente, su mujer, ya que no había nadie más con él mientras descendía. Mi madre tuvo que taparle los oídos a mi hermana por la magnitud las obscenidades que salían de la boca del señor.
En el segundo piso, la cosa se puso un poco más interesante. Al final del pasillo, había un apartamento con un enorme escándalo en su interior. Por suerte, el sonido apenas salía de ahí, pero una pequeña reunión de adolescentes afuera del sitio continuaba con la fiesta a su propia manera. Un par de ellos se practicaban entre sí un chequeo de laringe con sus propias lenguas, por intentar ilustrar la escena. Otra vez, tuvimos que recurrir a censurarle los sentidos a Sofía, e insistimos en apurar el paso para evitar repetirlo.
No comprendía cómo era que la investigadora aguantaba vivir en un lugar así, con personas tan «extravagantes». Sin embargo, y para nuestra sorpresa, al llegar al tercer piso, todo se tranquilizó en menos de lo que canta un gallo. La bulla de abajo se volvió apenas un eco lejano y, a primera vista, no parecía haber inadaptados habitando esa zona. Seguimos a Laura hasta que nos detuvimos afuera de uno de los apartamentos.
—Qué... paz hay en este piso —dijo mi madre más aliviada.
—Les dije que los vecinos eran molestos —contestó la pelirroja con una risita.
—Ya no vuelvo a quejarme de los que residen en Minnehaha.
—Bueno... —dejó la maleta que cargaba a un lado suyo y procedió a sacar unas llaves de su bolsillo—. Cada sitio es diferente, pero la mayoría de los que viven aquí son muy buenas personas.
Carcajeé un poco.
—¿Cómo quiénes?
Sonrió con cierta arrogancia para después hacer tintinear sus llaves en el aire. Tan pronto como las hizo sonar, una joven mujer salió radiante del departamento de enfrente. Tenía el cabello largo, ondulado y teñido de rubio; piel blanca como la nieve; ojos castaños y un lunar cerca del labio. También era algo más baja que la investigadora, quien ya de por sí exhibía poca estatura.
—¡Laura! ¡Es un alivio ver que llegas! —exclamó aquella vecina excesivamente emocionada mientras se abalanzaba para darle un fuerte abrazo a su amiga.
Me recordaba a Sofía cuando comía demasiada azúcar; hasta en la voz se asemejaba. Por otro lado, la pelirroja recibió gustosa el saludo.
—Yo también te extrañé, Eleonor. Por cierto, mira quién me ayudará en mi investigación —me señaló con la cabeza.
La rubia la soltó, se dio la vuelta y comenzó a detallarme de cerca, como si se creyera un perro antidroga. Cuando me reconoció, soltó un gran suspiro de asombro al mismo tiempo que el rostro se le iluminaba.
—El famoso Jake Barris que sobrevivió al Hombre de Brea, ¿eh? ¡Impresionante! Sabía que era alto, pero no pensé que tanto.
—Esto... ¿Gracias? —comenté un poco incómodo.
—Y usted debe ser su madre, ¿verdad?
—Sí. Aunque yo solo vengo a supervisar que no vayan a hacerle algo malo a mi hijo —respondió a modo de chiste, consiguiendo jolgorio entre las demás chicas—. Soy Amanda —extendió su mano.
—Eleonor Ford. Antropóloga —correspondió con un apretón.
—¡Y yo soy Sofía! —mi hermana no quería quedarse excluida.
Me sorprendió que una antropóloga también viviera aquí, además de ser atractiva y excéntrica a la vez. Las probabilidades para que eso ocurra suelen ser mínimas. En el mundo de la ciencia y la investigación no hay tantas mujeres, y las que hay tienden a verse opacadas por el trabajo del género masculino. De cierta forma, me sentí honrado por haber tenido a mi lado a dos profesionales en sus áreas, aunque, por parte de Eleonor, aún estaba por verse su habilidad.
—Bueno, ahora que ya todos se conocen, ¿les parece si entramos y nos asentamos de una vez? —propuso Laura. Todos respondimos positivamente y se dispuso a encajar su llave en el ojo de la cerradura—. ¿Cómo están mis plantas, Eleonor?
—Sanas y hermosas, como siempre —contestó.
—¿Le gustan las plantas? —pregunté.
—A Laura siempre le ha fascinado la botánica desde niña, y a donde sea que vaya tiene que llevar una planta consigo.
—Por favor, Eli, tampoco soy así de exagerada —alegó la investigadora con una risita—. En realidad, es más como un pasatiempo, aunque sí es cierto que tengo una gran cantidad de plantas en mi departamento.
Fruncí el ceño confundido.
—¿Qué tanto?
Retomó esa sonrisa altanera de hace momentos y abrió la puerta después. Con un ademán de su mano nos invitó a pasar al interior. Fui el primero en hacerlo, y quedé boquiabierto con todo lo que yacía dentro.
El color verde predominaba por encima de todo, y los rayos del atardecer que entraban por las ventanas hacían que el lugar cobrara vida. Desde pequeñas macetas puestas en el piso y encimeras, hasta enredaderas colgadas del techo; era una locura. Esta mujer adaptó la zona de tal manera que aprovechaba el reducido espacio al máximo sin provocar disonancia con lo demás. Además, que el salón, el comedor y la cocina pertenecieran a un mismo conjunto le otorgaba una bonificación, así como también la decoración y mueblería de aspecto rústico. Se sentía una gran armonía.
Pero más allá, al final del cuarto a la derecha, estaba la estación de investigación. Lo asumí por el clásico escritorio abarrotado de libros y columnas de papeles con un enorme pizarrón de corcho colgado en la pared de detrás. Este último se encontraba enteramente lleno de recortes de periódico, fotografías e informes pegados en él. A simple vista, había mucha más información recopilada de lo que Laura quería enseñar. Se reservaba para sí elementos importantes que, si no hubiera aceptado trabajar con ella, jamás habría conocido. Era un genio.
—¡Hay muchas plantas! —comentó Sofía fascinada.
—Lo sé —manifestó la pelirroja con orgullo—. Hay un total de cuarenta y siete por todo el departamento. Podría tener más, pero reduciría mucho el espacio y para mudarme será un dolor de cabeza.
—La verdad es que nunca había visto ningún hogar con tanta vegetación —dijo mi madre también anonadada.
—Siéntanse como en casa. Pueden dejar su equipaje en la segunda puerta a la izquierda del pasillo. Está un poco desordenada la habitación, pero denme un minuto y les dejaré su aposento impecable.
—No se preocupe, Laura. Me puedo encargar de eso —tomó la maleta y me hizo quitarme la mochila. Luego se volvió a la investigadora—. ¿Me permite su equipaje?
Ella rio entre dientes.
—Se supone que son mis invitados.
—Mientras se encargue de la cena... —soltó una corta carcajada y después se fue con mi hermana, cargando nuestro equipaje, hacia el cuarto de huéspedes. El ambiente le había subido los ánimos.
Yo decidí revisar con mayor detalle la estación detectivesca de Laura durante un rato mientras que las chicas conversaban cerca de la entrada. Trataba de prestarle atención a todos aquellos papeles, pero era inevitable oír el parloteo, así que no me quedó otra que fingir estar sordo.
—Hiciste un buen trabajo con mis plantas, Eli.
—Siempre es un placer.
—No, en serio. No sé cómo agradecértelo.
—Pues... Es obvio que estarás ocupada con la investigación, así que... ¿Qué te parece si, cuando todo concluya, pedimos algo de comida chatarra y vemos una película en mi departamento?
—¡Por supuesto que sí! —espetó con alegría—. No habrá mejor recompensa una vez le ponga fin a este caso.
—¡Bien! —chilló Eleonor aplaudiendo varias veces, como si fuese una niña—. Tenemos un compromiso que no puedes romper.
—Sí, sí... Como tú digas, jefa —soltó una risa cerrada.
—¡Eso! ¡Así me gusta! —la rubia repitió el gesto—. Bueno, tengo que hacerme cargo de otros asuntos. ¿Nos vemos más tarde?
—Aquí estaré.
Por consiguiente, Eleonor salió del sitio y dejó a Ivanova mirando la puerta completamente embobada. Pensé que debían ser amigas desde hacía muchos años como para tenerse un cariño tan grande.
—Es una mujer agradable —dije conforme me acercaba a su posición.
—Sí... Todos lo dicen cuando la conocen. Es un encanto —continuó con lo mismo por unos segundos más hasta que, como si recordara su lugar en el mundo, agitó su cabeza para salir de su trance—. En fin, ¿quieres empezar ya con la investigación?
—Seguro. Mientras más rápido hagamos esto, más rápido podremos saber qué fue lo que pasó.
Entonces asintió y volvimos a su estación de trabajo.
—Como ya habrás podido darte cuenta, tengo una gran cantidad de información recolectada. Llevo alrededor de ocho meses investigando cada pista y cada desaparición, y jamás había sentido estar tan cerca de resolverlo como ahora.
—¿Lo dice por mí?
—En parte, pero también por todo lo que he avanzado. Por ejemplo... —agarró un recorte de periódico de debajo de unas libretas y me lo dio—. El hombre del titular fue la primera persona en reportar el primer avistamiento del monstruo. Imagínate, hace sesenta años se publicó esto y lo conseguí luego de tanta búsqueda en un viejo bibliotecario de Minneapolis.
Le eché un vistazo a lo que ponía: hablaba de Robert Statham, un cazador que, tras haberse dado una vuelta por la arbolada de Koochiching en el año mil novecientos veintidós, avistó a la criatura a corta distancia. Según la declaración, una masa negra y con cierta forma humanoide engullía a un oso pardo macho sin demasiadas complicaciones mientras pasaba por allí. También explicaba que «la cosa viscosa» era tan grande que podía derribar cualquier árbol con solo tocarlo, ya que la sustancia que lo recubría podía diluir hasta el metal más fuerte. Un poco exagerado, si me lo preguntas a mí.
No obstante, a partir de ahí fue que se comenzó a hablar acerca de ello y a investigar la cuestión mucho más a fondo. Aunque nunca se concretó nada, puesto que varios oficiales murieron por haber metido sus narices en donde no debían. Y así la leyenda se retroalimentó sin descanso hasta crearse lo que se conocía hasta esos momentos. Mi padre solía hablarme sobre ella cuando era niño. Siempre tenía algo nuevo que contar y daba muchos detalles que, viéndolos en retrospectiva, pudieron haber sido verdaderos, solo que siempre los obvié por no querer creer en esa falacia. Leer aquel recorte de periódico me destapó esos viejos recuerdos, pero eran pocos y los consideré irrelevantes.
—Aun así —prosiguió Laura—, a pesar de conocer el origen y de tener mucho en qué basarme, nadie se explica por qué cada persona que va al bosque con la intención de encontrarse con el monstruo acaba desapareciendo. Las pocas fotos que se consiguen recuperar son de aquellos que perecieron tratando de hallarlo; las únicas pruebas que separa la realidad de la fantasía. Eres el único que logró regresar con vida luego de ser atacado, por lo que es posible que en tus memorias estén varios de los secretos que no hemos descubierto.
—Vaya... —me rasqué la cabeza—. Ciertamente, la situación es bastante más compleja y seria de lo que parece —hice una pequeña pausa—. Aunque hay algo que no comprendo.
—¿Y qué es? —divulgar su conocimiento la llenaba de gozo. Se percibía en su rostro.
—Sabemos que el monstruo fue creado en esa base militar, ¿pero con qué fin?
—Bueno... —la sonrisa se esfumó—. Puede que esto suene raro, pero nadie sabe dónde está la base militar.
Arrugué la cara.
—¿Cómo es eso posible?
—Como ya te expliqué: todo aquel que busca al monstruo, muere. Hay pruebas de que existe el complejo, pero solo tenemos especulaciones de su paradero. Ni siquiera en los archivos desclasificados del gobierno dan indicios de su ubicación.
—Entonces cabe la posibilidad de que, en realidad, no encontrase la base.
—O puede que sí. Recuerda que no podremos saberlo hasta que no indaguemos en tus recuerdos. Eres una pieza vital en cada...
Un inesperado destello de luz en la habitación interrumpió su monólogo, haciendo que los dos saltáramos ligeramente del susto. La carcajada de mi madre la delató, ya que fue ella la causante del chispazo.
—Ya veo por qué te interesa mucho mi hijo —se acercó a nosotros.
—Soy culpable —expresó Laura juguetona.
—Oye, ¿no es esa una polaroid? —busqué confirmar al darme cuenta de la cámara que mi progenitora llevaba en su mano—. Siempre he querido tener una.
—¿Kevin no tenía una parecida? —resaltó ella.
—Sí, así es. De hecho, la llevó cuando...
Una serie de imágenes aparecieron en mi mente, obligándome a callar. Las mismas mostraban pequeños fragmentos de mi recorrido en el bosque, así como los desesperantes momentos de agonía de mis mejores amigos. Todas pasaron deprisa ante mí, como las ventanas de un tren en movimiento. Me abrumaron de tal manera que mi cabeza dolió; me costó mantenerme de pie y sentía que me faltaba el oxígeno.
—Oye, oye, ¡Jake! ¿Qué sucede? —vociferó Laura mientras agitaba mis hombros.
Regresé a la realidad. Traté de comprender lo que acababa de suceder, ya que era nuevo. Me senté y busqué esos fragmentos en mi memoria. Fue ahí que, observando el iris azulado de la investigadora, recuperé la fe.
—Creo que... recuerdo... —estipulé.
—¿Cómo...? —eso la tomó desprevenida—. ¿Estás seguro?
Tan pronto asentí a su pregunta, le ordenó a mi madre recostarme en el sofá mientras ella buscaba sus instrumentos para la sesión. No tenía idea de qué era lo que haríamos, pero estaba un poco ansioso. Durante una semana, todo lo que viví se mantuvo como un enigma debido al trauma, y todo eso acabaría ese día.
La pelirroja regresó a los pocos minutos. Arrimó un sillón hasta quedar mirando hacia mí, se sentó en él y dejó todo lo que trajo en su regazo.
—¿Estás listo?
—Espere —intervino mi madre—. ¿Qué es lo que hará exactamente?
—Induciré a Jake en una pequeña hipnosis para que pueda rememorar su experiencia en el bosque con mayor detalle. Voy a necesitar mucho silencio para que la sugestión no se rompa.
—¿Y es seguro?
—Tranquila, Amanda. Todo va a salir bien.
Mi mamá liberó un pequeño suspiro y luego pasó a observarme.
—No le des muchos problemas a la investigadora, ¿está bien? —sonrió.
—¿No te quedarás conmigo? —inquirí.
—¿Y quién se hará cargo de mantener calmada a tu hermana?
No objeté su argumento, tenía razón en ese aspecto, por lo que abandonó la habitación. Una vez estando el ambiente sereno, Laura tomó una grabadora de casete que había traído y dio inicio a este show.
—Aquí la investigadora Laura Ivanova reportando nuevos avances en el caso «Brea» —habló con el dispositivo cerca de su boca—. Fecha: doce de julio de mil novecientos ochenta y dos. Hora: aproximadamente las seis de la tarde. Asunto: estoy a punto de inducir al sujeto sobreviviente, Jake Barris, a una hipnosis con el fin de desbloquear sus memorias —después lo dejó en una pequeña mesa de centro y prosiguió—. Bien, ahora solo debes seguir mis instrucciones. Respira despacio y relájate; deja que mi voz te guíe.
Cerré mis ojos. En minutos, mis sentidos nublaron cualquier otro tipo de estímulo y prevaleció la suave voz de Laura en medio del mar de silencio. Conforme más me concentraba, ella hacía preguntas que provocaban que mi subconsciente viajara a distintas locaciones. Así, poco a poco, me adentré cada vez más en el trance hasta que, con una simple orden, fui transportado al bosque de Koochiching.
Todo lo que observaba transcurrió una semana antes: justo en el periodo en que mis mejores amigos y yo habíamos llegado al paraje. Pude visualizarlos vivos y sanos, sacando del maletero del coche Dodge de Kevin todo lo que llevamos aquellos días. Gerald, como siempre, tratando de cargar más peso de lo que podía para ayudarnos. Era como si estuviera viviendo todo por primera vez. El sonido de la brisa, el aroma húmedo del ambiente, el peso de mi mochila y el frío del metal del auto son solo unos pocos ejemplos de la experiencia tan realista que estaba apreciando.
Mi cuerpo reaccionó con alegría nostálgica cuando mi mente fue la que interactuó con ellos nuevamente, pero apenas era la punta del iceberg y sabía que desentrañaría secretos que nadie imaginó antes.




Continuará...

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