2. Una segunda oportunidad
Transcurrieron unos veinte minutos desde que decidí irme del cementerio. Me encontraba sentado en un banco de una plaza cercana, viéndome patético y devastado. Aunque, para ser franco, necesitaba tomarme un descanso y apreciar la naturaleza. Sentir la fresca brisa de verano deslizándose por mi rostro era reconfortante. Incluso me atrevo a decir que llegó a ser terapéutico, pero tampoco lo pude disfrutar mucho, gracias al molesto traje formal que me causaba picor en la piel. Era la primera vez que usaba ese tipo de ropa y no estaba acostumbrado.
Si mi madre hubiera estuviera conmigo en ese momento, probablemente diría que soy un quejón. La extrañaba, aun cuando no había pasado una hora, y me sentía fatal por la manera en que me comporté con ella en el cementerio. Pensé en Kevin y en cómo resaltaría que ese tipo de actitudes no son adecuadas para un hombre, lo cual era hilarante, ya que él fue un mujeriego «hecho y derecho». Algo que también resultaba irónico, puesto que nunca tuvo mucha suerte con las mujeres. Gerald siempre lo intentaba disuadir para que dejara los malos hábitos y aprendiera a ser más respetuoso, resultando en vano todo el tiempo. Aún los echo de menos.
Al menos me contentaba saber que mis memorias anteriores a la tragedia se mantenían intactas, pero ese sentimiento cambió en una fracción de segundo cuando recibí un golpe de realidad. Me acordé que pronto volvería otra vez a clases y estaba predispuesto a que nada iba a ser igual. Ya no tendría con quién regresar a casa después de la escuela o conversar de temas frikis durante el receso. No podría ir a la tienda de comics ni tampoco a la sala de máquinas recreativas sin sentirme incompleto. Nunca fui una persona sociable, por lo que la soledad sería algo inminente.
Mi cabeza no dejaba a un lado la negatividad en ningún momento. La tristeza me quería enterrar en un abismo de desgracia y me costaba luchar contra esa fuerza.
Luego de un rato, respiré profundo antes de volver en sí. Me dediqué a mirar a mis alrededores y, para mi sorpresa, había una persona sentada junto a mí. Así de iluso habré estado que pude haber sido una cifra más en las estadísticas de robo del estado y ni siquiera me habría dado cuenta. Con prisa, me reincorporé y limpié algunas lágrimas rebeldes que escurrían de mis mejillas. Después, y con cierta timidez, di una pequeña ojeada a aquel ser humano y mi corazón pegó un brinco al reconocer que era una joven mujer muy guapa. Transmitía un aura de tranquilidad y sabiduría, tenía el cabello largo, ondulado y de color cobrizo; su piel era blanca como el de una perla e iba vestida con ropa semi-formal, incluyendo lentes oscuros. No parecía tener un motivo para estar allí más allá que el de causarme perplejidad.
—Es un bonito día. ¿No te parece? —preguntó entonces con una dulce voz.
Comprobé mi perímetro otra vez para asegurarme si me lo estaba diciendo a mí o a alguien más que tampoco haya visto. En efecto, era a mí a quien hablaba.
—Supongo que... sí —contesté con inseguridad.
—La gente suele estar tan enfrascada en sus problemas que se les olvida tomarse su tiempo para apreciar el maravilloso regalo que nos brinda el universo —vaya poeta era esa mujer—. Tal vez no sea mucho, ya que nos encontramos en una zona urbana, pero no está de más salir a tomar un poco de aire fresco de vez en cuando —sonrió al final.
Levanté una ceja.
—Sí... Creo que tiene razón.
Ella soltó una ligera carcajada y dirigió su mirada hacia mí.
—¿Solo sabes asentir a todo?
Sentí mi cara enrojecerse de la vergüenza.
—Lo siento, no quería parecer raro. Solo que... no la conozco y... —moví mis manos tratando de encontrar las palabras— Todo esto es... ¿Raro?
—Oh, entiendo. En ese caso, permíteme presentarme —se quitó las gafas y unos hermosos ojos azules asomaron de las tinieblas—. Mi nombre es Laura Ivanova. Tú debes de ser Jake Barris, ¿no es así?
—¿Cómo es que...? —mi cuerpo se arrimó ligeramente lejos de ella por reflejo. Eso me asustó—. ¿Cómo es que sabe mi nombre?
—Los rumores se esparcen rápido por el estado, muchacho.
—¿Rumores?
En seguida sacó un pequeño pedazo rectangular de papel del bolsillo de su pantalón y me lo entregó. Se trataba de una tarjeta de presentación con su nombre, número de teléfono y profesión: «Investigadora Privada». Se había puesto interesante el asunto.
—Eres Jake Barris, tienes diecisiete años, estudias en la secundaria Roosevelt y resides en Minnehaha junto a tu madre, Amanda, y hermana, Sofía. Te gustan las historietas, los juegos de arcade, la música rock y, aunque no eres un muchacho con hobbies inusuales, tienes el objetivo de estudiar derecho para convertirte en juez. Por último, hace unos días regresaste con vida después de haber ido de acampada con tus dos mejores amigos, Gerald Monroy de dieciséis años y Kevin Arteaga de diecisiete, quienes fallecieron luego de encontrarse con el Hombre de Brea en los bosques del condado de Koochiching. ¿Estoy en lo cierto?
Fue tanta la información que mencionó en un plazo de tiempo tan corto que me había quedado anonadado. No solo me desglosó casi por completo, sino que también sabía lo que pasó con el monstruo. Dudé mucho que ese detalle en especial lo descubriera por medio de los rumores, ya que fue un acontecimiento muy reciente y los medios de comunicación apenas estaban cubriendo la noticia ese día.
Era buena en lo que hacía y saberlo me daba cierto escalofrío.
—¡No! Digo... ¿Qué rayos? Digo, ¡no! —me sentía acorralado.
La chica, por su parte, le hacía gracia mis reacciones.
—No te espantes, Jake. Solo quiero saber qué sucedió en Koochiching. Estoy realizando una investigación acerca de la leyenda y me sería de mucha ayuda tu anécdota.
—¿Y por qué debería hacerlo? Yo no la conozco de nada. Además, ¿por qué asume que voy a cantar como loro? ¿Acaso cree correcto usar su belleza para manipularme?
Abrió los ojos como platos al mismo ritmo que su cara se tornaba roja.
—Bueno... —echó una risita apenada—. Técnicamente, no vine con esas intenciones, pero agradezco el alago.
Me quedé unos segundos mirando a la nada tratando de entender lo que estaba sucediendo. Ella, más que calmarme o convencerme, estaba enredándome y haciéndome desconfiar. No tanto porque consideraba que era una especie de trampa, sino porque me daba la impresión de que su personalidad era algo inmadura.
—¿Sabe qué? No tengo por qué soportar esto —me levanté del puesto y emprendí camino para salir de la plaza.
Consideraba que había sido demasiada charla extraña por ese día y quería estar solo una vez más. Vaya tonto que era.
—Puedo ser capaz de ayudarte, Jake —retomó la mujer con un pequeño tono de alarde.
Paré en seco. Debía estar bromeando.
—¿Ayudarme en qué exactamente? —inquirí mientras volvía a observarla.
—A matar a ese monstruo.
Estaba mintiendo, y era fácil suponerlo porque esa cosa seguía viva. Era imposible considerar tener un método para deshacerse del monstruo cuando ha estado suelto y causando estragos durante muchos años. El Estado, quien fue el que cometió el error en primer lugar, debió de haber hecho algo para intentar tapar su metida de pata y evitar controversia, pero ya sabemos cómo transcurrieron los acontecimientos.
La leyenda del Hombre de Brea apareció luego de que terminó la Primera Guerra Mundial. Se contaba, en esa época, que había una base militar secreta ubicada en alguna parte del condado de Koochiching. La misma estaba destinada para la investigación y creación de nueva tecnología armamentística, pero se descubrió en poco tiempo que las instalaciones se usaban para un cometido adicional. Las desapariciones no tardaron en hacerse públicas y los residentes de los pueblos cercanos se lo atribuían a una criatura amorfa e imparable hecha de una sustancia negra, viscosa y muy corrosiva. Algunos piensan que la base quedó fuera de funcionamiento gracias a que esa abominación devoró a cada uno de los científicos que trabajaban en ese sitio, pero nadie había podido demostrarlo.
Se trataba de un relato para asustar a los niños y no hacerlos jugar solos dentro del bosque. De cierta forma, salvaron a muchas personas con ello.
—Oiga, no se lo tome a mal —respondí después de suspirar—, pero no creo que se pueda detener a esa cosa.
—¿Y cómo estás tan seguro de eso? ¿Presenciaste algo peculiar?
—¿Usted no es una investigadora? Asumo que debería de saber muy bien que si el monstruo sigue suelto, es porque no se puede parar de ninguna manera.
Ladeó una sonrisa.
—Eso no es del todo cierto —arguyó mientras se levantaba y caminaba hacia mi posición.
Era bastante baja en comparación con mi estatura, pero la determinación en su aura era impresionante. No se le podía intimidar tan fácilmente y eso hacía que sintiera, un poco a medias, seguridad.
—¿Cómo... lo sabe?
—Porque tú vives, Jake —esa declaración hizo que arrugara mi cara, por lo que procedió a explicarme conforme nos movíamos lento a través del sendero—. ¿No lo entiendes? El hecho de que tú estés vivo, aquí y ahora, solo dice dos cosas: primero, se puede escapar de él; y segundo, con los métodos adecuados, también se puede matar. Es cuestión de unir nuestros conocimientos para hallar la cura para esa plaga. No es muy complicado.
Tenía bastante sentido una vez lo colocó en perspectiva. Fui la única persona que, hasta ese momento, consiguió zafarse de las fauces de la bestia. Yo, más que nadie, conocía el comportamiento de la criatura, sus ataques, sus fortalezas y sus debilidades. O, al menos, eso era lo que la investigadora intuía.
—Temo decirle que sí es más complicado de lo que parece —mencioné con cierta decepción personal—. No creo que colaborar conmigo le ayude mucho.
—¿Por qué opinas eso? Sé que lo que viviste no fue como ir a un parque de diversiones, pero podemos tomar medidas para que te sientas cómodo y...
—No... es eso —bajé la mirada.
Hubo un pequeño silencio.
—¿Es algo con lo que pueda ayudarte? —se mostró interesada.
—No lo sé. Cada vez que trato de volver a mis memorias de cuando estuve en el bosque, mi cerebro me ataca con todo lo malo que transcurrió. La sangre, los gritos, la desesperación... Es como si una parte de mi mente estuviera bloqueada y no pudiera acceder a ella.
Estaba frustrado y se lo hice notar. No sabía si obtendría algo de ella, tal vez un consejo, pero no podía obviar que mi explicación la dejó muy pensativa.
—Sin duda que eso es bastante extraño: recuerdos corrompidos por las malas experiencias. Interesante —el tono fascinado de su voz me intrigaba—. Creo que puedo tener una solución a tu problema.
Eso me esperanzó.
—¿De verdad?
Asintió sonriente.
—De hecho, con el método que estoy pensando, puedo hacer que incluso detectes detalles específicos que cualquiera pasaría por alto. Será como volver a vivir todo otra vez, pero con tus sentidos activados al máximo.
—Guao —lo que me proponía esta mujer era bastante llamativo—. Usted sabe mucho sobre muchas cosas, por lo que veo.
—Y estaré encantada de enseñártelas si colaboras en mi investigación.
No se rendía para nada. Quería que yo formara parte de su estudio y estaba dispuesta a todo con tal de que aceptara. Lo curioso era que se arriesgaba a mucho, porque era posible que no consiguiera nada relevante de mí o quizás los métodos que ella mencionaba podían ocasionar estragos mayores. Había muchos factores potenciales para el desastre. Sin embargo, si era cierto lo que decía y salía bien, entonces el panorama cambiaba de manera drástica. No solo porque sabría qué fue lo que pasó, sino que también desvelaría secretos. Aunque sería un poco como meter la mano en el fuego para ver qué sucede, sin mencionar que apenas la conocía desde hacía unos minutos.
De todas maneras, cuando estaba a punto de llegar a una conclusión, nos detuvimos en la acera cerca de un auto Chevrolet Malibu de color beige del año setenta y nueve. Se trataba de su coche: una joya.
—Sube —dijo mientras caminaba hacia el puesto del piloto—. Te llevaré a casa.
—¿Cómo...? ¿No me va a secuestrar? —bromeé, pero todavía no confiaba.
Ella soltó una pequeña carcajada.
—Estoy de parte de la ley, Jake. No seas tonto.
Lo pensé por unos instantes. Mi vecindario quedaba algo lejos de donde me encontraba y caminar no me parecía una idea demasiado deseable. Además, ¿a quién no le gusta que lo trasladen? Tenía que aprovechar la oportunidad, por lo que, sin mucha dilación, ingresé al vehículo con Laura, nos abrochamos el cinturón y comenzamos el recorrido.
—¿Y bien? ¿Aceptarás trabajar conmigo o necesitas un poco de tiempo para pensarlo? —retomó la investigadora.
—Oh, bueno... La verdad, me gustaría pensarlo.
—¡Perfecto! Tómate el tiempo que necesites. Estaré unos días más en la ciudad, por lo que no dudes en llamarme cuando tengas clara tu decisión.
—Está bien.
Luego me regaló una cálida sonrisa y continuó conduciendo. La cabina se quedó en completo silencio hasta que ella comenzó a tararear la letra de una canción que desconocía. Tenía ganas de hacerle como un millón de preguntas acerca de la investigación, pero no sabía cómo formularlas. Era un muchacho muy tímido con la gente, y mucho más cuando se trataban de mujeres. Mis labios hacían pequeños movimientos y mis ojos volteaban a mirarla en varias ocasiones, sin conseguir nunca la motivación para comunicarme.
—¿Qué deseas preguntarme? —expuso al final.
Me sonrojé ligeramente. Mis expresiones me delataron de forma absurda.
—Pues... —me rasqué la nuca—. Suponiendo que vaya a aceptar trabajar con usted, me gustaría conocer algunos detalles de su trabajo, solo si se puede.
Le había gustado tanto mi propuesta que se acomodó antes de contestar.
—Bueno, ya que muestras interés por el caso... Estoy investigando las desapariciones relacionadas con la leyenda del Hombre de Brea. Me parece curioso que todas las personas que se acercan a ese bosque, con la intención de encontrar algo que valide la existencia del monstruo, acaban por no volver a sus hogares nunca más. Los escépticos asumen que se tratan de suicidios o huidas de casa, aun si los individuos no mostraban patrones de comportamientos inusuales antes de desaparecer; mientras que el resto, incluyéndome, postula que algo extraño sucede en Koochiching.
»Decenas de personas han sido declaradas extraviadas. Las autoridades están al tanto, pero no se atreven a adentrarse en la boca del lobo por miedo a no regresar. Sin embargo, aquí estás tú, Jake —palmeó mi hombro un par de veces con orgullo—. Eres el primero en salir de ahí ileso y en una pieza.
»El simple hecho de tenerte a mi lado, ya responde muchas dudas y vuelve mi investigación más fehaciente —después perpetró un chillido de emoción igual que una cría—. ¡Estoy tan contenta!
Reí nervioso.
—Ya veo por qué me necesita.
—Sí, pero mi intención no es presionarte. Quiero que tú mismo colabores voluntariamente. Aunque tampoco me quedaré mucho tiempo en Minneapolis, por lo que hay un límite de tiempo.
La energía que transmitía ella era agradable. Se notaba que disponía de un gran corazón y muchas ganas de hacer el bien. Realizar algo de tal magnitud siendo autónoma no tuvo que haber sido algo sencillo, considerando que hablamos de leyendas y criaturas inhumanas. Eso me provocaba tenerle cierta admiración y me llamaba mucho la atención obtener sus conocimientos. Sin embargo, no quería apresurarme.
Eché una risa corta.
—De cualquier forma, la llamaré para darle mi veredicto dentro de unos días.
—Es un trato, entonces —me sonrió con gran felicidad.
Luego de eso, llegamos a mi hogar. Le di las gracias por haberme traído y le deseé un buen día; ella agradeció mi tiempo y se despidió de mí. Mientras observé al auto alejarse parado en la acera, recapitulé las últimas horas que viví ese día, sin saber que aquella mujer pelirroja formaría parte importante de mi desarrollo posterior a la tragedia. Mi madre, quien se percató de mi retorno, salió de la morada para recibirme con un abrazo repleto de alivio.
Era bueno estar otra vez en casa, pero apenas se trataba del comienzo.
Continuará...
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro