13. Quinto fragmento
Los gritos desgarradores de Gerald me dejaron en estado de shock. Habíamos estado tan cerca de conseguirlo que nunca preví un resultado como ese. Mi cuerpo empezó a sentirse cada vez más pesado conforme cada eco se intensificaba. Mi vista no podía dejar de ver cómo la tenue luz que entraba a través de la puerta se reflejaba contra las gotas de sangre que salpicaban vivazmente de la pierna de mi compañero.
La pequeña masa negra y viscosa que enrollaba toda la zona de la rodilla, solo se retorcía con enorme gusto contra su piel. Estaba seguro de que se trataba de uno de esos Duendes de Brea que consiguió alcanzarnos de alguna manera. Parecían estar por todo el sótano de la base militar, esperando a acribillarnos por la espalda y provocar un infortunio. O bien, para ellos, conseguir la cena de esa noche.
Los ojos del tartamudo pedían socorro mientras se revolcaba de agonía en el piso. Trataba de quitarse la mucosidad negra pateándola con su otra pierna, pero no lograba algún resultado próspero... No de inmediato. Fue entonces que ligeros crujidos se unieron a la sinfonía de los horrores y se agravaban con cada golpe. Conforme más pateaba, más se exasperaba, y podía notar en sus expresiones cómo su único deseo era desprender lo que derretía su carne. Algo que terminó alcanzando, sin embargo, no de la manera que él anhelaba.
Justo ahí recuperé la consciencia. Kevin también reaccionó, observándome con preocupación y mucho miedo. Como si nos hubiésemos comunicado por telepatía, procedimos a tomar a Gerald de los brazos para intentar arrastrarlo lejos de la brea que aún se encontraba pegada a él. La parte seccionada de su pierna todavía se mantenía unida por algunos tendones que acabaron siendo cortados por la misma sustancia corrosiva segundos más tarde. Los alaridos se volvían opresivos; la sangre, un camino brillante.
—¡Dios mío! ¡Dios mío! —exclamaba Kevin tosiendo y evitando realizar arcadas.
También tenía el estómago revuelto, pero no era el momento para pararse a esperar que se pase el mareo.
—¡Tenemos que salir de aquí! —espeté agitado—. ¡Está perdiendo demasiada sangre!
Ambos colaboramos para levantar a Gerald y ofrecerle apoyo. Él no dejaba de quejarse, e intentaba resistir las ganas de expulsar su dolor a todo pulmón. Aunque de nada servía mantenerse silenciosos, ya que los aullidos gruesos y escalofriantes del monstruo se volvían más prominentes conforme mayor era el tiempo que nos quedábamos allí.
—¡Mierda! De verdad lo siento, amigo. Fue un completo error haberlos traído hasta acá... Lo siento. En verdad... Lo siento —la voz del pelinegro temblaba tanto por pánico como por tristeza.
—Y-y-yo... no... —balbuceó el rubio.
—Ahora no es un buen momento para disculparse, Kev —intenté mantener la calma—. Apurémonos antes de que venga el gran jefe.
Como pudimos, cargamos a nuestro amigo herido hacia la salida. Pero, justo antes de empezar a subir las escaleras, la parte trasera de mi cuerpo se erizó. Mi sentido auditivo se encendió al detectar un galope apresurado acercándose deprisa hasta nuestra posición. Algo tenía que hacer para conseguir algo más tiempo, por lo que regresé para principiar el cierre de las puertas.
—¿Qué haces?
—Evitar que el monstruo escapé y nos siga —contesté.
Usé toda mi fuerza para mover una de ellas, pero era tan pesada que apenas logré hacerlo por algunos centímetros.
—Entonces déjame ayudar...
—¡No! —intervine—. Lleva a Gerald arriba y atiende su herida antes de que pierda más sangre.
—P-pero... ¿Qué se supone que haga?
Tenía que estar bromeando.
—Por el amor de... ¡Solo realízale un torniquete, igual que en la clase de primeros auxilios, y espera a que suba!
De inmediato se puso en marcha, dejándome a mí solo y con la tarea más complicada. Continué jalando de la manija hasta que concreté trancar uno de los portones. El chirrido me dejé sordo, pero no podía detenerme, ya que aún debía finalizar la otra parte. Maldecía por dentro de mí a aquellos ingenieros que tuvieron la idea de asegurar el área subterránea con unas puertas tan pesadas y anticuadas. Si su plan era crear una bóveda frustrante, vaya que dieron en el clavo. Sin embargo, tuve que forzarme a parar cuando oí jadeos y gruñidos al otro lado.
Era el Monstruo de Brea. Parecía estar olfateando el charco de la sangre de Gerald de una manera extraña, como si se tratase de un perro. Por otra parte, el pedazo seccionado de la extremidad de mi amigo seguía teniendo aquel pegote negro alrededor, aunque este último se notaba buscando enternecidamente a su progenitor. Cuando la criatura se percató de eso, extendió uno de sus tentáculos y se fusionó con esa pequeña porción de su ser otra vez, sin soltar la «comida» que todavía sobraba. Mientras lo depositaba en su abdomen para terminar de consumirlo, utilizó sus enormes brazos para absorber el fluido carmesí que teñía el suelo y las paredes del corredor en cuestión de segundos. Ese tinte se extendía también a través del pasillo hasta donde estaba, por lo que tenía que moverme rápido, sin llamar su atención.
No obstante, un corto grito bajó desde la superficie. Eso alertó al monstruo, y sin reparo emprendió carrera hacia mí. Reanudé mi misión de bloquear la salida, tensándome al punto de que sentía mis dientes agrietarse. Con la adrenalina dándome la inyección de poder necesaria, completé mi objetivo de forma tan justa que el enemigo, pocos instantes más tarde, colisionó contra el chapado de la puerta con una fuerza brutal. Incluso caí sentado de golpe por la magnitud del choque. La buena noticia era que el portón solo se podía abrir si empujaba desde mi lado, asumiendo que el monstruo no era capaz de jalarla hacia él; la mala noticia era que no sabía cuántas embestidas iba a resistir esa cosa. De todas maneras, tomé un tubo metálico cercano y lo pasé a través de las manijas. Tal vez no haría ninguna diferencia, pero al menos así podía estar menos agobiado.
Procedí a subir las escaleras y me encontré con mis mejores amigos tumbados en una columna cercana. Kevin hablaba con Gerald para consolarlo y mantenerlo despierto. Cumplió con la orden que le di y detuvo el sangrado aplicando una fuerte atadura por encima de donde antes se hallaba la rodilla. Un par de centímetros más abajo yacía la evidencia de una extremidad carcomida de manera voraz y sádica, con su fémur sobresaliendo y brillando de un rojo muy vivaz gracias a la luz de nuestras linternas. Era increíble como algo que parecía insignificante causó un debilitamiento de la medula del hueso tan pronunciado.
Aunque lo más sorprendente era que el tartamudo aún seguía consciente.
—Muy bien, creo que ya he solucionado lo del monstruo, pero estaría bien que nos alejásemos cuanto antes —comenté apenas me coloqué al lado del falso popular—. ¿Cómo está?
—E-está... muy débil —respondió nervioso—. Tenemos que llevarlo a un hospital, JB.
—Agua —murmuró Gerald. Tenía muy mal estado.
—Sí, eso haremos, pero tienes que mantener la calma. ¿Lo entiendes? —tomé la mochila de él y saqué un botiquín. Del mismo modo, me hice con algo de alcohol y una gasa para después entregárselas—. Toma. Limpia y véndale la herida mientras consigo algo de agua para Gerald.
Podía haberme mostrado sereno, pero lo cierto era que estaba cagado encima. Si la suerte jugaba en contra de nosotros, no íbamos a salir de ahí. Toda esa incertidumbre interna no hacía nada más que producirme ansiedad. Se suponía que realizaríamos una exploración tranquila a través del bosque, no vivir una experiencia cercana a la muerte.
Cogí la cantimplora que estaba dentro de mi morral y volví para asistir al rubio con beber. Mientras tanto, Kevin, un poco más tranquilo, atendía la magulladura de una forma bastante adecuada dentro de su torpeza. Parte de la tensión ya se había eliminado, al igual que los azotes que antes se escuchaban en la puerta del área subterránea. Por primera vez desde que ingresamos pude respirar sin sentirme asfixiado. Aunque, de igual manera, alejarme de la base era una de mis prioridades.
—¿Qué... crees que sucedió en este sitio? —cuestioné con la intención de romper el hielo.
El falso popular me observó de reojo y tragó saliva.
—Nadie sabe bien qué pasó ni cómo es que una inversión de millones de dólares fue arrasada por un único organismo hostil —explicó—. Hay personas que dicen que fue un error de cálculo en los experimentos, como hay otras que atribuyen todo esto a demonios y espíritus malignos. Hay demasiadas hipótesis.
A esas alturas, ya nada me sonaba demasiado descabellado.
—Puede ser, pero... ¿Qué hay del portal?
—No lo sé. Aquel tipo solo me entregó detalles básicos de cada teoría, pero hizo mucho hincapié con respecto al portal y la existencia de un mundo conectado al de nosotros.
Hice una mueca.
—¿Y... cuál es tu conclusión? —aparté la cantimplora del rostro de Gerald y la regresé a mi bolso conforme formulaba la duda.
—Yo pienso que la culpa es de los aliens.
Eché una pequeña risa cerrada, sin embargo, él me miraba extrañado. Aclaré mi garganta y traté de recomponerme en ese momento tan incómodo.
—A mí se me hace que ese tal Mike te ha trastornado los pensamientos, Kev.
—Quizás tienes razón —su semblante decayó.
—Oye, no te culpes por lo que sucedió —acaricié su espalda para reconfortarlo—. Todos somos responsables por acceder estar aquí, y vamos a irnos de la misma manera que llegamos. Primero llevaremos a Gerald a un hospital y luego expondremos lo que nos pasó a las autoridades. Alguien nos tendrá que escuchar y, con suerte, haremos que le pongan fin a todo este asunto de la leyenda.
—Bueno... Tal vez con las fotografías que tenemos nos tomen más en... —tanteó los bolsillos de su pantalón y se horrorizó al no conseguir nada en ellos—. No, no, no. No puede ser —se levantó angustiado. Más tarde procedió a rebuscar en el interior de su mochila, pero rápidamente la arrojó de mala gana contra el suelo—. ¡No puede ser! ¡Me lleva el...!
—¿Qué sucede? —cuestioné confundido.
—¡La cámara y las fotos! Debieron de caerse por accidente cuando estábamos huyendo del monstruo —empezó a caminar de un lado a otro mientras se sujetaba la frente—. ¡¿Cómo pude ser tan estúpido?!
—Oye, tampoco es para que te pongas así —me levanté también—. Es solo una cámara. Te puedes comprar otra.
—La cámara es lo de menos, Jake. Las fotografías... —sin previo aviso, lanzó una patada que mandó a volar lejos una pequeña piedra cercana. Siguiente a eso, gruñó de furia—. ¡¿De qué sirvió entonces arriesgarse?!
Me había quedado sin palabras. Gerald estaba tumbado en el mugriento piso, lisiado, pálido, con fiebre y agonizando; en definitiva, su vida era mucho más importante que unos simples cuadrados de papel baratos. Si teníamos que arreglárnoslas con lo poco que disponíamos, entonces eso íbamos a hacer.
—Kevin, necesitas calmarte. Justo ahora, nuestro principal objetivo es regresar a tu auto para llevar a Gerald lejos de aquí. Aquí en el bosque solo empeorará.
—No —expresó serio y con una mirada que daba mala espina—. Tenemos que volver.
—¿Q-qué? —eso sí que me impactó—. ¿Acaso escuchaste algo de lo que te acabo de decir?
—Tenemos que volver allá abajo. Solo así tendremos las pruebas que necesitamos para que nos crean y nos tomen en cuenta.
Sin pensarlo dos veces, se dispuso a dirigirse hacia las escaleras, pero conseguí frenarlo antes de que descendiera el primer escalón. No entendía qué coño era lo que le pasaba y su afán por poner en peligro su vida.
—¡Kevin, sopésalo! —lo empujé para que retrocediera. Mi exclamación reanimó la atención del monstruo y más golpes metálicos se instauraron en el ambiente—. ¿Escuchas eso? ¡Hay un maldito monstruo allá abajo! Esa cosa le ha quitado la pierna a Gerald, ¡por el amor de Dios!
—¿Y qué se supone que haga? ¡Necesito recuperar lo que me pertenece!
—Lo que te... ¡¿Estás demente?!
—¿Ahora yo soy el loco?
Nuestra acalorada discusión no iba a solucionar nada y lo sabía, pero no podía dejar que se saliera con la suya.
—Chicos... —arguyó Gerald con la voz rasposa y debilitada.
Con sus brazos temblando, intentó acomodarse para quedar mejor sentado. Me dolía verlo así, siendo él una persona tan pura y honesta.
—Oye, no te sobreexcedas —me agaché a su lado—. Te sacaré de aquí, ¿está bien?
—¿Te vas a ir? —objetó Kevin desolado, sin embargo, al cabo de pocos segundos, continuó con su berrinche—. ¡No me puedes dejar aquí! Debemos mantenernos juntos, sin importar las circunstancias.
—¿En serio? —expresé con indiferencia.
Dejé mi linterna a un lado mientras recogía los objetos del botiquín y los aseguraba dentro de mi bolso. Seguidamente, me lo colgué a la espalda y tomé una posición cómoda para ayudar a Gerald a ponerse de pie. Llevé su brazo por detrás de mis hombros y lo agarré con fuerza de su cintura. Estábamos dispuestos a emprender nuestro camino, no sin antes reclamar el resto de nuestras cosas. Dejaríamos que el falso popular se encargase de tomar una decisión, la cual esperaba que no fuese negativa.
Por fortuna, algo de lo que le había dicho le creó cierta duda y no quiso arriesgarse a perder. De inmediato nos adelantó y ofreció su ayuda mientras salíamos. Se le veía arrepentido y confundido, pero su anterior actitud nefasta no podía soslayarla. Consideré de manera seria si de verdad Kevin nos valoraba tanto como solía decir. A esas alturas, parecía una niñatada, aunque, después de reflexionar sobre ello luego de mucho tiempo de los acontecimientos, diría que ese pensar no era tan infantil.
Una vez conseguimos salir de aquel complejo militar, nos llevamos una enorme sorpresa: casi anochecía. Tuve que comprobar mi reloj de muñeca para darme cuenta de que había una disonancia temporal en el área. Mientras que mi instrumento marcaba las dos de la tarde, el cielo objetaba con una preciosa coloración enrojecida. Era imposible haber tardado tanto explorando, y mucho menos tantas horas. No lo entendía.
—Jake... ¿Acaso no está más oscuro de lo normal? —el pelinegro también intentaba escrutar una explicación a lo que veía.
—Lo sé —realicé una pausa larga—. Sigamos moviéndonos.
Una sensación de inquietud me invadió. Por alguna razón, sentía cómo decenas de pequeños ojos me miraban fijamente desde la espesura del bosque. El sonido de la leve brisa templada que provenía del este era lo único que se escuchaba. Había demasiada calma para la marea que nos azotó antes.
Continuará...
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