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1. La memoria de una amistad

En ese entonces yo era un adolescente de diecisiete años. Recuerdo que no contenía ningún atributo o rasgo particular más allá de mi alta estatura, mis ojos color ámbar y mi tez oscura que solía ser la razón por la que nunca tuve tantos amigos. Apenas estaba comenzando a experimentar lo que era la vida y, por una serie de malas decisiones, sentí que no tenía sentido seguir existiendo. Por mucho tiempo quería regresar a aquel bosque para recibir el mismo destino que mis amigos sufrieron. Viéndolo ahora, desde otra perspectiva, sé que hubiera sido la idiotez más grande que jamás habría hecho, pero, con la mentalidad que tenía por esos años, era lo más sensato.

La tragedia ocurrió en el verano del ochenta y dos. Específicamente, en el cuatro de julio. Un día que, para ser honesto, cayó como anillo al dedo para el desastre. Al principio, mis dos mejores amigos y yo queríamos pasar un día distinto, alejados del bullicio urbano y recibiendo dosis de miedo en una zona remota. Sabíamos lo que se decía de esos lares, pero obviamos las advertencias porque, en resumidas cuentas, éramos «valientes». Sonrío ahora para no traer de vuelta la tristeza.

Aunque, para poder relatar mi anécdota, debo posicionarme tres días después de mi regreso de Koochiching. Ese fue el día que se celebró el funeral de Gerald y Kevin: la ceremonia con la cantidad de personas más grande en la que he estado. Casi todo el vecindario, la mitad de la matrícula escolar de mi instituto y decenas de individuos más asistieron. Una hazaña que me pareció muy extraña debido a que ninguno de los tres gozaba de popularidad. El rumor de que ellos corrieron con la mala suerte de volverse un par de víctimas más de la leyenda se esparció igual de rápido que la luz. Incluso había periodistas transmitiendo la noticia en vivo. Minneapolis se volvió loca con lo que pasó.

Lo único que podía hacer era maldecir a aquellos que estaban ahí para fisgonear o formar parte del suceso. No entendía por qué al ser humano le fascinaba tanto el morbo y sentía el derecho de irrespetar las vidas privadas de los demás. Me enfurecía mucho lo que veían mis ojos, y fue un milagro que jamás haya sido entrevistado por las principales cadenas televisivas. Tal vez porque nunca les interesé, pero quizás eso hubiese abierto la puerta para que el gobierno se encargase de todo lo que yo tuve que concretar.

Supongo que a veces no se puede soñar demasiado alto, ¿verdad?

Tampoco estaba solo en el funeral. Mi madre, Amanda, y mi hermana pequeña, Sofía, me acompañaban. De cierta manera, el apoyo de ambas ese día me vino bien para canalizar mi ira y no cometer cualquier acto del que me fuese arrepentido.

—¿No te gustaría decir algunas palabras, Jake?

Esa frase, proveniente de la mujer que me dio la vida, es la que marca el inicio de mi travesía. Ella siempre ha sido mi admiración e inspiración; no hay ninguna que se le iguale en fuerza y perseverancia. Lo tuvo muy difícil desde que mi padre nos había abandonado a nuestra merced tres años antes, pero jamás se rindió. A veces los vecinos solían compararla físicamente con la típica hawaiana tradicional, debido a que en esa época tenía una buena figura y la juventud brotaba de su rostro, a pesar de tener poco más de treinta. Además, su baja estatura, piel morena clara y cabello lacio color azabache complementaban el estereotipo.

—No creo que a nadie le importe lo que tengo que decir —contesté a su pregunta con indiferencia.

Estaba claro que la multitud tenía su atención puesta en otros asuntos, por lo que no me apetecía gastar saliva de forma innecesaria.

—¿Ni siquiera a Gerald y Kevin?

Algo dentro de mí se quebró en miles de pedazos al oír sus nombres. No porque no estaba consciente de la situación, sino porque me reafirmó lo que ya sabía. No sé cómo me mantuve cuerdo durante tanto sin acabar colapsando.

—Hermano... —mi hermana, que tenía solo tres años, me abrazó las piernas en ese instante. Verla a ella en esa etapa era como mirar a una versión inocente, dulce y joven de nuestra progenitora, salvo por la tez oscura y los ojos amarillos que heredó, del mismo modo que yo, de nuestro padre—. Los tíos Gera y Kevi ya están en el cielo, ¿verdad? —su rostro enunciaba mucha angustia.

—Sí, Sofí —respondí con una ligera sonrisa y los ojos medio llorosos—. Ahora ellos están en el cielo junto a Papá Dios.

Cómo olvidar la broma de los hermanos separados al nacer. La ingenuidad de un niño es tal que hasta da cierta envidia. Cuando te haces adulto no hay forma de volver a transformar tu mentalidad a uno más simplista, y añoras la realidad básica que visualizabas de crío.

—Entonces quiere decir que están en buenas manos —comentó satisfecha y más aliviada.

—Conociéndolos a ambos, van a hacer lo que se les venga en gana —lancé una ligera risa cerrada—. Más que cuidarlos, van a necesitar que los apresen.

Luego, sin previo aviso, recibí un codazo de mi madre justo en un costado.

—Estamos en un funeral, niños. Muestren un poco más de respeto —murmuró con seriedad.

Bajé mi mirada fingiendo vergüenza.

—Lo siento —dije en voz baja y volví a observar a Sofía.

Acabé haciendo un pequeño puchero, consiguiendo que ella riera por lo bajo, y recibí otro golpe en las costillas como recompensa. La mirada fulminante de mi mamá siempre fue un indicativo de no continuar lanzando leña al fuego, al menos si lo que querías era cenar antes de irte a la cama. Era estricta cuando se lo proponía, pero la amaba por sobre todas las cosas.


...


Una vez finalizó la ceremonia, la mayor parte de los presentes se esfumaron de la escena en tiempo récord. Por supuesto que no lo hicieron sin dar antes sus condolencias, al menos la gente que nos conocía, pero se notaba en sus gestos cómo les costaba mostrar amabilidad. Entonces me pregunto: ¿por qué decidieron asistir al funeral? Lo cual se vuelve retórico, con una respuesta que deprime y te hace perder la fe en la humanidad. Unos cuantos consiguen liberarse de esa generalización, sin embargo, no es un porcentaje relevante.

Aquellas personas que se quedaron un rato más fueron las familias de mis amigos, mi familia y gente de mi instituto. Mi madre y mi hermana optaron por conversar con los padres de Gerald y Kevin, mientras que yo decidí tomar la sombra en un árbol cercano. No quería formar parte de esa conversación, ya que me había costado bastante darles la mala noticia y asumía que tal vez no deseaban mirar a quien sí pudo salir ileso del bosque. Lo único que deseaba en ese momento era recostarme en mi cama, encender la radio y escuchar un poco de música hasta quedarme dormido. Creía que la almohada haría algo con mi melancolía, supongo.

En la soledad que gozaba debajo de aquel roble tan majestuoso, reflexioné sobre lo que viví en el bosque. O, por lo menos, de forma ligera. Aún no estaba seguro de cómo logré escapar de allí, y tampoco podía recordar nada más aparte que los periodos traumáticos de desesperación y agonía que padecieron mis compañeros. Mi cerebro no era capaz de dejarme acceder a las otras memorias, algo que resultaba frustrante por el hecho de que necesitaba saber qué pasó exactamente. La culpa me arrastraba con persistencia hacia un agujero negro y las únicas respuestas posibles estaban bloqueadas de alguna manera.

Asimismo, diferentes tipos de alucinaciones se volvían recurrentes y comenzaba a pensar que estaba loco. No importaba a dónde fuera, allí podía ver al monstruo de la leyenda asechándome desde la oscuridad, esperando la oportunidad ideal para atacar. Era aterrador porque, aun cuando intuía que no era real, mi cuerpo reaccionaba con la acción de huida casi en automático.

No fue fácil. Todavía sigue siendo así.

—Disculpa, JB —una voz temblorosa y una mano sudorosa arribaron por mi espalda, consiguiendo hacerme brincar del susto—. ¡Lo siento, los siento! No era... mi intención asustarte —se trataba de Steve, uno de los nerdos que obtuvo el mejor promedio durante varios años en el instituto; era un enclenque, en pocas palabras. Me había agarrado de los brazos cuando me volteé. Al parecer estaba a punto de darle un derechazo y no me percaté—. Nada más... q-quería darte mi pésame, hombre. Debió de haber sido horrible para ti haber presenciado tantas cosas malas en ese bosque —me soltó despacio y me retraje con algo de pena.

Él quería mostrar compasión, pero lo que consiguió fue generarme incomodidad.

—No quiero hablar del tema, Steve —contesté siendo algo áspero—. Todos ustedes creen que esto del monstruo es una cosa de niños —después hice una pausa para indicar con la mirada las tumbas de mis amigos—. Ellos no merecían tener un final así de miserable.

—Bueno... no sé cuál es tu fuente, pero puedo asegurarte que nadie se toma la leyenda como un juego —liberó una corta risa tímida antes de continuar—. Incluso las autoridades se niegan a investigar lo que sucede en Koochiching. Saben que hay algo extraño que ronda por ahí, pero no se atreven. Solo los tontos son los que deciden adentrarse a ese lugar, ¿no crees? —bromeó en un intento de animar la conversación.

Si no fuese por la justa razón de que acababa de perder a dos personas muy importantes, probablemente hubiera sonreído. Fue un descaro la bufoneada que hizo y quise dejárselo claro con una mirada asesina. Aunque eso no le causó ningún efecto, por increíble que suene.

—Escucha, ya sé que...

—¿Y piensas seguir hablando? —lo interrumpí de inmediato—. No quiero tocar más el tema, Steve.

Echó un leve suspiro y, en un acto valeroso que no comprenderé, se arriesgó a contradecirme.

—Ya sé que no soy nadie para decirte esto, pero te estás comportando como... Como... un completo idiota. ¡Sí, eso eres!

—¿En serio? No me digas —fui sarcástico.

—Crees que eres importante porque perdiste a tus mejores amigos en una tragedia. Pues, adivina... ¡No eres el único que ha perdido a alguien cercano!

Comenzaba a tocarme la moral.

—No tienes ni idea de lo que pasé en ese bosque, Steve. Estuve cara a cara con un monstruo que fácilmente puede ser de otro planeta. No tienes derecho a tan siquiera opinar.

—¿Que no tengo derecho? —carcajeó durante unos segundos—. Dudo mucho que Gerald y Kevin se sienten orgullosos de la actitud que estás tomando justo ahora.

Una intensa rabia se apoderó de mí. Se estaba ganando una nariz rota por su imprudencia, pero no quería iniciar una confrontación en ese cementerio.

—Steve, vete.

—No voy a irme, Jake. He aguantado por varios años a tantos bravucones que no me dejaré someter por un sin nombre como tú.

—Steve, vete... Ahora —enfaticé con enojo.

—¿Por qué? ¿Quieres llorar a solas, bebito?

Lo siguiente que se oyó fue un tenue choque y la grama siendo pisada. En cuestión de un parpadeo, conseguí asestar un puñetazo magistral en la pobre cara del escuálido, provocando que cayera arrodillado. Le indiqué que se marchara, pero no quiso hacerme caso. Solo por eso, no saber respetar los límites, adquirió una bonita herida en su labio inferior y una mejilla colorada.

—¡Escúchame! —espeté con furia—. ¡No tienes ni la más remota idea de lo que pasé en ese bosque! ¡No sabes lo que es estar a pocos metros de una criatura abominable y aterradora! Si hubieses estado ahí, probablemente estuvieras revolcándote en tu propia orina debajo de tu cama, o peor.

La bravura con la que me enfrentó hace poco se esfumó de inmediato. Estaba tan asustado que permaneció quieto y con la vista centrada en mí.

—Sí, sí... L-lo siento, JB. Ya no... v-vuelvo a llevarte la contraria.

—¡Bien! Creo que ya nos entendemos.

El escándalo llamó la atención de los que aún permanecían en el camposanto. Mi madre fue la primera en acercarse, pero para ayudar a Steve a ponerse de pie, como si él mismo no tuviese la capacidad para hacerlo. Apenas se levantó, corrió lo más deprisa que pudo hacia la seguridad de los brazos de sus padres. Sentí lástima por ello.

—¡¿Me podrías explicar qué coño te pasa, Jake?! —no había manera de obviar la cólera de mi mamá.

—Todo está bien. No necesitas preocuparte —contesté sin más.

No tenía ganas de discutir con ella. Quería estar solo y alejado de este ambiente enervante, aunque nadie me dejaba en paz. Incluso me impidió retirarme, aun cuando insistía; me sujetaba del brazo.

—¿Ahora piensas huir de mí? —rodé mis ojos hacia un lado y suspiré con impaciencia. Ella realizó una mueca y prosiguió—. Sé que no es fácil para ti aceptar que ellos ya no están contigo, pero no puedes asumir que cada persona en el planeta está puesta en tu contra. Tampoco eres el primero que pierde a un ser querido de formas tan horrendas o que lo ha presenciado con sus propios ojos.

—Sí, sé muy bien que no soy el único, ¿pero en serio crees que tengo que dejar que la gente me ataque? ¿Consideras que aquellos que se presentaron hoy les importaron alguna vez Gerald y Kevin? ¡No, mamá! ¡A nadie le importa una mierda!

—¡No me hables así, muchacho!

—¡Oblígame a hacerlo!

Mi vista viajó rápido a otra dirección. Una sensación de ardor nació de inmediato del pómulo opuesto al movimiento. El sentimiento de furia disminuyó y fue reemplazado por uno de melancolía. Había cruzado la línea; jamás recibí una cachetada de mi mamá hasta ese día. Si bien tuvo que ser necesario, en el brillo de sus ojos pude notar lo mucho que se arrepentía de haberme ocasionado dolor, y con razón.

No obstante, di media vuelta y comencé a caminar sin decir nada al respecto.

—¿A... dónde vas? —cuestionó preocupada.

—A un lugar donde pueda estar solo —dije sin mirar atrás.

No era fácil para mí adaptarme a esa nueva perspectiva. Me daba miedo volver a empezar y que nunca volvería a conocer la felicidad. El malestar que tenía adentro del pecho se hacía más fuerte a cada minuto que pasaba. Y nada más quería regresar a aquella arbolada infernal para volver a ver a mis amigos.

Pero, muy en el fondo, había un deseo que a veces transitaba por mi cabeza: venganza. El único inconveniente es que no tenía ni la más mínima idea de cómo deshacerme del monstruo o de tan siquiera capturarlo sin morir en el intento.

Necesitaba un plan y, por sobre todo, recuperar mis recuerdos.




Continuará...

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