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«EXTRA»

—Mi señora, el Dios del sol ha llegado. La espera en la Sala Aurora.

—Gracias, HiNa.

—Diosa.

"Diosa" mantuvo la mirada en el horizonte por un par de segundos antes de levantarse y salir de la enorme fuente de agua lunar. Esta era un hoyo húmedo conectado al mar, en el cual impactaba la luz de la luna en todo su esplendor. La joven mujer salió lentamente, sus pies en punta, con el talón lejos del suelo. Se pasó los dedos por el cabello brillante, mojado y azul, una joya celeste resplandeciente y viva que flotaba en el aire, como una cascada que cae desde lo más alto de la montaña.

Su cuerpo desnudo escurría, gotas de agua salada a su paso, la desnudes era natural y etérea, tapada solo por una bata semitransparente, oscura con puntos plateados y llamativos. Eran estrellas, toda una estela estratégicamente colocadas en toda la tela. La joven cerró los ojos, deteniendo el paso al llegar a las puertas del salón. Puso ambas manos sobre la madera oscura, susurrando palabras que alejaron todo rastro de humedad.

—Sea bendecida la creación.

Las palabras salieron de su boca, una sonrisa procedió al saludo. Se acercó al hombre en medio de la habitación, colocando una mano a la altura de su frente.

—La creación sea bendecida —correspondió un joven de cabellos rubios, cortos y ojos dorados. La piel tostada y la ropa marrón, un pantalón ajustado, camisa desmangada y botas negras—. Ravi.

—Chandra.

"Ravi" se acercó a pasos rápidos, abrazó a la joven de tez clara y cabellos como el cielo. Un toque tranquilo y amoroso, ambos se mantuvieron entre los brazos del otro por un par de minutos. El cuerpo de Rave derrochaba calidez y brillante cariño. Su cabello dorado era distintivo y Chandra amaba eso. Amaba a su hermano.

—¿Cómo has estado?—preguntó, Ravi se encogió de hombros viendo a su hermana alejarse. La sala Aurora, era una de los tantos salones perteneciente al Palacio de la Luna, aposentos en los cuales vivía la Diosa Luna.

—Bien, nada nuevo. No para mí.

Chardra asintió, cruzando las piernas con gracia. Ravi tomó asiento frente a ella. La habitación era amplia, con acolchados asientos, cuadros y luz. Chandra había dividido el palacio en dos distintos salones, Día y Noche, y un puente entre ambos. Aurora.

Los músculos de Ravi se flexionaron, de su pecho caía un colgante, uno que compartía con Chandra, dos de las tres piezas.

—Ha comenzado—susurró Ravi con ojos sinceros—. Se están moviendo. Esto es solo el comienzo.

Chandra asintió lentamente, en silencio y observando a su hermano.

—¿Está bien?—Ravi negó ante la pregunta. Nadie lo está—. Esperaba tener más tiempo. Tendremos que hablar con Jiva.

—Sabes la respuesta. Jiva no aceptará cualquier intervención por nuestra parte.

—Si no lo hacemos ocurrirá de nuevo. Y está vez, será el fin.

Ravi asintió, lo sabía, los ojos de su hermana dejaban en claro cuán importante era la situación y todo lo que podrían perder si no lograban su cometido.

—Es increíble... —susurró, alzando la mirada hacia Chandra—. ¿Cómo lograste convencerlo? Un hombre que ama tanto a su descendencia cayó en tu trampa.

—¿Eso crees? —preguntó con una sonrisa—. Alexander Rexford es un hombre inteligente. Un hombre dévoto y un alfa fuerte. Era más que obvio lo que pasaría si dejaba en claro el destino que le esperaría a su hijo.

Ravi asintió lentamente.

—Supongo. Al final de cuentas, su fe siempre ha estado en nosotros. Incluso si al final, nunca hemos logrado protegerlos —dijo. Chandra asintió lentamente—. ¿Lo has encontrado?

—Nada aún. Será difícil sin su esencia.

—Tendremos que buscar otro método. Podría estar en cualquier parte. Incluso cerca de él.

—Ya lo sé, Chandra. Cálmate —pidió. La mujer apretó la mandíbula. Se levantó del asiento y caminó por la habitación. Ravi sintió el agua agitarse alrededor del castillo, eran las emociones de Chandra—. Basta. Entiendo tu malestar, pero no es el camino.

—Todo esto es su culpa—gruñó, sus cabello azul comenzaba a tornarse oscuro desde la raíz. Chandra necesitó cerrar los ojos y respirar hondo—. Gracias por venir.

—Siempre.

Ravi la envolvió en un abrazo, listo para irse y volver a su propio hogar. Chandra sonrió al verlo partir.

—Ten cuidado, Ravi. Los dioses no son los únicos en esto. Los viejos rencores tomarán fuerza. Debemos estar listo para apoyarlo. Hicimos una promesa.

El joven se detuvo, giró con labios apretados y mirada decidida.

—¿Cuándo no lo he hecho?—alzó el mentón en dirección a su mayor. Chandra sonrió—. Soy discreto. No se darán cuenta de que estoy ahí.

—Eres el Dios del sol. Nada en ti es mínimamente discreto

Ravi susurró algo, dando media vuelta, lleno de una descarada vergüenza.

Chandra suspiró, quedando en silencio y con mil pensamientos. Salió de la habitación y se dirigió a otra, donde aún era de noche. En medio de la misma había una pequeña fuente de agua cristalina.

La diosa miró el lugar, pasó la palma de la mano abierta por la misma. Una habitación fue mostrada, la cama y un cuerpo moribundo en la misma. La presencia fue evidente, Chandra alzó la vista hacia arriba, donde una mujer de cabello oscuro la observaba.

—Aún no. Pronto.

La mujer asintió y desapareció, dejándola sola, una vez más. Chandra cerró los ojos y mantuvo sus sentimientos a raya.

El mundo no estaba listo para morir, y cree, que tampoco para ser salvado. Aún así, Chandra tenía una promesa que cumplir, y lo haría. Ella debía hacerlo.

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