«CAPÍTULO XIX»
YooNa apretó los dientes alrededor del paño húmedo en su boca cuando el dolor fue demasiado, las lágrimas caían por su rostro cual cascada siendo casi insoportable. A su lado una señora mayor, beta, de blancos cabellos y cariñosa mirada le observaba con pena. Allí estaba ella, la reina, la regente consorte de Craenia tirada en el lecho, agonizando por algo que ni siquiera había elegido.
YooNa cerró los ojos y sintió la sangre correr por la piel de su cuello mientras Nana, su fiel acompañante la ayudaba a poner de lado y acariciaba su cabello, tarareando una suave tonada que no calmaba su agonía pero al menos le recordaba que no estaba sola en la batalla.
La alfa alzó la mirada, la piel era cortada y rasgada, la áspera esponja al ser pasada. No sólo llevándose consigo la piel muerta y negruzca, una que de no retirarse comenzaría a ser fétida al olfato de cualquier lobo, sino también el poco orgullo que le quedaba. Su vida y su alma.
YooNa estaba muriendo, no solo su cuerpo, quizás tampoco su loba, era todo: mente y alma. Su querida loba chilló, las emociones de su humana impactando en su propio ser, y ella tan débil sin poder hacer nada al respecto.
Afuera la Luna se alza, bella, observando el mundo.
—También soy una de tus vástagos —susurró con las lágrimas cayendo, a su lado Nana sollozó bajo al verla—. Déjame ir, por favor. Déjame descansar en paz.
El grito fue sofocado y finalmente el trabajo estaba hecho. El médico personal de YooNa, un beta, igual de mayor que Nana, recogió todo una vez su herida había sido debidamente curada y vendada, retirándose del lugar no sin antes repetir todo los cuidados que ya ella sabía de memoria.
—Lo siento tanto, mi señora.
YooNa negó y acarició el arrugado rostro de Nana, esa mujer había sido una madre para ella, una vieja loba que no dudó en acogerla cuando las cosas se pusieron difíciles para ella en palacio. YooNa no había sido tratada mejor que un ganado, Nana llegó una noche en que los gritos parecieron ser lo suficiente fuertes para ser encontrada por la beta, empapada en sangre y deseando morir.
—Usted no se merece esto.
—Nadie, Nana —sus labios temblaron y respiró con dificultad.— ¿Podrías traerme algo de beber?. Un té estaría bien—los ojos azules cansados por los años la observaron—. Por favor.
Nana asintió.
YooNa apretó con fuerza las sábanas al ser abrazada por la soledad. Cerró los ojos y dejó fluir su sufrimiento en gotas saladas, levantándose y caminando hacia el espejo. Se miró al cuello, cubierto para tapar la fuente de su tortura.
Con cuidado y manos temblorosas desató el delicado nudo y retiró la gasa, sintiendo su loba llorar al observar lo mismo que ella. La marca de su cuello, aquel asqueroso símbolo de propiedad, su maldición perpetua y la causa de su inminente muerte.
Vio a través del balcón, y sonrió triste.
—Nunca vas a perdonarme, ¿verdad? —susurró para sí misma.
Todos tenían cuentas que pagar, y los dioses no serían indulgentes.
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JiMin no había parado de darle vueltas a la conversación sostenida con JungKook en la tarde. Era difícil digerir la razón por la que el primogénito había sido tirado a un lado, y más que eso, la pena y la tristeza que eso traía en JungKook.
JiMin se miró las manos, Igna estaba inquieta, su pecho vibraba, sin embargo, no decía más.
JungKook era un alfa algo cerrado, casi siempre indiferente, verlo tan destruido, fue impactante, «¡¿Entonces qué haces aquí?!», preguntó Igna rodando los ojos, cansada de oír las cavilaciones de su humano con respecto al príncipe. Anubis estaba algo deprimido, podría sentir sus gimoteos, y para ella, siendo una loba y la parte espiritual, era difícil de soportar, «¡Ve a verlo!», JiMin frunció el ceñó.
—¿Por qué haría eso?—la loba movió su peluda cabeza en negación—No somos lo suficiente cercanos, Igna. Además, podría general malentendidos.
«¿No son lo suficiente cercanos para apoyarse mutuamente, pero si para dejar marcas de olor en el otro?», JiMin se removió incómodo ante las palabras de su loba, «Tus padres te criaron mejor que eso. Para nosotros la familia es todo, y él pronto será parte de ella. No lo olvides».
Silencio, JiMin suspiró y miró al espejo. Llevaba un sedoso y enorme camisón de mangas largas y el cabello suelto, esperando a que le diera sueño para ir a dormir, pero el maldito no llegaba, y no es como si fuera tarde. Golpeó la piel de sus muslos a través de la tela con la punta de sus dedos, las palabras de Igna allí presentes.
Siendo sincero, no había un solo Jeon que le cayera mínimamente bien, aunque TaeHyung era lo más cercano a lo normal en esa familia, claro está. JiMin se mordió los labios, Igna tenía razón en algo, JungKook pronto sería su esposo, por un demonio, incluso sería su alfa. Y los malos sentimientos entre ambos no anularían tal hecho.
Por otro lado estaba su inminente curiosidad, quería saber más, necesitaba tanta información de la casa real como le fuera posible. Y JungKook era la opción más rápida y segura.
En realidad era TaeHyung, pero no tenía el corazón para seducir al chico.
JiMin se mordió los labios y levantó colocándose las sandalias, antes de salir de la habitación.
Los pasillos estaban desiertos, perfectos para la idea que maquinaba en su cabeza a toda velocidad.
Llegó a la habitación de JungKook con facilidad. Se pasó la lengua por los labios, e Igna volvió a la vida solo para vibrar en aceptación. El aroma de JungKook era notorio, agrio y pesado, demostrando lo mal que lo estaba pasando.
JiMin no tocó, simplemente giró el pomo de la puerta y entró, no había una sola fuente de luz prendida, si no fuera por sus instintos y la visión de su loba, la figura sentada a oscuras en la cama, nunca hubiera sido visible.
—Dije que quería estar solo —el cansancio era notorio. JiMin se acercó hasta tomar asiento a su lado—. No es el mejor momento, JiMin.
—Lo sé —susurró. JungKook no lo miró. Ambos en silencio—. Vine a invitarte a ir por una copa.
JungKook frunció el ceño en la oscuridad.
—Es un poco tarde para eso. No hay donde ir —JiMin sonrió, dejando la palma de su mano a la vista sobre su muslo. JungKook la observó, antes de levantar la vista a sus ojos, ambos con la mirada en el otro—. ¿Qué haces?
—Te demuestro que puedes contar conmigo cuando lo necesites.
El alfa se mantuvo en silencio.
—¿Tú? Lo dudo.
—¿Podrías tenerme un poco más de fe?
—Ni siquiera te atrvas a parecer ofendido —susurró JungKook —. Si fuera al revés, dirías lo mismo.
JiMin asintió dándole la razón. Chico listo.
—Tienes razón. La única razón por la que estoy aquí es para deleitarme con tu sufrimiento.
JungKook lo observó con cautela, los labios de JiMin no sustentaron su sería expresión al estirarse en una sonrisa. El alfa negó con suavidad.
El aroma de JiMin estaba allí, sutil, como si no quisiera invadir su espacio pero al mismo tiempo necesitara calmarlo. JungKook miró una vez más a la mano, tan pequeña en comparación a la propia. JiMin la abrió y cerró dos veces como si jugara con él, una ligera sonrisa tiró de los labios del alfa.
JiMin no tenía porqué estar ahí y JungKook no necesitaba saber las razones que lo habían hecho ir por él. Prefirió agradeció el gesto, el tiempo y la preocupación, era algo que desgraciadamente no siempre se podía tener, menos en su círculo. Y el no era un pedazo de piedra andante.
JungKook tomó la mano y lamió los labios cuando JiMin se puso en pie y lo guió fuera de la habitación. El alfa llevaba un pantalón suelto y una camisa igual de ancha, ambas prendas en blanco y de hilo, con sandalias, mientras era jalado por el omega.
—Debemos ir primero a otro lugar —aclaró JiMin sin detener el paso llegando a la cocina, donde a esa hora todos habían terminado su labor y mayormente sólo quedaban los de la limpieza.
JiMin pidió permiso y se metió en ella, como si perteneciera allí. Tomó una cazuela a falta de algo más y bajo la mirada de JungKook y dos empleados metió algunos aperitivos en la misma. Junto con una botella de vino.
—¿Qué? —inquirió al voltear y ver que era el centro de atención—. Tengo hambre.
JungKook sonrió como si no existiera otra opción, JiMin iba muy orgulloso con su cacerola, antes de dársela y quedarse con el vino, tomándolo de la mano y finalmente saliendo del castillo.
JungKook no preguntó, dejándose guíar por el camino. El alfa imaginaba a donde irían y no se equivocó cuando finalmente JiMin se detuvo y la playa apareció frente a sus ojos.
El agua calma y la luna alta en el cielo.
—Por ahí dicen que no hay mejor medicina que un buen toque de vino y algo de comida —la voz del omega fue divertida.
JiMin llevaba el cabello suelto y batía con el viendo mientras se quitaba los zapatos y levantaba arena al pasar. JungKook lo siguió, sorprendido cuando JiMin tomó unas ramas y destapó una botellita de lo que parecía alcohol de uno de los bolsillos de su batón, moviéndolo en el aire con una sonrisa, tomando más ramas y finalmente, con unas cerillas encender una fogata.
—Después de esto no puedes decir que me falta romanticismo. Soy el mejor omega que tendrás la suerte de conocer. Eres un hombre bendecido, JungKook —dijo acomodando todo alrededor, destapando la botella de vino y dándose un trago.
Allí, junto a la fogata y frente al mar, bajo cielo, la Luna y las estrellas.
—Brindo porque nuestro paso por la tierra esté lleno de bendiciones —susurró levantando la botella, mirándolo a los ojos, sonriendo y dándose un largo trago de vino dulce. Extendiendo el alcohol hacia JungKook, quien negó divertido antes de tomarla y copiar su acción.
—Salud.
JiMin rio alto cuando el alfa hizo una mueca en claro disgusto. JungKook no era amante de las bebidas dulces y esa parecía uva con azúcar. Dejó la botella en manos del omega y pasó la mano por el cabello.
—¿Por qué fuiste a buscarme? —preguntó de la nada. JiMin alzó una ceja, encogiendo los hombros.
—No creo que aún merezcas el honor, de una agradable y romántica noche conmigo, pero mi loba me impulsó a levantarte el animo —ladeó el rostro observándolo coqueto—. Ya sabes, no quiero un alfa deprimido, no señor.
JungKook rió bajo, negando. JiMin era hilarante y eso era refrescante para él, su hermano era un tema difícil, y sacarlo a discusión terminaba en una espiral de culpa y arrepentimiento enorme.
—No seas muy duro contigo. No siempre podemos salvar el mundo.
—No es tan simple —susurró devuelta mirando al omega quien disfrutaba del vino.— Padre lo envió en una expedición. Craenia no estaba en sus mejores momentos y querían casarlo con una chica a la que ni siquiera había visto —suspiró mirando hacia el mar—. HoSeok prefirió morir para su gente antes de volver. Mamá no la pasó bien. HoSeok era su favorito.
—Cuando el acuerdo fue aprobado, mi hermana no estaba feliz. Decía que no era justo que aún siendo el menor, cargara con el paso de tal decisión —apretó la botella. JungKook captó el rastro de tristeza en el aroma del omega—. Ella sufría por no poder ayudarme, y a mi me aterraba la idea de que ella fuera la condenada a casarse sin amor.
Por primera vez JungKook vio a JiMin tan sentimental como cualquiera de su casta. El omega volteo a verlo, sus brillaban y sabía que era producto a las lágrimas eternidad, sonrió antes de devolver la mirada al mar.
—Estamos malditos, JungKook, ese es el peso de una corona. El castigo de nuestro deber —se dio un trago, el alfa lo observó quitándole la botella, tomando un sorbo, JiMin rió al verlo descontento con el sabor—. ¿Alguna vez se ha disculpado? ¿Te ha dicho que siente todo lo que les hizo pasar?
JungKook pestañeo, el cambio de tema lo había hecho perder el hilo. Era como si un peso oscuro y denso cayera sobre ambos. El rostro de JiMin seguía ligero, pero había algo más en su mirada.
—¿De qué hablas?
—Tu padre. El rey —aclaró. JungKook abrió y cerró la boca varias veces.
—¿Por qué debería?. Somos el resultado de nuestras propias decisiones.
Las palabras salieron sin convencimiento alguno. JungKook no estaba siendo sincero. El alfa no emitió palabra alguna por largos minutos y sus párpados parecían alas de mariposas, una que luchaba por mantener el vuelo ante una voraz tempestad, sus ojos vidriosos reflejan su verdad.
—¿Cómo es la vida en Asmax? —preguntó de la nada. La sonrisa de JiMin fue instantánea, enorme y su aroma se volvió dulce. Anubis movió la cola feliz ante eso. Igna gruñó en aprobación.
—Es como un eterno verano —lo miró—. Cálido, delicioso y hermoso. Todos viven y buscan su propia felicidad, es como un paraíso perdido en algún punto del mar.
—Suena hermoso —JiMin asintió—. ¿Por eso aceptaste esta unión?
—Para los Park nada está antes que nuestro pueblo.
JungKook lo observó.
—Todo somos hijos de la diosa y la tierra, nadie merece morir por un error que ni siquiera es suyo —JiMin se encogió las piernas y apoyó el mentón en las rodillas, ladeando la cabeza y mirando al alfa, pares de orbes hablando en silencio—. Todos merecemos la oportunidad de ser felices algún día. Si no aceptaba este acuerdo y dejaba mi felicidad sobre el bienestar de mi gente. Entonces. ¿Qué clase de futuro esposo, padre y monarca seré?
El alfa no dijo nada, sin embargo, entendía a JiMin.
El mismo JungKook había vivido ajeno a la realidad de los omegas de Craenia, y enfrentarse a ella había sido devastador.
JungKook levantó la mano, guiado por instinto, y acarició el largo cabello negro. JiMin cerró los ojos, el vino nunca lograba emborracharlo, pero una copa era suficiente para adormecerlo un poco y calentar su sangre.
La mano de JungKook se paseó por toda su cabeza y torso, recorriendo cada centímetro de cabello. Igna estaba complacida y JiMin también, sacándole una sonrisa al alfa cuando el aroma del omega aumentó, dulce, fresco y atrayente.
—Eres un gran omega, y serás un gran rey —susurró de la nada con voz suave, mirando el rostro del omega. Sus ojos, sus labios, dejando la vista allí un poco más de la cuenta. JiMin sonrió batiendo las pestañas.
—¿El gran Jeon JungKook alabando a un omega? El rey moriría de saberlo —dijo perdido en el drama, sonriendo descarado—. Necesitas más que eso para hacerme caer, alfa.
JungKook asintió y no disminuyó su entusiasmo, su propio aroma salió a flote, jura podía sentir el pulso de JiMin en aumento y la excitación en su aroma.
—Creía que ya lo habías hecho.
JiMin rio alto, parecía encantado.
—Nunca vas a tenerme. Tengo un cuerpo fácil de seducir, pero mi alma es impenetrable.
Ambos estaban perdidos en la magia de la noche junto a la playa, solos y alejados de todo. JungKook sintió la boca seca abre las ideas que rondaron su mente.
—No necesito tu alma —cada palabra parecía un beso sobre la piel de la mejilla de JiMin, caliente y sensible.
El omega sonrió.
—La noche es joven—susurró bajo, como un hechizo seductor lanzado solo para él.
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