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«CAPÍTULO II»:

Imperio Lunaris
Asmax, Monarquía Park
Diez años atrás.


—¿Qué haces aquí? La fiesta no será en los establos, JiMin —La voz del rey MinHo se escuchaba más cerca a cada paso que daba. JiMin no alzó la vista o prestó atención al alfa, su mirada se mantuvo tan perdida como hasta el momento y el polvo en sus botas negras parecía más interesante que nunca—. JiMin.

—No quiero ir —masculló mientras jugaba con sus pies—. ¿Puedo quedarme aquí? Igual nadie me extrañará. No ahora, quizás nunca.

MinHo observó a su hijo en silencio, el adolescente permanecía sentado en las gradas que rodeaban el campo de entrenamiento, su postura floja y descansada lo hacían ver un poco más pequeño y frágil de lo que realmente era. El joven príncipe jugaba con sus extremidades acompañadas de una mirada ausente.

MinHo suspiró, su lobo estaba un poco más que alterado, ahora que su pequeño se había presentado como Omega, su vida sería una constante lucha entre su parte racional e instintos, donde esperaba siempre ganara la lógica o MinHo terminaría por encerrar a su retoño y no dejar que nadie respire en su dirección hasta que cumpla cuarenta años.

—¿Qué te preocupa? —preguntó en voz baja, JiMin apretó los labios. El omega se tomó un par de segundos antes de alzar la mirada en dirección al alfa, los orbes brillantes y dulces parecían estar empañados de una oscura y desolada tristeza—. Cachorro.

—Soy un omega —La síntesis fue acompañada de una mueca que no cumplió su cometido. JiMin sintió las lágrimas rodar por sus mejillas, unas que limpió con furia y rapidez—. Un omega macho.

MinHo alzó una ceja con entonada incomprensión.

—No veo el problema. Ser omega es tan válido como cualquier otra casta —JiMin chistó molesto.

—Dile eso al Imperio —rebatió con sorna.—En cuánto les lleguen las buenas nuevas al Gran Concejo dejaré de ser viable para cualquier cargo relevante, intentarán que me case con un alfa lo suficiente bueno y no podré negarme.

MinHo parecía genuinamente sorprendido ante el razonamiento de su hijo menor, el joven lucía abatido, agobiado por pensamientos propensos a un futuro incierto y quizás erróneo. Él alfa se agachó a su altura y levantó el mentón del joven con suavidad y ternura. Su hijo era un niño feliz, brillante y dulce, un chico de apenas trece años que no debía preocuparse por cosas de tal calibre. No a su edad.

—Déjalo ir, cachorro. No tienes edad para preocuparte por esas cosas —JiMin abrió los ojos, parecía conmocionado—. Además, el Imperio no puede obligarte a ello, no lo permitiré. Eres mi hijo, tu felicidad está por encima de cualquier cosa.

—¿Incluso del deber a la corona? —MinHo apretó los labios ante la mención de los votos prescritos. JiMin sonrió con tristeza—. Veo que no.

—Tu madre es una omega, y de las mujeres más fuertes, inteligentes y voraces que he conocido. Una reina por derecho propio, que es amada y alabada por sus habilidades. En Asmax la casta no es la definición del éxito, y lo sabes.

—Mamá es una mujer omega, y yo, el único de género masculino que ha visto la monarquía Park en años —Negó—. No es igual. Las cosas cambiarán.

MinHo negó con una sonrisa.

—Sigues siendo Park JiMin, príncipe de Asmax —El omega dejó caer la frente en el hombro de su padre al ser abrazado—. Tu hermana no va a dejar de amarte por algo así, mucho menos tu madre o yo. Creí haber dejado en claro mi posición respecto a las castas cuando nombré a SeulGi como heredera al trono.

—Es su derecho.

—No para el Imperio —corrigió con suavidad, acariciando el cabello del omega.— Tu madre está muy emocionada de tener otro omega en la familia. Yo estoy orgulloso de ti, y SeulGi posiblemente no dejará de molestarte sobre cuántos alfas intentarán pretenderte —se alejó y besó su mejilla—. Somos familia, JiMin. Nada podrá cambiar el amor que sentimos por ti.

—Nuestro pueblo…

—Estará agradecido de tener a un príncipe tan inteligente, amoroso y hermoso entre sus regentes.

JiMin apretó los labios, observando los ojos claros de su padre, no era solo el humano, el animal también era parte de ese intercambio, el alfa dispuesto a proteger a sus cachorros del mismísimo demonio si era necesario. El omega respiró hondo, limpiando las lágrimas traicioneras que no había podido retener.

—Gracias —susurró. MinHo asintió y dio otro abrazo, el aroma a menta, eucalipto y sandía, era como bálsamo a su ser, y para esa pequeña lobita que estaba surgiendo en su interior y sería su compañera de vida, su alma. Una risa nerviosa y apenada por tanto drama por parte de JiMin rompió el momento padre e hijo.

—¿Listo? —preguntó el alfa. JiMin asintió. Ambos comenzando su camino hacia la sala de fiestas donde todos esperaban al cumpleañero para su presentación como omega y la celebración de sus tiernos trece años.

—No me quiero casar —soltó JiMin con voz decidida—. No hasta los cuarenta.
MinHo asintió con una sonrisa cómplice.

—Así será.

Actualidad:
Mar de Los Muertos Frontera
Puerto principal de Craenia.


Hace tiempo, cuando aún bailaba entre las aguas de la niñez, su padre le dijo que para todos habría un momento de infinita indecisión, donde la vida pondría pruebas cada vez más difíciles, antes de finalmente brindar el sosiego de la victoria. Y entonces, estos guerreros tendrían dos opciones: alzar la espada y luchar o retroceder y correr. Según su padre, cualquiera de las dos podrían terminar siendo viables, estúpidas o inteligentes en la persona correcta.

«Todo estará bien, cálmate,» Susurró su loba con tranquilidad, moviendo la cola, acostada en el suelo. JiMin podía verla en alguna especie de prado lleno de flores, un oasis. El omega respiró hondo, intentando concentrarse en el hermoso pelaje blanco y los ojos azules de su parte animal. «Estoy contigo, sea vivir o morir, nunca te dejaré. Siempre juntos, ¿Recuerdas?,» JiMin asintió como si la tuviera frente a sus ojos.

En Asmax, una vez los cachorros alcanzan la edad de entre los doce y quince años, manifestando así la que sería su casta por lo que resta de vida, se trabaja en el contacto de los mismos con su lado más primitivo, hasta que existiera una conexión tan fuerte que actuarán como uno, incluso tomando un juramento de vida en el que lobo y humano se comprometían a siempre velar por el otro, o de lo contrario y hacer algo que ponga en peligro a la otra contraparte, moriría.

JiMin sabía que su loba nunca lo dejaría a la deriva, no obstante, el pobre intento de Igna en calmar y hacer sentir un poco más tranquila su alma, solo lo llenaba de una incertidumbre arrolladora y tétrica, además de válida, si tiene en cuenta que hasta hace un par de horas, antes de cruzar el mar negro y finalmente estar cerca de las aguas de Craenia, Igna estaba aún tan renuente como él a todo esto.

Y entonces, allí estaba, a nada de entrar en las tierras de Craenia, sabiendo que su mundo daría un giro de ciento ochenta grados para siempre, lo peor, es que no sabía qué tan positivos o negativos serían estos cambios.

JiMin tenía más que asumida la idea de que todo esto no era más que un simple acuerdo político, una alianza forzada por el miedo y la incertidumbre, alimentada por la desesperación y una amenaza de guerra. Una estrategia pactada ante el aliciente de salir victoriosos en una contienda que no daba pie al retroceso. Ni Craenia o Asmax, querían semejante unión.

Craenia y Asmax han sido enemigos por años, no se han alistado cañones o alzado las armas, tampoco desenvainado espadas, pero se sabe, se nota la tensión. Son dos naciones que se han llamado por más apelativos hirientes de los que se puedan recordar. Esta ha sido una guerra silenciosa que ha avanzado décadas y no daba augurios de querer terminar.

Para Asmax, los del trono de rosas no eran más que escoria; y para Craenia, los del trono de oro no eran más que bárbaros. Una enemistad que comenzó con la fractura de una gran hermandad y la muerte de dos lycans, e incluso si la verdad de tal suceso nunca fue documentada, tuvo el peso suficiente para distanciar a dos pueblos ya separados por el mar.

Por años, Asmax estuvo abierto a nuevos inquilinos, siendo un pueblo de lycans, contrario a muchos reinos en la actualidad, se daban el lujo de no haber perdido el contacto con su parte animal, con sus lobos. Ellos se sentían orgullosos de tener ese lazo íntimo y ancestral otorgado por la Diosa Luna y el dios Fenrir, algo que para el reino de Craenia era una aberración, ya que según ellos, con las bestias venían los instintos y estos eran el camino a la decadencia.

El omega recuerda que, la única vez que dejaron entrar a foráneos en sus tierras, fue como abrir las puertas del infierno y dejar entrar al mismísimo diablo. JiMin no se engaña, ha conocido personas maravillosas en sus viajes a otros continentes, quizás entre los súbditos de Craenia las haya, pero su realeza es tan arcaica y cerrada, que se permite a sí mismo el lujo de la duda.

No había marcha atrás, todo había sido explicado detalladamente, ni siquiera los gritos de su madre o la disposición de su hermana a tomar su lugar y peso en esta tregua, pudieron salvarlo de tal destino.

El rey de Craenia fue preciso. «Solo el hijo omega, para unirse en matrimonio con su hijo mayor, y alfa». JiMin al saberlo lloró por días, sí que lo hizo, sin embargo, era una verdad absoluta. Debía contraer matrimonio o muchos cuerpos sin vidas y ensangrentados, sería el cuadro que lo perseguiría toda su vida.

—Estamos cerca, hemos entrado finalmente en sus dominios, pronto arribaremos al puerto —JiMin asintió al escuchar la voz de NamJoon.— Le recomiendo prepararse y respirar hondo, príncipe. Lo necesitará—Completó antes de alejarse. JiMin se acercó hacia el centro del barco.

Los orbes aguamarina de JiMin relucían, el cabello negro, largo y rizado, suelto por todo su torso, acentuando su silueta y rasgos, finos rasgos de tez blanca y labios gruesos. Su esbelta figura estaba envuelta en una camisa blanca de lino blanco con cuello alto y una corbata de seda verde claro, acompañada de unos pantalones negros ajustados, botines de cuero oscuro, lustrosos y bien pulidos, de tacón alto y cordones prietos, junto a una fina cadena de oro, pequeñas argollas y un vistoso anillo dorado.

JiMin miró al cielo y cerró los ojos, entrelazando ambas manos en su espalda baja, devolviendo la mirada al frente, cada vez más cerca de su destino.

El barco arribó a la orilla, las anclas fueron echadas y el tablón puesto para su entrada a las tierras craenianas. JiMin llevó aire a sus pulmones, su loba asintió brindando su apoyo, y con ello, JiMin dio el primer paso, seguido de sus guardias y damas de la corte.

A cada paso que daba, el omega podía sentir aumentar la incertidumbre y el nerviosismo devorando su cuerpo. Ganas no le faltaban para dar media vuelta y salir corriendo sin mirar atrás, más no lo haría, no era un lujo que pudiera permitirse, así que controló su aroma, evitando dejar sus emociones en evidencia.

Las lágrimas y las huidas, solo lo harían parecer débil. Los omegas de su reino eran guerreros, lycans fuertes llenos de valor y él, no sería menos. Estaba frente al enemigo, casamiento o no, acuerdo político o no, debía estar alerta y listo para cualquier cosa, eso era lo mínimo que podía hacer.

—Sea bienvenido a Craenia, príncipe omega de Asmax—Saluda un señor con traje verde limón, porte elegante, ojos arrugados, tez pálida, aura altanera y bigote—. Mi nombre es Han MinSuk, he venido a recibirlo en nombre de la corona de Craenia.

JiMin lo observó de arriba hacia abajo, inhalando sutilmente el aire alrededor, «Uva» intentó captar algo más, sin embargo, no era necesario. MinSuk era un beta.

JiMin sonrió con total hipocresía al sentir como su loba parecía interesada y ligeramente molesta. Sus padres le habían enseñado desde muy pequeño que las visitas de carácter real deben ser recibidas por la corona, y no por cualquiera en supuesta representación de la misma, por tanto, el hecho de que nadie de la monarquía craeniana asistiera a recibirlo, era una clara muestra de lo que le esperaba.

JiMin apretó las manos en puño, controlando su enojo. En otro instante JiMin habría dicho las palabras necesarias y demostrado su carácter, sin embargo, justo ahora eso no lo llevaría a nada, excepto dar veracidad del poco exacto pensamiento que tenían sobre Asmax y su gente.

—¿Qué puede ser tan importante para que los reyes no hayan oficiado mi recibimiento? —preguntó. MinSuk miró a los integrantes de su séquito antes de darle una sonrisa.

—Asuntos de vital importancia para la corona, mi señor. No obstante, esperan por usted en palacio con la mejor disposición —JiMin alzó una ceja mirando al hombre.

—Ya veo —El beta asintió.— Quiere decir que mi llegada a Craenia no forma parte de esos “Asuntos cruciales” ¿Es así, señor Han?

MinSuk pareció entrar en pánico y negó rápidamente, las damas y guardias mirándolo con diversión.

—Bien, lléveme con su alteza.

MinSuk observó al príncipe omega con curiosidad. Desde que se había dado a conocer el acuerdo político, todo parecía girar en torno a ello, cada conversación en el reino era sobre cómo luciría el príncipe y qué tan bárbaro era.

Ahora, todos veían el carruaje pasar, y en él a un hermoso hombre de cabellos oscuros, seguido de un séquito de mujeres y hombres, fuertes y expresivos, así como de gran belleza. Todos tenían algo que decir al respecto, betas, alfas y omegas, murmullos que acompañaron el viaje hasta las puertas del gran castillo. JiMin ni siquiera reparó en la estructura y se dedicó a seguir a MinSuk.

—Mi rey, el príncipe omega de Asmax, Park JiMin, ha llegado —presentó MinSuk, dejando al joven a la vista de los monarcas, quien dio un par de pasos acercándose al comienzo de las escaleras que daban al trono.

—Park JiMin, hijo del rey Park MinHo y la reina Park Jessi. Príncipe omega y segundo heredero al trono de Asmax —se presentó ante los reyes, saludando con un sutil movimiento de cabeza.

—Es un honor, príncipe Park. Bienvenido sea usted y su corte a las tierras de Craenia —respondió Jeon HeSong, alfa y rey de Craenia, con canas moteadas, ojos grises y una apretada sonrisa, usaba un traje negro con chaleco oscuro con bordes dorados, una camisa blanca de cuello alto y corbata negra y zapatos de vestir.

A un lado de este se encontraba quien debía ser la reina, con rostro serio y pulcro silencio; el aroma golpeó a JiMin, ella era una alfa. El tono amargo de su aroma casi lo hace vomitar; era una mujer alta, delgada, de cabello castaño y ojos verdes. Usaba un vestido azul profundo, de corte ceñido al cuerpo, con un escote elegante y discreto, acompañado de un chal de corte ligero.

Al otro lado, un chico de cabellos castaños, ojos esmeraldas y finas facciones, envuelto en un traje azul claro con rayas finas y un chaleco azul oscuro, dueño de un intenso aroma a «café». Un beta.

JiMin desvió la mirada más allá del joven, encontrando un hombre de cabello castaño oscuro, ojos tormenta y cuerpo macro abrazado por un traje de tres piezas gris oscuro, de rayas finas blancas y un chaleco a juego, camisa blanca de cuello alto y una corbata roja con diseño de flores y zapatos de punta redonda, piel y cordones, con un pequeño tacón.

El rey HeSong se acercó hasta el príncipe omega y tomó de la mano.

—Sé que no hemos tenido las mejores relaciones durante los últimos años. No obstante, espero nos brinde la oportunidad de hacer de Craenia su nuevo hogar —dijo. JiMin sonrió.

—Lo espero con ansias, alteza —correspondió mirando por encima del hombro del rey con fingida empatía. Su loba gruñó y JiMin juró verla sonreír como solo un lobo podría hacerlo.

La tensión se sentía en el ambiente, todos en silencio y alerta. JiMin lo sabía, había entrado a un campo de batalla donde sus opciones eran morir o terminar herido, pero jamás ileso.

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