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«CAPÍTULO I»

Sur del Imperio Lunaris
Asmax, Palacio Real:

—Sentí la sonata del cuerno anoche. Imagino que ya han tomado una decisión con respecto al acuerdo político.

La mañana llegó y con esta, la realidad que parecía abofetear su rostro con una fuerza que ya le era imposible de ignorar. Anoche, una vez que el cuerno había dado su última tonada de informe cuál melódico lamento–tanto que incluso juraba haber escuchado uno que otro lobo aullando junto a la misma–pero tan cálida que podría ser hermosa a oídos de quien realmente supiera apreciar su belleza.

La última vez que JiMin había tenido la desdicha de escuchar el lamento del cuerno, era apenas un cachorro y su padre partía a la guerra, sus memorias de esa época eran algo difusas, pero eso, lo recuerda bien.

El silencio en la mesa era simplemente gélido, incluso los cubiertos pasaron a un completo mutismo, la servidumbre parecía aguantar la respiración y los aromas mezclados creaban un ambiente casi insoportable.

JiMin deseó por un segundo estar en cualquier otro lugar que no fuera el comedor, tan incómodos como se sentían él y su loba, era lo mejor. Su aroma estaba a flor de piel, los nervios y el enojo no habían mermado y lo estaban llevando en espiral decadente que hacía imposible el no desprender feromonas por doquier.

Justo ahora, con la magnitud de su propia esencia junto a las de su hermana y madre esparcidas por la habitación, podría simular estar en un jardín lleno de rosas; JiMin nunca había querido escapar de algo con tanta desesperación. No había logrado conciliar el sueño en toda la noche, e Igna, su loba, no paraba de moverse alrededor por los espacios de su mente.

Honestamente, dudaba de poder descansar debidamente en lo que le quedaba de vida, eso junto a su reducido apetito, quizás lo hicieran morir de cansancio antes de llegar a Craenia.

—Tienes razón —contestó el rey tomando un sorbo de agua, mirándolo directo a los ojos.

Park MinHo, alfa y rey de Asmax, un hombre que para Asmax era el vivo ejemplo del sacrificio. Las marcas que portaba en su espalda, cuello y abdomen son la prueba de sus más fervientes luchas, y según él, la única recompensa que recibió a lo largo de los años y que lo mantuvo dispuesto darlo todo era su familia.

Su esposa, Park Jessi; su hermosa mujer y omega de piel aceitunada y ojos verdosos, y sus dos hijos, Park SeulGi; primogénita y heredera que se había presentado como beta, junto a Park JiMin, el único omega masculino perteneciente a la monarquía Park en los últimos veinte años. Ellos eran su ancla, su manada, aquellos para los que siempre tenía reservada una sonrisa. Pero ahora, el atractivo y masculino rostro se encontraba estoico, con expresión imperturbable y serena.

No obstante; JiMin leía mucho más allá, sabía que si su padre tuviera el poder para cogerlo de la mano y meterlo en una caja de cristal, no lo pensaría dos veces. Los ojos grises, opacos, casi negros por las propias emociones del alfa, hicieron a JiMin bajar la mirada por un segundo, antes de recomponerse y mirarlo con decisión.

—¿Cuándo parto hacia Craenia? —El rey MinHo no desvió la mirada, ante la actitud de JiMin.

—Esta misma tarde—Dijo esta vez, con pesado tono.

JiMin había llorado por horas ante la positiva alianza entre Asmax y Craenia, sin embargo, el hecho de que la guerra era imparable y que la vida de todo su pueblo estaba en juego le había hecho–aun con dudas–dar su brazo a torcer.

JiMin asintió, su aroma incluso más fuerte, pero esta vez agrio. El omega no quería parecer débil, de hecho, él jura que no lo es, pero todo esto lo estaba sobrepasando a pasos agigantados. Sin emitir palabra alguna se dio un sorbo de vino antes de tomar un bocado de comida entre los labios, tragando con fuerza, esperando hacer más fácil la tarea de ingerir el más mínimo alimento. Su vida no terminaba, esta era una prueba más en su vida, tenía que serlo.

—Entenderé si por un segundo dejas esa terquedad y rigidez tan impropia de tu persona y te comportas como el joven que eres.

JiMin negó ante las palabras de su padre y siguió comiendo con fuerza, empujando las cucharadas de comida en su boca y olvidando la etiqueta, con la evidente tensión y fuerza marcada en sus rígidos movimientos. Su aroma podía sentirse a lo largo de los pasillos, haciendo que los alfas alrededor quisiera protegerlo, incluido su padre.

—Sé que no quieres esto, y no sabes lo orgulloso que estoy de que pongas a nuestro pueblo por encima de ello. Te lo digo como padre y alfa, eres un heredero digno del apellido Park.

JiMin no respondió, masticó la comida casi atragantándose con ella, la mirada de su madre y hermana–hasta ahora en silencio–debían estar bañadas de dolor. La evidente tristeza que desprendía su progenitora era evidente. Ambas sabían que se estaba conteniendo a sí mismo, siempre se comportaba de tal forma cuando no quería hablar y dar rienda suelta a su furia.

JiMin sintió los brazos de su padre alrededor de su cuerpo, al igual que su aroma: «Menta, eucalipto y sandía», cálido y hogareño, como si quisiera hacerle entender que todo estaría bien. El alfa de su padre mandó un sentimiento cálido a su loba, y dejó un beso en sus cabellos.
JiMin miró a un lado encontrando los cristalizados orbes de su progenitor, tristes, pero con ese retazo brillante que él conocía tan bien.

—Eres mi niño, JiMin, y este alfa lamenta pedirte tal sacrificio. Espero que algún día puedas perdonarme —susurró MinHo.

JiMin no pudo retenerlo por más tiempo, las lágrimas rodaron por sus pálidas mejillas, el llanto brotó de su pecho y emitió sonido desde lo profundo de su garganta, uno que demostraba el dolor que cargaba, acompañado de su loba, quien aulló con fuerza en un canto agónico y cargado de simpatía.

Su padre lo abrazó y permitió dejar ir todo su dolor mientras su madre y hermana observaban la escena con congoja, y la servidumbre suspiraba de pena.

«La familia sobre la familia, y sobre esta solo el pueblo», ese era el lema de la corona de Asmax.

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La tarde tocó las aguas del puerto y JiMin se despedía de su madre, padre y hermana con sonrisa tambaleante y melancólica, acompañado por el cariño de todos aquellos que se habían reunido alrededor de la zona con la única intención de verlo partir. Su madre lo miró con sus brillantes ojos verdes, dándole un beso en la frente antes de abrazarlo y darle su bendición, dejando salir su aroma a «Miel, Piña y Galletas» como si quisiera brindarle un último recuerdo.

SeulGi no se quedó atrás, esparciendo su aroma a «Piña», y lamentando por enésima vez por no poder ocupar su lugar. Finalmente, el omega bebió la figura imponente de su progenitor, quien no dudó en devolverle la mirada, parecía existir una silenciosa batalla entre ambos. El rey fue menos emotivo–justo como su casta lo dictaba–y lo abrazó con fuerza, corto y férreo.

—Siento que me ocultas algo. ¿Debería preocuparme? —La voz de JiMin fue suave, sus ojos brillantes reflejaban su pesar, MinHo respiró hondo y sonrió.

—De todos siempre has sido el más inteligente —Alzó la mano y acarició el rostro de su hijo—. Ten mucho cuidado, JiMin. No importa qué, tu seguridad es la prioridad.

—Entonces desiste. Estamos a tiempo —El rey se mantuvo en silencio—. La última vez que uno de los nuestros viajó a Craenia con la intención de casarse, nunca regresó ¿No temes por mi destino? Esta podría ser la última vez para ambos. Mamá no lo soportará y SeulGi vivirá sumergida en la culpa.

—Eso no pasará —La seguridad en su voz hizo a JiMin desviar la mirada hacia su madre y hermana. La reina sonrió en su dirección.— Conozco el hombre que he criado, sé que podrás con todo lo que se presente. Eres digno heredero del apellido Park —tomó el mentón del omega y lo alzó en su dirección—. Aspor nos ha declarado la guerra, todo por negarnos a luchar a su lado ¿Sabías que Craenia está en esta posición por negarse a ir en nuestra contra?

JiMin suspiró.

—Esta no es la solución.

—Tendrá que serlo por ahora. Lo siento —JiMin abrazó a su padre, este le devolvió el gesto, dejando ir su aroma. JiMin tomó largas inhalaciones, apretando las manos en puños alrededor del ropaje de su padre, como un niño que no quiere dejarlo ir—. Te amo, pequeño omega.

JiMin se alejó de su padre, besó las mejillas de cada uno de los miembros de la familia real y se alejó a pasos lentos, inclinando su espalda en noventa grados, en señal de respeto.

—Paz y Victoria a Asmax —dijo en alto, su padre asintió y ambas, Jessi y SeulGi hicieron una venia, repitiendo sus palabras.

JiMin miró una vez más al gentío, allí estaba su gente; omegas, alfas y betas a los que podía llamar familia, incluso si no era de sangre, cachorros que merecían un futuro tanto o mejor que un presente lleno de guerras.

Con cuidado se paró de frente a estos y con suavidad colocó las rodillas en suelo, se inclinó sobre la grava del puerto, descansando su frente en ella, dejando un beso. Se levantó y dio media vuelta subiendo al barco, quedando de espaldas a todos, aguantándose de la madera, rogándole a su loba que no lo dejara caer.

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El aroma lo golpeó incluso antes del sonar de los pasos en la madera, «Tierra mojada y Canela» junto con el inquietante toque metálico y sangriento, algo inaudito y real como el hombre a su lado.

—Tranquilo, omega—Pidió con voz suave.

JiMin volteó y brindó una escueta mirada al igual que una sonrisa, una sonrisa pequeña y tensa que le costó las fuerzas que no tenía.

—Le pides demasiado a este pobre omega, NamJoon —Su voz salió forzada y triste, baja y uniforme, sin despegar la mirada de las saladas aguas.— Hoy comienza mi camino a contraer nupcias con el enemigo. Un alfa que seguro intentará hacerme vivir un infierno.

JiMin runció los labios en una mueca y negó, tanto él como su loba se sentían derrotados y enojados por no poder hacer nada al respecto.

—La calma que me pides dista de ser una opción. Ni siquiera mis dioses me salvarán de esto, quizás es hora de resignarme, incluso si no lo acepto. Esto dista de ser justo.

—De estar en mis manos, nunca tendrías que cruzar el mar. No estoy a favor de esto. «Igor» tampoco —respondió. El príncipe sonrió al ver al humano y a la bestia dentro de él–Igor–igual de preocupados por él.

JiMin sonrió desprendiendo su aroma, con toques del más puro y dulce amor. NamJoon también dejó ir el suyo, era una brisa de apoyo, una caricia de cariño que valía más que cualquier cosa. Entre omegas esa era una de las mayores muestras de afecto y él no podría comportarse de otra forma, él siempre buen y dispuesto NamJoon.

—Está bien, ya no importa. Asmax necesita a Craenia, no hay más que decir —Se encogió de hombros—. Mi loba y yo lo sabemos. Solos no podremos contra el reino de Aspor, y Craenia quedará reducida a cenizas sin nosotros.

JiMin giró el rostro observando el omega a su lado; alto, fuerte, lleno de músculos, de cabello blanco y lacio, cejas simétricas y adornadas con un aro de oro, ojos mieles, labios finos y piel oliva ligeramente tostada por el sol.

JiMin alzó la mano izquierda en dirección a la mejilla de NamJoon, una caricia sutil que hizo a NamJoon cerrar los ojos y sentir. JiMin sonrió, iba a extrañar a ese omega con todo su corazón, a su chico, a su querido NamJoon. Irían juntos, pero la unión no sería la misma.

—¿Crees que ellos han aceptado de buena gana? —preguntó retirando la mano y sin dejar de sonreír, con ojos tranquilos al igual que su postura, pero un corazón retumbante e inseguro—. Años de malas intenciones no se olvidan, cariño. Y estamos tan necesitados del otro, que he de cruzar el mar y contraer matrimonio con el heredero del trono de Craenia.

—Una palabra, JiMin, una sola y te ayudaré a desaparecer. No habrá alfa, beta u omega que pueda encontrarte, solo pídelo.

JiMin negó dando una casi imperceptible y–se puede decir–tímida risa. Respiró hondo y miró al mar, cerrando los ojos, deleitándose con el viento que soplaba por todo el puerto, el salitre, el sonar de las olas y el sol, calentando su piel.

—JiMin, por favor.

—No puedo, sería una ofensa al trono y acabaría en una masacre —aceptó con un atisbo de dolor, sus ojos amenazaban con cristalizarse.— Lo pensé muchas veces, la diosa Luna y Fenrir son conscientes de ello. Recé por libertad, NamJoon, pero no puedo huir y dejar a todos atrás como si no valieran mi sacrificio. Llevo una corona, y con ella, todo un pueblo sobre mis hombros. La vida de cada asmaxita pesa en mi conciencia; no puedo dejar morir a todo nuestro pueblo por perseguir una felicidad que nunca conseguiré. No, realmente.

—Serás miserable.

JiMin sonrió ante sus palabras y asintió, como si el alma no le pesara.

—Entonces, que así sea —dejó ir un suspiro y brindó un último adiós a su patria—. Si esa es la voluntad de los dioses, que así sea.

Esas fueron las últimas palabras que oyó el reino de Asmax de los labios de uno de sus herederos, en el hermoso puerto de Uprad, capital de Asmax.

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