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«Prólogo»

Reino de Craenia Monarquía Jeon
18 años atrás:

Aún podía sentirlo dentro de sí, sin piedad y abriéndose paso. Los gritos desesperados que dejó ir parecían resonar en las paredes, e incluso el dolor que debieron provocar sus uñas al encajarse en la piel del alfa, no fueron suficiente para detener el acto.

Estaba cansada. Todo en ella dolía. Quería llorar, gritar y maldecir hasta hundirse en la completa desesperación y el odio que se arremolinaba dentro de su pecho. Su loba gimoteaba con la cabeza gacha y llena de tanta vergüenza como miedo «Ada» susurró, esta no se movió ni un ápice y cerró la conexión entre ambas.

Ella se removió entre las sábanas llenas de sangre, cayendo al suelo cual marioneta a las que sus hilos fueron cortados. Arrastrándose y tomando fuerza, se apoyó en los muebles y paredes, abriendo la puerta por la que «Él» hace solo un par de minutos había salido.

El castillo brillaba entre las penumbras, donde las antorchas encendidas le daban un estado tétrico y horrible. Era un hueco lleno de serpientes venenosas que parecían disfrutar enrollarse al alrededor de la piel ajena, jugando lentamente con la cordura, apretando dulcemente alrededor de sus víctimas hasta que arrebatarles un último suspiro.

Los pasos llamaron su atención y su loba volvió a conectar con su humana. Ambas entidades giraron a ver los corredores, encontrando un par de ojos jade que le miraban con horror, tapándose los labios como si quisiera evitar soltar un grito de espanto. Ella respiró con dificultad, apoyándose en la pared de una prisión que alguna vez consideró un sueño, sonriendo con las pocas fuerzas que le quedaban antes de retomar su camino.

Ella sabía que las cosas no cambiarían y que su vida entre las cuatro paredes del palacio real de la monarquía Jeon, estaba condenada a la tortura y el llanto, además de una muerte lenta y violenta a manos de «ese hombre».

Ella elegiría su propio destino.

Caminando por el pasillo, salió al exterior, y sentándose en un descampado cerca a los jardines, tocó su vientre levemente hinchado. Allí, el único recuerdo de su gran amor, ahora en el más allá con los dioses.

Cerrando los ojos el delgado y femenino cuerpo tembló. Tomando una hermosa horquilla de plata con una rosa de adorno y punta filosa, la mujer llena de dolor, cortó la cara interior de su brazo de forma ascendente, desde su muñeca hasta el codo, apretando los labios para no gritar.

Los hilos de sangre empaparon el suelo «No seré la única que quede en completa agonía». «¿Estás segura,» preguntó su loba. Ella asintió. La bonita loba blanca maltratada y débil se puso en pie con dificultad, estaba empapada en sangre y con las patas lastimadas. «Una maldición para una monarquía. Una maldición para un hombre maldito».

Con mi sangre escribo tu nombre. Con mi sangre maldigo tu estirpe. Yo te maldigo a ti, Jeon HeSong, rey de Craenia... Maldigo tu sangre, tu cuerpo, mente y espíritu.

Las palabras fueron escritas con sangre, con furia, dolor y agonía.

Morirás lentamente. La putrefacción de tu alma tomará cada parte de ti, sufrirás una pena eterna y verás a tu gran linaje caer a pedazos...

La omega siguió escribiendo, susurrando y sonriendo cuando la luna alumbró su piel y sacrificio, al mismo tiempo que su pacto era sellado y los guardias acompañados del rey llegaban. Ella se puso en pie, sin miedo y sin nada que perder. El grito indignado de HeSong al ver el ritual fue suficiente para saber que era el final. La pérdida de sangre y el maltrato a su cuerpo la hizo caer al suelo.

Ella sonrió y cerró los ojos, dejando ir un susurro «Por mi sangre te maldigo, Jeon HeSong, y solo por mi sangre podrás liberarte» antes de finalmente caer en los brazos de la muerte.

Esa noche, el destino de todo quedó sellado para siempre.

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