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Prólogo.

Prólogo.

—¿Para qué me trajiste aquí?—le pregunté a mi padre.

Nos encontrábamos en un parque a un par de metros de casa. En estos días hacía demasiado frío, y no era la mejor hora para estar fuera. El viento me rodeaba la piel, convirtiendo todo en un ambiente tan gélido y a la vez tan pacífico que los pensamientos inundaba. El espacio. Mi padre para traerme había sido un "debemos hablar", sin más explicación.

—Debo contarte algo—comenzó unos segundos más tarde, habiéndome dejado ya bastante tiempo para llenar el cerebro de incógnitas.

Me coloqué un mechón de mi cabello detrás de mi oreja, sintiendo como el viento llegaba hasta lo más profundo de mi piel. Nunca volvimos a tener la misma relación después del accidente; apenas nos dirigíamos la palabra y el hecho de que mi padre trabajase hasta altas horas de la noche impedía que siquiera dialoguemos. Ninguno de los dos seguía siendo la misma persona después de aquel día.

Ese día iba a ser la excepción, lo sabía. Mi corazón latía de manera desenfrenada, esperando impacientemente a que por fin me contara lo que tan importante era, sabiendo igual que las posibilidades de que sea algo bueno eran muy escasas.

Agudicé mis oídos cuando noté sus labios separarse.

—Debemos irnos—Lo miré, confundida. Los signos de la edad y su duro trabajo eran evidentes: ojeras de un tono casi negro que opacaban sus ojos verdes y arrugas—. Cariño, no es bueno estar aquí... Todo este ambiente es una tortura tanto para ti como para mí...—Se tomó un respiro corto, perdido—. Además, he conseguido un trabajo en California y uno de los hermanos de tu madre nos puede vender su casa de verano—Paró de hablar de repente, deteniéndose al percatarse mi sorprendida expresión. Demasiadas ideas "positivas" que querían ocultar lo que estaba entre líneas—. Podríamos tener una vida nueva allí, dejaríamos esta vida atrás... Sería como empezar de nuevo, ¿puedes entenderme?

Estuve totalmente en contra de su idea al instante: no quería abandonar a la gente que quería. Mi deseo era mantener cerca aquello que siempre he conocido, ya que había demasiada gente importante para mí lejos, sin contacto alguno. En ese momento lo más importante era mantener a esas pocas personas que me quedaban junto a mí, aferrarme a los recuerdos que me proporcionaban. No necesitaba una vida en un lugar desconocido sin la presencia de mis seres queridos. Sin todo lo que ha representado mi vida.

—Pero aquí están mis amigas, la gente que conozco. Y-yo no puedo irme de aquí—Mi voz era como una súplica, en busca desesperada de algo de piedad. Odiaba la idea, pero de alguna manera podía entenderla: el sufrimiento mutuo jamás había acabado. Mi padre ya no era el mismo hombre sonriente, con aquella mirada enamorada cada vez que miraba a mi madre y cariñosa cuando nos miraba a nosotras: Marlene y yo. Y lo entendí: ninguno de los dos podría seguir viviendo al igual que antes. Ambos estábamos vacíos, porque toda la felicidad se fue cuando quedamos solo los dos.

Alli—me llamó cuando se puso de pie. Levanté la mirada, corriendo las lágrimas que se escapaban de mis párpados—. Podrás comenzar después de las vacaciones de Navidad, será una nueva vida... Allí podrás conocer gente nueva, hasta quizá tengas muchas más amigas.

»Hazlo por tu madre y tu hermana, ellas odiarían que te la pases el día llorando y recordando todos los días los mismos movimientos—Sin siquiera mencionarlo, sabía que él se consideraba parte de toda esa rutina de la que hablaba—. Si nos mudamos a otra ciudad, ya no tendrás algún lugar que nos haga sufrir... ¿No te parece mejor tener una nueva vida?

—Sí...—Mi voz se cortó automáticamente, librando el resto de lágrimas que descendían por mis párpados. Mi mente se contradecía de a ratos, sobrepasada por los pensamientos. No quería alejarme del único recuerdo que tenía de ellas, no quería olvidarlas... Pero sabía que si no seguía adelante, recordándolas pero no al punto de olvidarme de mi vida, jamás seguiría adelante.

Mi padre sonrió tristemente. Acto seguido, sus anchos brazos me cubrieron. Sentí la poca calidez hogareña que me quedaba en este mundo.

(...)

Guardé la última camisa que faltaba empacar, dejando mi habitación completamente irreconocible. Mis accesorios, mis zapatos, mis perfumes, mi ropa, mis sábanas, todo ya estaba guardado. Pasé el cierre de la maleta por toda ella, asegurándome de que nada cayera.

Hoy era el día en el que me iría de esta casa, en la que yacían muchos recuerdos. Hoy me despediría de mis amigas mías y conocidos.

Hoy dejaría todo atrás.

Todos charlaban con mi padre fuera, algunos llorando y otros felicitando. La casa se la quedaría algunos amigos de mi padre, que le pagarían a éste la renta cada mes. Tomé las maletas, y, colocándome la chaqueta, salí de mi habitación. Por cada lugar que pasaba, un recuerdo se instalaba en mi mente. Recuerdos de cuando corríamos con mi hermana, recuerdos de cuando mi madre nos abrazaba y decía "mis pequeñas princesas", recuerdos de cuando todo era diferente.

Bajé las escaleras con lentitud, observando todas las habitaciones vacías. Lo único que quedaba igual era la chimenea, donde mi madre nos colocaba en sus piernas y nos tapaba con mantas, cantándonos una canción de cuna a mí y a mi hermana. Podía sentir su cálido aliento a café y sus galletas recién horneadas. Sus bufandas coloridas que resaltaban hasta el día más oscuro. Su voz cantarina y sus ojos mieles que nos miraban con amor infinito. Los bailes clásicos, la radio a la madrugada, las series divertidas en las que las dos reían. Sus risas melodiosas, sus maneras de expresarse, sus miradas tiernas. Hoy todo quedaría atrás.

Cuando llegué a la puerta principal, antes de que todos me vieran salir, me giré y observé por última vez lo que sería mi antigua casa.

—Las amo—susurré con los ojos cristalizados. Cerré la puerta y pisé por última vez las maderas que mi madre había elegido al comprar la casa. Por última vez a todo, le dije adiós a mi vida antigua, y hola a la vida que estaba a punto de llegar.

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