XXVI. The usurper, the one-eyed man and the executioner
XXVI. El usurpador, el tuerto y el verdugo.
❝ He estado ahogado soñando este momento. Tan
vencido, se los debo a ellos. ❞
━━ ˓ ֹ 𖥻 LA BATALLA DEL GAZNATE DIO IMPORTANTES BAJAS Y ENTRE ELLAS ESTABA EL PRIMOGENITO DE LA REINA RHAENYRA. Desde luego, la imprevista perdida se trató de un golpe demoledor para el bando de los negros, pero, la caída de un hijo siempre se tratará de un martirio para los padres... Rhagnar Velaryon, rey consorte y señor de los mares se encontraba en un remolino de profunda tristeza desde que retorno a Rocadragón.
Las noches se transformaron en un letargo llenos de suplicios debido que, las memorias se convirtieron en blanco de pesadillas para el hombre que, al momento de cerrar los ojos, destallaba la sonrisa fantasmal del príncipe Jacaerys antes de abandonarlo para siempre. Consumido en la desesperación se refugió en la cama e ignoro las suplicas del exterior, haciendo de oídos sordos a las nuevas problemáticas que desataba la guerra.
Sobrevivió a la perdida de una hermana, de su hija neonata, de su dulce pequeño Lucerys, de su madre, de su dragón, de la deslealtad de su esposa, de su Viserys, pero ¿cómo afrontaría un mundo sin Jacaerys? sepultar tres hijos es lamentable... sepultar cuatro una tragedia.
En las madrugadas, contemplaba el vacío, sumergido en el delirio que le traía la vida de sus tres pequeños. Una imagen irreal se presentaba ante él: Luke, tan inocente, sonreía en la penumbra mientras cargaba con cariño a la niña que jamás conoció. A su lado, Jace se vislumbraba con orgullo, guiándolos, aunque este sostenía con fuerza la mano de Viserys. Eran los dioses crueles que lo obligaban a reaccionar para enfrentar la jodida realidad.
— Es tiempo de retomar el mando, hijo — trató de convencer Lord Corlys por milésima vez.
— Mi hijo acaba de morir, padre, lo vi caer del cielo— el susurró apenas logro ser audible entre ellos— ¿crees que podre comandar? estoy cansado, exhausto de esta puta guerra. Nuestros dioses me han abandonado, mi esposa lo ha hecho, estoy solo en esto.
— Yo también he tenido bajas, hijo— busco persuadirlo —tu hermana, tu madre, mis nietos, siento tú dol-
— ¡Me vale una mierda, padre! — subió el tono de voz y con ímpetu se descubrió las cobijas— tu sufrimiento es diferente al mío, ¿de acuerdo? vi como cada ser que he amado morir frente a mis ojos sin la posibilidad de interceder. Primero mi Laena, segundo mi Visenya, tercero mi Lucerys cuarto mi madre junto a mi dragón, quinto mi Viserys, y sexto mi Jacaerys ¿qué más debo pagar?
Lord Corlys boqueó. Anhelo confortar a su vástago, sin embargo, la constante negativa pasivo - agresiva obligo brindar espació, mientras Rhagnar se sumía en la oscuridad era Corlys que asumía como mano regente desplazando a un lado al príncipe canalla, trataba de dar lo mejor para que una vez su hijo recuperado tuviera todo el tablero preparado.
Desde entonces, Rhagnar se rehusó a ingerir alimentos en los días venideros, se aisló hasta más poder al punto que restringió la entrada de todo aquel que deseara ver, y las pesadillas se volvieron más tortuosas. De repente, comenzaron a surgir susurros indescifrables, palabras que se filtraban en su mente con un tono ominoso. Intentó ignorarlas, pero las voces se intensificaron hasta convertirse en aullidos desgarradores que reverberaban en su conciencia. Angustia pura se apoderó de él, una opresión en el pecho que dificultaba cada inhalación.
Las sombras cobraron vida propia, adoptando formas grotescas que se retorcían y contorsionaban en la penumbra. Sus hijos muertos lo miraban en la oscuridad señalándolo, emitiendo destellos lamentables que perforaban su alma. Sintió sus miradas penetrantes, como si pudieran escudriñar los recovecos más oscuros de su ser.
El suelo estremeció bajo sus pies, anunciando la llegada de un vórtice que se abría drente a él. Un vacío sin fondo lo atraía irresistiblemente, y sus manos se aferraron desesperadamente al borde mientras su cuerpo se inclinaba hacia el precipicio. El grito gutural resonó en sus oídos, un sonido que le erizó la piel y que parecía surgir de las mismas entrañas de la lobreguez... Las sombras se arremolinaban en la periferia de su mente, preludiando un oscuro escenario que estaba a punto de desplegarse.
Rhagnar se despertó empapado en sudor, el corazón martilleándole el pecho con fuerza. Aunque los alaridos fueron silenciados por un suave arrullo y una inesperada confortación.
— Estoy aquí, estoy aquí —Una delicada voz lo acogió.
En la distorsión creyó visualizar una cabellera flameante, sin embargo, en la agitación logro atisbar destellos plateados, en ese instante sin tener en claro si se trataba de una ilusión creada por su cabeza, se aferró como un marinero a su bote.
— Lo sé, lo sé, yo también llevo el peso de las perdidas — froto la espalda en busca de acunar los males.
— Perdóname por no protegerlo...Rhaenyra.
Tan juntos como separados. Ambos adultos por primera vez se desahogaron ignorantes de los cuervos que se avecinaban para entregar una nueva noticia.
Los rayos de sol se infiltraron causando que el consorte se despertara encontrándose una abrumante soledad, y rememorando las memorias de lo ocurrido en el anochecer, quizás, solo se trató de una lamentable jugarreta de su mente que anhelaba a su esposa, por lo tanto, con toda la fuerza posible se atrevió a ir y asearse pues, una extraña corazonada lo incitaba a querer prepararse.
Se coloco la armadura con dificultad.
— ¡tío! — Rhaena se adentró con brusquedad al aposento pese que, los guardias la forcejaban.
Rhagnar levanto la mirada encontrándose con el retrato de su hermana menor, Laena, trató de sonreírle, pero, reparo en el hecho de los orbes violáceos brillosos.
El corazón el palpito tan rápido.
— ¿Que suce-
El cuestionamiento murió por los labios de Rhaena.
— Ha caído, tío — murmuró cabizbaja— Rhaegon ha caído en Orillas del río Vinomiel.
Una mezcla de sentimientos lo envolvieron entre la tristeza hasta la colera que eso significaba. ¿Cuántos hijos tendría que sacrificar en una absurda guerra?, ¿cuánto dolor tendría que afrontar para prevalecer? sintió la calidez de su sobrina cubrirlo, las lágrimas ni siquiera surgieron ¿cómo podría después de estar padeciendo en los últimos días?
Con ayuda se levantó y ordeno que lo siguieran al salón del consejo, enfurecido, hizo acto de aparición tomando de sorpresa al comité que recién fue convocado.
— Atacaremos esta noche al puto desembarco — exclamó el nuevo señor de las mareas con profundo odio— será nuestro, de mi soberana. ¡Muerte a los traidores repugnantes!
— Esposo...
Una risa casi seca profano el ambiente tenso.
— ¿Tienes algún plan para atacar? — replicó el príncipe Daemon.
— Seré infiltrado en la fortaleza, príncipe se movió con determinación apoyándose en las muletas— ¿Cómo lograré infiltrarme? De eso me encargaré personalmente, pero lo seguro es que, una vez dentro, crearé un alboroto y enviaré señales al cielo. Ustedes, jinetes de dragones, harán su entrada para reducir los alrededores en cenizas— elevó la mano para silenciar a la reina, quien estaba lista para intervenir—. Enfrentaremos desafíos, morirán inocentes, pero saldarán las pérdidas que hemos padecido. Nosotros, leales, renaceremos de esa cenizas hacia un nuevo amanecer.
— Recuerda invalido estas, además de ser un estorbo en la batalla — siseó, acercándose.
Rhagnar dejó caer apropositó las muletas a un lado y, con un ágil movimiento desenvainó la espada que reposaba en sus caderas. La colocó a centímetros del cuello del príncipe, y los jadeos ajenos resonaron en el salón. Daemon aplaudió con una falsa empatía mientras las miradas entre ambos adultos destilaban un profundo resentimiento.
— Yo ayudare a mi señor, príncipe— una voz más grave hizo eco en el salón.
El señor de los mares descendió la espada lentamente. Se giro, el corazón le palpitó con mucha fuerza.
— ¡Harwin! — exclamó, una sonrisa se plasmó.
— Mi señor— se acercó el hombre que ahora portaba cabellos cortos, incluso yacía más fornido que la última vez que lo vio— Harrenhal continua en pie y al servicio de la legitima corona.
Los adultos no tardaron en estrecharse entre abrazos, grandes amigos obligados a separarse por la guerra, pero, nuevamente el destino los unía para dar el golpe demoledor final.
— Lamento tus perdidas... amigo— murmuró
—¿Perdidas, Harwin? — susurró el Velaryon aturdido.
Fue así como, el bando de los negros comenzó a planear las estrategias, reuniendo a los aliados que estarían peleando en fronteras en nombre de la reina, tacharon a los traidores que tendrían para ejecutar delante la plaza del desembarco, y a partir del mediodía yacían a las afueras de roca dragón con varias flotas.
— Aun hay leales a nuestra causa en las capas blancas — dijo el príncipe Daemon— ellos te ayudaran a ingresar en la fortaleza, señor de los mares, que la suerte este a tu lado, y la sangre de los traidores en tus manos.
Con un simple asentimiento, Lord Corlys se acercó y abrazó a su hijo con la promesa de verlo triunfante. Laenor fue el siguiente en abrazarlo.
— Nos vemos pronto, hermano — le manifestó antes de que se subiera al navío. Shaenys estaba al lado de la reina con una sonrisa fingida llena de temor; la reina, seria, reflejaba preocupación en sus ojos violáceos. Rhagnar le sonrió como si fuera la última vez y poco a poco se evaporó, el barco zarpo.
— ¿Estaremos bien, mi señor? — inquirió Harwin Strong mientras visualizaba el horizonte.
— Juntos lo estaremos— respondió Rhagnar sin dejar de ver a su esposa que se alejaba aún más.
Disfrutaron la paz de los mares, rieron delante de las adversidades de las aguas y se pusieron en marcha cuando la noche los sepulto. Rhagnar cabecilla de la tripulación se colocó la capa negra que ocultaba el rostro, Harwin se puso a su lado tras visualizar el puerto del desembarco, los tripulantes/guerreros se alertaron por posibles amenazas, y tal como lo dijo Daemon Targaryen, capas blancas, fieles a la reina Rhaenyra los esperaban con discreción.
Los guiaron, Rhagnar para más velocidad se ayudaba de las muletas que pronto tendría se abandonar. Se infiltraron con éxito a la fortaleza por medio de los pasadizos secretos.
— Saqueen a la gente de la ciudad, prenda fuego, batan la campana, asesines a quienes conspiren, pero, dejen en victo a los niños, mujeres y ancianos, resguárdelos— ordenó— yo iré al salón del trono de hierro.
Acomodo la capa tratando de ocultar bien el rostro.
— Mi señor...
— Harwin — lo llamó— estas al mando para dar la señal a los jinetes...veas lo que veas...no te interponga y vive como un hombre honorable.
Así, los soldados que lo acompañaban en la tripulación y los que venían más atrás se dispersaron abandonando la fortaleza mientras que Rhagnar se adentraba entre las profundidades pasadizos, los metales resonaban a cada paso provocando una sinfonía escalofriante, las muletas que galopaban eran más que un estorbo que una ayuda, el fuego que iluminaba el sendero producía una sombra deforme de su figura.
Inflo el pecho.
— ¡Aegon Targarye, ¡Aemond Targaryen, salgan para acabar con esta absurda guerra! — vociferó tan fuerte que su voz fue un eco desgarrador— ¡Acabemos esto para definir el ganador por el trono!
Fue tarareando, desplazándose en los puntos más ciegos, se escuchaba los pasos del metal chocar con el suelo, los jadeos de la guardia que daban ordenes de atrapar el intruso, y entre las sombras Rhagnar dejo ver su identidad oculta.
Diez contra uno; no temía, desplazo su mano hasta el pómulo de su espada que reposaba en la cadera y de un movimiento la empuño a lo alto, la risa retorcida del Velaryon arrullo los pasillos...Sus ojos violaceos, fríos y determinados, escudriñaron a sus adversarios, quienes se acercaban con gestos desafiantes. La atmósfera estaba cargada de electricidad, presagiando un enfrentamiento inevitable.
La primera embestida vino de dos hombres que se abalanzaron con ferocidad. Rhagnar esquivó ágilmente sus ataques, danzando entre ellos con una gracia marcial. Sus movimientos eran precisos, cada golpe de su espada encontraba su objetivo con letal eficacia. Un par de enemigos cayeron, derrotados en cuestión de segundos.
Sin dar tregua, el Velaryon se enfrentó al siguiente grupo. Cuatro hombres más se abalanzaron, intentando derrumbarlo, pero, sus piernas estaban más fuertes que nunca o eso creía. La sangre tan espesa de los enemigos caídos salpicaba en una arrematada, mancho escandalosamente el rostro del señor de los mares generando una risa más inquietante que la primera.
Finalmente, tras una serie de intensos intercambios, el pasillo quedo sepultado en el silencio, aunque dos hombres que se mantenían en pie, boquiabiertos y titilando del miedo retrocedieron.
— Ustedes ratas traicioneras — siseó saboreando cada silaba— tráiganme al puto usurpador, y al tuerto al salón del trono de hierro.... sino quieren morir gritando en llamas como cerdos.
Los hombres asintieron con el terror latente, Rhagnar en un desespero les grito: "¡Muevanse para ed imbéciles!" a lo que ellos hicieron caso a lo ordenado. El señor de los mares guardo la espada que desfundo, y recogio las muletas caídas para asi proseguir el camino.
Una puerta se abrio tras ser empujada; Rhagnar llego al salón del trono de hierro, aquel puesto que había causado su infinita perdición. Arrastro los pies con un peso más allá de lo físico, la luz ilumino la oscuridad pronosticando la tormenta que se desatara. Se encontraba tan cerca para acariciar los peldaños de acero imaginándose ahí impartiendo ordenes, una ilusión vaga que se disipo tan pronto como vino porque habia una verdad innegable; ese puesto, ese trono le pertenecía a su esposa, aun así....hasta el más leal ha de codicia el trono de hierro.
— Primo mío, tengo entendido que nos buscabas— una voz tan jovial resonó detrás del señor de los mares obligándolo a girarse, la capucha de Rhagnar cayo dejando a la deriva el rostro empapado de sangre de los adversarios, el hombre que apenas se inmuto saboreo sus labios del líquido carmesí.
Allí agudizo la vista y atisbó a parte del principe Aemond otra figura.
—Exactamente, primos— dijo el señor de los mares— pensé que te orinarías en los pantalones como un crío y desertarías.
—Y, sin embargo, aquí estás, aquí está el legítimo rey, y aquí estoy yo. Has vivido demasiado, primo mío— desafió llevando la espada de la cadera— morirás como mis tiernos sobrinos Luke, Jace, Viserys o... Rhaegon.
—En eso coincidimos —replicó el señor de los mares conteniendo el rencor entremezclado con el dolor— encarar a su verdugo no ha sido muy listo de su parte. Suplicaran al igual que lo hizo su hermana Helaena por querer detenerme en asesinar a su dulce retoño, primos.
Con esa provocación se dio el inicio de la batalla entre el usurpador que no se dejaba ver por completo, el tuerto contra el verdugo.
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Quiero leer sus teorías aaaa.
Posdata: pronto historia con Daemon.
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Posdata: denle, amor al último tiktok , por fis.
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