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XXV. The battle of the throat.

XXV.La batalla del gaznate.

❝Te amo tanto, por favor déjame ir..❞

━━ ˓ ֹ 𖥻En los alcázares nupciales de los monarcas yacía un caos desgarrador, como si en sus estancias se hubiera librado una contienda épica. Rhaenyra, soberana regia, se hallaba con la respiración turbulenta, su aspecto despeinado y sus mejillas empapadas en lágrimas. En contraste, su consorte, indiferente, mostraba el rubor de la ira.

—Te suplico, no, te ordeno que no abandones la fortaleza —el susurro de la dama tejía el dolor que su corazón retenía.

—Nuestro vástago, fruto del amor que juraste alguna vez por mí, enfrenta un peligro inminente —declaró, al apoyarse en las muletas y lanzarse hacia adelante—. Como tu esposo y futuro señor de los mares, es mi deber resguardar sangre de mi sangre.

— No quiero perderte, am—  interrumpió, sus palabras resonaron como un lamento, un ruego ahogado en el gruñido de un hombre cuyos anhelos se desvanecían.

—Despoja de tu boca esas palabras profanas, Rhaenyra —alzó la mirada, escudriñando a la mujer—. Tu amor se desvaneció en la sombra de besos ajenos. Ser tu esposo fue un error que devino en mi perdición, la condena que oscurece mis días, el marfil de mis delirios. Abandona tu falsa preocupación y permíteme buscar a Viserys.

Así expresado, se apartó de su lado, rozando los hombros con la figura femenina. Abandonó la estancia con paso firme, aparentemente indiferente aunque en su andar resonaba el peso de una decisión que lo distanciaba de su amada, devorándolo por dentro.

Sin embargo, un tirón fuerte detuvo su marcha hacia los confines del castillo. ¡Qué insolencia! Se enfrentaría al desconocido que osó ponerle una mano encima sin su consentimiento. Al alzar la vista, se encontró con una melena platinada, facciones marcadas y ojos violáceos: Daemon Targaryen, imponente, lo desafiaba de nuevo.

— ¿No tienes suficiente con que estamos perdiendo la puta guerra? sino también eres el causante de las lágrimas de mi reina, invalido— escupió con resentimiento cristalizado por meses.

— No tengo que justificarme, príncipe Daemon — replicó con la misma convicción—. Si le preocupa tanto mi esposa, ¿por qué no va y la reconforta? Parece ser su destreza más destacada.

Ambos varones se enfrentaron con miradas llenas de hostilidad, anticipando un posible enfrentamiento en cualquier momento. Sin embargo, un tercero intervino en favor de Rhagnar, tomando sorprendentemente el brazo de Daemon con brusquedad y haciéndolo retroceder.

— Con mi hermano jamás, Targaryen —Laenor protegió al mayor, reminiscente de la vez que Rhagnar lo defendió peldaños— lárgate.

Daemon, quien miró al recién llegado con superioridad, optó por mantener silencio y retirarse, quizás para evitar una confrontación mayor. Las palabras no fueron necesarias para expresar la gratitud hacia Laenor; bastaron sonrisas que revelaban la complicidad entre hermanos.

La pareja continuó su camino hacia las afueras, donde los dragones y jinetes les aguardaban. Jacaerys Velaryon recibió a su padre con un cálido abrazo, gesto que fue correspondido con alegría.

— ¿Todo está preparado, hijo? — acuno el rostro entre las manos.

— Si, padre solamente esperaba a que dieras orden de partir — suspiró— tengo la convicción de que Viserys está vivo.

— Yo también hijo, yo también — susurró, anhelando que la vida aún bailara en los ojos de su niño menor— adelántate, hijo mío que yo, te seguiré junto a tu tío y las semillas esas.

Jacaerys se refugió en los brazos de su padre, buscando consuelo en ese abrazo que simbolizaba el tránsito de la infancia a la adultez. Rhagnar, orgulloso, observó cómo su hijo abandonaba la inocencia,  temía ¡claro! ¿cómo no? sí estaba aún eslabón de perderlo.

Se encaminó hacia Bruma quien lo reconoció, por lo tanto, no lo atacó enseguida como pensó que lo haría y al estar a punto de escalar el lomo un toque suave lo detuvo; observo por la rendija de su ojo encontrándose con la joven Shaenys, pulcra e inocente que lo quería despedir.

— Qué la victoria se deslice en las puntas de sus dedos, mi señor — recitó con la timidez digna de una muchacha— Ojalá el príncipe retorne a nosotros.

El agradecimiento basto con una sonrisa por parte del hombre añadido con una frágil caricia en la mejilla de la dama. Tras las amargas despedidas, montó el lomo del dragón, seguido de su hermano que impartía órdenes al majestuoso ser alado. Desde las alturas, Rhagnar vislumbró a la reina agitada, tal vez debido a  la urgencia de la carrera, seguida por el canalla. Y por un breve instante, juró ver lágrimas adornando sus ojos,  suspiró.

La batalla se desató en las primeras horas del quinto día del año 130 después de la Conquista de Aegon. Los buques de guerra de Sharako, ocultos por el resplandor del sol naciente, sorprendieron a las galeras de Lord Velaryon. La embestida y el abordaje marcaron el inicio de un conflicto que resonaría en las costas de Marcaderiva.

Puertoespecia ardía a media mañana, consumida por el fuego enemigo. Jacaerys, a lomos de Vermax, se lanzó contra las galeras lysenas, enfrentándose a una lluvia de lanzas y flechas. La valentía de los marineros de la Triarquía se vio desafiada por la presencia de dragones enemigos.

Los hombres lucharon hasta que, en el horizonte, surgieron más siluetas aladas. Ala de Plata, el Ladrón de Ovejas, Bruma y Vermithor descendieron como relámpagos, esparciendo fuego de diversos colores. La flota enemiga se quebró, las naves se retiraron una por una, y la desesperanza se apoderó de los corazones.

— Mierda, Laenor — la exasperación naufragó por el pecho del Velaryon— ¡Jace, Jace, aléjate de ahí, aléjate!

» No me dejes mi dragoncito«  pensó en angustias.

Alzo la voz tan impetuosamente bajo la certeza que lo escucharía, pero, los gritos, el ruido de la destrucción apagaron el tono del heredero de Driftmark.

 Vermax se abalanzaba en picado contra la flota; un garfio se le clavó entre dos escamas y penetró profundamente a causa de la velocidad que llevaba el dragón. Rhagnar sintió cómo su labio inferior comenzaba a temblar, un signo revelador de los nervios que lo invadían. A pesar de las demandas insistentes que se estrellaban contra su hermano menor, Laenor se resistió a dirigirse a soscorrer a Jacaerys. Sabía que entrometerse podía tener consecuencias mucho más graves. Las exigencias persistían, pero él mantenía una firme determinación de no ceder, consciente de que la intervención podría desencadenar un costo demasiado elevado.

— ¡Es mi hijo! ¡,Tú sobrino, tú sangre! — lo zarandeó al borde del colapso sintiéndose desnudo tras no tener un dragón que lo ayudase.

 El marinero había enroscado el otro extremo de la cadena alrededor del mástil, y el peso del barco, unido a la potencia de las alas de Vermax, le abrió un largo tajo irregular en el vientre. El rugido de rabia del dragón se oyó hasta en Puertoespecia pese al estruendo de la batalla. Vermax se precipitó emitiendo humo y alaridos, arañando el agua, tras el brusco final de su vuelo. 

 La madera se astilló; el mástil se vino a bajo, y el dragón, con sus sacudidas, quedó enredado en las jarcias. Cuando el barco escoró y se hundió, Vermax fue detrás. Jacaerys Velaryon se liberó y quedó agarrado brevemente a un pecio humeante, levantó la mirada hacia el cielo cenizo, y en un encuentro casual con la mirada con su padre esbozo una sonrisa torcida, quién sabe qué pasaba por la cabeza del joven en ese momento, pero lo que Rhagnar visualizó le destrozó por completo.

 Los ballesteros de la nave myriense más próxima descargaron sus saetas sobre él. El príncipe recibió un impacto y luego otro;  el humo que escocia del aire opacaban la vista de Rhagnar quien era un manojo de nervios, destrozado grito con todas las fuerzas el nombre de su primogénito.

— Se ha ido, hermano — lo contuvo Laenor aun asombrado por el suceso que ocurrió tan rapido—  lo...lo siento. 

— ¡Tu puta culpa! — lloriqueo. Un helor le calo hasta las entrañas sumándole en un agónico desespero.

La batalla del Gaznate se propagó durante la noche al norte y sur de Rocadragón, y fue una de las más sangrientas de la historia naval. 

 Murieron millares de personas, pero ninguna de esas pérdidas fue tan lamentada como la de Jacaerys Velaryon, príncipe de Rocadragón y heredero del Trono de Hierro. El príncipe Viserys, el hijo menor de Rhaenyra y Rhagnar, también parecía perdido; en la confusión de la batalla, ninguno de los supervivientes supo identificar con seguridad el barco que lo transportaba. Ambos bandos lo dieron por muerto, ahogado, quemado o descuartizado.

— Mis hijos...mis hijos — balbuceó. Trató de zafarse del asiento con tal de tirarse al mar y recuperar el cuerpo, la desesperanza aulló,la adrenalina en cúspide en su mente danzó.

Desde luego, la visión de Rhagnar se eclipsó, la negrura lo envolvió; Laenor en un acto de insolencia o tal vez, para evitar que su hermano mayor cometiera una imprudencia lo noqueo. Una victoria agridulce trovaron al retornar al castillo, los rugidos de los dragones era el lamento de aquellos que en la batalla murieron ¡dioses, malignos! la caída del ocaso llegó con la desesperanza. El heredero de Driftmark apenas abría los ojos, desorientado, miles de imágenes lo contratacaron entre esas la pérdida de su primogénito, derrocándolo al inmenso dolor.

Laenor tuvo que ayudarlo a descender del lomo del dragón pues, el hombre estaba aturdido.

 Al estar en tierra firme con el apoyo de las muletas inmediatamente cada paso resonaba, una sinfonía agridulce, el eco de un viaje  marcado por la aflicción.  Levantó la vista, sus ojos se estremecieron con la mujer que aún le pertenecía en susurros,Rhaenyra, la amaba a pesar de los males ocasionados ¡un tonto! pero, después de todo estaba enamorado.

¿Como le diría?, ¿por qué le sumaria otro daño? El alma se le agitó al estar tan cerca , sin embargo, una melena cobriza evito que avanzara y se enfocó en la recién llegada que muy preocupada estaba.

— Perdí a mi niño, Shaenys— susurró de golpe. La mujer boqueó e inmediato sin pedirle lo abrazo dejando que el Velaryon se refugiaba en el cuello de esta.

Rhagnar, testigo silente de este drama, escuchó a Laenor, mensajero del dolor anunciando a la reina la noticia desgarradora y un grito hiriente producto de ella. Con suma delicadeza, Rhagnar apretó a Shaenys en busca de consuelo, pero el peso del sufrimiento era tan abrumador que no pudo expresar completamente su dolor. En ese instante, una fuerza impetuosa los separó, y Rhagnar cayó hacia atrás, las muletas resbalando a un lado en un sonido sordo.

Desde el suelo, Rhagnar vislumbró al príncipe Daemon, envuelto en furia, lanzándose sin motivo aparente. Un puño poderoso se estrelló contra su rostro, a pesar de sus intentos de protegerse, y los gemidos de dolor se escaparon involuntariamente de sus labios.

"Suéltelo, mi príncipe", escuchó angustiada la voz de Shaenys, quien se atrevió a intervenir y fue empujada con brusquedad por Daemon.

"No te metas con mi hermano", intentó defender Laenor, pero corrió la misma suerte que la valiente mujer.

— Solo tenías que proteger al príncipe Jacaerys —bramó ufano el canalla, dejando en el ambiente un rastro de caos y desesperación. Rhagnar, desde el suelo, observaba impotente cómo la tragedia se desplegaba ante él.

Rhagnar esquivó con agilidad el golpe que se dirigía directamente hacia él. En un acto reflejo, tomó el puño entrante y se abalanzó contra el canalla. Aunque logró propinarle algunos golpes, no fueron suficientes para causarle daño en cambio, Rhagnar se vio envuelto en un mar de golpetazos más intensos que los anteriores.

— Daemon...para —la débil voz de Rhaenyra fue un hilo audible.

El rugido de Lord Corlys resonó en el tumulto, deteniendo al príncipe en su furia. 

— ¡¿Qué ocurre aquí?!— exclamó con autoridad.— ¡mi hijo!, ¡es una orden que lo sueltes!

Cumpliendo con la orden, el príncipe canalla le dio la espalda. Rhagnar yacía humillado en el suelo, la sangre brotaba de manera escandalosa, desde su posición, observó a su esposa, Rhaenyra, quien estaba desconsolada con la mirada fija en la escena lamentable.

En medio del caos, Rhagnar, afectado tanto física como emocionalmente, se preguntó en silencio: "¿Acaso te quedarás mirándome mientras me destruyo, Rhaenyra?" El dolor del alma reemplazaba el dolor físico en ese momento de vulnerabilidad.

Sin duda, Lord Corlys Velaryon no tardó en tomar a Rhagnar por los hombros, con Laenor colaborando para sujetarlo. Se sentía débil e impotente, incluso afirmándose internamente que la paliza había sido merecida.

— A partir de ahora, mi reina — el susurro de Corlys fue un murmullo bajo para Rhagnar— cedo mi título como señor de los mares a mi hijo mayor, Rhagnar Velaryon.

Quince días después, en Rocadragón sufrió otro revés. Rhaegon Velaryon había caído en Orillas del río Vinomiel. Según los rumores, el príncipe se enteró del conflicto en esa zona y deseó intervenir en venganza por el asesinato de su hermano mayor dado de baja por Daeron Targaryen.

Otro dolor para el matrimonio Velaryon—Targaryen.

— Atacaremos esta noche al puto desembarco — exclamó el nuevo señor de las mareas con profundo odio— será nuestro, de mi soberana. ¡Muerte a los traidores repugnantes!

El verdugo sediento de sangre jugaría todo o nada por el trono.

Notita: Soy hija de padres divorciadosssss, aquí intervengo diciendo que la toma del desembarco será tan diferente a la descrita por los libros por obvias razones uwu.


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