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XXIV.Games of Loyalty and Disloyalty.

XXIV. Juegos de Lealtad y Deslealtad.

❝Una vez fui un hombre con dignidad y gracia ahora me estoy deslizando

a través de las grietas de tu frio abrazo. ❞

━━ ˓ ֹ 𖥻 FINALMENTE LA REINA LEGITIMA Y EL REY CONSORTE SE ENCARARON. Muchos apostarían que el amor que ambos se profesaban sería lo suficiente impetuoso para disipar el tiempo de distanciamiento, sin embargo, al encontrarse ambos adultos en los aposentos sin miradas, la situación hablaba por sí sola.

Quizás, se trató del inútil intento del hombre de ajustar unas prótesis a sus piernas ( las construyeron con la devoción de devolverle la movilidad perdida) rompió el hielo del ambiente, o fue la tos poco disimulada de la mujer, confesión silente de un dolor compartido.

— ¿Me amas, Rhaenyra? — inquirió el Velaryon en susurros, la duda resonando en la garganta, como un eco en la vastedad de la desolación. En la encrucijada del amor, donde las palabras son frágiles hilos, se deslizó la pregunta, buscando respuesta en el silencio, en la penumbra.

Se aferraba ¡claro que lo hacía! juró amarla hasta que la muerte, con su inevitable abrazo, los separara, pero, en estas circunstancias crudas, más que un lazo era obligarse soltarla. Logró ajustar las prótesis incrustándolas a sus piernas y parte de sus caderas, junto a su lecho, entre sombras, rebuscó las muletas, y se alzó con el dolor.

— ¿Me amas, esposa? — cuestionó nuevamente, en la umbría de la incertidumbre. Sus pasos torpes indagaban respuestas, mientras el amor se entretejía en la danza.

— ¿Te acostaste con la criada Shaenys? — soltó de repente ignorando la pregunta de su esposo. Los pasos de Rhagnar se detuvieron a mitad de camino y el rostro de este se desencajo.

Un sentimiento amargo anidó en el pecho del hombre, y de pronto una furia aireada e inevitable le caló hasta lo más profundo. ¿Cómo podía acosarlo con ese hecho? Cierto es, escuchó los rumores sobre él, pero los ignoró, resistió ante una verdad incierta como una roca delante de  las olas implacables.

 — ¿Quién me crees, esposa? — se obligó aproximarse a la femenina. Cara a cara, los ojos violáceos de Rhagnar escrudiñaban a los de Rhaenyra en búsqueda de esa inocencia que le encantaba, que se aferraba al recuerdo puro.— esa joven fue la única que me ayudo cuando te escabullías con el príncipe Daemon, estuvo en las terapias dolorosas incluso celebro mis pasos con estas cosas... la veo como mi hija no la deseo como mujer, Rhaenyra.  Respóndeme de una maldita vez, ¿me amas? ¡no! mejor, ¿te revolcaste con el canalla ese?

El tono de voz se elevó, encolerizado por la acusación que brotaba sin límites, cada palabra desgarrada de su boca era como un rayo que iluminaba la tormenta. La palma de la mano de la reina golpeó el pómulo del Velaryon, causando que el rostro se girara hacia un lado

— Eres idiota, Rhagnar — rugió aunque el tono titubeó. 

Lastimosamente, desde que Rhagnar quedo invalido y acomplejado por la discapacidad que se adueñó de su ser, recriminó violentamente a los dioses que rezaba al punto de convivir con una rabia interior aludiendo el hecho de que, Rhaenyra se alejó de él como si fuera leproso, dejándolo solo con su desdicha.  El rey consorte se giró enfurecido, acercándose con ímpetu hasta que la respiración ajena cosquilleara su piel, sin pensar en las consecuencias agresivamente agarró el cuello de la soberana, apretujándola, un gesto de desesperación, un eco de la tempestad interna que lo asolaba.

La mujer se sorprendió por el acto tan imprevisto y con el pánico amenazando, trató de zafarse del agarre.

— Entonces, los rumores tuyos con el principito son ciertos — gruñó, afianzando el agarre de su mano con el cuello como si quisiera arrancar la verdad—  yo agonizaba, tú te abrías a otro...Qué idiota soy al enamorarme de tí...

La soltó con brusquedad, las bocanadas que la contraria dio fueron algo que admirar mientras él le daba la espalda.

— Es...esposo— masculló, una expresión susurrada en medio de lágrimas.

El Velaryon se dirigió hasta la puerta con la finalidad de marcharse pues, los asuntos que ahora discutiría con Rhaenyra serian solamente en el ámbito bélico y político.

— Aun así, velare por nuestros hijos... Son lo que me quedan, mataré para que tú pruebes la gloria con el trono de hierro— cada palabra la soltaba con rabia— seré leal a diferencia de ti, me quedaré como un trofeo porque es lo único que seré útil después de que todo culmine.... Tranquila, podrás continuar tu romance ilícito y yo me hare el ciego.

Con aquella declaración abandono el aposento, cojeante. Rhagnar se desestabilizó a la mitad del pasillo, de los ojos lagrimas desprendiéndose, sacudiéndolo a un dolor mucho peor. A raíz de aquel incidente, el heredero de Driftmark danzaba en sombras, esquivando el encuentro con la soberana, buscando mitigar el suplicio a través de evasiones o despachando intermediarios.

Sin embargo, el día en que tuvo que despedir a sus vástagos menores, imploró a los dioses que fueran benévolos con él, que los llevaran a Pentos seguros. Era de esperar que su esposa estuviera presente, abrazando a los pequeños. Rhagnar, con el auxilio doloroso de las muletas, se apoyó en Shaenys, desviando la mirada con pesar hacia su par de retoños.

— Padre — musitó Aegon III al liberarse del abrazo materno —, protegeré a mi hermano menor, lo juro.

— Cuando la guerra cese, hijo mío, el sol volverá a brillar y regresarán a nuestro lado — simuló desordenar los rebeldes cabellos plateados.

Viserys II, joven e indefenso, se acercó en busca de afecto, que fue recibido con gusto.

— Ojalá mi huevo eclosione — balbuceó tímidamente —, así podré ayudar.

Rhagnar suavizó la mirada ante la pura inocencia del infante.

— No será necesario, hijo — le regaló una sonrisa —; cuando el huevo eclosione, la pesadilla habrá concluido.

Fue entonces que,  las postrimerías del 129 d. C., los jóvenes príncipes se embarcaron rumbo a Essos en la coca Alegre Abandono, Aegon acompañado de Tempestad y Viserys abrazado a su huevo de dragón. La Serpiente Marina junto al heredero de Driftmark enviaron una escolta de siete buques de guerra para asegurarse de que llegaran a Pentos sanos y salvos. 

El príncipe Jacaerys no tardó en devolver al rey consorte al redil nombrándolo Mano de la Reina, y con su ayuda empezó a planear un asalto a Desembarco del Rey.

 Con Fuegosolar en las inmediaciones de Reposo del Grajo, herido e incapaz de volar, y Tessarion en Antigua con el príncipe Daeron, no quedaban más que dos dragones adultos para defender la capital, aparte de que la reina Helaena, la jinete de Fuego en sueño, se pasaba los días sumida en el llanto y la oscuridad y no representaba ninguna amenaza. Eso dejaba solamente a Canibal; ningún dragón vivo podía comparársele en tamaño ni en ferocidad, pero Jace razonó que, si cayeran sobre Desembarco del Rey con Bruma, Vermax,Syrax, Vhagar y  Caraxes, tendrían posibilidades de ganar, pero ¿a que costó?

 — Cinco son más que dos —cuenta que advirtió al príncipe de Rocadragón—, pero cinco son más que tres y ocho son más que cinco; eso lo sabe hasta un bufón.

Los Targaryen eran los señores de Rocadragón desde hacía más de doscientos años, desde la llegada de lord Aenar Targaryen con sus dragones, procedentes de Valyria. Desde luego, el príncipe Jacaerys junto a su padre, el rey consorte Rhagnar Velaryon soltaron la noticia de » las semillas de dragón«  quienes lucharían por defender la causa de la legitima.

El príncipe Jacaerys siendo apoyado por Rhagnar Velaryon ya tenía lo que quería. Al precio de tanto dolor y tanta muerte, tantas viudas, tantos quemados que llevarían las cicatrices hasta el día de su muerte, había conseguido tres nuevos jinetes de dragón. En las postrimerías del 129 d. C. se preparó para atacar Desembarco del Rey desde el aire; la fecha elegida fue la primera luna llena del año nuevo. Pero los planes de los hombres no son sino juguetes para los dioses y, mientras Jace trazaba los suyos, se cernía una nueva amenaza procedente del este.

— Supongo, que es verdad ¿no es así, hermano? — inquirió Laenor, sentándose a un lado del mayor quien estaba fuera del castillo reposando sobre la arena.

— ¿Verdad que, tonto? — lo observó por el rabillo del ojo.

Bajo el estandarte del mártir de la guerra, los hermanos, fruto del vínculo entre Lord Corlys Velaryon y Rhaenys Targaryen, mantenían una distancia discreta, inmersos en sus deberes.

— La ruptura de tu matrimonio —suspiró. Los rumores crecían, alimentados por la marcada separación de Rhagnar y las miradas apenas disimuladas de Rhaenyra.

El mayor apretó los labios con fuerza pues, tan solo la mención del suceso le infligía abrir una herida que deseaba cicatrizar, pero que sangraba con cada recordatorio. Las noches, acompañadas de un llanto silencioso, evocaban la insuficiencia que sentía. Suspiró. 

— Así es, hermano — el corazón brincó con violencia, provocando un dolor inusual — se entregó a Daemon, Laenor.

La confesión resonó, revelando la verdadera razón tras el fin de su matrimonio. El llanto se unió a la conversación, recordando la facilidad con la que fue deshecho. Laenor, noble en su naturaleza, abrazó los hombros del hermano, buscando consuelo en ese gesto, mientras este enjuagaba sus penas.

Un silencio extendido los envolvió hasta que un sonido inusual rompió la quietud. El príncipe Aegon apareció, aferrado desesperadamente al cuello de Tempestad, su dragón. 

— ¡Aegon! — el grito desgarró la garganta del Velaryon, y con urgencia se forzó a erguirse, ajustando las muletas mientras ignoraba la banal tortura que recorría sus piernas.

Laenor, tardío en su reacción, vislumbró a su hermano mayor en la arena, siseando, derrotado por la incapacidad de mantenerse en pie.

— ¡Trae ayuda, Laenor! — ordenó en un vocerío. Su velocidad aumentaba, aunque diminutos cristales se incrustaran en las palmas de sus manos.

Agotado, alcanzó el lugar donde el pobre dragón moribundo se desplomó. El corazón latía como un tambor, el pitido infernal dentro de sus oídos se mezclaba con los mayores temores; no se perdonaría perder a otro hijo, no en su presencia.

Atisbó una cabellera platinada, un pequeño niño se desentrañó de la débil montura del dragón agonizante. Aegon blanco de terror, temblando violentamente y oliendo a orina, con solo nueve años, nunca había montado un dragón, y ese día sería el último.

— Pa-papá — el débil susurro desató el llanto en el menor, que corrió cojeando hacia su progenitor, se hincó y se aferró al cuerpo del hombre—  perdí a Viserys....no pude salvarlo.

Confesó balbuceante, pero, aun así, Rhagnar no se atrevió a alejarse, sino a afianzar el agarre, temiendo que Aegon fuese un sueño. Ambos derramaron más lágrimas de lo que debían, mientras a sus espaldas se gestaba un alboroto por lo que acontecía.

En el suspiro del lamento, las palabras se desprendieron como pétalos caídos, Viserys, la esencia que se desvaneció en el abrazo de la tragedia.

Rhagnar, entre sollozos, temeroso de perder el palpitar de Aegon, se aferró al sueño, como si el tiempo pudiera retroceder.

Tempestad sufrió heridas espantosas, con incontables puntas de flecha en el vientre y una saeta de escorpión atravesada en el cuello. La muerte llegó después de una hora, siseando, derramando sangre caliente y negra a borbotones, y dejando que el humo se elevara por las heridas.

En las horas veladas por la incertidumbre, el consejo negro se congregó en urgencia.  Las semillas de dragones, presentes aguardaban órdenes en la penumbra por el repentino ataque del bando contrario. Rhagnar se sentó con su aura sombría, se posó junto a su esposa, una hostilidad incluso con la nueva condición se volvía más imponente que nunca

— Mi hijo Viserys yace prisionero — declaró Rhagnar dudoso—  entre tanto, Ala de Plata, el Ladrón de Ovejas, Bruma y Vermithor  junto a los respectivos jinetes partirían al clarear del día, seguidos por Vermax.

Los murmullos se esparcieron en la sala ante la orden dada, incluso Rhaenyra se opuso, temiendo perder aún más.

— También me uniré — respaldó el príncipe Daemon, desafiando con su mirada al Velaryon.

Las entrañas de Rhagnar se desgarraron, pues contemplar a ese hombre era avivar un odio profundo, o al menos evocar una ilusión falsa de cómo su mujer se entregó a él. Lo odiaba, lo odiaba hasta tentado de enviarlo para que lo mataran, sin embargo, su firmeza permanecía incólume.

— Príncipe Daemon— siseó— es prudente quedarse en el castillo significa protegerlo junto a Vhagar. A cambio mi presencia es innecesaria en estas murallas a comparación suya, partire a lomo con mi hermano y su dragón.

— ¡Rhagnar! — Rhaenyra se atrevió a mirarle.

— Así estarás conforme, mi reina — mencionó con serenidad —, mi presencia es insolente, prefiero sumirme en el rescate de nuestro hijo.

Y así, luego de enviar un par de cuervos se dio por concluida la reunión.



Notita: ¿Se lo esperaban? jajajaj, ¿qué creen que ocurra? dejen sus teoriaaas aquí.

TIKTOK: jegulusedits (denle, amor a los últimos videos, por favor)

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