Boy Meets...
Las pestañas me pesan. Siento que me invade esa dulce sensación de modorra y bien estar. Mi cuerpo parece flotar, pero sé que no es así. Miro a mí alrededor por última vez antes de cerrar los ojos y como si fuera fotografía siento que veo mi casa por detrás de mis párpados. El ambiente es pesado y tranquilo.
El tiempo parece estancado. Todo está inerte. Afuera ni siquiera se logra escuchar un sonido. La tarde noche es fría y el color gris de mi casa no ayuda en nada. El techo está manchado de humedad y las paredes son finas. El espacio del que dispongo es tan reducido que a veces imagino que las paredes se me acercan.
Los muebles son antiguos y están llenos de polvo. Sé que debo limpiarlos pero tengo tan poco tiempo que cuando llego de mi trabajo de lo único que tengo es ganas de dormir y, como ahora, me pregunto para qué trabajo tanto si el dinero solo me alcanza para pagar este pequeño departamento que me asfixia y la comida suficiente para no morirme de hambre .
Esto me deprime... esta imagen mental me deprime. Y como si alguien me hubiera escuchado, siento que mis pensamientos se desconectan. Ya no veo la imagen de la casa en la que estaba, en su lugar mi cuerpo se encuentra en un enorme vacío. Por un momento me resulta placentero, hasta que ese mismo vacío se vuelve la fuente de una muy fuerte inquietud.
Abro los ojos en un lugar completamente negro, con la luz suficiente para ver solo un palmo más allá. Estoy de pie y como si alguien me llamara mi cuerpo empieza a moverse de su lugar.
Una leve brisa fría eriza mi piel y noto el sonido distante de una caja de música. La melodía me parece familiar. Me invaden recuerdos de cuando aun vivían mis padres. Gracias a la oscuridad del lugar parece como si los estuviera viviendo otra vez. Y así como con el vacío, la risa que me brinda mi madre y el abrazo fraternal de mi padre ya no me reconforta, ahora me martiriza. ¿Para qué sentir esa nostalgia enfermiza? Ellos no volverán y avivar esas memorias solo son fuentes de más dolor.
Una horrible presencia aparece. Mi cabeza desorientada y adormilada no logra ubicar de dónde proviene. Giro buscando en todas las direcciones por un impulso y como si alguien se estuviera burlando de mí la canción de la caja de música se hace más fuerte. Yo me detengo pero el sitio sigue dando vueltas. No sé si es idea mía pero las paredes crecen.
El vértigo me neutraliza y un sudor frío recorre mi cuerpo. El pecho se me oprime y tengo ganas de llorar. Pero todo se interrumpe cuando escucho una voz. Es una sensación en estreno curiosa. Mis ojos llorosos de repente estaban secos. Mi corazón dejo de latir con fuerza. El mundo que giraba estaba otra vez en su lugar y no tenia señales de haberse movido. Fue como si las emociones de hace un momento hubieran sido borradas.
──¿Qué haces aquí?
Me gire en dirección a esa voz. Quien me hablaba era una chica de piel blanquecina, pelo castaño y ojos oscuros. Estaba descalza y llevaba un holgado vestido negro. Su rostro me parecía conocido, sin embargo no lograba ubicarla. La chica, al ver que no respondía volvió a decirme:
──¿Qué haces aquí?
──¿Dónde estoy? ──dije confundido.
Al oír la pregunta empezó a reír.
──¿No lo recuerdas? ──negué──. ¿Tampoco a mí? ──negué otra vez──. ¿Estás seguro? ──Asentí──. Está bien, hagamos de cuenta que es la primera vez que me vez. ──Sonó dolida.
No entendí a que se refería, si era la primera vez que la veía. Además, por lo que ella me dijo y por lo que yo puedo intuir, algo estoy olvidando. La incomodidad nacía cual espinas en mi pecho y la extraña sensación de familiaridad no me dejaba en paz. Algo, no sé qué, está mal.
──¿Dónde estoy? ──Volví a preguntar.
──No es importante ──dijo despectivamente mientras se me acercaba──. Mejor dime, ¿cómo estuvo tu día en la cafetería? ¿Todo bien por allá?
──¿Cómo sabes eso?
──Porque te conozco mejor que tú. No hay nada de ti que no sepa, hasta el más mínimo secreto.
──¿Por qué debería darte ese tipo de información? ¿Quién te crees que eres?
──Solíamos ser muy cercanos. Aunque ya no lo somos, todavía compartimos un fuerte lazo. A mí me lo cuentas todo y a pesar de que no te das cuenta, siempre estoy contigo.
No encontré mentiras en sus palabras. De hecho, toda esta situación también me parecía conocida. Eso me impulso a seguirle el juego, quería ver a donde me llevaba.
──Mi día transcurrió sin mayores problemas. Todo fue bien, incluso la paga fue buena.
Mire su rostro y observé su seño fruncido. Tal parece que dije algo que la disgustó.
──¿Por qué me mientes? ──dijo algo molesta──. ¿Acaso ya no confías en mí? Yo no soy uno de tus amigos falsos.
──¡Mis amigos no son falsos!
──Sí, sí lo son, y tú también lo eres.
──Detente ──le advertí.
──¿Por qué? ¿Te duele la verdad?
──No sabes de qué estás hablando.
──¿Te digo como pasaste realmente el día? ──susurro en mi oído──. Tu día fue tedioso y aburrido. Ciertamente no ocurrieron problemas más allá de los habituales, o me negarás que para ti ya es habitual que las personas te ofendan, te griten y te humillen.
Mi cuerpo se tenso. Su actitud y sus palabras me irritaban.
──No es verdad. ──Sonrió burlona.
──También me negarás que odias al viejo gordinflón de la esquina. Mi café está muy frio… ahora muy caliente… sabes qué, no voy a pagar. ──Soltó irónica.
──¡Yo no lo odio! ──logré decir.
──¡Lo detestas! Odias todos y cada uno de sus caprichos.
Comenzó a caminar alrededor de mí mientras acariciaba mis hombros. Yo solo me dejé hacer. Las fuerzas se me drenaron hasta ya no poder levantar un brazo.
──¿Por qué tanta amabilidad? ¿Por qué tantas mentiras? Tú no eres amable, eres hipócrita.
Me quedé callado. Las palabras se escaparon de mi boca.
──¿Y por qué te vistes como si fueras un arcoíris? Ese no eres tú.
Miré mi ropa. No había nada de malo con la forma en que vestía.
──A mí me gusta.
──No, no te gusta. Preferirías vestir siempre de luto. Tú no eres colorido, eres negro.
──¡Cállate! ¡Tú no sabes nada!
──¡Sí sé! O me negarás que intentas parecer feliz cuando vez a tus “amigos” o le hablas de lo bien que te va en el trabajo a tu pobre abuela.
──¡YA BASTA!
──¿Estas molesto?, ¿o será que tienes miedo?
Otra vez las palabras me faltaron. Ella me miró a los ojos y se alejó un poco de mi cuerpo.
──No, tú me envidias ──afirmó──. Yo tengo lo que tú quieres pero sabes que está mal.
──Yo no quiero nada de ti.
──Sí quieres, o es que no deseas vestir el negro y mandar a la mierda a ese viejo gordinflón.
──No. ──Sentí como mi cabeza asentía.
──¿Por qué siempre sonríes?
──Yo no estoy sonriendo.
──¿Ah no? ¿ Y por qué lo haces ahora?
Lleve mis manos a la cara. Los músculos bajo mi piel estaban tensos sin mi permiso. Sentir como sonreía casi por reflejo hizo que me escocieran los ojos. Ella tiene razón. Soy como una enorme máscara andante. Siempre sonriendo a pesar de todo, siempre falso. Siempre con un cartel que dice: ALEJATE. Lloré con la cabeza baja por la vergüenza de ser expuesto. La luz de la verdad a veces quema. Lloré como hace tiempo no me permitía hacerlo. Le di riendas a un manantial de emociones. A mi cabeza llegaron los recuerdos de las veces en las que no afronté la situación, siempre teniendo de aliada esa sonrisa tan hipócrita.
Sentía envidia de ella porque era directa y firme. Odiaba su vestido negro porque expresaba lo que yo no me doy el lujo de transmitir. Ella es todo lo que admiro, lo que odio, y a lo que le temo. Entonces lo entendí. El sentido de familiaridad cobraba sentido. Mi llanto cesó y la miré a los ojos. No apartó la mirada, me la devolvió con una sonrisa sincera. A su manera me entendía. No, lo más correcto es decir que sentíamos lo mismo de manera distinta.
──Yo te conozco ¿verdad? ──Sonrió aún más amplio──. Tú… tú eres…
Me interrumpió con un abrazo. No era cálido, solo reconfortante.
──Deja tus cargas conmigo ──me susurró──. Sé que tienes miedos; déjalos aquí, estarán a salvo. Regresa y se la persona maravillosa que siempre has sido.
──Pero ese no soy yo.
──Esa es tu persona.
──Yo…
──Shh.
Me arrulló en sus brazos y sentí mucho sueño. Juro que solo cerré mis ojos un segundo, pero dejé de sentir sus brazos y abrí los ojos.
Estaba de nuevo en mi sala, en el sofá de la sala. Ya no entraba luz desde la ventana, en su lugar la luna expandía sus rayos. Las estrellas brillaban más que nunca. Miré el reloj en la pared, eran cerca de las 12 a.m. Me había quedado dormido. Miré a mi alrededor. La oscuridad invadía la habitación y la luna incidía en algunos objetos.
Había cierto misticismo en esos muebles llenos de polvo. Llevé en un impulso las manos a mis mejillas. Estaban húmedas. No recuerdo que estuve soñando, tampoco hice el esfuerzo. Miré de nuevo el reloj. Solo faltaban segundos para un nuevo día, una nueva oportunidad de soñar y ser feliz, de lograr nuestras metas. Pronto serán las 12, la 12:00a.m.
FIN
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