Capítulo 6
La comandancia era un completo caos desde que fue emitida la rueda de prensa, los teléfonos no dejaban de timbrar, los detectives corrían con documentos que les atormentaban y ni hablar de los gritos que Sevilla pegaba. Apenas Regina puso un pie en el interior, los ojos de todos se posicionaron sobre la mujer que agravó el complicado día. Caminó decidida a omitir cualquier oración que no fuera a favor de su trabajo, puesto que nadie, además de ella, confiaba en el plan que sembró con la ayuda de Miguel y Jane.
En su escritorio, encontró la ya tradicional caja llena de papeles donde se suponía abundaba la evidencia. Ese día, Regina dejó de lado el papeleo y se fue directo al nuevo jarrón de flores que estaba en el escritorio, esta vez no eran tulipanes, sino una especie comúnmente nombrada Crocus de otoño. Regina la reconocía debido a que era una planta que crecía en el jardín de su madre, sonrió en sus adentros y antes de tomar la tarjeta, fue interrumpida por Jane, la mujer que estaba detrás de ella apuntando en dirección al comandante que ahora le acusaba con la mirada.
—Finalmente, sucedió, ¿cierto? ¡Terminaste por enloquecer! —recriminó el robusto jefe.
Regina ahogó una maldición y relamió los labios para argumentar sus impulsivos actos.
—Tenía que hacerlo, el hombre no dejó nada. La víctima no nos dio información. Si las pistas no llegan a nosotros, yo estaba en la obligación de provocarlas.
—¡Le mentiste al mundo, Petrova! ¿Cómo supones que nos haga quedar esto, si tu plan no funciona! —espetó sacudiendo las noticias que tenía en la mano.
—¡Funcionará! Es uno de esos dementes de la perfección, si dejan algo inconcluso no pueden ignorarlo, es una adicción que les consume por dentro. Esta noche intentará matar al muchacho.
Una mano fue a dar a la cabeza del comandante Sevilla, el cabello blanco le fue sacudido por la arrogancia de su mejor detective, quien aseguraba que estaba cercas de terminar con el caso Box.
—¿Tienes idea de cuántas personas se pasean por el hospital? No será fácil lo que planeas hacer.
—Le desconocemos el rostro, pero no el cuerpo. Es alto, moreno, debe tener piernas largas y una espalda ancha. Está herido, por lo que caminará con cojera —explicó Petrova con las palpitaciones aceleradas y una ligera sudoración en las manos.
Algo similar a la sensación del éxtasis provocado por las drogas. Era eso lo que ella sentía cada que estaba cercas de resolver sus rompecabezas.
Marcus arqueó una ceja, no entendía de lo que la detective hablaba.
—¿Eso cómo...?
—El muchacho... —emitió de una.
—Michael, se llama Michael, Regina —interrumpió Jane cansada de que su amiga evitara llamarle por su nombre, ya que no le gustaba formar lazos con las víctimas o familiares de sus casos.
La rusa arrugó el entrecejo y reiteró su molestia por las interrupciones que la rubia le hacía constantemente.
—Michael peleó con él, más en específico, estaba siendo sometido por una especie de llave. Nuestro villano sabe luchar. El cuerpo de los que practican ese deporte es el que describí: piernas largas y hombros anchos.
—Eso es estúpido, Regina. ¡Cualquiera puede hacer una llave! —intervino Miguel sonando incrédulo.
—Pero no cualquiera le puede ganar a un luchador becado por su universidad. ¡Olvidaste preguntarle los detalles! ¿Quién suena estúpido ahora, Miguel? —replicó con el fuego en los ojos que la acompañaba ese día desde que despertó, al tiempo que le apuntaba con los dedos.
Miguel dio un paso al frente con la idea de defenderse; no obstante, Sevilla le detuvo antes de que la situación se les saliera de las manos.
—Petrova, si esto sale mal, la responsabilidad será solo tuya —emitió el comandante con su brazo, todavía interponiéndose entre Miguel y ella.
—Si me equivoco y el hombre no aparece esta noche, renunciaré al caso y entregaré mi placa —expuso con el característico acento ruso que no podía evitar.
Jane llevó una mano a la boca luego de haber escuchado la decisión que salió espontáneamente de los labios de su amiga, mientras Miguel ablandó el rostro y Sevilla alzó una ceja que podría malinterpretarse de mil formas diferentes. Cualquiera que fuera el caso, a Regina le importaba poco, la decisión había sido tomada y ni siquiera ella podría encontrar la excusa para retractarse.
Luego del temperamental momento, Sevilla le hizo una señal con la cabeza a Regina para que esta le siguiera hasta la diminuta oficina que necesitaba algo más que simple limpieza. La rusa quería evitarse los regaños y las palabras que provenían de un hombre sabio que lo había vivido casi todo; no obstante, estaba dispuesta a soportarlas. La única razón por la que seguía formando parte de la policía de Florida, era precisamente ese hombre de cabello canoso, quien era parte fundamental en su crecimiento como detective, él confió en ella desde el primer día en el que la vio. Sin embargo, los argumentos para mantener a flote su trabajo se les estaban agotando.
Primero estaban las ocasiones en las que Regina condujo en estado de ebriedad, asegurando que se trataba de casos urgentes que debía resolver, también llegó a la oficina bebida en dos ocasiones en las que tuvo que ser suspendida por Sevilla sin contemplaciones.
Recuperó su placa para trabajar, pero no volvería a obtener un permiso para conducir.
En segunda instancia, estaba el pésimo carácter que tenía para relacionarse con cualquier otra persona que trabajaba bajo su cargo, solía decir que era individualista y así le gustaba resolver las encrucijadas. Si bien, era cierto, solucionaba los casos más rápido que nadie, hasta que se topó con el caso Box.
Finalmente, estaban los medicamentos que ingería para lograr dormir, los antidepresivos y las píldoras le estaban creando dependencia debido a la presión provocada por los desaparecidos agrupados en la caja. Era la culpa la que la adsorbía y la estaba aniquilando con lentitud sin que nadie lo notara.
Miró al comandante ir detrás de su escritorio y sacar un bonche de papeles que Regina conocía bastante bien. Eran los múltiples reportes que la perseguían.
—No podré hacer nada por ti, después de lo que sucedió hoy —advirtió Sevilla con la mirada grisácea sobre ella.
Regina se limitó a asentir con un ligero movimiento que declaraba su entendimiento.
—No pretendo que me defiendas esta vez.
Un enternecedor semblante figuró en el rostro arrugado del comandante, era igual a un padre protector que se negaba a dejar ir a su hija.
—Bien, me da gusto que lo entiendas. Ahora sal y procura que tu plan funcione —declaró señalando la puerta—. Lleva a Miguel contigo, no quiero que tu muerte sea un pretexto para no despedirte.
Regina entrecerró los ojos, no tenía deseos de soportar a su antigua pareja por más de unos cuantos minutos.
—Puedo ir sola...
—¡Obedece, por lo que más quieras! ¡Déjame creer que todavía soy tu jefe! —vociferó tajante.
La detective no tuvo otra opción que salir de la oficina dando ancadas con rumbo a su escritorio, donde tanto Jane como Miguel seguían esperándola. Les fue imposible no escuchar el reclamo de Sevilla, por lo que Miguel ya estaba hecho a la idea de que pasaría la noche en un hospital junto a la mujer que le rompió el corazón meses atrás.
Dejó que el cuerpo se destensara, después de dejarse caer sobre la vieja silla que le pertenecía, los ojos fueron cerrados y la cabeza reclinada hacia arriba. Las pulsaciones en el pecho le impedían pensar con calma en lo que sería su vida si todo fallaba.
—Revisé la tarjeta, te las envió Víctor —informó Jane para romper el silencio.
Miguel hizo una mueca que demostraba los brutales celos que le atosigaban desde que vio las flores que eran para Regina. Por su parte, la rusa volvió la vista sobre la rubia y soltó el aire que tenía comprimido en los pulmones.
—No tengo tiempo para eso, Jane.
—Al menos dale las gracias —dijo extendiendo el celular.
—¿Quién es el iluso que pretende enamorarte? —cuestionó Miguel fingiendo desinterés.
—Es un chef famoso que conocimos en...
—¡Nadie, no es nadie! —interceptó Regina con el semblante desencajado. Luego volvió a lo suyo y comenzó a buscar unas notas que tenía en un cajón.
—¿Qué significa eso? ¡Te envió flores, Regina! —replicó la rubia con los brazos entrelazados.
—Significa que tuve sexo con él y nada más. No lo volveré a ver.
Miguel dibujó una sonrisa burlona para Jane.
—Oh, es cierto... Para Regina los hombres somos solo sexo. No tenemos sentimientos.
De inmediato, la rusa rodó los ojos e ignoró a ambos para sumergirse en el reciente expediente de Michael. Después de la incomodidad provocada por ambos, se mantuvo firme en la lectura de los expedientes, buscaba cualquier cabo suelto que pudiera haber dejado desatendido, como si ese fuera el causal de su declive; sin embargo, eran las palabras de su padre y su decisión de dejar su trabajo lo que le golpeaba la mente. Era igual a vivir una pesadilla que ella misma se creó.
El sonido del celular la trajo de nuevo a la realidad, lo vio de reojo y se percató de que la llamada la hacía Víctor. Mordió un labio, estaba a punto de responder, pero Miguel apareció frente a ella para interrumpirlo todo.
—Es tiempo de irnos, son las siete —emitió colocando una pistola en la funda que colgaba sobre su espalda.
Regina se puso de pie e hizo lo mismo, relajó el cuello, tomó sus pertenencias y salieron juntos, rumbo al hospital donde pasarían el resto de la noche.
El camino hacia su destino no pudo ser más silencioso, eran los fortuitos pensamientos lo único que resonaba en el coche que era conducido por Miguel, quien mantuvo el rostro firme en el oscuro trayecto. Desviaba la vista de vez en cuando, a pesar de que la rusa se dedicó a ignorarlo.
Llegaron al hospital y ya en el interior, fueron recibidos por un par de policías que habían estado haciendo la guardia desde la llegada de Michael. Regina fue directo a las cámaras de vigilancia, mientras Miguel terminaba de finiquitar detalles de la redada de esa noche.
Un total de cincuenta hombres habían sido colocados estratégicamente alrededor del edificio médico. Cada uno de ellos portaba arma y chaleco antibalas, mezclados en la oscuridad de aquel elemental lugar de la ciudad. Incluso al interior de las instalaciones había personas camufladas con los uniformes tradicionales del personal clínico, cualquier movimiento en falso de aquel secuestrador y el susodicho terminaría bajo el yugo de la ley.
Pasaban ya las once de la noche, cuando la detective comenzaba a bostezar, talló los ojos efusivamente con la idea de mantenerse despierta; sin embargo, el cuerpo le exigía ese descanso que se había estado negando desde días atrás. Miguel apareció frente a ella con un café para ella y uno para él, estiró el brazo en su dirección y Regina no tuvo más remedio que aceptar la bebida caliente.
—Gracias —dijo la mujer asintiendo con la cabeza.
—Tuviste una mala noche, ¿eh? —expresó Miguel al tiempo que sorbía del vaso.
—No, yo... En realidad, no sé por qué me siento tan agotada.
—Debió ser el sexo —resolvió el moreno acomodándose en la sala de espera que estaba frente a la habitación de la víctima.
Regina frunció el ceño y le dirigió una oscura mirada a su compañero. No tenía manera de negarlo cuando Jane se había encargado de decírselo.
—El sexo fue bueno, pero no creo que me haya provocado la resaca. Al parecer, bebí de más.
—¿Al parecer? —cuestionó el investigador con una ceja arqueada.
—No lo recuerdo, bebí una copa y el resto está borroso.
—¿Has estado tomando píldoras de nuevo?
Regina le dedicó la frialdad de un gesto a sabiendas de que este la conocía mejor de lo que ella suponía. Estaba a punto de responder, pero el móvil comenzó a vibrar en el bolsillo del suéter verde soldado que traía puesto.
Lo tomó con la mano que tenía libre, observó la pantalla y vio el nombre de Víctor. Tenía la intención de atenderlo, aunque fuera con un simple mensaje; sin embargo, a su costado estaba el hombre con el que mantuvo una relación amorosa por varios meses. Bien podía definirse como una mujer fría, pero su falta de sentimentalismo no llegaba a tanto. Además, aquella postura podría provocar mayores desavenencias entre ellos.
Miguel sonrió para sí mismo luego de ver que ella regresó el teléfono a su bolsillo, no sabía si la incomodidad era mayor para él o para ella.
—Puedes responder, si quieres. —Señaló el teléfono—. A mí no me importa.
Regina puso los ojos sobre él, supuso que su negación por atender la llamada nacía de otro asunto y no de la presencia de su examante.
—Yo respondo cuando quiero. Por ahora, estoy trabajando —se excusó volviendo al café caliente.
—Parece que en verdad le gustas —interrumpió de nuevo el hombre.
—Eso me queda claro, Miguel, pero como ya les dije a ti y a Jane, fue solo sexo.
—No creo que él piense lo mismo que tú —declaró empujando su cuerpo hacia delante y dejando caer el peso por sobre sus rodillas—. Envía flores, te deja notas, te invita a su fino restaurante y además es insistente con las llamadas. Tiene intereses que no son solo... sexo.
La mujer de cabello negro se miraba cansada, no solo por la fata de sueño, sino también por la extenuante plática que involucraba a Víctor.
—¡Se lo diré mañana o cuando lo vea! ¡¿Está bien?! —declaró en un temerario grito que alteró a unas cuantas enfermeras que paseaban por los pasillos.
Miguel colocó el dedo índice por sobre la boca como señal de silencio, fue entonces cuando supo que lo mejor sería dejar el tema por la paz. Al menos así, podrían enfocarse en atrapar al criminal.
Los detectives comenzaron a ir de un lugar a otro inspeccionando cualquier movimiento que resultara sospechoso, incluso Regina visitó las cámaras de vigilancia en dos ocasiones durante la noche, pero no encontró nada. Todo se veía normal. El gran acontecimiento fue el mensaje de texto que la rusa le envió a su nuevo pretendiente.
«Lo siento, estoy trabajando»
Fue todo lo que ella escribió, miró cómo esas dos palomitas se dibujaron a un costado del mensaje y luego volvió a guardar el teléfono en su bolsillo. Era tal el agotamiento que sentía, que permitió que su cabeza se reclinara sobre el hombro de Miguel, quien seguía alerta de aquello que pudiera involucrar al intimidante criminal que estaban buscando.
Eran las seis de la mañana, cuando el ajetreo en el hospital recién comenzaba de nuevo, Regina se enderezó sobre la silla una vez que el sonido del celular de Miguel la despertó. Arrugó la cara y talló con fuerza los ojos mientras su compañero hablaba con el comandante Sevilla. Los intereses del robusto hombre por aprender a quien se había burlado de ellos por más de un año, estaban en aumento con cada movimiento que Petrova declaraba en sus informes que concluían en nada.
—Quiero hablar con Petrova —demandó el jefe desde el otro lado de la bocina.
Miguel despegó el teléfono de la oreja y lo estiró para que ella lo tomara; no obstante, la mujer se negó a hacerlo con una serie señas de cabeza y manos. El hombre lo entendió creyendo que aquello era la peor idea.
—¿Señor...? —dijo Miguel con la voz temblorosa.
—Dile a Petrova que conteste ahora mismo o que no se moleste en volver.
Miguel volvió a empujar el celular, esta vez no podía hacer mucho para ayudar la rusa.
—Lo siento, hice lo que pude —emitió agotado.
Regina le hizo una notable mueca de disgusto, arrebató el smartphone y lo puso sobre la oreja.
—Me explicas, ¿por qué demonios tu teléfono está apagado cuando estás en un operativo? —gruñó con la evidente furia plasmada en la voz.
—Me quedé sin batería, Marcus —explicó yendo hacia la ventana.
—¿Qué resultados tienes?
La mujer observó la tenue luz que despejaba el cielo, un par de patrullas hacían su arribo por el estacionamiento, lo mismo hacía el personal del hospital que iniciaba una nueva jornada laboral. Entonces lo entendió, la operación falló. Lo único que podía esperar era que el hombre hubiera acudido al parque en lugar de buscar arremeter, como ella pensó en primera instancia. Los ojos se le hicieron grandes y de pronto el sueño se le espantó. Su carrera como detective ya no estaba en peligro, sino que esta se había acabado.
Una mano fue a dar a la frente y con los ojos todavía puestos en el paisaje que ofrecía el ventanal, dio respuesta a quien la demandaba.
—Me equivoqué. El maldito no vino.
El silencio reinó por unos segundos y luego se escuchó una voz menos furiosa.
—Concluye el operativo y te vienes a la comandancia inmediatamente.
Regina escuchó el teléfono ser colgado y volvió el rostro a sus espaldas donde aguardaba Miguel.
—Habrá que concluir todo —dijo casi en un susurro y caminó hacia el sanitario.
Miguel la vio partir y se dejó caer sobre el sofá que le acogió durante la noche, plantó la mirada al aire a sabiendas de que el fracaso del plan de Regina solo significaba una cosa. Cualquiera podría pensar que a él no le importaría, incluso él quería creer que era así; sin embargo, mentiría de aceptar dicha felicidad. La presencia de la rusa en sus días laborales era algo más que inspirador, aun cuando se obligaba a negarlo.
Un par de horas cedieron y tanto Miguel como Regina recogieron los videos de seguridad, incluyendo los del hospital y los de las cámaras que ellos montaron, hicieron llamadas al operativo del parque y coincidieron en que aquello no había funcionado.
Dieron las nueve de la mañana, Regina esperó a que el doctor que atendía a Michael lo visitara para conocer más sobre el estado de salud del sobreviviente. Escuchó algunas palabras médicas que desconocía, al tiempo que la mente la llevaba a la lejana Rusia, imaginando a su padre recibiéndola con un claro "te lo dije".
«Qué idiotez», pensó en medio del desfile de enfermeras que entraban y salían de la habitación del Michael.
Escuchó que lo darían de alta y vio la sonrisa tanto de los padres como la de él. No pudo evitar contagiarse con su felicidad, ellos eran unidos igual a una verdadera familia. Luego respiró hondo y miró de reojo unos documentos que estaban puestos sobre la mesa, se acercó un poco más y supo que se trataban de sus últimos estudios.
Los tomó para darles un vistazo con la idea de descartar la presencia de drogas o alcohol en el sistema del muchacho y al instante notó la fecha. Eran de semanas atrás, no fueron realizados el día que llegó, después del intento de secuestro.
Los ojos se le hicieron grandes y los plantó en el muchacho que estaba recostado sobre la cama.
—¿Por qué te hiciste estos? —preguntó señalando los papeles que tenía en la mano.
Michael no se inmutó, se limitó a responder con precisión dado que la investigación seguiría.
—Estaba por participar en un torneo de lucha, me los solicitó la universidad.
La mujer despegó los ojos de Michael, se dio media vuelta y tomó a Miguel del brazo para arrastrarlo hacia la salida.
—¿Qué? ¿Qué sucede? —cuestionó con la incógnita en la cara—. ¿Enloqueciste?
Regina volvió la vista a todos lados, esperando que nadie la viera o escuchara. Luego se acercó todavía más a Miguel y este se puso pálido con el acercamiento de la mujer.
—En otros expedientes de los desaparecidos, hay exámenes clínicos iguales a este. El estado de salud de estas personas es... perfecto.
La frente de miguel se arrugó, Regina solía presionarlo para que le dieran ideas, lo hacía con él y con Jane.
—¿Eso quiere decir que podrían ser traficantes de órganos o trata de personas?
—Lo supuse antes, pero por ahora eso no importa —aseguró la detective con un nuevo destello proveniente desde la oscuridad de sus ojos—. Miguel, hay un soplón en este hospital.
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