Capítulo 5
Los ojos se negaban a ser abiertos después del estruendo provocado por el teléfono celular que no paraba de sonar. Apenas logró sentarse sobre la cama, la habitación le dio vueltas en todas direcciones, era como estar cayendo en un agujero que no tenía fin. Una mano fue a dar a la cabeza, seguido del gesto que evidenciaba una notable cobardía para ponerse de pie. El timbre del móvil retumbó de nuevo, provocando que Regina buscara en cada parte del espacio el artefacto que le destrozaba los nervios.
Finalmente, envuelta en la sábana blanca de Víctor, logró estabilizarse para llegar hasta donde el sonido del timbre le decía que debía estar el ruidoso celular.
—¡¿Qué?! —contestó de golpe después de presionar el botón verde y colocar el smartphone en el oído.
—Petrova, ¿dónde estás? —cuestionó un investigador llamado Miguel Ledezma desde el otro lado de la bocina—. Tenemos tiempo intentando contactarte.
La mujer cerró los ojos y carraspeó la garganta antes de responder, Miguel era un buen compañero con el que compartió algo más que una simple relación laboral. Continuaba trabajando con él, por lo que no creía necesario que se enterara de su casual aventura con un chef.
—Me quedé dormida, lo siento. ¿Qué sucedió? —cuestionó sosteniendo la sábana con una mano y el teléfono con la otra.
—Te necesitan en la estación ahora mismo. Tienes un caso —expuso el agente que parecía ansioso.
—¿Un caso? —Talló los ojos para mantenerlos abiertos— ¿Qué demonios quieres decir con eso? El caso Box es...
—Hubo un ataque esta madrugada, la víctima fue trasladada al hospital central —expuso el hombre realzando la voz para que la detective lo escuchara.
—¿Y yo qué tengo que ver con eso? —Frunció el ceño, cansada de las palabrerías.
—Petrova, se trata de un deportista de veintidós años, no toma alcohol, no fuma, ni usa drogas —explicó con tal desesperación que estaba claro que era importante—. Dice que la intención de su atacante nunca fue asesinarlo.
Los labios se abrieron; sin embargo, no existía sonido que fuera emitido, la revolucionada mente de Regina le dictaba que aquello era lo que necesitaba para resolver el famoso caso que le estaba costando su carrera como detective. Después de meditarlo, parpadeó un par de veces y enunció lo que su cabeza la obligaba a hacer de inmediato.
—Envíame los datos, voy para allá —ordenó y colgó la llamada.
Corrió en dirección a la habitación donde suponía que debía encontrarse toda su ropa. En su búsqueda, se topó con varias botellas vacías, dos copas sobre la mesa y una nota que sobresalía en la almohada.
«Gracias por la perfecta noche que me has dado, he tenido que salir al restaurante, puedes quedarte el tiempo que gustes.
Posdata, te he dejado un par de aspirinas sobre la barra de la cocina.
Víctor»
La mujer, apenas si podía creer que esa noche de sexo, se le haya ido de las manos hasta ese punto, no recordaba lo sucedido, fuera la intensidad del turco. Volvió a la búsqueda de sus ropas, se vistió aceleradamente, tomó las pastillas y salió dando ancadas, solicitando un vehículo que la que llevara al lugar de los hechos.
El sitio —que no era muy diferente a un parque— había sido acordonado. La iluminación y las características sirenas martillaban la migraña que atormentaba a Regina. Apenas puso un pie fuera del automóvil, Jane y Miguel corrieron a su encuentro, Miguel comenzó a soltar un puñado de información que Regina luchaba por digerir, mientras que Jane la recibió con un café cargado que le reviviera los ánimos.
—¿Qué encontraron? —preguntó la rusa luego de darle un sorbo a la bebida.
—Todavía nada —respondió el detective de cabello café y mirada color miel—. Aunque, no deben tardar si el maldito salió huyendo. Alguna pista debió dejarnos.
—¿La víctima describió al atacante? —interrogó Regina con un aire de esperanza porque hubiera sido identificado.
El detective abrió un cuaderno y miró sus notas.
—Un hombre delgado y fuerte, de un metro noventa aproximadamente —recitó y retiró la vista del papel.
Regina hundió el entrecejo, tenía claro que la descripción no serviría de nada.
—¿Eso es todo? —cuestionó con el rostro lleno de desaprobación—. ¡¿Qué clase de idiota mira a su atacante y nota solo eso?! ¡Necesito marcas, cicatrices, tatuajes! ¡Cualquier maldito dato que me haga atraparlo!
—¡Oye, cálmate! —expresó Miguel con las manos en el aire—. El muchacho estaba luchando por su vida, posiblemente vio algo más, pero por el momento seguía aturdido.
—¡Hay maneras de sacarle la información a la gente, Miguel! ¡Si no harás bien tu trabajo, te aconsejo que busques otra profesión! —reprendió la detective con un tono desalentador.
—¿Y tú dónde estabas? ¿Te quedaste dormida, porque ahogaste tu autocompasión en Vodka? —replicó el hombre con una acusatoria mirada sobre ella.
—Ok, ya se acabó la hora de buscar culpables... Será mejor que nos calmemos todos —interrumpió Jane, interponiéndose entre los dos detectives que estaban a punto de sacarse los ojos.
Regina frunció el ceño, respiró hondo y les dio la espalda a ambos para dirigirse a la zona en la que los recolectores de muestras seguían trabajando.
Por su parte, Jane hizo un gesto de desaprobación para Miguel, quien se sentía igual de molesto que la rusa que le llamó incompetente.
—Lo que le dijiste fue cruel —dijo la rubia.
—Está sola porque quiere. Me lo dejó claro hace tiempo —señaló aquel, evadiendo todo contacto visual con Jane.
Meses antes de que las desapariciones del caso Box iniciaran, Miguel y Regina tenían una especie de relación que parecía funcionar muy bien. Mientras que, por las mañanas eran compañeros de trabajo, por las noches compartían algo más que unas copas y la cena. Sin embargo, luego de los primeros ataques, la rusa comenzó a creer que Miguel era parte fundamental en la falta de concentración que le impedía resolver la encrucijada. Así que, sin ningún tipo de titubeos, le explicó su nulo deseo por sacrificar su profesión a cambio de un simple romance. Miguel padeció la ruptura, sobre todo por el hecho de que estaba obligado a continuar trabajando a su lado, ya que tanto Jane como Miguel formaban parte del equipo de trabajo de Petrova.
La expareja le aseguró a Sevilla que habían superado el rompimiento y que sus sentimientos no afectarían su labor; no obstante, Jane sabía que siempre encontraban razones para seguir discutiendo.
—Hoy no. Pasó la noche con un hombre, por eso llegó tarde —aseguró Jane y se marchó en busca de su amiga.
Por su parte, Miguel permaneció estático en su lugar, fingiendo que las aventuras de Regina no tenían importancia para él. Aun así, en medio del desastroso escenario que tenían de frente, un nudo en el estómago manifestaba el amargo sabor de los celos.
Los agentes de overoles azules, no habían dejado de peinar el área que fue delimitada horas atrás, únicamente Regina y dichas personas conocían de la cantidad de objetos extraños que se podían encontrar en un parque. Sin embargo, ninguno de ellos parecía pertenecer al atacante. La falta de evidencias era parte de la frustración de Regina, «la perfección no existe» decía en cada ocasión en el que se sumergía en los expedientes de los desaparecidos.
A sus espaldas, percibió la llegada de su amiga, regularmente ella era la única con la valentía suficiente como para acercársele cuando sobresalía su mal genio. La rusa susurró un par de palabras mal sonadas en su idioma natal, anticipándose a la presencia de Jane.
—¿Qué tal te fue anoche? —cuestionó de manera directa, ya que no había otro tema que le importara más durante esa mañana.
La mujer que se mantuvo rígida, observando la labor de los investigadores, omitió el interrogatorio, luego supo que no se detendría y continuaría haciendo preguntas del tipo que detestaba.
—Bien, estuvo bien —emitió tajante.
—¿Qué sucedió? Necesito detalles —solicitó con cierta energía.
Regina volvió el rostro, evidenciando lo frustrada que se sentía.
—Sexo, eso fue lo que sucedió y como ya sé cuál será tu siguiente pregunta, te diré que fue sexo muy excitante, pero nada más. Tampoco fue el mejor de mi vida y no creo que lo vuelva a ver.
—¡Oye, se supone que yo debía preguntarte eso...! Le quitas la diversión a esto de ser amigas —recriminó Jane, empleando un tono agrio—. Espera... ¿Por qué no lo volverás a ver?
La rusa rodó los ojos, esperaba que, si respondía todo en una sóla oración, el tema moriría pronto; no obstante, Jane no se lo permitió.
—Necesito resolver esto, no tengo tiempo para estúpidas citas, novios o relaciones de ningún tipo.
—¡Es sólo sexo, Regina! —exclamó con el deseo de que aceptara la idea.
—¡No quiero ningún tipo de relación, Jane! —gritó, finalizando la conversación.
Había oscuridad en la mirada, una que alcanzaba cuando el orgullo le suprimía cualquier deseo de presunción. Por aquellos días, ser la detective Petrova no estaba menos degradado al de una simple policía que no podía resolver un caso, eso la estaba matando de una manera lenta y agonizante.
Minutos después, la atención de la detective estaba en los escasos objetos que suponían tener alguna relación con el hombre que buscaba.
—¿Esto es todo? —cuestionó con la fulminante mirada sobre las bolsas.
Gomas de mascar, ropa interior femenina, una vieja y oxidada navaja junto con un puñado de tierra que más adelante examinarían.
El técnico se limitó a entregar la lista de las muestras a su jefe inmediato, quien respiró hondo antes de continuar con la pelea que sabía que venía.
—Lo siento, Regina. —Firmó los papeles que su subordinado le expuso—. No hay nada más, a menos que pienses que ese Pony de plástico pudo haber sido utilizado como arma homicida —bufó un Miguel relajado.
La mujer rodó los ojos, seguía cansada tanto física como mentalmente del caso Box, necesitaba respuestas y las requería ahora.
—¡El primer error del hombre en meses y me dices que no hay nada! —expresó todavía disgustada.
—¡¿Qué quieres que haga?! Llevaremos esto al laboratorio y obtendré lo más que pueda. En vez de quejarte de mi trabajo, deberías de ir a hablar con la víctima al hospital central, así tendrás tu dichosa información.
—Eso haré, que no te quepa la menor duda —aseguró la pelinegra entrecerrando los ojos.
Estando a punto de caminar por la zona acordonada, el molesto timbre del teléfono volvió a sonar, Regina hizo una mueca con la cara y sacó el celular de la chaqueta negra que traía encima. En la pantalla aparecía la palabra "padre", con ello un ligero sofoco la hizo sentirse vulnerable, humana, inestable, igual a una mujer que requiere apoyo; no obstante, ella no lo diría, ni siquiera se lo permitía a su enorme ego, ese no debía enterarse de la fragilidad que la perseguía desde meses atrás.
Sacudió todo pensamiento tormentoso que le nublara la coherencia, arrugó la nariz y respondió la llamada que esperaba fuera un simple saludo, aun cuando muy en el fondo sabía lo que venía.
—Hola, padre —masculló asegurándose de que no estuviera nadie cercas.
—Me ha dicho tu madre que debería hablarte, cree que necesitas un descanso.
Era un hombre directo, no acostumbraba a adornar las cosas como mamá lo hubiera hecho, en su lugar era tajante, frío. La misma imagen de su padre y Regina le precedía.
—Estoy bien, mamá se preocupa demasiado —resolvió.
—Sé que no debo preguntar, pero ¿has avanzado en algo con tu investigación?
Regina mantenía los ojos oscuros en los árboles que rodeaban la escena del crimen, por breves segundos fue como si el teléfono no estuviera sobre su oreja. Meneó ligeramente la cabeza hacia un costado y arrugó la frente con el agotamiento encima.
—No, todo está igual.
—Escucha, el trabajo que elegiste no es el más sencillo, si sientes que te está consumiendo, lo mejor sería hacerlo a un lado y buscar una nueva alternativa. No te juzgaré si decides dejarlo, al menos lo intentaste, Regina.
Una energía reveladora le recorrió el cuerpo, que hasta ese momento seguía adormecido, ni las aspirinas ni el café cargado lograron lo que las tortuosas palabras de su padre alcanzaron. Era igual a los castigos que recibía cuando los rompecabezas no eran resueltos dentro de los tiempos estipulados. El agotamiento y la falta de evidencias debía dejar de ser un pretexto para los pésimos resultados que tenía hasta ese día.
—Gracias por la motivadora charla, papá. Ahora tengo que trabajar. —Oprimió colgar, arqueó una ceja y volvió el rostro en dirección de Miguel.
Jane se percató del semblante de la rusa, cuya mente estaba haciendo todo tipo de conjeturas que la ataran al misterio que tenía por resolver. Le resultaba desafiante la pulcra manera de trabajar de aquel funesto hombre que desaparecía personas.
—Jane, vamos. ¡Tengo un plan! —dijo con tremenda sonrisa que delataba la arrogancia de su ser.
Fue hasta donde el resto de los policías aguardaban junto con el jefe de investigación policial, Miguel seguía subiendo un par de cajas amarillas a la camioneta, cuando vio a la pelinegra venir hacia él. Traía consigo ese extraordinario semblante que claramente conocía, la mirada de fuego, el color en el rostro y por supuesto, seguirían las suposiciones que la nombraban como la mejor del condado.
—Necesito que le digas a la prensa que tenemos evidencia para detener al malnacido —soltó relamiendo los labios.
—¡¿Qué cosa?! —emitió el hombre que casi suelta el pesado armamento sobre sus pies.
—Lo que dije... Debes decirles que tenemos evidencia suficiente.
Miguel le dedicó una rígida mirada a Jane e hizo lo mismo para Regina, ambos rostros tenían la misma expresión que declinaba la idea que salió de la cabeza de la rusa.
—¿De qué evidencia hablas? Tú viste las bolsas, no tenemos nada...
—Me queda claro que no tenemos nada, la evidencia es simple basura del parque y la declaración es insultante —espetó agitando las manos en dirección a la vagoneta que protegía lo recolectado— ¡La mitad de Florida tiene esas estúpidas características físicas!
—Entonces... ¿Por qué demonios quieres que diga eso?
—Es un asqueroso perfeccionista de su trabajo, no es de los que deja las cosas a la mitad. Volverá, ya sea a este parque o al hospital a deshacerse del muchacho, pero volverá. Puede que nos esté observando ahora mismo, por eso necesito que aparentes que tenemos algo —explicó sin parar de asentir con la cabeza—. Esta noche pondremos cámaras y gente vigilando.
Miguel viró el rostro a donde la prensa y luego de nuevo a Regina, bien podía estar bajo los efectos de la paranoia, pero algo en el interior le decía que podía funcionar, ella necesitaba pistas para avanzar en los casos y esas estaban escasas.
—Pondremos en riesgo a la víctima —aseguró con las manos en la cintura.
La rusa negó de inmediato, respiró hondo y dijo lo único que podía decir.
—Si no me apoyas con esto, no podré hacerlo sola —susurro casi suplicante.
El hombre cerró los ojos, agachó la cabeza y maldijo para sí mismo.
—¡Bien, lo haré! Aunque, sabes que Sevilla nos matará.
—Yo me encargó de Marcus, tú de la prensa.
—¿Por qué no al revés? —cuestionó con una ligera curvatura en los labios.
La rusa puso en blanco la mirada e hizo una mueca de fastidio. Todos en la comandancia sabían de su pésima relación con la prensa.
—Iré al hospital y hablaré con el chico. Cuidaré de él esta noche —informó al tiempo que salía en dirección del automóvil.
Después de una hora, Regina miraba a través de las noticias la conferencia de prensa que Miguel emitía, se hablaba de la supuesta evidencia que los llevaría hacia el hombre de las desapariciones. Una leve luz aparecía al final de túnel, Regina tenía plena confianza en ese plan que le daría respuestas. Era una trampa bien montada y para el final habría alguien bajo el yugo del castigo, ya fuera ella o el hombre que se había convertido en su verdugo. Apenas terminaron las noticias, el teléfono no paraba de sonarle, era un estado alarmante de lo cerca que podría estar de atrapar al victimario.
Vio la pantalla y se percató de que se trataba de Marcus Sevilla, el jefe al que pocas veces Regina obedecía. Arrugó la nariz y oprimió ignorar llamada. Primero quería acercarse al muchacho de veintidós años que seguía en observación y luego ya hablaría con el comandante que muy probablemente estaría furioso.
Vio a Jane venir hacia ella con dos gafetes que les acreditaban la entrada a la habitación donde este fue resguardado.
—¿Quieres que haga las preguntas? —cuestionó Jane a sabiendas de que su amiga era tosca y directa con el uso de las palabras.
Se negó y empujó la puerta antes de que cualquier otra cosa se interpusiera entre ella y el muchacho que sufrió el ataque. Más de un par de ojos claros se posicionaron sobre las dos mujeres que irrumpieron en la habitación. Petrova sacó de su bolsillo la placa que la identificaba como detective, aun cuando todos la reconocían.
El herido intentó reincorporarse sobre la cama, pero fue su madre la que se lo impidió. Debía mantenerse recostado debido a un fuerte golpe que tenía en la cabeza. El moreno de complexión atlética tragó saliva y se cruzó con la mirada de fuego que Regina mantenía.
—Soy la detective Petrova, necesito hacerte unas preguntas —emitió con tranquilidad.
El joven asintió, ignorando los esfuerzos de su madre por mantenerlo recostado.
—¿A qué hora fue el ataque? —cuestionó la mujer al tiempo que miraba las notas de Miguel.
—Cercas de las siete de la mañana —declaró el postrado.
Regina levantó la cara con un intimidante semblante que sólo Jane reconocía.
—Al investigador Ledezma le has dicho que fue a las 6:20 am.
—Sí, es cierto... Lo siento, supongo que fue a las 6:20 am —respondió con una ligera sonrisa.
—¿Supones? Tu vida corre peligro y tú, ¿supones? —señaló Regina con la frialdad que la caracterizaba.
—Lo siento, estoy confundido —dijo señalando el golpe que se hizo en la cabeza—. Todo fue repentino, estaba haciendo mi rutina matutina cuando de pronto ese hombre me atacó y tuve que defenderme para evitar...
—¿Cómo? —interrumpió tajante.
—No entiendo, detective. —Puso su noble mirada sobre ella.
—¿Cómo te defendiste?
El moreno tragó grueso y respiró hondo.
—Práctico lucha grecorromana en la universidad. Lo que hice fue luchar con él, me aplicó una llave cuando intentaba dormirme; sin embargo, logré soltarme, lo golpeé con una roca afilada en la pierna y luego salí corriendo.
Regina arqueó una ceja, buscó entre las notas de Miguel y se dio cuenta de que no había nada sobre eso.
—¿Lo mencionaste antes? Lo de la lucha, ¿se lo dijiste a Ledezma? —interrogó señalando el cuadernillo de hojas amarillas.
—No, él no... me lo preguntó, pero le... dije lo de... la pierna —tartamudeó por el miedo que Petrova le provocaba.
Los ojos que sembraban terror se fueron sobre Jane, quien respondió haciendo una mueca con la boca y encogiéndose de hombros, luego intentó salir de la habitación hasta que fue interceptada por el padre del muchacho.
—Lo atraparán, ¿cierto? —Miró a la detective frenarse—. Vi en televisión que tienen evidencia para encontrarlo.
La mujer se mantenía de espaldas, sabía que de girarse se encontraría con las expectativas de una familia que no se sentía segura, al menos no por esa noche. Ahora debía lidiar con las responsabilidades de sus peligrosas mentiras. Finalmente, se giró y posicionó toda atención en Michael, el jovencito de la cabeza vendada.
—Tenemos indicios, pero hoy corren peligro. Hay dos policías afuera de este lugar y por la noche volveré para cuidar de ti —aseguró la rusa y cruzó la puerta.
El teléfono no paraba de sonar, Jane no dejaba de hacer preguntas y su mente divagaba en las escasas pistas que poseían, todo reunido bajo el consuelo de que su plan terminara en algo más que simples fantasías de película.
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