Capítulo 4
Ambas jóvenes aguardaban los platillos que el dueño y chef del restaurante Ölüm, seleccionó para sus importantes invitadas, como tal estaban siendo atendidas por el camarero de mayor experiencia en el negocio, quien les sirvió la mejor Champagne que había en la cava y las acomodó en la mesa de vista más privilegiada en el elegante e íntimo local.
Regina observaba meticulosamente cada movimiento que surgía en el lugar, para ella, Víctor era un hombre con una escrupulosa fachada externa que ocultaba un tumulto de problemas personales en el interior. ¿Por qué un hombre de dichas características fingía estar interesado en una mujer como ella? Alguien que apenas si se miraba en el espejo por las mañanas, rara vez analizaba su vestimenta y de ninguna manera gastaba tiempo en su cabello o rostro. Probablemente, el hombre extrañaba Turquía y siendo ella una mujer rusa, podría ser lo más cercano a su país fuera de la comida que tan minuciosamente preparaba todos los días.
Por otro lado, Jane aseguraba que la atracción de Víctor por Regina fue instantánea, aun cuando se decepcionó de no ser ella la encantadora mujer que recibiría las flores. También creía que Regina necesitaba una relación o al menos alguien con quien tener sexo casual, por lo que las conversaciones con su amiga eran cada día más insistentes.
Después de varios minutos de conversación y luego de haber terminado la cena, las dos jóvenes escucharon a los comensales aplaudir como si acabara de iniciar un espectáculo teatral; sin embargo, no había ningún tipo de entretenimiento esa noche en el restaurante. Los aplausos de los comensales eran dirigidos al chef que recién salió del ajetreo de la cocina para saludar a quienes degustaban sus platillos.
—¡Todo estuvo maravilloso! —expresó una coqueta mujer de unos cincuenta años que intentaba ocultar su edad bajo atuendos escotados y enormes cantidades de bótox.
Víctor tomó con delicadeza su mano y la besó como si estuvieran en el siglo XVIII. La cliente sonrió sin disimulación y vio partir al hombre de impecable uniforme.
—¿Cómo puede lucir siempre tan perfecto? —siseó Regina al tiempo que este caminaba hacia la mesa en la que ella se encontraba.
El chef continuó saludando a algunos de sus concurrentes clientes hasta llegar a la mesa más especial del lugar. Los ojos negros de Regina se alzaron para chocar con la penetrante mirada de Víctor, quien sonreía complacido por la bienvenida que recibió en el comedor.
—Te has lucido esta noche, Víctor —aseguró Jane con la coquetería que la caracterizaba.
—Es siempre un placer para mí compartir mi arte —respondió Víctor sin haber desviado la atención de Regina—. ¿Qué te pareció?
Petrova supo que la pregunta fue dirigida a ella, claro estaba que la comida era buena, la mejor que comió en su vida, él sabía lo que hacía, aun cuando se estuviera escondiendo detrás de una bien montada fachada.
—Muy buena, gracias por la invitación —respondió con cierta frialdad.
—No agradezcas eso, soy yo quien debe agradecer tu presencia. Me ha encantado verlas de nuevo. ¿Puedo acompañarlas? —Señaló con la mano derecha la silla junto a la descuidada detective.
—Por supuesto, este es su restaurante —resolvió la rusa para ver aparecer la flamante y perfecta sonrisa de Víctor.
—Deja las formalidades y háblame de tu, como lo hace Jane.
Después del indefenso reclamo, jaló el asiento y con formalidad se acomodó en el espacio.
—¡Ay sí, Regina! ¡Ya basta de eso! —interrumpió Jane con la copa de Champagne en la mano.
—Lo siento, me es difícil hacerlo cuando es parte de mi educación, pero me esforzaré por cambiarlo, Víctor —explicó al tiempo que hacía una ligera mueca nada grosera.
—Notamos que hoy no hubo ese platillo especial, ¿a qué se debe? —cuestionó Jane, haciendo algo de plática.
Un brillo natural surgió de los ojos del chef, sin duda amaba hablar sobre su trabajo.
—Me temo que la carne que se sirve en esos platillos lleva un proceso riguroso de varios días de preparación, por lo que solo la servimos una o dos veces al mes. Además, son carnes seleccionadas para unos cuántos comensales.
—Es una pena, me hubiera gustado comerlo de nuevo —emitió, encogiendo los hombros —. De igual manera, lo que hemos probado estuvo delicioso.
Por otra parte, la acelerada mente de Regina la llevó a divagar entre todo tipo de teorías que tenía sobre Víctor.
—El nombre de su restaurante es algo que a mi me ha llamado mucho la atención, Víctor. ¿Por qué llamarlo Ölüm? —preguntó con la curiosidad plasmada en el rostro.
—¿Por qué? ¿Qué significa? —Jane ahora estaba más interesada en la respuesta que en su bebida.
—Ölüm significa muerte en mi idioma natal, Jane —explicó el moreno.
—¿Por qué? ¿Tus platillos están para morirse? —interrumpió Jane y soltó una carcajada.
Regina desvió la mirada e hizo una ligera mueca que le hiciera saber a la rubia que su risa estaba siendo molesta. Por otro lado, Víctor se limitó a negar con la cabeza sin verse poco amigable.
—Hago referencia a las carnes que se sirven en este lugar. Más específicamente, hablo de los animales que son sacrificados para que nosotros podamos alimentarnos de sus carnes.
—¿Eres vegano? —preguntó Regina ahora con el ceño fruncido.
Víctor negó una vez más, pero ahora servía una copa de Champagne frío para sí mismo.
—De ninguna manera, aunque sí respeto a quienes lo son, y por supuesto, a los animales. Por ello, he llamado a mi restaurante así.
—¿No le parece extraño llamar a su restaurante Ölüm en honor a los animales sacrificados y, aun así, servir y comer carne? —cuestionó sin querer aceptar la compleja idea.
—Es esa mi extraña manera de pensar, Regina.
La mujer lo miraba extrañada por la respuesta que le fue proporcionada, aquella le abría la mente a muchas más preguntas que no haría en ese momento, ya que podría tornar la conversación en algo tedioso y aburrido. En vez de ello, permitió que Jane fuera quien eligiera el tema de conversación, pese a que tenía cierta insistencia en mencionar las flores que Víctor le envió. Para el chef la situación era normal, enviarle flores a una mujer que deseaba volver a ver, estaba dentro de lo aceptable para el inicio de una posible relación; sin embargo, Jane conocía a su amiga, no existían las relaciones sentimentales en el planeta Regina, puesto que su concentración se dirigía hacia su exhaustiva carrera como detective.
De nuevo, Víctor se ofreció a llevarlas a sus respectivos departamentos y lo hizo de la misma manera que sucedió la noche anterior, primero regresó a Jane y luego partió con Regina hacia una dirección que no era la de su hogar. La mujer se mostró contrariada, mas no asustada de que aquella inusual situación fuera un acto delictivo.
—Mi departamento no está por aquí —comentó con ambos ojos en el camino.
—Lo sé —respondió el moreno sin desviar la mirada.
—¿A dónde vamos?
—A mi departamento —emitió él en una clara sonrisa.
Regina frunció el entrecejo y giró el cuello.
—¿Por qué?
—Te mostraré algo —dijo el hombre con total tranquilidad.
Finalmente asintió y le agradeció al cielo haber usado esa noche lencería más linda.
Regina prefería la comodidad antes que el glamour y el porte que la ropa le podía ofrecer; no obstante, pasaron varios días sin haber acudido a la lavandería, por lo que esa mañana, al abrir el cajón de ropa interior, se encontró con una sóla pantaleta pequeña de encaje oscuro.
La distracción de la rusa, gracias a su ropa interior, fue interrumpida por su llegada a un enorme y elegante edificio donde se localizaba el departamento de quien conducía el automóvil negro, último modelo. Utilizó el estacionamiento que marcaba la numeración 52 y luego de que el auto fuera apagado, Víctor se apresuró a salir para abrir la puerta de su invitada, aun cuando ella ya había intentado abrir por dentro pese al seguro que colocó el chef.
—No era necesario —dijo ella mientras bajaba del carro.
—No me molesta, es parte de mi educación —respondió al tiempo que le mostraba el camino a un elevador.
Un par de hombres en la entrada del edificio saludaron al asiático y volvieron la mirada a la mujer que le acompañaba esa noche. Regina pensó en un par de palabras para decir, pero omitió cada acto que su impulsivamente le dictaba.
Minutos después, la puerta era abierta para mostrar un elegante, pulcro y amplio departamento. La decoración no era para nada excesiva, sino más bien simple y sutil, a pesar de que quien vivía ahí era un hombre soltero. Regina bien pudo haber esperado encontrarse con una mesa de billar en medio del recibidor, un refrigerador lleno de cervezas y platos sucios alrededor de la casa, pero tratándose de Víctor, eso no era una posibilidad. En vez de ello, había un piso impecable, una cálida sala de estar decorada en tonos grises y blancos, desde la entrada podía verse la enorme isla central que adornaba la cocina. Era igual a una revista para arquitectos.
Los ojos de la detective pasearon por todos lados, esperando encontrar cualquier detalle fuera de lugar, una mosca, un calcetín sucio, alguna mancha provocada por el sudor de un vaso sobre una superficie. El chef no sólo era meticuloso en su trabajo y en su forma de vestir, también aplicaba esa aptitud a su vivienda, era una adicción de la que dependía.
—¿Gustas algo de beber? —ofreció el anfitrión.
—¿Tienes Vodka?
El hombre sonrió sin disimulo al tiempo que terminaba de encender las luces de la casa. Luego caminó hasta la cava que tenía en la cocina y sacó un vino rojo.
Regina hizo una mueca de desagrado después de mirar el licor que más detestaba.
—¿Tiene que ser tinto?
—Degustarás carnes rojas, es esencial que sean acompañadas por vinos tintos, el Vodka no va con ello —declaró con una botella en la mano.
—Así que... a eso hemos venido —farfulló la mujer después de enterarse de las intenciones del cocinero.
—¿Imaginabas algo diferente? —interrogó empleando un toque de coquetería.
—No, en realidad estaba segura de que vendría a tu departamento a comer carnes —bufó sarcástica.
—Excelente, entonces es tu día de suerte —resolvió Víctor sacando del refrigerador un recipiente con una serie de cortes diferentes, aun sin cocinar—. Te aseguro que no tardará mucho y será un placer a tu paladar.
Regina aceptó sin remedio alguno y tomó asiento en uno de los bancos de la barra, dejó que su cabeza se reclinara sobre una de sus manos y se limitó a observar los acelerados movimientos del hombre que parecía estar conectado con la cocina. Se dio cuenta de que no importaba que tan apresurado o tosco fuera el movimiento, Víctor tenía todo bajo control. Lo vio sazonar las carnes con una extraña mezcla que sacó de la nevera y luego asegurarse de que la sartén estuviera lo suficientemente caliente para colocar sobre ella las piezas de carne que después chillarían sobre el fogón.
La detective caminó alrededor del departamento, decidida a encontrar esa migaja de pan que le diera más información de la que Víctor le proporcionó. Encontró una fotografía del mismo chef, con esa escrupulosa vestimenta, acompañado de sus padres. Dos perfectas personas abrazando a su igual de perfecto hijo.
—¿Esta es resiente? —interrogó la rusa, señalando la imagen.
Víctor volvió la mirada y se percató de que se trataba de la única fotografía que había en su sala.
—No, creo que fue justo antes de venir a los Estados Unidos —informó volviendo a la cocina.
—Luces igual, no has cambiado mucho.
—Me temo que gozo de buena salud y excelente genética —rio sin tomarle mayor importancia.
Regina regresó el portarretrato a su lugar y continuó en su asecho por la verdad.
—¿Puedo entrar a tu baño?
El chef apenas si se dirigió hacia ella, únicamente apuntó la dirección de la puerta que debía abrir y siguió en lo suyo.
Apenas la atravesó, encendió la luz, revelando un sitio inmaculado y estéticamente impecable.
—Esto es abrumador —dijo para sí misma y abrió la llave del lavamanos a fin de hurgar en los cajones sin que el ruido alertara a Víctor de la investigación.
El primer cajón que inspeccionó estaba lleno de artículos personales, todos y cada uno de ellos etiquetados, cerrados y sin ningún tipo de derrame. El siguiente tenía otro tipo de productos de higiene personal sin abrir.
—Entonces también eres precavido o usas cupones —susurró.
El tercer cajón contenía medicamentos, algunos para malestares simples como el dolor de cabeza o problemas estomacales. Regina estaba decepcionada de no haber encontrado nada, cuando le pareció ver un extraño medicamento que creyó reconocer. «Amoxapina» leyó en la etiqueta y en el acto los ojos se abrieron grandes después de recordar que ella pasó tiempo tomando esos mismos antidepresivos.
Estaba tan concentrada en la caja de las medicinas que el timbre de su teléfono le hizo dar un brinco de espanto en el momento entrante de la llamada. Colocó los artículos de nuevo en su lugar y volvió la mirada a la pantalla para darse cuenta de que quien llamaba era Jane.
—¿Qué pasa? —respondió.
—Cuéntame, ¿qué pasó? ¿Te dejo en tu casa y sólo eso? —preguntó la rubia tras la bocina.
—Esta vez no, justo ahora estoy en su departamento.
—¡¿Qué?! ¡¿De verdad?! Regina, dime que no estás usando esos calzones de abuelita —chilló tan fuerte que la pelinegra se despegó ligeramente el teléfono de la oreja.
—¡Jane, por favor! ¿Puedes callarte? —siseó intentando cubrir su voz con la mano.
La puerta del baño sonó, era claro que Víctor escuchó el escandaloso momento que Regina protagonizaba al teléfono.
—¿Está todo bien? —cuestionó por detrás de la puerta.
—Sí, por supuesto, enseguida salgo —resolvió la rusa y tiró de la palanca del escusado—. Jane, debo colgar.
—¡Respóndeme, por dios! ¿Debo aparecerme en ese lugar con alguna estúpida excusa para llevarte lencería sexy?
—No, yo... no uso lo de siempre, ¿ok? —susurró para evitar que Víctor escuchara algo.
—¡Ok! —dijo Jane y colgó sin agregar más.
Regina respiró hondo, lavó sus manos y humedeció su pálido rostro, eran pasadas de las doce de la madrugada, ella no solía desvelarse en fiestas, cenas o citas. La mayor parte de las noches que pasaba en vela era en la oficina, leyendo expedientes y atando cabos, esa era su adicción.
—Siento el escándalo, era Jane —declaró la mujer cuando salió del baño.
Víctor la miró confundido, notó el agua salpicada en el rostro de la pecosa y le entregó una toalla blanca del baño para que secara su piel.
—¿No tienes a alguien más que te hable fuera de Jane? —interrogó al tiempo que volvía a la cocina.
—Mis padres. Mi madre mayormente, mi padre lo hace cuando mi madre se lo exige.
—¿Tienes hermanos?
—Dos, ambos hombres y detectives en Rusia —respondió ella tomando un sorbo de la copa que tenía servida.
—Entonces eres parte del negocio familiar. —Aun cuando seguía concentrado en lo suyo, saber más de la vida privada de Regina parecía importarle.
—Lo soy, sí. —Asintió con la cabeza.
—¿Por qué decidiste venir a los Estados Unidos? —cuestionó Víctor mientras colocaba una tabla con tres pequeños cortes de carne cocinados.
—En Rusia, los hombres de mi familia tienen una compleja carrera que seguir, mi abuelo y mi padre son famosos detectives, mis hermanos han comenzado a ganar su propia fama. Sin embargo, para una mujer de apellido Petrova, hija de Nicolas Petrov... —Chasqueó la boca—. No, mi padre no esperaba que yo siguiera sus pasos, así que intentó todo tipo de bloqueos para evitar que me convirtiera en detective.
El hombre arrugó la frente.
—¿Por qué lo hizo?
—Soy mejor que los idiotas de mis hermanos, sabe que puedo con el trabajo, el apellido y todo eso, mas nunca lo aceptará porque soy una mujer.
—Suenas muy segura —aseguró entrecerrando los ojos.
—Soy una chica lista con una rigurosa educación guiada por mi padre. Mejoré instintivamente en cada enseñanza, pulí mis habilidades y comencé a resolver los acertijos, cada vez más rápido. Aun así, no tuve nunca su aprobación y cuando le hablé sobre mi decisión de seguir sus pasos, se negó tajante. Me aseguró que no existía un lugar para mí en ese mundo —argumentó fingiendo que no le afectaba.
—¿De verdad? ¿En pleno siglo XXI?
—Así es él —replicó encogiéndose de hombros—. ¿Qué hay de ti? ¿Por qué decidiste venir a Estados Unidos? ¿Acaso eras pobre y viniste a este país para cumplir tus sueños?
Víctor la miró y sonrió con ligereza.
—No.
—¿Tus padres son chefs reconocidos y viajaste para crear tu propio camino? —cuestionó de nuevo impulsada por el deseo de saber más.
—No.
—¿Perdiste al amor de tu vida y quisiste alejarte de todo?
—No. Nada de eso... —El chef Meneó la cabeza de un lado a otro con una grata sonrisa plasmada en sus toscas facciones—. Decidí que había demasiada comida turca en Turquía y opté por establecer una fusión de la comida asiática con la americana, algo así como expandir fronteras.
Regina tragó saliva, de ninguna manera podía tragarse la idea de un hombre tan perfecto, nadie lo era, algo debía haber en él que estuviera mal.
—Oh... Así que eso es todo... —resopló.
—Sí, es simple —declaró él, ofreciéndole un trozo de carne de la tabla.
Instintivamente, Regina abrió la boca y permitió que el chef introdujera la comida, apenas sus labios se cerraron, una fiesta de intensos sabores surgió en el paladar de la mujer, quien comenzaba a mostrarse de manera positiva hacia la degustación de carnes de la que era partícipe.
—Delicioso, ¿qué es? —manifestó congraciada.
—Un simple corte sin nada en especial, el detalle está en el marinado —explicó confabulado con la satisfacción de la comensal.
—Pues está exquisito —aseguró ella después de beber un sorbo de la copa de vino rojo.
—Abre de nuevo —indicó el hombre, colocando frente a ella un tenedor con un nuevo trozo de carne.
La mujer hizo exactamente lo mismo, y la misma sensación placentera apareció en su boca, esa que estaba apoderarse de cada sentido sensitivo que la comensal tenía disponible. Asintió un par de veces mientras masticaba la delicada carne que demostraba estar tan blanda como mantequilla. Regina abrió los ojos y se encontró con la arrasadora mirada que Víctor tenía sobre ella, ahora cada poro de su cuerpo se manifestaba en deseos, los mismos que él padecía por ella.
—¿Qué pasa? —preguntó a sabiendas de la respuesta.
—Aún te hace falta un corte.
La mujer extrañada aceptó sin entender lo que estaba sucediendo, probablemente ni siquiera quería averiguarlo, lo único en lo que podía pensar ahora, era en el hombre que estaba frente a ella y la sensación de tener sus manos sobre su cuerpo. Jane tenía razón, necesitaba el sexo.
Tomó el tenedor y llevó el último trozo de carne que reposaba sobre la madera, el pecho de Víctor se expandía de un modo inexplicable, era clara su excitación cada vez que la observaba saborear las delicias que preparó para su invitada. Por otro lado, Regina disfrutaba tanto de ese último bocado, que se olvidó por completo de la acosadora mirada de Víctor. Dejó de lado todas esas preguntas que atosigaban su cabeza, la intimidación que el hombre le provocaba desapareció. Abrió los ojos y lo miró derribarlo todo para acercarse a ella. Apenas si tuvo la oportunidad de tragar la carne cuando ya correspondía el beso que, con suma intensidad, Víctor le propició.
La fuerza de su agarre la hizo sentir extrañamente excitada, esa placentera sensación que jamás consideró sentir por actos pocos delicados. El hombre terminó por tirar de la blusa de la mujer para sacarla por arriba de su cabeza y ella hizo lo mismo con la ropa de él. Los besos y el despojo del resto de las prendas continuaron hasta su llegada a la recámara ya en completa desnudes, Víctor la empujó con rudeza buscando que cayera de cara sobre la cama. La brusquedad del amante parecía disgustarle a Regina; sin embargo, no podía negar la existencia de cierta atracción, una especie de magnetismo que no tenía manera de explicar y que tampoco deseaba reprimir, muy por el contrario, esa rebeldía parecía darle mayor satisfacción. Enseguida, Víctor se dejó caer sobre la espalda de Regina, quien comenzó a sentir la intensa respiración de su pareja por sobre su nuca, al tiempo que un par de besos en el cuello la hicieron estremecer. El turco supo que estaba lista, ambos lo deseaban, así que, la giró de una y la penetró sin dedicarle una sola palabra que contemplara un permiso. Regina, ahora estaba confabulada con los movimientos toscos que el enorme hombre le propiciaba.
Minutos más tarde, ambas respiraciones jadeantes buscaban aminorarse, luego de haber finalizado el derroche de placer que comenzó con una simple degustación de carnes.
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