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Capítulo 11

Los ojos del investigador se fijaron en el enorme edificio que enmarcaba la avenida principal del Norte de la ciudad, era como si la construcción tuviera un poder sobre todo aquel que vagara por la zona, el sitio no pasaría desapercibido para ninguna persona. Miguel estacionó el automóvil en uno de los costados del restaurante, buscando el espacio menos favorecido por la iluminación de las calles.

Apagó el auto, retiró las llaves y tragó saliva después de observar por la ventana dicho monumento a los dioses.

—¿Estás segura de que aquí es? —preguntó a sabiendas de la cantidad de dinero que había invertido en el sitio.

—Por tercera vez, Miguel. Este es el lugar, estuvimos aquí la semana pasada —indicó Jane acercándose a su amigo para ver por la ventana.

—Jane, no creo que sea momento para un...

—¡No seas idiota, Miguel! Únicamente quiero ver por la ventana —soltó la chica, golpeando al hombre en el brazo.

—¡Tampoco estoy pensando en un romance, no seas ilusa! —replicó, acariciando la zona del golpe.

—No, claro que no imaginas eso, porque sigues enamorado de Regina —declaró la rubia muy segura de su afirmación y reclinándose sobre su propio asiento.

Por su parte, Miguel la miró confundido, frunció el ceño y volvió el rostro intentando ignorar a su acompañante.

—Yo, no... No estoy enamorado de Regina. Eso fue hace mucho.

Jane rodó los ojos y hurgó entre su mochila hasta encontrar lo que parecía un trozo de tela.

—Regina también siente cosas por ti —dijo mientras se enredaba la tela en el cuello, buscando cubrirse el rostro.

—Sé que ella me quiere, pero es más importante su trabajo de lo que yo lo soy —emitió de tajo. Tenía tiempo molesto con la rusa por negar sus sentimientos. Respiró hondo y dejó de lado toda comunicación para salir del coche. —Por cierto, ¿cómo hicieron para pagar una cena aquí?

—Oh, no lo hicimos, Victor nos invitó después de un problema con la comida. 

—Sí, pero no sabían que sucedería, ¿planeaban huir? —cuestionó una vez más el latino que ahora actuaba como detective. 

—Claro que no, recibí cupones por internet —explicó Jane como si aquello fuera obvio. 

Miguel volvió el rostro a donde ella y la miró fijo, puesto que la respuesta era algo más que estúpido. 

—¡Jane, ¿cómo se te ocurre? Estos restaurantes no dan cupones! ¡Fue una trampa desde el principio!

La chica agachó el rostro, sintiendose la persona más tonta sobre el pláneta, aunque en su defensa, ella sólo quería probar una deliciosa cena en el cumpleaños de su amiga. Finalmente cubrió el rostro igual que Miguel y caminó atravez de la oscuridad detras de él con el teléfono en mano y una mochila sobre la espalda.

Fueron hasta la parte trasera del restaurante, esa pequeña zona que no estaba iluminada, ambos obviaban el hecho de que se encontrarían con cámaras de seguridad y que de no encontrar algo que inculpara al reconocido chef, terminarían en prisión por ingresar a una propiedad privada, lo que arruinaría su carrera. No obstante, no se acobardarían ante los hechos y el posible resultado, estaban tan seguros de la culpabilidad de Víctor, que ni siquiera consideraron las posibles consecuencias.

Miguel llegó hasta la puerta trasera, donde una cámara de vigilancia observaba, aun así, sabría que apenas irrumpiera por la cocina, las alarmas se encenderían, la policía llegaría y ambos se quedarían sin pistas.

Chasqueó la boca y se dio media vuelta con la pistola en el chaleco. Levantó el rostro y notó que todo estaría a oscuras, salvo la zona del frente del restaurante.

—Jane —siseo, pero la mujer nunca respondió. Miguel se sintió extrañado, puesto que ella debía estar pisándole los talones, volvió el rostro y de nuevo la llamó. —¡Jane!

Se preocupó todavía más cuando no la encontró a sus espaldas, estaba a punto de salir corriendo en su búsqueda cuando la rubia le interrumpió las ideas.

—Miguel, encontré una ventana abierta, creo que es del baño —informó, tomando la tosca mano del hombre hasta llevarlo al otro lado del edificio—. Es ahí.

Debido a la oscuridad, Miguel no visualizaba nada de lo descrito por Jane. Miró a mayor detalle hasta que se encontró con la pequeña ventanilla del baño, donde un ventilador estaba instalado.

—¿Pretendes entrar por ahí? —interrogó el hombre con la ceja arqueada.

—Solo debes derribar el ventilador, yo lograré pasar.

—¿Y luego yo cómo entro? —inquirió este, haciendo una mueca que evidenciaba lo tonto que sonaba el plan propuesto.

No obstante, Jane suponía que la idea era tan lógica que ni siquiera debería tomarse la molestia de explicarla. Le devolvió la mueca a Miguel y de nuevo hurgó entre sus cosas hasta encontrarse con unas pequeñas tijeras plateadas.

—Utilizaré esto para cortar la alarma desde adentro. Luego te abriré la puerta.

—Están las cámaras, Jane —expuso Miguel extendiendo la mano hacia la tecnología que lo capturaba todo.

—Es un sistema de vigilancia casero, ¿de verdad piensas que esto es un banco o qué? —expresó con cierto desespero—. Corto el cable y listo, todo se apagará, puedo abrir la puerta o una ventana, da igual —expresó con cierto desespero.

El aludido respiró hondo y aceptó el único plan que tenían. Se acercó a la oscura ventanilla y comenzó a hacer presión en su lucha por retirar el ventilador. Sin embargo, no logró hacer mucho. Después de varios intentos, volvió el cuerpo y en el acto, se encontró con una barreta sostenida por Jane.

—Esto te servirá —indicó la rubia con una temible sonrisa.

—¿De dónde sacaste esto? —preguntó un Miguel confundido, mientras tomaba la herramienta.

—Regina me obliga a cargar con este tipo de cosas cuando... Oh, mejor no te lo diré, entre menos información tengas será mejor para ti.

El investigador negó preocupado, ese par solía ser un peligro para todos. Aun así, colocó la barreta de uña y la posicionó sobre el ventilador, casi al instante, aquello se desprendió y la mujer sonrió con alevosía.

Por su parte, Miguel ayudó a su amiga a subir por el pequeño espacio y esta pudo ingresar, cayendo de pie en los interiores del baño de hombres.

—¡Estoy bien! —siseó desde el interior.

Después de varios minutos de espera, el impaciente Miguel escuchó a una ventana ser abierta y vio a Jane asomando la cabeza, al tiempo que esta hacía una señal para que se acercara.

De pie, en el interior del restaurante, casi podían escuchar los latidos de sus propios corazones. El lugar no contaba con nada de iluminación, pero, aun así, se lograban ver las elegantes mesas de manteles blancos en la oscuridad. Los intrusos entrecruzaron los ojos y dejaron de lado el temor que sentían ante la imprudente introducción que hicieron.

—¿Dónde está su oficina? —preguntó Miguel.

Jane arrugó la frente y lo miró fijo.

—¿Yo qué sé? —replicó sin comprenderlo.

—¿No estuvieron aquí? —cuestionó el investigador.

—En el restaurante, no en la oficina, pero imagino que estará por allá —señaló ella, apuntando hacia el interior de la cocina.

—Vamos. —Miguel dirigió sus pasos hacia el punto más idóneo para esconder algo.

Un lugar tan pulcro que incluso se podría comer sobre el piso, no encendieron ninguna luz, aunque se podía percibir el olor a todo tipo de líquidos empleados para la limpieza. Jane iluminó con la linterna del celular a sus alrededores, notaron que en el interior no había cámaras y aquello les sorprendió bastante. Miguel creyó que por cuestiones estéticas debían estar ocultas.

La atención del investigador se fue directo a la puerta color blanco que estaba en uno de los costados de la cocina, las temblorosas manos tocaron la manija y por un corto segundo, los peores pensamientos rondaron la cabeza de Miguel. Sabía que no encontraría a la rusa en dicha oficina, pero tampoco tenía idea de la evidencia que pudiera aparecer. Aquel espacio estaba tan limpio y oscuro como ya era costumbre, era un frío espacio dedicado al diseño de los exquisitos platillos que el chef presentaba regularmente en su ya famoso menú. Pintura clara y un elegante escritorio de madera oscura, componían el ambiente, Miguel no pudo evitar recordar la rigurosa organización que precedía desde la investigación hecha en el departamento del turco.

Tanto Jane como Miguel, aceleraron la búsqueda de cualquier documento o arma que resultara sospechosa. La asistente abrió uno de los cajones, mas no había otra cosa que no fuera la tradicional papelería, enseguida continuó hurgando, hasta que se topó con un cajón sellado que no les permitía ser abierto. Por supuesto, la llave no estaría ahí, así que decidieron emplear la misma palanca que usaron para abrir la ventanilla del baño. Al interior sólo encontraron unas llaves y una carpeta negra con el nombre de "clientes especiales" que llamó su atención. Al frente estaba escrito Ölüm en letras doradas, la chica quería dejarlo de lado, pero era mayor la curiosidad que sentía por aquello que podría aparecer. ¿A qué se refería con clientes especiales?

La abrió y observó una larga lista de clientes con esos apellidos que reconocía con facilidad, eran personas adineradas con enorme poder. Por debajo del nombre del primer cliente se describía un platillo extraño, lleno de elementos que al menos ella no pensó comer nunca. Dio paso a la segunda hoja y aparecía lo mismo, el apellido y nombre famoso, acompañado de ese exquisito platillo que prefería degustar, en este el plato fuerte parecía ser el corazón y el precio era más que exuberante.

—Este hombre sí que ama la carne —siseó Miguel, iluminando parte de la repisa que sostenía todo tipo de libros que hacían mención a tratamientos para cortes de carne.

Jane lo ignoró, estaba tan sumida en la carpeta negra que las conjeturas de su amigo no le entraban en la cabeza, aquello era demasiado y debía significar cualquier otra cosa que no fuera un simple plato de comida.

Abrió ligeramente los labios cuando dio vuelta a la siguiente página, el protagonista del platillo fuerte era glúteo, servido para un artista famoso de Hollywood. Jane soltó la carpeta con lágrimas que se negaban a abandonar los ojos. Entrecruzó los brazos y dio dos pasos hacia atrás, temblaba y respiraba profundo.

Miguel frunció el ceño, apenas la vio, fue directo hacia los documentos que recién dejó de lado la rubia y hojeó con el mismo cuidado que ella lo hizo. Enseguida levantó el rostro de los papeles y lo fijó en quien todavía parecía estar descontrolada.

—¿Qué sucede? —interrogó, puesto que parecía que ella sabía algo que él ignoraba.

—Ni siquiera me atrevo a decirlo —respondió Jane cubriendo su boca y queriendo buscar un bote de basura para vomitar.

—Jane, estos son solo recetas...

—¿Guardados así con tanta precaución? ¿Por qué desaparece a las personas? ¿Qué hace con ellas? Además, mira esos costos, Miguel... —interrogó temblorosa, incluso la oficina se sentía más caliente.

Miguel abrió grandes los ojos, tragó saliva y suspiró hondo, algo no cuadraba, la rubia tenía razón. Miró a su alrededor y buscó por todos lados cualquier cosa donde entrara la llave, pero los espacios se les agotaban. Volvió su atención a la carpeta negra y con rapidez cogió las llaves para enseguida dirigirse a la cocina.

Jane fue tras de él, alardeando cosas que Miguel no entendía hasta que le confesó lo del trozo de uña en el plato de Regina.

—¿De qué me estás hablando, Jane? ¿Qué demonios comieron? —preguntó el hombre con total repulsión.

Jane lloraba sin un cese, negó con el rostro humedecido y se dejó reclinar sobre la enorme mesa de acero inoxidable que tenía la inmaculada cocina del restaurante. Por su parte, Miguel buscaba aceleradamente por todas partes el punto exacto donde embonara la llave, entraba de un cuarto a otro y salía con las manos vacías, primero el área de las verduras, luego se pasó a donde almacenaban las especias, seguido del refrigerador; sin embargo, aún quedaba el congelador, ese cuarto frío que podría estar escondiendo un mundo lleno de atrocidades, ni Jane o Miguel se habían atrevido a decirlo, la sola idea les provocaba náuseas. El hombre apretó la llave que tenía en sus manos y abrió el cuarto helado, en su interior había todo tipo de carnes colgadas de ganchos, era igual a una carnicería, por breves segundos agradeció al cielo no haberse topado con lo que su mente imaginaba; no obstante, más al interior estaba lo que tanto buscaba, esa pequeña puerta por la que sólo cabría una persona y ese cerrojo donde entraría la llave que tenía en la mano.

Fue hasta ese punto, evitando chocar con las carnes que estaban en su paso, introdujo el metal plateado en el cerrojo y esta, prácticamente se deslizó igual a mantequilla para que la puerta fuera abierta frente a él. En el interior del cuarto frío había más trozos de carne, envueltos en delicadas telas blancas que parecían de algodón puro. Era igual a un museo de carnes, cada repisa tenía el nombre del elemento y la fecha en la que fue colocada ahí. No encontró ojos, uñas, cabellos, cabezas o dedos, pero Miguel sabía lo que el chef escondía en ese congelador, puesto que las fechas de los lotes de carne, coincidían con las desapariciones del caso Box.

Hizo una mueca de repulsión, incluso cubrió la boca con la manga de su ropa, luchó por cortos segundos con su interior en un intento por no caer de rodillas ante la gran atrocidad que se estaba llevando a cabo en el que fue su lugar natal. Con mucho esfuerzo, recuperó la compostura, sabía que la vida de Petrova dependía de él, así que comenzó a tomar fotografías de todo y sacó al menos uno de esos envoltorios blancos donde se colocaba la carne. Una prueba de ADN le daría la confirmación de lo que estaba seguro de que sucedía en ese sitio.

—¿Qué es eso? —cuestionó Jane más pálida que de costumbre.

—Es probable que hayamos encontrado a los desaparecidos del caso Box.

La rubia se debilitaba con cada palabra, las lágrimas le recorrían las mejillas sin dar tregua, levantó ligeramente el rostro y se atrevió a preguntar.

—¿Regina esta...?

—No creo que Regina esté aquí, ella debe seguir en peligro con su amigo, el asesino —dijo con dolor en la voz.

—¡Por dios, Miguel! ¿Qué vamos a hacer? El hombre es un...

Jane detuvo sus palabras, decirlo en voz alta le provocaba asco.

—Caníbal y no sólo eso, aquí se trafica carne humana, por eso los precios exuberantes y la confidencialidad de los clientes —explicó el investigador con total seguridad.

Su compañera soltó un chillido, pensar en su amiga desaparecida y en la oscuridad que rodeaba al caso, le robaba la confianza que tenía en la humanidad.

—Llama a Sevilla y cuéntale todo —ordenó.

Sin embargo, Jane parecía perdida en su propio mundo. Miguel fue hacia ella, la tomó de ambos hombros y la estrechó en su pecho con fuerza.

—Sé que tienes miedo, en lo que a mi concierne esto es un asco, pero te necesito fuerte, Petrova nos necesita. Recuerda que ella sigue en peligro —alentó mirándole a los ojos.

Ella asintió sin decir nada, únicamente movió la cabeza y buscó su celular entre sus cosas. Miguel continuó con la búsqueda de información, mientras Jane intentaba explicarle a Sevilla lo que tenían en su control. Era un momento de estira y afloja, primero les reprendió severamente por no haber esperado a la orden de cateo y después agudizaba la voz con el cuestionamiento que tenía que ver con el caso Box. Finalmente, preguntó por su mejor detective, la misma que despidió y desapareció horas previas, pero ella no estaba ahí.

Horas después, el restaurante se convirtió en una especie de sala de interrogación de cada uno de los empleados que trabajaban para Víctor. Eran varios los detectives que recaudaban la información que Sevilla solicitó, algunos hacían mención sobre el comportamiento sospechoso de su jefe y otros tantos aseguraban no haber notado nada extraño.

A las afueras del restaurante, una zona acordonada era protegida por integrantes de la policía, los reporteros buscaban de hacerse de información para transmitirla por los noticieros que aguardaban por la flamante noticia que les daría rating.

Los investigadores científicos confirmaron lo que Miguel sospechaba, la carne era humana, ahora sólo debían transportarla para que esta fuera identificada con los nombres de algunos de los desaparecidos, seguramente no estarían todos ahí, el caso Box tenía más de un año, pero la menos tenían la respuesta de la gran interrogante que golpeó a Florida.

Después de la abrumadora mañana, Sevilla se preparaba para dar una conferencia de prensa, el nombre de Víctor Durak, debía estar en cada noticiero, en cada periódico y en cada red social, no podría esconderse en ningún recóndito lugar y así darían con el paradero de Petrova.

—Todo está listo, señor —indicó Jane con los ojos rojos y una carpeta en la mano.

El viejo colocó una mano sobre el hombro de la chica y asintió con la cabeza.

—Miguel, ven conmigo —ordenó y dirigió sus pasos hacia el frente del restaurante donde los reporteros aguardaban.

Los flashes se encendieron, apenas el regordete comandante atravesó la puerta principal. Detrás de él, apareció Miguel con el semblante desgastado después de ese par de noches en vela.

»Buenos días, señores y señoras de la prensa —saludó Sevilla para dar inicio al discurso informativo.

»Durante las primeras horas de esta mañana, el detective Ledezma y la asistente Clark, han encontrado información vital que nos da respuesta al caso Box. Hemos confirmado que Víctor Durak, chef y dueño del restaurante Ölüm es un traficante de carne humana. Por desgracia, las víctimas del caso Box, fueron también víctimas del restaurante Ölüm, sitio donde se servían platillos extremadamente costosos a clientes dispuestos a degustar las premisas que el chef les ofrecía.

El comandante tenía miedo de sus palabras, tal vez el mundo se negaría a aceptarlo, había muchas personas poderosas de por medio; no obstante, estaba decidido a honrar la memoria de los desaparecidos, lo haría por ellos, por sus familias y por su propia conciencia.

—Comandante, ¿se trata de una sociedad de canibalismo? —interrogó una reportera rubia que portaba un impermeable rojo.

—Aún no sabemos cómo opera, pero los hechos confirman lo que recién expliqué.

—¿Tienen los nombres de los comensales que pertenecían a la secta? —preguntó de nuevo, buscando que el regordete hombre no se diera media vuelta para internarse en el restaurante.

Sevilla la miró fijo, las frías palabras pronunciadas por la reportera, más que causarle escalofríos, le dijeron la realidad que no quería reconocer desde que se enteró esa madrugada. Canibalismo era un término que causaba terror, decirlo así con esa frialdad, sin sentir pena por las víctimas, lo convencía de que no sería apto informar que conocía los nombres de los miembros de la supuesta secta mencionada por la mujer del noticiero.

—Estamos trabajando para proporcionarles mayor información. —Fue todo lo que el hombre soltó.

Desde atrás, la voz del odioso reportero que Petrova odiaba, se hizo presente con una pregunta que detuvo nuevamente los pasos de Marcus.

—El caso se resolvió cuando la detective Petrova fue despedida, ¿ella estaba involucrada? —La saña se le miraba en rostro. Aguardaba deseoso por una respuesta o el descontrol por parte de los policías.

Sevilla no sabía qué responder, aún tenía sus razones para desconfiar de ella a pesar de lo mucho que la apreciaba.

—La detective Regina Petrova esta desaparecida por el momento, Víctor Durak la tiene cautiva. Ella corre peligro, por lo que es importante que, si ven al hombre o a ella, nos lo hagan saber de inmediato. Además, sin los aportes de Regina no estaríamos aquí hoy —resolvió Miguel con su particular voz relajada, puesto que no permitiría que se hablara mal de quien fue valioso en su vida.

Sevilla consintió la respuesta y se dio media vuelta junto con Miguel para alejarse de la prensa.

—El descubrimiento lo hicieron ustedes —dispuso el hombre ya estando a solas.

—No, la primera en sospechar de él, fue Regina —replicó Miguel con la mirada en su jefe—. Dedujo lo de los micrófonos instalados en su escritorio, ella supo lo del soplón y estoy casi seguro de que si salió esa noche de la comandancia no fue porque se dio por vencida, ella no sabe lo que es eso, simplemente sigue y sigue hasta que la vida la consume. Comandante, Regina sospechaba de Víctor.

—¿Y por qué nunca lo mencionó? —vociferó Sevilla más molesto que preocupado.

—Por los micrófonos y esos planes fallidos que tuvimos las últimas cuarenta y ocho horas.

—Todo parece indicar que ella es parte de esto —dijo en un susurro que se quedaba pasmado a medio camino.

—Sí, comandante, sé que todo es muy extraño, pero todavía debe confiar en Regina. Estoy seguro de su inocencia.

Marcus retuvo los ojos en él y supo que en algo tenía razón su detective, aun así, la mujer estaba desaparecida y a nada de convertirse en una víctima más del caso Box.

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