Capítulo 10
Los ojos se abrieron luego de una lucha interna que se debatía entre la vida y la muerte, Petrova recordaba la pelea, el disparo, los golpes y por supuesto, el rostro de Víctor. Aun así, no sabía dónde estaba, fue dormida en su casa, para luego despertar en medio de una habitación oscura y vacía.
Escuchó la puerta abrirse y volvió el rostro casi en el acto, frente a ella, estaba ese hombre que una vez consideró perfecto. El elegante porte y la divinidad que dejaba a su rastro había desaparecido por completo, en su lugar sólo estaba alguien cuya presencia inspiraba miedo, locura y descaro.
La mujer pálida relamió sus labios cuando lo vio acercársele con la funesta sonrisa que no le apetecía mirar, era igual a un espectro del mal que ascendía del infierno con ese torso descubierto y la mirada de fuego. ¿Qué era lo que ella le provocaba? ¿Por qué el acoso?
Levantó levemente la cara y fijó los oscuros ojos en los de él. Jamás se enteraría de que ella le temía.
—¿Qué es lo que me harás? —cuestionó la rusa en su idioma natal.
Víctor sonrió con descaro y se inclinó de frente a la mujer.
—¿No te imaginas todavía? —replicó con un tono de suspicacia.
—Me asesinarás, es evidente, pero tú me hablaste de tu deleite. Quiero saber que tan enferma está tu mente.
El hombre se reincorporó con una mano sobre la reciente herida, suspiró hondo y comenzó a caminar alrededor de Regina.
—Tengo dos trabajos, Regina. A la luz del día, soy un afamado chef en crecimiento, así me conociste. —Detuvo sus pies cuando pasó frente a ella de nuevo—. A las sombras, soy un pequeño eslabón en una enorme cadena comercial.
La rusa dejó que una tímida sonrisa apareciera al darse cuenta de que no estaba tan alejada de la realidad.
»Sin embargo, mis dos trabajos no están separados uno del otro —agregó acariciando su boca.
El semblante de Regina cambió, ya no era uno de obviedad, sino uno de miedo absoluto.
—¿Qué les hiciste? —cuestionó con los ojos puestos sobre él— ¡¿Qué les hiciste, maldito bastardo?!
Ante el grito repleto de rabia, Víctor ni siquiera se inmutó, negó con el dedo anular al tiempo que meneaba la cabeza de un lado a otro.
—Así no se obtienen las respuestas, Regina —dijo con suma tranquilidad.
El pecho de Petrova se expandía, estaba alerta de cualquier cosa que saliera de la boca del atroz humano que la atosigaba.
»No concibo creer que aun no lo has deducido.
—Quiero que salga de tu boca, quiero ver que eres capaz de decírmelo a la cara —declaró la mujer con lágrimas de impotencia recorriéndole las mejillas.
—Tenías razón en cuanto al tráfico, aunque te equivocaste en el uso que se le daba a la carne. —Rio con espontaneidad—. Verás, el placer carnal del que te hablaba no es el mismo que nos dimos en la cama, es más bien el que experimentaste durante la degustación de carnes.
Regina volvió el rostro hacia un costado y dejó que el vomito saliera de sus adentros, fue tan asquerosa la respuesta del turco que no pudo mantener la compostura.
»Hay todo un mercado para quienes gustan del consumo de la carne humana. Lamentablemente, no soy el único que ofrece este servicio, Regina; si investigas más a fondo, sabrás de la cantidad de restaurantes con largos manteles y finas vajillas que sirven sus "especiales" con nombres elegantes para que personas refinadas con carteras y egos gordos los consuman.
—Es canibalismo —expresó la rusa totalmente debilitada.
—El mundo lo llama así, nosotros lo nombramos tradición. Es algo que antecede a los instintos más antiguos. ¿Por qué suprimirlo solo porque el mundo dejó de aprobarlo? —Tomó un pañuelo de su ropa y limpió la boca de la pelinegra que no buscó poner resistencia—. Tú misma tuviste el placer de probar deliciosos cortes, el primero fue en el restaurante cuando les serví "el especial" y después lo hiciste en mi propio departamento.
—Nunca ordenamos el asqueroso "especial".
—Sí, es cierto, yo fui quien se los envió, intencionalmente por supuesto —declaró con una sonrisa.
—Si lo hubiera sabido, jamás los hubiera probado —emitió Regina con repulsión.
—Pero lo hiciste y lo disfrutaste. Cuando supe que llegaste a mí, no podía perder la oportunidad de conocerte, así que coloqué ese pequeño rastro en tu plato que me haría llegar a tu mesa —informó el turco empleando un tono de excitación.
—Era una uña, nunca fue una espina de pescado.
En aquel instante, Regina hubiera preferido no hacerse de la verdad, resolver el maldito rompecabezas que acabó con su vida, era todavía aún peor que haberlo dejado, tal cual le fue entregado. Aquello era un completo asco, ¿qué tan grande era esa supuesta sociedad de la que Víctor hablaba?
—No, claro que no era una espina de pescado, fuiste muy tonta por creerlo. Yo mismo reviso cada platillo que sale de mi cocina, sobre todo aquellos que tienen esa maravillosa carne, después de todo pagan bastante por ella. —Mordió un labio y unió dos dedos de la mano derecha—. Después de conocerte tenía que alimentarte, viví atormentado cada segundo hasta que la noche siguiente llegó. No me podía permitir pensar en otra cosa que no fuera el hecho de tenerte, te necesitaba.
—No reúno tus estúpidos requisitos —declaró la rusa casi al instante. —Soy diabética.
—Sí, lo sé, pero los niveles de salud de mis productos son para mis comensales, yo te necesito por que sé que te vencí en este tonto juego del gato y el ratón. —Fue hacia ella y se puso su rostro de frente al de su siguiente víctima—. Por dios, Regina, no tienes idea de lo excitante que eres para mí.
La mujer no bajó la mirada, muy por el contrario, la mantuvo firme, ahora lo estaba retando a que le hiciera daño.
—Saben que eres tú, todos deben estar buscándote, no tienes a dónde ir y si me matas, no tendrás con qué negociar —replicó con una evidente sonrisa que le hacía sentirse victoriosa.
El turco frunció el ceño, se enderezó y supo que era cierto, desgraciadamente para él, ahora sería mejor mantenerla con vida, antes de seleccionar su siguiente paso.
Por otro lado, Miguel se había encargado de recolectar cada evidencia que salvara la vida de Petrova, tomó ese rastro de sangre y agentes iban directo a donde estaba su departamento con la insignia de encontrar algo que les permitiera obtener muestras de ADN. Según las pruebas realizadas, ellos reconocían que la sangre derramada en la cocina no pertenecía a la detective rusa, era de alguien más y hasta dicho momento, Víctor Durak era el único sospechoso.
Los agentes irrumpieron en la dirección del chef con armas en mano; el lugar estaba desierto, no estaba la presencia del hombre como se suponía. Así que, el cateo prácticamente comenzó. El pulcro y frío departamento de Víctor fue azotado por la furia de los hombres que buscaban todo tipo de pistas que los llevara a donde podría encontrarse la rusa. Yendo de un punto a otro, tomando rastros de huellas digitales; sin embargo, no había mucho para los agentes, Víctor era tan limpio y escrupuloso que incluso para profesionistas aquello era más que complicado.
Una agente se permitió abrir el refri y notó una enorme cantidad de carne congelada.
—¡Oye, Mike, el tipo es un chef especializado en carne, ¿no?! —gritó la mujer que mantenía la mirada en las bolsas repletas de carne congelada.
Mike retiró su atención de uno de los libros del chef, uno que hablaba sobre canibalismo. Levantó el rostro y miró a su compañera que permanecía en la cocina con el congelador expuesto.
—Ah, sí. Creo que su restaurante es costoso, sería una buena idea tomar algunos de esos cortes para hacer una hamburguesa —expuso en una sonrisa.
La mujer lo miró confabulada con la idea, y luego cerró la puerta del congelador.
—¿En una hamburguesa? ¿De qué hablas? Echarás a perder los cortes.
—Es una idea, además, ¿de qué otra manera los prepararías? —preguntó el agente caminando por el espacio, siguiéndole los pasos a su compañera.
—No lo sé, Mike. En el horno, tal vez. No soy una chef, ¿sabes?
Después de varios minutos de cateo, los investigadores salieron del lugar con las manos prácticamente vacías, hicieron algunas copias de las huellas digitales de Víctor y tomaron algunos cabellos del mismo. Después de ello, dictaminaron que el departamento estaba limpio.
Por su parte, Miguel esperaba los resultados de la atroz investigación, se fue directo a las muestras de ADN para compararla con la sangre que encontraron en la casa de Petrova y después de un tiempo, sus sospechas fueron confirmadas, quien estuvo esa noche con Regina fue Víctor.
—¿Y si fue Regina la que le disparó? —cuestionó Ed con saña.
—¿Cómo se te ocurre pensar semejante idiotez? —reclamó Jane, al tiempo que dejó de lado los lamentos.
—¡Ella tenía un arma no legalizada, Jane! —repuso en un intento por manifestar su autoridad en el caso.
—Regina no lo mató, el bastardo debió haber intentado algo y ella lo confrontó.
Se puso de pie en un brinco, cansada de la presencia de Ed.
—No encontraron nada en su departamento —aseguró el nuevo encargado del caso.
Miguel hizo una mueca grande, estaba decepcionado de no haber atrapado al maldito como tenía planeado. No obstante, la pregunta seguía estando en el aire. ¿Dónde estaba Regina?
—¡Ustedes dos están dando por hecho de que el tal Víctor es el culpable de las desapariciones y no tienen pistas que lo sustenten! —recriminó Ed, negando las acusaciones que estaban sobre el chef.
—Él tampoco aparece —expuso la rubia en un disgusto.
—Lamentablemente, Ed tiene razón esta vez —interrumpió el agotado cuerpo del comandante Sevilla. Tenía el rostro ahogado en el cansancio acumulado y la desaparición de su recién despedida detective.
Miguel hiso grandes los ojos, apenas si podía creer que Sevilla creyera que la rusa era capaz de aquello de lo que se le acusaba.
—Usted sabe que es inocente —vociferó con la mirada oscura puesta sobre su superior.
—Es eso lo que todos nosotros queremos pensar, pero, ¿lo es? ¿Regina Petrova es inocente?
Jane y Miguel fruncieron el ceño, negados a la atroz idea. Ahora estaban obligados a resolver el caso por iniciativa propia para desenmascarar al turco y salvar la reputación de la rusa.
—Él estuvo acosándola todo el tiempo, Regina no quería nada con él, prácticamente la obligué —confesó la rubia con un par de lágrimas apareciendo.
—El tipo esta limpio, no hay nada en su departamento —replicó el comandante con una voz apacible.
—Pero no hemos buscado en el restaurante, Víctor pasaba más tiempo ahí que en cualquier otra parte, si esconde algo, ¿por qué lo llevaría a su departamento? ¿No sería tonto? —Jane se estaba esforzando por hacer las conjeturas que liberaran a su amiga de toda culpabilidad.
Por otra parte, también Sevilla quería resolver el caso y cerciorarse de que Petrova era inocente, prefería creer en la inocencia de la mujer, pese a que todo parecía estar en su contra.
—Te daré la orden de cateo para mañana —dijo el robusto hombre a punto de darse media vuelta para ir a casa.
—¿Mañana? Comandante, mañana podría ser tarde para Regina —reclamó Miguel por lo alto.
Sevilla detuvo sus pasos, negó con la cabeza y volvió el cuerpo.
—¡He dicho que mañana y esa es mi última palabra! —Luego salió de las oficinas a pasos agigantados.
Afuera, solo había oscuridad y lluvia. En el interior abundaba la incertidumbre y la impotencia. Para Miguel y Jane los hechos esclarecían, pero para el mundo, el caso Box se volvía cada vez más confuso, era un oscuro testimonio de la crudeza de la vida.
Estando en soledad, acompañados uno por el otro, decidieron pasar la noche en las oficinas, reuniendo todo tipo de datos que les ayudaría a revelar sus sospechas. Estaban dispuestos a ir un paso por delante de Ed y Sevilla, así les costara los puestos.
—No lograremos nada aquí sentados —expresó Jane, echando el cuerpo hacia atrás y entrecruzando los brazos.
—Tienes razón —respondió Miguel sorbiendo de la taza de café. Situó los ojos sobre los papeles y luego levantó la cara con total seriedad—. ¿Qué tan seguro es el restaurante de Víctor?
Jane arqueó una ceja y le miró de reojo.
—Es un edificio grande y en cuanto a seguridad, yo no me suelo fijar en eso —resolvió con cierto interés.
—Tenemos que ir ya mismo —aseguró el moreno.
—¡Son las tres de la madrugada, Miguel! —declaró Jane al tiempo que miraba la hora en la pantalla de su teléfono.
—Es por eso que tenemos que ir ahora mismo, antes de que el malnacido se deshaga de las evidencias. Regina lo hubiera hecho.
Jane lo miró fijo, varios fueron los pensamientos que acaparaban su mente en aquel instante; no obstante, la vida de Regina era lo que mayor valor tenía para sí misma. Respiró hondo, se puso de pie y asintió para que Miguel y ella dejaran todo de lado con la idea de ponerse en camino hacia el ostentoso restaurante que debía revelar los secretos del rompecabezas.
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