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Capítulo 1

Los cuchicheos entre los reporteros se apagaron una vez que el director de la policía del condado de Florida apareció frente a las incandescentes luces para iniciar con la rueda de prensa. El legendario comandante, de cabello y bigote blanco, comenzó a hacer uso de palabras rebuscadas para explicar la situación actual del caso B-258, mejor conocido como el caso Box. El nombre sonaba extraño para quienes recién escuchaban las noticias, mas no era igual para las personas que vivían en Florida, aquel reconocido título se convirtió en un peligroso símbolo de crímenes sin respuestas.

Nadie esperaba que el nombre de algún familiar o amigo terminara relacionado con caso Box, sobre todo si tomaban en cuenta, que dicho sobrenombre surgió a partir de la caja que contenía más de veinte expedientes de personas cuya desaparición no dejó rastro.

La detective Regina Petrova lo tenía claro, su impecable carrera como investigadora le dio la oportunidad de resolver el rompecabezas, no había quién dudara de sus habilidades para lograrlo. Sin embargo, aquello no sucedió a pesar de que la resolución del problema lo significaba todo para su carrera como detective.

Los cuestionamientos por parte de los reporteros iniciaron al tiempo que las miradas de incertidumbre y preocupación aparecían en los rostros de los policías que presenciaban el momento, lo que era opuesto para Regina Petrova, cuyo infalible semblante se mantuvo firme durante la rueda de prensa. Apenas si se inmutó después de escuchar las extenuantes acusaciones de negligencia en las que su nombre y el del comandante resultaron envueltos. Florida reclamaba una pronta solución a su calamidad, manifestado por el deseo de tener de vuelta a todas esas personas que fueron eclipsadas de la tierra sin dejar el más mínimo rastro o evidencia.

La última desaparición que fue absorbida por el caso Box, fue el de una mujer de veintitrés años, quien parecía haber llevado una vida sin problemas. Jessica era una joven saludable y trabajadora, no bebía, no frecuentaba las fiestas, ni siquiera tenía novio. ¿Quién pudiera querer eliminar a una persona con sus condiciones?

Para Regina, los recientes acontecimientos se debían a los ambientes tóxicos que con regularidad envuelven el caos y la tragedia. No obstante, la situación era muy diferente para Jessica, Michael, Sindy o cualquiera de los veinte nombres que terminaron conformando el ya famoso caso Box.

Una pregunta que involucraba a la detective Petrova la hizo emerger de la complejidad de su mente, esa que parecía perdida en la misma caja donde estaban los expedientes de las víctimas desaparecidas.

—¿Dejará el caso? —soltó el reportero con cizaña.

Regina arrugó la frente y volvió la mirada a donde su comandante observaba.

El hombre sabía que su mejor detective tenía la capacidad de responder del modo más apropiado, pero Regina odiaba a la prensa, ya que fueron varias las ocasiones que obstaculizaron su trabajo.

—La detective Regina Petrova es la mejor en todo el condado, no confío en nadie más para concluir el caso —aseguró el dirigente antes de una contestación inoportuna por parte de la mujer que permanecía a su costado.

—¿Está recibiendo ayuda de su familia para este caso? —preguntó de nuevo el mismo reportero.

—¿Mi familia que tendría que ver en el caso? El caso es mío y nada más —resolvió Regina con la fulminante mirada sobre el reportero.

Ella era una brillante mujer de origen ruso, medía un metro setenta y tenía una piel que la hacía lucir pálida y enferma, sobre su rostro aparecían algunas pecas que no se molestaba en ocultar, el cabello negro estaba siempre alborotado y descuidado. Sin duda, no era en absoluto la mujer mejor vestida o la más hermosa, tampoco la más simpática, pero sí solía ser la dueña de una mente brillante. Descendía de una familia de afamados detectives cuya habilidad para resolver los más enigmáticos casos de Rusia y del mundo, era totalmente envidiable.

—Gracias por su presencia, nos volveremos a ver, apenas tengamos nuevas noticias —finalizó el comandante.

Después miró a su detective para que esta lo acompañara tras bambalinas de la rueda de prensa. Caminó enmudecida detrás de su superior con algunas cuántas palabras que quedaron prisioneras en su mente, ya que la respuesta que tejió para el imprudente reportero, le fue interrumpida por su jefe.

El comandante la guío hasta su oficina, al tiempo que omitía los comentarios que sus subordinados intentaban hacerle llegar después de la recepción de decenas de llamadas que aseguraban tener información relevante para el caso Box.

—Toma asiento —indicó Marcus Sevilla.

—Estoy bien, gracias —replicó ella con la frente arrugada y las manos en los bolsillos.

—¡Te pedí que te sentaras! Obedéceme al menos en esto.

La mujer rodó los ojos sin que su jefe la viera y se dejó caer en la poco elegante silla que estaba frente al escritorio cubierto de documentos.

»Explícame, ¿por qué demonios nunca me obedeces? ¿Buscas hacerme enojar?

—Marcus...

—Únicamente debías permanecer callada, eso era todo. Aparecer frente a la prensa con la misma cara de preocupación que todos tenemos y evitar alterar a los reporteros todavía más de lo que ya están —interrumpió abruptamente.

—Deja de enviarme a esas molestas ruedas de prensa, pon a cualquiera de tus otros lacayos a responder las preguntas y déjame hacer mi trabajo —respondió en un grito, cansada de las formalidades.

—¡Tú eres la detective al mando y quien se supone tiene las respuestas! —La señaló con el dedo.

—Pues no las tengo, Marcus —gruño al tiempo que pegaba un brinco de la silla—. No esta vez, además ese estúpido reportero es el que me molesta en cada ocasión que le apetece para hacerme quedar como una incompetente frente a todos.

—Todos conocemos tus habilidades. No es necesario que le des importancia a esos comentarios.

Un fuerte suspiro salió del pecho de la detective, hizo un leve movimiento de muñeca y el particular sonido del hueso se escuchó en el silencio que reinaba en la oficina.

—¿Puedo irme ahora? —preguntó fastidiada.

—No, en realidad te pedí que vinieras porque considero que la idea de Franco no fue del todo mala —explicó el robusto hombre uniformado—. ¿Has considerado solicitarle a tu padre que le dé un vistazo al caso?

La mujer permaneció absorta por breves segundos, ya no solo era el enojo provocado por el imprudente reportero lo que la molestaba, sino que ahora, también debía lidiar con el hecho de que su comandante lo creyera correcto.

—Resolveré el caso, Marcus —dijo sin parecer grosera, enseguida se puso de pie y caminó fuera de la oficina.

Miró con recelo al resto de los policías y caminó hasta su viejo escritorio que permanecía igual de repleto de documentos que el del comandante Sevilla, un par de tazas de café frío estaban frente a la computadora y cuatro cajas llenas de archivo permanecían apiladas a uno de los costados. La mujer apenas si tenía espacio para trabajar, ni siquiera contaba con cuatro paredes que resguardaran su labor. Sin embargo, ese era el mismo caos con el que prefería vivir; su lugar de trabajo, su pequeño departamento, su automóvil, su vida sentimental y de la misma manera parecía estar siempre su mente. Repleta de información de casos como si se trataran de piezas de rompecabezas que debía armar para sentir la sensación provocada por una adicción, resolver casos y su trabajo, ese era la permanente dependencia de Regina, la misma que le impedía organizar su vida.

—¡Hey, aquí estás cumpleañera! —soltó Jane al tiempo que hacía a un lado los documentos y colocaba un pastelillo con una vela sin encender.

La rusa vio a detalle el trozo de pan y arqueó una ceja en dirección a su amiga.

—¿Cumpleañera? ¿Hoy es 8 de marzo?

—Lo es, hoy es tu cumpleaños e iremos a celebrar —especificó Jane con esa sonrisa que Regina reconocía como una que le daba problemas.

La investigadora sabía que las salidas de Jane estaban relacionadas con citas a ciegas, despecho u hombres que recién conoció en algún clandestino bar. Cualquiera que fuera el caso, solían terminar en desastre. Por tanto, buscaría cualquier excusa que le diera la libertad de meter la cara en los expedientes.

—Lo siento mucho, pero tengo que...

—No tienes nada que hacer hoy, excepto acompañarme a un lujoso restaurante. Reservé hace meses y conseguir entrar es un reto —declaró la única amiga de Regina—. No aceptaré un "no" por respuesta.

La detective hizo una mueca con la cara, rodó los ojos y terminó por asentir a sabiendas de que la discusión seguiría hasta ser convencida.

—¡Bien, de acuerdo, pero no usaré vestidos tontos! —soltó en un grito que algunos de los presentes alcanzaron a escuchar.

—No te preocupes, yo me encargo de eso—. Sonrió satisfecha—. Lamento no haber encendido la vela, no queremos otro incidente con la alarma contra incendios.

—¡Ni lo menciones! —expresó Regina después de haber recordado que un año previo activaron las alarmas contra incendio luego de que Jane colocará una vela que terminó prendiendo fuego con los documentos sobre el escritorio. El lugar se volvió caos y archivos completos fueron perdidos.

—Detective Petrova, esto es para usted —interrumpió un policía que traía consigo una nueva caja con los recientes testimonios hechos por llamadas telefónicas.

Jane puso sus enormes ojos sobre la caja y supo que su amiga haría cualquier cosa para zafarse de la invitación.

—¡Deja de molestar, Braulio! ¿No ves que es su cumpleaños? ¡Arruinarás la fiesta! —expresó.

Regina omitió el molesto comentario de Jane y recibió la documentación que debía analizar.

—Déjala aquí, lo revisaré ahora mismo.

El resto de la tarde fue consumido con las inquietantes lecturas de las supuestas pistas de personas que buscaban ayudar en el reciente caso de Jessica, la última persona desaparecida dos meses atrás.

Las declaraciones hablaban de Jessica como una mujer escrupulosa en cuanto a su imagen física y el cuidado de su salud, el mismo patrón aparecía en el resto de las personas desaparecidas. Rutinas de ejercicio riguroso, alimentación saludable, cero alcohol o consumo de drogas; «¿quién en su sano juicio quería desaparecer a las personas saludables? ¿Se trataba de alguien obeso que detestaba a las personas delgadas?» Esa idea le parecía absurda, sobre todo porque todo apuntaba a que sería un traficante de órganos, alguien con la capacidad para moverse en el mercado negro y ser tan astuto que no dejaba huella. Incluso podrían estar hablando de diferentes victimarios, aun cuando la detective lo eliminó por completo.

«Tiene que ser un sólo atacante», pensó con la mirada fija en uno de los documentos.

—Lo del traficante de órganos suena más real —susurró y en el acto levantó el teléfono para solicitar una visita a un viejo amigo del reclusorio, uno de los tantos en los que participó en su encierro.

Hizo la llamada y arqueó una ceja luego de leer en el expediente la palabra parque estatal de Florida, último lugar en el que la víctima fue vista. Le pareció haber leído esa otra información en otro de los expedientes de los desaparecidos y volvió el cuerpo para hurgar en la caja donde mantenía el resto de los casos no resueltos. Tomó el expediente número trece, perteneciente a Josh Black, un joven de veinte años desaparecido en el mismo sitio mientras hacía ciclismo sin la compañía de amigos.

—Extraño —siseó concentrada en el archivo.

—¿Qué es extraño? —preguntó Jane detrás de ella con la voz enaltecida.

Era tanta la concentración de Regina que no se percató de la presencia de su amiga acercándosele. La detective terminó exaltada después de la aparición de la rubia.

—¡Demonios, Jane! ¡Me asustaste!

—¿De verdad? ¿Encontraste algo importante? Por qué sólo así podría justificar tu falta de atención hacia mí.

—¿Tan grande es tu ego? —preguntó la rusa colgando el teléfono.

—Lo soy todo para ti —respondió con una sínica sonrisa—. Debemos irnos.

—Espera... Necesito revisar el resto de los archivos.

Regina tenía sus manos puestas sobre los papeles que recién leyó, requería de la más mínima hebra para lograr deshilar la información.

—No, hoy no será, lo haremos mañana. ¡Vamos! —dijo Jane, al tiempo que tiraba de su amiga hacia la puerta. 

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