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INTERLUDIO: Coalición

¡Hola de nuevo! Siempre es un gusto saludarlos. Gracias por cada comentario y por su paciencia infinita. Vengo a dejar esto corriendo porque se me hace tarde. Los quiero.

Sinopsis: Hemos venido a luchar. Hemos venido a ganar. Por nuestros hijos y sus hijos, por todos aquellos muertos. En su honor y por su nombre, ¡no habrá misericordia!

[...]

El verano se convirtió en un recuerdo lejano; y mientras el otoño se negaba a morir en el valle, los primeros atisbos del invierno comenzaron a soplar en las tierras altas de Hosu. Allá, en las montañas, las bestias noumu que habitaban las grandes cuevas de la zona se escabulleron hacia el interior de los túneles saliendo ocasionalmente para cazar.

Fue por esas fechas que el General convoco una reunión urgente con sus Coroneles, los ocho líderes de las casas nobles que le habían jurado lealtad. Y conforme transcurrieron los días cada uno de ellos arribó a la Capital acompañado de su séquito de confianza.

El último en aparecer fue el Coronel Nezu, que viajaba desde las montañas y se había visto obligado a bordear el valle, lejos de la zona comprometida. Con él llegaron algunos de sus hombres de confianza, pero no Moashi que se había quedado atrás a cargo de la Villa y bajo al vigilancia de la comitiva enviada por el General.

En la reunión se habló de un solo tema: El ejército salvaje que se había instalado en la que una vez fuera la prisión del acantilado.

—Empezaron como un montón de salvajes fugitivos —dijo el Coronel Rutia, un hombre pequeño y redondo que controlaba la zona donde se erigía la prisión—. Pero su victoria en la Batalla del Río los enardeció. El malogrado Shuichi simplemente consiguió que decidieran quedarse en lugar seguir huyendo.

—El trabajo de Shuichi era limpiar la basura —respondió el Coronel Kalto, alto y delgado como una vara que controlaba la zona cerca de la bahía—. Tenía una simple tarea. Y fracasó.

—Shuichi cometió un error —intervino Kurogiri que acostumbraba a hablar en nombre del General—. No supo enfrentarlos en campo abierto, es probable que el viento y las condiciones impidieran que el incienso funcionara de manera adecuada.

—No es lo que mis hombres dijeron —respondió Rutia—. Los sobrevivientes del grupo que envíe como apoyo para Shuichi dijeron que había un salvaje inmune, es él quien los gobierna y es una bestia en toda la extensión de la palabra. Así lo llaman. La Bestia.

—Estupideces —dijo el Coronel Malba, hombretón de hombros anchos que gobernaba la zona donde se asentaba la capital—. Esas son historias para asustar a los niños.

—¡Díselo a mis hombres! —estalló Rutia— ¡Esos salvajes han estado alimentándose de mi tierra! Cazan y talan sin autorización, ¡incluso han arrasado con mis campos de cultivo! Saquearon una de las torres de almacenamiento y se llevaron toda la comida, las armas y a los esclavos que trabajan ahí. ¡Y si eso no fuera suficiente establecieron un radio alrededor de la prisión y matan a cualquiera que lo cruce! ¡No conformes con eso fueron y encendieron fogatas en los límites de las aldeas más cercanas! Aldeas que no cuentan con protección. Aldeas cuyos soldados fueron movilizados a los puertos. Esas aldeas tuvieron miedo y se marcharon. ¡Esas bestias hicieron que mi gente abandonara su hogar! Tengo un montón de refugiados llegando a mi villa o trasladándose a las zonas aledañas. Y así, sin esfuerzo, se han apropiado de la mitad de mi zona. A este paso no me quedará ni una parcela para sembrar.

—Ese es tu problema —respondió Malba—. Debiste haber enviado a tus hombres apenas supiste de ellos.

—¡Enviamos un destacamento contra ellos!

—No son un grupo ordinario —intervino Kalto—. Mis fuerzas participaron en el segundo ataque. No estuve ahí, pero mis hombres lo vieron. Todos repitieron lo mismo: Un salvaje con los ojos de fuego lidereando al resto. Y no están solos. Recibieron ayuda. Sus refuerzos llegaron por el bosque e hicieron que mis tropas se retiraran. Esto ha dejado de ser simplemente un puñado de salvajes fugitivos.

La discusión estalló y se mantuvo hasta que el General se inclinó sobre la mesa; entonces el silencio volvió a la sala.

—¿Qué noticias nos trae, Coronel Nezu?

El pequeño hombre que había permanecido en silencio hasta ese momento se enderezó en su silla y dijo.

—Como sabrán fue uno de mis muchachos quien se encontró con ellos por casualidad y procedió a informarnos de su presencia. En ese momento creímos que se trataba de parte del ejército de Yuuei que había logrado pasar desapercibidos.

—¡Una conclusión absurda! —dijo Kalto

—Y sin embargo era posible —respondió Nezu—. Recordemos que las dos prisiones, la del valle y las montañas, se encuentran en el borde de las zonas habitadas, más allá de ellas solo se encuentra el río y dada la frondosidad del bosque que se encuentra ahí era factible que el ejercito de los salvajes pasara desapercibido.

—¡Debiste informar!

—Y lo hice. Mis hombres siguieron sus movimientos y uno de mis capitanes detectó que en lugar de acercarse se alejaban. Enviamos un informe a Kurogiri y recibí la instrucción de mantenerme al margen. Al igual que ustedes, estoy enterado de sus logros más notorios: la Batalla del Río, el ataque a la Torre de Suministros, Asedio, y la llegada de sus refuerzos.

—Háblanos de sus refuerzos.

—Un primer grupo llego durante el asedio, venían del desierto y se dirigieron exactamente hacia la prisión como si supieran exactamente dónde estaba. Con ellos la actividad alrededor de la prisión se incrementó y mis hombres encontraron que era casi imposible mantener una vigilancia constante.

—Mis espías tampoco han podido acercarse demasiado —replico Kurogiri— pero gracias a los testimonios de los sobrevivientes sabemos que este grupo ha instalado defensas en los terrenos aledaños y que están listos para soportar un asedio largo.

—Hablaste de un primer grupo —dijo el General— ¿qué detalles tienes del segundo?

—El tamaño es sin duda mayor, y de acuerdo con mis centinelas mis hombres serían insuficientes para hacerles frente.

—Pero de dónde vienen estos refuerzos —preguntó Kalto—, se suponía que los salvajes de Yuuei habían sido expulsados.

—Si vienen del desierto sin duda son los barbaros de las montañas —respondió el General—, pero no importa. Aun si todas las tribus se unen su fuerza no se compara a la nuestra. Organizaremos a los ocho ejércitos y limpiaremos este desastre.

—¡Ya era hora! —dijo Rutia

—Elbar y Kalto son vecinos de Rutia, ambos ejércitos se encuentran ahora en la bahía así que los movilizaremos primero y se convertirán en nuestra ofensiva que mantendrán a los salvajes ocupados hasta que los hombres de Malba y Sando abandonen la capital. Y el ejército de Nezu descenderá desde las montañas para acorralar a los salvajes y evitar que escapen. Los únicos que no participarán en esta incursión serán Zuxar y Ordan.

—¿Por qué? —preguntó Zuxar, un hombre con dos cuernos altos que había permanecido callado durante toda la reunión.

—Refuerzos y patrullaje.

Ambos asintieron y el General procedió a detallar su plan, se ultimaron los detalles y la reunión se disolvió. En la fiesta que siguió después, el General le concedió la audiencia que Nezu solicitaba y ambos se retiraron temprano para charlar en privado.

—Mis hombre no lucharan hasta no tener una respuesta sobre lo sucedido con la aldea de Ishiyama —dijo Nezu ignorando a Kurogiri que permanecía en silencio junto a la pared.

—Ishiyama fue un traidor.

—¿Dónde están las pruebas?, ¿cuándo fue su juicio?, ¿quién lo condenó y decidió su destino?

—Fue Shuichi quien tomó la decisión equivocada.

—Lo siento, General, pero resulta muy conveniente que el culpable de este crimen atroz este muerto para debatir estas acusaciones.

—¿Te atreves a tildar de mentiroso al General? —pregunto Kurogiri con ferocidad

—Nunca he hecho tal cosa, sé que él es un hombre inteligente que puede ver con claridad por qué me resulta difícil creer en esta explicación.

—Lo siento, Nezu, tal vez te parezca increíble o absurda pero la verdad es esta: Shuichi fue el culpable y su castigo ha sido más que justo.

—¿Y qué pasa con los muchachos de la aldea? Solicite que fueran enviados a mi villa, estoy dispuesto a ofrecerles un hogar.

—Cuando su servicio termine serán libres de ir a dónde les plazca, mientras tanto Rutia decide qué hacer con ellos. Después de todo la villa de Ishiyama estaba en su territorio, es él quien tiene derecho a exigir una investigación sobre el asunto, no tú. No puedes retener a tus hombres bajo la excusa de una injusticia, no cuando no sucedió en tu zona.

Nezu sacudió la cabeza y apretó su mandíbula.

—No puedes negarte a participar, Nezu —dijo el General—. Hiciste un juramento bajo el cual aceptabas obedecerme. Y mis ordenes son claras: Organiza a tu ejercito y prepáralo para luchar. Tu misión será atacar la retaguardia de los salvajes, evitar que huyan al desierto. ¿Lo harás o no?

—He jurado lealtad —respondió Nezu con frialdad—, y he cumplido cada día con mi compromiso, pero cada vez se hace más difícil, especialmente cuando mis hombres desaparecen.

—El Capitán Hawks desapareció por su cuenta después de asesinar a varios de mis soldados.

—Estoy seguro de que hay una explicación.

—Y estamos intentando oírla, pero el Capitán ha preferido desaparecer en lugar de explicar la situación. No puedes negar que su repentina huida es altamente sospechosa.

—Si el Capitán teme por su vida-

—Teme a las represalias, es diferente. Cometió asesinato, ni siquiera tú puedes justificar eso.

—Quiero una garantía de trato justo, quiero la certeza de que Hawks recibirá la oportunidad para explicar sus motivos y un juicio abierto.

—Ya te lo dije, Nezu, no puedes negarte a obedecerme.

—El capitán Hawks es mi mejor hombre, ¿quieres que tu plan para acabar con los salvajes tenga éxito? Lo necesito. Concédele el perdón.

—¿Realmente esperas que vuelva después de lo que hizo?

—¿Lo aceptas o no? Y también quiero que el grupo que enviaste a mi villa a buscarlo se marche, con ellos ahí él no volverá.

El General suspiró y se tomó un momento para considerar la situación.

—De acuerdo —dijo tras una breve pausa—, enviaré un mensaje a mis hombres. Hoy mismo. Y si no te importa añadiré la orden de movilización.

—Me gustaría ver ese mensaje.

—Por supuesto, y si no te importa me gustaría que lo firmaras. Eso ayudara a que tus hombres se queden tranquilos.

Nezu asintió y permaneció de pie mientras el General redactaba la carta, después la leyó con cuidado y finalmente la firmó junto al elegante trazo de su superior. La colocaron en un sobre sellado y Kurogiri llamó a uno de sus sirvientes para organizar el envío; y solo cuando la carta desapareció de su vista Nezu se despidió de ellos para volver a la fiesta con el resto de los Coroneles.

Una vez que estuvieron solos, Kurogiri preguntó: —¿Debo enviarle un mensaje a Dabi para que abandone la búsqueda de Hawks?

—No, envía otro a nuestros hombres. Informa que el Coronel Nezu ha sufrido un ataque desafortunado mientras encabezaba el ataque contra los salvajes de la prisión y que ahora el control de la villa y de sus recursos quedan bajo su cuidado. También revoca el perdón de Hawks y ordena su ejecución inmediata apenas sea localizado.

—Muy bien, General.

—Y dile a mi hijo que se prepare, esta vez le tocará participar en la batalla.

Kurogiri asintió y se dedicó enteramente a la organización del ataque.

Los soldados recibieron sus ordenes y las movilizaciones comenzaron, el General volvió a la Ciudadela para continuar con sus experimentos y su investigación, aunque esta vez se aseguraba de atender a los informes periódicos de Kurogiri que mantenía un control absoluto sobre la situación.

Poco después recibieron la noticia de que el ejército del Príncipe Chisaki –o lo que quedaba de él– había vuelto. El General no perdió tiempo, abandonó de nuevo la Ciudadela y bajó por el río hasta la bahía donde el ejército de Zuxar patrullaba las costas, en una de las fortalezas cercanas al mar el General volvió a reunirse con el Príncipe Chisaki, a quien meses atrás había visto partir hacia el este.

—¿Qué sucedió? —preguntó el General con expresión tormentosa.

El hombre joven, sentado al otro lado de la mesa, sacudió la cabeza y le respondió con ira.

—Sucedió que fuimos emboscados.

—¡Desde el principio! Quiero la historia desde el principio.

Y Chisaki se la cuenta. Le relata el viaje largo que emprendieron para cruzar el mar y lo fácil que resulto arribar a la costa de Yuuei.

—No tuvimos dificultades para instalarnos; al llegar nuestra avanzada escogió un lugar lo más alejado de los puertos y tan cerca de la capital como fuera posible. Instalamos nuestro campamento y reunimos comida, armas y todo lo necesario para presionar a los salvajes. Todo iba acorde al plan.

—¿Y qué paso?

—Un ejército de barcos apareció en el horizonte.

—El ejército de Yuuei se marchó de aquí con las despensas casi vacías, resulta imposible de creer que pudieran enfrentarse a ustedes tras una larga travesía en el mar.

—Este grupo no eran los soldados de Yuuei, no veían de esta dirección. Los barcos que nos atacaron provenían del sur, eran cientos, diminutos y veloces, nos rodearon y tuvimos que luchar a muerte.

—¿Y el incienso?

—Eso fue lo que evito que nos destrozaran a la primera oportunidad. Con ello logramos abrir una ruta de escape y mis barcos bordearon la costa hasta alejarse del reino de Yuuei. Instalamos un campamento provisional en la pradera y una vez ahí nos preparamos para atacar de nuevo.

—¿Los salvajes no fueron tras de ustedes?

—No, tuvieron la precaución de mantenerse alejados. Durante las siguientes semanas intentaron atacarnos por sorpresa, pero conseguimos mantenerlos a raya. Mis hombres, atrapados en la fortaleza en tierra, resistieron, utilizaron el incienso que habíamos dejado para deshacerse de los atacantes. Eventualmente las fuerzas que quedaban en Yuuei lograron organizarse, se unieron con los salvajes del mar y coordinaron fuerzas para acabar con los míos. Les hicimos frente durante semanas hasta que descubrimos que el ejército de Yuuei volvía. Entonces tuvimos que huir, nos alejamos hacia el norte y cuando estuvimos lo suficientemente lejos pusimos rumbo hacia aquí.

—Si tú has vuelto, ellos deben venir detrás.

—¿Crees que los salvajes crucen el mar?

—Por supuesto, ellos vendrán.

—Pero ahora saben del incienso, tu elemento sorpresa ha desaparecido.

—Uno de ellos tal vez, pero mientras estabas fuera conseguí afinar mi segunda sorpresa. Cuando los salvajes ataquen, los aniquilaremos.

—¿Realmente podrás contra todos ellos?

—Ahora mismo tengo a un ejercito de salvajes barbaros siendo asediado y acosado por mis hombres, sus números disminuyen día con día pues no están acostumbrados a ninguno de mis inciensos. Y cuando llegue este nuevo grupo la historia se repetirá. Tal vez sean muchos, pero nosotros somos más.

—Al final, la guerra se librará en esta tierra.

—Una ventaja más para nosotros.

—Como digas, esto ya no es asunto mío.

—Claro que lo es, nuestro trato sigue en pie. Fracasaste en apoderarte de Yuuei, ahora tú y tus hombres deberán pagar su deuda.

Chisaki resopló y se apartó el pelo oscuro de la cara.

—Lucharemos.

—Excelente, enviaré a Kugorigi con los detalles, por ahora descansen porque cuando las naves de lo salvajes aparezcan en el horizonte, no volveremos a tener otro momento de paz hasta que el último de ellos no este muerto.

—Esperare ese día con ansias.

[...]

La ofensiva del General llega por grupos hasta que todos están instalados en las mediaciones de la prisión, lo más cerca posible dado que los salvajes se han asegurado de asegurar su perímetro alrededor de su campamento. Los tres Coroneles se organizan para mantener un ataque constante y feroz sobre sus enemigos.

Para combatir el incienso, los salvajes han instalados grandes fogatas en los limites de su campamento donde queman arbustos secos y corteza de árbol para matizar el aroma a leche y miel. La técnica también ayuda para mantener el incienso beta en una nota tan baja, que en lugar de la muerte los soldados se ven víctimas de un intenso dolor de cabeza, lo que les permite replegarse para que otro grupo tome su lugar.

Los combates se suceden durante noche y día, y si bien las pérdidas en ambos bandos son considerables, la balanza se mantiene, pero con cada día transcurrido los refuerzos provenientes de la Capital se van acercando.

Semanas más tarde, mientras el invierno se deja caer sobre Hosu con fuerza y el aroma de los cadáveres comienza a resultar insoportable, el horizonte gris se empapo de nubes blancas.

El príncipe Chisaki las contempló desde su barco, anclado cerca de la costa y a cargo de la defensa de la bahía; de inmediato envió un mensaje al General y después de ladrar las ordenes para organizar a su flota se quedó en cubierta mirando el horizonte.

El General las observó desde su torre más alta con ayuda de un catalejo mientras el viento se estrellaba contra su grueso abrigo de piel. Kurogiri estaba con él pues era quien le había llevado la noticia. Las ordenes habían sido enviadas y solo restaba ver el resultado.

En cuanto Tomura leyó la noticia en el mensaje de Kurogiri, abandonó su campamento para ascender por la ladera de la colina hasta mirar el horizonte, ahí las vio deslizarse por el mar azul como trozos de algodón brillante. Abajo podía ver la prisión, erigiéndose incólume y completa pese a todos los ataques contra ella; en ese momento sintió un hambre de sangre tan atroz que le cosquillearon las manos. Y durante un momento soñó con erigir un campo de flores con los tatuajes que arrancaría a sus enemigos.

No muy lejos de ahí, Aizawa recibió el aviso mientras dormía, pues le había tocado luchar la noche anterior y acaba de acostarse. Apenas entendió el mensaje, se sacudió el cansancio y subió hasta la torre más alta donde Mirio e Iida contemplaban el mar.

—Maestro —dijo Iida con el rostro cansado y la voz emocionada—, ¡han vuelto!

Y tenían razón. Las naves que se veían a lo lejos eran los barcos característicos de Yuuei con sus velas inmensas y sus mástiles altos sobre los cuales ondeaba la bandera de su tierra. No podía distinguirlas a esa distancia, pero no le quedaba duda de que ese era el ejército de su rey. Y junto a él marchaban cientos de barcos de menor tamaño avanzando en un procesión interminable, cubrían el horizonte como espuma inmisericorde.

Del alivio Aizawa extendió una mano y buscó apoyo sobre el parapeto de piedra. Esos no eran barcos que hubiera visto antes, pero de inmediato supo a quiénes transportaban. Supo que las matriarcas habían aceptado luchar y que ahora no estaban solos.

Los barbaros de las montañas, los guerreros del sur, y los soldados de Yuuei.

Un ejército unido para luchar contra el incienso que amenazaba con destruirlos.

—¿Qué quieres hacer? —preguntó Mirio cuyo rostro también reflejaba el cansancio y el agotamiento de una batalla continúa.

—Debemos avisarles del incienso y hacer que desembarquen cerca de aquí. Lo peor que podemos hacer es dividirnos.

Mirio asintió y contempló el horizonte.

—Estoy seguro de que tendrán sus planes, ¿cómo planeas ponerte en contacto con ellos?

Aizawa lo meditó un momento y compartió con él su plan. Esa misma noche los omega de la prisión pasaron horas cortando, tiñendo, y cosiendo trozos de tela vieja. Al día siguiente una bandera improvisada ondeaba en la ventana de la torre más alta. Una bandera gris y roja que se agitaba con la tormentosa brisa que soplaba en lo alto.

[...]

Durante días Mitsuki oteó el horizonte esperando ver un cambio en el paisaje azul, sus heridas de batalla habían sanado con normalidad pues estaba acostumbrada a la inclemente vida en el mar y al aire húmedo de la costa. El dolor físico había sido una molestia pasajera que la ponía de mal humor y la hacía rechinar los dientes, pero era su corazón el que no la dejaba dormir.

Había perdido demasiado e ingenuamente había creído que el dolor nunca volvería a tocarla, pero la batalla de Yuuei le había mostrado que mientras su corazón latiera, el dolor latiría con ella. El incienso había sacudido esa parte suya que había enterrado junto a su familia, le había devuelto los recuerdos, las dulces memorias de una vida que ahora era polvo.

Y no solo era el pasado el que la atormentaba, había perdido a muchos de sus alumnos durante la batalla que casi le había costado la vida. Jóvenes alfa en la juventud de su vida, muchos a quienes había visto crecer como si fueran sus propios hijos, hijos que la habían seguido sin dudar y cuyas propias familias esperaban su regreso.

Pero no habría regreso, de eso Mitsuki no tenía duda.

Era la segunda vez que cruzaba el mar para luchar y se había jurado que en esa ocasión no aceptaría una derrota. Y mucho menos una retirada. Estaba lista para quedarse ahí a luchar hasta su último aliento, moriría en esa tierra con la sangre de sus enemigos a sus pies.

—Hemos llegado —dijo Nemuri, la Matriarca de su isla, cuyo semblante rígido le recordaba a Mitsuki que ella también había perdido a su hija en la misma batalla en la que Mitsuki había perdido a gran parte de sus alumnos.

—Esta vez no habrá retirada.

—No planeo morir aquí, Mitsuki.

—Entonces no lo hagas —y se marchó antes de que la mujer pudiera responderle.

Se alejo hacia proa y se quedó ahí oyendo el rítmico golpeteo de los tambores que imponía el avance de las naves. A estribor, en el extremo más alejado de su formación, avanzaban los barcos de Yuuei, comandados por uno de los príncipes de su casa y asesorado por sus oficiales sobrevivientes.

Ellos habían aceptado el ritmo de la marcha y sus planes, pero habían dejado en claro que su prioridad era recuperar a su rey, así que Mitsuki no perdió el tiempo enviando un mensaje para discutir con ellos sus planes, se reunió con los suyos y comenzaron a trazar un plan de acción. Quería estar lista para cuando finalmente estuvieran en Hosu; y cuando finalmente el contorno de las montañas comenzó a vislumbrarse en la lejanía, Mitsuki notó la ira recorrerla como un rayo.

Hosu estaba protegida por un cinturón de naves inmóviles que se apiñaban cerca de la bahía y no parecían tener intenciones de alejarse de ahí, así que Mitsuki y los suyos comenzaron los preparativos para un asalto frontal.

—Vamos —dijo Nemuri, una tarde, mientras Mitsuki discutía tácticas para aprovechar el viento a su favor y huir del incienso.

—¿A dónde?

—El príncipe de Yuuei ha enviado una nota a las matriarcas, ha solicitado una reunión.

—¿Para qué? Ya dijo que no planeaba participar en el asalto.

—Tal vez haya cambiado de opinión.

—O tal vez quiera pedirnos ayuda para buscar a su rey.

—Si ese es el caso le diremos que no, bien sabes que las matriarcas están de tu lado ahora que han visto lo que el incienso puede hacer así que no pierdes nada con averiguar que quieren.

Mitsuki había aceptado seguirla; tomaron una de las naves cercas y sortearon el resto de su formación hasta alcanzar la embarcación principal de la corte de Yuuei. Ahí los recibió Hizashi acompañado de una mujer pequeña de pelo rojizo. Y mientras Nemuri se alejaba con el resto de las matriarcas para hablar con el príncipe, Mitsuki se quedó con ellos.

—Me alegra que vinieras —dijo él

—Nemuri cree que es importante.

—Y lo es.

—¿Y por eso vienes tú?, ¿para ver si puedes convencerme de que interceda por tu rey una vez más?

—No solo por el rey —dijo la mujer—. Aizawa también necesita tu ayuda.

—¿Tú quién eres?

—Mi nombre es Shino y soy amiga de Aizawa.

—Aizawa no tiene amigos.

—No muchos.

—Y qué, ¿tienes noticias suyas?

—De cierta forma —respondió ella y le tendió un catalejo.

Mitsuki suspiró y finalmente oteó el horizonte en la dirección que la mujer señalaba. No le costó trabajo encontrar lo que buscaba: Una bandera agitándose contra una torre alta.

—¿Qué estoy viendo?, ¿la bandera?

—Es la bandera de Yuuei.

—¿De verdad? —repitió Mitsuki con sorna.

—Escucha, esa bandera está en la zona dónde Aizawa desembarcó, quiere decir que sigue vivo.

—O que es una trampa.

—Aun así, es una buena zona para descender e instalar un campamento —intervino Hizashi

—Esa región carece de puertos, se encuentra casi en el borde con el desierto. Allá no hay nada. Si fuera decisión mía me abriría paso por la bahía y pondría rumbo a la capital.

—Eso fue lo que nosotros hicimos —dijo Shino—. Y no funcionó.

—Culpa a tu rey.

—Nos emboscaron.

—No tengo lástima para darte. Puedo asegurarte que uno de mis guerreros vale diez veces más que cualquiera de los tuyos y ninguno de ellos quiere oír cuentos de todo lo que puede salir mal.

—¡Basta! —dijo Hizashi interponiéndose entre ambas—. Shino, dame un momento.

La mujer rechinó los dientes pero se retiró, y Mitsuki aprovechó para mirar una vez más por el catalejo.

—Parece una bandera —dijo tras un estudio concienzudo—, pero no podría asegurar que es de Yuuei.

—Creo que es de Aizawa.

—Quieres creer que es de él.

—¿Por qué no crees que sea él?

—¿Qué hace en esa fortaleza?, me dijiste que no tenía recursos, que desembarcó solo, ¿cómo es que terminó ahí?

—Tendremos que preguntárselo.

—Desviar nuestro rumbo es una pérdida de tiempo.

—No necesariamente, lo principal es instalarnos. Necesitamos un lugar en el que no seamos un blanco fácil. Si te diriges hacia la bahía todo el ejército de Hosu caerá sobre ti.

—Que vengan.

—No tires por la borda la vida que salvé.

Mitsuki se tensó; no habían vuelto a hablar de cómo Hizashi había intervenido para apartarla del cuchillo que se dirigía hacia ella. Había terminado herida, sí, pero no muerta.

—Mi gente salvó tu hogar —dijo ella con la espalda tensa—, creí que eso limpiaba mi deuda.

—Por favor, Mitsuki, ayúdame a convencer a las matriarcas de desembarcar en esa zona; no dejes que la venganza te impida escoger el camino más adecuado por muy largo que te parezca.

Ella no le contestó.

—Mitsuki —llamó Nemuri desde las escaleras—. Ven, tenemos algo que discutir.

Le entregó el catalejo a Hizashi y se alejó hacia las escaleras sin mirar atrás.

[...]

La costa de Hosu se dividía en tres territorios. La zona gobernada por Malba se encontraba en la frontera con Overhaul, el centro de la bahía se hallaba bajo el gobierno de Sando que controlaba los dos puertos de la zona, y en la región más boscosa –la que colindaba con el desierto– se encontraba la villa de Kalto.

El ejército de Kalto había ascendido por las colinas para formar parte de la ofensiva que luchaba contra los salvajes de la prisión, pero apenas recibió el informe de que naves enemigas se dirigían hacia esa parte del continente, Kalto envió un mensaje al General solicitando refuerzos y después movilizó a sus hombres de vuelta hacia la costa.

Las naves del Príncipe Chisaki se adelantaron para cortarle el avance a la flota enemiga, pero ellos no podían competir con la velocidad de las embarcaciones del sur que los rebasaron y tomaron posesión de la costa deshabitada y después presentaron una resistencia feroz frente a Chisaki y los suyos cuando intentaron expulsarlos. Cuando fue claro que se encontraban en desventaja, el Príncipe de Overhaul contradijo las órdenes del General y decretó una retirada, volviendo así a la seguridad de la bahía.

La batalla por la costa fue larga y encarnizada, el Coronel Kalto y su ejército se vio obligado a replegarse cuando los invasores salvajes se negaron a ceder terreno pese a las pérdidas en sus filas, era obvio que no estaban dispuesto a rendirse.

En un arranque de impaciencia, Kalto ordenó el uso del incienso beta. La táctica resulto en una victoria parcial: Parte de la fuerza enemiga cayó víctima del violento aroma que se expandía por el cielo; sin embargo, el grupo alfa –quien se mantenía en alerta del incienso de leche dulce– respondió con ferocidad y consiguió igualar el terreno.

Abrumado, Kalto y los suyos se replegaron dejando que los salvajes reclamaran parte de la costa como suya.

[...]

Para cuando Aizawa puso rumbo a la costa –cabalgando sobre una de las monturas proporcionadas por Mirio–, todas las naves se habían agrupado en la parte este, más allá de la bahía pese a que no pasaba un día sin que las naves aliadas embistieran contra aquellas apostadas en la bahía en un intento por mermar su número.

Aizawa no se sorprendió cuando su montura fue interceptada apenas se alejo del río, tampoco se sorprendió cuando en lugar de tratarlo como a uno de los suyos los centinelas tomaron su nombre y después lo escoltaron hasta una tienda improvisada. Ahí espero en lo que era un indudable arresto domiciliario hasta que la persona a cargo de esa sección se presentó para confirmar sus credenciales.

Tras un interrogatorio exhaustivo la mujer alfa lo puso en un bote para trasladarlo hasta uno de los barcos de Yuuei, ahí lo recibió el Príncipe Natsuo que pareció inmensamente aliviado de encontrarlo con vida.

—Sé que tienes muchas cosas para contarnos —dijo el muchacho—, pero te evitaré la molestia de tener que repetirte. Apenas recibimos la noticia de tu llegada envié un mensaje a las matriarcas para solicitar una reunión; estoy seguro de que ellas también querrán saber todo lo que ha sucedido aquí.

—¿En dónde están?

—Luchando —dijo y pareció avergonzado de la implicación—. Alguien tenía que quedarse atrás y ninguna de ellas aceptó el puesto.

—¿Y Hizashi?

—Está con Shino y el resto de los Gatos, su tarea es mantener a los barcos del General lejos de esta costa.

Mientras esperaban Aizawa escuchó el relato de la batalla en Yuuei y supo que al final el éxito de Hizashi había evitado la catástrofe.

—Quiero que me hables de mi padre —dijo Natsu con expresión adolorida—, pero no ahora porque debes descansar. Cuando las matriarcas vuelvan estoy seguro de no habrá tiempo para eso, así que ve. Te llamaré cuando estén aquí.

Aizawa obedeció pues el viaje había sido largo y la tensión de los últimos días le había impedido descansar apropiadamente. Se obligo a dormirse pese a que no dejaba de pensar en la prisión y en todos aquellos que se habían quedado atrás.

[...]

Las mujeres que llenaban la sala variaban en tamaño, forma y carácter, pero todas poseían el aroma intenso y vibrante que solo podía pertenecer a un alfa. Aromas distintos pero con la misma nota potente y los mismos acordes feroces, era imposible no reconocer en cada una de ellas a una de las mujeres líderes de los guerreros del sur.

Aizawa se quedo en el extremo del salón, cerca del príncipe, mientras las mujeres intercambiaban noticias, relatos y regaños; ellas ni siquiera se habían dado cuenta de su llegada y eso le dio la oportunidad de estudiarlas una a una. Reconocía a un par de ellas de su tiempo como estudiante en las islas, una de ellas era Nemuri, cuya madre había intercedido por él para permitirle participar en el torneo en el que solo admitían guerreros alfa.

—¡Sí! —dijo alguien y fue el estruendoso sonido de su voz el que logró acallar al resto—, ¿por qué estamos aquí? Hay batallas que tenemos que luchar.

—Para escuchar el relato de Shouta Aizawa —dijo Natsuo y le hizo una señal para que se adelantara.

Aizawa no perdió tiempo, se saltó las presentaciones e hizo un breve resumen de la misión del Príncipe Shouto para terminar con un recuento general de todo lo que sucedía con los prisioneros. No omitió detalles y tampoco perdió tiempo adornando la verdad. Fue claro y simple; y cuando terminó, el aroma del cuarto se había convertido en una bomba de ira y furia sin precedentes. La indignación que latió en el grupo fue tan palpable que en cualquier otra situación Aizawa se habría obligado a replegarse abrumado por semejante poder, pero la rabia de las mujeres no era contra él.

Hubo muchas preguntas sobre el incienso y el General. Aizawa las respondió una a una repitiendo la información que Hawks había compartido con él y deteniéndose ocasionalmente para tomar agua y ordenar sus ideas; cuando habló del grupo omega que luchaba en la prisión no pudo evitar el orgullo en su voz, y tampoco pudo evitar hablar de Katsuki, y de lo que representaba para el resto.

Cada una de ellas alabó a los omegas que habían decidido luchar y en voz alta reconocieron también la valía de ese líder.

—Orgullosas deberían estar —dijo Aizawa con calma—, pues ese es un hijo de las islas.

La revelación sacudió el aroma de las mujeres, orgullo y deleite se entremezclaron inundando el abarrotado cuarto.

—Y es probable que lo conozcan pues su apellido Bakugou.

Las mujeres se miraron, confusas. Solo Nemuri pareció repentinamente anonadada.

—¿Bakugou? —dijo una de ellas— ¿Es pariente de Mitsuki?

—¿Has dicho Katsuki? —interrumpió Nemuri con el rostro blanco— ¿Katsuki Bakugou?, ¿el hijo de Mitsuki?

—Sí —respondió Aizawa pero no había tiempo para entrar en detalles porque las mujeres ardían en deseos de volver a la batalla, más ahora que sabían había un grupo de prisioneros liberados y que había más atrapados en los túneles lejos de ahí.

La discusión se tornó en un intercambio de estrategias, sugerencias y opiniones. Gracias a la nueva información del incienso y a las técnicas utilizadas por los muchachos que luchaban en la prisión, las ideas brotaron incesantes mientras las mujeres alfa se preparaban para volver a la lucha.

Apenas terminaron Nemuri se apartó de la mesa y enfiló directamente hacia Aizawa.

—¿Estás seguro de que es el hijo de Mitsuki? —le preguntó

—Lleva la flor de gladiolos en el pecho y su aroma es el de la madera que se quema.

Nemuri se cubrió los ojos con las manos aún incrédula.

—¿En donde está? —inquirió Aizawa y no hubo necesidad de pronunciar su nombre.

—Luchando, siempre luchando. Se ha negado a moverse de la línea frontal pese al riesgo que corre, está dispuesta a morir ahí.

—Tal vez esta noticia le devuelva la prudencia.

—O tal vez no. Cuando sepa que su hijo estuvo encerrado durante años... —ella sacudió la cabeza incapaz de completar su oración—. ¿Y dónde está Katsuki?, ¿está bien?

Aizawa suspiró, ni siquiera había tenido tiempo de explicar el plan de Katsuki antes de que las mujeres empezaran con su intercambio de ideas.

—Se ha marchado al norte —dijo

—¿Por qué?

—Para buscar a los prisioneros de la Ciudadela.

Nemuri emitió un gemido de frustración.

—No tiene sentido lamentarse ahora —dijo—, ya sea que tenga éxito o no nuestra misión es derrotar al General.

Aizawa estuvo de acuerdo.

[...]

Y ahora sí, en el siguiente vemos a Katsuki. ¡Saludos!

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