Sinopsis: ¿Qué es peor, vivir con miedo a intentar un cambio o aceptar la vacua existencia impuesta?
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—Eh, dormilón, es hora de levantarse.
Denki gruñe pero la voz es insistente y amable; nota los dedos acariciando con afecto su pelo. Al final se rinde. Abre los ojos y encuentra dos lagos color avellana. Parpadea y se contrae cuando los músculos de su estómago se tensan.
—¿Aún te duele?
Asiente en silencio. Son dos semanas desde que el alfa pelirrojo fuera devuelto a las celdas con el resto, pero apenas seis días desde que lo dejaran a él en paz.
—Vamos, te ayudaré a lavarte.
—Gracias, Ochako.
La muchacha le sonríe mientras lo ayuda a ponerse de pie. De reojo ve a otros omegas en la misma situación, se mueven con lentitud mientras alguien más los ayuda a llegar a los aseos, también ve unos cuantos tapetes vacíos y su gesto se tuerce ante lo que representan.
—¿Cuántos no volvieron?,—pregunta en voz baja mientras avanzan con lentitud hacia la puerta.
—Seis—murmura Ochako mirando el suelo—tal vez los regresen hoy.
Denki no se hace ilusiones, pero se guarda el pesimismo para sí. Los aseos se encuentran en el cuarto lateral, hay una zona para el sanitario y en el otro extremo hay varias tinajas inmensas. Usan bombas de mano que hace subir el agua de una corriente subterránea. Durante el invierno bañarse es una pesadilla, en esas fechas se limitan a limpiarse con una esponja húmeda, en el verano el baño es lo único que consigue calmar el espantoso calor, el resto del año el frío es vagamente soportable.
Con ayuda de Ochako se sienta en uno de los banquitos de piedra y deja que ella lo lave. El silencio es absoluto, no se oye más que el sonido del agua cayendo y del jabón que se talla. Denki se estremece con el agua fría, tiembla cuando nota que el jabón se desliza sobre los moretones en su estómago. Mientras Ochako se aleja para llenar su bandeja con más agua, Denki se mira. Las marcas cubren su estómago y vientre, el negro de los primeros días se ha ido desvaneciendo dejando en su lugar zonas amarillas y verdes. Aún le duele si hace movimientos bruscos, pero al menos puede caminar.
Ochako vuelve y Denki cierra los ojos, se deja mimar e intenta despejar su mente de todas las dificultades que lo rodean. Eso hasta que los sollozos rompen el silencio del baño. Cuando abre los ojos ve a Yui sentada en el mismo banco que él, con la boca tensa mientras intenta ahogar sus lágrimas. Denki ve las heridas en sus dedos y los cortes en sus piernas.
No necesita preguntar para saber que a ella acaban de dejarla salir, se inclina hacia ella y frota su frente contra el hombro delgado. La persona al otro lado de ella hace lo mismo, Ochako se une a la pila y el ambiente se carga con el aroma de apoyo, cariño y dulzura que caracteriza a los omegas cuando están juntos. El aire rezuma amor y conforte. Denki se empapa de él, se consuelan los unos a los otros en silencio, ofreciéndose el único cariño que pueden.
Cuando los llantos remiten el baño se reanuda. Los omegas heridos son devueltos a sus catres ya que usualmente se les concede cuatro días para recuperarse. Mientras Ochako se baña, él se viste, aunque la palabra carece de significado. Su atuendo consiste en el fundoshi que prácticamente deja todo su cuerpo a la vista. Denki recuerda la vergüenza y el terror que sintió cuando le arrebataron sus vendas y lo obligaron a utilizar esa cosa.
Ahora puede usarlo sin temblar.
Mentira.
Sigue sintiendo vergüenza pero se ha convertido en una emoción rutinaria. A la fecha su instinto lo hace encogerse cuando tiene a un alfa cerca, y procura jamás mirarlos a los ojos. No quiere verlos mirándolo.
Una vez vestido espera a Ochako, que regresa desnuda secándose con una manta. La ayuda a colocarse su sarashi y su fundoshi, después todos los que están en condiciones de moverse se acercan al elevador llevando entre sus brazos el tapete donde duermen junto con sus mantas.
Denki bosteza cuando el crujido del elevador resuena sobre sus cabezas. Los omegas se alinean formando dos hileras frente a la única salida que hay. Se oye un golpe sordo e inmediatamente después se escucha el tintineo de las llaves y el sonido del candado al abrirse. Las puertas dobles se abren revelando el cajón del elevador con un guardia haciendo señas para que el primer grupo suba.
Mientras el primer grupo se aleja hacia la superficie, Denki se rasca distraídamente su hombro. Toca por error la mordida que tiene ahí, y retira los dedos como si la marca quemara, no puede evitar apretar los dientes. Su incomodidad hace que algunos de sus compañeros se giren hacia él, haciendo preguntas en silencio, pero Denki sonríe y sacude la cabeza. A su lado, Ochako empuja su brazo en un intento por distraerlo, él empuja de vuelta y la cosa se acaba ahí.
Ellos no hacen preguntas. Nunca hablan de lo que sucede en las celdas oscuras, excepto para advertirle a los recién llegados de lo que deben evitar y cómo evitarlo. En su vida anterior cualquier contacto con un alfa sería motivo de cotilleo, susurros nerviosos y felicidad. Aquí no. Aquí procuran establecer una barrera clara entre ellos y los otros. Nada de nombres, nada de lazos. Ha roto la única regla que tienen. Le dijo su nombre y no sabe que es peor: Habérselo dicho o querer escucharlo de su boca.
Se pasará, se dice Denki con resolución. No es la primera vez que su cuerpo clama por el contacto. No es la primera vez que la necesidad vibra dentro de él en una frecuencia lenta e inoportuna. No es el único. El cuarto oscuro siempre los deja insatisfechos, ansiosos y con anhelo. Es una reacción natural. Es una reacción absolutamente normal.
Lo que no es normal es que hayan pasado casi dos semanas y Denki siga teniendo sueños con aroma de azafrán, pero está dispuesto a superarlo.
Cuando es su turno para subir al elevador, Denki se obliga a dejar de pensar en el alfa pelirrojo. Se acabó, se dice con resolución mientras deja su tapete y sus mantas apilados junto con los otros –el último grupo es el que se encarga de ponerlos al sol–, después avanza junto a Ochako por el pasillo y dan vuelta a la derecha para entrar en la cocina.
La habitación es alargada con varias mesas de piedra, estantes a lo largo de una pared, y una hilera de hornos al fondo. Desayunan pan frío, queso y cecina acompañándolos con té de hierbabuena mientras los hornos se calientan. Cuando todos han terminado los omegas se dispersan como un grupo de hormiguitas trabajadoras. Denki y varios de sus compañeros empiezan a llenar los carritos con el desayuno para las celdas. Cuando terminan, varios de ellos son escoltados por los guardias y Denki se acerca a la mesa donde se prepara pan.
Le gusta hacer pan. Es lo más cercano que estará de su hogar. Mientras rellena la masa de nueces, pasas e higos, se acuerda del pelirrojo. Se acuerda de sus conversaciones. Se acuerda de su risa.
Era brillante y llamativa. Ruidosa y espontánea.
Tal vez ese sea el problema. Tal vez por eso no consigue sacárselo de la cabeza. Hace mucho que no escuchaba una risa. Hace mucho que él mismo no se ríe.
Me reí con él.
Es lo que más lo perturba. Reírse. Parece imposible en una situación como la suya, pero de alguna forma el alfa consiguió relajarlo lo suficiente para hacerlo reír. La risa lo devuelve a su casa, con su madre y su dulzura.
Denki sacude la cabeza y se concentra en la masa. La aprieta con excesiva fuerza pero nadie le dice nada. Se desquita con ella, la rellena con ira y después la pone en la bandeja con el resto. Trabaja repitiendo el mismo patrón hasta que su mente se pone en blanco.
El trabajo mecánico lo distrae durante el día, pero en la noche mientras está extendiendo su tapete para dormir no encuentra forma de sacarse al alfa de la cabeza. Eso hasta que Ochako pone su tapete junto a él y le susurra.
—Se llevaron los tapetes.
—¿Qué?
—Los guardias se llevaron los tapetes de los que no han vuelto.
Una mano de hierro atenaza el corazón de Denki en cuanto comprende el significado. Se han ido, se dice y sin importar que lo supiera de antemano, la confirmación siempre es amarga.
¿A dónde los llevan? ¿Qué hacen con ellos?
Denki escucha los murmullos en cuanto la noticia corre entre los otros. El miedo los lleva a buscar consuelo, se apilan y se abrazan intentando sacudirse la sensación de fatalidad que burbujea en el aire. La historia se repite cada vez que uno de ellos no vuelve. La incertidumbre de su destino cuelga sobre el resto como una hoz afilada.
Ochako se acurruca junto a él, temblando. Denki la consuela lo mejor que puede, sabe que a ella le aterroriza la perspectiva de tener que participar en el siguiente grupo. Su turno será en una semana, y Denki espera que consiga volver.
[...]
Su ciclo llega el mismo día en que se llevan a Ochako. Nota la incomodidad apenas despierta y la sensación electrizante que cosquillea en la punta de sus dedos. En casa tendría privacidad, tendría espacio y tiempo para relajar su cuerpo y combatir la necesidad. En la prisión no pasa eso. El ciclo de un omega se usa en su contra. Se le obliga a volver al cuarto oscuro esperando resultados. Aunque sus carceleros no saben distinguir el aroma, pueden reconocer los síntomas –pupilas dilatadas, ansiedad, bochornos, falta de atención–, es por eso que han perfeccionado el arte de pasar desapercibidos.
Por regla general se cubren los unos a los otros. Procuran mantenerse alejados de cualquier actividad que los acerque a un alfa –los únicos que podrían delatarlos–, y siempre hay alguien con ellos pendiente de los guardias. Para mantenerse enfocados mastican panax a escondidas, que los ayuda a centrarse y les proporciona energía. Algún omega la sembró en la hortaliza que tiene en la superficie, su nombre se ha perdido entre los incontables que han estado ahí, pero la planta sobrevive y los guardias ni siquiera sospechan de ella.
Cada ciclo es igual. Denki lucha contra la sensación de abandono, contra el deseo. El miedo late dentro de él al levantarse y lo acompaña durante todo el día. Miedo de que algún guardia lo detenga y lo examine a conciencia. Miedo de ser arrastrado a las celdas oscuras para no volver.
A veces es inevitable, a veces resulta que un guardia es lo bastante perspicaz para descubrirlos. Y cuando eso pasa el omega no vuelve. De todas las historias que se cuentan, la excepción ha sido Itsuka, pero el resto sabe que esa ha sido una combinación de eventos irrepetibles y que ninguno debe aspirar a repetir el milagro. Así que Denki utiliza toda su voluntad para mantenerse atento durante el día y por la noche se alivia solo o con ayuda.
Todo sería más fácil si dejara de imaginar manos con aroma de azafrán.
[...]
Mientras Ochako está ausente Denki barre y limpia las celdas de los alfa. Les lleva de comer y lava sus ropas. Nunca le toca cubrir la misma celda dos días seguidos y es una suerte, porque apenas entra en la celda del pelirrojo el aroma de azafrán lo sacude de pies a cabeza. Ha pasado más de un mes desde la última vez que lo viera, pero el recuerdo de su boca y sus dedos vuelve con intensidad.
Se toca distraídamente el hombro pero la marca se ha desvanecido.
En cuanto se da cuenta de que uno de los guardias lo está mirando, Denki aprieta los dientes y empieza a trabajar. Barre la celda a conciencia, vacía el balde con desperdicios y lo lava con agua perfumada, sacude las mantas y las acomoda de vuelta. Hace lo mismo con la que sigue, pero se acuerda de poner las hojas de menta en la celda del alfa rubio.
En esas ocasiones se acuerda de Itsuka. Por lo que sabe fue ella quien empezó a proporcionarle la menta, y le pidió a él que continuara con el trabajo. Eso fue unas semanas antes de que se la llevaran. A veces Denki se pregunta si ella tomo la decisión consciente de emparejarse porque no soportaba ser forzada a repetir la misma charada una y otra vez.
Sí es así, Denki no se lo reprocha. A veces la apatía se cierne sobre ellos como una nube densa. A veces la desesperación late sin tregua. Puede entender su agonía, su hartazgo. Tal vez llegue un día en que él mismo decida ceder.
[...]
Cuando tu vida se reduce a repetir la misma rutina día tras día, cualquier cambio resulta alarmante.
Empieza con los suministros de la despensa. Los guardias se llevan el mayor número de sacos, barriles y cestos, llenos de harinas, verduras frescas y encurtidos. La carne en conserva desaparece, dejando solamente la cecina seca para alimentar a los prisioneros.
Después llega la noticia de que no hay nuevos omegas. Lo cual es maravilloso y terrible a partes iguales. Maravilloso porque significa que la caza de esa época salió mal y que al menos su gente sigue a salvo. Terrible porque los guardias son más proclives a la ira.
Y termina cuando el grupo de Ochako no vuelve al cumplirse su mes en las celdas, aún peor, los guardias se llevan a todo el grupo tres. Lo que deja un puñado de omegas para cuidar y atender a todos los prisioneros.
El trabajo es abrumador. Cocinar, lavar, limpiar... los omegas se pasan el día entero intentando ponerse al corriente. Terminan exhaustos, con pocas horas de sueño para repetir la secuencia. Diez días más tarde la mitad del grupo de Ochako regresa. Ella vuelve silenciosa y con ojeras. Denki la sujeta mientras llora y es su turno para ayudarla a bañarse y arroparla. Esta vez los guardias se llevan los tapetes sin esperar.
Después de dos semanas trabajando sin descanso, Denki se mueve en piloto automático. Tan distraído está que le toma un momento registrar lo que el rubio ha dicho. Se endereza para mirarlo y se da cuenta de que conoce su expresión, es demasiado pronto para pedir más menta, piensa mientras termina de pasarle su cena.
No se espera la petición que oye: Necesito papel y tinta.
Más que eso, lo que realmente lo sacude es el aroma de amenaza, de urgencia, de decisión. Emana del rubio en olas rojas. Se da cuenta de que el resto de la celda se estremece con ese aroma. Es la esencia de un alfa listo para luchar. El cuerpo de Denki se congela en su lugar, lo cual es una suerte porque de lo contrario estaría dando marcha atrás atrayendo la atención de los guardias.
Cuando el rubio retrocede llevándose el aroma, Denki se endereza sin que su rostro deje translucir su sorpresa y su incertidumbre. Pasa a la celda que sigue y no se arriesga a mirar atrás. El corazón no deja de latirle con violencia mientras sube las escaleras y arrastran los carritos vacíos de vuelta a las cocinas. En su pánico no deja de sentir que los guardias lo vigilan. Es una suerte que después de la cena los devuelvan a su cuarto bajo tierra porque solo ahí Denki está seguro de que no hay ojos mirando.
Lo primero que quiere hacer es contárselo a Ochako, pero ella duerme y la sola idea de despertarla le provoca malestar, además no quiere repetir las palabras en voz alta porque eso haría que la petición fuera real. Y si es real... si es real no tiene ni idea de qué hacer con ella.
Para qué quiere papel, piensa Denki con frustración, ¿a quién le va a escribir? Y cuando lo haga qué, quién va a entregar el mensaje... Y si lo descubren entonces qué. No lo van a castigar a él. Nos castigaran a nosotros.
Denki se acuerda de todas las veces que la asociación con un alfa ha traído dolor: A Ibara la castigaron encerrándola un mes entero en las celdas oscuras con el alfa que la convenció de llevarle un cuchillo; después de eso se llevaron a ambos. Y cuando descubrieron que Nubia había dibujado un mapa detallando las escaleras y los túneles, la hicieron sangrar hasta que no pudo sostener una pluma de nuevo. Y como ellos había más, historias que Denki oía por boca de los omegas que llevaban más tiempo ahí.
Historias cuya finalidad era asegurarse que ninguno de ellos cometía el mismo error.
No voy a llevarle nada, se dice Denki con resolución porque sabe que lo atraparan y él no quiere involucrarse.
Le llevas la menta, murmuró otra parte de él, la parte que extrañaba reír.
Porque Itsuka me lo pidió.
Podrías parar ahora.
—¿Qué pasa?
Ochako se gira, sin duda alertada por la incertidumbre y el miedo que emanan de él. Denki se controla, sacude la cabeza y suspira.
—Nada. Todo está bien.
Se acuesta junto a ella, mirando hacia el techo de piedra. Puede oler su miedo y el de sus compañeros, es un aroma que se ha vuelto constante en sus vidas. Oye el susurro de cuerpos buscando conforte en la inconsciencia. Siente el frío del suelo que se cuela en sus huesos. Esa es su vida. Días que se difuminan uno tras otro. Sin cambios, sin esperanzas.
¿Sin cambios?, murmura para sí mientras se acuerda de la despensa semivacía. Gira el rostro y aún en la oscuridad distingue muchos espacios vacíos, más de los acostumbrados. Empalmaron las fechas de dos grupos. Nunca habían hecho eso, la tradición era que un grupo iba a las celdas mientras los otros dos trabajaban, ahora se han llevado a dos y a uno lo han dejado más tiempo.
Más tiempo, se estremece ante la idea. No quiere pensarlo pero sabe que si lo hubieran dejado una semana más con el alfa pelirrojo habría terminado cediendo. Había querido ceder cuando...
Denki se endereza maldiciendo el bochorno en su rostro, se sacude el recuerdo pero cuando lo hace vuelve la ansiedad y la creciente incertidumbre. Los cambios son demasiado llamativos para ignorarlos, ya tiene suficientes problemas con la perspectiva de volver a las celdas por más tiempo, para que además tenga al alfa más problemático dándole lata.
¿Por qué ahora?, piensa y lo maldice, pero su mente se paraliza ante la idea, ¿trama algo?
El pensamiento es absurdo pero no puede sacárselo de la cabeza, no puede olvidar su expresión, el aroma. Todo él era fuego. Todo él gritaba independencia.
Esa noche no consigue dormir, no deja de recordar las manos destrozadas de Nubia.
[...]
Conseguir papel no es fácil, no desde el incidente con el mapa, pero Denki se las ingenia para apropiarse de una de las hojas abandonadas del inventario. De un lado hay una lista completa de artículos incluyendo el número de piezas o de bolsas, al reverso la lista continúa hasta la mitad y el resto de la hoja está en blanco. Denki la dobla diez veces seguidas y la desliza bajo su muñequera.
La tinta es un reto aún mayor. No ha visto ni un solo tintero en todo el tiempo que lleva ahí, pero tiene pensado hacer lo mismo que hizo Nubia.
Mientras sus compañeros trabajan, Denki se apropia de todos los arándanos. Los lava y los limpia con mucho cuidado. A los ojos de todos los usa para rellenar la masa del pan que está preparando ese día, nadie se percata del pequeño tazón que tiene frente a él, en donde hay un puñado de frutillas que aplasta con los dedos cada vez que tiene oportunidad. Al terminar con la masa, Denki tiene tres bandejas llenas con pan relleno de arándanos y un pequeño cuenco con pulpa de color morado.
Varios de sus compañeros se han percatado del tazón pero ninguno de ellos se acerca por temor a llamar la atención del guardia. Denki se ocupa de poner el resto de la harina en la despensa y mientras lo hace se asegura de llevar su pequeño tazón con él. Se entretiene frente al mueble de conservas hasta que nota que el guardia vuelca su atención en los carritos de desayuno que sus compañeros están llenando.
Solo entonces se apresura a destapar el vinagre. A ojo vierte lo que estima es una cucharada junto con un poco de sal, después se aleja de la despensa llevándose el frasquito donde se guarda la pimienta. Mientras está ayudando con las verduras Denki saca la pimienta, la pone en un trozo de tela, y después vacía el contenido de su tazón dentro del frasquito. Los omegas junto a él no lo miran pero la tensión que emiten es abrasadora.
Denki recoge su material y con toda la naturalidad del mundo lava su tazón junto con el resto de sus cosas y cuando está seguro de que el guardia no lo mira, pone unas gotas de agua dentro de su frasco, lo agita discretamente y lo esconde entre las cosas que lleva hasta el carrito con el desayuno.
En circunstancias normales Denki se quedaría en la cocina para ayudar con la comida, pero con la falta de personal no queda de otra que bajar con el resto a las celdas. El muchacho camina todo el trayecto con la espalda tensa, intentando ignorar la expresión de pánico que el resto de sus compañeros le dedican cada vez que se atreve a mirarlos. Es una suerte que Ochako siga en cama o de lo contrario estaría interrogándolo y la verdad es que ni él mismo está seguro de lo que está haciendo.
Las manos no dejan de temblarle durante todo el trayecto, no deja de pensar que en cualquier momento uno de los guardias lo arrastrara hasta las celdas para no dejarlo salir nunca. El miedo late dentro de él pero ni aun así se arrepiente. No duda mientras le entrega al rubio la manta que envuelve el frasco y el trozo de papel. En ese momento, cuando conscientemente decide arriesgarse, siente que una vieja parte de él se despierta. Siente que tal vez no este condenado a un destino negro.
Esperanza.
Tal vez eso fue lo que termino condenando a Itsuka, Ibara, Nubia y al resto.
[...]
Tomura no se molesta en llamar a la puerta. La abre con fuerza y decisión, inundando el cuarto con la energía incansable que posee su cuerpo.
El hombre alto y delgado, con la piel de color carbón, es el único que reconoce su presencia. Sus ojos alargados, de un amarillo brillante, carecen de pupilas, y nunca se sabe que emoción se dibuja en ellos, pese a todo es de las pocas personas que Tomura tolera tener cerca.
—Bienvenido, Shigaraki—murmura Kurogiri mientras inclina la cabeza humildemente al tenerlo frente a él.
Tomura lo ignora, centrando su atención en la figura de su maestro quien se haya ocupado sobre la mesa dándole la espalda, no se gira ni aun cuando lo escucha acercarse, entretenido como esta con lo que sea que tenga ahí. Está tan inmerso en su trabajo que Tomura pierde la paciencia, así que rodea la mesa y se para frente a él.
—¿Me llamaste?—pregunta fijando su atención en el hombre –o lo que queda de él– recostado entre ellos. Su complexión es gruesa y alta, pero la palidez cadavérica le arrebata todo aire de amenaza. Tiene el pecho abierto y su maestro estudia con atención los órganos que se exhiben ahí. De los muñones que antes eran sus manos, gotea sangre hacia dos frascos en el suelo. La flor de bugambilia rosada que crece en su rodilla está manchada de sangre.
Tomura contiene el deseo de inclinarse, sacar su navaja y arrancar el tatuaje. El deseo es tan intenso que inconscientemente se rasca la porción de piel a la derecha de su clavícula. Es una manía que no puede controlar.
—Kurogiri me ha traído interesantes noticias—murmura su maestro dedicándole una sonrisa paternal.
—¿Es por los barcos? Porque no tuve nada que ver. Me prohibiste participar en la recolección de primavera.
—Y fue una suerte o ahora mismo estarías bajo el mar.
—Más bien dirás que ahora mismo habría un nuevo grupo de salvajes para ti. Yo no habría fallado.
—¿De verdad?
—Te lo probare. En la recolección de otoño traeré el doble de prisioneros.
—Será imposible.
—¡¿Qué?!... ¡Puedo hacerlo!
—Y no lo dudo, pero no habrá recolección de otoño.
—¿Por qué no?
—Porque Yuuei ha decidido luchar. Los espías de Kurogiri nos informan que han empezado las movilizaciones. Están reuniendo comida, armas, barcos y guerreros. Se dice que su objetivo es atacar nuestros puertos.
Tomura se carcajea en voz alta mientras sus uñas escarban en el tejido cicatrizado—Quiero ver que lo intenten.
—Nuestra posición aún es delicada.
—Podemos vencerlos. Con nuestros soldados, los soldados de Overhaul, y con el suero... los salvajes de Yuuei caerán ante nosotros.
—Tenemos que ser pacientes, no podemos arriesgarnos a que sepan de nuestra alianza, menos aún que intenten una por su cuenta.
—¿El engreído y egoísta rey Todoroki solicitando refuerzos?... ¿a quién?, ¿a los salvajes del norte? Son enemigos declarados, ¿a los salvajes del sur? Carecen de los barcos para movilizarse. No, Yuuei no tiene amigos. No tienen la fuerza para vencernos.
—Aun así seremos precavidos.
Tomura chasquea la lengua con fastidio—Me encargare de reunir a los nuestros.
—No. Kurogiri ya inició el traslado de comida y movilizara a nuestros hombres. Hemos enviado la orden de agilizar los emparejamientos, con suerte eso vaciara las prisiones antes de que nos ataquen.
—¿Qué harás con los que sobren?
—En cuanto la flota de Yuuei se ponga en marcha, todos los prisioneros no emparejados serán sacrificados. No podemos correr el riesgo de que alguna de esas fortalezas caiga en manos de los salvajes.
—¿Quieres que supervise los traslados?
—No... tengo otra misión para ti. Hemos recibido un mensaje de Dabi, encontró al traidor, se esconde cerca de la frontera nomu. Ahora mismo lo está vigilando.
—¿Vigilar? ¡bah! Una pérdida de tiempo. Debería eliminarlo. ¿Me envías a terminar su trabajo?
—Te envío para que interrogues al traidor. Hay espías de Yuuei con él y quiero saber lo que les ha dicho.
—¿Más?... Nos hemos deshecho de todos los anteriores. De los últimos cuatro, solo queda uno. Dos han sido emparejados, están a punto de ser trasladados sino es que ya están en camino. Uno murió a causa del suero y el otro sigue ahí... pero es cuestión de tiempo.
—¿De verdad?—su maestro endereza por primera vez, alejándose del cuerpo mutilado. Junto a la cabeza hay varios frascos llenos de sangre y en otro se encuentra flotando el corazón—Es probable que estos dos sean parte del mismo grupo. Es la primera vez que envían a tantos al mismo tiempo, sin mencionar que son aún jóvenes.
—¿Y que sí lo son? Terminaran igual que todos los anteriores. Incluso podría cortarles la cabeza y enviarlas al rey, con seguridad eso lo hará moverse más rápido.
—Ahórrate el esfuerzo. Ve y haz tu trabajo.
Tomura se enfada, observa con gesto de fastidio la mesa donde la sangre ha dejado de gotear. Señala la hilera de pequeños viales ordenados en el estante de la esquina opuesta a la entrada.
—¿Cómo va el suero para los beta?
—Hasta ahora funciona... pero tendremos que probarlo en campo abierto.
—Hum, ¿necesitaras a más sujetos de prueba?
—Aún sobran del último grupo, pero si alguno de tus espías es un beta, envíamelo. Me gustaría probar otra cosa.
—Como digas.
Tomura se marcha sin despedirse. Le da la espalda y se aleja por los pasillos sucios. Baja escaleras hasta que llega a los sótanos. Su cuarto es el único espacio ocupado en toda la planta, a nadie más le gusta el aroma a encierro y mierda que asciende de los pisos inferiores. Él no tiene problemas con eso.
La ventaja de tener una nariz inútil.
Saca el bolso viejo de su armario y lo llena con ropa, una manta, sus cuchillos, cuerda, y todo lo necesario. Se cambia de ropa, escogiendo otra más gruesa y más apropiada para el viaje. En el espejo de su cuarto se perfila su cuerpo delgado y marcado, el tejido cicatrizado que tiene a la altura del corazón le provoca comezón. Mientras hace una lista mental de todo lo que necesita se rasca. Es una manía que no consigue evitar.
Cuando todo está listo enfila hacia los pisos inferiores. Los guardias de turno lo saludan con el respeto que su posición merece.
—Necesito un corredor y provisiones para un viaje de varios días—dice mientras enfila hacia las jaulas sin detenerse. Uno de los guardias se marcha hacia las bodegas mientras el otro empieza a señalarle prospectos.
—Todos son buenos corredores. El más rápido es el de la celda cinco. El más resistente el de la celda ocho. El más confiable el de la doce. Para luchar el de la celda tres. Si no le preocupa la discreción hay varios voladores listos para ser ensillados.
Shigaraki se detiene frente a la última celda. El guardia se mantiene apartado, lo mira con evidente nerviosismo.
—¿Y este?
—Es bueno, pero tiene mal carácter.
Como si los escuchara la bestia gruñe. Sus ojos de color amarillo destellan con el odio de un animal acorralado. Tiene la piel de color gris, seis patas con uñas inmensas que rasgan el cemento de la celda, y los colmillos que sobresalen de su boca tienen el tamaño de una mano.
—Me lo llevare.
El guardia no protesta. Le extiende el ámpula con el suero de color rojo. Tomura la toma e inmediatamente vacía unas cuantas gotas en sus manos, después lanza el resto hacia el suelo de la jaula donde se quiebra en cientos de pequeños fragmentos. Durante un segundo no pasa nada, hasta que el animal sacude la cabeza como si lo hubieran golpeado. Retrocede y se tambalea como si estuviera ebrio. Su cuerpo se relaja, sus dientes se retraen, sus uñas dejan de hundirse en el suelo.
Tomura abre la reja, extiende las manos hacia el hocico de la bestia, la cual aspira con fuerza el aroma en sus manos. Mientras eso pasa el guardia lo ensilla y ajusta los estribos. En ese momento el otro guardia llega trayendo dos sacos con provisiones que amarran a la silla.
Cuando todo esta listo Tomura toma las riendas y guía al animal hacia los túneles. Monta de un salto y azuza a la bestia hacia que ésta emprende una carrera vertiginosa por los túneles oscuros. El viaje despierta su sed de sangre. Arde en deseos de encontrarse con los espias de Yuuei y darles la bienvenida a sus tierras.
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