Capítulo 60: Sobre el Sacrificio
Sinopsis: No todas las victorias son dulces y no todas las despedidas llevan lágrimas. Habrá quien sonría mientras el telón baja aunque las estrellas se nublen y la oscuridad caiga.
[...]
Perseguir a Katsuki había sido fácil en los túneles negros porque bastaba con rastrear la tenue esencia de la madera que se perdía en la oscuridad. Hasta que desapareció y lo único que hubo fueron pasillos negros como bocas abiertas en todas direcciones. En cuanto se detuvo para tomar aire, Inasa le dio alcance.
—¡Denki! —susurró el alfa aferrándole el brazo
—Es demasiado tarde para salir corriendo —le respondió mientras la bestia daba vueltas a su alrededor olisqueando el aire—, o me ayudas a evitar que Katsuki se mate en este plan insensato o me pongo a gritar para atraer toda la atención y darle la oportunidad al resto de escapar.
—Katsuki me matará por eso.
—Vivamos para verlo entonces.
E Inasa, que siempre había sentido debilidad por el grupo omega, que había sido educado para complacerlos y mimarlos, no tuvo voluntad para oponerse.
—No tiene sentido ir tras Katsuki-
—Ya te dije que no-
—Lo que intento decir es que si su intención es matar al General entonces lo encontraremos ahí.
—¿Cómo buscamos al General?
—Lo más fácil sería seguir el aroma.
—No podemos entrar en los pasillos iluminados con ella —y al decirlo señaló al animal que se había sentado a esperar.
—¿Ella? —Denki se encogió de hombros—. Como sea, tal vez podamos encontrar a alguien a quien interrogar.
Así que se quedaron cerca de los pasillos iluminados esperando que alguno de los demonios apareciera; y cuando lo hizo se apretaron contra las sombras mientras el guardia avanzaba hasta cruzar por su entrada.
—Quédate aquí —dijo Inasa y Denki ni siquiera tuvo tiempo de asentir antes de que el grandulón se desplazara a toda velocidad para sujetar al demonio antes de arrastrarlo hacia la oscuridad.
El guardia se estremeció de terror en los brazos de Inasa –su tamaño era impresionante–, ese terror fue claro cuando Denki alzó la antorcha que habían dejado atrás a fin de no atraer la atención para iluminar a todo el grupo. En cuanto el guardia pudo ver sus expresiones con claridad comprendió quiénes eran y lo que querían, así que les dijo todo, desde el número de guardias que se encontraban en turno, la localización de las salidas y lo más importante que todo, la ubicación del General.
Tras eso Inasa le rompió el cuello.
—Para subir a la oficina del General vas a tener que dejar a tu amiga aquí —murmuró el bárbaro mirando al animal con desconfianza, como siempre lo había hecho.
Denki asintió y estaba listo para despedirse cuando sonó la alarma. Era un sonido estridente que reverbero en los muros deslizándose por los pasillos como un eco infinito, un sonido que los hizo estremecer antes de envolverlos en una premonición negra. Se miraron y la resolución que vieron en los ojos ajenos fue la misma. No había vuelta atrás.
—Ahora no tiene sentido dejarla —dijo Denki e Inasa tuvo que ceder.
Se calaron la capucha, prepararon armas y entraron en los pasillos iluminados con el animal detrás; corrieron a toda velocidad porque no tenía sentido mantener las apariencias y no había tiempo que perder. La alarma había sacudido a los guardias provocando que se reunieran en grupos compactos, se toparon con uno de estos grupos al aproximarse a una de las intersecciones. Inasa embistió contra ellos noqueando a dos al estrellar sus cabezas como dos rocas diminutas. La bestia destrozo a otros dos en cuestión de segundos y Denki derribó al soldado que huía con una flecha en la espalda. Y fue curioso que al finalizar su combate el sonido de la alarma se desvaneciera dejando atrás un ominoso silencio.
—Gracias a los dioses —dijo Inasa enderezándose sobre los caídos—, sentía que los oídos iban a sangrarme.
—Al menos la alarma ocultaba los gritos, porque algo me dice que habrá más guardias corriendo en estos pasillos.
Su premonición se hizo cierta cuando no mucho después se encontraron con Hiro y uno de los alfa que iba con Katsuki, ambos huían de otro grupo de guardias que embistieron contra ellos antes de reparar en el animal que los acompañaba. La refriega fue rápida, con la bestia saltando sobre aquellos que iban a la cabeza del grupo mientras el grupo alfa rematando al resto, Denki se limitó a mantenerse en la retaguardia asegurándose de que nadie escapara. Era la táctica de combate que habían aprendido a utilizar con Katsuki.
—¿Qué hacen aquí? —preguntó Hiro
—¿Además de salvarte el trasero? —murmuró Denki mirando a Inasa que se limitó a ignorarlo.
—¿Dónde está Katsuki?
—No lo sé. Nos separamos desde el principio, teníamos ordenes de rastrear al alfa individualmente, y en eso estábamos cuando los guardias empezaron a aparecer en grupos. Uno de estos lo interceptó —señaló al alfa que no dejaba de mirar a la bestia que lamía la sangre de uno de los cuerpos—, y su respuesta fue salir corriendo. Se topó conmigo en el camino y aquí estamos.
—Sabemos dónde está el General —intervino Denki—, o al menos la ubicación exacta de su oficina, y planeábamos ir a visitarlo. Supusimos que encontraríamos a Katsuki ahí.
—Suena como un plan —respondió Hiro.
—Tenemos que ser rápidos —dijo Inasa—, esa alarma ha despertado a la colmena.
Así que retomaron la marcha a paso rápido sin mirar atrás. Enfrentaron a otro pequeño grupo de guardias en la siguiente intersección y estaban listos para seguir cuando hasta ellos llegó el aroma a madera que se quema, elevándose en patrones violentos, sacudido por la ira de su líder –furia y dolor en notas iguales–. El estómago de Denki se encogió de miedo mientras que Inasa y el resto se enderezaron como cachorros que oyen un llamado. Junto a ellos la bestia enseñó los dientes lista para matar.
Inasa fue el primero en correr hacia el líder con todo el grupo alfa detrás. Denki se limitó a seguirlos envolviendo a la bestia en la esencia de la naranja a fin de tranquilizarla; se esforzó por ahogar el miedo que repiqueteaba con insistencia.
Esa había sido su decisión.
[...]
En un primer momento Izuku pensó que la ceniza que había caído sobre ellos tras abrir la puerta era simplemente el polvo acumulado en el marco. Siendo que la luz del pasillo no alcanzaba el interior tampoco podía confirmar su teoría, así que alzó las manos y frotó los dedos entre sí para probar su consistencia. Y cuando eso no funcionó alzó los ojos para estudiar el techo, pero las sombras no le permitían distinguir nada con claridad.
Al final decidió ignorarlo y se concentró en la negrura que lo esperaba más allá de la puerta, se dio cuenta que iban a necesitar una lámpara para seguir.
—¿Tienes-?
El resto de la pregunta murió cuando se giró hacia su acompañante, quien se había doblado hasta apoyar las manos en las rodillas jadeando por aire; su aroma se sacudía con una violencia que lo hizo retroceder. Lo vio tantear su costado para alcanzar algo que parecía un odre, el cual procedió a vaciar en su cara.
Solo entonces Izuku lo entendió.
No había logrado detectar el aroma en un principio porque la esencia del romero había enturbiado sus sentidos; además, tras incontables noches de tenerlo como compañía el aroma se había asentado en su vida sin esfuerzo, pero si se concentraba podía detectar las inconfundibles notas de la miel y la leche.
No pudo evitar contemplarse las manos con incredulidad.
¿Es una trampa?... pero si la trampa está en la puerta, ¿el guardia era parte de ella?... pero el guardia no quería venir, ¿era eso una trampa?... El guardia sabía mi nombre... ¿no fue el General quién se lo dijo?... Quería que escapáramos, ¿no esa era la trampa del General?
Por primera vez en su vida Izuku no encontró respuestas, en cambio tuvo que sacudirse la parálisis al ver llegar a Tomura. Uno de los guardias que lo acompañaba se apartó del grupo para dirigirse hacia él e Izuku se estremeció, estaba listo para internarse en la cúpula de los cachorros cuando el guardia arremetió contra él a toda velocidad. Ambos cayeron al suelo en un nudo de piernas y brazos.
Izuku lanzó puñetazos mal dirigidos porque nunca había aprendido a luchar, nunca había aprendido a defenderse, y en una repetición exacta de su combate con la mujer de mirada asesina, Izuku terminó en el suelo, boca arriba mientras su enemigo le soltaba un puñetazo a la cara que lanzó un coletazo de dolor por su mejilla, sien y oreja.
Ni siquiera opuso resistencia cuando empezaron a vendarle las piernas y manos. Lo único que había en su mente era el aroma a romero y la certeza de que el General había ganado, de que todo estaba perdido.
[...]
Katsuki detectó el aroma apenas lo tuvo encima y aunque su primer instinto fue limpiarse la cara para sacudirse el polvo tuvo la suficiente sensatez para quedarse quieto y no empeorarlo mientras la miel y la leche entraban en su sistema con cada respiro. En respuesta abrió la boca para aspirar y lo único que consiguió fue que la miel le impregnara la parte alta del paladar haciéndolo estremecer.
Su raciocinio –eso destellos de adrenalina que sacudieron su aroma y lo mantuvieron anclado– le impidieron limpiarse la cara con la ropa porque sabía que tenía el polvo encima. Estaba cubierto de pies a cabeza e iba a necesitar un baño para eliminarlo. Esa idea trajo a su mente la imagen del odre que colgaba de su cintura, y sin dudar tomó el bolso de cuero para vaciar el contenido en su cara. No había suficiente para lavarse las manos por lo que tuvo que permanecer quieto mientras el agua le corría por el rostro eliminando hasta la última partícula de polvo.
Katsuki sabía que era una solución temporal, tenía el aroma en la ropa y no iba a poder librarse de él tan solo sacudiéndola, simplemente tenía que soportar la peste –y mantenerse consciente– durante el suficiente tiempo para salir de ahí. Para sacar a Izuku de ahí.
Su sentido de alerta gritó al detectar pasos y al girarse vio al hombre que le había arrebatado todo: Tomura Shigaraki en compañía de otros dos guardias avanzando hacia ellos a toda velocidad. Los años también habían marcado a Tomura, aunque no tanto como a Izuku porque había sido un adulto entonces y seguía siendo un adulto ahora. Un adulto con más cicatrices, el mismo pelo desastroso y la misma sonrisa desquiciada.
Katsuki rugió al verlo ("Tú, TÚ, ¡TÚ!"), mientras su aroma se sacudía en tonos rojos, –violento y feroz como una tormenta sobre el mar–; humo y madera, una fogata viva que aguzó la mente de su dueño para el enfrentamiento que se avecinaba. Tenía poco tiempo..., poco tiempo antes de que el polvo que llevaba encima hiciera efecto, pero antes... antes...
¡Voy a matarlo!
[...]
Tomura sonrió al ver al salvaje, no necesitaba de la nariz de su padre para identificarlo pues bastaba verle los ojos –rojos como rescoldos que chisporrotean–. Su expresión asesina era contagiosa.
—¡HUYE! —gritó el salvaje y Tomura tardo un momento en encontrar a la persona a la que se dirigía. La mascota de su padre, paralizado como un conejo aterrado, mirándolos acercarse.
Inútil, pensó y de inmediato se olvidó de él porque sabía que sus hombres irían a su encuentro. Se concentró completamente en el animal que tenía enfrente y se alistó para la batalla.
Fue entonces que el salvaje embistió contra ellos a toda velocidad. Mató a uno de sus hombres con una estocada limpia en el ojo, su brazo se movió con la misma elegancia y letalidad de una serpiente, atacando y retrayéndose sin esfuerzo. Había intentado hacer lo mismo con Tomura pero este había logrado apartarse a tiempo. O eso había creído hasta que notó la sangre que le corría la mejilla.
A la mente de Tomura no acudió el recuerdo de un muchacho en la playa jurando venganza, no se acordó de la celda de entrenamiento donde uno de los salvajes se debatía con ferocidad. Todos esos habían sido recuerdos insignificantes, momentos olvidables.
Esto era distinto.
En ese momento su mente absorbió cada detalle de su enemigo –postura, arma, rostro–, hasta grabarlo en su memoria. Y aunque no podía olerlo, algo en su sangre respondió al reto que veía en ese rostro y supo que ese combate sería excepcional, supo que esa flor sería un maravilloso trofeo para añadir a su colección.
La idea lo hizo sonreír.
[...]
Su rival no tenía aroma –ninguno de los demonios lo tenía–, una curiosidad que hacía a muchos pensar que combatir contra ellos se asemejaban a luchar contra una bestia sin razón, una curiosa ironía dado que en opinión de los demonios eran ellos los salvajes, pero Katsuki no opinaba así porque incluso las bestias respondían a los aromas, podían identificar el peligro y retroceder; de ellos cabía esperar que huyeran, no así con los demonios.
Por eso supo que ese combate sería a muerte. Mataría a Tomura Shigaraki o ambos morirían ahí. No había alternativa.
Enarboló dos cuchillos –uno en cada mano– como si fueran extensiones de sus manos, y como el aroma a leche dulce insistía en llenar su mente con nubes de algodón asumió una postura de ataque lanzando golpes y tajos en una danza incontenible. Sus tajos horizontales mantenían a Tomura lejos y la velocidad de sus estocadas conseguían cortar la piel o la ropa que tuvieran cerca, se movía con agilidad y destreza, habilidades que había pulido a lo largo de todos esos meses. Perdió uno de sus cuchillos al enterrarlo en el bíceps de Tomura, pero no perdió tiempo intentando recuperarlo en cambio tomó otro de los que guardaba en el cinto.
Ignoró los cortes en su propia ropa y las estocadas repentinas –una en el hombro, la otra en el brazo–, puso a un lado el dolor de los golpes –ese ardor impreciso que se extendió por su cara y mandíbula o el dolor en su esternón–, y tampoco se detuvo a celebrar las pequeñas victorias –como el tajo al cuello que empapó la piel de rojo–, no había tiempo. El aroma a leche dulce que emanaba de su ropa amenazaba con inutilizarlo por completo.
Leche y miel. Dulce y pegajosa miel, dorada y exquisita.
En un intento por oponerse a él Katsuki pensó en el cachorro, en las diferencias entre ese aroma inocente y el engaño que intentaba gobernar a su mente. Se acordó del peso y la tibieza y...
—¡AGH! —el dolor se extendió por su pecho cuando el arma de Tomura atravesó su carne en esa fracción de segundo que su mente abandonó el combate. Katsuki soltó uno de sus cuchillos para sujetar la muñeca de su enemigo e impedir que empujara.
—¡Muere! —gritó Tomura alzando el otro puñal para descargarlo contra su cara, por lo que Katsuki levantó el antebrazo derecho para interceptarlo dejando que le atravesara la piel. Se quedaron así, atrapados en una posición imposible, luchando por imponerse ante el otro.
Huele a leche dulce. Leche tibia. Miel dorada. Una esencia tan poderosa que la siente asentarse en su estómago, meciéndose dentro de él como un...
(¡No!)
Katsuki ruge. Aviva su aroma –una llamarada en la oscuridad que se alza hacia el cielo–, pero eso nunca había funcionado, en todos los años en los que había combatido al incienso su aroma nunca había sido suficiente.
—¡Vamos! —gritó Tomura haciendo fuerza para empujar hacia abajo el mango del arma que había logrado incrustar en su brazo mientras trataba de mover el cuchillo en su torso a fin de cortarlo de lado a lado.
Los músculos de Katsuki rugieron de dolor mientras luchaba por mantener ese cuchillo inmóvil, el dolor de su brazo se extendía hasta su hombro como un río de fuego. Podía sentir a su mente balancearse ante un barranco negro.
—¡AHHHHH!
Su rugido fue el de un animal herido que recurría a su último aliento para embestir –matar–. Movió su brazo –atravesado por el cuchillo de Tomura– en un arco amplio indiferente al dolor del acero al deslizarse por su carne y cuando eso desestabilizo el impulso que su enemigo ejercía contra él lanzó un cabezazo contra la cara del demonio.
Sangre y dolor le empaparon la cara cuando consiguió romperle la nariz.
Y ese dolor solo se intensificó al embestir contra Tomura haciendo que ambos cayeran al suelo. Katsuki se enderezó, se sentó a horcajadas sobre su enemigo, y lanzó puñetazo tras puñetazo hasta que la sangre le salpicó la cara y los nudillos le ardieron, pero incluso eso empezaba a desvanecerse de su mente. La única ventaja del incienso es que iba apagando sus sentidos, uno tras otro como torres de arena frente a la marea, permitiendo que el dolor se convirtiera en un murmullo lejano.
Cuando se quedó sin energía –y su grito se desvaneció entre jadeos exhaustos– lo único que vio fue una masa sanguinolenta que aún respiraba. Lo escuchó reírse entre estertores de sangre así que se arrancó el cuchillo que tenía en el brazo y lo enterró en la cara de su enemigo con el último gramo de energía que le quedaba.
—¡No!
La voz provenía detrás de él y fue su instinto el que lo hizo apartarse a tiempo de evitar que el tercero de los guardias de Tomura lo ensartara con su arma. El movimiento lo hizo caer de lado y la sangre en sus manos provocó que se resbalara contra el suelo hasta quedar boca arriba.
—¡Mátalo! —esa era otra voz que se acercaba por la entrada del pasillo pero Katsuki no tuvo fuerza para levantarse y darle la bienvenida.
Solo podía quedarse ahí a mirar como el soldado se acercaba hasta que una flecha le atravesó el cuello haciéndolo caer a sus pies. Escuchó gritos y el sonido del combate así que hizo un último esfuerzo para girarse y vio a otro grupo de demonios luchando contra sus hombres y la bestia de Denki mientras este último corría hacia él.
—¡Katsuki!
El aroma a naranja puso a raya al incienso, pero al mismo tiempo hizo que el dolor emergiera en toda potencia y Katsuki gimió al sentir manos ajenas tanteando sus heridas.
—No debí traerte —gruñó Katsuki aferrándose a la conciencia.
—Nada de culpa, ¿recuerdas? —respondió Denki cortando la tela desgarrada de su uniforme para hacer un torniquete improvisado.
—Llévatelo —y al decirlo aferró la mano que le tocaba el brazo. Uso toda su fuerza hasta que los ojos dorados se enfocaron en él—. Saca a Izuku.
De la sorpresa Denki se quedó inmóvil antes de mirar hacia atrás donde no tardó en localizar el cuerpo atado e inmóvil cerca de la puerta negra.
—Por favor —repitió Katsuki mientras el dolor se imponía a todo lo demás—, sácalo de aquí.
No pudo evitar gemir al sentir el dolor extenderse por su cuerpo como ríos de fuego y en consecuencia su aroma se sacudió en latigazos casi agónicos; eso hizo que Denki volviera a mirarlo. Su aroma respondió al de Katsuki, el miedo los envolvió –incertidumbre, terror y dolor– hasta que el omega tragó saliva y se obligó a sonreír.
—Lo encontraste —dijo Denki con los ojos húmedos—. Lo hiciste. Ya lo tienes, ahora no puedes rendirte. No puedes soltarlo, ¿me oyes?
Fue lo último que Katsuki oyó antes de que el dolor lo arrastrara al vacío.
[...]
Más y más guardias empezaron a llegar bloqueando la salida, Inasa y su grupo lograron mantenerlos a raya hasta que el aroma a romero lo sacudió todo trayendo con él a más guardias. Su repentina aparición los hizo titubear, y cuando uno de ellos cayó Hiro e Inasa se retiraron mientras la bestia defendía su retirada. Inasa corrió hacia Denki que intentaba evitar que Katsuki se desangrara, y sin pedirle permiso sujeto al líder con mucho cuidado antes de correr hacia la puerta negra.
—Hiro, ¡ayúdame! —gritó Denki corriendo hacia una figura amarrada cerca de la inmensa puerta, entre ambos arrastraron al prisionero hasta el interior y después procedieron a cerrar.
Y con las hojas casi juntas Denki emitió un silbido largo azuzando su aroma en notas altas hasta alcanzar a los guardias, provocando que la bestia diera media vuelta y emprendiera una carrera hacia ellos. La puerta se cerró tras ella y al descubrir que no había pasadores de eso lado, destrozaron las cajas de madera apiladas en la pared para meter los trozos en la parte baja a fin de impedir que la abrieran desde afuera, sabían que era una mala solución para el gran problema que tenían entre manos, pero no había opciones.
Al terminar se miraron bajo la lámpara que Hiro había logrado encender tras haber entrado.
—¿Dónde estamos? —preguntó Denki
—¿Habrá una salida? —preguntó Hiro—, porque el pasillo por donde vinimos no es una opción.
—Hiro, investiga el resto de las cámaras, ve que encuentras —en cuanto el alfa se marchó se giró hacia Denki—. ¿Cómo está Katsuki?
—Le puse un torniquete pero necesita ayuda. Tenemos que salir de aquí.
—Entonces ayudaré a Hiro.
Denki mientras tanto se acercó al prisionero. Le alegró comprobar que tenía un aspecto sano, con un pelo lustroso y relativamente largo además de unas mejillas regordetas, pero lo que llamó su atención fue el aroma. Olía a romero y no a la esencia de menta que había perseguido durante el último día.
¿Es Izuku?
En ese momento golpearon la puerta, o más bien empujaron contra ella haciendo que la madera bajo el borde crujiera. Denki corrió hacia las cajas descartadas y las fue rompiendo con el pie para reforzar la cuña que ya habían instalado.
—¡Al primero que entre mi bestia le arrancara la cabeza!
—¿Cómo has hecho eso? —preguntó una voz al otro lado de la puerta. La calma en ella lo desarmó por completo mientras el aroma a romero empezaba a colarse entre las rendijas de la puerta imponiendo su presencia aún en la distancia.
Denki volvió a experimentar el terror de la primera vez.
—¡¿Quién eres?!
—Lo mismo podría preguntarte, pero es tan absurdo tener conversaciones con una puerta de por medio, tal vez podamos charlar... si abres la puerta.
El poder de esa voz lo paralizo y su estómago se convirtió en un nudo apretado. Pocos alfa podían hacer eso, emitir un sonido único e irresistible. Se apretó el estómago con ambas manos mientras retrocedía, la esencia de la naranja se enardeció como una burbuja a fin de ofrecerle un poco de consuelo y calma, a fin de mantener el romero a raya. Estaba luchando contra el terror de esa voz cuando la bestia emitió un gruñido aterrador acercándose a la puerta con el pelo del cuerpo erizado.
—¡A la bestia no le gusta el aroma! ¡Para o abriré la puerta para que vaya a verte!
La amenaza funcionó porque el aroma retrocedió permitiéndole a Denki respirar.
—Sal y hablemos —repitió la voz con la misma calma de antes—. O puedo ordenar que mis hombres entren por ustedes en este mismo instante.
—¡Pero no lo has hecho porque sabes de lo que el animal es capaz! ¡Y si tu grupo es grande la masacre será excepcional!
—Sabes que tengo un incienso para controlarlas, ¿verdad?
—¡Pues ve por él!
—De acuerdo, pero te advierto que si me veo obligado a abrir esta puerta ninguno de los tuyos recibirá misericordia porque cobraré con sangre y dolor la vida de mi hijo, ¿ha quedado claro?
Denki lo ignoró envolviendo a la bestia en su aroma a fin de tranquilizarla –de tranquilizarse–, después volvió a donde estaba el prisionero. Había ganado tiempo, pero no estaba seguro de cuánto.
—Hey —susurró cortando las ataduras e inclinándose para hacer que Izuku (¿de verdad es él?) lo mirara—. ¿Izuku? ¿Me escuchas?
Aunque estaba despierto no parecía consciente de lo que sucedía. Denki le acarició el pelo con mucho cuidado buscando en él alguna señal de la menta, pero no había nada, tan solo el romero. Sin embargo, al ver que la bestia no reaccionaba mal supuso que ella podía detectar que incluso aunque olía como el alfa de la puerta el muchacho no era una amenaza.
—Izuku —repitió con calma tocándolo con su aroma con el mismo cuidado que solía utilizar con Ochako cuando quería consolarla, ofreciéndole el tipo de cariño que los omega solían compartir entre sí—, ¿me oyes, Izuku? Para salir de aquí necesito que te levantes.
—No puedo salir —respondió Izuku parpadeando por primera vez; parecía perdido, con los ojos vacíos y la boca floja. Esa fue la única muestra de emoción que dio porque su aroma no se sacudió de temor o miedo.
El romero no es su aroma.
Denki lo comprendió entonces. El alfa lo había marcado como de su propiedad, le había arrebatado el consuelo de su aroma y la protección que le brindaba; y sin su aroma un omega podía perderse pues era el equivalente a quedarse ciego y sordo.
No pudo evitar pensar en un puño sujetando una mariposa.
—Izuku —insistió Denki—, presta atención, ¿por qué vinieron hacia aquí?
—Los cachorros.
—¿Qué cachorros?
—Esta es la cúpula de los cachorros.
—¿Hay otra salida?
—¿Salida?
—No la hay —respondió Inasa cuando él y Hiro volvieron—. Solo son tres cámaras, todas ellas llenas de cajas. Cajas y cajas de incienso. Solo es un almacén.
—¿Y los cachorros? —preguntó Izuku parpadeando ante ellos
—Aquí no hay nada —respondió Hiro—, ni siquiera una salida.
Denki se levantó para unirse a ellos.
—Afuera está el alfa —murmuró avergonzándose del ligero temblor—, dijo que tienen un incienso para controlar a las bestias así que es cuestión de tiempo antes de que perdamos nuestra ventaja.
—¿Qué hacemos? —dijo Hiro—, la única salida está llena de guardias. Nunca podríamos atravesarlos.
El silencio se extendió como un manto negro mientras cada uno meditaba opciones, cada una más absurda que la anterior. Junto a ellos la llama de la lámpara emitía círculos desiguales sobre las paredes de piedra, proyectando sobre los dos cuerpos en el suelo el mismo patrón de sombras.
—Ella podría —susurró Denki mientras el animal se frotaba contra su costado, los ojos dorados permanecían fijos en el suelo hasta que los alzó para mirar a sus compañeros—. Puede embestir entre los guardias y correr hacia la salida.
—¿Y qué? ¿Crees que pueda llevarnos a todos?
—No —respondió fijando los ojos Inasa—. No a todos.
Inasa lo miró y asintió lentamente, entonces sonrió y su aroma se sacudió con resolución y energía.
—Nuestro trabajo es mantener a nuestro líder vivo.
—¡Pues hemos fallado! —respondió Hiro señalando al cuerpo inmóvil—, ¡tan solo míralo!
—Mientras Katsuki respire —continúo Denki—, protegeremos su libertad porque fue él quien nos entregó la nuestra.
Hiro lo miro en silencio, sacudió la cabeza, se rio y finalmente suspiró. Así que entre los tres discutieron su plan y pusieron manos a la obra.
[...]
No había cachorros.
Nunca los hubo.
Había sido otro engaño, otro fracaso.
Uno de muchos.
A su mente acudieron todas esas ideas que había formulado en voz alta, ideas repentinas que había elaborado sin un plan concreto como si el solo hecho de pronunciarlas garantizara su éxito: Le había pedido a Shoji que enviara una carta que nunca pudo escribir. Le había pedido herramientas pese a que él se había negado. Había creído que sacaría a los prisioneros, había hecho planes con ellos, y en cambio había desperdiciado el tiempo recorriendo túneles y túneles para nada. Había intentado salvar a Hitoshi solo para condenarlo a un destino peor. Tantos planes. Tantas ideas. Y ninguna de ellas había funcionado.
Había empezado a llorar y el dolor se convirtió en un nudo en su garganta que le impedía respirar, pero su aroma no cambió, no se alteró ni creció para ofrecerle consuelo. Solo existía el romero, la misma esencia inalterable que le había hecho compañía durante años.
Años y años y años.
Se quedó ahí esperando que el General llegara, pero no lo hizo, e Izuku supuso que era parte de su castigo: Quedarse en las sombras a esperar.
Nunca encontraré a los cachorros.
Pero los cachorros no están aquí.
¿Qué?
Los cachorros no están aquí, el General mintió.
¿Por qué mentir?
No había respuesta, lo que llegó a él fue un aroma –naranja–, sutil y delicado, como un soplo de primavera.
Omega.
Había otros aromas con él, ambos intensos y con los típicos rasgos vibrantes de los alfa. Uno de ellos era vainilla y el otro menta, este último sacudió su memoria. Conocía a alguien que olía así, no exactamente así porque ese aroma era más intenso y fresco, y el aroma que destellaba en su mente era tenue, con las mismas notas discretas de la naranja.
¿Quién?
Era familiar pero su mente era una maraña de fechas y eventos que le impedía recordar. Junto a ellos apareció otro aroma, uno que empezó a crecer y no se detuvo. Humo y madera. Eso lo hizo pensar en el guardia.
Pero no es igual.
El aroma del guardia era una fogata viva. Brasas y fuego, madera de roble que se quema. Recordaba su poder y el terror que había sentido ante él.
No era terror.
—Izuku —dijo una voz, la misma voz antes, y cuando abrió los ojos vio el mismo rostro delicado de pelo amarillo y ojos dorados—, hey, sé que estás confundido y sé que no te sientes bien, pero necesito que te levantes. Concéntrate en mi aroma, no en el romero, ¿de acuerdo?
Y al decirlo el aroma a naranja lo envolvió; no poseía la dureza y autoridad del General, era frágil y dulcísimo, y transmitía esa calidez que solo otro omega puede ofrecer. Izuku lo aspiró con angustia mientras las lágrimas volvían a su rostro.
—Izuku, levántate.
Lo intentó, se colgó de los hombros esbeltos del omega y cojeó con él mientras su rodilla latía tras el ejercicio al que la había sometido antes. No veía al General por ninguna parte.
—Sujétate de aquí, Izuku —repitió la voz y él obedeció a ciegas. Le tomó un momento comprender lo que veía, una bestia inmensa frente a él con un bulto atado a su lomo del que sobresalía una mata de pelo rubio—. Izuku, dame el pie, te ayudaré a subir, ¿de acuerdo?... Izuku, mírame. Eso. Pondré mis manos aquí abajo y tú pondrás tu pie encima y yo te impulsaré, ¿de acuerdo?
Obedeció hasta acomodar el trasero en el espacio que dejaba el bulto, sus ojos vagaron por el cuarto en busca del General mientras el aroma a humo y madera se potenciaba. Provenía de algún punto detrás de él, y al mirar hacia atrás distinguió algo que parecía una fogata en la lejanía.
Una manta vino a envolverlo por completo, tras lo cual el omega lo hizo recostarse sobre el bulto que tenía enfrente; ahí –apoyado contra una superficie tibia que respiraba– Izuku volvió a encontrarse con el aroma a madera que se quema, sin notas de ira o emoción, tan solo existía con una calma sosegada que parecía dormitar.
Izuku aspiró hasta llenarse de él y ante la ausencia del romero su mente tintineo como el eco de una gota de agua que cae sobre un estanque.
El recuerdo de una presencia –un recuerdo olvidado y perdido y ahogado en mentiras–, emergió entre la niebla que era su mente. Y junto a él, destelló el rostro de un niño malcriado y huraño con los ojos de color escarlata.
—¿Kacchan?
El sonido que escapó de su propia boca lo hizo abrir los ojos solo para descubrir que todo era oscuridad pues la manta le tapaba la cabeza. Intentó moverse y el pánico se disparó al comprender que estaba inmóvil.
El General ha llegado.
Luchó contra sus ataduras hasta que alguien retiró la manta de su cara y volvió a encontrarse con el omega que olía a naranja.
—Todo está bien, Izuku, voy a cubrirte la cabeza, pero no tengas miedo. Todo estará bien.
—¿El General?
El omega sonrió—. Nosotros nos encargaremos, tú cuida de él —entonces se inclinó para depositar un beso en su mejilla antes de pasar la mano entre la mata de pelo que se asomaba del bulto que estaba debajo de él.
La manta volvió a cubrirlo e Izuku enfrentó la oscuridad. Inmóvil, con la tibieza del cuerpo bajo él, con el aroma a madera empapando sus pulmones y con la extenuación mental de todos esos meses cayendo sobre sus hombres de un solo golpe, Izuku cerró los ojos y se durmió.
[...]
Denki se detuvo frente a la bestia para sujetarle el morro babeante lleno de dientes afilados mientras espesaba su aroma hasta envolverla con una capa protectora que mantendría al aroma a romero lejos de ella. Con suerte eso evitaría que el animal cediera a la tentación de luchar si detectaba el aroma del alfa.
—¡¿Qué estás haciendo?! —rugió una voz y vio a Inasa acercarse a toda velocidad. Detrás de él, lenguas del fuego se alzaban hacia el cielo—. No tenemos tiempo, ¿por qué no estás arriba?
—¿Y dejarte? —bromeó Denki pero el alfa lo sujeto del brazo con intenciones de obligarlo a subir. Se detuvo al ver el bulto sobre la espalda de la bestia y sus ojos inmediatamente se desviaron hacia donde había estado el prisionero—. Está bien —le dijo Denki dándole una palmada en la mano—. De todos modos, él no estaba en condiciones de ayudar.
—Tu plan... tú dijiste... creí...
La expresión del alfa se oscureció al entender y el dolor se le grabó en la cara como una cicatriz.
—Denki, no.
—¿Qué pasa? —preguntó Hiro que volvía tras haber terminado de prenderle fuego a las cajas de incienso que había en las cámaras aledañas.
—Que es hora —respondió Denki mirando a Inasa, quien asintió con el rostro petrificado.
Así que tomaron posiciones: Inasa y Hiro junto a la puerta, quitando las cuñas y esperando el momento para abrir las puertas. La bestia en el centro de la estancia, apaciguada por el aroma a naranja que la cubría, creyendo que el dueño se encontraba encima bajo las mantas que olían a él. Y Denki estaba hasta atrás con el arco listo en ambas manos.
Miró a Hiro –quien asintió con solemnidad–, a Inasa –cuyo rostro se había empapado de lágrimas– y finalmente dio el banderazo de salida.
Ellos abrieron la puerta ante la confusión de los guardias y el General que tras volver discutía con su capitán la mejor forma de capturar a los intrusos con vida. Apenas el crujido de la puerta se oyó los demonios que esperaban cerca se lanzaron contra ella siendo recibidos por Inasa y Hiro que los contuvieron, al mismo tiempo Denki azuzó su aroma, señal que el animal tomó para saltar y correr a una velocidad vertiginosa.
Denki alistó sus flechas buscando entre la multitud al hombre que olía a romero, al ver su intento por interceptar al animal le disparó para impedirlo. La primer flecha le dio en el brazo que se alzaba en un puño amenazante, la segunda se clavó en su omoplato cuando el impulso lo hizo girar, después se derrumbó mientras la bestia lo dejaba atrás hasta perderse de vista. Él siguió disparando a los demonios que se acercaban, retrocediendo hacia las cámaras interiores hasta que el calor se volvió insoportable.
Cuando finalmente lo derribaron el aroma a madera que se quema competía con las notas de leche dulce, dos aromas familiares que anidaban en su corazón, y lo único que echo en falta fue el aroma de azafrán.
Sin culpa.
Como el mundo que lo rodeaba era rojo y naranja se imaginó un amanecer, la promesa de un nuevo día y otro principio..., en él vio la sonrisa de aquellos que le habían enseñado a tener esperanza y a no tener miedo.
Y eso fue todo..
[...]
In case you don't live forever, let me tell you the truth
As long as I'm here as I am, so are you
"In Case You Don't Live Forever - Ben Platt"
https://youtu.be/DlkA0mOzzO4
[...]
.
.
.
Y aquí estamos. Sé que debería decir algo, pero lo único que se me ocurre es lo siento.
Lo siento.
Si estas llorando conmigo, te ofrezco un pañuelo y un abrazo. Si te has enfadado, está bien. Si no sabes que ha pasado, es comprensible. Sea lo que sea te agradezco haber llegado hasta aquí.
Y me disculpo si te he hecho daño.
EXTRA: La siguiente actualización será la última. Y va a tardar. Pido paciencia.
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