Capitulo 6: Nostalgia
Sinopsis: Extrañar no es estar vacío, sino estar lleno de alguien que se hace presente a pesar de la ausencia.
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Izuku apoyó la frente en la barandilla conteniendo el suspiro que amenaza con convertirse en llanto. Ha tomado la costumbre de salir a cubierta a mirar el océano. Lo prefiere a dormir, porque cuando lo hace sueña con una jaula bajo el mar y con el cuerpo de Katsuki deshaciéndose entre sus dedos. No deja de recordar ese día, no deja de imaginar la bodega llena de agua.
"¿Y si no se lo llevaron?, ¿y si lo dejaron atrás?", pero el pensamiento es infantil y lo sabe. Es el sueño de un niño. Así que cierra los ojos y se aferra a lo único que le queda.
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Izuku decidió organizar su primer viaje para recolectar ingredientes sin decírselo a sus padres porque su madre solía sufrir de los nervios si le daba por alejarse demasiado. Tenía todo planeado. Había preparado su bolso de viaje con antelación, tenía la ruta que iba a seguir y se había asegurado de hacer una lista de todas las plantas que iba a recolectar.
Ese día se levantó temprano, dejo una nota avisando que volvería para la cena y se marchó con paso ligero hacia el bosque. No esperaba encontrar a Katsuki bostezando y paseando cerca de los límites de la aldea.
—¡Kacchan!,—echó a correr hacia el rubio y sonrió en cuanto lo tuvo enfrente,—¿Qué haces aquí?
—Congelándome, obviamente, ¿por qué has tardado tanto?
—¡Lo siento!... no sabía que estabas esperando.
—Hm.
—¿Por qué estás aquí, Kacchan?
—Has estado hablando de este viaje durante días, Deku—bostezó de nuevo, levantó su bolsa y le dio la espalda—más vale que valga la pena.
Izuku sonrió y lo siguió.
Lo cierto es que no fue un viaje perfecto. Amaneció, pero no hubo sol, solo nubes grises cubriendo el cielo. No encontraron la mitad de las plantas de la lista, estuvieron a punto de caer en una ciénaga y tuvieron que huir de un panal de avispas; pero en cambio corrieron en un campo lleno de dientes de león, chapotearon en un estanque intentando cazar nenúfares, vieron de lejos a una manda de jabalís con su crías y comieron bajo un cielo gris mientras competían para ver quién podía identificar más aves oyendo solamente su canto.
Para Izuku el recuerdo es brillante y eterno. Recuerda que cuando empezó a llover tuvieron que refugiarse bajo unos troncos secos. Recuerda qué Katsuki puso hojas en el suelo, se sentó y le hizo espacio entre sus piernas. Izuku se apoyó contra él, envuelto en la calidez de su cuerpo y el aroma a madera. Se quedaron ahí, charlando en voz baja, mientras la lluvia caía.
Hubo un momento en el que Izuku se fijó en la cicatriz sobre el pulgar de Katsuki. Era reciente porque no recordaba haberla visto antes, así que extendió la mano y la toco. Deslizo la punta de su dedo índice por la pequeña marca a la mitad del pulgar.
—¿Cuándo te la hiciste? —preguntó admirando la delicada textura de la piel, deslizando su dedo a lo largo del pulgar, de ida y de vuelta hasta alcanzar la muñeca.
—Hace una semana cuando practicamos con los cuchillos cortos.
Izuku asintió e hizo ademán de retirar su mano, pero Katsuki tomó la suya y uso las yemas de los dedos para acariciar sus nudillos. El gesto lo hizo sonreír e inconscientemente se acurruco, encajando su frente en el hombro de su amigo, la respuesta de Katsuki fue apretar su abrazo y apoyar la mejilla contra su cabeza.
En ese momento Izuku lo supo, y no hicieron falta ni preguntas ni palabras para entender que Katsuki también lo sabía.
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Ese recuerdo es el que más duele. La promesa de lo que sería y que ya no puede ser.
No seas un debilucho.
El recuerdo de su voz y su eterna sonrisa ladeada. Eso es todo lo que tiene ahora.
[...]
—¿Quién es el chico?
Shouto levanta la mirada del mapa que tiene desplegado en el suelo y mira al capitán, que con los brazos en jarras tiene la vista clavada en su maestro.
—¿Cuál chico?
—No te hagas el listo conmigo, Aizawa, ¿por qué había un omega en ese barco?
—Si te hubieras molestado en interrogarlo habrías sabido que lo recogieron en el mar. No creo que ellos supieran que era un omega.
—No lo interrogue porque no creí que fuera necesario. Supuse que de haber un problema me lo habrías dicho de inmediato.
—¿Hay algún problema con él?
—No creo que te lo tenga que deletrear, ¿cierto? El luto del chico se huele por todo el barco. Tal vez creas que tenemos las narices tapadas, o tal vez que somos imbéciles, pero no puede ser que no te hayas dado cuenta. Los cachorros alfa no dejan de rondarlo como abejas a la miel, ¡por todas las bestias del mar!, incluso mi tripulación ha empezado a notarlo.
—A ojos de todos es un beta.
—Admito que su aroma no se distingue de inmediato, pero no puedes tapar el sol con un dedo. Si te tomaras un momento para salir verías a un grupo de esos chicos vigilarlo como si fuera un cachorrito pateado. Los verías llevarle comida, te reirías de sus intentos de conversación, está en su naturaleza querer que ese aroma desaparezca. Lo peor es que mis chicos han empezado a hacer preguntas. Ellos mejor que nadie saben que un beta no puede oler así.
—Muy bien, arreglaré este asunto.
—Tiene que ser ya, no necesitamos un puñado de cachorros alfa compitiendo por él.
El capitán se marcha y Shouto observa a su maestro tomar aire con calma. Lo ve masajearse la cabeza así que guarda silencio y espera hasta que habla.
—¿El chico te ha dicho algo?
—No necesita decir nada.
Aizawa frunce el ceño y Shouto intenta explicárselo.
Vio el cuaderno por casualidad, mientras se levantaba para ir al baño. Lo encontró tirado junto a la cabeza del omega dormido y su primera reacción fue recogerlo para no pisarlo. Su intención era ponerlo de vuelta junto a las cosas del muchacho, pero pensó en los mapas perdidos y quiso asegurarse de que no hubiera copias escondidas.
No era un cuaderno en sí, sino un paquete de hojas sueltas unidas por una cinta. Cuando la quito las hojas se inflaron, como si tuvieran vida propia. En varias encontró un bosquejo torpe y una breve descripción de plantas que Shouto desconocía; pero el resto del cuaderno estaba lleno de imágenes de la misma flor. Había decenas apretadas en una sola hoja, en otras había una sola flor en el centro, roja y brillante. Había de todos los tamaños. Algunas tenían tanto color que la hoja se había arrugado por el agua, otras no estaban coloreadas, pero los trazos eran gruesos, firmes, casi obsesivos. Había algunas con la pintura corrida y otras sin terminar.
Todas eran iguales. Todas tenían la misma forma, pequeñas flores amontonadas a lo largo de un tallo. Un tallo alargado, ancho en la base y delgado en la punta, como si fuera una espada. Y sin importar el tamaño o el color, todas desbordaban el mismo ímpetu. Shouto no necesita preguntar quién es el portador de la flor, no necesita saber su nombre ni su historia para entender quién era. Basta mirar la expresión del omega cuando se queda mirándolas.
—No puedes negarle su duelo—murmuró Shouto con un suspiro cansado.
—No seré tan cruel, pero habrá que mantenerlo alejado del resto.
—Deja que venga conmigo.
Su maestro gruñó—Dime la verdad, ¿estás dispuesto a llevar a un omega al campo de batalla?
Shouto se retuerce en su lugar. Su primera reacción, la reacción natural, es decir no. Por supuesto que no, a los omega no se les deja participar en combate. Si el chico oliera como uno todo sería más fácil, no habría discusión y las cosas serían claras; pero lo cierto es que cada día huele a algo distinto. Huele a lavanda y a jazmín, a sábila y verbena. Cada vez que lo tiene cerca le resulta difícil recordar porque se supone que no puede llevarlo a tierra.
—No lo llevaré a luchar,—Shouto repite el argumento que se ha dicho decenas de veces desde que el chico ofreció su ayuda—pero no puedes menospreciar el hecho de que conoce a nuestros enemigos. Ha pensado en una forma de enfrentarse a esa droga, que funcione o no es otra cuestión, pero es lo mejor que tenemos ahora. No pretendo asaltar una prisión, me concentraré en Eijirou y el resto, pero necesitamos probar si su idea puede ponerse en práctica.
—No creo que entiendas lo que me estás pidiendo. Quieres que abandone al hijo de mi rey en tierra enemiga, en compañía de un omega que no sabe luchar.
—Si te resulta más fácil puedo ordenártelo.
—Mocoso malcriado—masculló Aizawa
—¿Qué otra opción tenemos?... ¿Hum?... De toda la corte de mi padre, eres el único que ha mostrado interés en recuperar a los prisioneros. Tú lo haces por tu sobrino, pero también hay otras familias que esperan a sus hijos de vuelta. Por eso estamos aquí. Mi padre no cuenta con suficiente información para un rescate exitoso, y ni siquiera le preocupa. Si el omega puede ayudarnos, tal vez debamos intentarlo.
Aizawa sacudió la cabeza—Me arrepentiré de esto.
—Si tanto te molesta te prometo que enviaré al omega de vuelta en cuanto probemos su teoría. Nada de participación en combate.
—...Uh... me das dolor de cabeza. Bien. Ve por él y llévalo con Hizashi. Buscaré a Iida.
Shouto no discutió, se puso de pie y salió.
Encontró al omega en cubierta, sentado con los pies colgando fuera de borda. Había un puñado de cachorros alfa merodeando cerca, sin duda buscando excusas para acercarse, también vio un par de miembros de la tripulación curioseando no muy lejos, todos ellos se tensaron cuando Shouto se acercó al muchacho.
—Aizawa quiere verte—murmuró en voz baja manteniéndose a la respetuosa distancia de tres pasos.
El muchacho enderezó su cabeza y lo miró. Shouto se tensó.
Había oído que un omega en luto era un espectáculo devastador, tanto o más como ver a un alfa en estado feral. Pero oír sobre el tema era completamente diferente de mirarlo de cerca. Su postura gritaba abandono y el aroma a sábila, pese a ser artificial, transportaba el olor a duelo y tristeza, no había duda de que al inhalarlo la reacción de un alfa era inconsciente: Conforte y protección. Solo ahora entendía la urgencia del capitán. Si la situación continuaba habría un montón de cachorros queriendo borrar ese aroma pese a ser ignorantes de él, lo que sin duda llevaría a disputas territoriales.
—Ya le he dicho todo lo que sé—dijo el muchacho restregando su cara contra el frío metal de la baranda—Ya le dibuje los mapas que me pidió. Ya le conté mil veces todo lo que Tokoyami me dijo y todo lo que vi en el tiempo que estuve viviendo allá. ¿Qué más quiere?
La frustración emana de él en olas grises, Shouto la soporta pero los cachorros que miran se revuelven en su lugar, desconfiados e impacientes. No cabe duda de que si no consigue llevarlo adentro, va a tener que soportar el instinto territorial de los muchachos.
—Es Hizashi, tuvo una recaída.
La mentira consigue lo que Shouto quiere, que el muchacho se enderece, alerta y en guardia. Lo ve levantase sin decir nada y lo deja encabezar la marcha. Cuando llegan al camarote el omega se detiene al ver que Hizashi está despierto y sonriendo; inmediatamente se gira hacia él con una expresión de incertidumbre.
—Tenía que hacer que bajaras, —le dice con una pizca de remordimiento—pero no podía obligarte o habríamos tenido problemas.
La mirada que recibe le confirma que el omega no es consciente de los ojos que lo miran. Shouto se abstiene de hacer un comentario y se limita a señalar al fondo del camarote. Solo están ellos cinco, ya que los otros dos heridos se han recuperado lo suficiente para reincorporarse a sus labores.
—Ya estamos todos—dice Aizawa cuando los dos toman asiento alrededor de Hizashi—Mañana llegaremos a Hosu. El plan era desembarcar y buscar a nuestro contacto. Si nuestros hombres consiguieron salir estarán con él, sino fue así la idea es volver al barco y regresar con el rey. Ese era el plan. Las cosas han cambiado. Si lo que Midoriya nos ha dicho es cierto, estamos en desventaja. No sabemos si la droga que se usa en las prisiones puede emplearse en combate, de ser así nuestras tropas corren el riesgo de caer en una trampa.
—Y es por eso que es de vital importancia que el rey sepa de la situación lo antes posible—murmuro Tenya con expresión severa.
—Lo sé, tenemos que volver; pero si lo hacemos es muy probable que no consigamos liberar a los prisioneros. Creo que todos sabemos que no son la prioridad del rey.
Tenya empezó a protestar pero basto que su maestro alzara una mano para callarlo.
—¿De verdad quieres hacer esto? —pregunto Aizawa mirando hacia el omega
—Si puedo ayudar, lo haré. Perdí a mis amigos cuando el barco se hundió, pero no puedo dar la vuelta y fingir que todo es igual que antes.
—¿Estás dispuesto a tomar este riesgo porque crees que puedes ayudar o porque estás de luto y no te importa lo que pase contigo?
El chico se tensó, tragó con dificultad y se tomó un momento para recomponerse. Cuando lo hizo se enderezó completamente y apretó los puños.
—Puedo ayudar. Sé que puedo hacerlo. —honestidad, firmeza y decisión.
Aizawa se masajeo el puente de la nariz—Si estuviera en mi mano te llevaría de vuelta. En cualquier otra situación me negaría absolutamente a permitir a un omega quedarse aquí, pero en la guerra se hacen excepciones—tomó aire y los miró uno a uno—Las cosas han cambiado y tenemos que actuar de acuerdo con ello. Las tropas de Yuuei no son suficientes para enfrentarse a la alianza entre dos reinos, así que este es el plan. Yo iré con el rey, le expondré la situación y trataré de coordinar nuestras fuerzas. Shouto y Midoriya desembarcaran mañana cuando nos acerquemos a tierra, buscarán al contacto y averiguaran lo que puedan sobre la droga y como neutralizarla. Shouto—su maestro posó los ojos sobre él—sé que quieres liberar a Eijirou y al resto, pero lo principal es encontrar una forma de contrarrestar su arma. Observa, escucha y ten paciencia.
—¿Solo ellos?,—pregunto Tenya sin poder contenerse—¡No puedo dejar que...!
—No puedes ir con ellos, Tenya, porque tengo una misión para ti. Viajaras con nosotros hasta los picos. Desembarcaras ahí y te dirigirás al norte. Necesito que visites a las tribus bárbaras de las montañas. Debes hablar con su líder y explicarles la situación. Debes convencerlos de luchar en esta guerra.
—El rey nunca lo aceptara—murmuró Tenya sacudiendo la cabeza—Considera a Toshinori Yagi como su enemigo.
—Yagi ya no es líder, ahora lo es el joven Togata.
—Aun así la enemistad sigue ahí.
—No pedirás ayuda en nombre del rey. La pedirás en nombre de Shouto... Ellos serán sus refuerzos.
—Pero no poseen barcos para llegar hasta él.
—No los necesitan. Conocen el desierto como la palma de su mano, saben cómo sobrevivir y cómo evitar a las bestias que viven ahí. Cuando la flota del rey se mueva necesitaremos apoyo por tierra, los únicos que pueden cruzar el desierto son ellos, ¿entiendes por qué esto es importante? —Tenya guardó silencio, tenso y en guardia—Tu misión es conseguirle a Shouto ayuda para recuperar a los prisioneros e iniciar una ofensiva desde tierra.
Tenya asintió.
—Yo puedo ir—dijo Hizashi exhibiendo su amplia sonrisa—Deja que el muchacho acompañe a nuestro...
—No—lo cortó Aizawa girándose hacia él—Tengo trabajo para ti.
—¿De verdad?... así que me has dejado al final a propósito.
—Necesitamos a los guerreros de las islas del sur, son los mejores luchadores entre los nuestros. Debemos reunirlos si queremos evitar que los ejércitos de Hosu y Overhaul nos tomen por sorpresa.
—Si no me equivoco el rey intento reclutarlos. Envió emisarios al consejo. Ellos se rehusaron.
—Nuestro rey no ha cultivado la mejor relación con nuestros hermanos del sur.
—¿Lo dices por el desastre de hace un par de años?
—¿Cuál desastre?,—pregunto Tenya al ver que su maestro asentía.
—La masacre de los alfa—respondió Shouto y Aizawa asintió.
—Se suponía que nosotros proporcionaríamos los barcos y los refuerzos, ellos debían sitiar una de las fortalezas. El rescate había sido su idea y estaban dispuestos a ofrecer la vida en esa batalla. Consiguieron vencer pero el precio fue demasiado grande y nuestro rey ordeno la retirada. Ellos no querían marcharse, querían defenderla hasta que llegaran los refuerzos, pero el rey amenazó con abandonarlos ahí. Así que todos se retiraron. Después de eso las relaciones diplomáticas se enfriaron; pero creo que, si les explicas que nuestra misión es liberar las fortalezas, accederán a luchar. Su mayor deseo siempre ha sido recuperar a sus hijos.
—De acuerdo, lo haré.
—Muy bien, pues entonces manos a la obra.
Aizawa le hizo señas a sus alumnos para hablar en privado y mientras se alejaban Hizashi se volvió hacia el omega.
—¿Quieres que lleve un mensaje a casa?
Shouto no alcanzó a oír la respuesta pero lo vio levantarse para ir a hojear su cuaderno de bocetos.
[...]
Es día de sol. Así lo llama Katsuki. Es el día en el que los dejan subir a la superficie a estirar los músculos y a bañarse en la tibia luz de la mañana.
Los grupos siempre son pequeños, cinco u ocho, no más de diez. Suben hasta el campo de entrenamiento, desde donde los guardias vigilan con arcos listos, tiesos y en guardia en la zona de las almenas. Se ha vuelto una costumbre que Katsuki llegue y mire a su alrededor. Ha perfeccionado la técnica de observar sin llamar la atención. En silencio cuenta el número de soldados –para establecer patrones–, toma nota de los rostros –por si son familiares–, y de sus armas –que siempre sujetan con aparente indiferencia.
Una vez intentó escalar y terminó con una flecha clavada en la espalda. La herida no fue mortal, pero lo castigaron con meses sin salir. Desde entonces Katsuki observa y espera. Sabe que la única salida es saltar el muro, alcanzar las almenas, y correr. Ha hecho simulaciones en su mente, una y otra vez. El problema es que no sabe lo que hay allá fuera, no sabe si el muro tiene la misma altura al otro lado, no sabe si hay un acantilado en la otra orilla, no sabe si hay campo abierto o un bosque que le brinde protección. Ha considerado todas las opciones, lo que falta es la oportunidad. Así que Katsuki disfruta del aire libre.
Se quita los pantalones y se estira como un gato al sol.
Ignora a los guardias que permanecen quietos como estatuas de mármol. Ignora a los omegas que toman el sol en la otra esquina del campo. Ignora a sus compañeros de celda que aprovechan para sentir la tierra bajo sus pies desnudos. Katsuki asume la posición de loto, espalda recta, brazos a los costados. Deja que la luz caliente su piel, aspira el aire fresco y limpio. La tibieza del día lo adormila. Sueña.
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Katsuki siguió el vago rastro a menta que se adentraba en el bosque. Se detenía cada rato para asegurarse que seguía la dirección correcta y maldijo cuando notó que el aroma lo conducía hasta la zona de los pantanos. Una región que los adultos prohibían terminantemente. Katsuki gruñó entre dientes, "¿Qué diablos estás haciendo, Deku?"
Siguió avanzando con todos sus sentidos alerta. Encontró al omega con su libreta de plantas, arrodillado junto a un arbusto de bayas. El alivio que sintió fue paralizante, sonrió y se tomó un momento para recuperar el aliento, lo aprovecho para apreciar los hombros estrechos, la espalda encorvada y la línea de la columna que se dibujaba sobre la tersa piel; pero sus ojos inevitablemente se fijaron en la línea de vendas que sobresalían del pantalón café.
A su edad había empezado a soñar con ellas.
Su distracción duro un momento, al siguiente su periferia capto la sombra a su derecha y antes de darse cuenta estaba moviéndose a toda velocidad. Sus piernas lo impulsaron hacia el frente y quito a Izuku del camino de la mantícora. Rodaron uno sobre el otro hasta que Katsuki logró enderezarse. Tomó del brazo a Izuku e intentó arrastrarlo lejos, pero el muchacho se dio la vuelta y jalo en dirección contraria.
—¡¿Qué estás haciendo?!—gritó Katsuki mientras el animal rearmaba su postura y los miraba.
—¡Mis libros!—contesto Izuku señalando hacia la bolsa tirada frente al arbusto.
Katsuki maldijo, pero se movió de todas formas, esquivó una garra inmensa con uñas filosas y rodó hasta llegar a la mochila tirada. La sujetó del asa, la hizo girar y la lanzó en dirección del omega.
—¡Corre!—gritó mientras esquivaba otra garra e intentaba poner espacio entre ellos.
Katsuki analizó la situación. La bestia era muchísimo más grande que él y no había forma de que pudiera hacerle frente solo con las manos, así que la opción más sensata era retirarse. Sabía que el animal dejaría de perseguirlos si conseguían salir de su territorio.
El animal atacó y Katsuki lo esquivó, hizo finta hacia la derecha y emitió un gruñido amenazante mientras emitía feromonas de advertencia. El animal rugió a su vez, pero Katsuki no se dejó amedrentar, en su lugar dio dos pasos laterales intentando que su posición se acercara lo más posible a la ruta de escape. La bestia leyó sus intenciones porque antes de que terminara de moverse acortó la distancia interponiéndose entre él y el camino de vuelta. En cuanto lo vio bajar la cabeza alistando sus cuartos traseros, Katsuki supo que no iba a salir completamente ileso del encuentro.
"Bah, no importa", se dijo con apatía, era otra cicatriz que pensaba portar con orgullo. Katsuki se preparó para el embiste y al mismo tiempo tomó en cuenta los posibles desenlaces.
Varias cosas sucedieron a la vez.
El animal saltó, Katsuki se encogió y tiro hacia la izquierda notando que una de las garras alcanzaba a rozar su brazo. Notó el ardor de la herida y apretó los dientes. Cuando el animal aterrizó utilizo la fuerza del rebote para girarse hacia él, Katsuki se preparó para el segundo embiste, que no llego porque de pronto una mancha borrosa se estrelló contra la cara de la mantícora, golpeando eficazmente uno de sus ojos.
El animal rugió y Katsuki parpadeó al ver a Izuku de pie a unos pasos de él. Tenía el rostro pálido y los grandes ojos temblaban de miedo. La bestia sacudió la cabeza y la bolsa que se había atorado en su cara cayó desparramando todo su contenido por el suelo.
Katsuki no perdió tiempo, apenas se repuso de la sorpresa, se enderezó, tomó a Izuku de la mano y corrió en dirección opuesta. No lo soltó ni aún cuando alcanzaron la zona segura, no lo soltó mientras se doblaba sobre sí jadeando en busca de aire.
Lo soltó cuando empezó a gritarle.
—¡Pero que carajos estabas haciendo!,—no había palabra que describiera la emoción que se agitaba dentro de él. Furia, miedo, ansiedad. Todas se apretujaban entre sí al pensar en las cosas que pudieron salir mal—¡Lo tenía todo bajo control!
—Te hizo daño...—dijo Izuku con un murmullo que era más un sollozo.
Sólo entonces Katsuki se dio cuenta de la sangre que corría por su brazo, hizo una mueca ante la herida, ardía demasiado lo que significa que en realidad era superficial.
—¡Esto no es nada!,—gritó negándose a dejarse doblegar por el aroma a miedo y estrés que provenía de Izuku—¡Estaba listo para enfrentarlo!
Izuku se encogió, pero eso no calmó a Katsuki. Gritó hasta cansarse, gritó esperando que eso aligerara el espanto dentro de él. No podía dejar de pensar en lo cerca que Izuku había estado del desastre.
—¡Casi haces que te mate!
El grito sacó el resto de aire que quedaba dentro y durante un momento luchó por recuperarse, pero antes de que pudiera continuar con su discurso, Izuku envolvió los brazos alrededor de su cintura y apoyó la cabeza contra su hombro. La sensación de su cuerpo frío contra el suyo le proporciono la estabilidad que necesitaba. Izuku lo aferró con fuerza y al sentirlo temblar, Katsuki reaccionó inconscientemente: Aspiró su aroma –miedo y menta–, lo envolvió entre sus brazos y apoyó la cabeza contra su frente.
Solo entonces Katsuki encontró calma. Su espanto remitió porque Izuku estaba ahí. Estaba ahí y estaba a salvo. Podía sentir su corazón latir contra el suyo a un ritmo desenfrenado y ansioso. Podía notar las lágrimas en su hombro.
—No seas debilucho—murmuró, ahogándose en el aroma que el omega transmite e intentando a su vez ofrecerle conforte—Sólo es un corte.
—Pensé... pensé....
—No pensaste. ¿Qué diablos hacías ahí?
Tomó un momento pero Izuku fue capaz de tragarse el resto de sus lágrimas para contestarle.
—Me distraje mientras buscaba un arbusto de bayas negras.
Katsuki se separó y le pegó en la nariz con la punta de su dedo índice.
—Por esto es que siempre te acompaño, Deku.
—No siempre puedes venir conmigo.
—Puedo y lo haré... y la próxima vez ni se te ocurra meterte en mi pelea.
—¡Kacchan!... te iba a matar.
—¿A quién estas llamando debilucho, eh?
Le pica las cosquillas e Izuku se ríe. El sonido lo hace sentir mejor, así que continua hasta que tiene a Izuku en el suelo muriéndose de risa. Katsuki para y contempla el adorable rostro, redondo y encantador. Pestañas húmedas de lágrimas, mejillas redondas, y su boca suave. Los ojos de Izuku son de un verde musgo, oscuro, aterciopelado y fresco.
—...te vi muerto—murmuró Izuku perdiendo la sonrisa
—Voy a enfadarme de nuevo—contestó él, sin maldad, acariciando el pelo verde. El corte en su brazo ha dejado de sangrar y solo le arde—Además, me hiciste ir por tus libros y después los perdiste, ¿de qué iba eso?
El puchero de Izuku es encantador.
—Puedo hacer más libros—murmuró en voz baja..., "pero sólo hay uno de ti"
Katsuki se río. No necesitaba oír el resto, bastaba ver la expresión en los ojos verdes. El pensamiento lo hizo sonreír, infló su corazón con energía y seguridad.
—Vamos... necesito limpiarme. Después le pediré a mi madre uno de sus cuchillos y volveremos por tus cosas.
—¡No! ¿Y qué si esa cosa sigue ahí?
—Para eso voy yo, Deku. No dejaré que te haga daño.
Lo hizo pararse y lo llevo de vuelta a la aldea.
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El recuerdo es amargo. Había prometido que lo cuidaría y había fallado. Había sido débil, había sido inútil. Había permitido que se llevaran a Izuku.
[...]
Eijirou no pudo evitar deprimirse.
Eran ya dos meses desde su llegada y empezaba a sentir el peso del encierro. La rutina era monótona, castrante, horrorosa. Y el incienso. El incienso era lo peor de todo. Tal vez era porque no estaba acostumbrado como el resto, pero no dejaba de tener dolores de cabeza, no podía dormir, a veces despertaba con accesos de pánico. Empezaba a sentir que las paredes se apretaban contra él. No mejoraba el hecho de que no podía dejar de pensar en Denki. A veces lo veía cuando llevaba el desayuno, pero siempre había rotaciones y no había forma de hablar con él.
El día que le toco salir junto al resto a tomar el sol fue como abrir una ventana en un cuarto viciado. El aroma a campo, la tibieza de la mañana, todo relajo su cuerpo hasta que encontró una posición cómoda en el suelo y se quedó ahí dejándose acariciar por los rayos solares.
De reojo vi al rubio desnudarse, lo vio ejercitarse. Lo vio dormitar bajo el sol y aprovecho el momento de calma para estudiarlo con atención. La flor sobre su brazo y pecho era extraordinaria, bajo la luz natural brillaba con una tonalidad escarlata, delgadas líneas verdes se extendían por el brazo resaltando el tríceps. Pese a su cautiverio el rubio se mantenía en forma. Todo el conjunto –los músculos de sus hombros y brazos, la cintura delgada, el vientre plano y sus piernas torneadas–, atraía la atención de los omegas que holgazaneaban cerca.
Había visto al chico entrenar en su pequeña celda. Sentadillas, lagartijas, abdominales, y toda una serie de ejercicios de calentamiento. Lo que le sorprendía, además de la disciplina, era la energía que desbordaba. La obsesión. Había visto que la depresión era bastante común, había días en que muchos dormían hasta que era hora de salir a trabajar. Había días en los que nadie quería charlar. El rubio no parecía deprimirse, en su lugar entrenaba. No hacía amistad con nadie, se limitaba a repetir secuencia tras secuencia hasta que su cuerpo se cubría de sudor. Y después de trabajar dedicaba una hora a masajear los maltratados músculos, a lavarlos y a descansar.
Mantenía un control absoluto sobre su cuerpo, y Eijirou entendía por qué. Era lo único que podían controlar. No siempre, dijo una vocecita dentro de él evocando el aroma a naranjas. El recuerdo volvió a deprimirlo, porque si era honesto consigo mismo había estado a un paso del desastre. Habría sido tan fácil dejarse llevar... y a veces soñaba con hacerlo. A veces soñaba con volver a esa celda y hacer lo que sus instintos le habían dicho que hiciera.
Eijirou gruño entre dientes y se enderezó. Al mismo tiempo el rubio se sacudió la modorra. Lo vio estirar el cuello y los brazos. Había momentos en los que lo veía abandonar su usual mueca irascible y adquiría un aire melancólico. Eran momentos rarísimos, casi todos ellos sucedían justo después de despertar, y desaparecían con una rapidez asombrosa.
Mientras meditaba sobre el asunto, el rubio se puso de pie y asumió una posición de combate. Rodillas flexionadas, brazos extendidos, piernas abiertas. La postura le resulto conocida y la estudió con atención. Al verlo moverse la sensación de familiaridad aumentó: Un pie al frente, despacio, arco doblado, apoya primero los dedos, alza la pierna de atrás, balancea el peso, mantén la postura...
—¿De casualidad conoces a Aizawa?—preguntó Eijirou en voz baja mirando la posición de los pies, la forma como se movían y recordando inevitablemente la voz de su maestro.
Los pies se detuvieron y Eijirou levanto la vista hacia los ojos rojos.
—¿Quién?
—Shota Aizawa. Es mi maestro, ¿lo conoces?
—No.
Reanudo el movimiento, con una lentitud premeditada, desplazando el peso de una pierna a otra, cambiando su centro de gravedad del pie a la rodilla y a la cintura.
—Vaya... qué raro. Mi maestro nos enseña ese estilo de lucha... bueno aunque hay ciertas diferencias. Ahí, eso que acabas de hacer, es diferente. Se supone que mientras giras extiendes el brazo para golpear, y no debes...
—¡Cállate!—el rubio termino la rutina y lo miró con ira.—¿De qué rayos hablas?
—Esa técnica se le enseña a la guardia del rey. Mi maestro, Aizawa-sensei, la aprendió de los guerreros del sur, entrenó con ellos cuando tenía... ¡¡¡oh!!!... ¡tú eres del sur!, ¿entrenaste en la capital?
—No.
—¿Quién fue tu maestro?
—Mi madre.
—¿Tú ma...?, ¡wow!, ¿quién es tu madre?
—¿Qué importancia tiene?
—Curiosidad... ¿es un alfa?
—Es, era...—masculló el rubio encogiéndose de hombros mientras retomaba la postura de inicio.
Repitió la secuencia hasta terminarla y después volvió a empezar. Eijirou lo observó con atención y si bien había ciertas diferencias, la familiaridad de la situación lo transportó de vuelta al palacio.
Lo llenó de nostalgia.
[...]
Tras doce semanas de encierro y sin respuesta alguna del exterior, Eijirou empezó a tomar consciencia de la enormidad de la situación. Su maestro le había advertido sobre el peligro, le había dicho que cabía la posibilidad de que no pudieran sacarlo antes de que las tropas del rey se pusieran en marcha, y aun así no conseguía sacudirse la impaciencia.
Contaba los días esperando una respuesta del exterior.
Exactamente en el tercer mes de su llegada, la historia se repitió, solo que esta vez Eijirou fue un espectador. Desde su celda vio a los guardias trasladar a dos alfa inconscientes e intentó no retorcerse de ansiedad. Estaba tan distraído que tardó un momento en notar al soldado que se detuvo discretamente junto a su celda. En cuanto lo miró se puso instintivamente en guardia, pero el otro se limitó a mirar a su alrededor antes de lanzarle lo que parecía un pequeño tubo, no mayor que un dedo.
Eijirou reaccionó de inmediato. Extendió la pierna y oculto el cilindro bajo ella. El soldado se alejó sin mirarlo. Con las capuchas que usaban era imposible distinguirlo del resto, pero Eijirou intento recordar su altura y la forma de su cuerpo.
Con el corazón latiéndole a toda velocidad, Eijirou tuvo que mantenerse quieto hasta que los soldados se alejaron con sus dos prisioneros. En cuanto el sonido de pasos desapareció, tuvo al rubio junto a los barrotes mirándolo con una intensidad abrumadora. Al parecer se había percatado del intercambio.
El tubo era en realidad un trozo de papel enrollado. Tenía el grueso de su dedo pulgar y de largo era la mitad de su dedo meñique. Al desdoblarlo, Eijirou se topó con la delicada caligrafía del príncipe. Estaba escrito en código así que ignoró la mirada incendiaria del rubio y se tomó un momento para traducirlo.
Cuando terminó, guardó silencio e intento asimilarlo.
—¿Qué dice?—gruñó el rubio con impaciencia.
Eijirou ni siquiera dudó, las palabras salieron solas.
—Todoroki-ouji está aquí.
El rubio dijo algo pero Eijirou lo ignoró, no podía dejar de pensar en el mensaje.
—¡Oh, por todos...! ¡¿Qué más dice?!
Eijirou sacudió la cabeza—Dice que la prioridad del rey no es recuperar las prisiones. Dice que no vendrán. Dice que estamos solos. Dice... dice que van a sacarme de aquí.
—Solo a ti—no había amargura, no había reproche, cuando lo miró solo vio desprecio.
El rubio se río, pero antes de que pudiera alejarse Eijirou reaccionó. Lo sujeto del brazo.
—No—dijo con firmeza—No—repitió.
Quería irse. Odiaba ese lugar. Odiaba el incienso y el trabajo... pero la sola idea de marcharse sin ellos... Miró a los alfa dormidos, pensó en Denki. No, no podía irse.
—Dijiste que si la flota llegaba—murmuró sin dejar de mirarlo a los ojos—ustedes atacarían desde adentro. Bien. La flota no va a venir, pero con ayuda de mis amigos, tal vez podamos salir de aquí.
La sonrisa que se extendió por el rostro del rubio fue carnívora y fría.
Eijirou asintió—Bien, ahora dime, ¿cómo puedo hacerle llegar un mensaje?
Continuará.
Hechos y datos que no sobrevivieron a la edición y que no se si podrán ser mencionados en algún momento.
-Al principio los secuestros se limitaban al reino de Yuuei. Sucedían una vez por año, a veces hasta dos. Cuando el rey decreto establecer patrullas alrededor de sus costas, los piratas ampliaron su zona de caza. El primer ataque que realizaron a las islas fue el ataque donde Katsuki e Izuku fueron capturados, pero no esperaban que los adultos de la isla inmediatamente realizaran un contraataque. Fueron perseguidos por mar, por desgracia los barcos de los aldeanos no podían competir en velocidad y la tormenta termino con la persecución. Todos creen que los dos barcos se hundieron. Después de eso los ataques han continuado pero las islas han organizado su propia patrulla aunque no cuentan con las embarcaciones necesarias para cubrir a todas las islas así que los raptos continúan.
-Mitsuki Bakugou, la madre de Katsuki, lideró el ataque a la fortaleza que tenía como intención liberar a los prisioneros, el ataque donde todos los alfa prisioneros fueron sacrificados. Su equipo luchó con una ferocidad que le valió una alabanza del rey, pero cuando Todoroki-ou le pidió que se uniera a sus filas, ella se rehusó porque prefería cuidar de su hogar.
-Cuando Aizawa era un niño entrenó cinco años con un maestro de las islas. Participó en varios de los torneos que se celebraban ahí, y de hecho conoce a Mitsuki.
-Cuando pierden a su compañero los omega pueden pasar varios días en duelo. Usualmente tienen amigos y familiares que los ayudan a sobrellevar la depresión. En cambio un alfa no se deprime. Se enfada. Dependiendo de la situación la depresión de un omega puede llevar a la muerte y la ira de un alfa puede llevarlo a estado feral (salvaje).
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