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Capítulo 58: Un Rastro de Menta

Nota: Una aclaración porque ha pasado tanto tiempo que podría ser confuso. Katsuki y su grupo no sabe que el General es uno de los suyos, Neito no se los dijo porque él no lo sabía. Lo único que Izuku le dijo a él fue lo del incienso. Quien lo sabía fue Hawks que se lo dijo a Aizawa, pero para entonces Katsuki y su grupo ya se había marchado de la prisión.

Sinopsis: Hay pesquisas que emprendemos por amor, hasta convertirse en caminos que nos conducen al vacío.

[...]

Como no había diferencia entre día y noche, Katsuki había tomado la costumbre de descansar únicamente cuándo su cuerpo se lo pedía. Eso significaba que podía permanecer de pie y alerta durante horas hasta que su cabeza empezaba a punzar, entonces volvía al campamento para dormir durante horas.

El campamento era una celda en una de las cúpulas vacías, y servía para que el grupo de Katsuki se reuniera a discutir novedades y problemas a resolver. Sin embargo, dada la enorme lista de pendientes que cada uno tenía entre manos se había hecho costumbre que sus horarios para descansar difirieran, así que no era raro ser el único durmiendo. Lo raro era despertar solo.

Los demás lo dejaban dormir a sabiendas de lo mucho que se esforzaba, en ocasiones encontraba a alguno de sus hombres esperando por él para comunicarle algún detalle importante, pero quien nunca faltaba era Denki con el desayuno –un tazón a rebosar de un horrible potaje que le ayudaba a sobrellevar el día–. Incluso mientras cuidaba de Yō, el omega se obsesionaba con asegurarse que comiera.

Ese día no encontró a nadie, pero no lo tomó en cuenta. Decidió bañarse sabiendo que Denki llegaría con la comida, cosa que tampoco sucedió. Examinó los nichos instalados en el campamento y no tardó en comprobar que Denki no había dormido en el suyo, su aroma casi se había desvanecido de él.

Su estómago lo distrajo y decidió que era hora de comer, recorrió los túneles hasta la última cúpula que planeaban vaciar, en la cual sus habitantes se alineaban uno tras otro para acceder a un plato de potaje preparado por el grupo omega. Al verlo llegar, la fila entera se hizo a un lado para dejarlo pasar. Recogió su cuenco, dio las gracias y se marchó a una esquina donde comió con lentitud, esperando.

Denki no se apareció.

Recordó entonces que tampoco lo había visto el día anterior, aunque Inasa le había dicho que estaba cortando mantas o algo así. En cualquier otra ocasión su ausencia no habría levantado sospechas de su parte sino fuera porque en los últimos días el comportamiento del omega había sido inusual. Bajaba a la entrada de los túneles para comer en compañía del animal que aparentemente le daba miedo, pasaba mucho tiempo mirando los mapas que Neito les había dado –los cuales se habían vuelto inútiles–, y solía quedarse en silencio pensando.

Katsuki había sospechado que estaba reuniendo el valor para decirle que deseaba irse con el siguiente grupo. Un hecho que habría apoyado de inmediato porque la tensión que se respiraba en las cúpulas crecía a cada momento y su mayor temor era que los guardias del General descendieran de un día a otro desatando un combate imposible en esos pasillos negros.

De suceder Katsuki sabía que se quedaría atrás luchando, había hecho las paces con la idea de ser el último muro de defensa mientras el resto corría a la espera de escapar. También se había hecho a la idea de permitir que sus hombres se quedaran con él, aquellos que aún conservaran dentro de sí la pequeña flama de la decisión y la voluntad combatirían a su lado para ofrecerles la última pizca de esperanza a quienes huían. Estaba listo para morir ahí.

Pero sabía que no le permitiría a Denki quedarse, le había pedido demasiado ya y la idea que el omega decidiera luchar a su lado era un escenario absurdo que se negaba a considerar. No mientras viviera y respirara.

Había esperado que el afecto que sentía por Yō convenciera a Denki de marcharse, pero el omega se había negado y Katsuki tan solo esperaba el momento oportuno para tocar el tema una vez más. Un momento de vulnerabilidad en el que Denki no abandonara la necedad para aceptar su consejo.

Pero Denki no aparecía.

Al principio lo busco con sutileza, haciendo su ronda normal y preguntando a sus hombres si lo habían visto. Todos ellos dijeron que no, así que hizo un desvío para buscar a Inasa que entrenaba al grupo alfa después de comer. El grandulón le repitió lo mismo que le había dicho antes con el mismo gesto desenfadado de siempre, hasta que Katsuki lo miró sin parpadear con su aroma inquisitivo y la expresión indescifrable. Inasa suspiró, frotándose el cuello.

—Dijo que dormiría en el nicho de Yō y no quería que te enteraras.

Katsuki gruñó.

La cúpula estaba vacía. Al llegar a la celda y no ver a nadie gritó en voz alta el nombre de Denki, siendo el silencio su única respuesta. Bajó por las escaleras y recorrió toda la zona llamando ocasionalmente mientras el eco resonaba en los muros de piedra. Cuando se rindió salió para buscar a Inasa de nuevo.

—¿Cuándo fue la última vez que viste a Denki?

—¿Por qué?

—¡Contesta!

Al notar su enfado Inasa dejo al grupo a cargo de otro instructor y se alejo con Katsuki.

—¿Qué sucede?

—Busca a Denki.

Así que reunieron a un grupo de sus hombres y recorrieron cada cúpula vacía, cada almacén que habían vaciado, bajaron a los túneles y los inspeccionaron en busca del omega. Todos volvieron con las manos vacías haciendo que la irritación de Katsuki se convirtiera en enfado.

—¡Búsquenlo!

Nadie se atrevió a desobedecerlo y el grupo volvió a dispersarse. Katsuki tomó la decisión de volver al nicho de Yō para comprobar si Denki había dormido ahí. Fue entonces que encontró la carta.

Antes se había limitado a marcharse al verla vacía pero en esa ocasión se acercó al revoltijo de cobijas en el suelo para confirmar si el aroma de Denki era reciente o no. La carta estaba justamente sobre las cobijas pero habría sido imposible verla desde lejos dado su tamaño y el hecho de que la luz de la antorcha arrojaba una trémula luz amarillenta de la misma tonalidad que la del papel. El mensaje tenía una sutil huella de naranja confirmando quién lo había escrito.

El mensaje era breve.

Katsuki.

Si lees esto es porque no he vuelto en el tiempo que había previsto para mí viaje. Lo siento. La verdad es que no estoy seguro de cuánto va a tomarme probar la teoría de Inasa, pero te pido dos días, prepara a todos para salir por si me equivoco y alerto a los guardias. No te preocupes por mí, me las arreglaré por mi cuenta, así que no pierdas el tiempo buscándome porque es probable que ni siquiera yo sepa donde estoy. Lamento no haberte hablado de esto, de verdad, lamento haber tomado algo que es tuyo, lamento haber actuado a tus espaldas. No te lo dije porque tenías razón, la esperanza a veces es cruel... tan solo espero volver para que me regañes.

El rugido de Katsuki resonó en los muros negros mientras el papel terminaba hecho una bola en su mano. Esa pelota de papel se estrelló contra el rostro de Inasa cuando momentos más tarde Katsuki lo acorraló en un pasillo.

—¿Qué plan? —gruñó el alfa con ferocidad contenida.

—¿Qué?

—¿Cuál es su plan?

Confuso, Inasa recogió la pelota de papel para estudiarla. La leyó, le dio la vuelta y volvió a leer.

—¿Es de Denki?

—¡¿Cuál es su plan?!

—No lo sé —respondió el hombretón provocando que Katsuki lo empujara—. Lo juro, Denki no me dijo nada.

—¿De qué hablaste con él? ¿A qué teoría se refiere? ¿Qué está haciendo?

—¡No lo sé! No puedo pensar en nada... —guardó silencio y volvió a mirar la carta.

—¡Habla!

—De lo único que Denki y yo hablamos hace unos días fue sobre la bestia que lo sigue a todas partes. Le dije... antes ya le había dicho que en las montañas se prohibía que los omega salieran de las villas porque atraían a las bestias noumu. Me preguntó varias veces sobre el tema y le repetí lo mismo. Los animales eran capaces de rastrear a un omega sin importar la distancia. Él se mostró escéptico porque el animal solo lo seguía a él y no al resto, pero le explique que la diferencia entre un omega sano y un omega enfermo es tan clara como el día y la noche. Sin embargo, ambos acordamos que era imposible confirmar la teoría sin otro omega sano.

Katsuki lo miró.

Inasa tenía razón no había otro omega sano en los túneles, pero Denki no necesitaba un omega sano para lo que sea que quisiera hacer, tan solo el aroma de uno.

De forma inconsciente Katsuki se llevó una mano al cuello notando de inmediato la ausencia del saco que solía llevar –el amuleto que le había dado a Yō–. En ese momento se acordó de la cara culpable que Denki había puesto cuando Katsuki le preguntó si extrañaba al cachorro. Había durado un instante y él la había dejado pasar.

No, se dijo con incredulidad y le arrebató la carta a Inasa para releerla

Lamento no haberte hablado de esto, de verdad, lamento haber tomado algo que es tuyo, lamento haber actuado a tus espaldas.

Solo entonces entendió lo que Denki intentaba hacer.

Arrugó la hoja en su mano una vez más, presionando el puño contra su frente; su mente era una lista de pendientes, dudas y planes. Le tomó menos de un segundo tomar una decisión y menos de cinco minutos organizar un plan.

—Vamos —le dijo a Inasa y juntos emprendieron el camino hasta la cúpula en la que trabajaban.

Ahí reunió a todos y les ordenó prepararse para salir, como Yosetsu aún no volvía de su viaje con el grupo anterior Katsuki escogió a otro de sus hombres, quien habían hecho el viaje con el rastreador en ocasiones anteriores, para guiar a la caravana a la salida. También ordenó que todos los centinelas que se habían quedado en las cúpulas vacías abandonaran sus puestos y se unieran al grupo que salía.

—¿Qué pasara con las cúpulas que quedan? —preguntó Inasa.

—Que un grupo de voluntarios vaya para abrir las rejas, que los dejen salir.

—Pero el alboroto.

—Nos preocuparemos por eso después.

Terminó de repartir instrucciones, dejo a Kane a cargo de todo y eligió a Inasa, Hiro y a otros dos muchachos alfa de confianza para llevarlos con él. Prepararon armas, antorchas, y provisiones antes de abandonar todo para no volver nunca.

Desde el principio, Katsuki había preferido evitar que los suyos se dispersaran demasiado dentro de esos pasillos desconocidos. Había elegido un campamento y de ahí se habían desplazado en regiones controladas localizando cúpulas nuevas y guiando a los prisioneros hacia los túneles que los llevarían al exterior. Gracias a ello había apenas un puñado de pasajes que aún estaban marcados como desconocidos y que Katsuki había considerado investigar en un futuro posible.

La búsqueda de Denki inició ahí y considerando que les llevaba una jornada de ventaja no había tiempo que perder. Sin embargo, su aroma no estaba por ninguna parte, y el suelo era de roca así que tampoco podían seguir el rastro de sus pisadas. Habría resultado imposible localizarlo si a Katsuki no se le hubiera ocurrido estudiar las paredes.

—¿Eso es...? —preguntó Inasa al ver que Katsuki se arrodillaba junto a una pared con la antorcha frente a él.

—Lo es —respondió Katsuki deslizando los dedos por los bordes de la marca. Había sido hecha con un cuchillo y representaba un símbolo con un número en su interior. Denki estaba usando el mismo sistema que habían usado en los túneles para identificar la dirección que seguía—. Vamos.

Y con antorcha en mano, Katsuki hizo a su grupo trotar tras el rastro de Denki.

[...]

Tras pasarse horas caminando en círculos guiando a su acompañante por pasillos y pasillos a la espera de un milagro, Denki había escogido un rincón para dormir en el suelo con el animal junto a él para mantener el calor. Al despertar, mordisqueó su magra comida sin mucho ánimo, bebió agua y se alisó su uniforme antes de vaciar las últimas gotas de menta en el saco de tela.

—Es lo último —le dijo al animal mientras lo dejaba frotarse contra él—. Si no encuentras nada con esto volveremos por donde vinimos.

Retomaron la marcha con Denki ahogando bostezos contra el dorso de su mano sin dejar de agitar el cuello que sentía tenso. Fueron horas de caminata en una dirección y otra, dejando marcas en las paredes para ubicarse pues marcaban los pasillos circulares y los callejones sin salida.

De pronto y sin razón alguna la bestia se detuvo en una intersección y giró el cuello, a Denki se le paró el corazón. Extendió la antorcha en esa dirección y lo único que vio fue un pasillo negro que volvía a extenderse hacia el infinito. Al final del camino encontró una cámara amplia con una rampa pronunciada en cuya base había algo que se asemejaba a carretas de madera pequeñas sin ruedas. Cada una contenían dos hileras de asientos enfrentadas y una especie de manija en la parte trasera, estaban cubiertas de polvo y tan desgastadas que algunas asientos eran completamente lisos.

Al ver que el animal olfateaba una de las carretas del fondo, Denki se acercó para inspeccionarla, pero no logró distinguir ningún rastro de menta.

—¿Deberíamos subir? —preguntó Denki en voz alta mirando la rampa que volvía ser otro pasaje negro. Miró al animal que seguía interesado en uno de los bancos y decidió que valía la pena probar.

Se subió a la carreta que estaba al inicio del grupo para inspeccionar la manija. La hizo girar y se tambaleó al oír el crujido de la base y la sacudida de la plataforma.

—Se mueve —dijo Denki y tras una inspección cuidadosa vio que en la base de las carretas había engranajes como las ruedas de los molinos que las hacían ascender por la rampa—. Pues vamos. ¡Eh! —le gritó al animal—. ¡Nos vamos!

Colocó la antorcha en uno de los soportes que tenía la carreta e hizo girar la manija con todas sus fuerzas. No pudo evitar estremecerse al oír el crujido del mecanismo mientras ascendían, y solo esperaba que el animal lo siguiera porque no quería tener que bajar por él; por suerte la inclinación de la rampa no parecía ser un problema para una criatura con seis patas y garras afiladas.

Arriba encontraron más túneles. Denki le ofreció el saco al noumu para que lo olfateara con calma una vez más antes de reanudar su marcha. No paso mucho tiempo antes de que el animal volviera a quedarse quieto olfateando el aire. Esta vez fue el turno de Denki para seguirlo acordándose de marcar su camino a fin de volver.

La bestia lo condujo por pasillos y más pasillos hasta llegar a un callejón sin salida. Ahí había una puerta a mitad del pasillo y apenas se abrió el animal entró olfateando el aire, encaminándose inmediatamente después hacia una de las celdas de la habitación donde entró por la reja abierta con el morro pegado al suelo. Finalmente, se dejó caer para después bostezar.

—¿Es todo? —le preguntó Denki con incredulidad y como no recibió una respuesta se enfocó en estudiar la habitación.

Había tres celdas grandes, todas sucias y apestosas; había además una tinaja inmensa en el centro con residuos de agua sucia y tierra en el fondo, no había ropa, mantas o artículos que señalaran visitantes recientes o actuales. De hecho, el polvo que cubría el suelo era tan denso que las huellas de Denki eran visibles aún a la luz de la antorcha.

—Parece que nadie ha estado aquí en meses —murmuro Denki recorriendo el cuarto de lado a lado.

Entró en las celdas y encontró cubetas con mierda seca, colchones de paja asquerosos y restos de lo que parecía comida o lo que quedaba de ella. La celda donde el animal se había echado no tenía nada diferente o llamativo.

—¿Estás seguro de que estamos en el lugar correcto? —preguntó Denki olfateando el ambiente sin detectar ni un solo rastro de menta. Al no recibir respuesta volvió a recorrer el lugar de extremo a extremo volteando los colchones e iluminando hasta el último rincón. Finalmente, tuvo que admitir la verdad.

Si Izuku estuvo aquí, hace mucho que se lo llevaron.

Contempló con tristeza el lugar y se alegró de no haberle dicho a Katsuki de su plan, se alegró no haberlo llevado hasta esa celda sucia solo para enseñarle otro lugar vacío. Entonces se acordó del frasco vacío que tenía en el bolsillo y la vergüenza y la culpa le retorcieron el corazón.

No me lo perdonará.

La perspectiva solo avivó su miseria, pero no podía retrasar más las consecuencias. Tenía que volver. Había tenido muchísima suerte no encontrándose con ningún guardia hasta ese momento, pero no debía postergar su regreso. Incluso si eso significaba un regaño de proporciones inimaginables.

—Vamos —le dijo a la bestia, quien lo ignoró—. Vámonos.

El animal siguió sin hacerle caso.

Le habló en tono firme, con mimos e incluso intento razonar con él, pero cuando nada de eso consiguió arrancarla de su lugar Denki recurrió a su aroma, el cuál había mantenido al mínimo para no perturbar la esencia de la menta.

El truco funcionó porque el animal agitó las aletas de la nariz y se levantó para seguirlo cuando Denki salió al pasillo. El camino de regreso iba a tomar más tiempo porque tenía que espiar las paredes para asegurarse que iba en la dirección correcta, y mientras estaba inclinado, alumbrando la zona baja en busca de su marca, oyó el inconfundible sonido de voces.

El miedo sacudió su aroma aunque procuró ahogarlo de inmediato, por si acaso sujetó al animal del cuello temiendo que este se moviera o siguiera avanzando. Agudizó el oído hasta entender que las voces se acercaban lo que solo podía significar que alguien avanzaba en su dirección.

Denki avivó su aroma y retrocedió a prisa agradeciendo al cielo que la bestia lo imitara con premura sin emitir ni un solo sonido. Volvieron por el pasillo con la antorcha baja a fin de que la luz se mantuviera lo más discreta posible y rehicieron el camino hacia el callejón sin salida.

Derecha, izquierda, tres desviaciones más.

Pero al final no encontraron el pasillo con la puerta y las celdas sino otro pasillo iluminado. Denki rechinó los dientes al entender que su impaciencia lo había hecho girar en alguna de las intersecciones que no era. Estaba ahí intentando recrear con calma el trayecto que había hecho, solo que a la inversa, cuando la bestia a su lado emitió un gruñido aterrador.

Sorprendido, Denki la miró. Su expresión era el gesto defensivo que usaba cuando algún alfa se acercaba, así que espió el borde del pasillo iluminado para olfatear el aire. De inmediato descubrió que había un aroma impregnándolo todo, un aroma que poseía las inconfundibles notas de una esencia alfa, y no una cualquiera. Destilaba tanto poder y autoridad que Denki respondió retrocediendo a la vez que espesaba su aroma –una reacción defensiva natural–.

Tras pasar años en compañía de muchachos alfa con aromas variados y caracteres dispares, Denki se había acostumbrado a leer su humor a fin de hacer más llevadero cada momento que debía convivir con ellos. Y en apenas un momento de inspección comprendió que el dueño de esa esencia estaba acostumbrado a mandar y que poseía una voz de control absoluta. Ese no era el aroma de un prisionero, y la idea lo hizo pensar en Jin, un alfa que servía al General.

La sola idea de encontrarse con el dueño del aroma a romero hizo que el estómago de Denki se encogiera como un puño que se cierra sobre sí mismo. Así que huyó rehaciendo el camino de vuelta a toda velocidad, guiado por el miedo y un destello de terror. Solo que no llegó al callejón sin salida y tampoco al pasillo en el que había estado porque no encontró las marcas que había dejado en él. Era un lugar completamente nuevo.

No.

Su peor miedo se había hecho realidad. Estaba perdido.

Le temblaron las manos y estuvo a punto de tener un ataque de pánico –el miedo se sacudía dentro de él con insistencia, lo sentía recorrer sus venas paralizándolo todo–, pero Denki se negó a dejarse vencer por él. Apretó el puño que tenía libre y tomó aire en bocanadas controladas como había aprendido en todos esos meses mientras luchaban.

"Cuando tengan miedo respiren" ese era el consejo que había compartido con los omega que aprendían junto a él a manejar el arco. Todos y cada uno de ellos se había adaptado a vivir con miedo, a cargarlo en el corazón y seguir. Lo habían hecho al escapar, lo habían hecho durante su largo peregrinaje en una tierra enemiga e incluso mientras los demonios empujaban contra las puertas de su refugio. El miedo los había hecho más fuertes.

Así que Denki se aferró a su miedo, a esa sensación plomiza en la base de su estómago que le provocaba nauseas, y respiró. Se pasó las manos heladas por la cara para calmar el bochorno que sentía y alistó sus sentidos para captar cualquier sonido. Aspiró hasta estar seguro de que el aroma a romero no estaba cerca, entonces llamó a la bestia con su aroma –la esencia de la naranja lo envolvió aliviando la tensión en sus músculos, calmando el desacompasado latido de su corazón–, después retomó su inspección por los túneles solo que en esa ocasión buscaba alguna de las marcas que había dejado antes.

A veces, al llegar a una intersección, oía el rumor de voces o pasos en la lejanía y como le preocupaba que alguien lo descubriera, tenía que desandar su trayecto y esperar. El miedo no dejo de crecer conforme el tiempo pasaba, empezó a sospechar que estaba dando vueltas sin cesar en los mismos pasillos pues cualquier sonido lo obligaba esconderse y retroceder.

Y fue en una de esas ocasiones, mientras avanzaba por otro pasillo desconocido, que escuchó el rumor de pisadas rápidas avanzando en su dirección. Era un sonido creciente y abrumador y la única razón por la que Denki no salió corriendo en la dirección opuesta fue porque a él llegó un aroma familiar y absoluto.

El aroma de la madera que se quema.

Sus pies se movieron por inercia, avanzó hasta distinguir la luz de un pequeño grupo que se acercaba. Ver a Katsuki le proporcionó un alivio tan absurdo que la cabeza le dio vueltas llevándolo casi al borde del llanto. Se tragó las lágrimas y en cambio, le echó los brazos al cuello, disculpándose en gimoteos rápidos y desesperados mientras el alfa le devolvía el abrazo.

—Lo siento —repitió una vez más avergonzándose del temblor en sus manos. Miró a Inasa que le ofreció una sonrisa de alivio, Hiro le regaló un asentimiento de reconocimiento y los otros dos acompañantes de Katsuki se negaron a mirarlo.

—Tú y yo vamos a tener una discusión sobre decisiones estúpidas —gruñó Katsuki inspeccionándolo de pies a cabeza para confirmar que no estaba herido—, pero no aquí. Tenemos que irnos, hay demasiado movimiento en estos túneles.

—¿Cómo me encontraron? —preguntó Denki al retomar la marcha. La bestia noumu trotaba tras su grupo ignorando las miradas de espanto que recibía de los dos alfa desconocidos.

—Siguiendo tus marcas —respondió Katsuki—, sin descansar y a toda velocidad. Tú, en cambio, pareces haberte tomado tu tiempo en avanzar.

—Pero estaba perdido, ¿cómo me encontraron aquí?

—Tu aroma. Has apestado todos los túneles de esta zona.

Siguieron a Katsuki que parecía recordar el camino exacto por el que habían llegado pues lo hacía girar por pasillos sin detenerse a mirar.

—¿No vas a preguntar? —murmuró Denki viendo de reojo la expresión tensa en el rostro del alfa.

—Si lo hubieras encontrado ya me lo habrías dicho, lo mismo si aún estuvieras buscando.

—Lamento no haber sido honesto..

—Salgamos de aquí y discutamos después.

No mucho después Katsuki se detuvo y el resto lo imitó, todos captaron al instante el por qué. Alguien se acercaba.

—Volvamos —susurró Denki con apremio.

—No —respondió Katsuki y ante una señal su grupo ahogó las antorchas sumiéndolos a todos en la oscuridad. El aroma a madera se sacudió, ofreciendo una orden simple: Alistarse, y la de sus hombres respondieron a ella tensando el cuerpo y asumiendo posiciones defensivas a los lados del pasillo.

Lo primero que vieron fue el resplandor de luz que avanzaba en su dirección, formando círculos desiguales en paredes y techo. En el centro avanzaban dos hombres charlando en voz baja.

—Detesto bajar a estos túneles. Prefiero quedarme arriba aunque sea cargando barcos.

—¿Y crees que yo no? Mi trabajo es recorrerlos una y otra vez sin razón alguna. Es un lugar deprimente, especialmente cuando te alejas de las zonas iluminadas, entonces todo se convierte en un pozo espeluznante. Tú solo has bajado a buscar al General y cuando lo encuentres volverás a subir, yo me quedo hasta el final de mi turno.

—Tan solo quiero salir de aquí.

El grupo de Katsuki cayó sobre ellos en un ataque coordinado tan eficaz que acabó en cuestión de segundos. Inasa le partió el cuello a uno y Katsuki le atravesó la garganta con su cuchillo al otro.

—Si ocultamos los cuerpos —dijo Inasa—, tardarán muchísimo en buscar a los culpables, para entonces estaremos lejos.

—¿El General está aquí? —preguntó Katsuki guardando sus armas sin dejar de contemplar los cuerpos. Entonces alzó los ojos y miró a sus hombres—. Si el bastardo está aquí tengo que hacerle una visita.

Los miró uno a uno, con la misma expresión concentrada y feroz.

—Ustedes pueden volver.

—No —dijo Denki.

Inasa y Hiro sonrieron, su aroma respondía al de su líder sacudiéndose con interés y energía.

—A mí también me gustaría conocerlo —dijo Inasa.

—Por supuesto —añadió Hiro.

Los otros dos alfa se miraron pero terminaron cediendo ante la potente esencia a madera quemada que emanaba de Katsuki. Habría sido imposible resistirse a ella.

—No puedes ir —le dijo Denki—. Es el territorio de un alfa.

—¿Qué alfa?

—No lo sé, pero un alfa ha marcado toda una zona con el aroma a romero. Cualquiera que entre a ella despertará sospechas y entonces te encontrarán.

—¿Hay un alfa trabajando con el General?

—No sería el primero —respondió Inasa.

Eso tan solo cimentó la resolución de Katsuki.

—Ustedes tres conmigo. Inasa, saca a Denki de aquí.

—De acuerdo —dijo Inasa mientras Denki exclamaba—: ¡¿Qué?! ¡No!

El hombretón se movió y Denki se encontró de pronto sobre su hombro como un costal de arroz. Katsuki tomó las dos antorchas que los guardias llevaban consigo y le ofreció una a Inasa.

—No me decepciones —dijo y después miro a Denki.

—Dile que me baje —gruñó el omega forzando a su cuello a alzarse mientras los brazos de Inasa lo mantenía en su lugar.

—Gracias por intentarlo —murmuró Katsuki en voz baja. Sus ojos color escarlata destellaban con la luz de la antorcha como dos pequeñas brasas en la oscuridad—. Gracias por la menta aunque en ese tiempo no nos conocíamos. Gracias por ofrecerme consuelo. Gracias por guardar la esperanza. Gracias por... —se tragó el resto de sus palabras y sonrió. Un gesto de tristeza que encogió el corazón de Denki—. Gracias por todo, Denki.

—No te despidas —murmuró.

—Nada de culpa. Tan solo cuida de Eijirou.

Tras decirlo se dio la vuelta y se reunió con sus hombres que lo esperaban ya al otro lado del pasillo.

—¡Katsuki! —llamó Denki enterrando las uñas en la espalda que tenía a mano, pero Inasa lo aferró y avanzó en dirección opuesta—. ¡Katsuki!... ¡Bájame!

Siguió gritando hasta que el alfa, preocupado por el escándalo lo acomodó en sus brazos para taparle la boca. Denki aprovechó la nueva posición para morderle la mano y soltarle un puñetazo en la garganta. Eso consiguió que Inasa aflojara su agarre.

Denki se apartó de él con expresión furiosa.

—No vamos a dejarlo solo.

—Denki, por favor, Katsuki ha tomado una decisión.

—¿Y no tengo yo derecho a tomar una? ¿Por qué ellos pueden elegir quedarse y luchar a su lado mientras que ustedes toman la decisión por mí?

—¿No lo entiendes? Katsuki es consciente del riesgo que hay aquí. Si ataca al General y falla está muerto, si lo mata, no hay garantía de que salga con vida. Pero no importa. Él ha hecho las paces con la idea de morir en este pozo negro.

—Eso lo sé. Y por esa razón no puedo permitirlo. Tú, que estabas dispuesto a morir por Mirio, deberías entenderlo. Él es nuestro líder, y lo mínimo que podemos hacer para honrar eso es quedarnos a luchar y de ser posible evitar que termine muerto en este apestoso lugar. Sé que tú quieres luchar contra el General.

—Por supuesto, daría todo por estar ahí, pero... él me ha dado una orden.

—Y yo te estoy pidiendo un favor.

—Lo siento.

—Yo también —respondió Denki y tronó los dedos a la vez que sacudía su aroma. La bestia, que había permanecido quieta hasta ese momento, se impulsó de un salto para interponerse entre ellos. Denki aprovechó el momento para perseguir al grupo de Katsuki con Inasa detrás.

[...]

Fue relativamente fácil encontrar el rastro del alfa, Denki no había mentido al decir que alguien había marcado toda una zona con el aroma a romero; el pasillo, las paredes y cada rincón apestaba a la misma esencia. Fue olerlo y sentir a su propia naturaleza responder porque era un aroma sano y completo, adulto en su totalidad y con una energía tan potente que no había duda de que el dueño iba a ser un rival interesante.

Sin embargo, el aroma cubría una zona tan amplia que habría sido imposible identificar el origen exacto así que Katsuki separó a sus hombres que vestían con los uniformes de la guardia a fin de localizar al alfa o al General. Sus órdenes incluían mantener su aroma al mínimo y evitar cualquier ataque directo. Era un riesgo separarse y Katsuki lo sabía, pero confiaba que eso minimizara la atención sobre su grupo dada la escases de los guardias a causa de la guerra.

Una vez solo, Katsuki enderezó la postura calándose la capucha de su uniforme y avanzó por los pasillos con soltura como cualquier guardia que hace su ronda. A diferencia de los pasillos anteriores donde se veían obligados a cargar con su antorcha para avanzar los nuevos pasillos mantenían encendidas las lámparas en lo alto iluminando perfectamente todo el lugar.

Al ver que un guardia avanzaba en su dirección Katsuki se tensó, los dedos le temblaron a la altura del cuchillo que tenía en el cinto mientras se cruzaba con el demonio que no mostró interés por él al cruzarlo y seguir.

Katsuki siguió avanzando, persiguiendo ese aroma que hacía rugir su sangre, suponía que el alfa sabría cómo encontrar al General, así que hizo su misión encontrarlo y pese a que el aroma estaba por todas partes, también era fácil distinguir su rastro, el cual lo condujo hasta un pasillo cualquiera donde un guardia custodiaba una puerta.

Era de suponerse que la razón de que el aroma fuera más intenso en ese lugar era porque el alfa estaba ahí. Ya fuera porque era su habitación o tal vez alguna oficina para trabajar. A Katsuki no le importaba, alistó el cuchillo y enfiló por el pasillo manteniendo su aroma al mínimo a fin de no alertar a su enemigo.

Alzó una mano –la que no tenía el cuchillo– para saludar al guardia que devolvió el gesto con cierta torpeza, entonces alteró su dirección para acercarse y cuando estuvo cerca –tan cerca que vio el rostro del guardia fruncirse en confusión–, Katsuki saltó hacia adelante hundiendo la afilada hoja en el corazón de su enemigo en un movimiento rápido y limpio.

Arrancó el cuchillo con fuerza, dejando que el cuerpo se deslizara hacia el suelo, mientras él enfilaba hacia la puerta abierta listo para repetir su ataque casi tropezándose con la persona que salía de ahí. Una persona que alzó la cara para mirarlo.

Katsuki se vio reflejado entonces en dos ojos tan verdes como las hojas que crecen a la sombra.  

[...]






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