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Capítulo 57: Huele a Naranja

Sinopsis: Es cruel aquel que alienta a perseguir una esperanza indiferente al puente resquebrajado sobre el que se avanza.

[...]

Ante la ausencia de Yō, Denki retoma sus actividades diarias. Preparar provisiones, mantas, odres, y todo lo necesario para el viaje a los túneles del nuevo grupo. Eso también incluye pasar tiempo con el grupo omega a fin de convencerlos de arriesgarse a salir pues su estado demacrado, enfermizo y hambriento es muchísimo peor que aquellos que encontraron al principio.

Le resulta imposible no extrañar al cachorro y cuando le da la nostalgia le da por hurgar entre sus mantas viejas a fin de encontrar alguna que aún huela a él. Se acurruca en ella para dormir mientras sus dedos frotan incansablemente el saco que le ha quitado. En ocasiones se arrepiente de haberlo tomado, y a veces no consigue entender por qué lo tomó.

¿Estás diciendo que esa cosa solo siente interés por el aroma de un omega sano?

Tiene una idea, aunque no está seguro de que pueda llamarla idea porque no tiene un plan o una sucesión de pasos a seguir. Tan solo es una idea. Algo que requiere tiempo y sangre fría para crecer y mutar... para convertirse en un plan.

A veces cuando Katsuki se sienta con él a cenar o tan solo charlar, Denki tiene ganas de explicarle su idea. Varias veces abre la boca y se congela cuando el alfa frunce el ceño y pregunta, ¿qué?

—Nada —responde él y cambia el tema.

La razón es simple, es cruel ofrecer una esperanza vacía.

Denki había sido testigo del cambio en Katsuki, de esa energía feroz que los saco de prisión, a la férrea obsesión que lo hizo recorrer medio Hosu, hasta la violenta ira que estalló contra Eijirou. Todo para acabar en una sala destrozada donde su dolor latía en compases claros. La culpa había estado a punto de acabar con él, pero al final Katsuki había hecho las paces consigo mismo y había salido adelante. Y aunque no lo decía en voz alta, era claro que la esperanza que tenía de que Izuku estuviera vivo tras colarse en el despacho del General iba muriendo –o había muerto– tras todos esos meses bajo tierra; en cambio había asumido una practicidad simple y su objetivo era claro: Liberar a tantos prisioneros como fuera necesario.

Y por esa razón Denki no se atrevía a ofrecerle otra esperanza inútil sin tener un plan pues no soportaría verlo hundirse en la tristeza si su idea resultaba ser un callejón sin salida. Además, debía esperar a que el grupo de Eli alcanzara más de la mitad de su viaje por los túneles; no podía arriesgarse a llamar la atención sobre los prisioneros que salían.

A fin de construir un plan, Denki le pidió a Katsuki los mapas que Neito había dibujado para ellos y por las noches se sentaba a estudiarlos. Un puñado de esos mapas mostraban las cúpulas que habían encontrado y vaciado, otros seguían siendo un misterio porque no había logrado marcar un punto de referencia sobre el cuál ubicarse.

La Ciudadela era un laberinto que parecía extenderse en todas direcciones a lo largo de las montañas. Nadie sabía cuántas cúpulas había en realidad, cuántos prisioneros estaban atrapados en su interior, o la dirección de la mayoría de los túneles; habría sido una insensatez recorrer cada uno como chiquillos en un paseo cualquiera. Katsuki lo sabía y por eso había decidido asentarse en una zona y moverse desde ahí.

Por esa misma razón Denki supo que, aun si lo que Inasa había dicho era cierto y la bestia era capaz de rastrear a un omega sano, no podía dejar que el animal lo llevara a recorrer ese lugar sin saber exactamente hacia donde iban. Él tenía que estar seguro de que si abandonaba la "zona segura" –que era como llamaba a su campamento base– podía hacer el viaje de vuelta, de lo contrario su fracaso terminaría con él perdido en esos túneles infinitos.

Además de estudiar los túneles y hacer copias –pues su memoria era terrible–, Denki también hizo tiempo para sentarse junto a la bestia noumu cada vez que podía. Le llevaba de comer, le acariciaba la cabeza y le frotaba el hocico cuidando muchísimo en mantener su aroma en baja frecuencia a fin de que el animal se acostumbrara a su toque y no a la esencia de la naranja.

—¿Qué haces? —pregunto Katsuki una vez cuando bajo a buscarlo a la entrada de los túneles donde Denki comía con la cabeza del animal en el regazo.

—Bueno —respondió Denki—, si esta cosa va a seguirme a casa será mejor que le enseñe modales.

—Hay trabajo allá arriba.

—Lo sé, solo necesitaba aire fresco y baje para despejarme. Subo apenas termine de comer.

—Si tanto extrañas a Yō debiste irte con él.

—Lo extraño, pero como te dije vinimos en grupo y nos vamos en grupo.

—Pues entonces sube y ayuda para que podamos irnos más pronto.

Denki asintió, se despidió del animal y volvió a sus quehaceres, pero siguió visitando a la bestia regularmente hasta sentirse cómodo en su presencia. Y cuando finalmente calculó que el grupo de iba a la mitad de su viaje, tomo la decisión de poner su plan en marcha.

—Inasa, ¿puedo hablar contigo un momento?

—Claro, ¿qué pasa?

—Se acabó la tela que tenía así que voy a ir al almacén a busca más y me quedaré ahí toda la jornada porque me resulta más fácil trabajar.

—¿Quieres que saque el rollo de tela por ti?

—No hay necesidad. Si Katsuki pregunta dile que volveré para la cena.

—De acuerdo.

—Y si no he vuelto para la cena, es porque me he retirado temprano. Pasaré la noche en la cúpula donde dormía con Yō, y si puedes evitar que Katsuki vaya a visitarme como suele hacer cuando decido dormir ahí sería perfecto, porque no quiero que me diga que debí irme con ellos. ¿Te importaría hacerme este favor?

—Claro que no, pero... ¿eso significa que tampoco vendrás con nosotros a comer?

—No, comeré con el grupo omega, no te preocupes.

—De acuerdo, entonces te veré después, Denki.

Denki le sonrió. Apenas lo perdió de vista corrió hasta su nicho donde coloco una carta entre el lío de cobijas que usaba como cama, entonces recogió su arco, sus cuchillos y una bolsa con provisiones antes de abandonar la cúpula. Esperaba volver antes de que descubrieran que se había ido, pero al menos contaba con la certeza de que Inasa entretendría a Katsuki el tiempo suficiente para impedir que llevara a cabo su plan.

Encontró a su "mascota" esperando cerca de la entrada a los túneles y de ahí la condujo hacia el único elevador que tenía el tamaño perfecto para subirlos al piso superior. Hacer girar la manivela requirió más esfuerzo del esperado y el crujido lo puso nervioso, pero Denki ahogó toda duda decidido a seguir adelante.

Katsuki y su grupo había inspeccionado de extremo a extremo los túneles que aparecían los mapas que tenían –y que habían podido identificar–, pero aún quedaban otros pasillos intactos que esperaban a que el grupo continuara con su inspección. Denki se dirigió hacia esa sección con una antorcha lista y suficiente material para no quedarse a oscuras durante su trayecto.

Colocó la antorcha en una base y después extrajo de su bolso el saco con el frasco de cristal. Al tomarlo entre sus dedos se sorprendió de lo pequeño que era.

Si hago esto y me equivoco le habré quitado a Katsuki lo último que le quedaba.

No pudo evitar dudar. Cerró los ojos y pensó en todo el viaje que habían hecho hasta ahí, en el terror y abandono de las celdas, en todas las dificultades que aún esperaban en el camino y por supuesto en esa frágil esperanza que a veces lo hacía soñar con un futuro. Pensó en Eijirou y su sonrisa, en la tibieza de Yō y su manos curiosas, pero especialmente pensó en Katsuki y lo que le debía. Y si existía una sola esperanza de ofrecerle algo en compensación por todo lo que el alfa le había devuelto, no debía dudar.

No había permitido que el miedo le impidiera llevarle la menta, el papel y la tinta, y ciertamente no iba a permitir que el miedo lo paralizara en ese momento; así que tomó aire antes de abrir el frasco para verter parte del contenido sobre el saco de tela a fin de que la bestia pudiera olfatearlo con libertad asegurándose de mantener su aroma bajo control. Después de tapar el frasco lo guardo en su bolsillo sostuvo el saco frente al animal y dejo que este se frotara contra él.

No había esperado que el animal corriera en una carrera frenética tras un rastro invisible pero hubo cierta decepción cuando todo lo que hizo fue permanecer quieta olfateando el saco. Decidido a no rendirse, Denki le hizo una seña para avanzar.

—Vamos —dijo y ambos se internaron en los túneles negros iluminados por la trémula luz amarillenta que provenía de la antorcha.

Avanzaron a paso vivo siempre de frente, y como Denki no tenía un mapa lo único que podía hacer era dejar marcas en las paredes que le indicaran el camino de vuelta. Hizo pausas para comer y descansar, pero mantuvo su ritmo sacudiendo la bolsita frente al animal esperando alguna reacción de su parte.

Cuando el aroma de la menta se atenúo, Denki dejo caer otro puñado de gotas sobre el saco antes de guardar el frasco. Necesitaba que el animal se familiarizara y reconociera ese aroma antes de que el contenido se agotara, así que fue extremadamente cuidadoso con su contenido, pero el animal permaneció quieto a su lado mostrando interés por el saco y nada más.

Lo único que Denki podía hacer era seguir, internarse más y más en los silenciosos túneles negros.

[...]

Planear, atacar, asediar, vencer, cobrar su premio y emprender la larga travesía de vuelta a la Ciudadela para colocar su nuevo trofeo junto al resto es la rutina que Tomura Shigaraki sigue con una desenvoltura envidiable, y aunque en ocasiones la victoria se le ha escapado de las manos –y ha sido él quien ha tenido que retirarse a la espera de una segunda oportunidad–, no pasa mucho tiempo antes de que vuelva a casa con otro puñado de flores para presumir. Lo que no se espera es al intruso que encuentra en su alcoba apenas abre la puerta.

—¿Qué haces aquí?

Himiko Toga, con su pelo rubio recién cortado, pálida y ojerosa, está sentada en el suelo con las piernas estiradas y entablilladas mirando los trofeos que adornan las paredes.

—Me escondo.

—¿De quién?

—El médico. Quiere dejarme en la clínica tres meses más y yo estoy harta de quedarme tirada en la cama sin hacer nada.

—¿Te arrastraste hasta aquí?

Ella se encoge de hombros mientras mete un largo trozo de madera entre los resquicios de las protecciones que le han puesto alrededor de las piernas para aliviar la comezón que siente en una de sus rodillas. Tras haberse roto las dos piernas caer del túnel, Himiko se había pasado semanas al borde la muerte, después paso casi el mismo tiempo gritando de dolor mientras le ajustaban las piernas. Se negaba a creerle al médico cuando este le aseguraba que no volvería a correr en los bosques.

—No me gusta que la gente entre en mi habitación —insistió Tomura al verla inmóvil.

—Y yo esperaba no tener que verte la cara, francamente.

—Es mi habitación.

—Se supone que estás guiando una guerra.

—¿Crees que luchamos día y noche como si fuéramos caballos? Eres una imbécil. Esta guerra no es una batalla única que se decide en un solo día.

—Ahora suenas como tu padre.

—Cállate —dice Tomura de mal humor rindiéndose al fin mientras avanza hacia la pared para colgar la primera de sus nuevas adquisiciones: Una bellísima flor de color dorado con cinco pétalos redondeados.

—¿Y esa?, ¿cuál es?

—Su nombre no importa.

Ninguno de ellos importaba en realidad. Lo que Tomura recordaba era cómo y dónde había conseguido recolectarlas, el placer que había obtenido al arrancarlas de un salvaje perdedor y el orgullo que suponía tenerlas como muestra de su poder. Su mural cubre tres de las cuatro paredes de su habitación y ninguna de esas flores es una pieza ordinaria o anodina. Todos sus trofeos destacan por su belleza o color, cada uno más asombroso que el anterior.

—¿Cómo las organizas? —pregunta Toga tras un momento de silencio sin dejar de rascarse las piernas—. ¿O tan solo vas cubriendo la pared conforme llegan?

Por alguna razón, Tomura decide ser honesto.

—Las que conseguí en combate arriba, los prisioneros en la parte inferior.

—¿Y por qué tienes muchas de esa? —pregunta Toga señalando un puñado de flores iguales en la parte baja de uno de los muros.

Al mirarlas Tomura no puede evitar sonreír. Las flores que Toga señalan están entre sus favoritas; las flores anemone que tomó de uno de los prisioneros son un caso único entre su colección.

—A ese omega le gustaba morder —y maldecir y gritar, pero nunca suplicar, incluso mientras lloraba. Era asombroso—. Una lástima que se haya muerto.

Toga se ríe mientras él termina de acomodar sus trofeos en la pared. El deleite que siente al contemplar el recuerdo de sus victorias es indescriptible.

—Vi una flor roja —murmura Toga en voz baja desde el suelo.

—Hay muchas flores rojas.

—No como esta, tenía la forma de una espada. Larga y roja como si estuviera cubierta de sangre, era impresionante.

—¿Dónde?

—Uno de los salvajes la tenía, fue el espía creo. Sí, el beta que traje aquí.

—¿Me estás diciendo que él tenía una flor roja en su cuerpo?

—Estaba entre sus cosas. Tenía un dibujo de la flor roja. Iba a traértelo como premio, pero perdí todo cuando me capturaron. ¿Crees que haya algún salvaje con esa flor?

—Probablemente, pero si es una flor exótica será difícil encontrarla.

—Seguro que el espía sabría encontrarla, era lo único que sabía dibujar.

Tomura no le responde, en cambio se echa en su cama indiferente a la compañía que tiene y tan exhausto de su viaje que se duerme casi de inmediato, pero la idea se queda con él y mientras descansa en la Ciudadela con Toga, quien se aparece y desaparece como animal salvaje, no deja de pensar en la flor roja con forma de espada. Incluso mientras habla con Kurogiri sobre las provisiones de las tropas, o mientras supervisa los cargamentos que siguen enviándose por el canal hacia los embarcaderos de la bahía, la idea persiste en su mente como la mala hierba que crece en el prado.

Y aun cuando vuelve al campo de batalla para derribar a tantos enemigos como puede, no deja de buscar entre los caídos más flores para su colección; curiosamente las flores rojas son las primeras en capturar su interés. Procura no repetir ejemplares en su colección –las anemonas son una rara excepción– aunque si el combate es impresionante se asegura de reemplazar a la anterior.

Sin embargo la flor roja no deja su mente y cuando vuelve a la Ciudadela tras semanas de ausencia para recuperarse de sus heridas más recientes se acuerda de la conversación con Toga por lo que decide visitar a la mascota de su padre para interrogarla. Se sorprende al descubrir que la habitación donde suele estar está vacía, al igual que el despacho de su padre, y le lleva casi una hora rastrearlos en otro de los túneles.

—¿Qué haces aquí? —gruñe Tomura cuando encuentra a su padre en una intersección cualquiera con su libreta de notas y una expresión aburrida.

—Leer —responde el hombre apartando los ojos de su libro para enfocarlos en su hijo—. ¿Qué haces tú aquí?

—¿Por qué no estás trabajando?

—Lo hago —y al decirlo sacude la cabeza hacia la intersección. En el pasillo adjunto Tomura ve una puerta abierta y nada más.

—Solo veo una puerta.

—Exacto, el omega está dentro.

Tomura lo mira, sacude la cabeza con evidente irritación y alza las manos en un gesto claro de ¿y? El gesto hace suspirar a su padre, quien se aleja de su puesto de vigilancia y avanza hasta la puerta abierta. Ahí, encuentran al omega sentado en el pequeño cuarto de vigilancia que los guardias usan para descansar entre sus patrullas. Sobre la pequeña mesa hay un puñado de hojas secas y tarros vacíos.

—Hemos terminado por hoy, Mirio —dice su padre—. Enviare a un guardia por ti para que subas a limpiar tu habitación.

El omega no responde, se limita a trabajar mientras el General cierra la puerta con llave; después se alejan hasta el puesto de vigilancia de esa zona. La impaciencia de Tomura crece mientras su padre le ordena al guardia sacar al omega para devolverlo a su celda.

—Quédate con él mientras limpia —ordena— después lo subes a su celda y le pones las cadenas.

—¿Qué estás haciendo? —estalla Tomura una vez que se quedan solos.

—Esperando el próximo ciclo del omega, el estrés lo ha vuelto inestable así que estoy intentando tranquilizarlo para evitar más alteraciones. He descubierto que le gustan las plantas así que de vez en cuando le doy algunas bajo la excusa de que necesito que las clasifique, eso parece relajarlo.

—¿Y por qué te importa que esté relajado?

—Porque el miedo arruina cualquier medición que haga de él.

Tomura lo miro con abierta reprobación.

—Sigo sin entender por qué estas siendo indulgente con este omega.

—La razón por la cual los omega son inútiles para crear el incienso es porque el miedo amarga su esencia creando patrones de estrés visibles en su cuerpo. La razón por la cual no he podido estudiar al género omega es porque su miedo contamina los resultados. Este omega también siente miedo, pero con un trato adecuado he conseguido que este se atenúe lo suficiente para estudiarlo con calma. Hasta ahora he confirmado que es el miedo lo que le permite mentir.

—¿Ya no miente?

—Oh, no, aún lo hace, pero es más fácil identificar sus mentiras.

—¿Y qué esperas conseguir con esto?

—Información. Incluso he hecho un descubrimiento asombroso. El incienso sí afecta a los omega.

—No, no lo hace.

—No en un primer momento, y como el contacto suele ser mínimo no solemos estudiarlo, pero tras someterse a él durante largos periodos de tiempo sienten náuseas y dolores de cabeza.

—Agh, ¿y eso que importa?

—Importa porque el incienso podría tener una debilidad.

—No la tiene.

—Escucha, y presta atención a lo que digo. Kurogiri me ha dicho que los salvajes han mejorado sus tácticas contra el incienso, ¿verdad?

—No es nada que no podamos manejar. Siguen quemando ramas e hirviendo hojas, y nosotros seguimos venciendo.

—Como dije, los salvajes han mejorado sus tácticas para enfrentarse al incienso, pero según Kurogiri no es el mismo nivel de éxito que tuvieron los prisioneros, ¿recuerdas? Aquellos que soportaron el asedio y sobrevivieron a varios enfrentamientos, y eso hizo que todos creyeran que habían desarrollado inmunidad.

—¿Y lo hicieron?

—No, es imposible volverse inmune al incienso, pero ellos encontraron una forma para luchar contra él. Encontraron un punto débil en mi arma.

—¿Cuál es?

—Los omega. La única diferencia entre un grupo y otro es que los prisioneros contaban con omegas en su grupo. Si de alguna forma lograron utilizar la influencia omega sobre los afectados por el incienso, eso explicaría porque un grupo diminuto de prisioneros desnutridos consiguió acabar con el ejército de Shuichi.

—Pero los omega no luchan.

—Tal vez lo hayan hecho, tal vez no, no lo sé, pero si la Bestia descubrió ese secreto y lo utilizó para su beneficio, eso explicaría muchísimas cosas.

—La Bestia está muerta.

—No según Kurogiri.

—Hay rumores, pero nadie lo ha visto en el campo de batalla.

—No importa, aún si está muerto no puedes garantizarme que su descubrimiento muriera con él. Necesito averiguar si la presencia omega representa una amenaza para el incienso.

—Aún si lo es, los salvajes no permitirían que los omegas participaran en el campo de batalla. Todos sabemos eso.

—No es el ejército que tenemos afuera el que me preocupa.

—Entonces qué.

—Los prisioneros, Tomura. Si ellos descubren que los omega pueden, de alguna forma, contrarrestar la presencia del incienso, tendríamos problemas para controlarlos.

—No hemos tenido problemas hasta ahora.

—Porque el miedo lo arruina todo, pero si los omega pueden controlarse el tiempo suficiente para neutralizar el incienso, nuestro sistema se quiebra.

—¿Y usarás a los prisioneros para comprobarlo?

—Aún no, la orden de asilamiento sigue activa.

—¿Es decir que en todos estos meses nadie ha bajado a ver a los prisioneros?

—Kurogiri asegura que no tenemos suficientes soldados para hacer una inspección a gran escala, así que concentramos nuestra atención en las tres cúpulas que tenemos más cerca y el resto de ellas sigue aislada hasta que no tengamos más personal para un conteo y una extracción seguro.

—El encierro los volverá locos, ¿no te preocupa perderlos?

—Tenemos suficiente incienso para no vernos afectados por la pérdida de un porcentaje importante de su población. Y Kurogiri sigue enviando comida así que los más fuertes sobrevivirán.

—Y entonces, ¿cómo vas a probar tu teoría?

—Aquí es donde entra mi pequeña mascota. Con su ayuda comprobaré si los omega pueden influenciar a un alfa sometido al incienso.

—¿Cómo sabes que él puede hacerlo?

—Porque sabemos que el omega recorrió los túneles haciéndose pasar por un alfa, según lo que dijo nuestro traidor salía a reunirse con el resto a los embarcaderos, pero por qué. No cabe duda de que en ese momento el grupo alfa debía encontrarse bajo la influencia del incienso, habría resultado inútil hablar con ellos a menos que este omega hubiera encontrado la forma de arrancarlos de su trance. Así que en teoría sabe hacerlo y para averiguar si tengo razón le estoy tendiendo una trampa.

—Dudo que caiga en ella si lo único que haces es dejarlo solo con la puerta abierta.

Su padre se echó a reír y le hizo una seña para que lo siguiera.

—Mi trampa es un poco más compleja —continuo el General mientras avanzaban lentamente por los túneles de esa sección de vuelta hacia el edificio principal—. Y ha requerido tiempo. Desde hace un par de meses lo he traído con regularidad para clasificar ingredientes, y él atiende y escucha, sabe que la puerta abierta es una trampa porque siempre estoy cerca, pero él cree que es una prueba de conducta y se atiene a ella esperando su oportunidad. Apenas la tenga, lo tendré en mi mano..., lo único que necesito ahora es un alfa y darle un baño para que no huela a mí, ¿puedes ver lo que pasará después?

—No

—Supongo que puedo mostrártelo, vamos.

Su padre aprieta el paso y Tomura lo imita, se alejan del pasillo principal torciendo en la siguiente intersección y de ahí todo derecho sin detenerse.

—¿Qué alfa usarás?

—He ahí el detalle. No lo sé aún. El alfa que estuvo con él tiene otra misión por delante, hemos hecho progresos con la nueva versión del incienso. Ha logrado sobrevivir pese a todo y con su ayuda tenemos posibilidades para mejorar nuestra arma, como sus resultados han sido aceptables decidí enviarlo a un pequeño trabajo de campo, por esa razón él está fuera de toda consideración —se encogió de hombros con indiferencia—. Estaba pensando en pedirte que captures a un alfa adulto. Necesito crear un escenario creíble pues el omega se ha vuelto precavido, me temo que ha sido mi culpa aunque-

Se detiene de golpe y Tomura lo imita. Se encuentran en una intersección –pasajes vacíos que se alarga en cuatro direcciones distintas–, tres de los túneles están iluminados por las antorchas que los guardias cambian constantemente y el último es una boca negra que lo señala como un camino sin utilizar. Está listo para preguntarle a su padre por su actitud cuando lo ve alzar la cara como un cazador, olfateando el aire como si hubiera algo en él que lo ha sacudido.

—¿Qué es?

—No estoy seguro, ha sido un soplo de aire que viene de... —se gira hacia el túnel negro y lo mira como si esperara que el secreto se revelara ante él. Sin dudar se interna en las sombras oscuras sin dejar de olfatear el aire.

—¿Qué es? —insiste Tomura irritado por su nariz inútil y su falta de respuestas. La irritación solo crece cuando su padre vuelve a detenerse ante otro cruce y aunque es imposible verle la cara en la oscuridad puede oír el asombro en su voz cuando pronuncia una sola palabra.

—Naranja.

—¿Qué?

—Huele a naranja —lo escucho aspirar y aún sin verle la cara lo notó relajarse—. Hay un omega fuera de su celda.

—¿Estás seguro?

—Desde que mi mascota decidiera meterse en mi despacho me asegure de marcar los límites de mi territorio a fin de evitar de que la situación se repitiera. En estos túneles solo se huele el romero, y solo mi aroma existe aquí. Eso garantiza que nadie pueda acercarse sin que yo lo sepa.

—¿En dónde está?

—No lo sé, ha sido un soplo repentino. Habrá que buscarlo —avanza por el pasillo hasta toparse con un guardia al que detiene—. Trae antorchas y reúne a más de los tuyos. Hay un prisionero fuera de su celda.

El guardia se marchó a toda velocidad y ellos volvieron al pasillo oscuro donde inspeccionando con cautela las sombras en busca de algún rastro claro. Salieron a tiempo para encontrar al grupo de guardias que empezaba a reunirse, estaban discutiendo cómo organizarían la búsqueda cuando se oyó la alarma.

—¿Y ahora qué? —preguntó Tomura.

El General se echó a reír.

—Mi mascota ha salido a jugar.

[...]




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