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Capítulo 56: Sobre el Afecto

Sinopsis: Porque la bondad que recibimos es la misma que ofrecemos.

[...]

La intención de Katsuki de sacar al cachorro junto al resto ese mismo día se topó con dos muros solidos: El primero, que los alfa le rehuían y los omega se entristecían tan solo de tenerlo cerca lo que les impedía concentrarse en mantener su aroma estable mientras viajaban por los túneles, sin mencionar que casi todos se encontraban en tan malas condiciones que apenas si podían cuidar de sí menos aún de un recién nacido. El segundo problema fue que su aroma era tan intenso que las bestias se arremolinaban junto a él como abejas a la miel –una ironía nada divertida–; había bastado que lo bajaran al piso inferior para que los animales empezaran a acercarse. Su presencia había provocado que el cachorro empezara a llorar a viva voz haciendo que todo el mundo entrara en pánico.

Denki había tenido que alejarse de los túneles hasta un rincón privado para calmar a la criatura pues ninguno de ellos quería que el sonido atrajera otras atenciones indeseadas.

—No puede quedarse —le dijo Katsuki tras despedir al grupo de prisioneros.

—En unas semanas el aroma se atenuará —respondió Denki frotando con suavidad la pequeña espalda mientras los gimoteos enfadados quedaban ahogados en su cuello—, lo sacaremos entonces. Lo que me preocupa ahora es cómo vamos a darle de comer.

—He preguntado y una omega, llamada Eli, se ha ofrecido para alimentarlo. Aún tiene leche de su último parto.

—¿Quiere cuidarlo?

—Solo alimentarlo ha dicho, no quiere... dice que no está lista.

No añadió más y Denki lo entendió.

—¿Su alfa se queda?

—No —respondió Katsuki y por su expresión Denki entendió que el mencionado era uno de los problemáticos.

Así fue como Denki, Eli y el cachorro se instalaron en una cúpula vacía. Eli estaba tan flaca y demacrada como el resto, con la misma expresión de espanto que todos los demás; era obvio que necesitaba descansar, subir de peso y recuperar un poco de autonomía, por lo que Denki se negó a exigirle nada. En cambio la dejo dormir y comer a su gusto mientras él enfocaba toda su energía en atender al cachorro de pulmones excepcionales que solo podía dormir cuando lo paseaban en brazos, específicamente cuando Denki lo llevaba de un lado a otro tarareando en voz baja.

Y es que el cachorro poseía un olfato extraordinario, un hecho común entre todos los suyos, que le permitía detectar el mínimo cambio en los aromas que lo rodeaban. Le resultaba imposible identificar emociones complejas o mensajes privados, el suyo era un instinto tan básico que solo podía reconocer el miedo y la ira. Había identificado el aroma de aquellos que habían estado con él desde el principio y no dudaba en expresar su descontento cuando algún aroma desconocido se acercaba, razón por la cual se había negado a comer directamente del pecho de la omega que se había ofrecido a alimentarlo.

Eli se había visto obligada a extraer la leche de sus pechos en un cuenco para que lo alimentaran con un biberón improvisado –hecho con un odre y una boquilla– pues el pequeño prefería fijar sus ojos negros en Denki mientras comía. Tenía unos ojos impresionantes, negros como la obsidiana, tan oscuros que era inevitable pensar si se quedarían así al transcurrir los meses o cambiarían de color como solían ocurrir con los pequeños.

Su cara regordeta también era preciosa, con una nariz de botón y una boca dulcísima. Con excepción de su llanto exagerado cuando se ponía de mal humor, el cachorro resultó ser sorprendentemente tranquilo. Le gustaba mirar fijamente a Denki, parpadear con él y aferrarle los dedos con una fuerza sobrenatural.

No resulto sorprendente que Denki se enamorara de él de forma absoluta.

Si bien le sorprendía el afecto desgarrador que sentía por esa criatura en ningún momento se detuvo a considerar no quererlo. Lo había visto nacer envuelto en sangre, lo había limpiado con mucho cuidado memorizando hasta el último de sus deditos, y lo había mecido incansablemente frotando su mejilla contra él mientras el padre gritaba obscenidades al otro lado de la puerta.

Denki le había procurado afecto y contacto desde su primer aliento y en su afán por mostrarle su cariño solía frotar su mejilla contra él a fin de impregnarlo con su aroma, el cual eventualmente se desvanecía siendo reemplazado por esa esencia de leche dulce que le pertenecía. A Denki no le importaba, le daba otra razón para ronronear junto a él y darle besitos cuando estaba despierto.

El cachorro le correspondía con devoción.

—No le gusta que te alejes—comentó Katsuki una noche, cuando fue a visitarlos tras terminar con sus actividades del día. Había visto al cachorro berrear cuando intentaron que Eli le diera el pecho una vez más, razón por la cual se había sentado a darle de comer mientras Denki se bañaba. Al volver Denki encontró al cachorro en los brazos de Katsuki con el puño en la boca y los ojos dormilones fijos en el rostro del alfa.

—¿Lo crees? —dijo Denki—. A mí me parece que no tiene problemas con eso.

—Llora si te desapareces.

—Es lo que hacen los cachorros.

—Te considera suyo.

—Y él es mío —respondió Denki con ferocidad.

Katsuki lo miró.

—¿Estás seguro? —preguntó pues esa era una decisión importante. Un cambio que afectaría la vida del omega para siempre, especialmente si tenía intenciones de emparejarse—. No todos los omega pueden criar cachorros ajenos y no todos los alfa están dispuestos a aceptar un cachorro que no es suyo.

Denki pensó en Eijirou, en su sonrisa gentil y su seguridad, no pudo evitar entristecerse al imaginar su negativa, pero había tomado una decisión.

—Lo estoy —aseguró con firmeza, sus ojos fijos en el pequeño que se había dormido.

Katsuki asintió deslizando un dedo por la mejilla redonda y suave, le toco el puño babeado y el pequeño reacciono agitando las aletas de la nariz. Al detectar el aroma a madera, le aferró el dedo con fuerza sorprendente sin llegar a despertarse.

—Su padre está muerto —murmuró Katsuki tras una larga pausa sin apartar sus ojos de esa nariz diminuta.

—¿Qué pasó?

—Lo encerramos en una celda para que se calmara y después baje a decirle que lo dejaríamos salir con el siguiente grupo, pero cuando le llevaron de comer unos días después lo encontraron frío. Se había ahorcado. Creo que no soportó la idea de salir después de lo que había hecho.

—No fue su culpa.

—En las tragedias nunca es culpa de nadie.

Denki sacudió la cabeza y se pasó una mano por el pelo húmedo mirando al cachorro.

—Estas celdas nos acompañaran toda la vida, ¿verdad?

—Sí.

Un resoplido de agonía sacudió al cachorro en su sueño, aunque no se despertó; Denki tuvo la precaución de cubrirse la boca con las manos a fin de calmarse.

—Pero las celdas no lo tocarán a él —dijo Katsuki alzando los ojos para mirarlo—. Ni a ninguno de los que venga después.

—¿Lo prometes?

—Por eso luchamos.

Denki le sonrió.

—¿Tienes que irte o te quedas con él mientras lavo sus pañales? Tengo una pila de retazos apestosos esperando por mí.

—Ve.

Katsuki se quedó atrás empapándose del aroma a leche dulce, ese aroma que lo había atormentado durante años –que aún lo hacía–, pero que en ese momento era una esencia delicada que relajaba sus músculos y apaciguaba su mente. Tenía que recordarse constantemente que ese aroma no era su enemigo, que podía relajarse con el cachorro en sus brazos y al mismo tiempo mantener la guardia, permanecer alerta y despierto frente al incienso. Era una lucha que hacía día a día sin remordimiento.

Sus hombres no compartían su opinión. El resto se había negado categóricamente a entrar en la cúpula o cargar al cachorro, al igual que los prisioneros habían asociado el aroma con peligro y preferían mantener la distancia. Iban a necesitar tiempo y paciencia para no huir de él, Katsuki no pensaba presionarlos, además era mejor si se mantenían en alerta constante mientras siguieran dentro de los túneles negros.

El único del grupo que no había sido condicionado para huir del incienso era Inasa, pues si bien le había tocado luchar contra él no había sido obligado a vivir bajo su efecto durante años. Sin embargo, el bárbaro tampoco había mostrado muchos ánimos por acercarse al bebé.

—¿Por qué le tienes miedo? —preguntó Denki cuando el hombretón se apareció en la cúpula como parte de su supervisión diaria. Él y Katsuki se habían turnado para visitarlos con regularidad y en cada ocasión el bárbaro había exhibido la misma actitud esquiva tan impropia de él.

—¿Miedo? —preguntó Inasa con sorpresa.

—Bueno, sí, no parece que el aroma te espante como a los otros, pero sigues sin acercarte.

—Porque no quiero enfadarlo.

—¿Enfadarlo?

—Los cachorros son increíblemente susceptibles con los aromas desconocidos. Tienen a fijarse en lo primero que detectan y se enfadan cuando su sentido del olfato se sobrecarga. Sin mencionar que en las tribus está mal visto que un alfa extraño toque a un cachorro que no es suyo.

—Oh, no lo sabía... ¿y que otras costumbres tienen allá?

—mmm... cuando los cachorros cumplen su tercer luna se organiza una fiesta para presentarlos. Es también cuando los padres eligen un nombre para él.

—¿Hasta la tercer luna?

—Sí, porque solo entonces hay garantía de que sobrevivirán.

—Pues este va a sobrevivir —respondió Denki de forma automática arrancándole una sonrisa a Inasa.

—Entonces necesitas escogerle un nombre.

Denki parpadeó, miró al cachorro que sacudió su puño babeado en el aire sin coordinación alguna con sus ojos abiertos y fijos en él.

—Piénsalo —dijo Inasa y con eso se despidió de él para volver a sus tareas.

Denki se quedó atrás con el bultito que se sacudía queriendo dormir, con una pila de pañales sucios, y una omega que había dejado de llorar por las noches pero con la huella de la tristeza visible en los ojos. Curiosamente, el escoger un nombre no había cruzado por su mente en ningún momento, ocupado en bañar, alimentar y cuidar al cachorro. Sus inquietudes más apremiantes eran: Cómo iban a sacarlo, qué hacer si volvía a tener cólicos y su llanto rebotaba en toda la cúpula, cómo evitar que se enfriara en ese lugar donde siempre hacía frío, cómo conseguir que dejara de llorar cada vez que había una bestia cerca. Decenas de preguntas cuya finalidad era mantener a ese cachorro con vida. Ponerle un nombre no estaba en su lista de prioridades.

Pero era importante así que Denki lo considero con muchísimo cuidado.

Como muchos otros omega Denki había elegido nombres para sus cachorros imaginarios, cachorros con los que muchos fantasean cuando son niños –después de todo era la vida que se esperaba de él en Yuuei–, pero ninguno de esos hombres parecía ser apropiado para ese cachorro que había nacido bajo tierra. Tampoco tenía una lista de nombres con significados impresionantes de la cual escoger, tan solo nombres de la gente que conocía.

Por un momento pensó en ponerle Eijirou, o alguna variación obvia, pero desecho la idea al considerar las implicaciones. Si Eijirou decidía quedarse para ayudarlo a criar ese cachorro, debía hacerlo libre de cualquier chantaje emocional. Entonces pensó en llamarlo Katsuki, porque el alfa había sido la razón de que estuviera vivo en primer lugar, pero se dio cuenta que sería terrible que el cachorro creciera bajo una sombra tan grande como la del alfa.

Descartando ambas opciones, Denki se encontró como al principio, no se le ocurría otra persona que hubiera marcado su vida para siempre. Entonces se acordó.

Esa noche se sentó en su pequeño nicho lejos de las escaleras con la espalda contra la pared. El cachorro se agitaba con entusiasmo sobre sus piernas dobladas, envuelto en sus mantas y su ropa improvisada. Había crecido a lo largo de esas semanas, mirando todo con una avidez insaciable, e incluso sujetando lo que tuviera cerca.

—Tengo un nombre para ti —le dijo al cachorro en voz baja mirándolo a la cara. La respuesta del pequeño fue sacudir las manos en el aire—. El nombre de alguien que nos quiso y a quién no pudimos querer, pero él cuido de nosotros, fue nuestro amigo, y se sacrificó para que pudiéramos estar aquí. Él me salvó y yo no pude salvarlo, pero te salvaré a ti. Lo prometo. Te prometo que saldrás de aquí, Yō.

Se inclinó hacia el cachorro para darle un besito en la frente mientras este intentaba aferrarle el pelo. Al apartarse le sonrió y recibió a cambio una sonrisa igual, la primera.

—¿Te gusta tu nombre, Yō? —pregunto Denki dándole más besos. El cachorro no dejo de agitarse entusiasmado envuelto en el aroma a naranja y la tibieza de ese cariño que parecía interminable.

El segundo ciclo que Denki paso en esos túneles lo hizo en compañía de Eli y del cachorro, gracias a él se dio cuenta del tiempo que había transcurrido porque era prácticamente imposible distinguir un día de otro. Habían pasado más de seis meses desde que abandonaran al resto del grupo, cruzaran las montañas y se internaran en esos túneles negros, era imposible saber lo que sucedía en el exterior, con la guerra que se libraba en la superficie. Katsuki y el resto seguía preparando a los prisioneros para su larga travesía al exterior con provisiones suficientes para garantizar que no murieran bajo tierra, entrenándolos para mantener su aroma constante y enseñándoles a soportar la presencia de las bestias. Sin embargo, la mayor preocupación de todos era la ausencia completa de guardias.

Era claro que el General había abandonado a los prisioneros a su suerte, enviando apenas comida para mantener a una parte de ellos con vida, pero nada sugería que no bajarían repentinamente para contar a los supervivientes. De suceder, ellos necesitaban estar listos para enfrentarlos. Por esa razón Katsuki reunió a los suyos para explicarles su plan.

—Si nos descubren debemos retrasarlos tanto como sea posible mientras sellamos los túneles a fin de que no puedan perseguirnos. De lo contrario irán tras nosotros, o peor enviarán a las bestias a matarnos.

—¿Cómo vas a sellar los túneles?

—El principal punto de acceso que hay desde donde entramos hasta los túneles son los elevadores de esa zona, así que vamos a bloquearlos para impedir su uso. Sin embargo, es posible que haya otra entrada siendo que una de las bestias subió para buscar a Denki, así que tenemos que encontrarla.

Pero cuando el grupo asignado para localizar esta entrada fracasó, Katsuki decidió pedirle ayuda a Denki para atraer a su amiga y obligarla a subir.

—Técnicamente no es mi amiga —respondió él al oír su plan. En sus brazos, Yō no dejaba de girar la cabeza en todas las direcciones posibles.

—Pero te sigue.

Denki no le respondió ocupado en sonreírle al cachorro y en sujetarle la cabeza.

—¿Cuál es el problema? —pregunto Katsuki al saberse ignorado.

—Nada... es... no importa. Lo haré, por supuesto que ayudaré.

—¿Cuál es el problema?

Su respuesta fue un suspiro, tras lo cual Denki apretó la mejilla contra la coronilla del pequeño antes de mirarlo.

—No quiero dejar a Yō.

—Ha dejado de llorar si lo sueltas.

—Lo sé, pero... no quiero dejarlo —sacudió la cabeza y se balanceó haciendo que el cachorro balbuceara de deleite—. Lo quiero.

—Esto será rápido, lo prometo.

—Lo sé... lo sé, lo siento —y con un último suspiro de duda fue con Eli para informarle de la situación antes de salir con Katsuki para reunirse con el grupo que los esperaba en el túnel de entrada—. Ayer acepto comer del pecho de Eli —confesó Denki en voz baja mientras avanzaban.

—Eso es bueno.

—Lo sé. Tiene un apetito feroz y crece a buen ritmo. Tú has visto como balbucea cuando le hablan, o como le da por girar la cabeza cuando oye algo...

—¿Cuál es el problema entonces?

—...me preocupa que crezca aquí abajo, sin la luz del sol.

—Solo es temporal.

—Lo sé.

—Tal vez sea tiempo de prepararlo para su viaje por los túneles.

Denki se pasó una mano por el pelo desparpajado pues había dejado que Inasa se lo cortara con un cuchillo durante la cena de la noche anterior. Katsuki también exhibía un corte inusual que en cualquier otra ocasión habría provocado que Denki se burlara.

—Hablaré con Eli sobre este asunto —respondió Denki tras un momento—. Creo que está lista para marcharse, y sé que aceptará si le pido que cuide de él hasta que encuentren a los nuestros. De ser posible le diré que busque a Ochako para que ella lo cuide mientras yo no estoy.

—¿De qué hablas? Tú te vas con él.

Por primera vez Denki se rio y le soltó un golpe en el brazo.

—¿Qué dirá Eijirou si te dejo atrás?

—No va a quejarse.

—Entonces yo soy quien se queja, me necesitas para salir y lo sabes. ¿O a qué omega vas a pedirle que cubra a todo tu grupo?

—Haremos lo mismo que hacen los prisioneros, iremos entre un grupo omega.

—Por favor, eres de los que se queda atrás defendiendo la retaguardia, no vas a dejar que ningún omega se quede contigo.

—Exacto y por lo tanto tú no te quedas.

—Lo siento, no tienes opinión al respecto. Vinimos como grupo nos vamos como grupo, no hay puntos intermedios.

Katsuki insistió, Denki no le hizo caso, y la discusión continuó hasta que alcanzaron los elevadores.

Lo primero que hizo Denki al llegar a los túneles fue concentrar su aroma para despojarse del aroma a leche que el cachorro había dejado en él antes de internarse en la boca oscura con una antorcha en la mano dejando al grupo alfa atrás. Vagabundeó por la zona procurando no alejarse demasiado del camino que conocía.

La bestia noumu que los había seguido por los túneles y se había colado tras ellos a los pasillos negros de la Ciudadela había terminado marchándose tras el nacimiento del cachorro. Su ausencia había sido una alegría para Denki que se ponía nervioso cuando la tenía cerca pese a que el animal nunca se había mostrado violento con él.

Esos nervios regresaron cuando algo se apretó contra su espalda y al girarse Denki descubrió que en su ausencia la bestia noumu había crecido hasta tener el mismo tamaño monstruoso que sus familiares.

—No me comas —murmuró Denki extendiendo una mano para tocarle el hocico. Fue un alivio que pese al tamaño el animal se frotara contra su mano con entusiasmo y la misma familiaridad de antes.

Con el animal detrás de él, Denki hizo el viaje de vuelta hasta ser recibido con exclamaciones de sorpresa y maldiciones ahogadas. Y en cuanto la bestia detectó el aroma alfa, emitió un gruñido bajo que puso a todos en alerta inmediata por lo que Denki tuvo que cubrirlos con su aroma a fin de evitar complicaciones.

— Tú y yo jugaremos a las escondidas —murmuró Denki pasando las manos por el hocico del animal hasta impregnarlo con su aroma—. Tú la tienes y me tienes que buscar.

—No entiende lo que estás diciendo —dijo Katsuki en algún punto a su izquierda.

—No le hagas caso al alfa gruñón —dijo Denki apartándose de la bestia con lentitud—, tú haz lo que te digo.

Denki retrocedió con mucha calma hasta los ascensores donde Inasa lo esperaba para activar la manija y hacerlos subir. Dado el tamaño de la caja la bestia tuvo que quedarse atrás obedeciendo la señal de alto que Denki le hacía para que no se acercara. El ascensor crujió mientras ascendía y una vez arriba el omega emitió un suspiro de alivio.

—Es tiempo de dar una vuelta —dijo Inasa y Denki fue tras él.

—No estoy seguro de que este plan vaya a funcionar —murmuró Denki mientras vagaban sin rumbo por los pasillos negros envueltos en la tenue luz amarilla que provenía de la antorcha que Inasa llevaba en la mano—. Nada garantiza que la bestia intentará colarse otra vez en los túneles para seguirme.

—Lo hizo antes, y si lo hace de nuevo Katsuki y los otros encontraran la entrada que necesitamos bloquear.

—Lo que no entiendo es por qué me sigue.

—Porque eres un omega.

—Hay muchos de esos aquí.

—Sí, pero ellos están enfermos, débiles y tristes, y su aroma los delata. No así el tuyo.

—¿Estás diciendo que esa cosa solo siente interés por el aroma de un omega sano?

—Sí.

—Pero no puedes saberlo con seguridad, no hay otro omega sano aquí para comprobar tu teoría.

—No necesito comprobarlo. Solo lo sé.

—¿Cómo?

—En las montañas tenemos una regla absoluta. Los omegas no pueden dejar las aldeas, internarse en el desierto o vagar por las montañas.

—Sí, sí, ya me sé sus costumbres: A los omega se les mima y no se les deja hacer nada.

—Es por su seguridad. Todos saben que el aroma omega atrae a las bestias, hay historias de aldeas arrasadas por culpa del aroma omega. Nosotros creíamos que eso las volvía locas, pero después de lo que hemos visto aquí creo que esas aldeas fueron exterminadas porque las bestias se alteran ante la presencia alfa, tal vez lo consideran un enemigo o una amenaza, pero no así con los omega. Ve lo que sucede en los túneles, las bestias los dejan cruzar sin alboroto pero no así al grupo alfa.

—¿Nadie en tu aldea sabía que las bestias no eran peligrosas con los omega?

—No. Es una revelación que he venido aprender aquí. Y mi gente tiene que saberla, eso cambiaría muchas cosas.

—Me sorprende que el General no lo haya pensado.

—Creo que el General, al igual que muchos otros, ha subestimado a los omega.

Denki asintió con lentitud y entonces se dio cuenta de una revelación aún más importante.

—¿Eso significa que esa cosa va a seguirme a casa cuando salgamos de aquí?

Su expresión de pánico hizo sonreír a Inasa.

—¿Ahora entiendes por qué en las montañas se prohíbe que cualquier omega se aleje de las zonas habitables?

—No es broma, Inasa, ¿qué voy haces con esa cosa detrás de mí?

Inasa se echó a reír.

Siguieron vagabundeando por los pasillos esperando que el animal apareciera de pronto pero quien se materializó frente a ellos fue uno de los hombres de Katsuki que los hizo bajar por el ascensor para después guiarlos hasta donde el resto esperaba. El noumu se emocionó de ver a Denki y empujó contra él hasta casi derribarlo mientras Katsuki y los otros inspeccionaban la entrada.

El acceso que la bestia había usado para colarse en los pasillos de la Ciudadela resultó ser un hueco en una pared sin terminar, pero dado su tamaño actual resultaba imposible que volviera a cruzar así que la dejaron atrás mientras ellos se colaban por el diminuto espacio en la pared.

La nueva estancia olía asqueroso, era larga y oscura con lo que parecían incontables celdas alineadas en varios pasillos y pisos. No tardaron en descubrir que las celdas estaban llenas de cuerpos alfa en descomposición tras haber perecido de inanición.

—Son los alfas ferales —dijo alguien en algún punto detrás pero Denki solo tenía ojos para el cuerpo muerto que yacía en la celda con el estómago hueco y la sangre en las paredes. No pudo evitar acordarse de la escena que había contemplado tiempo atrás, justo antes de escapar de prisión.

—Revisen todo —ordeno Katsuki—, después nos vamos.

Tras investigar el contenido de todas las celdas, el grupo ascendió por la rampa que conducía a los pasillos de la Ciudadela y de ahí Katsuki los instruyó para que bloquearan los ascensores del último piso dejando solamente aquellos que fueran a utilizar.

Denki espero hasta quedarse a solas con Katsuki para cubrirse los ojos y llorar.

—¿Recuerdas a Itsuka? —preguntó apenas consiguió recuperarse. Aparto la mano de su cara y miró a Katsuki con los ojos brillantes.

—Sí.

—Le gustabas.

—Lo sé.

—Ella se emparejó a propósito, decía que era mejor enfrentar las desgracias en compañía y pasaba mucho tiempo haciendo comparaciones entre un alfa y otro, aunque tú siempre salías ganando —sonrió antes de gimotear. Se obligó a respirar—. Y cuando no volvió, supimos que el alfa que le había tocado había sido uno de sus prospectos.

—La encontraremos.

—¿Cuántas más cupulas hay, Katsuki? Este lugar parece interminable y no se acaba. Todos esos alfa... todos sus omega están muertos...

—Seguiremos luchando.

Denki asintió, suspiró y miró el techo.

—También lo pensé —confesó tras una pausa—. Pensé que hacer lo mismo que ella.

—Pero no lo hiciste, y ahora estás aquí para ayudarlos a ellos.

—No podremos salvarlos a todos, ¿verdad?

—Lo sabías.

—¿Y cuándo sabremos que es hora de huir?

—Cuando los guardias del General bajen a contarlos.

—Podría ser en cualquier momento.

—Y por eso tenemos que sacar a ese cachorro antes de que sea demasiado tarde.

Denki estuvo de acuerdo con él. Durante los siguientes días dedico todo su tiempo a establecer una rutina con el cachorro y Eli que incluía horarios específicos para comer, caminar y descansar, y especialmente empezó a llevarlo a los túneles para que se acostumbrara a la presencia de las bestias. Su mayor reto era conseguir que dejara de llorar cuando él se alejaba por demasiado tiempo, para calmarlo impregnó con su aroma cuadritos de tela a fin de que el bebe pudiera llevarlos prendidos en un collar especial.

Eli y el cachorro hicieron pruebas cortas, entraban en los túneles durante un par de días a fin de acostumbrarse al terreno, la oscuridad y el sonido de los animales que habitaban ahí. Denki los acompañó las primeras veces para enseñarle a Eli el camino que iba a seguir pero luego empezó a quedarse fuera, esperando hasta verlos volver. Como el aroma del cachorro se había atenuado Eli podía fácilmente ocultarlo con el suyo, y no tenía problemas atendiendo al pequeño que fuera de exigir la atención de Denki se comportaba con relativa tranquilidad.

El día en que ella dejo de entrar en pánico apenas lo escuchaba llorar, Denki decidió que era momento de hacer una prueba más larga. Fueron tres días en los que él se sentó en la entrada del túnel obligándose a respirar a cada momento, cortando trozos de tela para distraerse y cosiendo dos arneses para que Eli pudiera llevar al cachorro con las manos libres. Y cuando ambos volvieron, ella con aspecto cansado pero satisfecho, Denki los recibió con un abrazo, incapaz de resistirse a levantar al cachorro que gorgojeo de alegría al percibirlo sacudiendo las manos en su dirección. Denki frotó su nariz contra él.

—¿No tuviste problemas? —le preguntó a Eli y ella procedió a relatarle su viaje. Al terminar Denki le sonrió y dio su veredicto—. Estás lista.

Para cuando los exploradores volvieron por el siguiente grupo, Eli y el cachorro ocupaban lugares en la comitiva delantera. Además de provisiones y agua, Eli llevaba una bolsa con decenas de trocitos de tela que olían a naranja y varias mantas extras por si hacía frío. El puñado de pañales que habían preparado para el viaje se habían repartido entre el grupo de omegas que viajaban con ellos pues no llevaban suficiente agua para lavarlos en el camino y reusarlos.

—¿Todo está listo? —pregunto Katsuki cuando bajo para inspeccionar al grupo.

—Sí, pero Denki sigue repitiendo las mismas instrucciones —respondió Inasa con una sonrisa afectuosa.

Katsuki sacudió la cabeza y avanzó hasta donde Denki seguía balanceando al cachorro mientras Eli sonreía. Le quitó al cachorro de las manos y lo sostuvo frente a él, viéndolo balbucear mientras movía brazos y piernas desacompasadamente.

—Despídete, Yō —le dijo y el cachorro sonrió extendiendo las manos hacia él.

Katsuki dejo que le tocara la cara mientras frotaba su nariz contra esa mejilla regordeta.

—Buen viaje —le dijo a Eli mientras le devolvía el cachorro a Denki. Un momento después se quitó el saquito que había cargado en el cuello a lo largo de todos esos meses para colocárselo al pequeño—, aún estás a tiempo de irte —añadió mirando a Denki. Tras eso dejo a Inasa a cargo del grupo y él volvió a subir para visitar las cúpulas vacías donde los voluntarios se habían quedado a recolectar la comida que los demonios enviaban.

Denki besó al cachorro una vez más antes de ayudarle a Eli a meterlo en el arnés que llevaba en el pecho, le acarició las mejillas y la cabeza antes de fijar su atención en el saquito que colgaba de su pecho. Su mente viajo al pasado, a una celda negra y apestosa donde había creído que moriría. El terror que había sentido en esos momentos aún vivía en su mente, pero lo que recordaba de ese día con muchísima precisión –además de los dedos cerrándose en torno a su garganta– fue ese breve destello de menta que hizo estallar la poderosa esencia de la madera quemada.

¿Estás diciendo que esa cosa solo siente interés por el aroma de un omega sano?

Una idea se materializó en la mente de Denki.

—Nos vamos —murmuro Eli cuando el resto de la comitiva empezó a moverse.

Denki volvió al presente para darle un último beso a Eli y al cachorro, además de un abrazo de despedida, después se quedó ahí viendo a la comitiva desaparecer mientras aferraba el saquito que acaba de quitarle al pequeño. No estaba seguro de lo que iba a hacer con él.

[...]





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