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Capítulo 54: Sin Miedo

¡Hola de nuevo! En Octubre Bouquet de Flores cumple tres años, sí, no se si avergonzarme porque me ha tomado muchísimo llegar aquí o alegrarme porque conseguí llegar a su aniversario con una mega actualización.

Para quien no lo sepa esta historia se acerca a su final y a fin de permitir que los lectores puedan sumergirse en la recta final sin distracciones de ninguna clase decidí hacer dos actualizaciones múltiples. La primera se enfocará en el último conflicto a resolver y la segunda en las despedidas finales y lo que sucede después. Así pues, esta actualización consta de SIETE capítulos juntos, donde se resolverán varias dudas y tendremos el encuentro que muchos esperan.

No negaré que ese encuentro da miedo porque hay tanta expectativa en él que no me queda duda de que habrá decepciones, pero es algo que no puede evitarse. Lamento si es así, he intentado que sea lo más creíble dentro de los eventos de la trama y el contexto emocional de los personajes, pero ustedes son los últimos jueces y cada opinión es válida. Independientemente de lo que suceda quiero agradecerte por acompañarme en este viaje y por leer.

Debo informarles que he actualizado las advertencias de la historia así que favor de revisarlas con cuidado antes de continuar. Por si acaso reitero el aviso de: Angst. Muerte. Sangre, Tragedia, Violencia y Desmembramientos. También quiero agradecerles a quien se han tomado la molestia de comprar el libro, versión física o digital, porque siempre ha sido mi sueño escribir profesionalmente y tal vez algún día pueda lograrlo (y vivir de ello). También les doy las gracias a quienes comentan y dejan kudos, y a quienes visitan el blog para leer las divagaciones que hago. Todos y cada uno de ustedes ha puesto un granito de arena en el vaso de motivación que existe en mi escritorio, y si bien no estoy segura de ofrecerles un pago justo por ello, no duden que hago mi mejor esfuerzo para continuar. Ustedes me inspiran a seguir y por eso tienen mi más eterno agradecimiento.

Habrá solo una nota extra en otro de los capítulos así que me despido. Preparen una bebida caliente, cierren la puerta, cuelguen el cartel de "ausente" y agarren la almohada para iniciar la lectura. Ya hablaremos cuando lleguen al final. 

[...]

Sinopsis: Nunca confíes en aquel que porta las llaves de tus cadenas.

[...]

El General le había dicho que controlaría su aroma para no abrumarlo, pero Izuku supo que mentía la siguiente vez que el hombre visitó el cuarto. Al entrar, la esencia del romero se esparció por la habitación como una nube invisible que lo hizo estremecer.

Tras los cinco años que había pasado solo en las montañas, el volver a encontrarse con su gente le había recordado lo maravilloso y abrumador que podía ser el aroma de los extraños pero aún rodeado de gente era cortesía mantener las emociones al mínimo: Shouto había mostrado un control absoluto en el suyo, la esencia beta de Aizawa y el resto de los marinos era estable y discreta, incluso las vivaces notas que brotaban de los cachorros en el barco habían sido una curiosidad más que una molestia. Y en la prisión, todos los aromas que había detectado estaban teñidos con la enfermedad y el cansancio, todos eran pálidas muestras ante el aroma del General.

—¿Pasa algo? —preguntó él sentado en su mesa mientras se dedicaba a ordenar hojas sueltas y completar anotaciones.

—No —mintió Izuku encogiéndose en su esquina mientras el miedo sacudía su aroma a fin de ofrecerle una protección contra el romero.

Fue inútil.

Sin quitarle los ojos de encima el General potenció su aroma ahogando todo lo demás. Era tan potente que creyó se asfixiaría con él y tan denso que lo sintió acumulándose en la base de su estómago como si fuera algo físico. El aroma sacudía su miedo, lo hacía dudar de su juicio y su voz. Era una presencia alfa como no había conocido antes.

—No tengas miedo —dijo el General.

Esa se convirtió en su frase favorita e Izuku no supo identificar si mentía. No había fluctuaciones en su aroma, notas altas o bajas que demostraran un cambio emocional, no había nada más que una presencia constante y poderosa que saturaba el ambiente hasta sofocar cualquier otra. Ya fuera porque el hombre se había acostumbrado a dejarlo correr a toda potencia o porque había perdido control sobre él, el General se olvidó de la promesa que le había hecho a Izuku y se encargó de empapar su habitación con la esencia del romero. Al dormir Izuku soñaba con el aroma, y al despertar podía sentirlo en la punta de los dedos como si fuera una envoltura que no puede sacudirse.

Como el General continuaba ordenando sus notas sin hacerle caso, Izuku empezó a planear su escape. Hasta el momento se había abstenido de iniciar con la investigación de las marcas sin flores y él no tenía planeado esperar hasta que su atención volviera a él, así que empezó a llevar un registro mental de sus visitas –duración y frecuencia– además del número de visitantes que aparecían; en una ocasión incluso logró hacerse con un abrecartas que había caído del escritorio mientras el General salía para atender a un mensajero. Al volver no dio señales de reparar en el objeto faltante porque se marchó sin hacer un solo comentario.

Con el abrecartas Izuku intentó forzar la cerradura de sus cadenas, pero el objeto se partió a la mitad sin haber logrado su objetivo. Eso no lo desanimo y siguió intentando.

Curiosamente su oportunidad para escapar se presentó una noche cuando oyó que la puerta se abría y un guardia embozado de negro, de la cabeza a los pies, se deslizó por la puerta con la agilidad de un gato mientras Izuku se enderezaba con el corazón palpitándole en los oídos. No pudo evitar encogerse en una esquina mientras el guardia abría sus cadenas a toda velocidad.

—De prisa —le dijo el guardia al levantarse y ver que Izuku no se movía—, no tenemos tiempo. Tenemos que salir de aquí.

—¿Quién eres?

—Shoji me envía, ¿vienes o no?

El nombre sacudió a Izuku que se levantó de un salto para seguirlo. Avanzaron por los pasillos vacíos e iluminados a toda velocidad, lo cual no era mucha dado que la rodilla de Izuku se había convertido en una articulación rígida que necesitaba calentar antes de ser sometida a una actividad física extrema.

—¡Vamos! —lo apremió el guardia deteniéndose en la siguiente intersección mientras Izuku cojeaba detrás de él.

A mitad del siguiente pasillo el guardia se detuvo y le hizo una seña a Izuku para que se acercara en silencio.

—Tengo que asegurarme que el camino está despejado —dijo e inmediatamente después señaló una de las puertas que había en el pasillo—, espera ahí y volveré por ti.

—¿Dónde está Shoji?

—Esperando.

Así que Izuku cojeó tras el guardia hasta entrar por la puerta que sostenían para él; apenas estuvo frente a la entrada el guardia lo empujó e Izuku se tambaleó mientras oía el cerrojo cerrarse a sus espaldas.

Lo primero que detectó al entrar fue el aroma de la sangre y lo segundo el romero. El miedo se sacudió de inmediato, paralizándolo por completo, y cuando recuperó el balance lo que vio fue al General de pie en una sala iluminada escarbando en lo que parecía un torso –el torso de una persona– mientras las extremidades se alineaban en otra mesa –seis en total–.

La imagen hizo a Izuku retroceder, estrellándose con la puerta cerrada, que se mantuvo igual pese a sus intentos por abrirla.

—Está cerrada —dijo el General tras un momento elevando los ojos hacia él—, la llave está ahí.

Entonces señaló hacia el pedestal que tenía al otro lado de la mesa, donde una cabeza –con la llave insertada en el ojo– se erigía como un trofeo absurdo.

—Pues tomarla, salir, y dejar que mis guardias te lleven de vuelta a tu habitación, o esperar hasta que termine para acompañarte personalmente. Decisión tuya.

Izuku no se movió, solo tenía ojos para la cabeza.

—¿Lo conoces? —preguntó el General, y un momento después chasqueó los dedos como si acabara de recordar—. Oh, tonto de mí. Por supuesto que lo conoces. Es el pequeño traidor que te ayudó a salir, ¿cierto? Creo que su nombre era Shoji. Mi hijo se sentó a charlar con él y aprendimos muchas cosas sobre ti. Hay muchos huecos, por supuesto, pero creo que puedo llenarlos, o al menos intentarlo. En fin, tras su charla con Tomura, no había mucho que hacer por él así que decidí aprovechar para estudiarlo. Un bonito espécimen, ¿no lo crees? Cuatro brazos, una característica única.

"Una de las cosas que me produce curiosidad es por qué todos los habitantes de Hosu y Overhaul muestran tantas cualidades distintas, a diferencia de nosotros. Siendo que ellos provinieron del otro lado del mar, uno llega a preguntarse qué existe más allá de lo que vemos aquí. Hay tribus enteras que comparten características específicas, pero la variedad entre todos sigue siendo asombrosa. La gente con alas, como el capitán Hawks, a quién seguramente recordarás, es muy rara. Este de aquí también lo era. ¿Qué crees que podamos aprender de él?"

Al no recibir respuesta el General se apartó del torso, se limpió las manos ensangrentadas en el trapo sucio que tenía cerca y avanzó hacia Izuku.

—No tengas miedo —le dijo al ver que lloraba—. Este destino no es para ti. Aún hay muchas cosas que espero aprender de ti y viendo lo inteligente que eres he decidido hablar contigo de frente, Izuku.

La respuesta de Izuku fue congelarse contra la puerta mientras el miedo rugía.

—¿Quién...?

—No te preocupes, no te guardo rencor por todas las mentiras que me has dicho. He aprendido mucho sobre Mirio; de hecho, espero seguir aprendiendo de él, pero si quieres evitar que te abra como un pez tal vez sea bueno que entiendas algo muy simple. Espero un comportamiento impecable de tu parte, sin absurdos intentos de escape ni los bajos trucos que usan los omega para ofrecerse a cambio de cualquier cosa, hazlo y tú y yo nos llevaremos bien, ¿de acuerdo?

El miedo estalló en una nube negra y lo último que Izuku vio antes de desmayarse fue la cabeza de Shoji balanceándose en su pedestal... aunque en realidad era él quien caía.

[...]

El interrogatorio del General inició dos días después. En su mayoría sus preguntas eran estrictamente profesionales: ¿Cuál es la duración de tu ciclo?, ¿cada cuántas lunas ocurre?, ¿cuál es su intensidad? Había otras de índole más personal: ¿Cuáles son los síntomas más comunes? ¿Has compartido tu ciclo con alguien antes? ¿Cuántos orgasmos consigues? Y solo unas cuantas –ocasionales y repentinas– indagaban su origen, la aldea donde creció, su familia, y la historia que lo llevo a Hosu.

Izuku insiste en su mentira: Soy Mirio, un omega nacido en Yuuei, un omega huérfano que no tiene a nadie. Solo en eso miente; todo lo demás son verdades duras e incómodas que no importan, pero se niega a permitir que el General sepa de su madre o su familia así que insiste en las mentiras sobre su pasado, las cuales son difíciles de sostener cuando hurgan en ellas con una tenacidad de acero. Son mentiras que crecen cada vez que el hombre hace preguntas de seguimiento porque siempre vuelve a ellas para confirmar alguna de sus afirmaciones. Y para mantenerlas frescas Izuku tiene que repetírselas una y otra vez enterrando otras memorias para hacerles lugar... pero el aroma a romero lo complica todo y a veces no puede evitar confundir verdades y mentiras hasta que la división se desdibuja.

Un día, en lugar de entrar, acercar la silla y sentarse para repetir el interrogatorio de siempre, el General dejo entrar a los guardias que comenzaron a limpiar la habitación removiendo objetos y cajas, instalaron estantes con cerraduras y sacaron casi todos los muebles. La operación se completó en dos días, tras lo cual el General volvió para cerrar la puerta con llave antes de detenerse frente a él.

—Hoy haremos otra cosa. Abriré tus cadenas y me dejaras examinarte, puedes cooperar o no hacerlo. No importa. La diferencia está en si tendré que llamar a los guardias para que te encadenen a la mesa, ¿qué dices?

Izuku lo pensó. Observó al General, a la puerta cerrada, y finalizó con un vistazo rápido a la habitación entendiendo por qué se habían llevado todos los objetos sueltos y peligrosos.

—Sin guardias —dijo al final

—Entonces de pie.

El hombre abrió sus cadenas y lo condujo hasta la zona más despejada donde le ordeno subir a una mesa. Izuku titubeó y su reacción inmediata fue echarse hacia atrás, provocando que el hombre lo empujara contra la superficie de madera donde procedió a amarrarlo con las cintas de cuero adheridas al mueble.

—Iba a cooperar.

—La próxima vez asegúrate de obedecer al instante. Ahora, no tengas miedo —añadió el alfa antes de proceder a medirlo: Su estatura, el tamaño de sus manos y pies, la circunferencia de su cabeza, y mucho más.

La visión del General inclinado sobre un puñado de papeles mientras escribía pensativamente hizo que Izuku se acordara de su padre. Era la misma expresión que este tenía cuando intentaba discernir el mejor tratamiento para uno de sus pacientes –absolutamente neutra y fija–, solo entonces supo que el hombre no había mentido al decirle que en verdad deseaba averiguar más sobre las marcas que no florecían. Esa idea, junto con el hecho de que el examen había sido completamente inofensivo, provocó que el miedo de Izuku se atenuara. Si bien en el fondo de su mente no podía dejar de pensar en Shoji y lo que habían hecho con él, la curiosidad de Izuku lo hizo prestar atención a sus exámenes.

Lo cierto era que él también sentía curiosidad por su marca sin flores; él mismo había investigado el asunto mientras vivía solo en las montañas, su propio padre había tratado de estudiar la anomalía hasta que su madre le había prohibido el tema. "Las flores vendrán" había dicho ella, la misma frase que había repetido desde que Izuku le enseñara su marca. La misma frase que el General le repetía a su hijo.

La frase que había llevado a Tomura a recolectar flores sangrientas.

Tras comprobar la dedicación que el hombre enfocaba en el problema –la obsesión sobre el tema–, Izuku supo que el General encontraría una respuesta, si es que la había, a por qué había marcas sin flores. Así tuviera que buscar en el mundo más como él, no dudó de que el General no se detendría ante nada para alcanzar la verdad. De la misma forma que había volcado su tenacidad y ambición en crear el incienso, el General descubriría el secreto sin importar el dolor, la miseria o la humillación que pensaba infligir en el resto.

Se preguntó entonces si esa respuesta valía el precio que ese hombre estaba dispuesto a pagar. ¿Valía la humillación? ¿Valía las cadenas? ¿Valía la vida de aquellos que vendrían después de él?

No, se dijo Izuku mientras yacía en su nicho en un rincón mirando el techo. No quiero saber.

Esa afirmación cimentó su deseo de escapar.

Pero tras el chasco con el guardia, Izuku se había inclinado por la cautela especialmente cuando hubo más guardias que llegaron en la noche, abrieron sus cadenas y lo instaron a escapar. Uno de ellos incluso conocía el santo y seña de Tokoyami, así que Izuku fue con él solo para que el General lo encerrara en otra celda para examinarlo. Hubo uno que sabía de Toshinori, aunque en esa ocasión Izuku se quedó en su lugar mientras el guardia no dejaba de repetir lo mismo.

—¡Vamos! ¡Vamos! ¡Tenemos que salir de aquí!

Izuku se tapó los oídos esperando el amanecer que traería al guardia que volvería a ponerle las cadenas y con él llegó el General exhibiendo una expresión satisfecha.

—Eso ha estado muy bien.

Después de eso hubo un descanso, aunque los interrogatorios y los exámenes del General continuaron. Envuelto en el aroma a romero –intenso y amargo y absoluto–, Izuku empezó a notar lo difícil que era concentrarse hasta el punto de que había ocasiones en las que se quedaba quieto con la mirada ida.

—¿Qué tienes? —indagó el General, inclinado sobre sus datos sin mirarlo. Era una pregunta casual hecha en un día cualquiera en un tono curioso, y en cualquier otra circunstancia Izuku se habría puesto en guardia con el miedo sacudiéndose dentro de él pero en ese momento en lo único que puede pensar es en el aroma a romero y en cómo no encuentra nada en su mente para mentir.

Así que dice lo primero que se le ocurre.

—¿Dónde está Hitoshi?

—Donde siempre.

—¿Puedo verlo?

—Tal vez, algún día.

—¿Está muerto?

—Por ahora, no.

No hubo sacudidas ni fluctuaciones –nunca las había–, e Izuku quiso creer que era verdad. El pensar en Hitoshi lo hizo acordarse inevitablemente del alfa monstruoso que había estado a punto de matarlo.

—Murió, ¿verdad?

—¿Quién?

—El alfa de los túneles.

—¿Qué alfa?

—El gigante, el... el tipo que cayó en la zona donde me capturaron.

—¿Por qué importa?

—Porque recibió el incienso directo en la cara..., ¿era una dosis mortal?

—No. La verdad es que nuestro desafortunado alfa nunca había experimentado el incienso, y su reacción no fue inesperada. Otros han muerto ante la primera administración.

—¿Por qué?

—No lo sé, he pensado que tal vez quienes mueren al primer contacto comparten alguna características específica, sería interesante investigarlo si no fuera una pérdida de tiempo.

—¿Temes encontrar que tu incienso puede contrarrestarse?

—Esa es la belleza de mi arma, no puedes neutralizarlo. Puedes atenuarlo, sí, lo que aumenta el tiempo que un sujeto puede someterse a él sin reaccionar a sus efectos pero resulta inevitable que el grupo alfa ceda ante él. Está en su naturaleza.

—Habrá quien se haga inmune.

—Imposible.

—Pero la tolerancia-

—Tolerancia no es lo mismo que inmunidad. Existen aquellos que pueden tolerarlo por más tiempo, sí, los adultos principalmente aunque no es una regla estricta, pero eventualmente caen ante su influencia. Aún aquellos que están preparados para él no puede evitar ceder ante el impulso que gobierna su biología. El incienso es invencible.

—Pero la inmunidad sería el paso lógico.

—No. Porque al obligarlos a someterse al incienso sin matiz alguno y durante tiempos indefinidos y prolongados, buscando ampliar su tolerancia para convertirlos en alguien completamente inmune, tus sujetos de estudio perderían toda capacidad empática para relacionarse con sus cachorros y su capacidad sensorial para comunicarse con su gente. Alguien que entrene para resistir el aroma a miel y leche, el aroma más primitivo y común que une a nuestra raza estaría entrenando para cortar toda conexión emocional con el resto. ¿Eso es lo que quieres? Porque si de verdad buscas la inmunidad entonces no serías muy diferente de mí.

—Yo nunca secuestraría a la gente contra su voluntad.

—Pero experimentarías con ellos. Tomarías a tus "voluntarios" para someterlos a un incienso que aborrecen buscando extender su tolerancia y en el proceso estarías arriesgando su vida, no la tuya. Arriesgarías todo lo que son mientras tu contemplas su miseria.

Las discusiones de filosofía era otro de los temas favoritos del General. Su postura férrea defendiendo sus acciones y las razones tras el incienso nunca cambiaban sin importar los argumentos que Izuku esgrimiera en su contra. Solían ser discusiones cíclicas que no llevaban a nada; solo que en ese momento el frágil humor de Izuku lo vuelven vulnerable a esas respuestas.

—Aceptar voluntarios es muy diferente de secuestrar personas para forzarlas a reproducirse.

—¿Te detendrías si uno de ellos muere?, ¿lo harías si alguno de ellos muestra signos de desgaste?, ¿lo abandonarías todo si descubres que tu experimento los hace perder su capacidad para comunicarse? Si la respuesta es sí, felicidades, has alcanzado la mediocridad, y tu cobardía acabara en ignorancia. Si la respuesta es no, entonces me temo que te has convertido en el monstruo que repudias.

—Monstruosidad es lo que haces con esos cachorros-

—La inocencia que se ha perdido aquí evitará que las futuras generaciones caigan víctimas de la estupidez que las gobierna ahora.

—Eso es aberrante.

Le había sido imposible ocultar su tono frustrado y al detectarlo el General había apartado sus notas antes de acercarse.

—¿Son los cachorros un tema delicado, Mirio?

Mirio, piensa y quiere reírse. El General insiste en llamarlo así aunque sabe que ese no es su nombre. Aún recuerda el terror que sintió cuando fue consciente de que la palabra en la boca del General había sido un nombre que no había oído pronunciar por alguien más en muchísimo tiempo. El General se había reído de su ingenuidad, pero nunca había vuelto a mencionar el tema, ni siquiera se vengó por todas las mentiras que habían intercambiado. No hubo castigo, solo exámenes, preguntas e indiferencia, como si al hombre le resultara exactamente igual llamarlo Mirio o Izuku.

Y él empezaba a creer que realmente no había diferencia.

—¿Lo son? —insiste el General provocando que Izuku se sacuda la amargura. Tuvo que reunir toda su entereza para calmarse evitando que su aroma se saliera de control.

—¿Lo son?

—No tolero el exterminio de cachorros inocentes.

—¿Quién te ha dicho que yo hago eso?

—Todos saben que no viven más de un año.

—¿Todos? Lo dudo. Supondré que un prisionero paranoico te ha llenado la cabeza de ideas negras. Supongo que te ha dicho que los dejo morir cuando dejan de ser útiles.

—¿Y no lo haces?

—No tengo nada que ver con la muerte de los cachorros, la mala condición de sus padres y la falta de cuidados acaba con la mayoría en esos primeros meses. Es un evento inevitable. Eso no significa que todos mueran al cabo de un año.

Su mirada se enfocó automáticamente en el hombre junto a mesa en la que yacía, y de la sorpresa no fue consciente de la repentina fluctuación en su aroma, ni del temblor de su boca, tan solo tenía ojos para el alfa que parecía sonreír.

—¿La mayoría? ¿Hay sobrevivientes?

—Hipotéticamente hablando sería una posibilidad. Los más fuertes podrían vivir más de un año.

—¿Qué haces con ellos?

—Según tu prisionero paranoico voy y los mato.

—Pero has dicho que no lo haces.

El General se encogió de hombros y volvió a sus notas. Fingió leerlas durante un momento antes de hacer una pausa para mirar a Izuku desde la distancia, lo estudió con calma mientras el miedo de Izuku le provocaba nauseas.

—¿Te gustaría que te llevara a verlos, Mirio?

Su respuesta fue automática. —Sí.

—Creo que podemos arreglarlo dependiendo de tu cooperación.

No añadió más, continúo con sus notas y poco después lo llevó a su rincón donde le colocó las cadenas sin que Izuku opusiera resistencia. Al quedarse solo, tomo consciencia de lo que el General había dicho.

Los cachorros.

Ese era un misterio que lo había obsesionado desde que hablara con Itsuka. Había recorrido los túneles buscándolos y había fracasado; sin embargo, su deseo por encontrarlos seguía ahí, tan vivo como el primer día. Supo entonces que estaba dispuesto a soportar cualquier cosa que pidiera el General a cambio de conseguir que el hombre lo llevara hasta ellos.

Ese deseo se cimentó con el paso de los días y la obsesión con los cachorros se convirtió en el punto sobre el que su vida giraba, exactamente igual a como había sucedido antes; hasta que empezó a colarse en sus sueños uniéndose a las pesadillas que lo atormentaban.

Tras su captura, los sueños de Izuku se habían alternado entre tres escenarios distintos: Un pozo negro por el cual caía hasta despertar entre sudores fríos y temblores; una persecución asfixiante con el alfa monstruoso ("Otro omega para jugar") que lo sujetaba del cuello antes de devorarlo, y finalmente, una bestia de dientes inmensos que caía sobre él destrozándole las piernas mientras gritaba de dolor.

Las mismas secuencias se repetían noche tras noche, pesadillas continuas en lugar de las memorias que habían alimentado su resolución durante todos esos años en soledad lejos de su hogar. Los cachorros tan solo añadieron un nuevo escenario: Cadáveres apilados con pasillos interminables y llantos lejanos.

Pero por más que Izuku corría en una dirección u otra nunca los encontraba. Y lo único que se quedaba con el era el aroma a romero.

[...]

Una noche lo despertó el sonido de la puerta abriéndose. Habían pasado varias semanas desde la última visita de un guardia "amigo" que intentaba convencerlo de escapar, Izuku se había acostumbrado a dormir mientras ellos no dejaban de suplicar que debía salir, pero en esa ocasión la diferencia lo golpeó apenas la puerta se abrió.

La persona que entró poseía un aroma sucio y enfermo, muy diferente del aroma a romero que impregnaba la habitación –que cubría a Izuku como si fuera un objeto–, pero tan claro que la conciencia de Izuku borró todo rastro del sueño mientras su visitante se acercaba a él a paso furtivo.

—¿Eres Izuku? —preguntó el alfa con sus mejillas huecas y su expresión huraña.

—¿Quién eres tú?

—¿Eres Izuku? Dijeron que sabías como escapar de aquí.

—¿Cómo me encontraste?

—¿Sabes o no sabes cómo salir?

Izuku se enderezó haciendo tintinear la cadena en sus pies, al verlas el alfa se inclinó sacando un manojo de llaves y fue probando una a una hasta dejarlo libre.

—Vamos —dijo el alfa antes de aferrarle el brazo para tirar de él hacia la puerta—. No hay tiempo.

Izuku intentó seguirle el ritmo, haciendo caso omiso de las uñas que se clavaba en su piel y de la repentina tensión en su rodilla.

—¿Cómo me encontraste?

—No hay tiempo —gruñó el alfa sin soltarlo—, tenemos que apresurarnos. ¿De verdad sabes cómo salir?

—Ni siquiera sé dónde estoy.

—Eso quiere decir que no lo sabes.

—¿A dónde vamos?

—Por mi omega.

Así que Izuku se dejó arrastrar por pasillos y pasillos en una situación que empezaba a resultarle familiar, no pudo evitar estremecerse cuando llegaron a otra puerta que el alfa abrió con su manojo de llaves. Izuku estaba listo para decirle que no iba a entrar cuando el alfa tomó la delantera y desapareció tras la puerta. Al acercarse y espiar por el borde vio al alfa arrodillado junto a un omega desnudo encadenado en la pared del fondo.

Izuku enfiló directamente hacia ellos y estaba a la mitad del trayecto cuando detectó el aroma a romero en la habitación, tan discreto que habría sido imposible detectarlo antes. Al mirar hacia una esquina vio al General, esperando, y solo un momento después tomó conciencia del humo blanco que flotaba sobre él.

El incienso

Retrocedió solo para toparse con un puñado de guardias bloqueando la entrada.

—Gracias por tu esfuerzo —dijo el General dirigiéndose al alfa que seguía buscando la llave correcta para abrir las cadenas del omega. Al oírlo Izuku supo que esa llave no estaba en el manojo que le habían entregado—. Y como prometí te devuelto a tu omega, ambos pueden volver a su celda.

Una señal y cuatro de los guardias avanzaron hacia la pareja, el alfa gruñó asumiendo una postura defensiva pero ellos se limitaron a esperar hasta que el incienso hizo efecto, entonces escoltaron al alfa –quieto y mudo– mientras arrastraban al omega que se encontraba demasiado débil para avanzar por cuenta propia. Izuku los observó irse ignorando abiertamente a los dos soldados que esperaban con él, casi esperando que ellos lo llevaran de vuelta a su celda. En cambio, el General les ordeno salir y cerrar la puerta.

—Quítate la ropa y súbete a la mesa.

La orden lo devolvió a la realidad y sacudió su miedo como una tormenta inclemente; cuando miro al General se dio cuenta que mantenía su postura relajada, sin cambios en su aroma o su cara. No había amenaza. La poderosa esencia de romero mantenía los mismos acordes de siempre, aunque eso no logró calmar a Izuku.

—¿Necesitas ayuda?

Miró hacia la puerta y supo que los guardias seguían ahí, esperando una orden para entrar y obedecer al General. En cualquier otra circunstancia se habría negado a obedecer, pero no había escapatoria y la idea de tener más testigos de su humillación le resultaba intolerable así que obedeció. Se subió a la mesa desnudo donde permaneció tan quieto que no hubo necesidad de atarlo.

—¿Cómo te llamas? —pregunto de pronto, como si se le hubiera olvidado.

—Mirio —repitió Izuku en automático, concentrado en regular su respiración y el temblor en sus manos.

Ese examen fue aún más humillante que todos los anteriores combinados, y lo único que salvo a Izuku de hundirse en la autocompasión fue comprender que era el típico examen que los omega soportaban de parte de sus médicos cuando tenían problemas para concebir. Lo sabía por boca de su madre pues nunca le habían permitido estar presente en uno. Y de alguna forma supo que el pobre omega que había estado antes que él había padecido ese mismo examen.

Su recompensa por su buen comportamiento fue una comida abundante, suficiente agua para bañarse y un día de descanso en su nicho en el suelo mientras aún seguía encadenado. Un par de días después el General accedió a sacarlo de su celda para llevarlo por los pasillos iluminados hasta detenerse a la entrada de otro más largo que terminaba en una puerta inmensa.

—Teníamos un acuerdo, ¿verdad? —le dijo el General mirándolo—. Tú cooperabas y yo te llevaba a ver a los cachorros. Bueno, ahí están —y con eso señalo el camino hacia la puerta—. Sin embargo, también dije que no quería más estúpidos intentos de escape, ¿recuerdas? Y en eso has fallado.

—Pero tú lo enviaste.

—Esa era tu prueba y fallaste. Debiste decirle que no.

—Él me arrastró hasta ahí.

—No lo habría hecho si tú no se lo hubieras permitido, y como castigo lo único que consigues es mirar la puerta. Tal vez en el futuro te deje verlos, así podrás comprobar si los trato bien o no y tal vez hasta puedas convencerme de que los deje ir... por ahora tenemos trabajo que hacer.

Y tras su afirmación lo arrastró a la misma habitación de antes para repetir el denigrante examen de la vez anterior. Un evento que se repitió durante semanas mientras el General aumentaba las notas que tenía sobre él. La vida de Izuku terminó convirtiéndose en una rutina tediosa –y humillante– que incluía pasar horas desnudo en una mesa mientras el General estudiaba su cuerpo.

Un día el General se sentó con él a revisar un puñado de hojas sueltas. Izuku tomó nota de las ojeras, la barba de días y el aspecto desarreglado, y supo que la investigación estaba a punto de avanzar a su siguiente objetivo.

—Físicamente tienes la constitución y el tamaño de un omega sano —declaró el General aún sin mirarlo—. Ninguna anomalidad física o alteración visible. No existe razón física que explique la ausencia de flores a menos que la infertilidad sea la verdadera causa para ello, y no podemos estudiarla sin hacer exámenes más intrusivos en ti, pero antes de arriesgarnos a conseguirte un compañero estudiaremos tu ciclo.

Izuku experimentó un terror paralizante que lo dejo sin aire, no pudo evitar encogerse temeroso del significado de esa declaración, pero el General ni siquiera le prestó atención.

—Por desgracia las características de un ciclo nos obligan a esperar demasiado entre un evento y otro, una opción sería inducirlos de manera natural o incluso artificial para no perder tiempo esperando, pero corremos el riesgo de contaminar los resultados así que tendremos que la naturaleza siga su curso. Según lo que me has dicho tu último ciclo estuvo ausente, un hecho que usualmente se asocia con un embarazo, pero como no es tu caso podemos suponer que el estrés ha causado una alteración en tu proceso natural. Has dicho que ha pasado con anterioridad, ¿verdad?

—Sí.

—¿Ninguno de los prisioneros alfa mostró interés o curiosidad por ti cuando estuviste con ellos?

—No

Las preguntas se sucedieron sin pausa, sin darle a tiempo a Izuku de hundirse en la vergüenza que suponía tener a un extraño indagando sobre cuestiones que se consideraban privadas. Sus respuestas monosilábicas y secas no enfadaron al General que continúo escribiendo en sus notas sin mirarlo, demasiado ocupado en completar su estudio como para mostrar interés por el omega que tenía enfrente. Casi al final del interrogatorio Izuku recibió la noticia de que un ayudante estaría visitándolo con regularidad para medir su temperatura y examinarlo con cuidado durante cada ciclo.

—Entenderás por qué no puedo ser yo, pero te aseguro que estaré al pendiente. Y a fin de reducir el estrés tendrás oportunidad de ayudarme con ciertas tareas en los túneles durante la pausas entre un ciclo y otro. Con la advertencia de que cualquier sabotaje de las mediciones me obligará a buscarte a un compañero, pero no tengas miedo —añadió con benevolencia—, esto te lleva un paso más cerca de los cachorros.

Izuku así lo esperaba, porque ese deseo se había convertido en lo único que lograba mantenerlo enfocado y decidido. Había renunciado a escapar, el General lo mantenía bajo una vigilancia estricta desde que supiera de sus vagabundeos en los túneles así que habría resultado imposible salir sin que él se enterara, pero si conseguía encontrar a los cachorros, si conseguía ganarse la confianza del General, si conseguía convencer a los omega que cuidaban a los cachorros de ayudarlo, entonces tal vez tendrían una oportunidad de huir.

El tiempo fue deslizándose como gotas de agua mientras el aroma a romero se adhería a él como una segunda piel. El ciclo de Izuku llegó con una intensidad insoportable –avivado sin duda por la presencia de un alfa– y lo único que se quedó con él fue el potente aroma a romero. El mismo aroma que impregnaba cada rincón de la celda en la que vivía y que terminó convirtiéndose en su único punto de referencia.

La única constante a la que Izuku se aferró durante los meses que siguieron y que terminó emponzoñando su mente como gotas de tinta en un vaso de agua.

[...]




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