Capítulo 53: Aroma Alfa
Sinopsis: Es asombroso que la curiosidad del hombre le ha permitido alcanzar sus mayores logros, y que en ocasiones también haya sido razón para sus crueldades más duras.
[...]
Capítulo 53: Aroma Alfa
Cuando Tomura cumplió seis años la marca que lo identificaba como alfa brotó en su pecho, casi a la altura de su hombro izquierdo, con una lentitud exasperante. Había visto las flores en los omoplatos de su padre, bulbos rojos como la sangre con hojas estrechas y largas de un color verde oscuro. De los bulbos nacían los pétalos delgadísimos del mismo color que se apiñaban encima formando una especie de domo coronado con hilos rojos que parecían envolverlo. Su padre la llamaba la flor de la araña, dado que los hijos se asemejaban a las patas de la criatura y los bulbos hacían pensar en cuerpos peludos e inmóviles listos para atacar.
Su padre siempre había procurado cubrir la flor que tenía en la espalda y no mencionarla nunca, pero por las noches, antes de irse a dormir, le hablaba de ellas. De lo que representaban y el valor que se le daba según su posición. Esas eran conversaciones secretas que mantenían al amparo de la noche mientras el resto del mundo dormía. Un mundo que Tomura veía con asombro pues cada uno era diferente del resto. Había hombres con alas y otros con dientes de serpiente, había cabezas de toro y colas de gato, cada uno de ellos especial y único a su manera, excepto él que no poseía característica alguna.
—Nuestra característica especial son las flores —había dicho su padre mientras lo sentaba en sus rodillas y le hablaba de su gente.
Alfa y omega, diferentes y complementarios, que coexistían en las historias que su padre compartía con él junto a la luz de las lámparas. Su madre –a quien no había conocido pues había muerto cuando él era un bebé– había sido una omega al igual que su hermana –que también había muerto en el desierto–; su padre era un alfa –como correspondía a la cabeza de familia–, y luego estaba él, que seguía sin tener flores ni una característica especial.
—La marca vendrá cuando cumplas seis años —repetía su padre cuando Tomura insistía en las flores—, mientras tanto guarda silencio y presta atención. Esa marca es nuestra y si nuestros enemigos las descubren nos cortarán la cabeza.
Su padre decía que la gente de las montañas con las alas de pájaro no sentía aprecio por aquellos con las marcas de flores, así que lo mejor era permanecer oculto mientras su padre seguía perfeccionando su control sobre las bestias del desierto a la vez que intentaba extender sus influencias. Y mientras tanto Tomura crecía esperando que la flor llegara a él.
Nunca lo hizo.
A los seis años apareció la primer hoja de un verde oscuro asombroso, justo sobre el hombro izquierdo que lo señalaba con un alfa, igual que su padre. Ese año las hojas fueron brotando en la misma región, apiñándose en torno a un tallo largo que se asemejaba a una enredadera, verde y más verde sin rastro alguno de color. La flor no llego en ninguno de los que años siguientes, todo lo que había en su cuerpo era un campo de hojas.
Tomura lo detestaba.
En un principio su padre había encontrado fascinante la falta de flores, había dedicado días a estudiar el fenómeno hasta que sus obligaciones lo habían atrapado una vez más en la organización de grupos, la planificación de su golpe de estado, sus experimentos con las bestias noumu y en general la construcción de un mundo nuevo. Las flores de su hijo dejaron de ser prioridad. Si Tomura se ponía necio le contaba la leyenda del alfa sin flores que se había coronado como el primer rey de las tribus bárbaras.
—Y el día de su coronación —decía—, las flores brotaron de su pecho como gotas de tinta para que todos sus súbditos las adoraran. Así será contigo, cuando estés listo las flores vendrán.
Era una historia infantil que Tomura adoraba oír a los ocho años y a los diez, pero que dejo de tener sentido a los doce y que terminó por convertirse en objeto de desprecio a los quince, para esa edad había empezado a entrenarse para el combate pues la lucha de su padre por la unificación de Hosu era sangrienta y continua. Por ese tiempo los primeros prisioneros de su padre fueron puestos en un pequeño calabozo oculto en lo profundo de las montañas. Ese grupo había estado compuesto de adultos alfa, exploradores que su padre había conseguido capturar en una de sus expediciones al desierto. Todos y cada uno de ellos portaban sus flores al aire, exhibiéndolas como trofeos pese a que no habían hecho otra cosa más que nacer para poseerlas.
Tomura se las había arrancado en castigo, deleitándose con la sangre y la ira que se reflejaba en sus ojos. Amarga había sido la sorpresa de descubrir que las flores volvían a crecer con el tiempo como si nada. Curioso, Tomura había hecho lo mismo en su cuerpo, había cortado las hojas verdísimas que destellaban en su piel hasta no dejar nada. Con el tiempo las hojas habían vuelto exactamente como antes, sin flores ni color alguno.
Entonces había vuelto con los prisioneros de su padre para cortar la piel que exhibía sus flores y las había para colgado en su habitación como un recordatorio de la injusticia en ese mundo. Esa sería una costumbre que se mantendrían a lo largo de los años y que le permitiría construir un campo de flores propias al que observar con orgullo.
Curiosamente, nunca perdería el hábito de arrancar sus propias hojas a la espera de ver crecer las flores, pero cada vez su cuerpo lo traicionaría haciendo brotar el mismo campo verde. El mismo campo que ahora ve en el cuerpo del omega desnudo que se encoge en un rincón del cuarto. Le han atado las piernas con los grilletes instalados en la pared mientras su padre sigue mirándolo con la sorpresa y el deleite pintados en el rostro.
Tomura bufa, está listo para marcharse a buscar otro entretenimiento cuando uno de sus soldados se aparece en la puerta con la expresión urgente de alguien que necesita instrucciones. Diez minutos después la sonrisa ha vuelto a su rostro.
—Padre —llama y tiene que repetirse para que el General abandone a su nueva mascota y le haga caso.
—¿Qué sucede?
—Tu plan funcionó.
—¿Cuál?
—Dijiste que existía la posibilidad de que el omega hubiera tenido ayuda para escapar y que hasta el momento no habías conseguido sacarle la verdad, pues bien, poco antes de bañarlo le pusimos una trampa y cayó en ella. Ha nombrado a su cómplice: Shoji. Mis hombres me confirman que lo tienen en custodia, ¿quieres bajar a interrogarlo?
—Vamos —responde su padre ofreciéndole una sonrisa tras lo cual se asegura de cerrar la puerta de su despacho con llave antes de seguir a su hijo.
—¿Qué harás con el alfa que se ha quedado en la celda de abajo?
—Se quedará ahí mientras trabajo en la nueva versión del incienso alfa. Cuando deje de ser útil lo dejaré pudrir en las celdas de los niveles inferiores.
—¿Para qué cambiarlo si funciona perfectamente?
—Ya te lo he dicho, Tomura, solo los ingenuos confían en que el éxito de un momento durará para siempre.
Su respuesta es un bufido desdeñoso mientras sus uñas escarban en el tejido cicatrizado que se esconde bajo su uniforme. Nunca le ha gustado que su padre lo trate con condescendencia.
[...]
Apenas la puerta se cierra –el sonido del pestillo al caer lo saca de su trance– Izuku se obliga a controlar su miedo, lo siente frío y paralizante en el fondo de su estómago. Una sensación plomiza que se ha extendido hasta la parte alta de su cabeza cubriendo su mente con una neblina gris.
Muévete, Izuku.
Se dice e intenta levantarse, provocando que su rodilla lance un coletazo de dolor tras haberse encontrado con el duro suelo de la tina. La siente rígida y dura y no puede extender la pierna sin sentir que alguien retuerce cada terminación nerviosa que la conforma.
Vamos.
Se levanta apoyándose en la pared de roca, se masajea la rodilla para aliviar el dolor mientras observa los alrededores. La habitación es inmensa, con una mesa en la parte central, dos estantes llenos de libros al fondo, otros dos a la derecha de la mesa lleno de frascos transparentes llenos de objetos extraños además de otras muchas cosas. Al querer andar se da cuenta de los grilletes que le han puesto en ambos pies, un detalle al que ni siquiera ha prestado atención por culpa del miedo que lo ha paralizado.
Su reacción instintiva es inclinarse, meter la punta de los dedos en el pequeño espacio entre su tobillo y el metal frío y jalar hacia los lados para ver si se abre. No lo hace. Lo siguiente que intenta es sujetar la cadena y jalar, aplicando toda la fuerza que tiene para ver si consigue arrancar el aro de metal que la sujeta a la pared. No lo consigue.
Contrólate, se dice obligándose a no caer en el pánico, pero el miedo se aferra a él con ferocidad. No solo es estar desnudo –con sus hojas a la vista para cualquier ojo curioso que lo mire–, la culpa la tiene la habitación. El aroma a romero que impregna cada sección, esquina y superficie que lo rodean. Es el aroma de un alfa desconocido, un aroma tan cargado y denso que no cabe duda de que el hombre suele pasar ahí sus días enteros.
El único contacto de Izuku con un grupo alfa desde que fuera arrancado de su hogar había sido con los cachorros alfa en el barco, quienes poseían aromas únicos y poderosos que lo habían sacudido apenas estuvo entre ellos. Aún recordaba la sensación de pánico cuando lo lanzaron a la jaula y los cachorros se sacudieron con ira, pero eran jóvenes y no podían compararse con el aroma de alfa adulto que lo rodeaba en ese momento. El otro alfa con el que había tenido contacto había sido Shouto, pero el exquisito aroma a pino se había mantenido bajo control durante todos los días en los que habían dormido lado a lado en su búsqueda de Kamui.
Piensa, se ordena y se cubre los ojos con las manos en un intento por enfocarse únicamente en su sentido del olfato. Aspira con lentitud llenando sus pulmones con el aroma a romero, al hacerlo evoca la imagen de la planta, la forma de las hojas y los colores claros. Respira. El aroma se asienta en su estómago, impregna su boca y su lengua hasta que tiene la sensación de que está cubierto con él de pies a cabeza. Se obliga a familiarizarse con él.
No hay peligro, se dice a fin de mantener el miedo a raya. El aroma se lo confirma, huele a alfa adulto pero no hay amenaza en él, lo que detecta es el rastro de emociones poderosas: Alegría y satisfacción, incluso deseo, pero sobre todo lo que abundan son las notas claras de una rutina doméstica que representan un peligro para su persona.
Izuku baja las manos para mirar sus alrededores. El miedo de ser lanzado a una tina llena, de ser despojado de sus ropas sin miramientos de ninguna clase, y de estar desnudo en la habitación de un alfa, sigue ahí –siempre estará ahí–, pero ahora puede pensar. Intenta cojear hacia una de las mesas más cercanas pero con las cadenas lo máximo que puede alejarse son unos tres pasos y aún si se estira no consigue que sus dedos rocen el borde de la mesa.
Con muchísimo cuidado de no apoyar el peso sobre su rodilla resentida, Izuku prueba los límites de sus cadenas descubriendo que no alcanza a tocar ninguno de los muebles más cercanos, tampoco consigue mover o aflojar el aro de metal que sujeta las cadenas. Lo único que tiene a mano es lo que esta apilado en su esquina: La cubeta –que seguramente utilizará como baño–, una manta –con la cual procede a cubrirse de inmediato–, y otra cubeta que tiene en el fondo una capa de agua. Es todo.
Izuku se apoya en la pared con la manta cubriéndolo mientras contempla la habitación con ojos aterrados.
[...]
El interrogatorio dura tres días, un tiempo que en cualquier otra circunstancia el General nunca hubiera desperdiciado oyendo los lamentos de un traidor. Sin embargo, le ha resultado imposible dejar de oír con asombro cada trozo de información que su hijo ha logrado obtener del despojo que una vez fuera uno de sus soldados. Tomura ha sido metódico, también ligeramente brutal, pero sus métodos han logrado proporcionarle información valiosa que probablemente le hubiera tomado meses conocer.
—Creo que se ha desmayado —dice Tomura limpiándose la sangre de la cara.
—Dale un descanso —responde el General abandonando la silla en la que se ha sentado al fondo de la habitación—. Salgamos a tomar aire que empiezo a aburrirme del aroma a mierda.
La respuesta de su hijo es escupir sobre el prisionero atado a la silla, después se gira hacia sus hombres.
—Ya saben que hacer. Y si pueden evitar que se muera, mejor, aún tengo algunas preguntas que me gustaría hacerle.
—Te ha dicho todo lo que sabe —dice el General cuando Tomura se une a él en el pasillo
—Lo sé, pero será divertido verlo perder completamente la cabeza. Quiero que me suplique para que lo mate. ¿Cuántas extremidades crees que deba cortarle antes de que lo haga? Tan solo llevo dos.
—No me interesa saberlo.
—No, lo que tú haces es obsesionarte con ese omega. ¿Has ido a verlo?
—Aún no, sigo pensando en todo lo que nuestro traidor ha dicho.
—¿Por qué es importante?
—No puedes negar que su historia es sorprendente: Un omega que sobrevivió al naufragio de una nuestras naves y que de alguna forma terminó en compañía del Príncipe de Yuuei.
—¿Te crees todo lo que el traidor ha dicho?
—¿Por qué mentiría con algo así?
—Como sea, no es importante.
—Lo es, Tomura, lo es. Permite estudiar el comportamiento omega de aquellos que no son educados bajo las reglas de una sociedad. Siempre se ha dicho que el grupo tienen una alta tolerancia al dolor, pero el miedo es uno de los elementos principales que permiten el control que ejercemos sobre ellos. Este omega ha tenido que sobrevivir solo, sin ayuda. Lo que te hace preguntarte cuál es punto exacto en el que el miedo deja de ser un paralizante y se convierte en aquello que los mantiene vivos.
—Los omega de las cúpulas languidecen en el miedo hasta que su corazón deja de latir.
—Oh, no todos son así. Hay algunos que resisten mejor el encierro.
—Ya sé, ya sé, la prueba fehaciente de que las tribus bárbaras han languidecido al ser incapaces de criar omegas resistentes bla bla bla... Ahórrate el discurso que me lo sé de memoria.
—Lo que intento decirte es que tanto aquí como en las prisiones han existido casos de omega que pese al miedo desafían las reglas que hemos impuesto.
—¿Y eso que importa? Al final siempre los hemos capturado.
—Pero no basta con creer que siempre lo conseguiremos. Este omega me mintió en cada uno de nuestros encuentros, envolviendo sus mentiras en el aroma de su miedo impidiendo así que pudiera descubrirlas. Se negó a responder a mis ordenes, avivando su miedo como una capa protectora que lo mantuviera en control. Seguiría creyendo que su nombre es Mirio si nuestro estimado traidor no hubiera tenido la cortesía de compartir su nombre. ¿Entiendes lo peligroso que puede llegar a ser que su conducta se repita?
—No.
—Es simple. Tenemos un incienso para neutralizar al grupo alfa, otro para destruir al grupo beta, pero no tenemos control sobre los omega más que el miedo que existe en ellos. Es parte de su naturaleza y nunca se irá, pero si pese a él pueden luchar nuestra ventaja podría no ser absoluta.
—Claro. Omegas que luchan. Por lo que has dicho en las Tribus Bárbaras no hay suficientes de ellos para formar un grupo de peligro. En Yuuei se les prohíbe cualquier actividad fuera del hogar. Ninguno de ellos aceptaría entrenarlos o prepararlos para la guerra.
—Aún quedan las islas, su escandalosa forma de pensar podría ser la puerta para el desastre.
—Eso podría tomar años. Ahora mismo tenemos a su ejército en nuestras puertas, no va a entrenar a sus omega para la lucha. Ellos se han quedado en casa, cuidando de sus hijos.
—Pero debemos prepararnos para esa eventualidad. Los únicos que pueden ejercer control sobre ellos es el grupo alfa, ¿entiendes por qué la nueva versión del incienso podría ser la respuesta que buscamos?
—Porque así controlarías a los alfa y podrías ordenarles controlar a los omega. Lo veo.
—Muy bien, has prestado atención a todo lo que hemos hablado.
—Solo porque nunca dejas de mencionarlo... pero entonces qué. ¿Cómo vas a conseguirlo?
—Estudiando al omega, por supuesto. Aprendiendo de él y de la forma como logra sobreponerse al miedo. Cuando logre identificar las fluctuaciones en su aroma o sus patrones de conducta, tendré un panorama general del comportamiento omega en situaciones de estrés.
—Eso es fácil, aterrorízalo hasta que haga lo que quieres.
—A veces tus métodos simples me decepcionan, hijo mío.
Tomura gruñe, su respuesta es escupir al suelo al salir de los túneles; el patio principal se abre ante ellos en completo silencio. Todos los trabajos de los salvajes se han cancelado razón por la cual permanecen encerrados bajo tierra mientras los soldados cargan cajas y cajas de incienso en los barcos que descienden por el canal.
—¿Qué harías tú? —masculla entre dientes sin mirar a su padre.
—Quebrarlo por supuesto, pero existen muchas formas de hacerlo. Imagina que es un caballo salvaje, tienes que encontrar la manzana perfecta para que él decida seguirla y después lo llevas lentamente hacia el hueco con las estacas.
—¿Cuál es la manzana en este caso?
—No lo sé, no lo sé. Intento entender sus motivaciones. Tenemos un omega que se embarcó en un navío propio para cruzar el Mar Interior, pero en cambio terminó con el Príncipe de Yuuei. Y aunque no conozco a este Príncipe puedo decirte que no fue su idea traer al omega aquí, no es así como los educan así que solo podemos suponer que el omega lo convenció de alguna forma. Eso significa que el omega es voluntarioso y tiene que serlo si ha pasado su vida solo. Con seguridad ha aprendido a depender su juicio y su criterio, y eso significa que tiene una mente rápida.
—Eso no lo sabes.
—Sé que engañó a Toga para salvar al Príncipe, lo hizo mientras los perseguían. Disfrazó el rastro del Príncipe y dejo que lo capturaran, tuvo que pensar en ese plan en cuestión de segundos mientras el miedo lo acosaba. Es un omega inteligente, pero también significa que analiza demasiado cada situación que se le presenta.
—Si es un omega tan inteligente por qué no huir cuando tuvo la oportunidad. Estaba fuera, seguí su rastro hasta las montañas, pudo ir a cualquier lado pero no lo hizo. Volvió a entrar.
—Eso nos demuestra que ha perdido las nociones básicas de seguridad y autoconservación, o si aún las tiene no sabe escucharlas apropiadamente.
—¿Crees que es un suicida?
—En realidad creo que es un ingenuo. O un idealista.
—¿Por qué?
—Solo piénsalo. En lugar de huir, como debió haberlo hecho, se hizo pasar por uno de los trabajadores alfa para colarse en los túneles y recorrerlos... Me encantaría entrevistar a los otros habitantes de la cúpula en la que estuvo.
—Imposible, te dije que los hice castigar.
—Cierto, lo había olvidado, pero hablaste con ellos, ¿no es así?
—Sí. Y te dije todo lo que logré sacarles: Que el extraño había llegado portando el uniforme de un soldado, que decía ser médico y atendió a varios de los omega que estaban enfermos, y aunque ninguno de ellos se atrevió a decirme su nombre si dejaron en claro que buscaba a los cachorros. Esa podría ser tu manzana.
—Podría serlo.
—Pero aún si el omega es un idealista estúpido que decide meterse en la boca del lobo y arriesgar su vida para hablar con el resto de los prisioneros, ¿crees en verdad que te servirá estudiarlo?
—Nunca lo sabremos a menos que lo haga.
Al llegar al final de patio ascendieron por las escaleras que los conducía a las almenas altas que protegían la fortaleza principal de la Ciudadela, desde ahí podían divisar a lo lejos el canal en el que un puñado de barcos se preparaba para descender a la bahía a entregar provisiones. Apoyándose en el balaustre de piedra, Tomura mira a su padre con expresión desdeñosa.
—No pierdas el tiempo con el omega, ponlo a parir como al resto. Si es que puede. ¿O es que acaso su falta de flores va a convertirse en tu nueva obsesión?
—No niego que siento curiosidad por aprender más de su biología. ¿Hay algo en su sangre que no le permite a las flores nacer? ¿En verdad es estéril? ¿Qué cualidades o defectos posee que le ha impedido a su marca nacer?
—¿Defectos? —gruñe Tomura con expresión furiosa— ¿Qué defectos tengo yo?
—Tu olfato —responde el General—, tu incapacidad para detectar aromas es lo que ha evitado que el incienso te haga daño pero también te impide comunicarte y entender a nuestra gente. En un combate estás ciego a las señales que ellos utilizan, no puedes establecer un vínculo emocional con ningún omega y tampoco puedes imponer tu mando sobre uno de sus grupos. En resumen, no posees la capacidad para ser uno de ellos.
—No me interesa serlo.
—Y no tendrás necesidad una vez que consigamos controlarlos, pero esa podría ser la razón de que tu marca no haya llegado: Como no puedes tomar control como líder alfa y por tanto tus flores no pueden nacer. Si estudiamos al omega y comparamos las diferencias que existen con otros de su clase tal vez encontremos la clave para hacer nacer tus flores.
—¿Y qué harás? ¿Vas a intentar preñarlo para ver si sus flores nacen según cuenta la leyenda?
—Podrías hacerlo tú.
—No gracias, ya te he dicho que nunca me ha gustado participar en tus experimentos.
—¿Si tuviera flores lo pensarías?
—Tal vez.
El General se ríe mientras le palmea el hombro.
—Como quieras; sin embargo, no mentí al decir que también quiero estudiar la posibilidad de crear un incienso para controlarlos.
—Suena como algo que va a requerir muchísimo trabajo.
—Tengo tiempo, está guerra tomará años.
—No si depende de mí.
El general sonríe.
—Tomura, no permitas que la impaciencia te ciegue. Tenemos la ventaja: Esta es nuestra tierra. Nuestro suministro de incienso es continuo y sabemos que aún si nuestros enemigos trabajan juntos ahora, eso no puede mantenerse indefinidamente. Lo peor que puedes hacer ahora es tratar de abarcar demasiado.
La respuesta de Tomura fue escupir desde lo alto contemplando con tedio a los soldados que cargaban las cajas de incienso en los barcos.
—¿Cómo está la situación en el frente? —pregunta el General.
—Como siempre, seguimos atacando en oleadas constantes.
—¿Algún nuevo trofeo?
Tomura sonríe.
—Una flor magnifica con pétalos grandes acomodados en forma de cuenco. Me han dicho que se llama Dama de la Noche, aunque no entiendo por qué siendo que es de color blanco.
—Porque proviene de un arbusto que solo florece una vez en su vida a medianoche. Es una flor única y excepcional, supongo que proviene de algún guerrero de las islas. Ellos siempre cuentan con las flores más llamativas.
—Era una Matriarca —responde Tomura con orgullo—. Se la he arrancado del corazón mientras aún latía.
—No te alegres demasiado. Elimina una y otra ocupara su lugar.
—Que vengan, haré un tapiz con cada una de ellas.
—Sera un trofeo asombroso.
Tomura se ríe.
[...]
Izuku despierta al oír el pestillo de la puerta al abrirse. Ha pasado tres días en completa soledad, luchando contra la cadena, estirándose en todas direcciones en un intento por alcanzar algo –lo que fuera–, racionando el agua que tiene mientras su estómago no deja de rugir. Cuando intenta levantarse se da cuenta de lo débil y mareado que está, el hambre ha minado sus fuerzas y le impide ponerse de pie. Lo único que puede hacer es mirar al alfa entrar en la habitación saturando el aire con su aroma a romero tan denso que puede sentirlo en la piel.
—¿Tienes hambre? —pregunta el hombre con calma colocando una bandeja con una pasta amarilla en el suelo a su alcance. Izuku no se mueve de su lugar, aferra la manta que lo cubre con la expresión alerta de un animalillo acorralado—. ¿No comida? ¿O tal vez prefieras algo para vestirte?
Y al decirlo coloca junto a la bandeja de comida un uniforme negro, del mismo tipo que los guardias usan en los túneles.
—Me daré la vuelta y podrás vestirte.
Y lo hace, se aparta de él para dirigirse al otro lado de la habitación. Izuku aprovecha el momento para tomar los pantalones negros y vestirse con dedos torpes, está terminando de enfundarse la parte superior cuando el General vuelve con una silla para sentarse en frente.
—¿Estás listo para otra de nuestras conversaciones? —pregunta cruzando las piernas mientras lo mira con la misma expresión que le ha visto cada vez que se ha tomado el tiempo para interrogarlo—. No tengas miedo —le dice y la reacción instintiva del cuerpo de Izuku es expandir su aroma hasta ser envuelto en una nube de menta amarga que representa su miedo y terror. El hombre se limita a sonreír.
—¿Por qué estoy aquí?
—Porque no tienes flores y me interesa averiguar por qué. Si recuerdas lo que nos hemos dicho mi hijo también sufre la misma condición. Quiero averiguar si podemos revertirla.
—¿Cómo?
—Estudiando tu sangre, tus ciclos, la intensidad de tu aroma y sus matices.
—¿Por qué no lo haces con él?
—Porque él es mi hijo, pero no te preocupes mi intención no es hacerte daño. Eso afectaría mi investigación.
—¿Cómo?
—El miedo lo contamina todo, es una de las razones por las cuales no puedo obtener incienso de los omega.
—¿Y si no quiero ayudarte?
—No te estoy pidiendo permiso, solo te estoy dando opciones. Una de ellas te permitirá eventualmente salir de aquí y en la otra volverás a las celdas hasta que encuentre un compañero para ti que nos permita comprobar si los omega sin flores son en realidad infértiles.
El miedo gira dentro de él, siente el nudo en su pecho intentando ascender hasta su tráquea, no consigue pensar con el aroma del alfa tan cerca.
—Lo siento —dice el General al notar su malestar—, tras tantos años sin preocuparme por cuidar de los matices de mi aroma, he perdido la costumbre de mantenerlo bajo control, pero intentaré no abrumarte de nuevo, ¿de acuerdo?
El aroma a romero se retira, sigue ahí pero ha dejado de presionar contra él como un cuchillo afilado.
—No creo que vayas a dejarme salir —dice.
—Aún si te confirmo que esa es mi intención dudo que la aceptes como algo posible. Tendrás que confiar en mí.
Izuku no deja de mirar, indeciso. El General ha pasado tantos años sin matizar su aroma que la potencia que posee le impide a Izuku distinguir la verdad de la mentira, no detecta cambios en él, tan solo la misma nota constante de alguien que está acostumbrado a mandar. Para calmarse, aparta los ojos de él y mira la sopa –una papilla amarilla que llena el plato hasta el borde–, después los grilletes –un contraste oscuro contra sus tobillos delgados– para finalmente contemplar la salida.
Solo necesito tiempo, si puedo abrir estas cadenas correré hacia los túneles inferiores y me iré. Solo eso. Puedo hacerlo. Puedo esperar.
Traga saliva, se remueve en su lugar inquieto, y finalmente extiende la mano para tomar la bandeja con la comida. El General sonríe.
—Si tienes pensado ayudarme a descubrir la verdad tras el misterio de las hojas sin flores, creo que sería apropiado presentarnos una vez más, ¿no lo crees? Yo soy Otsuka, ¿cómo te llamas tú?
—Mirio —dice mientras el miedo se sacude, aferrándose a la mentira que le permite mantener el control.
—Un placer —responde el General absolutamente inmóvil sin dejar de mirarlo.
Izuku lo ignora ocupado en no acabarse su sopa de un solo bocado.
[...]
Nota:
El General es un hombre cruel pero no uno sádico. Es decir no le importa infringir dolor para conseguir lo que quiere pero nunca lo hemos visto torturar por placer -ese es Tomura-. Es orgulloso y despreciativo, y todo lo analiza y juzga bajo esos parámetros, que tenga razón o no es diferente porque lo que él busca es moldear las cosas a su modo. Así que me temo que no vamos a verlo torturando a Izuku. Lo quiere hacer es conocerlo y desmontarlo, pero no su cuerpo sino su mente. Quiere entender cómo Izuku ha hecho todo lo que ha hecho siendo un omega, porque él, que considera al genero alfa superior porque no siente miedo, no entiende cómo los omega pueden vivir con él. En su cabeza no entendería por qué Ochako volvió a entrar en la prisión pese a que le aterraba ni porque Denki llevó el papel y la tinta que le pidieron pese a que tenía miedo de las consecuencias.
Es ese desprecio por el genero omega el que le ha impedido considerar que si un omega pudo entrar otros podrán hacerlo, y del mismo modo alguno de ellos podría salir. Izuku sufrirá porque se verá sometido a exámenes humillantes -ninguno gráfico- porque la intención del general es estudiar si sus reacciones son diferentes de los omegas que ha conocido, pero no habrá tortura ni escenas de violación ni nada que se le parezca. Ni siquiera de Tomura porque para él las flores representan el símbolo de su obsesión, que Izuku no tenga simplemente lo convierte en algo que no vale la pena mirar.
Quiero agradecerle a Beauty-Noir por sugerirme la flor del General (Lycoris Radiata/Spider Lily/Flor del Infierno). Le queda perfecta y justo después de nuestra charla sobre flores vi que se ocupaba para anunciar muerte en los animes, así que decidí usarla. Gracias, bonita, por tomarte la molestia de charlar un ratito conmigo y sugerirme esto.
Y en otra nota, no sé si tenga que aclarar qué Matriarca ha caído, pero su flor es pista suficiente, espero. Gracias por leer y nos vemos en la próxima.
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