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Capítulo 52: Sobre La Lealtad

Sinopsis: El líder es la cabeza, quien profesa el ejemplo alentando la inventiva, iniciativa y lealtad de sus hombres. En su ausencia ellos buscaran imitarlo.

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Capítulo 52: Sobre La Lealtad

Tras despedirse del Príncipe Todoroki, Eijirou inicia el largo camino que lo devolverá con los suyos. A diferencia del viaje de ida, donde su misión principal era permanecer atento a la prisionera que custodiaba, el regreso es relativamente fácil. Se detiene de forma regular para reunir comida, rellenar su odre de agua y descansar; pronto descubre que cada tarea resulta cien veces más complicada cuando una de tus manos está envuelta en vendajes apretados y no deja de latir.

Atiende diariamente la herida –cuyo dolor se vuelve cada día más insoportable–, asegurándose de mantenerla limpia y seca, y principalmente de permitir que respire. En ocasiones la contempla mientras come: Una mano con solo tres dedos regordetes y dos muñones hinchados donde la carne late en colores rojos, verdes, y azules. Le duele tanto que no puede mover los dedos, en su lugar aprende a comer usando la mano izquierda, y a cerrar y abrir su odre con ayuda de la boca. Encender el fuego se convierte en una danza complicada que incluye piernas, cuello y doblarse en maneras complicadas para compensar la perdida de su mano derecha. Lo más difícil es ir al baño.

Pero Eijirou persevera, aprovecha la soledad para mejorar; especialmente, se fija la meta de aumentar la fuerza de su mano zurda y para ello golpea rocas y árboles con un trozo de rama gruesa que carga con él sin dejar de avanzar. Entiende que no puede confiar en volver a empuñar un cuchillo con la mano derecha, lo mejor es aprender a usar la otra.

El viaje también le sirve para enfrentar en privado la sensación de fracaso que lo inunda. Él, que estaba destinado a convertirse en uno de los guardias del Príncipe, ahora debe utilizar los dientes para quitar un tapón mientras su mano derecha es un muñón inútil. Y es que la idea de perder la utilidad de una de sus manos lo aterra porque sin ella no puede luchar, y un alfa que no lucha no vale nada. Son esa clase de pensamientos con los que Eijirou debe lidiar mientras sigue avanzando, ideas que le han sido inculcadas a lo largo de los años de forma inconsciente.

Y es difícil ignorarlas cuando no hay garantía de que pueda volver a usar esa mano, no mientras la hinchazón haga que su mano parezca un jamón en colores oscuros y el dolor no deje de atormentarlo.

En ocasiones, mientras viaja, se ve obligado a ocultarse de los grupos de refugiados que avanzan penosamente en la dirección contraria, no son muchos pero él prefiere no arriesgarse a un encuentro desagradable. Y por fin –por fin– tras días de caminata interminable, de dormir en nichos de tierra y de comer cualquier cosa que pueda recoger, Eijirou asciende la última colina para contemplar la fortaleza que se erige cerca del acantilado.

Solo que hay algo diferente con el escenario que se desarrolla debajo y tarda un rato en comprender que la diferencia radica en los pequeños navíos que se apiñan en el mar. La imagen es impresionante: La fortaleza rodeada con decenas de fogatas cuyo humo se alza en columnas blancas, cientos –tal vez miles– de guerreros haciendo vida a su alrededor, trabajando codo con codo para preparar armas, comida y luchar, y más allá de ella, en el mar un puñado de navíos descansan con sus velas bajas. Es verlo y sentir que el alivio cae sobre él como una brisa refrescante.

Han vuelto, piensa y la idea lo lleva casi al borde de las lágrimas. En ese momento lamenta que el Príncipe no esté ahí para ver a su gente.

Se obliga a mantener un ritmo constante a fin de no extenuarse, pero la impaciencia late en él mientras desciende por los caminos escarpados y boscosos, envuelto en la brisa fresca de un invierno inolvidable que se tiñe con incontables aromas, todos ellos de su gente, llevando hasta él la ira y la resolución que comparten. Emociones tan palpables que hacen a su corazón sacudirse de gozo.

Un día, mientras avanza, lo huele, el inconfundible aroma de advertencia que le ordena detenerse; obedece y emite una respuesta rápida que lo identifica como uno de los suyos. Los centinelas se muestran recelosos al interrogarlo –no cabe duda de que la traición de Jin ha hecho eco finalmente–, Eijirou se limita a responder con calma, explicando quién es y de dónde viene. Esa noche se sienta a cenar –comida caliente por primera vez en todas esas semanas– lejos del resto a la espera de que finalmente le permitan seguir y cuando lo hacen uno de los centinelas lo acompaña como precaución.

—Ninguno de los líderes puede recibirte ahora —le dice el hombre—, así que las ordenes son enviarte a la enfermería para que revisen tus heridas; alguien irá a buscarte para hablar contigo.

Ahí lo recibe Momo que procede de inmediato a interrogarlo tras ver su herida.

—¿Y bien? —pregunta Eijirou con calma pese al escalofrío que lo recorre ante la visión de su mano bajo la atenta inspección de la mujer—, ¿puedes salvarla?

—Quemarla evitó que te desangraras, pero es un mal trabajo, no ha cicatrizado como debería y los cortes están cubiertos de pus. Voy a tener que raspar el tejido muerto a fin de que pueda curarse con propiedad.

—¿Raspar?

—Con un cuchillo, tenemos que sacar la sangre mala y volver a limpiarla. No te voy a mentir, dolerá, tal vez más de lo que dolió antes.

—Bien, lo que sea —traga saliva y se arriesga—, ¿la perderé?

—No estoy segura, no me gusta el color que tiene, pero haré todo lo posible por conservar los dedos que aún te quedan. No puedo darte más garantías.

—Pues hazlo.

Momo lo hace acostarse en suelo y reúne a varios de sus ayudantes –entre los que se incluyen un par de hombres beta cuya misión es sujetarlo– antes de empezar.

—¿Estás listo?

—Sí —responde Eijirou, y tarde comprende que se ha equivocado.

No está listo, no puede estar listo para el dolor de sentir que le arrancan la piel y le retuercen las terminaciones nerviosas que aún laten. Duele más que cuando la mujer demonio le cortó los dedos; ese había sido un corte rápido, un tajo instantáneo en el que su cerebro había tardado en comprender que había perdido dos dedos. El tratamiento de Momo es una tortura y dura una eternidad.

Duele tanto que Eijirou agradece la negrura que acompaña la inconsciencia.

[...]

Eijirou es presa de la sed; siente los labios partidos, la lengua pastosa y la cabeza llena de algodón. Ante sus gemidos alguien le acerca un tazón de agua fresca y él bebe empapándose el cuello mientras su garganta emite un suspiro de alivio. Vuelve a estar en el bosque, envuelto en el dolor y la agonía que no lo abandonan. Tan inútil que tiene que depender de alguien más para ayudarlo a comer, beber e ir al baño. Sus pesadillas son escenarios negros donde su brazo se deshace en una pila de cenizas poco antes de que el suelo se abra a sus pies, cada una se repite en ciclos interminables hasta que un día, finalmente, el mundo vuelve a tener forma.

Ochako está ahí para darle la bienvenida con su sonrisa contagiosa, sus mejillas redondas y su pelo cortísimo.

—¿Te has cortado el pelo? —es lo primero que pregunta

—¿Oh? —dice ella pasándose una mano de forma automática por la cabeza—. Sí, no quise el principio porque me recuerda demasiado a los cortes obligatorios en la prisión, pero se había convertido en una molestia y de esta forma los baños son más cortos.

—Te queda.

—Gracias.

Es ella quien le lleva de comer y lo alimenta como si fuera una avecilla diminuta, también le explica que todo el grupo omega ha sido retirado de las líneas frontales.

—Bakugou nos organizó de tal forma que cada alfa debe familiarizarse primero con el aroma del omega de su grupo —le explica—, e impuso un número fijo para cada uno por cuestiones de eficacia. Ellos no luchan así. Esa fue la excusa que usaron para ordenarnos volver, aunque todos sabemos que no nos quieren usar en combate. Nos dejaron participar al principio para establecer nuestro perímetro, pero tan pronto se familiarizaron con el terreno e instalaron las ollas de agua, nos enviaron de vuelta.

—¿Así que todos los de nuestro grupo están aquí?

—Sí. Los alfa ayudan a mejorar las fortificaciones, cortar árboles o cualquier cosa que se necesite. Al grupo omega lo dejan trabajar en la enfermería y en la cocina. Hay turnos continuos para mantener alimentado a todo el ejército.

—¿Y Mirio y sus hombres?

—Se marcharon a luchar al frente. Kyouka se fue con ellos, atrás solo se quedo Momo.

—¿Y dónde está Aizawa?

—Se marchó hace unas semanas para asistir al concilio de las Matriarcas

—¿Concilio?

—Una reunión importante, no sé los detalles solo sé que volverá al terminar.

Mientras se recupera, Ochako también le explica la situación en el frente.

—Te lo diré como me lo han dicho a mí —le dice mientras dibujaba tres círculos concéntricos en la tierra del suelo—. El centro es esta fortaleza, que es donde estamos nosotros. Las provisiones y armas que traen los barcos son descargados en la costa y transportadas hacia aquí —al decirlo marca un puntito en el círculo intermedio—. Aquí se concentran la mayor parte de nuestras fuerzas. Esta —añade al dibujar otro punto en el círculo exterior—, es la línea de combate, han colocado fogatas donde queman ramas, además de grandes ollas de agua donde hierven flores, a lo largo de toda esta sección —dice remarcando la línea del círculo exterior—. Allá están todos los guerreros que luchan. Los barbaros defiende la sección derecha y los guerreros de las islas la izquierda, Mirio dejo a Momo aquí con la orden de que en caso de cualquier eventualidad ella tomará el control de su gente. Lo ha repetido frente a todos. En la costa, cerca de los barcos, se ha instalado el Príncipe de Yuuei, él no lucha, está a cargo de organizar a nuestra flota a fin de evitar que los barcos del General nos cierren el paso. Tengo entendido que el objetivo es avanzar hacia la Capital de Hosu, pero no parece que eso esté funcionando.

Eijirou tiene preguntas –demasiadas–, pero Ochako no tiene respuesta para la mayoría, lo único que puede confirmarle es que el grupo de Bakugou salió pocos días después de ellos y no han vuelto a tener noticias suyas. Cuando ella se queda sin información nueva para compartir lo que hacen es chismear sobre los pretendientes de los omega.

—Que lo hay, no te creas.

—¿Incluso para ti? —responde Eijirou con una sonrisa que le gana una palmada de la omega.

—Tal vez tú no quisieras emparejarme conmigo cuando estuvimos en las celdas, pero hay otros que tiene buen gusto.

El comentario lo hace reír, se da cuenta que pese a la guerra la vida sigue y la promesa de un futuro se mantiene. Eso le da esperanza.

—Bueno —le dice a la muchacha—, ya que quieres presumirme hazlo con detalles. Cuéntame de todos esos alfa con un gusto impecable.

Es el turno para que Ochako se ría y así transcurren sus días en la enfermería. Para cuando Aizawa vuelve, Eijirou puede sentarse sin ayuda aunque Momo le prohíbe terminantemente hacer esfuerzo de ninguna clase.

—Volví apenas recibí la noticia de tu regreso —dice su maestro al sentarse junto a él—, ¿qué pasó?, ¿dónde está Shouto?

—Todo iba de acuerdo con el plan hasta que la prisionera empezó a volverse descuidada, creímos que había empezado a cansarse, pero cuando fue claro que dejaba de ocultar su rastro el Príncipe temió que nos estuviera conduciendo a una trampa así que decidió separarnos. Él seguiría su rastro y yo ascendería por el otro lado, cuando llegue arriba me di cuenta que el Príncipe había tenido razón, ella había aprovechado el terreno para hacernos subir por la parte más difícil con la intención de retrasarnos. Estaba intentando averiguar qué hacía cuando cometí el error de acercarme demasiado y ella me descubrió. Me cortó dos dedos y mi oreja e iba a matarme cuando el Príncipe llegó a salvarme.

—¿Qué pasó entonces?

—Por lo que él me contó fue ella quién cayó en el hueco que había preparado para nosotros y Shouto aprovechó el momento para detener mi hemorragia, después buscó un escondite para nosotros y nos quedamos ahí hasta que logre ponerme de pie. Como habíamos encontrado un túnel nuestro trabajo era volver para avisarle al resto en caso de que el plan con Jin no consiguiera nada. Ochako dice que no han vuelto.

—Así es, solo podemos suponer que todo salió como Katsuki quería, pero sigues sin responder mi pregunta, ¿dónde está Shouto?

Así que Eijirou le explica las intenciones del Príncipe y tras oírlo Aizawa sacude la cabeza sin dejar de frotarse las sienes.

—Mocoso necio —murmura bajo su aliento y Eijirou finge no haberlo oído.

—Ochako me ha dicho que el Príncipe de Yuuei está aquí, he de suponer que es el Príncipe Natsuo.

—En efecto, y junto con el Consejo, o lo que queda de él, se han instalado cerca de la costa a fin de controlar nuestra línea de suministros y la defensa por mar. Los barbaros y los guerreros del sur se encargan de nuestra línea ofensiva, son ellos quienes deben lidiar con el incienso.

—¿Y para qué se ha reunido el Concilio?

El suspiro de Aizawa es una respuesta en sí mismo.

—Se ha discutido la línea de mando. En las últimas semanas tres matriarcas han caído en combate, y sus hombres han sido distribuidos entre los segundos al mando pero la situación no puede mantenerse así que el resto ha tenido que votar para encontrar sustitutos para cada una y una de las elegidas no ha estado de acuerdo con el título.

—¿Por qué?

—Porque al igual que su hijo es una mujer necia.

—No entiendo.

—No importa. Al final las Matriarcas han decidido mantener a la mitad de su consejo lejos de las líneas frontales para asegurar que su gobierno sobreviva. Una decisión que ha causado disgustos porque todas ellas son mujeres de lucha y quedarse atrás representa una afrenta. En ese aspecto se parecen mucho a las Tribus Bárbaras.

—Supongo que eso explica por qué Mirio también ha tomado la preocupación de escoger a un sucesor.

—Lo cual demuestra que él es consciente del papel que le corresponde como líder. Sus decisiones afectan a todos aquellos que lo siguen y por tanto necesita pensar con cuidado en lo que hace.

—Shouto también lo hace

—El Príncipe —dijo Aizawa con evidente enfado— tiene razón, de ser posible debemos buscar el dialogo, pero es ciertamente imprudente que decida ir solo. Shouto no tiene garantía que este grupo lo reciba con los brazos abiertos, sin mencionar que es un viaje peligroso, especialmente para alguien solo.

—Debí haber ido con él.

—No, tú cumpliste con tu trabajo, ahora tenemos la localización de un túnel y de ser necesario reajustaremos nuestro avance para que nuestras tropas intenten una aproximación a la Ciudadela utilizándolo.

—Ochako dice que el avance no va como se esperaba.

—Eso me temo; avanzar se ha convertido en una tarea desgastante, perdemos terreno casi al mismo ritmo con el que lo recuperamos. Tenemos que evitar las zonas bajas que es donde el incienso puede llegar a asentarse en caso de un ataque, eso limita muchísimo nuestra movilidad siendo que Hosu es una sucesión de colinas y valles que serpentean por toda la región. Lo único que podemos hacer es resistir, desgastar a nuestro enemigo y esperar el momento en que podamos apropiarnos de su capital.

—¿Qué pasa con Katsuki y su grupo?

—Cuando él se fue sabía que no había garantía que pudiéramos enviar hombres tras ellos. Si dividimos a nuestro ejercito nos aplastarán y aún si lo conseguimos no sabemos dónde están.

—¿Así que los dejamos solos?

—Lo siento, Eijirou, ahora mismo todos están de acuerdo en que nuestra mejor alternativa para liberar a los prisioneros es apropiarnos de la Capital y exigir un intercambio de rehenes.

Eijirou no encuentra argumento para discutirle.

[...]

Durante su estadía en el hospital es Ochako la encargada de llevarle las noticias de la guerra, así se entera del ataque al grupo del Príncipe Natsuo, algo que obliga a su maestro a marcharse de la fortaleza para tomar control de las naves mientras el Príncipe se recupera, y cuando finalmente Momo lo deja salir con la condición de que vuelva regularmente para darle revisiones periódicas a su mano, Eijirou aprovecha para sentarse en las fogatas con el resto de los soldados alfa y beta que descansan entre turnos antes de volver al frente y mientras tanto cuenta los días hasta que Momo le dé el alta para poder unirse a la lucha.

Cada noche, junto al fuego, oye historias sobre las mujeres alfa de las islas que luchan con una fiereza incomparable y los relatos de los bárbaros que consiguen acabar con bestias de casi el doble de su tamaño. También oye las historias de su gente, luchando en el mar, destruyendo los navíos de los demonios y manteniendo la bahía libre para que la línea de aprovisionamiento se mantenga.

Pero los relatos de victorias y orgullo no son lo único que oye cada noche. La desconfianza de su gente por las mujeres de las islas es obvia, su desprecio por los bárbaros aún más. La necedad de la gente del sur por tomar las decisiones sin esperar consultas ajenas solo añade división entre todos. Y el duro juicio de los bárbaros contra su gente estalla ocasionalmente cuando ciertos temas se tocan. Todos trabajan juntos contra el enemigo que tienen ahí, pero en el fondo las diferencias siguen y no se desvanecen. El único punto en común que todos tienen es su deseo de enviar a los omega a un lugar seguro, un tema que se ha vuelto un tema recurrente y que amenaza con concretarse pronto.

—Póngalos en un barco y sáquenlos de aquí —dijo alguien una noche mientras Eijirou cenaba. No era una conversación nueva, era el mismo tema con las mismas sugerencias de siempre.

—Como está la guerra no tenemos barcos de sobra para enviarlos en una misión así.

—Además, el viaje hasta Yuuei es peligroso.

—Podrían llevarlos hasta los Picos, que los bárbaros los acojan.

—¿Enviarías a un puñado de omegas indefensos con ellos? No.

—No habrá problema, todos los guerreros están aquí.

—Peor aún, ¿cómo esperas que sobrevivan?

—Siempre hay espacio en las casas de placer de la capital.

Eijirou se aparta de la fogata cuando el tema empieza a desviarse, abandona su cena y vaga por la zona sin destino aparente. Encuentra el campamento de Ochako y su grupo en la región más alejada de los caminos que conducen hacia las líneas frontales bajo la custodia de un puñado de hombres alfa que lo detienen apenas se acerca.

—No hay visitas al campamento omega después de que oscurece.

—Son mis amigos.

—No hay visitas al campamento omega después de que oscurece.

Eijirou se aleja de ahí. Piensa en Denki y en lo terrible que sería que tuviera que ser confinado a un campamento cada noche por su protección. No puede evitar compararlo con la vida que construyeron en la fortaleza donde la prioridad de Katsuki era alentar la tolerancia y el respeto; donde los omega podían elegir su camino y se les permitía decidir. En el fondo sabía que Katsuki no habría tolerado nada diferente. Y es esa idea la que lo hace decidirse.

Lo primero que hace, por precaución, es hablarlo con Momo.

—Entiendo lo que quieres hacer —le dice ella tras escucharlo—, pero no estoy segura de que sea la decisión más adecuada.

—Esa decisión no la tomaré yo, solo quiero que propongas una reunión con aquellos que están a cargo para que me escuchen.

Ella promete hacerlo. La siguiente en oír su plan es Ochako, que asiente con calma y durante largo rato no dice nada; al final sonríe y empuja el hombro contra él sin mucha fuerza.

—No habría pensado que las costumbres de Bakugou fueran contagiosas, pero si empiezas a fruncir el ceño como él le diré a Denki que te pegue.

Eso hace que Eijirou sonría.

—¿Crees que él apoyaría mi idea?

—Denki se enorgullecerá cuando la oiga.

Ochako promete hablar con los omega en su nombre así que Eijirou se despide para reunirse con los muchachos alfa que juraron lealtad a su líder. Tras oírlo ellos ni siquiera dudan, su respuesta es un sí unánime.

[...]

La sala de reuniones no es aquella en la que Katsuki tomó todas las decisiones que les permitió sobrevivir y resistir, la nueva es una tienda improvisada erigida en un punto neutral entre todos los frentes de combate. A la izquierda Mirio, Momo y Kyouka –los únicos sobrevivientes del grupo original– permanecen en silencio; a la derecha seis mujeres altas y feroces charlan entre ellas en murmullos apresurados, y en el centro Aizawa, Shino y Taishiro, los representantes del Príncipe Natsuo lo miran.

Eijirou no pierde tiempo.

—Todos aquí se preocupan por el destino de los omega. He oído planes para trasladarlos, para enviarlos por barco o con una escolta por el desierto. Todos se preguntan si no deberían enviarlos por separados o juntos pero nadie se ha preguntado- nadie ha preguntado qué es lo que quieren ellos. Eso es lo que habría hecho Katsuki. Eso es lo que hizo Katsuki. Es lo que deberíamos hacer.

—No podemos someter nuestros recursos a los caprichos del grupo omega —responde Taishiro con calma.

—¿No deberíamos al menos oírlos? —dice Eijirou de inmediato—. Tal vez ellos quieran luchar, tal vez quieran ayudar de alguna forma.

—No debemos obligar a los omega a luchar —añade Mirio—, no está bien.

La sala entera coincidió.

—Nadie nos obliga a nada —dice Ochako apareciendo por la puerta—. Nosotros somos conscientes el riesgo que implica estar aquí. Habrá alguien que quiera volver a casa, esa fue la promesa que Katsuki nos hizo cuando aceptamos seguirlo, la promesa está aquí y quien la tome sabrá que no hay rencores ni ofensas, pero habrá quienes quieran quedarse a su lado para verlo construir la esperanza que nos prometió. Un lugar dónde podamos existir sin miedo y con la oportunidad de tomar el destino en nuestras manos.

—Katsuki no está aquí —dice Mirio

—Pero nosotros sí —responde Eijirou, sacudiendo su aroma de azafrán la señal que el resto necesita para abrir las puertas y mostrar al grupo entero esperando ahí—. Y ahora es nuestra responsabilidad defender el refugio que él nos dio y asegurarnos que lo encuentre cuando vuelva.

—¿Cuál es tu plan? —pregunto Aizawa

—Como bien has dicho no podemos enviar un gran destacamento a riesgo de llamar la atención del General, pero comparado con este ejecito nuestro grupo es diminuto y viajando hacia el norte lejos de las zonas principales pasaremos desapercibidos.

—No sabes a dónde fue Katsuki

—No, pero uno de sus planes era enviar centinelas para rastrear la zona. Nosotros no haremos eso, pero sí estableceremos un campamento en lo alto de las montañas y mantendremos una guardia constante a la espera de verlos volver o de encontrar alguno de los túneles.

—Eso podría tomar meses —interviene Mirio—, esa fue una de las razones por las cuales Katsuki renunció a ese plan.

—Nosotros tenemos tiempo; además, si Katsuki consigue liberar a los prisioneros necesitaran un lugar a dónde llegar. Un refugio seguro en el que los prisioneros puedan instalarse; es nuestro trabajo ofrecerles a ellos lo que él nos ofreció a nosotros.

La discusión entre los tres frentes es inevitable, Momo, Aizawa y una de las mujeres alfa abogan en su favor, pero Eijirou sabe que aún si lo prohíben todos ellos se marcharan. La única diferencia es si lo harán de día o a escondidas y en secreto.

La respuesta es una maldición de Taishiro y una sonrisa de Momo.

[...]

Los preparativos toman días y al final la caravana compuesta de sus hombres se prepara para salir una fría mañana mientras el sol empieza a asomarse en el horizonte. Eijirou, que ha pasado días con su maestro para tener una idea más clara de lo que hará una vez que encuentre un lugar para instalarse, se pasea de arriba a bajo comprobando que todo este en orden. Poco antes de salir su maestro se acerca para despedirse, con él llega Momo que promete cuidar del puñado de omegas que ha decidido quedarse atrás. Con ellos también está la mujer alfa que abogó en favor de su plan.

—Katsuki tiene buenos amigos —le dice con una sonrisa afilada. Hay algo en su cara que a Eijirou le resulta familiar, y tarda un momento en comprender lo que es.

—¿La Furia Roja? —dice con incredulidad y temor comprendiendo que la persona frente a él es la única que ha logrado arrebatarle una victoria a los demonios.

—Nada comparado con el título de la Bestia, ¿verdad?

—Sí, bueno, por algo es tu hijo —respondió Eijirou con emoción.

—Pero esos logros son suyos, yo solo puse la semilla y él la hizo germinar. Y mira la planta que crece, el orgullo y la esperanza que veo aquí —guardó silencio mientras contemplaba al grupo con ojos tristes—. No sé si estaré aquí cuando él vuelva, la lucha en el frente es continúa y he jurado cobrar cara la vida de cada uno de mis guerreros, así que cuida de él, ¿de acuerdo? Dile... dile que su hogar es ahí donde esté, ahí donde su genta crezca con él.

—Se lo diré.

—Y que la lealtad que existe en ti no se extinga.

—No lo hará.

—No temas jalarle las orejas —añadió la mujer antes de marcharse.

Y así Eijirou y su grupo se pusieron en marcha empujando las carretas que Aizawa había conseguido reunir para ellos. Avanzaron penosamente entre las pendientes pronunciadas, siguiendo los caminos vacíos hasta internarse en el valle. La mayoría de las aldeas estaban vacías, todos habían huido a refugiarse en las ciudades principales así que las únicas dificultades que encontraron fue el frío que se intensificaba durante las noches y el cansancio del viaje.

Viajaron durante días, redescubriendo esa tierra ya no como los fugitivos aterrados que huían de los túneles negros, sino como el ejército al que Katsuki había entrenado y gobernado. Los omegas con sus arcos, los alfa con sus espadas cortas, familiares unos con los otros mientras cubrían turnos de vigilancia continuos. Sin Denki, Ochako había asumido el control de su grupo con naturalidad, aunque mantenía el mismo ritmo y las mismas costumbres.

—Me acuerdo de cuando no te gustaba correr —le dijo Eijirou una vez tras verla terminar de entrenar.

—Oh, cállate —fue la respuesta de Ochako empujándolo por el hombro.

Cuando los caminos empezaron a volverse más escarpados el grupo decidió que era momento de instalarse. Y así lo hicieron. Tras varias partidas de exploración encontraron los restos de una aldea abandonada ubicada en lo alto de una colina, el polvo y el desgaste dejaban en claro que sus habitantes se habían marchado años atrás. Como había un río cercano y era fácilmente defendible descargaron las carretas para instalarse.

Repararon los techos, instalaron una cerca y se mantuvieron trabajando siempre atentos a sus alrededores. Enviaban centinelas con regularidad para inspeccionar la zona hasta que lograron bosquejar un mapa de la región.

Sin la visión constante de un campamento lleno de guerreros heridos o cansados era difícil pensar en la guerra que se desataba al otro lado del valle. No había tiendas en el suelo ni fogatas grupales, tan solo estaban ellos completamente solos en una tierra desconocida.

—¿Crees que fue la decisión correcta? —pregunta Eijirou una noche cuando Ochako termina con su reporte del día.

—Creo que es una decisión que debe enorgullecerte.

Eijirou suspira sin dejar de dudar. Conforme pasan los días, las semanas y los meses, la incertidumbre crece, el trabajo la mantiene a raya pero no es suficiente. Hasta que un día uno de los centinelas emerge de los árboles corriendo a toda velocidad.

—¡Eijirou! ¡Eijirou! —grita ganando la atención de todo el mundo. El miedo se sacude entre los omega del grupo y la aldea se inunda de inmediato con la mezcolanza de sus aromas en tonalidades amargas.

—¿Qué pasa?

—Los prisioneros —dice el centinela sin aliento con los ojos abiertos de sorpresa e incredulidad—. Akio se quedó con ellos pero...

No consigue terminar, no hace falta, Eijirou ya está moviéndose con Ochako y el resto del grupo tras de él. Todos siguen al centinela que los guía entre los árboles tupidos alejándose inexorablemente de su campamento. Horas después encuentran un puñado de alfas flacos, con el aspecto demacrado y moribundo de alguien que no ha visto el sol en muchísimo tiempo, sentados en círculo mientras se pasan el odre de agua de Akio.

—¿Son todos? —pregunta Eijirou y la respuesta de Akio es un asentimiento seco—. ¿De dónde vienen?

—Del infierno —responde uno de ellos mirando al grupo entero con desconfianza, cuando repara en Ochako y las mujeres que están con ella sonríe. Un gesto despreciativo que hace a la omega retroceder—. Así que tú también tienes a tu puta.

—No le digas así —dice Eijirou inmediatamente

—¡Yo digo lo que quiero! —grita el alfa alzándose de un salto para enfrentarse a Eijirou indiferente al tamaño y la constitución de su oponente.

—¡¿De dónde vienes?! ¡¿Dónde está el resto?!

—¡¿Qué me importa?! ¡Dejamos a todos los inútiles atrás! Él dijo que siguiéramos y lo hicimos, una vez fuera no importa nada.

—¿Y tu omega?

—Muerto con toda probabilidad.

—¿Dónde está Katsuki? ¿Y Denki?

—Tu líder nos lanzó a los túneles con las bestias, tal vez esperando que muriéramos ahí, su puta se quedó con él.

Eijirou ni siquiera se ha dado cuenta del golpe que le ha dado hasta que reacciona y ve al alfa en el suelo frente a él. Le zumban las orejas y su aroma se sacude en notas furiosas.

—Si has dicho eso enfrente de Katsuki y él no te ha roto la cara es únicamente porque ha sentido lástima del estado en el que estás, pero yo no tengo ese problema y tampoco ninguno de los que está aquí. Katsuki te ha sacado y solo por eso le debes respeto. Por él, por su nombre y lo que ha hecho, le mostrarás el mismo respeto a cualquier omega que lo siga.

—¡Esa es su ley! —añade Ochako con fuerza y junto a su voz resuena un murmullo de orgullo proveniente del grupo omega.

—Te daremos comida y refugio —continuó Eijirou—, y una vez que estés en condiciones podrás decidir si quieres seguir para alcanzar al ejército que lucha contra los demonios o si quieres quedarte y luchar por Katsuki y el mundo que quiere construir. Ahora dime, ¿de dónde vienes?

—No lo sé —respondió el alfa con expresión tensa—, salimos de los túneles y nos alejamos. Hemos vagado por el bosque durante días.

Akio es el encargado de acompañarlo al campamento mientras que Ochako y su grupo son asignados para ayudarlos a instalarse. Eijirou y el resto se dan a la tarea de dispersarse para intentar encontrar el rastro. Conforme pasan los días encuentran más y más prisioneros, algunos en un estado tan lamentable que deben organizarse para transportarlos en camillas hasta la aldea.

Dada la extensión del territorio en el que los encuentran se vuelve imposible determinar el punto de origen siendo que cada grupo que encuentran señala en una dirección distinta, su rastro es confuso e imposible de seguir. Es a Ochako a quien se le ocurre instalar postes con la punta envuelta en tela en distintos puntos estratégicos a fin de delimitar el territorio. La tela es impregnada con las feromonas alfa consiguiendo que los prisioneros que se topen con ellos se detengan tras detectar el aroma de su gente, eso al menos los ayuda a delimitar la zona en la que los prisioneros aparecen pero no es suficiente.

—Si tan solo pudiéramos encontrar los túneles.

—Seguiremos buscando —responde Ochako cuyas ojeras empiezan a destacar en su rostro redondo.

Y lo hacen, es lo único que pueden hacer. Esperar y cuidar de aquellos que llegan con ellos.

[...]

Nota:

Ha pasado un montón de tiempo desde que Ochako y Eijirou compartieron una celda en donde ella intento emparejarse con él. Su amistad se ha mantenido y Ochako siempre estuvo ahí para animar a Denki a que se diera la oportunidad de querer al pelirrojo. Sin Katsuki y Denki es natural que ahora sean ellos quien muevan al grupo en espera de que el resto vuelva. 

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