Advertencias: Este capítulo incluye contenido que podría ser considerado sensible por algunos. Les recuerdo que esta es una historia dramatica con temas para publico adulto. Favor de leer a discreción.
Sinopsis: Hay momentos en la vida que definen lo que somos... instantes en los que decidimos aferrar el miedo y avanzar.
[...]
Apenas estalló la guerra fue Kurogiri quien sugirió encerrar a todos los esclavos.
—Tendremos una disminución de personal —le explico al General con su voz monocorde y su tono formal—, así que va a ser difícil mantener las actividades de trabajo, conteo y supervisión de manera regular. Me gustaría que los soldados se enfocaran principalmente en su trabajo en el muelle cargando los suministros de incienso en los barcos.
—¿Detendrás todo? ¿La expansión de los túneles, el embarcadero, y la minería?
—No habrá suficientes guardia para mantener una vigilancia estricta, señor; también me gustaría fijar un suministro de incienso para las líneas frontales, ellos parecen pensar que nuestro recursos son ilimitados.
Tras una larga consideración el General accedió y su única petición fue la de extraer a todos los omega en estado avanzado.
—Y en unos meses organizas otro conteo para ver cuántos hay después del encierro prolongado.
Kurogiri obedeció y tomó el control de la Ciudadela. Con el General ocupado en sus experimentos y Shigaraki dividiendo su tiempo entre los ataques al campamento de los salvajes y las visitas a su padre, era él, además, el encargado de manejar la logística de la guerra. Su trabajo cubría una amplia gama de actividades que podían abarcar desde el traslado de armas y suministros hasta la distribución de soldados. Era su escritorio el que estaba cubierto con los mensajes de los Coroneles, quienes lo exigían todo sin dejar de quejarse por tener que ensuciarse las manos. Era su puerta la que siempre tocaban cuando había decisiones urgentes que requerían atención pues era el único dispuesto a tomarlas. Era él quien mantenía informes completos de los barcos de Yuuei que volvían para abastecer al ejército invasor.
Y es que el campamento de los salvajes, en lugar de reducirse crecía, no hacia ellos sino hacia atrás; habían reclamado casi un tercio del territorio de Hosu –mayormente bosque con apenas un puñado de aldeas insignificantes– de la sección colindante con el desierto. Traían suministros por mar –sus barcos hacían viajes continuos hacia Yuuei y las Islas del Sur– trayendo más gente o comida para soportar el desgaste de la guerra. Ya no caían en la trampa del incienso, y habían aprendido a replegarse cuando el aire se saturaba de él, cedían y reclamaban terreno a un ritmo constante, eran tan impredecibles como las olas en una tormenta.
Kurogiri tenía las manos llenas y no había tiempo para encargarse de nada más, los esclavos que vivían en las cúpulas bajo tierra eran una nota a pie de página en sus muchísimos pendientes. Una nota que le servía de recordatorio para enviar comida de forma regular aunque la calidad nunca fue una prioridad; sabía que los salvajes sobrevivirían allá debajo de forma indefinida: Tenían una bomba de agua conectada directamente a la presa que les proporcionaba agua limpia, suministros de tela para hacer mantas y afrontar el frío –el cual llevaba semanas asentándose en las montañas–, y el depósito de los baños había sido cavado a suficiente profundidad para mantenerse durante varios años. Sí, los esclavos vivirían perfectamente sin los ajetreos del trabajo diario. Los más fuertes al menos soportarían el encierro y la oscuridad, pero esos eran precisamente el objeto de interés del General así que todo era perfecto.
Sus preocupaciones más inmediatas eran las cosechas perdidas, el invierno, y las incontables decenas de refugiados que se movían por Hosu. Para él, preocuparse por lo que existía bajo sus pies era absurdo, pues la certeza de que nada podría cruzar la protección de las bestias le había sido inculcada por el propio General –había visto los cadáveres destrozados de los espías que habían intentado entrar por los túneles–.
Kurogiri era un hombre práctico, instruido y capaz; pero él, que conocía el secreto del hombre detrás del incienso, poco entendía de la capacidad de comunicación que los salvajes poseían. Lo único que veía en ella era su debilidad, no podía comprender lo que el incienso representaba ni la clase de emociones que despertaba, y tampoco podía ver similitudes entre los guerreros fieros que los hombres veían en batalla y los jóvenes moribundos que se pudrían bajo tierra.
Y en realidad ese fue su error.
[...]
Dos sucesos habían evitado que los guardias se llevaran a Kara cuando bajaron por el resto de sus compañeros: Que poseía un cuerpo menudo en el que la redondez de su estómago pasaba casi desapercibida y que había estado tan violentamente enferma que su celda apestaba a vomito agrio. Los guardias se acercaron y al ver los charcos de bilis en el suelo se negaron a entrar; uno de ellos espió desde la reja y siendo poco conocedor de la naturaleza omega asumió que la ligera hinchazón que veía era porque la muchacha había comido algo en mal estado, así que reunieron a los demás y se marcharon.
Kara se quedó en su celda sucia completamente sola pues el aroma le daba asco a su compañero y como el resto del grupo omega se hallaba encadenado, ninguno tuvo oportunidad de ir a ofrecerle consuelo. No se murió de hambre porque el alfa de la celda de junto, coaccionado por su propio compañera se aseguró de llevarle regularmente agua, un platito de comida y un puñado de hojas de menta para calmarle el estómago.
Con el tiempo su aroma –frambuesas ácidas–, que ya por entonces había empezado a mutar, adquirió los matices completos de la miel y la leche, una esencia dulce y fresca que inundo su celda y se extendió por todo el piso. Su compañero, que había vuelto tras el incidente del vomito, volvió a marcharse llevándose su manta para dormir lejos de ese aroma que le ponía los pelos de punta, así fue como Kara volvió a ser abandonada por la persona que debería haber estado ahí para cuidarla. No era la primera vez, pero el rechazo le hizo daño y terminó por deprimirla.
Así fue como Denki la encontró, encogida en su cama envuelta en el aroma de la leche dulce que no conseguía ocultar los trazos amargos que revelaban enfermedad, y tan delgaducha que daba pena. Fue él quien limpió la mierda que se acumulaba en el interior de la celda, quien le dio de comer y la ayudó a cambiarse. Y mientras el resto de sus compañeros se encargaban de preparar a los otros, Denki dedico todos sus esfuerzos en conseguir que se recuperara.
—Vamos a salir de aquí —le decía dándole comida a cucharadas—, solo aguanta un poco más.
Y pese a que se había prometido mantener su aroma bajo control, Denki no pudo evitar envolverla en un capullo de cariño que olía a naranja, el mismo afecto que los suyos solían intercambiar para afrontar los días más negros de su encierro. La celda se llenó de él, una esencia fresca y sana que saco a Kara de su letargo aunque no consiguió devolverle el ánimo –la persona que lo habría logrado se encontraba lejos inmerso en su propio infierno–. Cuando finalmente llegó la hora de marcharse ella se encontraba aún demasiado débil para viajar.
—Le ha bajado la fiebre, pero es mejor dejar que descanse unos días —dijo Denki cuando Katsuki fue a buscarlo después de charlar con los cuatro alfa que iban a quedarse para recolectar las provisiones semanales.
—¿Su alfa nunca volvió?
—Por lo que sé no soporta el aroma, ahora duerme en algún otro lado... supongo que saldrá con el resto, ¿cuándo se van?
—Dentro de poco comenzaran a moverse.
—¿Te quedarás hasta entonces?
—No, venía a decirte que nos vamos.
Denki miro a la omega en la celda y Katsuki lo imitó. Kara era un bultito pequeño en el que sobresalía una mata de pelo color canario que se veía deslucido y sin vida.
—Me quedaré con ella.
—Si no puede o quiere salir no hay nada que puedas hacer para ayudarla.
Denki pensó en los omega que se habían negado a marcharse, demasiado enfermos para el viaje habían aceptado quedarse solos languideciendo en las cúpulas casi vacías. La diferencia en este caso era el aroma, la dulce esencia de la miel y la leche tiraban directamente de su corazón y le impedía renunciar a su propósito aun si todo parecía perdido.
—Me quedaré —repitió con firmeza y el semblante serio—. Y cuando se encuentre un poco mejor la pondré con el siguiente grupo que salga.
Katsuki pareció dudar, pero terminó asintiendo con rigidez.
—Haré que Inasa o Hiro se den una vuelta regularmente.
Denki asintió, era la primera vez que iba a quedarse solo pero el miedo de encontrarse en una cúpula con cuatro muchachos alfa se desvanecía ante su resolución. Estaba decidido a conseguir que Kara se levantara de nuevo, no soportaba la idea de dejarla atrás.
Sin el aroma grupal de omegas débiles lo único que quedó fue el aroma de la leche dulcísima, el cual, conforme pasaron los días, fue concentrándose hasta convertirse en una capa densa y asfixiante que empujo a los alfa a vivir en el piso superior dónde era más tenue. A Denki, en cambio lo hacía sentir ligero y hogareño, tan dulce que lo volvía susceptible a la ternura, se sentaba con ella a masajearle los pies contándole historias del pan y la vida fuera de los túneles y aunque rara vez recibía respuesta no dejaba de prometerle que saldrían de ahí y verían el sol.
Desconocedor de las señales, Denki creyó erróneamente que era un proceso normal; había creído a Kara cuando ella, en uno de sus raros momentos de atención, le había dicho que faltaban un par de meses para el parto, pero lo cierto es que la muchacha no había llevado la cuenta con formalidad y por eso apenas unos días después el omega se despertó con la brusca agitación de las feromonas de la chica. Al sacudirse el sueño lo primero que percibió fue que el aroma a miel y leche era tan intenso que lo sentía en la garganta, junto a él identifico dos emociones poderosas: Dolor y miedo.
—¿Qué pasa?
—Me duele la espalda.
Denki la ayudo a girarse y le dio un masaje, eso alivio el malestar durante un par de horas hasta que eventualmente volvió. Lo hizo en intervalos cada vez más cortos mientras el aroma se concentraba convirtiéndose casi en una capa tangible que Denki sentía cosquillear en la punta de sus dedos. Él mismo olía a leche dulce y no conseguía encontrar su aroma por ninguna parte.
El miedo de Kara se había desvanecido, tenía toda su atención enfocada en aquello que parecía inevitable; se había encerrado en un silencio seco en el que no había espacio para nadie más. Apretaba los dientes y gemía en intervalos regulares, paseándose por la celda con las manos en la cintura.
—¡Necesito ayuda! —gritó Denki cuando ella se dobló en dos y empezó a gritar, casi al mismo tiempo vio el agua que le corría por las piernas—. Oh...
No espero respuesta y corrió hasta el almacén para tomar dos cubetas que procedió a llenar con el agua de la bomba. Saco las dos mantas que había preparado para ella y a falta de más acerco la suya acomodándolas en un pequeño nido en una esquina. Después procedió a encender todas las antorchas que tenía a mano –que no eran muchas–para iluminar toda la celda.
—Aquí estoy —dijo, aunque Kara no hizo ademán de reconocerlo.
Las fluctuaciones en el aroma continuaron hasta el momento en que Kara dejo de pasearse para aferrar los barrotes de la celda, le gruñó cuando él intento llevarla al montoncito de mantas y en su lugar se puso de cuclillas. Su aroma fue creciendo a un ritmo vertiginoso, sacudiéndose con violencia cada vez que ella gemía con el rostro húmedo apretado contra los barrotes. Mudo y aterrado, Denki se acomodó cerca, sintiéndose absolutamente inútil al verla pujar.
Duró lo que parecieron horas con ella pujando en un ritmo constante, y tras un larguísimo grito el cachorro asomó finalmente la cabeza. Kara, con las piernas temblorosas y el cuerpo empapado de sudor, se quedo inmóvil recuperando el aliento mientras Denki fijaba los ojos en esa cara arrugada manchada de sangre. Apenas consiguió recuperarse la muchacha volvió a tomar aire para pujar una vez más, el cachorro salió acompañado de un torrente de sangre que salpicó a Denki, quien había tenido la precaución de tomar una de las mantas para recibir al pequeño. Tenía listo el cuchillo caliente para cortar el cordón que los unía y mientras ataba el nudo de un extremo Kara se levantó sobre sus piernas temblorosas y se alejó hacia el rincón sin mirarlos.
—Está bien —susurró Denki cuando el cachorro empezó a llorar. Fue un berrido inclemente y altísimo que reverbero en las paredes de piedra, algo sorprendente dado el tamaño de la criatura—. Quiere que lo sujetes —le dijo a Kara que dormía con la espalda vuelta hacia ellos.
Denki le pasó una manta por encima para evitar que se resfriara sin soltar al pequeño que seguía llorando. Lo agito con un brazo y lo pego contra su cuello sin dejar de mecerlo.
—Eh, cariño, necesito que lo sujetes mientras limpio esto —pero ella siguió sin hacerle caso—. Hay demasiada sangre, necesito limpiar la celda. ¿Puedes sujetarlo?
—No va a tocarlo —dijo una voz y Denki se giro hacia la entrada donde había un alfa que, pese a verse flaco y delgaducho, tenía una expresión aterradora. Llevaba un cuchillo ensangrentado en la mano derecha y estaba cubierto de rojo de pies a cabeza—. No lo hizo con ninguno de los otros —añadió.
—Creí que te habías ido —dijo Denki enderezándose con lentitud y cambiando el peso de su carga de manera de que solo lo sujetara con una mano.
—Tenía que quedarme, mi deber es evitar que se lo lleven.
De forma instintiva Denki dio un paso atrás.
—Nadie va a llevarse a nadie.
—No se han llevado a ninguno de los míos, no los he dejado.
—Nadie va a llevarse a nadie —repitió Denki buscando de forma inconsciente el cuchillo que había dejado en el suelo tras haberlo utilizado.
—A ella no le importa, creo que nunca le ha importado.
—Necesito que salgas de aquí.
—Detesto este aroma, no soporto estar aquí, pero es mi deber. Así ha sido siempre. Si me lo das no te haré daño.
—¡Vete!
La respuesta del alfa fue lanzarse hacia el frente con el cuchillo por delante.
[...]
Según los esclavos, las jaulas de castigo se encontraban en los niveles inferiores, ahí metían a los problemáticos para estadías largas, pero también contaban con jaulas aisladas en medio de los pasillos cuya única finalidad era incomunicar de forma inmediata al esclavo que se comportaba mal durante los traslados o en el trabajo, especialmente en aquellos para quienes el incienso tardaba en hacer efecto. Era fácil encontrarlas como huecos disimulados en los pasillos, tan angostas que era difícil e incómodo sentarse.
Cuando Katsuki llegó a la última celda de ese nivel no le sorprendió hallarla vacía. Todas lo habían estado y suponía que todas lo estarían. En todo el tiempo que llevaban ahí no habían encontrado ni una sola señal de que Izuku estuviera vivo, habían encontrado a prisioneros que lo recordaban, pero todos creían que había escapado dado que siempre hablaba de lo mismo. Denki había supuesto que si seguía vivo iban a interrogarlo, pero con la guerra era lógico de suponer que el General tendría las manos llenas y no perdería tiempo con más interrogatorios. Era probable que se hubiera desecho de Izuku muchísimo antes de que ellos hubieran llegado ahí. Era probable que Izuku hubiera muerto el día que Neito escapó. Era probable que incluso vivo fuera imposible encontrarlo, no en ese laberinto negro lleno de corredores circulares y callejones sin salida.
Katsuki apartó los ojos de la jaula vacía y suspiró. Al volver hizo su inspección acostumbrada y se ocultó al oír a los guardias que patrullaban uno de los pasillos intermedios. Había descubierto que los demonios solían ser muy descuidados con su patrullaje, no eran constantes y se limitaban a recorrer el pasillo vacío reponiendo las antorchas con fastidio; en más de una ocasión, mientras se ocultaba en la oscuridad, los había oído murmurar quejas sobre el frío de los túneles y lo inútil de su tarea. Gracias a ellos habían descubierto los salones de descanso, espacios donde los guardias solían entretenerse durante sus horas huecas, y aunque simplemente eran cuartos con camastros para dormir, lo mejor de ellos era que tenían un espacio dedicado exclusivamente para almacenar incienso y el aceite que usaban para las antorchas. Con la guerra esos cuartos solían estar vacíos por lo que Katsuki y los suyos habían empezado a utilizar los materiales que encontraban ahí siendo cuidadosos de no tocar nada demasiado llamativo.
Se quedó quieto, a salvo entre las sombras, mientras oía a los guardias hablar de la guerra. De los cargamentos diarios que enviaban río abajo.
—...y encima de todo —decía uno—, tenemos que venir a recorrer este hoyo. Nadie pasa por aquí, no entiendo por qué tenemos que mantener las malditas antorchas encendidas.
—Ni te quejes que solo es temporal, por lo que he oído van a reducir el número de esclavos a la mitad a fin de ahorrar provisiones. Parece ser que el General se prepara para una larga guerra y eso implica administrar cuidadosamente la comida.
—¿Cómo van a elegir cuáles cúpulas conservar?
—Creo que se quedarán con las que estén más cerca de la fortaleza principal, así no tienen que estar desplazado provisiones constantemente y eso significa que van a cerrar estos túneles. Ya no tendremos que preocuparnos por las antorchas.
—Había pensado que los salvajes no podían combatir contra el incienso.
—Así era hasta que la Bestia descubrió cómo hacerlo..., por suerte se ha muerto.
—Mentira, yo he oído que lo han visto en batalla cabalgado una cosa con cuernos.
—No le hagas caso a los cuentos que oyes, Dabi dice que no lo han vuelto a ver desde hace semanas.
—Con tanto salvaje allá afuera es imposible verlos a todos, sin cuerpo no puedes garantizar su muerte.
—Pero a ese le gustaba luchar al frente, era inconfundible. Y ahora no está. Todos lo dicen.
—¿Y cuándo viste a Dabi?
—Vino con Shigaraki en su última visita, se quedaron un par de días antes de marcharse otra vez. Creo que solo vienen a visitar a su amiga que sigue recuperándose bajo la atención de los médicos.
—No creo que Shigaraki tenga amigos, pero supongo que hablas de Toga. ¿Es cierto lo que dicen de ella?, ¿escapó de la Bestia?
—Sé que fue su prisionera, pero no conozco los detalles. Solo sé que si Shigaraki no la hubiera encontrado habría terminado desangrándose.
—Esa mujer tiene más vidas que todo el ejército junto.
Katsuki permaneció quieto mientras los guardias se alejaban. No podía estar seguro de que la mujer –Toga– fuera la prisionera que Kirishima y Todoroki custodiaban, pero lo cierto era que tampoco existían muchas mujeres soldados que hubieran sido sus prisioneras. Se acordaba de ella porque solía mirarlo a la cara con la expresión de alguien que sopesa los movimientos necesarios para atravesarte el corazón, tenía un aire salvaje que anunciaba problemas y al parecer no se había equivocado.
Así que escapó.
Ese hecho no garantizaba de inmediato que el grupo que la acompañaba hubiera fracasado, pero el que la encontraran herida sugería un duro enfrentamiento. Uno en el que ella había encontrado la oportunidad para alejarse sin que nadie la persiguiera –o tal vez uno en el que no había quedado nadie para seguirla–.
Maldita sea.
Apenas estuvo seguro de que los guardias se habían marchado, Katsuki volvió a la cúpula donde lo esperaba Inasa a quien había dejado a cargo de la evacuación. Ellos se coordinaban con los rastreadores para enviar grupos pequeños de forma constante a los pisos inferiores para reunirse con Kane y Yosetsu que en ese momento se disponían a salir una vez más.
—Tienes que acompañar al siguiente grupo a los túneles —le dijo Inasa apenas lo vio llegar.
—Mejor hazlo tú, me toca visitar a Denki.
—Hiro me ha dicho que tienes que bajar, al parecer hay buenas noticias.
Así que Katsuki terminó cediendo y condujo a un pequeño grupo por los pasillos oscuros hasta alcanzar los arcos que utilizaban para salir. Ahí se encontraba Kane dictando las últimas instrucciones. Katsuki dejo a su grupo con él y se dirigió hacia donde Hiro y Yosetsu charlaban con una pareja de los voluntarios que se habían ofrecido como centinelas para vigilar los túneles.
—¿Cuáles son las buenas noticias?
—Hemos encontrado otra salida —respondió el muchacho alfa con premura. Tenía el mismo semblante flaco que caracterizaba a todos los esclavos, pero el tono en su piel indicaba que había sido uno de los últimos grupos en llegar a la Ciudadela, su omega tampoco mostraba el desgaste de aquellos que han pasado años bajo tierra.
—¿Trazaste la ruta?
—La marcamos con cuidado e hicimos un mapa.
—¿Qué opinas, Yosetsu? —pregunto Katsuki mirando el bosquejo torcido aunque legible que le ofrecían.
—Sería excelente encontrar otra salida, podríamos movernos más rápido. Lo mejor sería acompañarlos para conocer la ruta, medir la distancia y encontrar buenos lugares para descansar durante el trayecto.
—¿Irías tú?
—Sí, Kane seguiría llevando al grupo principal y yo escogería a otra pareja de voluntarios para que me sustituyan con mi grupo. Hay un par que me ha acompañado en el último viaje, estoy seguro de que podrían ir solos.
—Me parece bien, creo que a mí también me gustaría ver esa salida —miró a Hiro—. Sube a buscar a Denki y averigua el estado de la omega que cuida. Si está lista para viajar haz que la trasladen antes de que Kane salga. Después ve con Inasa y dile que baje.
Hiro obedeció y Katsuki procedió interrogar al par con intención de averiguar más sobre esa salida, en eso estaba cuando el alfa volvió con expresión grave y sin aliento.
—Denki no está.
El aroma a madera se sacudió con ira y Hiro se revolvió incómodo.
—¿Cómo que no está?
—Cuando me acerqué a la entrada del primer piso no había nadie vigilando la reja. Y nadie contestó cuando llamé.
Kastuki se movió sin esperar a que terminara, Hiro y Yosetsu fueron con él, y no hubo necesidad de llamar a Kane porque apenas detecto el aroma de su líder gritó las últimas instrucciones y salió corriendo tras de ellos.
—Trae a Inasa —gruñó Katsuki y Hiro se alejó del grupo apenas llegaron a la bifurcación.
Tal como Hiro había dicho no había nadie en el primer piso de la cúpula. Y siendo que era imposible abrirla desde adentro, no había razón para que no hubiera nadie esperando ahí.
—¡Denki! —gritó y guardó silencio pegando el oído contra los barrotes—. Abre la reja —le dijo a Yosetsu—. Espera aquí hasta que llegue Inasa y Hiro, entonces los dejas entrar.
—Tal vez deberíamos esperarlos —dijo Kane.
—Abre —respondió Katsuki y apenas la reja se alzó lo suficiente para dejarlo pasar se deslizó por la abertura inferior. Lo primero que hizo fue oler el aire de la cúpula y de inmediato descubrió que el aroma a miel y leche se había matizado hasta casi desaparecer. También olía a sangre seca y no había rastro del aroma a naranja.
Aunque ahí abajo no había luz, Katsuki se había asegurado de dejar suficiente material para mantener una antorcha encendida de forma continua, pero en ese momento la cúpula estaba envuelta en una oscuridad absoluta.
—¡Denki! —gritó de nuevo sacando el cuchillo que llevaba en el estuche de su cadera—. Ve por una antorcha —le dijo a Kane que avanzaba detrás de él.
Con la luz creando sombras naranjas sobre los adoquines de piedra, Katsuki bajó por los escalones con cuidado, atento al susurrar de sus botas contra el suelo frío. Encontró el primer cadáver al inicio de las escaleras, lo habían apuñalado por la espalda tres veces, otro lo esperaba escalones abajo con el cuello cortado.
Se abstuvo de gritar por tercera vez al oír que la reja volvía a abrirse y supo que el resto de los suyos había llegado. Sin esperar llegó hasta el segundo piso y siguió por el pasillo hasta la jaula que buscaba, en su interior encontró a la muchacha muerta, yacía de costado en un charco de sangre seca.
—Tú fuiste el último en venir —le dijo a Hiro, quien se puso rígido ante el tono duro—, ¿qué viste?
—No bajé —respondió el alfa—. Llamé desde la entrada y Denki subió como siempre, me dijo que todo estaba en orden y que no había cambios.
—¿No entraste?
—Si lo hacía no iba a poder salir.
—¿Y hace cuánto fue esto?
—Dos días.
Katsuki rechinó los dientes mientras observaba el cuarto con expresión crítica.
—Revisen todo el lugar.
Apenas se marcharon Katsuki volvió a inspeccionar la celda y descubrió una hilera de pequeñas manchas que conducían al exterior, se perdían en el pasillo hacia las escaleras así que bajo por ellas hasta el piso inferior donde el tercer cadáver se encontraba estirado en el suelo con el cráneo roto como si hubiera caído desde el techo. Se disponía a inspeccionar las celdas de esa sección cuando escuchó la voz de Hiro detrás de él.
—¡Alto ahí!, ¿quién eres?
Había un alfa, de pie cerca de la puerta que conducía a la zona de la cocina y el almacén. La luz que sostenía Hiro se danzaba sobre el rostro pálido y cansado creando sombras desiguales que hacían brillar sus ojos; tenía el pecho desnudo cubierto con sangre seca.
—¡¿Quién eres?! —rugió Katsuki avanzando hacia él—. ¡¿Y qué estás haciendo aquí?!
—Mi deber —respondió y apenas lo tuvo cerca trazó un arco amplio con su propia arma, un movimiento tan rápido que Katsuki lo esquivo por centímetros—. No puedo dejar que lo tengan.
Atacó de nuevo y Katsuki volvió a esquivarlo. El aroma a madera se sacudió con violencia y eso desequilibro al muchacho cuyo titubeó le permitió a Katsuki desarmarlo. Lo sometió contra el suelo y apoyó la rodilla contra su espalda.
—¡¿Qué has hecho?!
—Está maldito —respondió el voz alfa con la misma voz monocorde e inexpresiva. De cerca se apreciaban sus ojos de mapache, su nariz hinchada y deforme; alguien le había roto la nariz—. Nos dejaron pudrir para tenerlo —repetía lo mismo una y otra vez sin cambiar el tono—. No puedo dejar que lo tengan.
—¿De qué estás hablando?
—Por su culpa nos tienen aquí, lo quieren a él y no deben tenerlo.
—Es el alfa de la mujer —dijo Inasa apenas le puso los ojos encima—. Lo vi cuando todos empezaron a salir, creí que se había ido con el resto.
—Debió esconderse en algún rincón —añadió Yosetsu—, encontré al último alfa que dejamos aquí en una de las celdas del tercer piso. Lo apuñalaron en el cuello y parece ser que se desangró.
—¿Tú mataste a mis hombres?
—Los arranque del infierno.
Se removió con fuerza y Katsuki ejerció más presión contra su espalda.
—¡¿Dónde está Denki?!
El alfa volvió a revolverse con ira sin dejar de repetir lo mismo.
—No puedo dejar que lo tengan.
—¡¿Dónde está?!
—Le dije que no le haría daño si me lo daba. Le dije que debíamos deshacernos de él antes de que los demonios volvieran.
—¡¿Qué has hecho?
—No quiso escuchar.
—¡¿Qué hiciste?!
—¡No quiso obedecer!
—¡Inasa!, sujétalo y ponlo de pie.
—¡No quiere dármelo! —grito el alfa debatiéndose en el agarre de Inasa.
—¡Cállate! —rugió Katsuki pero su ira solo avivó la del alfa.
—¡¿No lo entiendes?! ¡Huele a muerte! ¡Huele igual al incienso! ¡No debe existir!
—¿De quién está hablando? —pregunto Kane
—Creo que del cachorro —respondió Yosetsu
—¿Nació? —dijo Hiro
—¡No tendría que haberlo hecho! —rugió el alfa
—¡Basta! —gritó Kastuki una vez más y lo miro con ojos enfurecidos— No importa lo que ellos quieran, el cachorro es tuyo.
—¡No lo quiero! ¡Ella tampoco lo quiso! ¡Tiene que irse!
—¡Es tu responsabilidad!
—¡Si tanto te importa puedes quedártelo!
Katsuki rugió y lo abofeteó, eso al menos consiguió callarlo. Se alejó hacia la zona de la cocina sin mirar atrás, ahí encontró que la puerta de doble hoja se hallaba cerrada. Había marcas de sangre en toda la parte frontal acompañadas de trazos desiguales como si alguien hubiera escarbado en la superficie metálica con algo afilado.
—¡Denki! —al intentar abrir la puerta descubrió que estaba atrancada así que empezó a golpearla con la palma abierta—. ¡Todo está bajo control! ¡Abre la maldita puerta!
Continuó gritando hasta que detectó movimiento al otro lado, al apartarse la puerta se entreabrió ligeramente y lo único que pudo ver fue oscuridad. A él llego el inconfundible aroma de la leche dulce, tan potente que inconscientemente retrocedió, y aunque era un aroma que su cuerpo asociaba inmediatamente con bienestar y dulzura, su mente no pudo evitar conjurar la imagen del incienso con sus matices dulcísimos. Su respuesta automática fue tensar el cuerpo y enfurecerse, pues la ira lo mantenía anclado.
—Tú tampoco lo soportas —susurró una voz y al girarse vio que todos habían ido tras de él y cada rostro mostraba una copia exacta de la tensión que sentía. Habían pasado tanto tiempo repudiando el incienso que su reacción natural era rehuirle—. Tienes que deshacerte de él.
Katsuki lo ignoró y se concentró en la oscuridad. El aroma lo hacía evocar la primera vez que se sumergió en él, era imposible olvidar la pesadez que sintió al despertar, el vacío dentro de él y la confusión por el tiempo perdido. Su instinto de lucha le gritaba no confiar, le advertía sobre quedar a merced de ese aroma. "El cachorro es tuyo" le había dicho al alfa, pero eso no había atenuado su rechazo porque para él el aroma se había convertido en una maldición. Intentó ponerse en su lugar, pero no pudo porque si ese fuera su cachorro sería una vergüenza retroceder ante él. Sería una aberración darle la espalda independientemente de su aroma porque era suyo y no tenía la culpa de nada.
Con el cuerpo tenso y las manos hechas puños, Katsuki luchó contra el condicionamiento de todos esos años. Finalmente tomó aire y con el corazón rugiéndole en los oídos se adentró en la oscuridad. Nadie más se atrevió.
Dentro, el aroma se había concentrado de tal forma que podía sentirlo tocar su piel, lo que provocó que la incomodidad volviera a toda potencia, pero siguió avanzando hacia el círculo de luz creado por la antorcha pegada a la pared; ahí estaba Denki, de pie, sujetando un bulto con la mano izquierda y un cuchillo en la derecha. Tenía un feo morado en la mejilla y los ojos rojos de haber llorado.
—¿Por qué no contestas? —le preguntó Katsuki con una rabia inesperada.
—Porque no quería despertarlo —respondió el omega con voz bajita.
—¿Y por qué no saliste?
—No mientras él esté allá afuera —sacudió la cabeza y guardó el cuchillo en su funda—. Quiso hacerle daño —añadió y su voz se quebró, el sonido hizo que el bulto emitiera un quejido bajito. Denki lo meció con cuidado y froto su mejilla contra aquello que olía como el incienso que Katsuki había jurado destruir.
No...
—¿Le hizo daño? —susurró Denki
—¿A quién?
—A la madre.
—Está muerta, no sé si se desangró o si él terminó el trabajo.
Denki se echó a temblar, pero contuvo el llanto para no alarmar a su carga, en cambio volvió a frotar la mejilla contra él y eso pareció alegrar al cachorro porque el aroma a leche y miel se intensificó. Katsuki luchó contra el deseo de alejarse.
—Déjame verlo —dijo en cambio esperando que al darle un rostro a ese aroma su cuerpo no sintiera la necesidad de dar media vuelta y huir.
El omega se tensó ante la petición, pero tras un momento se separó del cachorro –quien emitió un débil quejido de protesta– para dárselo. Katsuki dudó antes de tomarlo sorprendiéndose de su ligereza y la tibieza que irradiaba. Tenía le piel tersa y rosada, un contraste muy marcado con sus propias manos que parecían demasiado toscas y grandes para sujetarlo; todo en él era diminuto, desde la nariz de botón hasta la mano que asomaba entre los pliegues de la manta que lo guardaba. Su rostro era todo mejillas y boca, y la pelusilla que tenía en la cabeza era de un color claro indistinguible.
Katsuki absorbió cada detalle con calma, asombrándose de que algo tan pequeño tuviera un aroma capaz de desarmarlo sin esfuerzo, solo entonces se dio cuenta de que se hallaba envuelto en la esencia de la miel y la leche y aún seguía siendo él. No había vacío o inconciencia, no había silencio. Seguía estando ahí, sujetando al cachorro tibio que no pesaba nada. Olía el incienso...
No, es diferente.
Lo era y aunque él no podía precisar exactamente de qué forma, su cuerpo si podía. Si bien el incienso de los demonios convertía su mundo en una sábana blanca, el aroma real, el que tenía en las manos, cantaba dentro de él relajando sus músculos, apagando la ira y anestesiando su naturaleza brava, todo ello dejando su raciocinio intacto. El aroma a leche y miel que emanaba del cachorro lo hacía en oleadas continuas con matices claros, puro y completo como solo podía pertenecerle a un ser vivo. Era un aroma que no resultaba empalagoso ni detestable.
En ese momento la pequeña nariz se agitó detectando un nuevo aroma, Katsuki lo acerco a su rostro para que pudieran percibirse con calma, lo hizo de forma instintiva recordando vagamente que su madre solía hacerlo con los cachorros de la aldea.
Las pequeñas aletas se agitaron aspirando ese aroma desconocido que parecía tocarlo con muchísima suavidad. Sus reflejos primitivos entendieron de inmediato que no corría peligro y que la persona dueña de ese aroma jamás le haría daño. De haber podido verbalizarlo habría dicho que el aroma le hablaba de calma, fuerza y seguridad, así que los pequeños parpados se apretaron antes de abrirse revelando unos ojos que parecían negros. El cachorro absorbió su cara y su pequeño cerebro unió el aroma a ese rostro severo que lo miraba directamente a la cara archivándolo como suyo. Fue un instante único.
Sujeto por esos ojos inocentes, llenos de una confianza absoluta, Katsuki tuvo un momento para evocar la vida simple que había esperado tener antes de que los demonios lo arrancaran de su hogar. Una vida sin más complicación que aquella que el mar le ofreciera, pero en ese momento supo que su destino no sería volver a su aldea a vivir como un hombre normal. Su destino sería crear un hogar para todos aquellos que lo habían perdido todo, un hogar para los omega forzados a emparejarse y para aquellos alfa dispuestos a luchar. Sería un hogar para el cachorro al que su propio padre había repudiado.
Katsuki comprendió entonces que su lucha no debía ser por la venganza –la cual rugía dentro de él como una bestia hambrienta–, esa venganza que lo había mantenido vivo durante años no podía ser la que ahora lo impulsara a seguir. No debía permitir que la ira lo consumiera. Su lucha debía ser por la libertad, por la garantía de que los cachorros nacidos en el nuevo mundo nunca tuvieran que conocer el infierno que era el incienso. Su resolución agitó su aroma inyectándolo de energía y vivacidad, la respuesta del cachorro fue sacudirse, agitando instintivamente todas sus extremidades mientras extendía su mano hacia él.
Katsuki dejo que le tocara la nariz.
[...]
NA/ La siguiente actualización también será múltiple así que podría tardar. Con ella daríamos terminado con la parte más dramatica de esta historia así que agradezco la paciencia y su apoyo. Nos leemos.
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