Capítulo 50: Esperanza
Sinopsis: Aún en el dolor hay esperanza... ¿verdad?
[...]
Pese a ser libres, no todos los omega se aventuraron a salir de sus celdas, algunos se encontraban tan débiles que ni siquiera podían levantarse, pero el resto se aventuró al primer piso para conocer a los recién llegados. Al detectar el aroma a madera quemada muchos se echaron para atrás, abrumados por la intensidad, y cuando Denki –en un acto instintivo– intentó calmarlos emitiendo una sutil esencia cítrica el grupo entero reaccionó con espanto, apartándose con rapidez mientras el grupo alfa se giraba hacia él como abejas que buscan la miel.
—Denki —dijo Katsuki—, siéntate.
Obedeció procurando no mirar a nadie a la cara y dando un rodeo amplio para no cruzar entre el grupo de esclavos. Escogió su lugar tras Katsuki, a salvo entre el resto de su grupo, y ahí permaneció con los ojos bajos mientras el interrogatorio continuaba.
—¿Con que frecuencia vienen los guardias?
—Desde que nos encerraron dejaron de venir, no hay más conteos ni revisiones periódicas.
—¿Cada cuando envían la comida?
—Creemos que es una vez por semana.
—¿Y los guardias bajan con ella?
—No, envían las provisiones usando el elevador del último nivel. Un guardia se acerca a uno de los accesos del piso superior para avisarnos que es día de suministros así que tenemos que esperar junto al elevador hasta que lo hacen bajar. Lo descargamos y el elevador vuelve a subir.
—¿Alguien ha intentado subir junto al elevador?
—Los guardias siempre están arriba y castigan al infractor enviándolo a aislamiento durante días.
—¿En este momento falta alguien de esta cúpula?
—Sí, antes de cerrar las puertas los guardias bajaron para llevarse a los omega en estado avanzado.
—¿Es algo usual?
—No. Lo usual es que los dejen aquí hasta que el cachorro nace, entonces se lo llevan.
—¿A dónde?
—Nadie lo sabe.
—¿Y los prisioneros?
—Si te refieres a los castigados, los envían al último piso para meterlos en jaulas cerca de las bestias.
—¿Algún intruso o visitante de otra cúpula ha venido recientemente?
—No
—¿Cuántos guardias hay?
—Nadie lo sabe.
Las preguntas se sucedieron sin pausa, una tras otra, durante horas. Se detuvieron para comer –casi lo último de sus provisiones– antes de retomar el intercambio de información. Los prisioneros también tenían preguntas, varios se mostraron escépticos con todo lo que oían, pero Katsuki se mantuvo firme en su decisión de no ofrecerles promesas ni sueños, tan solo verdades y posibilidades. No perdió tiempo contándoles de su estadía en la prisión –todos ellos habían pasado por eso–, se enfocó en las luchas que habían librado y sus victorias, sin olvidar nunca el riesgo que los amenazaba.
Pero a diferencia del grupo en la prisión, los esclavos de la cúpula no reaccionaron con entusiasmo o emoción ante sus palabras, no se alistaron para la batalla como habían hecho otros. El aroma a madera quemada tampoco consiguió avivar su energía, se quedaron quietos mirando a Katsuki y a su grupo con recelo y apatía. El grupo transmitía la misma energía, desconfianza y dolor en una sinfonía tan clara que incluso Denki lo sintió reverberar en su corazón.
Eventualmente Katsuki los despidió a todos y su grupo se retiró para dormir; escogieron un rincón en el último piso, lejos de ojos curiosos donde pudieran conversar sin atraer la atención. Ahí, acomodaron las mantas cerca de una pared acompañados de una de sus antorchas.
—No era la bienvenida que esperaba —le murmuró Kane a Yosetsu.
—Han pasado demasiado tiempo bajo tierra —respondió Denki que los había oído.
—Duerman —ordenó Katsuki—, Inasa y yo tenemos que hablar. Kane, te toca el segundo turno de vigilancia, te despertaré para entonces.
—Han dicho que los guardias ya no bajan —dijo Yosetsu con expresión confusa.
—No son los guardias los que me preocupan —dijo Katsuki y después miro a Denki—. No te alejes sin avisarle a nadie, y no tengas miedo de romperle la nariz a quien intente meterse contigo.
Denki asintió, le bastaba recordar la tensión en al aire para saber lo que Katsuki estaba pensando. En los días subsecuentes la suspicacia del grupo alfa –aquellos que se habían quedado sin omega– fue creciendo como un río caudaloso; el encierro prolongado, el hambre y el dolor los había convertido en seres nerviosos, prontos a la ira y la crudeza, y el estrés del vínculo había terminado por volverlos proclives a la insubordinación. No había día en que no gruñeran ante las preguntas de Katsuki o los suyos, y aunque solo era un pequeño grupo, su presencia ponía nervioso al resto. Especialmente estresaban a Denki; era imposible ignorar su presencia cuando se acercaban, podía sentirlos mirar con la misma dureza que utilizaban para desafiar a su líder.
Y por eso, mientras Hiro, Yosetsu y Kane salían para conocer los túneles y localizar otras cúpulas, Katsuki e Inasa se quedaban atrás para trabajar con el grupo alfa, intentando sacudir la apatía y el hartazgo, luchando por instaurar orden y disciplina. Por su parte, Denki se encargaba de organizar a los omega para coser morrales usando la tela vieja que había en los armarios de suministros destinada para hacer mantas.
—Cada uno de ustedes necesitara un morral que sea resistente para el viaje; además, cortaremos la tela más delgada en cuadrados del mismo tamaño para las antorchas. Ellas nos permitirán medir el tiempo allá abajo, y como ninguno de ustedes tiene zapatos vamos a tener que improvisar algo para cubrirles los pies.
Repartía ordenes sin respirar y ellos obedecían, aunque ninguno se atrevía a mirarlo a los ojos. Ninguno de ellos hacía preguntas, ni protestaba. Bastaba verles la cara para entender que ellos seguían acordándose de cómo todo su grupo había llegado oliendo a él. Denki no se los reprochaba; de hecho, se le rompía el corazón al verlos tan apagados pues incluso los más sanos se veían terriblemente flacos y pálidos.
—Ni ustedes tenían ese aspecto cuando los encontramos —dijo Inasa en una ocasión mientras veía a los muchachos trabajar.
—Muchos de ellos llevan años sin ver el sol.
—Supongo que eso explica porque tiene miedo hasta de su sombra.
—Si lo dices porque se encogen cuando te ven no puedes culparlos, yo también me asusté cuando te encontramos. Eres inmenso.
Inasa se rio, el sonido reverbero hasta lo alto del techo, un gesto tan inusual y vibrante que atrajo la atención de todos. La tensión en el aire fue sutil –nadie quería arriesgarse a llamar la atención del gigante–, pero por el rabillo del ojo Denki vio la desaprobación de sus compañeros omega y la rigidez del grupo alfa.
—Gracias por el cumplido —respondió Inasa ajeno al mundo—, pero no me refería a mí. Tú también los asustas.
Denki asintió pero no respondió, después de todo sabía que Inasa tendría dificultades para entender que el miedo que veía en el grupo cada vez que él se acercaba a repartir instrucciones era en realidad una sutil forma de rechazo. El castigo mudo para alguien que dormía rodeado de muchachos alfa y los marcaba; y no ayudaba que Inasa se riera en voz alta con él, que Yosetsu se acercara a charlar, que Hiro le ofreciera un bocado de su propia comida, que Kane se tomara la molestia en custodiar la puerta cuando le tocaba ir al baño, o que Katsuki lo hiciera sentar en el grupo que lo organizaba todo.
Siendo extremadamente consciente de la tensión que su presencia generaba en el grupo, Denki procuraba mantener un aire serio y absolutamente profesional, con su aroma al mínimo y sus alertas a toda potencia. Tenía demasiado trabajo para permitir que la ansiedad lo aplastara, el más apremiante era la comida pues la calidad y la cantidad de las provisiones que los guardias enviaban era terrible.
—No es suficiente —fue lo dijo al contemplar las cajas que descargaron del elevador, muchas de las cuales contenían verduras mustias y sacos enmohecidos.
—Tendrá que bastar —respondió Katsuki—. Una vez fuera podemos cazar o buscar hierbas para comer.
—¿Tendremos tiempo de cazar si envían a los guardias a perseguirnos?
No esperaba respuesta, sabía que el plan para escapar seguía bajo construcción así que se limitó a inventariar la comida, a separar las provisiones de los prisioneros de aquellas que se llevarían al salir, por eso fue una sorpresa cuando tras una pausa Katsuki preguntó:
—De tu grupo, ¿cuántos de ellos son peso muerto?
—Esa es una expresión horrible.
—Sabes de lo que hablo.
—Hay cinco extremadamente enfermos, el frío se les ha metido en el cuerpo y no pueden levantarse. Temo que no soportaran el viaje. Hay otros ocho que están muy débiles, depresión o malnutrición, no lo sé, pero tampoco salen de la cama y no pueden andar sin ayuda. Hay quince que solo necesitan un poco de ejercicio y comida, aunque necesitan supervisión constante. El resto está bien, sigue instrucciones, entiende el peligro, e incluso hay un puñado que podría estar dispuesto a tomar un papel más activo.
—¿Eres consciente de que no podemos sacar a quienes no pueden andar solos?
—Sus compañeros pueden llevarlos.
—Huir con alguien en brazos es la mejor forma de tropezar y obstruir el camino.
Fue el turno de Denki para quedarse callado y desde ese día, cada noche mientras el resto dormía, dedicaba horas a meditar el asunto. Curiosamente fue una canasta de vegetales la que hizo germinar la idea dentro de él. Dedico otra noche bajo la luz de una antorcha cortando y trenzando largos trozos de tela intentando recrear un objeto de su pasado.
—¿Qué estás haciendo? —le pregunto Katsuki al ver el reguero a sus pies.
—Cuando mi padre enfermó no teníamos a nadie que cargara el costal de harina desde el molino hasta la casa, era demasiado pesado para llevarlo en brazos así que mi madre compró un arnés unido a una canasta que utilizaba para transportarlo; tenía correas para los hombros, una cinta para la cabeza, y otra para la cintura; ayudaban a distribuir el peso y te dejaba las manos libres.
—Huir cargando con alguien es peligroso en cualquiera de sus formas. Y tampoco puedo obligar a nadie a que cargue con nadie.
—No estarás obligando a nadie, ofrecerás una solución a un problema específico. Ellos tomaran la decisión, tan simple como eso.
Cuando Katsuki se marchó a iniciar con sus labores, Denki siguió cortando y dibujando patrones en la tela tan solo esperando que esa solución fuera suficiente.
[...]
Fue un proceso lento, lleno de preguntas, hipótesis y dudas. Katsuki abandonó la cúpula solo en dos ocasiones; en una para bajar a las celdas de los prisioneros, las cuales se encontraban en los niveles inferiores cerca de los túneles por dónde habían entrado, al volver se había sentado lejos del resto envuelto en un silencio de acero.
—¿Quieres hablar de ello? —preguntó Denki al llevarle de comer aunque Katsuki no hizo ademán de tomar nada.
—No hay nada que decir.
—¿Qué encontraste?
—Nada. No había nada. Celdas vacías y cubiertas de polvo. Sin señal alguna de que hubiera prisioneros recientemente... pero tú ya lo dijiste, Izuku podía estar vivo y podía no estarlo, no había garantía de ninguna. Que no esté en ninguna de esas celdas no dice nada, conforme nos acerquemos al centro de la Ciudadela habrá más jaulas... podría estar en alguna de ellas y podría no estarlo.
Denki no dijo nada.
—La esperanza —continuó Katsuki— es una bastarda cruel.
—Y sin embargo es la que nos impulsa a seguir.
—Pero llega un momento en que debemos afrontar la verdad.
—¿Y estás listo para eso?
—Lo estuve desde el mismo momento en que te lancé esa manzana. Pese a lo que Aizawa puede temer no vine aquí a perseguir un sueño, mi deber es sacar a tantos prisioneros como sea posible.
—¿Buscaremos a los cachorros?
—No... en este laberinto es imposible encontrar nada. Salvarlos es un sueño iluso, podría tomarnos años recorrer estos pasajes negros y es posible que ni siquiera estén aquí.
—¿Y si lo están?
—Usan a los cachorros para crear el incienso, ¿crees que el General los dejaría solos?... ¿Crees que cualquiera podría entrar sin que él lo supiera?
—Lo hicimos aquí.
—Porque a él no le importan los esclavos, basta ver como los trata. Los deja languidecer aquí como fabricas humanas para los cachorros que tanto anhela. No, los pequeños estarán bajo candado, lejos de nuestro alcance. Los prisioneros son nuestra prioridad, y cuando estemos fuera lucharemos contra los demonios y arrasaremos este lugar hasta enterrarlo por completo. Solo así destruiremos este infierno.
—Para eso tienes que comer —y dicho eso Denki volvió a extenderle la papilla que había hecho con los vegetales, solo entonces Katsuki aceptó el cuenco.
La segunda salida que Katsuki hizo fue para inspeccionar la ruta que Kane había propuesto para sacar a los prisioneros. El alfa había memorizado la cantidad de guardias que recorrían los túneles diariamente –los cuales eran menos de una docena– y los pasajes que nadie utilizaba; de ahí había elegido el camino más corto y rápido para alcanzar los túneles sin ser detectados.
—No podemos arriesgarnos a llevar antorchas —susurró Kane cuando llegaron al final del camino—, una luz que se mueve siempre llama la atención, pero ellos están acostumbrados a moverse entre las sombras y tenemos la ventaja de que podemos comunicarnos sin palabras así que será fácil advertirles que se detengan o se apresuren.
—Buen trabajo —respondió Katsuki.
Y cuando todo estuvo listo los reunió a todos una vez más.
—El plan es este —les dijo—. Por culpa de la guerra el nivel de guardias que se quedaron en la Ciudadela es mínimo, es posible que la mayoría esté afuera alistando suministros, armas, o incienso para enviarlo a las líneas de ataque. Y siendo que las puertas no pueden abrirse desde adentro no hay razón para mantener guardias a tiempo completo en el piso superior, incluso las patrullas que recorren los túneles son escasas y se concentran principalmente en los niveles superiores. Los guardias saben que están aquí porque alguien descarga la comida cada semana y envía las cajas de vuelta, se han llevado a los omega en estado avanzado, y seguramente vendrán para repetir el proceso, aunque dudo que sea pronto. Eso nos da suficiente tiempo para movernos.
"Lo que haremos es separar este grupo en dos. El primer grupo estará compuesto de aquellos que seguirán a Kane y a Yosetsu por los túneles hasta el exterior. Es importante que el grupo avance al mismo ritmo pues se moverán en una línea interminable y no podemos arriesgarnos a que se produzca un atasco allá abajo."
—Hay omegas que no pueden caminar —intervino un alfa, el mismo que solía retar a Katsuki cada vez que podía.
—Denki.
—Tenemos arneses para llevarlos a la espalda, les enseñaré como atarlo, cargarlo y descargarlo rápidamente.
—En ninguna circunstancia —continuó Kastuki— deben alejarse de la línea principal o podrían perderse en los túneles. Kane irá a la cabeza, y los omega más enfermos irán en la retaguardia con Yosetsu como guía por si se retrasan. Se sobreentiende que tanto Kane como Yosetsu tendrán toda la autoridad para tomar decisiones, seguirán sus instrucciones al pie de la letra como si fueran las mías. Idealmente cada omega marcará a su alfa al salir, Denki ya los ha instruido al respecto, y se asegurarán de mantener los niveles de ansiedad a sus niveles más bajos.
—¿Y qué pasa si no tengo un omega?
—No importa, irás con el grupo principal, las feromonas del resto serán suficientes para esconderte de las bestias.
—Tu grupo tiene un omega que no estás usando, puedes compartirlo.
—Él no está para compartirse, él se queda porque tiene trabajo que hacer. Y si insistes en este tema te romperé la cabeza, ¿lo entiendes?
El alfa gruñó y su aroma –musgo húmedo– se sacudió con violencia. Tras una tensa pausa, en la que Katsuki lo enfrentó en silencio y mirándolo fijamente a los ojos, el muchacho terminó por encogerse de hombros y cruzar los brazos.
—Una vez fuera —dijo Katsuki— el grupo se alejará de los túneles con dirección sureste, tendrán un mapa para orientarse. No deben permanecer cerca o se arriesgan a que las bestias salgan a buscarlos.
—¿Para qué un mapa si tus hombres nos guían?
—Los míos volverán a los túneles después de sacarlos, tenemos dos pares de voluntarios para acompañarlos en su viaje de vuelta porque no podrán entrar sin ayuda de los omega. Al salir ustedes trabajaran juntos para alejarse, nosotros los alcanzaremos después. No deben esperar.
—¿Y quiénes están en el segundo grupo?
—Ellos ya lo saben. Cuatro se quedarán aquí, esperando por las provisiones que envían los guardias así daremos tiempo a todos de alejarse antes de que salte la alarma.
—¿Los abandonarás?
—Se quedarán aquí mientras el resto viene conmigo. Mi intención es hacer lo mismo que hicimos aquí en diversas cúpulas simultáneamente, para cuando Yosetsu y Kane vuelvan de haber sacado a su grupo tendremos al siguiente esperando por ellos.
—Los guardias notaran una línea interminable de esclavos que huyen —se burló el alfa con los brazos cruzados.
—Por eso usaremos los túneles vacíos, y coordinaremos cada salida de forma espaciada.
—¿Qué pasa si nos descubren?
—La prioridad será eliminar al guardia, si lo conseguimos tendremos unas horas de ventaja antes de que se percaten de su desaparición. Si lo dejamos escapar tendremos a su ejército pisándonos los talones en ese mismo momento. Nuestra ventaja son los túneles, no hay suficiente espacio para maniobras complicadas así que una pequeña fuerza puede mantenerlos ocupados mientras el resto escapa.
—Ellos controlan a las bestias.
—Sí, y las bestias no atacan a los omega, con suerte eso podría evitar que nos asesinen a todos, pero no debemos confiarnos. Debemos ser cautelosos, seguir las ordenes y no llamar la atención, entre más tiempo pasemos desapercibidos, conseguiremos sacar a más gente.
Después de eso hubo una ronda de preguntas antes de que los separaran en grupos y los organizaran. Con ayuda de Denki, Katsuki había elegido al grupo alfa que se quedaría con él junto con su respectivo omega; eligió a cuatro para quedarse en la cúpula y al resto los dejo en manos de Inasa que se encargaría de prepararlos.
—Si obedecen y siguen a mis hombres —añadió— estos serán los últimos días que pasen en esta jaula. Ahora vayan a descansar, no quiero oír conversaciones o ruido, reserven su energía para cuando salgan de aquí.
Y por primera vez desde que llegaran, todos lo obedecieron sin alboroto.
[...]
Una emoción indefinida, mezclada con incredulidad y miedo, saturó el aire de la cúpula el día en que todos los esclavos ascendieron por las escaleras hasta el primer piso, su intensidad opacaba el aroma a madera quemada y no dejo de sacudirse mientras Kane abría la reja desde el exterior con muchísimo cuidado para minimizar el crujido del mecanismo. Hiro salió primero para ayudarlo a atrancar la palanca, tras él fue el grupo de prisioneros pareja tras pareja, algunos sujetándose de las manos y otros aferrando sus sacos de comida. Todos y cada uno de ellos internándose en la oscuridad sin mirar atrás.
—Sigan a Kane —repitió Katsuki mientras veía a la línea avanzar—, sin desviarse ni retrasarse. Recuerden que los túneles no tendrán luz así que presten atención al aroma de mis hombres, ellos les notificarán de cualquier desviación, desnivel o patrulla que puedan encontrar. Kane va al frente, Yosetsu en medio y Hiro hasta el final. Nadie va a esperar a nadie y no vamos a llevar conteo, presten atención a sus alrededores y no se pierdan-
—Buena suerte —interrumpió Denki acercándose hasta detenerse a su lado. El gesto bastó para que el alfa cerrara la boca y asintiera con rigidez—. Creo que nunca te había visto nervioso —añadió en voz baja sin moverse.
—Y no lo verás de nuevo, pero esto puede salir terriblemente mal.
—Dadas las circunstancias muchas cosas pudieron haber salido mal antes, hemos hecho todo lo posible por ellos. Los preparaste, los organizaste, los enviaste con gente confiable que sabe lo que hace.
—Me preocupan los alfa que van solos, tal vez debí hacer que se quedaran.
—Entonces te preocuparías de tenerlos aquí. Y dadas las condiciones de este lugar creo que no serán el único grupo que encontremos. Lo mejor es enviarlos fuera, además son una minoría, si causan problemas el resto podrá contenerlos.
—Si alteran a las bestias todos estarán muertos.
—No puedes hacer nada si no tienen sentido común.
Guardaron silencio mientras la fila continuaba, avanzaba con lentitud pero sin detenerse lo que sin duda era una buena señal. Cuando finalmente el último par desapareció en la oscuridad Hiro desatrancó la palanca y cerro la reja tras ellos.
—Vuelve después de que todos hayan entrado por los túneles —le dijo Katsuki.
Hiro asintió y se marchó dejando atrás una cúpula casi vacía, donde no se oían más las toses secas de los omegas enfermos ni el susurro de sus pies contra la roca desnuda. Denki agradecía que todos se hubieran marchado, aun si no tenía la certeza de que fueran sobrevivir a los túneles al menos sabía que lo habían intentado, lo único que podía pedir era que la multitud no terminara alterando a las incontables bestias que habitaban allá abajo.
—Un solo error y todos moriremos aquí —dijo Katsuki que esperaba junto a él.
—No todos —respondió Denki sin dejar de mirar la boca negra que se perdía en el infinito, evocando otras celdas negras que no tenían fin—. Algunos sobrevivirán, lo han hecho hasta ahora.
—¿Esa es tu esperanza? ¿Qué solo uno de ellos viva?
—Mi esperanza es que vuelvan a ver la luz del sol y revivan la alegría de caminar bajo él. Esperó que los hijos que decidan tener después de esto no sean un eco del dolor que han padecido sino la promesa de un futuro mejor. Deseó que los recuerdos no los atormenten demasiado.
—¿Te atormentan a ti?
Denki suspiró sin apartar su mirada de las sombras impenetrables.
—En ocasiones descubro que mi mente aún vaga por pasillos negros que me aterrorizan, el miedo sigue ahí y sé que nunca se irá... pero ahora también tengo esperanza —se giró hacia él y le sonrió—, e incluso en ocasiones me permito soñar con lo que haré después de que esto se acabe.
—La esperanza... a veces puede ser generosa.
[...]
La segunda cúpula que visitaron era exactamente igual a la primera: Oscura, empapada con el aroma de omega enfermo y con un grupo alfa receloso y apático. Solo que en esa ocasión Denki se mantuvo al margen mientras Katsuki daba su discurso –una copia casi exacta del anterior– y presentaba a los que iban con él; ninguno de ellos era Inasa o Hiro porque ellos habían sido enviados con su propio grupo de reclutas para organizar más cúpulas.
Los recién llegados se instalaron en el primer piso en la zona de la cocina, el grupo alfa cerca de la entrada y el grupo omega en una esquina dejando a Denki fuera, así que él acomodó su manta al otro lado, lejos de ambos. Katsuki se instaló junto a él.
—Siendo que solo estamos nosotros —dijo mientras se quitaba las botas—, nos turnaremos para vigilar.
—De acuerdo.
La rutina de Denki fue muy similar: Tras abrir las cadenas de los omega había que contarlos, tomar nota de su estado de salud y ánimo, inventariar la comida y los suministros. La diferencia era que no estaba solo, y aun cuando los muchachos le rehuían seguían obedeciendo sus órdenes sin quejarse. Además, la empatía que no parecían sentir por él la mostraban para con los otros, sus compañeros enfermos –quienes parpadeaban incrédulos al detectar el aroma sano de un omega que respondía mirándole la cara al alfa que olía a madera quemada–.
No había días, solo una sucesión de momentos, ordenes, y pendientes que se veían interrumpidos para comer y dormir. Y aunque el plan parecía simple –tan solo salir– los detalles requerían precisión y disciplina, de nada servía sacarlos si la ansiedad de la libertad los volvía descuidados, si el terror a las bestias los paralizaba, y si no estaban listos mentalmente para caminar entre túneles negros durante días.
Como Kane y Yosetsu seguían sin volver Katsuki decidió dejar a su nuevo grupo en la segunda cúpula para mantener el control entonces tomó nuevos reclutas y se desplazó con Denki hasta su siguiente objetivo pues el tiempo estaba contra ellos. En cualquier momento los guardias podían bajar a realizar otra inspección o incluso podían capturarlos cada vez que salían, su misión era preparar y alertar a tantos como fuera posible, así que empezaron a visitar más y más cúpulas llevando voluntarios de un lado a otro sin descanso.
Durante ese tiempo hubo algunas sorpresas: Encontraron la cúpula de Neito donde la presencia de Izuku había provocado un castigo colectivo –el asesinato de varios omega– y el rencor latía entre ellos con la fuerza de una tormenta; el encierro solo había avivado la desesperación y la cúpula entera apestaba a muerte. Los sobrevivientes –alfas ferales– se habían lanzado contra el grupo de Katsuki ciegos ante todo, así que ellos habían tenido que salir dejándolos atrás. Sus rugidos se oían en los pasillos y el temor de atraer la atención de los guardias hizo que los intrusos huyeran hacia las profundidades.
Una sorpresa más agradable fue cuando descubrieron un pequeño salón lleno de barriles que contenían aceite viejo, gruesos rollos de tela, y los picos que utilizaban para ampliar los túneles. Había suficientes herramientas de trabajo para armar a un grupo pequeño así que Katsuki se había encargado personalmente de trasladarlos a los niveles inferiores.
En su viaje encontraron viejos conocidos, la mayoría chicas omega que habían compartido su estadía en la prisión con Denki, aunque también encontraron un alfa que lo reconoció de inmediato. Resultó que había sido el primero chico que compartiera una celda negra con él–: "Tú lo sabías", le dijo apenas lo tuvo enfrente, "sabías lo que había aquí". Denki sacudió la cabeza y los recuerdos le impidieron decir nada.
Y así el grupo de Katsuki se deslizo por la oscuridad, sacudiendo la pereza y el silencio, desempolvando la vieja esperanza que se agitaba en el corazón de aquellos que creían estar destinados a morir bajo tierra. Los murmullos burbujearon en la noche y el crujido de las puertas que se abrían se perdía entre muros vacíos. Arriba, en los pasillos iluminados, patrullaban los guardias que se encargaban también de llevar los suministros de incienso que extraían de la fortaleza del General para cargar los barcos que bajaban por el canal. Y abajo, entre sombras negras, se deslizaban los intrusos tan acostumbrados a la negrura que la habían convertido en parte de ellos. Con todo hubo imprevistos que estuvieron a punto de arruinarlo todo.
El primero fueron los mismos omega, cuyo ciclo inevitable tendía a dejarlos fuera de combate. Ahí no había panax para atenuar los síntomas así que era costumbre que pasaran esos momentos con sus compañeros lejos de ojos indiscretos. El aire cargado con sus feromonas hacia a Katsuki sacudir la cabeza y Denki padeció sus efectos cuando su propio cuerpo respondió activando un ciclo temprano que lo obligó a encerrarse en una alacena mientras masticaba sus raciones de raíces secas que mantenían la necesidad a raya, pero no conseguían calmar la incomodidad y el hambre.
Fueron días de espanto mientras Denki oía gritos fuera –la voz de Katsuki que rugía y escupía amenazas mientras alguien más le respondía de vuelta– hasta que finalmente la pesadilla remitió y Denki despertó con la cabeza clara y el cuerpo cubierto de sudor frío. Sentía las articulaciones flojas así que las masajeó con cuidado mientras vaciaba su odre de agua –la comida se le había acabado antes–. Al salir encontró que Katsuki seguía vigilando la alacena, con el semblante salvaje de alguien que no ha dormido demasiado y no se encuentra de buen humor.
—Gracias —fue todo lo que Denki.
—Te traeré agua para que te bañes.
El segundo fue el grupo alfa sin compañeros omega que demostraron poca paciencia para esperar su turno e intentaron abrir la reja desde el interior, sin ayuda, causando una conmoción cuando al levantar la pesada verja de metal no consiguieron sostenerla; ésta cayó sobre aquel que intentaba salir y cuando Katsuki volvió para su monitoreo regular encontró el cuerpo desangrándose completamente solo. Después de abrir la reja desde afuera y remover el cadáver, Katsuki dedicó horas reinstaurando su autoridad entre el grupo hasta terminar con los nudillos pelados y un ojo negro.
—Gracias —fue todo lo que dijo Katsuki cuando Denki termino de vendarle las manos.
—Te traeré de comer.
El tercer imprevisto que encontraron sucedió cuando se dirigían a supervisar una de las cúpulas que Inasa tenía a su cargo. Avanzaban sin luz como tenían por costumbre con Katsuki al frente y Denki detrás, envueltos en el silencio y la tensión que sentían al abandonar la protección de las cúpulas. El aroma a madera se mantenía estable y por eso cuando se sacudió Denki se detuvo de inmediato y buscó en los alrededores la razón del sobresalto. Hubo un gemido lastimero y momentos después el omega dio un respingo cuando sintió un morro húmedo frotarse contra su mano.
—¿Qué carajo?
—¿Qué pasa? —pregunto Katsuki
—Algo me ha tocado la mano.
—¿Algo?
—Sí, algo... espera ahora me está empujando la pierna...
—Sígueme.
Contra el sentido común ascendieron por los pasillos con la cosa peluda junto a ellos hasta llegar a una sección iluminada, ahí descubrieron que su inesperado visitante era una bestia pequeña... la misma bestia que se había pegado a las piernas de Denki mientras recorrían los túneles, y quien había llorado al separarse de ellos.
—¿Qué está haciendo aquí? —pregunto Denki
—Encontrarnos.
—Hemos dado vueltas por todo este maldito lugar, no puedo creer que llegara hasta aquí..., según recuerdo no quería internarse más allá de los túneles.
—Supongo que la continua presencia de personas le quito el miedo a entrar.
—¿Qué hacemos?
Intentaron devolverla a los pisos inferiores sin éxito; después se separaron para ver si conseguían perderla y aparentemente funcionó hasta que apareció tras ellos una vez más. Y cuando la encerraron en una de las jaulas hizo tanto escandalo que terminaron por sacarla, no fuera a llamar la atención de los guardias. Se limitaron a soportar su presencia, siempre tras el rastro de Denki yendo y viniendo a su antojo.
Pero el mayor imprevisto de todos terminó por recordarles que la esperanza puede llegar a ser tangible.
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