Capítulo 49: La Ciudadela
Esta es una actualización múltiple (tres capítulos), así que toma aire, lee con calma y nos leemos cuando termines.
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Sinopsis: En la oscuridad vivimos y en la oscuridad morimos, tan apartados de la luz que toda esperanza se ha ido. Cuando la llama venga para iluminar el camino, ¿podremos seguirla o su luz nos dejará ciegos?
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Cada túnel era único, en tamaño, longitud y forma, al mirarlos quedaba claro que todos habían sido creados por manos humanas; las señales eran simples, desde marcas con picos y herramientas abandonadas, hasta soportes que se erigían ocasionalmente para garantizar la estructura total. Si Monoma tenía razón, los túneles originales habían sido ampliados y extendidos por los muchísimos esclavos que trabajaban durante incontables horas para perfeccionar esa red.
Ahí abajo el General había establecido un nido de noumus; las bestias utilizaban los túneles para salir a cazar y a cambio protegían la zona con un eficacia asombrosa. Y aunque muchos de esos pasajes oscuros estaban vacíos, había otros con socavones a los costados para permitir que las bestias anidaran en ellos; de hecho, encontraron cachorros cuyo llanto diminuto era atendido por una madre paciente y de apariencia tan feroz como el resto. Por fortuna ninguno de los animales se mostró hostil mientras el grupo de Katsuki recorría el interminable laberinto que existía bajo tierra, en ocasiones alguna de ellas se mostraba excesivamente recelosa de los intrusos y los acompañaban durante parte del camino hasta que finalmente se aburría, daba media vuelta y volvía a su nicho. Hubo una bestia sin embargo que se acercó a Denki y tras olfatearlo decidió seguirlo durante horas.
—No se va —murmuró él acercándose a Katsuki que llevaba la antorcha—, ¿por qué no se va?
—Supongo que le gustas o te quiere comer —respondió Katsuki sin girarse mientras inspeccionaba la zona.
—Ninguna de esas opciones me tranquiliza —masculló el omega mirando a la bestia de reojo notando que si bien no era tan grande como el resto seguía teniendo el aspecto fiero de los suyos.
Cuando volvieron a reunirse con el resto de su grupo el animal fue tras ellos y se quedó a su lado durante su descanso para reanudar la marcha cuando el grupo lo hizo. Durante el segundo descanso Denki intentó engañarlo y tras cubrir con su aroma al grupo alfa se mezcló entre ellos disminuyendo su propia esencia pues creía que con eso la bestia elegiría a otro como objetivo, pero su idea fue un fracaso. El animal se pegó a él cuando volvieron a ponerse en marcha ignorando abiertamente al resto de los humanos que olían a naranja.
—¿No deberíamos deshacernos de ella? —preguntó Inasa al ver al animal volver por tercera vez consecutiva tras los talones de Denki.
Katsuki también encontraba enervante la presencia del animal, su instinto le sugería matarla –quería deshacerse de todas las bestias que habitaban ahí–pero en el fondo sabía que cualquier acción violenta en su contra provocaría que los animales los atacaran, condenando a su grupo a una muerte inútil.
—No hace nada —respondió Katsuki finalmente, ahogando su aversión por la situación, y con eso el asunto no volvió a tocarse pese a que Denki seguía sintiéndose incómodo ante la atención del animal que insistía en sentarse cerca y en seguirlo cada vez que se internaba en los túneles.
El reconocimiento de los túneles fue lento pues bajo tierra resultaba fácil confundir una entrada con otra y en ocasiones los pasajes se conectaban entre sí sin aviso de ninguna clase. Solo la cuidadosa administración de sus provisiones evito que el grupo de Katsuki se quedara sin nada. Habían tomado la precaución de reabastecerse antes de entrar, añadiendo semillas, corteza y hojas a sus raciones de carne seca y galletas duras. Solo la férrea determinación de Katsuki por encontrar la entrada a la Ciudadela evito que el resto cediera ante la desesperación de vagar a oscuras envueltos en el aroma a naranja y rodeados por bestias hambrientas.
Para los que habían sido prisioneros el recuerdo de trabajar y vivir bajo tierra aún pesaba como una herida cuya costra irrita, hecho que fue evidente en el silencio que empezaron a utilizar como armadura conforme el tiempo pasaba. Para Inasa, que había crecido toda su vida bajo el cielo abierto, adentrarse bajo tierra estaba resultando ser una experiencia aberrante que afectó su humor y terminó convirtiéndolo en una torre humana que no reía.
Denki no estaba mejor; pese a que el grupo alfa seguía controlando su aroma para dejar que los cubriera con el suyo lo poco que alcanzaba a detectar le indicaba la creciente tensión que burbujeaba en cada uno de ellos, tensión que se dejaba ver brevemente en la rigidez de su postura cada vez que tenía que marcarlos. Siendo consciente de que la situación era extremadamente delicada –un omega, cinco alfas, todos compartiendo el mismo aroma– mantuvo un perfil bajo, eso significaba cero conversación y cero preguntas durante cada descanso. Su misión era encogerse en un rincón, atento y furtivo, mientras los alfa discutían opciones, y tras cubrir al grupo con su aroma –siempre sin mirar a nadie y cuidando cada gesto de su cuerpo–, seguía a Katsuki mientras el resto se dispersaba por su cuenta.
Pese a las dificultades y el riesgo, siguieron adelante, conscientes de la disminución de sus raciones y de los odres casi vacíos que portaban a su espalda. Finalmente, uno de ellos encontró lo que parecía ser una entrada y cuando el resto fue con él descubrieron un túnel amplio –más grande que ninguno de los anteriores y sin bestias a la vista– que terminaba en un arco tan alto que dos hombres del tamaño de Inasa habrían podido pasar uno sobre el otro sin tocar el techo.
El animal que había seguido a Denki durante días entró con ellos a la amplia sala en la que decenas de jaulas se amontonaban en hileras ordenadas, la mayoría de ellas estaban ocupadas por bestias impacientes que parecían estar destinadas a usarse como transporte pues eran sin duda más grandes que cualquiera de las que habitaba en los túneles y también más violentas. El pequeño animal gimió cuando Denki y el resto se internaron entre las jaulas, parecía temerosa de acercarse a sus compañeros que rugían y raspaban los suelos de tierra.
—Ya no tienes a tu mascota —dijo alguien al ver que la bestia se quedaba atrás. Denki se limitó a encogerse de hombros.
Inspeccionaron la zona de lado a lado, tomando nota de las jaulas vacías y de las entradas que conectaban con otras salas parecidas, cada una con arcos exactamente iguales, los cuales conducían sin duda a los túneles bajo tierra.
—No hay nadie aquí —dijo Inasa cuando terminaron de hacer la inspección general—. Hay un cuarto de vigilancia pero no parece haber rastros de que se hubiera ocupado recientemente.
—No esperan que nadie entre por aquí —respondió Katsuki marcando el arco por donde habían entrado. Después de ordenarle a uno de sus hombres que copiara el mapa que habían hecho, escondió la copia cerca de la entrada—. Memorícenlo —añadió pasando el dibujo original—. Si nos separamos todos deben ser capaces de salir de aquí.
—No podemos salir sin un omega —respondió uno de sus compañeros mirando de reojo a Denki que se puso tenso y mantuvo los ojos fijos en el piso.
—Ya arreglaremos eso —dijo Katsuki sin prestarle atención—. Ahora sigamos.
Pese al pánico del momento Monoma se las había arreglado para detallar el camino que había recorrido cuando lo trasladaron de su cúpula hasta los pisos inferiores lo que sirvió para que el grupo tuviera una idea general de cómo subir y utilizar los ascensores; fue así que los intrusos se internaron en los pasillos de la Ciudadela vestidos con el reglamentario uniforme negro y las capuchas puestas. Para evitar llamar la atención volvieron a separarse en pares, cada grupo detrás del otro, a suficiente distancia para seguir detectando su aroma –atentos ante cualquier advertencia– pero lo suficientemente lejos para que su presencia no resultara llamativa. Cada vez que se cruzaban con algún guardia procuraban apresurarse alterando ligeramente su aroma como una advertencia para el grupo que venía detrás.
Monoma también se había tomado la molestia de recrear las mapas que Izuku había hecho –aunque por desgracia no estaban completos–, pero una vez dentro fue claro que sin una ubicación exacta los mapas eran inútiles así que en lugar de luchar por encontrarle sentido a esa pieza de papel Katsuki se dejó llevar por su olfato. Los pasillos de la Ciudadela apestaban con un aroma único, las emociones que se leían en el aire poseían indiscutiblemente la presencia de su gente así que lo único que había que hacer era perseguir ese aroma rancio que se intensificaba conforme ascendían por los pasillos largos.
La red de pasajes que conformaban la Ciudadela también parecía otro laberinto, aunque uno menos caótico que el se encontraba bajo tierra; al menos ahí había antorchas iluminando los pasajes y los cruces parecían bien señalizados aunque ninguna de las indicaciones que encontraron tuvo sentido para ellos. Katsuki se aseguro de seguir marcando su avance, colocando sus iniciales en cada entrada por la que cruzaban junto con una pequeña flecha mostrando el camino hacia los túneles; tenía el cuidado de poner las marcas casi al ras del suelo mientras Denki vigilaba los pasillos por si alguien se acercaba. Eventualmente llegaron a un pasillo que terminaba en una reja sólida por la cual emanaba el mismo aroma rancio que impregnaba las paredes de ese lugar.
Katsuki examino la reja para después tratar de ver lo que se escondía entre las sombras al otro lado pues la antorcha de esa sección se había acabado y nadie había ido a cambiarla.
—Hay una palanca aquí —murmuró Denki toqueteando algo en la pared; al acercarse Katsuki descubrió que se trataba de una manivela grande que al girar hacía crujir la reja.
—Esperemos a los demás.
Y eso hicieron. Los otros dos grupos no tardaron en llegar entonces, tras quitarse su capucha, Katsuki separó a uno de ellos y le enseñó la palanca.
—Nos dejarás entrar y después quiero que hagas el camino de vuelta hasta los túneles. Quiero saber cuánto tiempo nos toma llegar hasta allá desde aquí, cuántas intersecciones hay exactamente, dónde están las antorchas, y con cuántos soldados te cruzas. Quiero que te memorices ese camino a la perfección, que puedas ir y venir sin ayuda de mis marcas. Cuando lo hagas vuelve, y procura no llamar la atención de ningún guardia.
El alfa asintió y procedió a obedecer. Tras activar el mecanismo sostuvo la manivela mientras el resto de sus compañeros se arrastraba por debajo de la reja, después la hizo bajar y se marchó sin esperar otra indicación.
Dentro de la cúpula todo estaba a oscuras, la luz que provenía del hueco en la parte alta era tan escasa que al inclinarse por el borde lo único que se veía era un pozo negro. Advertidos por Monoma, el grupo se deslizo por las sombras evitando las otras entradas del primer piso, bajaron por las escaleras con pies ligeros y una vez ahí Katsuki empezó a repartir órdenes.
—Revisa el segundo piso —le dijo al alfa que tenía a su derecha— Quiero un conteo de cuántas celdas están ocupadas y cuántos de ellos están demasiado enfermos para moverse. Quiero saber exactamente qué tenemos entre manos. Cuando termines búscame en el último piso.
Repitió la orden para el tercero y a Inasa le tocó revisar el último, finalmente se giró hacia Denki.
—Vamos.
Juntos descendieron por las escaleras mientras los suyos empezaban a dispersarse, al llegar al piso inferior avanzaron pegados a la pared hasta encontrar la última entrada.
—Revisa las provisiones.
Ante la orden Denki desapareció por la puerta que conducía a la cocina y la despensa mientras Katsuki seguía de frente hasta llegar al hueco por el que Monoma le había dicho que llegaban los suministros enviados por los guardias. El ascensor no estaba lo que sin duda tenía como objetivo evitar que alguno de los prisioneros intentara escapar por ahí, pero Katsuki tenía más interés en familiarizarse con la zona que en preocuparse por el espacio vacío. Cuando estuvo seguro de que no había más entradas secretas que aquella que se usaba para la bomba de agua que aprovisionaba toda la cúpula volvió sobre sus pasos y se reunió con Denki que seguía inspeccionando las alacenas. Entre ambos apilaron toda la comida en las mesas vacías y fueron contando. Al terminar salieron y Katsuki decidió que mientras esperaban al resto estudiaría con sus propios ojos a los prisioneros de ese piso.
Denki fue con él y observó con horror los rostros macilentos que, encogidos en cada celda, habían sido encadenados a la pared como animales violentos. De ellos era el aroma a rancio que bañaba la cúpula. Un aroma que combinaba miedo, enfermedad y desesperanza; el aroma de un omega moribundo.
¿Nosotros nos vimos así?, pensó con dolor al ver la piel pálida, los miembros delgados y las mejillas huecas. Ellos al menos habían tenido permiso para salir, para moverse por los túneles y atender al grupo alfa, habían disfrutado de una especie de independencia si es que podía llamarse independencia a una rutina que entumía sus sentidos y su voluntad, pero los omega de ahí no tenían otra misión que languidecer hasta morir. ¿Cuándo había sido la última vez que alguno de ellos había visto la luz del sol?, viendo sus pieles pálidas y sus rostros manchados era claro que hacía muchísimo tiempo. ¿Alguno había decidido emparejarse confiando en un destino mejor? La idea le cerró la garganta.
Al detectar su aroma varios omega se acercaron a los barrotes para mirarlo, Denki experimentó entonces una vergüenza absurda por su cuerpo atlético y su aroma sano. Una vergüenza que se transformó en miedo cuando un alfa intento meterse en su camino; después de esquivarlo se apresuró a alcanzar al resto y se mantuvo junto a ellos mientras oía el reporte del grupo.
Las noticias no eran alentadoras: Había decenas de jaulas en cada piso, pocas de ellas vacías, con un omega encadenado tan débil que la mayoría –sino es que todos– iban a necesitar ayuda para moverse. El grupo alfa tampoco estaba en su mejor condición pues desnutridos y exhaustos exhibían los síntomas de una ira desmedida resultado de un encierro prolongado; eso, combinado con la impotencia que sin duda sentían ante el lastimoso estado de su omega, el grupo era vulnerable a estallar sin razón. Denki también oyó que varios de ellos mostraban heridas recientes, resultado de alguna lucha de poder.
Al terminar con los reportes todos guardaron silencio mientras Katsuki se frotaba el puente de la nariz. Viendo la gravedad en su rostro no cabía duda de que la situación era más delicada de lo que ninguno de ellos había imaginado.
—Luchar no es una opción —dijo Inasa cuando el silencio se prolongó demasiado—. No sobreviviríamos ni una sola embestida en estas condiciones.
—Tampoco podemos salir como si nada —respondió alguien más—, ¿te imaginas una hilera de prisioneros yendo hacia los túneles? Eso seguro que llama la atención.
—No podemos luchar, no podemos irnos, ¿qué otra opción tenemos? —añadió un tercero
—Esto es absurdo —escupió el cuarto alfa—, lo que necesitamos hacer es traer a los barbaros aquí, atacar a la Ciudadela desde arriba y apropiarnos de todo esto. Es más fácil que intentar sacar a los prisioneros de aquí.
Denki los miró discutir en silencio, junto a él Katsuki seguía callado, inmerso en sus pensamientos que sin duda eran un reflejo exacto a lo que sus compañeros verbalizaban en voz alta. El movimiento de las sombras más allá de su círculo lo distrajo, eran los jóvenes alfa que finalmente habían decidido bajar para investigar a los recién llegados.
Katsuki también reparó en su presencia porque se enderezó en toda su altura, espeso su aroma cortando la discusión entre los suyos y finalmente dijo:
—Sí, tal vez una opción más viable sería reunir un ejército y arrasar la Ciudadela por la superficie, pero nuestra victoria sería pírrica porque el General mataría a los prisioneros antes que permitir su liberación. Lo ha hecho antes. Y si movemos un ejército por las montañas le estaremos diciendo nuestra intención, estaríamos entrando en su terreno de juego que es igual que entregarle un cuchillo para que nos apuñale.
Tras tomar aire, Katsuki miró a cada uno de sus hombres hasta que el peso de su mirada los hizo rebullirse.
—Cierto, no están en condiciones de luchar, pero tendrán que hacerlo si quieren salir ¿no es cierto?
Su respuesta fue un asentimiento colectivo y simultaneo.
—Sin embargo, no se puede salvar a quien no quiere ser salvado, no se puede obligar a pelear a quien no quiere hacerlo, así que antes de discutir cómo haremos esto debemos ver quién de ellos aún tiene el deseo de escapar.
Y dicho esto se adelanto para recibir al grupo alfa que los miraba con abierta desconfianza.
—¿Quién de ustedes quiere salir? —preguntó en voz clara y lo suficientemente alta para que todos lo oyeran, no esperó respuesta y continuó—, ¿quién de ustedes quiere volver a ver el sol?
En lugar del miedo que existía en la naturaleza omega la respuesta del grupo alfa ante una situación estresante era la ira, la cual latía dentro de ellos en ritmos desiguales, brillante y afilada como un cuchillo desenfundado. Una ira que se revolvía ante la presencia de un alfa desconocido en su territorio, un alfa sano con un aroma imponente; así que en vez de la fría indiferencia que Izuku había recibido, o incluso la queda tolerancia, los prisioneros alfa recibieron a Katsuki con abierta hostilidad.
—¡¿Quién rayos eres tú?! —pregunto uno de los muchachos que iba a la cabeza, la violencia se olía en él como nubes oscuras.
—Es la Bestia —dijo Denki que había oído ese mote de labios de Jin, junto con todas las historias que se contaban de los esclavos prófugos, así que alzó la voz procurando que ésta alcanzara los pisos superiores, allá donde los omega espiaban por entre las rejas de su jaula—. La Bestia que nos sacó de las celdas oscuras, que se apropió de una fortaleza enemiga y la convirtió en un bastión para los nuestros. Luchamos a su lado y por su nombre, alfa y omega por igual, contra el incienso maldito destinado a destruirnos y contra los demonios que intentaron enterrarnos bajo tierra. Fue él quien nos devolvió la esperanza cuando nos obligaron a emparejarnos o morir y quien nos guio a la victoria cuando todo parecía perdido. Ahora yo te pregunto a ti, ¡¿quién eres tú?!
Hubo murmullos quedos mientras las palabras se asentaban entre el grupo, preguntas y dudas flotaron en el aire como zumbidos tenues, pero eso no amilano al alfa.
—Y ahora tú eres su puta —gruñó en voz alta, una respuesta que sin duda mostraba que ellos habían reparado en el hecho de que su grupo completo olía a naranja. A él. La idea horrorizo a Denki.
—¡Silencio! —rugió Katsuki adelantándose— ¡Le mostrarás respeto! ¡A él y a cualquier omega de mi grupo! ¡No tolero estupideces!
La respuesta del alfa fue embestir, indiferente al hecho de que la atlética constitución de su contrincante garantizaba una lucha dispar. Lo que el muchacho deseaba era descargar la energía que vibraba en él así que Katsuki le concedió el combate que buscaba; en lugar de someterlo de inmediato, alargó la lucha como una forma de exhibirle al resto sus habilidades. Soportó los golpes del alfa para demostrarle que no podía hacerle daño y después se los devolvió como un castigo por la afrenta. Nada de armas, solo puños y patadas, gruñidos violentos que se perdían en la oscuridad.
Con excepción de Inasa que dio un paso al frente cuando uno de los prisioneros hizo ademan de meterse en la refriega, el resto del grupo permaneció en su lugar viendo a Katsuki alardear frente a la multitud. La sala no tardo en cubrirse con el aroma a madera quemada, una esencia tan rica e intensa que ahogaba todo lo demás, y que al final borró la sutil presencia de la naranja por completo. De hecho, el resto de los aromas palidecieron en comparación y aunque algunos de los jóvenes intentaron apartar el aroma de ellos envolviéndose en su propio capullo de seguridad al final fue claro que resultaba imposible escapar pues ese era el aroma de un alfa sano y feroz.
—¡Mi nombre es Bakugou! —rugió Katsuki al fin, sentado a la espalda del alfa, sujetando su cabeza contra el suelo— ¡¿Quién eres tú?!
El alfa se debatió inútilmente como un pez en el anzuelo, Katsuki no cedió y mantuvo su presión contra la cabeza de su enemigo espesando su aroma hasta convertirlo en una capa tan densa que resultaba irrespirable, una nube de humo cargada con su ira y poder que hacía vibrar el aire a su alrededor.
—¡¿Quién eres tú?! —repitió inclinándose sobre el rostro en el suelo para mostrarle el gesto violento que había en su cara. Y su victoria fue absoluta cuando recibió un murmullo apagado. Un nombre.
—Seiji
—¡¿Cuál es el nombre de tu omega?!
El alfa volvió a sacudirse sin éxito y al final su respuesta fue otro murmullo débil, uno que solo estaba destinado para los oídos de su captor. Katsuki no se detuvo ahí, siguió preguntando de dónde venía, el nombre de sus padres, cuánto tiempo llevaba bajo tierra, cuándo bajaban los guardias, quiénes en el grupo eran sus rivales, quiénes eran sus amigos... Le hizo decenas de preguntas –simples, complejas y absurdas–, y Seiji contestó cada una de ellas al principio con reticencia hasta que eventualmente las palabras manaron de su boca como un grifo abierto. Le dio todo lo que le pedía y Katsuki continúo, le arranco cada trozo de información en su interior y siguió exprimiendo hasta que el alfa se rindió por completo, entonces Katsuki volvió a inclinarse al tiempo que enterraba la mano en el pelo corto y lo obligaba a enderezar la cabeza.
—Inasa —dijo señalando a la montaña gigante que estaba más cerca—. Yosetsu. Kane. Denki —y terminó señalando al muchacho rubio que permanecía lejos de todo—. Ellos son míos porque me son leales y a cambio les ofrezco mi lealtad. Yo cuido de los míos y no permito que nadie insulte a mi gente, no tolero que nadie los humille. Somos una unidad, luchamos por todos y cuidamos de todos. ¿Lo entiendes?
Sin esperar respuesta lo soltó para levantarse de un salto, entonces enfrentó a la multitud y con voz potente se dirigió a ellos.
—Ante ustedes se presentan dos alternativas. Languidecer en esta tumba negra o luchar para salir —abrió los brazos y abarcó al grupo mirándolos con la misma expresión energética que usaba cuando se dirigía a sus hombres—. Nosotros hemos luchado contra los demonios y hemos vencido, tenemos una fortaleza con provisiones, camas secas, y lo más importante de todo libertad; un lugar donde los omega son libres de aspirar a una vida mejor que la que tiene aquí... pero no es gratis. Quienes vengan deberán luchar para defender sus muros y respetar a quienes habitan ahí.
El aroma que emanaba del grupo transmitía una sola emoción: Incredulidad.
—No será un viaje fácil —añadió Katsuki acrecentando su aroma hasta hacerlo parecer inmenso, un gigante absoluto que los miraba desde su altura. Transmitía ira y certeza, unidas en una emoción única capaz de estrujar corazones y someter voluntades—, nuestras victorias anteriores no garantizan nada. No estamos aquí para guiarlos al paraíso, no he venido aquí a prometerles nada pues las promesas son para los niños. He venido aquí para ayudar a quienes aún guarden el recuerdo del sol, para guiar a quienes estén dispuestos a arriesgarse, y lo único que puedo darles es la verdad: Nuestro camino es negro, nuestras dificultades incontables, nuestros enemigos poderosos. Sí, esta empresa será difícil, tal vez imposible, tal vez terminemos muertos, pero... ¡mejor la muerte que la prisión de este hombre!
Y con eso Katsuki se apartó de ellos para volver con su grupo.
—Sube al primer piso —ordeno señalando a Kane—, vigila por si los guardias vienen, si Hiro vuelve baja a buscarme —entonces se giró hacia Denki—. Llévate a Yosetsu, que te ayude a abrir las cadenas de los omega y averigua exactamente en qué condiciones están.
—¿Qué pasa si algún alfa nos prohíbe acercarnos? —preguntó Yosetsu
—Para eso vas tú —respondió Katsuki con firmeza recibiendo un asentimiento rígido como respuesta, entonces se acercó a Denki para añadir—. Averigua cuántos de ellos tienen una buena relación con su alfa, consigue que te digan cuáles de ellos son los violentos o los más irascibles.
—¿Crees que habrá problemas?
—Los alfa nos caracterizamos por ser necios, tal vez la derrota de Seiji consiga mantener la paz un tiempo pero conforme empecemos con los preparativos la impaciencia empezara a consumirlos, necesito saber a quiénes tengo que mantener vigilados y ocupados. Usualmente son líderes por cuenta propia así que me evitaré problemas si me ofrecen su ayuda. De hecho, podría agilizar las cosas si consigo que me obedezcan.
—Muy bien.
Así que mientras Katsuki se quedaba para responder dudas entre el grupo alfa y reafirmar su liderazgo entre aquellos incrédulos –con Inasa como apoyo–, Denki subió hasta el primer piso y empezó su tarea. Avanzó por el pasillo estudiando a cada omega con atención hasta encontrar a uno que no se encogiera en la esquina apenas aparecía frente a la reja, entonces entró con lentitud y se arrodilló a medio camino para mirar a la muchacha directamente a la cara.
—Soy Denki —dijo y de inmediato señalo a la silueta en la reja—, ese es Yosetsu y quiere abrir la cerradura de tu cadena, ¿le permites que se acerque?
Ella no dijo nada así que Denki continúo hablando. Le contó de su viaje por los túneles laberinticos, de las bestias que habitaban ahí y de cómo no hacían daño a los omega.
—Cuando estemos listos para salir nos dejarán pasar —añadió.
—Ellos olían a ti —respondió la muchacha con expresión tensa—, creí que era una sola persona porque solo había un aroma, pero no... Ellos... tú... ¿qué has hecho?
Denki se tragó la vergüenza, mantuvo su cara impasible y no se movió, cuando consiguió hablar lo hizo con voz clara y alta con intención de que los prisioneros en las celdas aledañas pudieran oírlo.
—Lo que hice no tendrás que hacerlo tú, solo bastará que cubras a tu alfa y con eso las bestias también lo dejarán salir, es probable incluso que con la presencia de varios omega ni siquiera se necesite por eso necesitamos trabajar juntos. Es un viaje difícil y tenemos que organizarnos para reunir la suficiente comida, agua, y luz para cruzar ese laberinto, sin mencionar que debemos hacerlo sin levantar sospechas porque esta no es la única cúpula y debemos preparar a todas las que podamos.
—Nadie sabe cuántas son.
—No importa, tenemos que concentrarnos en lo que tenemos aquí. Este es el primer paso y es el más difícil pues no somos suficientes, pero si accedes ayudarnos entonces en lugar de ser solo yo seremos dos, o tres o todos... Allá abajo esta nuestro líder intentando convencer y organizar al grupo alfa, pero independientemente de la decisión que ellos tomen nosotros podemos elegir así que esta es tu oportunidad para hacerlo. ¿Quieres que Yosetsu te quite tu cadena o no? ¿Quieres ayudarme a sacar al resto o no? ¿Quieres ayudarme a organizarlos o no? ¿Quieres confiar en mí o no?
Ella no deja de mirarlo, huele a miedo e incertidumbre pero sobre todo despide el aroma a rancio que inunda el lugar. Denki quiere transmitirle confianza, envolverla en su aroma sano y ofrecerle consuelo, pero se contiene sabedor de que ella aún piensa en el grupo que olía como él, puede verlo en su cara; sabe que esa idea tardará en irse –si es que lo hace– y no importa porque en ese momento la vergüenza no tiene espacio en el trabajo que tienen por delante.
—¿Me ayudarás? —repite cuando el silencio se alarga.
Y no puede evitar un suspiro de alivio cuando la muchacha finalmente extiende ambas piernas en su dirección como una respuesta clara; en ella aún se huele la duda –el horror–, pero Denki no se lo toma en cuenta, no hay tiempo.
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