Capítulo 48: Destino Incierto
Sinopsis: Existen circunstancias fortuitas que alteran nuestra vida, dos de ellas conviven en extremos opuestos de una línea: Milagros y tragedias. Nunca debes vivir esperando que los primeros ocurran pero siempre debes estar preparado para enfrentar a los segundos.
[...]
Mitsuki se derrumbó junto a la fogata emitiendo un gruñido de hastío tan potente que fue inevitable que los dos hombres beta que estaban cerca se rebulleran en sus lugares, repentinamente incómodos. La mujer alfa cruzó las piernas bajo ella, extendió la mano para tomar una de las ardillas que se cocían en el fuego y comenzó a comer sin esperar a que la carne se enfriara. La única concesión que hizo fue soplar con la boca abierta antes de ir tragando con prisa.
—Tus modales siempre han sido terribles, Mitsuki.
—No me des lata, Nemuri, que aquí no estamos en tu casa para que me regañes porque bebo el té a sorbos.
—Ni me lo recuerdes que me dan escalofríos.
—Eres una santurrona.
—Y tú una maleducada.
—Quieren por favor callarse —intervino Hizashi acostumbrado ya al intercambio entre ambas mujeres aunque ligeramente sorprendido por la repentina ferocidad del mismo. Había pasado mucho tiempo con ellas y se sabía al dedillo los temas que causaban sus discusiones, lo que no se esperaba, sin embargo, fue que ambas se giraran para mirarlo con la misma expresión de enfado.
—¿Quién te habla a ti? —dijo Mitsuki
—Esta conversación no te incluye —añadió Nemuri
—Si lo hiciera habríamos dicho tu nombre.
—Lo cual no ha pasado.
—Matriarca Kayama —dijo una tercera voz interrumpiendo el intercambio.
Hizashi estuvo a punto de ofrecerle una reverencia de agradecimiento a la mujer robusta que se acercó para hablar con Nemuri llevándosela lejos de la fogata; después de escoger otra ardilla para él, fue a sentarse junto a la mujer alfa.
—¿Qué pasa con ese humor tuyo? —preguntó.
Mitsuki tomó aire y durante un momento pareció que iba a seguir discutiendo, pero ante los ojos de Hizashi se desinfló como un saco vacío hasta apoyar la cabeza sobre los antebrazos.
—Es el incienso —dijo finalmente antes de enderezarse de nuevo—. Pese a las fogatas que utilizamos para matizarlo, el aroma está ahí. Siempre está ahí. Miel y leche en una nota inconfundible imposible de ignorar. No es lo suficientemente potente para que consiga paralizarnos como es su intención, pero lo que se alcanzaba a percibir exalta algo dentro de nosotros. Una idea. Un recuerdo. Los nervios del grupo alfa están a flor de piel, he tenido que detener varios altercados antes de que se conviertan en algo más.
—¿Qué piensas hacer?
—Di permiso a mis oficiales beta de utilizar su aroma para calmar a su grupo, pero con tanto incienso en el aire... —Mitsuki dejo la frase en el aire, sacudió la cabeza y miro su ardilla a medias.
—El incienso es la ventaja que tienen sobre nosotros.
—No..., no lo entiendes. No solo es el incienso. Cada grupo alfa está acostumbrado a luchar como una unidad guiados por el aroma del líder pues nos comunicamos mediante él: Ordenes, instrucciones, advertencias. Que el aire este cubierto de humo y esencias desconocidas genera desorden. Mis soldados tienen dificultades siguiendo instrucciones simples, instrucciones que nunca he necesitado pronunciar en voz alta, pero que ahora me veo obligada a vocalizar. Ese incienso no solo es una amenaza a nuestra voluntad, es una amenaza directa a la forma como luchamos.
—Si lo que Aizawa ha dicho es cierto, tiene sentido que uno de los nuestros lo creara.
—Me gustaría arrancarle el corazón al bastardo que se ha atrevido a utilizar nuestra naturaleza en contra nuestra. Merece morir. Merece que le corten las manos y lo hundan en el mar. Merece ahogarse en su propio humo hasta que olvide quién es y lo que ha hecho.
—Cuando estuviste... cuando estuviste bajo la influencia del incienso, ¿qué sentiste?
—Nada, no hay emociones más que la sensación de que el mundo esta cubierto de miel, de que te cubre por completo y te impide moverte. No sientes miedo ni ira, no hay paz. Eres una cascara vacía.
—Pero sigues viva —replico Hizashi pensando en el incienso beta.
—Un consuelo menor.
Hizashi suspiró y observo el cielo que empezaba a oscurecerse; a su lado Mitsuki comía con calma pero con una energía incontenible, la misma energía que utilizaba para todo.
—¿Crees que podemos ganar? —pregunto mirándola con calma—. Contra el incienso y el General.
—Ganaremos —respondió Mitsuki con firmeza—. Aun si nosotros no, aun si nosotros caemos, sé que los nuestros triunfaran al final porque hemos sido creados para adaptarnos. Ganaremos porque él cree que puede utilizar la naturaleza contra nosotros, porque para él somos tan solo un conjunto de individuos a los que puede someter: Alfa, beta, omega, separados somos vulnerables. Junto seremos invencibles.
—No todos opinan igual. Has oído las protestas sobre mantener a los jóvenes omega en el campo de batalla.
—Mi hijo les dio la oportunidad de escoger —dijo ella y el orgullo se traslució en su voz como una campana clara—, y ellos escogieron. Respetemos su voluntad.
—Pero su decisión fue resultado de la situación, no había mucha opción para ellos.
—No hay mucha opción para ellos ahora mismo y mientras dure esta guerra no habrá opción para nadie.
—Así que apoyas la decisiones de tu hijo, ¿incluso la de entrar a la Ciudadela? Aizawa cree que lo hizo para buscar el cuerpo del muchacho Izuku.
—Mi hijo no es estúpido, nunca se arriesgaría a buscar un cadáver. Si decidió ir fue para terminar el trabajo que Izuku empezó: Liberar a los prisioneros y de ser posible destruir los suministros de incienso que el General guarda. Estoy segura de que tomó la decisión en base a sus posibilidades de éxito y no a un sueño vacío.
Hizashi asintió y dejo que ella terminara de comer; entonces ambos se levantaron para volver a su puesto de vigilancia. De camino hacia ahí le fue imposible ignorar el cansancio en los grupos con los que se cruzaba, así como la tensión que cubría el campamento como una nube oscura.
—El aire está cambiando —murmuró Mitsuki alzando la cara hacia el cielo—, debemos tener cuidado. Los demonios suelen atacar cuando eso pasa.
Y como si alguien estuviera esperando por el anuncio, el cuerno de advertencia resonó en el campamento con una potencia ensordecedora. La reacción instintiva de la mujer fue espesar su aroma provocando que el cuerpo de Hizashi se tensara de inmediato a la espera de la orden.
—Mierda —gruñó ella recordando sin duda que debía utilizar su voz y no su aroma para llamar a los suyos—. ¡Alerta!
Ella se marchó y Hizashi la siguió sin dejar de pensar que tenía razón, que debían adaptarse a las nuevas circunstancias. Adaptarse o morir, no había alternativa. Así que se adaptaron.
Aprendieron a leer el viento en esa región desconocida para evitar que las cargas de incienso los destruyeran. Aprendieron a escuchar a los jóvenes –jovencísimos– omega que podían detectar en el aire si la cantidad de incienso era suficiente para paralizar al grupo alfa o acabar con el grupo beta. Aprendieron a soportar las retiradas pese a que cada una violentaba el orgullo alfa. Aprendieron a luchar con el incienso sobre sus cabezas como un repiqueteo molesto que no los dejaba en paz.
Y lo más importante, aprendieron a luchar juntos como una unidad. Tres tribus tan diferentes entre sí como las flores en los campos de la primavera, cada una de ellas con tradiciones e ideales propios tan diferentes que en ocasiones las discusiones estallaban junto a las fogatas por asuntos tan absurdos cómo el tipo de comida que se comía. Pero aprendieron a tolerarse –nunca aceptarse– mientras luchaban por sobrevivir, dejando las diferencias cada vez que el cuerno de batalla sonaba. Los soldados de Yuuei contuvieron su orgullo, los guerreros del sur mantuvieron su impaciencia a raya y los barbaros de las montañas pusieron un límite a su necedad.
Juntos lucharon resistiendo embates y quemando a sus muertos hasta que el aroma del incienso se mezcló con las cenizas y la muerte. No pensaron en los caídos, en los cuerpos que se apilaban ni en el desgaste de los suyos. No había tiempo para eso. Tenían que resistir. Así que hicieron rugir los tambores e hicieron temblar la tierra para llamar al General a la guerra. Porque mientras los demonios intentaran destruirlos, habría esperanza para el cachorro alfa que había decidido meterse en la boca del infierno a sacar al resto. Mientras ellos resistieran sus hijos tendrían la oportunidad de escapar, la oportunidad de volver a la superficie dejando atrás su cadenas. Una oportunidad que estaban dispuestos a pagar con sangre.
Y con sangre pagarían en recuerdo de todos aquellos cachorros perdidos años atrás.
[...]
Es una imagen curiosa la de la mujer en el suelo como una muñeca rota. Shouto la mira desde las alturas con la respiración entrecortada y la adrenalina sacudiendo su cuerpo, incrédulo y sorprendido de cómo ha terminado el combate. Ella ha estado a punto de cortarlo... justo como había cortado a Eijirou. El nombre lo hace girar. Ignora el dolor de la pierna mientras corre hacia donde su amigo se encoge sujetando su mano. Al llegar le resulta imposible ignorar la sangre que cubre su ropa y sigue cayendo.
Shouto no pierde tiempo, se desprende de su bolsa para sacar el botiquín que Momo les dio antes de salir.
—Presiona —le dice a Eijirou mientras le entrega un trozo de tela.
La respuesta de su amigo es un gemido agudo aunque hace un esfuerzo por sujetar la tela contra los muñones sangrantes. Shouto no pierde tiempo, corre hacia el límite de los árboles y reúne hojarasca, madera y ramillas secas; transporta todo por tandas y las utiliza para encender una fogata a la que alimenta con frenesí hasta que tiene un fuego alto y vivo, entonces apoya su puñal contra las llamas hasta ver que la hoja enrojece.
—Muerde esto —le dice a Eijirou pasándole un trozo de madera seca—. Va a doler.
Sujeta la mano ensangrentada y tras tomar aire presiona la hoja caliente contra lo que antes fuera los dedos de Eijirou. Primero uno y después el otro, obligándose a empujar su peso contra su compañero que se agita apenas la hoja caliente toca su piel generando siseos agudos que huelen a carne quemada acallados por los gritos de dolor que resuenan en el cielo.
Cuando Eijirou se desmaya, Shouto tiene que tomar aire antes de proceder a limpiar las heridas y vendarlas, lo que incluye tratar el desastre que antes era la oreja derecha de su amigo. Pese a la rigidez en la pierna consigue arrastrarlo hasta una sección de campo limpia de sangre y cuando vuelve para recoger sus cosas descubre los trozos de carne nadando en un mar rojizo: Son los dedos de su amigo, el meñique y el anular, ambos en proporciones desiguales.
Los siguientes días serán un borrón de actividad del que Shouto apenas recordará nada. Cazar, cocinar, buscar una fuente de agua, cuidar que las heridas de Eijirou no se infecten, tratar sus propias heridas, y mantenerse despierto durante horas cuidando que nadie vaya a emboscarlos. En algún momento decide que no pueden quedarse ahí así se ve obligado a construir una camilla improvisada para transportar al herido lejos del hueco por donde la mujer ha caído, temeroso de que alguien encuentre el cadáver y decida investigar.
Su camilla hecha de dos ramas gruesas y una de sus mantas es ligera, pero no así cuando consigue hacer rodar a Eijirou para ponerlo encima. Arrastrar la camilla sobre el terreno duro y desigual resulta más difícil de lo que espera, no solo por el peso sino por su estúpida pierna que no deja de latir como si estuviera gritando, el dolor asciende en marejadas calientes a lo largo de todo el músculo, pero Shouto no se rinde. Aprieta los dientes y sigue avanzando un poco más cada vez hasta que están lejos de la mancha oscura que antes fuera la sangre de Eijirou. Encontrar un escondite para ambos es un poco más fácil ya que dada la altitud abundan las formaciones rocosas y los árboles caídos que crean espacios ocultos al ras del suelo.
Con Eijirou aún inconsciente pero seco y a salvo, Shouto vuelve sobre sus pasos para borrar su rastro y crear otro. Más exhausto de lo que ha estado nunca el muchacho se arrastra por las pendientes resbalosas hasta dejar un rastro falso que conduce hacia las montañas todo eso mientras lleva con él una pieza de caza lo suficientemente grande para crear destrozos por donde pasa.
Su alivio es inmenso cuando finalmente decide abandonar al animal muerto en lo alto, lo más lejos posible del escondite donde está Eijirou. Sabe que los carroñeros y los cazadores nocturnos se darán un festín con el animal en cuanto huelan la sangre así que vuelve lentamente hasta que por fin se desploma en su campamento junto a su compañero inconsciente.
Lo único que le toca hacer ahora es esperar y vigilar. Y eso hace, se sienta junto a Eijirou con sus magras provisiones a contemplar el cielo mientras no deja de preguntarse cómo fue posible que decidiera enviar a sus amigos –a sus hermanos– a una tierra en la que tantos otros han muerto. Se asombra de su arrogancia al creer que todos ellos conseguirían volver de una pieza y se maldice su necedad cuando decidió ignorar las advertencias de su maestro que le repitió una y otra vez lo absurdo de su plan. Es un error que ha echado raíces dentro de él y no puede olvidar.
Como la pérdida de sangre ha dejado a Eijirou desorientado, cada vez que despierta no deja de preguntar qué días es y cuándo van a comer. Shouto está ahí para calmarlo, para responder sus preguntas sin importar lo absurdas e interminables, y para darle de comer hasta que vuelve a dormirse. Son largos días de esperar, de mirar el cielo cambiar de color y de salir para revisar sus trampas donde suele encontrar alguna presa para ambos. El día que finalmente Eijirou parpadea antes de esbozar una sonrisa diminuta en un rostro macilento, Shouto tiene que sujetarse las manos y tomar aire antes de reunir la suficiente entereza para sentarse junto a él.
—No me he muerto —dice Eijirou con voz ronca
—No —responde Shouto ofreciéndole agua—. No lo has hecho.
—¿Y la mujer?
—Muerta probablemente.
—Pero no con certeza.
—Cayó en una especie de hueco-
—Sí... recuerdo la trampa... la vi cuando la estaba preparando, creo que intentaba usarla contra nosotros. Llevaba días tras ella cuando se detuvo para acampar y empezó a reunir hojas así que me acerque. Creo que ese fue mi error porque no mucho después me saltó encima.
—Al final ella terminó cayendo. Parecía un hueco en el suelo aunque podría ser uno de los túneles que conducen a la Ciudadela.
—Habrá que investigarlo.
—Después.
—¿Cuánto tiempo ha pasado?
—Días. La fiebre no ayudo en nada, por suerte tus heridas no se han infectado o habría tenido que usar más fuego para limpiarlas.
—¿Heridas? —murmuró Eijirou visiblemente confundido—. Oh —añadió al alzar su mano envuelta en apretadas vendas—. Creí que lo había soñado. ¿Cuántos dedos fueron?
—Los últimos dos de la mano derecha y se llevo un trozo de tu oreja.
—Supongo que tendré que aprender a luchar con la izquierda.
Shouto asiente, incapaz de pensar en algo que añadir, y se limita a darle de comer antes de cambiar sus vendas. Con la certeza de que lo peor ha pasado, empieza a meditar con calma lo que harán una vez que sus heridas sanen mientras Eijirou duerme.
—Pues hemos encontrado el túnel —dice Eijirou varios días después cuando consigue por fin sentarse solo—, ¿seguimos con el plan de Katsuki?
—Las instrucciones eran encontrar una entrada y volver para notificar de su ubicación pues según lo que dijo el omega llamado Monoma las bestias noumu son susceptibles de atacar a cualquier alfa que se acerque; así que técnicamente hemos cumplido con nuestro trabajo. Sin embargo, no estoy seguro de que podamos utilizar el camino que nos trajo hasta aquí. Es probable que las tropas del General se hayan dispersado por toda la zona mientras se dirigen para combatir contra nuestra gente.
—¿Crees que deberíamos dar un rodeo?
—Tal vez sea lo mejor. De hecho, tal vez lo mejor sería desviarnos para ver si podemos contactar con el Coronel Nezu.
—¿No fue él quién te mantuvo prisionero?
—También cuido de mí.
—Como un favor hacia Kamui, ¿crees que lo haga aun si él no está?
—Es un riesgo que vale la pena tomar pues solo contamos con el apoyo de los barbaros que han llegado para unirse a nuestra lucha. Necesitaremos más gente mientras esperamos que el ejercito de Yuuei vuelva... si es que lo hace.
—Pero Katsuki estará esperando noticias sobre este túnel.
—Para este momento debe estar tras la pista de Jin.
—Eso no lo sabemos, tal vez haya decidido esperar hasta tener noticias nuestras. Tal vez se haya dado cuenta que su plan de engañar a ese traidor arriesgaba demasiado.
—¿Crees que no puede enfrentarse a él?
—No lo sé... pero habría preferido que no hubiera convencido a Denki de participar en ese plan.
—Pudiste haberle dicho que no lo hiciera.
—Nadie le dice a Katsuki lo que puede hacer... y no quiero ser la clase de persona que se cree con autoridad para darle órdenes a Denki.
—Entonces —suspira Shouto tras una pausa larga—, nos enfrentamos a un dilema. Hemos cumplido con nuestra misión, lo que toca ahora es volver. Si Bakugou decidió esperar por nosotros formaremos un grupo para entrar a la Ciudadela, pero si al final puso en marcha su plan principal es probable que lleguemos y ellos se hayan ido en cuyo caso tendremos que esperar hasta que vuelvan, si es que lo hacen, porque cabe la posibilidad de que el plan con Jin funcione y terminen entrando a los túneles. Será imposible saberlo.
—Si no vamos y ellos nos están esperando estaríamos arriesgando la posibilidad de rescatar a los prisioneros.
—Pero si conseguimos convencer al Coronel Nezu de cimentar una alianza tendríamos posibilidades de soportar el ataque del General. Y cabe la posibilidad de que Nezu o alguno de los suyos conozca las entradas a los túneles, si es así podríamos escoger una que esté más cerca de la prisión en lugar de la que tenemos aquí.
—Dijiste que el Coronel no estaba dispuesto a rebelarse.
—Muchas cosas han cambiado desde entonces. Además, Nezu debe conocer la capacidad combativa del General, sus suministros, su organización, vamos a necesitarlo si realmente queremos resistir.
Ve a Eijirou meditarlo con calma así que espera; sin embargo, Shouto empieza a sospechar cuál será su respuesta y por eso no se sorprende cuando lo oye decir.
—Nuestras ordenes eran buscar el túnel, neutralizar a la mujer y volver. Eso era todo. Por eso solo veníamos nosotros dos. Un viaje rápido, ida y vuelta, que evite retrasos. Ahora gracias a esto —y levanta la mano como si fuera suficiente explicación— hemos tardado demasiado, no debemos esperar más.
Su respuesta es sensata, una respuesta que Shouto habría encontrado lógica en cualquier otra circunstancia y sin embargo también es amarga porque de alguna forma le deja en claro la clase de lealtad que Bakugou se ha ganado. Decidido a no dejar que la amargura eche raíces, Shouto asiente y por primera vez en su vida toma una decisión de la que no se arrepentirá.
—Entonces lo mejor será separarnos.
No importa que Eijirou proteste porque la decisión de Shouto es definitiva. Sabe que el apoyo del Coronel es importante no solo por la información que pueda tener del General sino también para evitar que esa guerra se prolongue indefinidamente o que termine convirtiéndose en un extermino. Si la lucha de Bakugou es por la libertad, entonces la de Shouto tiene que ser la búsqueda de la paz. Y con esa idea en mente el Príncipe de Yuuei decide internarse una vez más en las montañas, plenamente consciente del peligro que le aguarda. Esta vez será él y nadie más quien enfrente las consecuencias de sus decisiones.
[...]
—Hitoshi —murmura pese a saber que el muchacho alfa no puede oírlo, pero no lo hace con la intención de ser escuchado, simplemente quiere hablar. Necesita expresar las ideas que burbujean en su mente como polillas molestas que no dejan de aletear—. Vamos a salir de aquí, Hitoshi. Saldremos de aquí. Estoy pensando en cómo romper la cerradura. O tal vez remover uno de los barrotes. O si consigues fingir seguir bajo el incienso cuando el General venga a revisarte podremos engañarlo. Tal vez yo deba engañarlo para que me deje salir. Creo que puedo ganarme su confianza. Tal vez pueda convencerlo de que puedo ayudarlo.
Todas son ideas absurdas. Ideas que nacen del pánico y que son la respuesta instintiva a su situación. En el fondo lo sabe, sabe que esas ideas no tienen futuro, pero le gusta imaginar que encontrará la forma de hacer que alguna de ellas se convierta en realidad; siempre le ha gustado creer que no existe nada que no pueda solucionarse tras meditarlo cuidadosamente. Y como lo único que puede hacer encerrado en esa jaula vacía es pensar, Mirio piensa.
Es Mirio y no Izuku porque no puede permitirse olvidar las mentiras que le ha dicho al General: Mirio, un omega nacido en las islas que vivió gran parte de su vida en Yuuei; amigo del Príncipe que decidió acompañarlo haciéndose pasar por un muchacho beta. Tiene que recordar esas mentiras porque aun si el General sospecha que Mirio no es su nombre, la sospecha no es una certeza y eso basta para que él conserve su ventaja. Necesita conservarla. Es lo único que le queda.
Todos los recuerdos de su pasado, de la vida siendo Izuku, se han quedado guardados en un cajón porque sabe que el General tomará cada cosa que aprenda de él y la estudiará de la misma forma que estudia a Hitoshi: Destrozando cada trozo de su mente hasta que no quede nada, hasta que todo lo que guarda dentro se exhiba frente a él como una flor muerta. Prefiere esconderse tras el nombre de Mirio, algo que él ha construido para sentirse a salvo, y de ser necesario ahogar a Izuku para siempre.
Cuando se harta de hablar –tiene la boca seca y la garganta en carne viva– Mirio se levanta con cuidado, forzando a su rodilla entumida a caminar despacito apoyándose en las paredes para seguir avanzando; pese a la agonía se obliga a dar vueltas alrededor de su pequeña celda porque sabe que si no lo hace terminara con una pierna inútil. El recuerdo del dolor agónico que lo recorrió de pies a cabeza cuando tuvo que alinear su rodilla por cuenta propia basta para que cada día se esfuerce por completar sus ejercicios de estiramiento. Es consciente que la recuperación será lenta pero no le importa, agradece el dolor porque lo distrae del absoluto desastre que es su persona.
Está tan sucio que su pelo se compone de trozos apelmazados, tiene las uñas largas con tierra negra bajo ellas, y su ropa se siente como cartón áspero contra su piel. El agua que le dan apenas es suficiente para beber y él no se atreve a desperdiciarla así que no le queda de otra que esperar hasta que el General le permita bañarse en privado. Porque quiere bañarse. Necesita bañarse. Le resulta intolerable seguir así.
Está ocupado dándole masajes a su rodilla cuando oye pasos al otro lado del pasillo, pasos que se detienen frente a la puerta y tocan.
—Señor —murmura la voz al otro lado. Una voz que le resulta familiar, tanto que no puede contener el grito que escapa de su boca.
—¡Shoji!
Hay una pausa al otro lado de la puerta y de pronto un susurro más apremiante.
—¿Señor?
—¡No está aquí, Shoji! ¡Soy yo, Izuku! ¡Por favor! ¡Tienes que ayudarme!
La esperanza crece dentro de él. El milagro ha ocurrido y tal vez sea la oportunidad de escapar... pero eso no sucede porque la persona al otro lado de la puerta se aparta sin decir nada.
—¡Shoji!
Y los pasos se apartan solo para volver poco tiempo después.
En esa ocasión el corazón de Izuku ruge en su interior al oír la llave girar en la cerradura, no puede evitar sonreír creyendo que por fin las cosas empezaran a arreglarse, pero su felicidad se trastoca cuando descubre que la persona tras la puerta no es Shoji sino un hombre larguirucho de pelo claro con una cicatriz en la cara y trozos de tejido cicatrizado que se asoman sobre el borde de la camisola que lleva.
—Vaya —dice el hombre apenas se acerca a su jaula—, mi padre dijo que estarías hecho un asco pero esto es demasiado.
El hombre truena los dedos y acto seguido dos guardias entran cargando una tina circular tan grande que apenas cabe por la puerta. Tras ellos vienen más guardias llevando cubetas de agua limpia –ninguno de ellos es Shoji– las cuales vacían dentro de la tina hasta llenarla. No se detienen ahí, traen más cubetas hasta cubrir casi todo el suelo. Otro movimiento de manos y todos los guardias, con excepción de dos, se marchan sin decir nada.
—Lávenlo —dice el hijo del General mientras señala hacia Hitoshi que sigue sentado con los ojos ciegos al mundo—. Y encadénenlo a la pared.
Los guardias alzan a Hitoshi hasta depositarlo en la tina donde lo lavan metódicamente desde la planta de los pies hasta el pelo enmarañado asegurándose de limpiar la porquería que le cubre las piernas. Las capas de incienso que lo cubren se van disolviendo en el agua mientras la conciencia de Hitoshi lucha por volver de la caja a dónde la han enviado; ocultos tras sus parpados cerrados, sus ojos empiezan a sacudirse con violencia yendo de izquierda a derecha en movimientos frenéticos, pero los guardias son rápidos y cuando terminan de lavarlo y encadenarlo a la pared, el alfa sigue dormido.
Tras el baño de Hitoshi los guardias tiran el agua de la tina por el desagüe al fondo del cuarto y usan más agua limpia para tallar el piso mugriento de la celda donde el alfa reside, finalmente traen paja fresca, mantas limpias, y una cubeta nueva para los desperdicios.
Entonces proceden a llenar la tina por segunda vez.
—Mi padre supone que tu ciclo ya viene —dice el hombre larguirucho de pie frente a la celda de Izuku—, así que quiere que nuestro inútil alfa de allá te ayude con eso. Pero no te preocupes, le daremos algo para que este de humor y en condiciones de soportarte. Así que tienes que estar presentable para cuando despierte, ¿verdad?
Es terror lo que Izuku siente cuando ve a los guardias aproximarse a su jaula. Es terror el que lo obliga a sujetar los barrotes y gemir mientras los guardias tironean de él para llevarlo hasta la tina. Es terror lo que paraliza su corazón cuando lo sumergen con los ojos abiertos emitiendo un grito de pánico. Un grito que se convierte en un rugido de dolor cuando su rodilla choca con la base de la tina de madera; dolor que lo hace aspirar aire solo que no hay aire a su alrededor así que aspira agua notando la quemazón que siente en la garganta cuando traga. Tiene tanto miedo que el agua fría ni siquiera se registra en su cerebro.
Con las manos aferradas a los bordes de la tina y las rodillas sobre la superficie de madera, Izuku lucha por levantarse pero los guardias presionan contra él y resulta inútil oponerse porque cada vez que intenta enderezarse su rodilla lanza un coletazo de dolor inhumano. Le hunden la cabeza para tallar su cuero cabelludo con fuerza excesiva –está tan sucio que el jabón que usan ni siquiera hace espuma–, y cada vez que emerge entre toses y silbidos agónicos tiene tiempo suficiente para tomar una bocanada de aire antes de que vuelvan a sumergirlo para otra ronda.
Tras acabar con su pelo los guardias cortan la parte superior de su uniforme sin que Izuku pueda hacer nada para impedirlo, se queda a cuatro patas con uno de los guardias sujetando su torso mientras el otro lo lava de prisa, frotan su piel con brusquedad eliminando la suciedad en su cuerpo hasta dejar su piel en carne viva. Al terminar desprenden sus dedos de la tina y lo obligan a darse la vuelta, ahí Izuku patalea creando marejadas que desbordan el agua. El terror vuelve a él cuando se da cuenta que intentan quitarle los pantalones, su respuesta inmediata es seguir pateando pero uno de los guardias lo sujeta del torso mientras el otro sigue cortando la parte inferior de su uniforme improvisado. Su rodilla mala ruge de dolor cada vez que la mueve.
—Mi padre me ha dado permiso para añadir tu flor a mi colección —dice una voz sin cuerpo, un sonido proveniente de algún punto fuera de la tina en la que Izuku lucha—, la verdad es que creo que él también siente curiosidad por saber cuál es.
Al oírlo el terror de Izuku resurge a toda potencia y sus sacudidas se convierten en movimientos frenéticos guiados por el pánico tan inútiles como energéticos. Cuando el cuchillo termina por cortar la última prenda que lo cubre Izuku grita tragando agua en el proceso y debatiéndose incontrolablemente mientras los guardias se apresuran a lavarlo a conciencia y sin cuidado. Eventualmente el baño termina y los guardias lo sacan de la tina para darle un último remojón con agua limpia. Un Izuku completamente desgastado lucha sin fuerzas para cubrirse.
—No —dice la misma voz de antes. Izuku alza la cara para encontrarse con Shigaraki mirando desde lejos el entramado de hojas y tallos verdes que cubren su vientre. Sin flor alguna en su cuerpo. Sin color en él.
El terror de Izuku le afloja las piernas pero los guardias lo sujetan como si no pesara nada.
—He cambiado de opinión —añade Shigaraki—. No lo pongan con el otro. Mi padre querrá verlo antes.
Y con esa sentencia los guardias lo sacan a rastras llevándolo por un pasillo en penumbras, unas escaleras interminables y una puerta negra. El General se muestra sorprendido cuando los guardias entran en su laboratorio.
—Pero qué... —dice y apenas ve a Izuku se calla. Una lenta y perezosa sonrisa se le dibuja en la cara—: Oh —dice como alguien que acaba de encontrar un regalo inesperado. Es un murmullo simple que paraliza el corazón de Izuku como si acabaran de sumergirlo en agua helada.
[...]
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