Capítulo 46: Bocas Negras
Cuando le dije a Toga que se moría ella me dijo: Bitch!, y se negó. Y me hizo sufrir.
Sinopsis: Descenderemos a los túneles una vez más, esta vez por voluntad propia. Es momento de terminar el ciclo.
[...]
El primero en acercarse fue Inasa, cuya reacción inmediata fue extender las manos para ayudarlo, pero Denki se encogió contra el árbol en una respuesta de terror instintivo; el recuerdo de Jin, la intensidad de su aroma y las intenciones que pulsaban en él seguían frescos en su mente. Sentía la piel de sus dedos sujetándolo con fuerza y lo único que veía eran sus ojos claros.
—Soy yo —añadió Inasa con voz suave, un sonido completamente opuesto a su tamaño y constitución. Siempre dulce y atento desde que lo conociera por primera vez—. Está bien —dijo y Denki cerró los ojos negándose a llorar. Había estado demasiado cerca del desastre y su miedo se negaba a soltarlo.
Si Yō no-
El nombre que su mente conjura lo hace abrir los ojos de pronto, se aparta del árbol de un salto esquivando a Inasa que sigue arrodillado y corre colina arriba sin detenerse a mirar atrás. El dolor en su pie es una pequeña molestia que consigue arrinconar en el fondo de su mente mientras el resto murmura "¡Yō!"
—¡Yō! —grita negándose a pensar en cómo no acudió a su llamada—. ¡Yō!
Lo encuentra abandonado en el mismo claro en que lo viera la última vez con la tez amoratada y las marcas rojizas en el cuello, los ojos ciegos fijos en el cielo u las manos a los costados. Yō, inmóvil y roto. Esta vez no puede evitar llorar mientras se arrodilla a su lado, incapaz de tocarlo.
—Lo siento —dice, por no ser más rápido, por no ayudarte, por no-
El pensamiento se ahoga entre las lágrimas que caen, infinitas e inconsolables. Se había permitido creer que ambos saldrían con vida y ni siquiera se había atrevido a considerar que solo uno de ellos lo conseguiría.
No podíamos hablar, no podíamos mirarnos, lo último que tuvo de mi fue mi silencio.
—Murió con honor —dice Inasa arrodillándose al otro lado del cuerpo.
—Él no quería venir —es la respuesta de Denki mientras se limpia las mejillas— fui yo quien lo obligué.
—Él vino porque quiso —dice una voz detrás de ellos y cuando Denki se gira encuentra a Katsuki acercándose con calma. La sangre de su nariz se ha secado dejando solamente dos ríos rojizos que le caen por la boca y la barbilla hasta terminar en su ropa; uno de sus ojos ha empezado a hincharse y las manos que se acercan para examinar el cuerpo exhiben una hilera de nudillos pelados y sangrantes. Pese a sus heridas, el muchacho parece indemne—. Aquí nadie obliga a nadie.
—¿Está muerto? —pregunta Inasa y no necesita especificar de quién habla porque Denki lo sabe.
—¿Crees que estaría aquí sino fuera así? Los otros están cazando al resto de su grupo, volverán en cuanto terminen. ¿Jin mencionó dónde estaba la entrada a los túneles?
—Solo dijo que estaba cerca —responde Denki luchando por contener el goteo en su nariz— ¿qué haces?
—Buscar un lugar para enterrarlo —dice Katsuki antes de internarse entre los árboles.
Tanto Denki como Inasa lo siguieron. Pronto quedo claro que sin herramientas para trabajar iba a ser imposible horadar la tierra dura, así que decidieron colocar el cadáver de Yō en un hueco en la parte inferior de uno de los árboles para después cubrirlo con tierra y rocas, evitando así que los carroñeros se cebaran con él.
El grupo de Katsuki –todos ellos alfa– fueron volviendo por pares para informar de la captura y muerte de los traidores; todos se quedaron junto a su líder mientras preparaban la tumba de Yō y al final se turnaron para alabar su sacrificio antes de volver al claro donde había muerto. Katsuki le dejó el cuchillo que había utilizado para matar a Jin y terminó de cubrir la tumba con más rocas.
—Debí hacerlo sufrir —murmuró Katsuki cuando estuvieron solos— arrancarle los dedos uno a uno por cada uno de los nuestros.
—No —respondió Denki que sentía los ojos hinchados y la cara pastosa—, porque entonces habrías sido como él. Debía morir y aun si no crees que ese sea castigo suficiente, lo cierto es que no se merece que manches tus manos con su dolor. Sé que la vergüenza de su derrota lo habrá hecho sufrir, eso tiene que ser suficiente.
—Estábamos tan cerca.
—Todo sucedió demasiado rápido —Denki no puede evitar que su voz se quiebre así que toma aire y lo intenta de nuevo—. Fue mi culpa, debí-
—Cumpliste con las ordenes que te di, Yō cumplió con su papel. La culpa no es de nadie. Fue Jin quien lo asesino, no tú.
—Pero él estaba aquí por mí.
—Yō tomó una decisión consciente del riesgo que involucraba.
—Lo hizo porque me quería, porque se lo pedí-.
—No eres responsable de las cosas que los demás hacen por amor a ti.
Denki cierra los ojos y se queda quieto. Oye a Katsuki alejarse y una vez que está solo vuelve a llorar; no solo por Yō que murió intentando salvarlo, también por todos aquellos que se perdieron por el camino, rostros que conocía y que eran parte de su vida. Llora por Eijirou que podría estar en la misma situación y la idea le resulta insoportable. También llora por él, porque ha conseguido sobrevivir cuando otros no lo han hecho y porque se dirige de vuelta a los túneles negros de los que teme no volver a salir.
El miedo no lo abandona, nunca lo ha hecho y tal vez nunca lo hará, pero ha aprendido a vivir con él, a seguir pese a él y a soportar lo que sea. Y aunque no ser permite pensar en el futuro –no aún–, hará lo que sea por mantenerse con vida. Lo intentará por Chieka y Yui, por sus padres, y especialmente por Eijirou porque la sonrisa del alfa es contagiosa. Así que Denki se limpia las lágrimas, toma aire y se despide una vez más de Yō antes de volver al claro descubre que Katsuki y los suyos han decidido aprovechar los restos de la fogata de Jin para instalar la suya.
—Descansaremos por hoy —dice Katsuki—, mañana a primera hora nos dividiremos para barrer los alrededores en busca de una entrada, debemos ser cuidadosos pues no queremos atraer la atención. Estamos demasiado lejos para recibir refuerzos y aunque todo indica que no hay aldeas civiles cerca no podemos ignorar que las bestias del desierto vagan por esta zona.
"Así que por hoy hemos acabado. Pasamos un riachuelo cuando veníamos, uno de nosotros bajara a llenar los odres; dos se encargarán de traernos comida. Inasa y yo haremos turnos para vigilar el campamento. Denki se queda a cargo del fuego."
El grupo se divide. Inasa y Katsuki charlan brevemente señalando los alrededores hasta que el hombretón asiente y se marcha a delimitar el perímetro.
—Cuida esto —dice Katsuki sacando un pequeño bolso de su morral—, son los materiales de Momo. Y estas son tus armas.
Denki recibe el arco, el carcaj de flechas y los dos cuchillos que procede a meter en sus botas, después se da a la tarea de revisar el morral de Momo. Hay vendas, pastas aromáticas, agua e hilo para coser y una bonita barra de jabón.
—Siéntate —dice cuando termina de examinarla.
—¿Para qué?
—Necesitamos ponerte algo en la cara, la bola que te está creciendo en la mejilla empieza a verse como otra cabeza.
—No es necesario.
—Tu ojo tal vez opine lo contrario.
Katsuki resopla mientras deja caer en el suelo con las piernas cruzadas y las manos en el regazo. Denki se arrodilla junto para limpiarle las heridas utilizando el agua de uno de los odres que habían pertenecido al grupo de Jin.
—¡AUH! —gruñe Katsuki al sentir el tirón en la herida de su ceja.
—Estate quieto, intento quitarte la tierra que tienes encima.
—No lo talles así.
—Si te vas a comportar como un cachorrito debiste haber traído a Momo.
—Pues ella no estaría poniendo la cara de asco que tienes.
—¿Te has visto en un espejo? Pareces... tu cara parece la pulpa rojiza que se queda cuando aplastas cerezas.
—No exageres.
—No lo hago. Toda la parte derecha de tu cara ha empezado a hincharse, lo mismo que tu nariz, y el corte que tienes en la ceja tiene una costra seca de sangre lo que hace parecer que tienes piel de reptil. No quiero tocarte, parece que te vas a deshacer si lo hago.
—Bonito e inútil médico.
—No soy médico. Yo hago pan. Un pan delicioso si me preguntas a mí, nada de sangre y caras hinchadas por favor que me arruinan el apetito; además en Yuuei a los omega no se les permite ser médicos.
—Ni en las islas, pero eso a él no le importaba.
—¿Izuku? —pregunta Denki sin dejar de limpiar y el silencio que recibe es toda la contestación que necesita—. Creo que puedo imaginármelo. Tú siendo el cachorro malcriado con las rodillas peladas y él vendando dichas rodillas.
—...no dejaba que lo hiciera. No dejaba que se preocupara por mí.
—¿Por qué?
—Porque era un estúpido.
—Todos somos estúpidos a esa edad, y los alfa más que nadie. Lo importante es crecer y disculparse.
—...pues yo nunca me disculpe.
Es imposible ignorar la amargura de su voz, la tensión en sus hombros y los puños apretados que yacen en su regazo. Ha visto esa expresión con anterioridad, la misma desdicha cada vez que se habla de Izuku y aunque Katsuki no la menciona, Denki sabe reconocer la culpa cuando la mira. Como no puede ofrecerle consuelo alguno –las palabras son palabras y Katsuki no tolera las esperanzas sin fundamento–, Denki se da a la tarea de limpiar y aplicar la pasta de Momo para los cortes que tiene.
—Ya está —dice al terminar y antes de que Katsuki se levante para marcharse, Denki no puede evitar mirarlo—. Si tanto te molesta dile que lo sientes.
—¿A quién?
—Dile a Izuku que lo sientes.
—¿Para qué? Está muerto.
—Eso no importa, lo importante es que lo digas. Aun si Izuku no está y no te oye, tú quieres disculparte con él, entonces hazlo. Dile que lo sientes.
—¿Qué sentido tiene? No puede perdonarme.
—No se trata sobre el perdón, se trata sobre hacer las paces contigo. Sobre aceptar que te equivocaste, asumir tu error y seguir. Si no lo haces la culpa te comerá vivo y nosotros no podemos permitirnos el perderte.
El asunto queda en el aire cuando el resto del grupo vuelve, pero a Denki le basta ver la expresión pensativa de Katsuki para saber que el tema no lo abandona. Supone que la culpa de Katsuki está tan arraigada en él como el miedo que late en su interior.
[...]
Solo un poco más, piensa Toga sin dejar de avanzar. Se nota exhausta tras días de sobrevivir a base de lo poco que consigue reunir mientras se mueve; pero tiene que seguir, tiene que llegar hasta el final. Sabe que los salvajes aún van tras ella, el por qué le resulta indiferente. Ellos la siguen y ella quiere darles la bienvenida.
Su objetivo es una de las entradas a la Ciudadela que se encuentra en esa región, si bien sabe que no puede cruzarlo sin el incienso que controle a las bestias lo único que quiere es guiar a sus perseguidores hasta las fauces de los animales que protegen la entrada. Para ello asciende a un ritmo demencial, forzando a sus piernas a su límite y asegurándose así de cansar a los salvajes que la acosan.
Cuando finalmente reconoce la zona comienza a preparar su trampa. La entrada de la mayoría de los túneles son aberturas en el suelo con pendientes suaves, otros son cuevas protegidas que emergen entre rocas o árboles y van descendiendo conforme se avanza; algunas más –como la de ahí– son simplemente huecos en el suelo que conducen a pasillos largos custodiados por bestias inmisericordes.
La entrada que tiene ahí es una por la que nadie puede entrar pues la abertura no posee salientes por los que se pueda descender o un camino para bajar. Visto desde abajo es un hueco que mira hacia el cielo. Un hueco que Toga se apresura a cubrir con ramas delgadas y hojas secas.
Está lanzando más hojarasca encima cuando lo siente. Alguien la mira.
Toga siempre se ha vanagloriado de su habilidad como cazadora; una habilidad que combinaba instinto, práctica y don. Era la mejor rastreadora entre los suyos e incluso había detectado la presencia de la Bestia días antes de que ellos los emboscaran liberando así al príncipe de Yuuei. Había podido sentir su sed de sangre y supo en ese momento que alguien la observaba.
Así se siente ahora. Allá afuera hay alguien que mira. Que mira y no se acerca.
Ellos, piensa con desencanto porque no cabe duda de que la han encontrado antes de que hubiera terminado con su trampa. Y sin embargo casi de inmediato descubre que no pueden ser ellos porque la sensación no proviene del camino por el que ha llegado.
Se han separado, se da cuenta de pronto sintiendo el deleite crecer en su interior. Lo cual tiene sentido. Si temen que se escape habrán decidido dejar uno tras su pista –la carnada– mientras el otro se apresura para alcanzarla –el refuerzo–.
La emoción de Toga crece y tras un momento de vacilación reajusta su plan antes de continuar echando más hojarasca a su trampa. Cuando termina finge instalar su campamento antes de correr a esconderse entre los árboles. Ahí, Toga se concentra en calmar su respiración y el incesante latido de su corazón.
Se una con el bosque. Eres una hoja que no cruje al posarse en el suelo. Perteneces aquí, este es tu hogar. Eres una cazadora. Y vas a cazar.
Repite la letanía una y otra vez hasta que su cuerpo pierde completamente la rigidez anterior, hasta que se olvida del dolor y la ira, y de todo aquello que no ayuda. Sabe que ellos pueden comunicarse sin palabras, sabe que apenas la carnada llegue el refuerzo lo alertara de la trampa y juntos caerán sobre ella.
Lo que no saben es que ella no espera.
Me desharé primero del refuerzo y después de la carnada. Habrán deseado nunca haberse separado pues juntos hubieran tenido una oportunidad. Los conozco, los he visto moverse, sé como luchan. Puedo hacer esto.
Se arrastra por el suelo a cuatro patas cuidando de no hacer crujir la tierra. Se escurre de su escondite por el punto ciego del salvaje que se esconde y una vez fuera empieza a rodear la zona.
El refuerzo la detecta cuando se encuentra a una decena de pasos y su reacción inmediata es prepararse para el combate.
Pero tú no me quieres muerta, lo sé, quieres algo de mí y por eso estás aquí. Me quieres viva y esa es tu condena porque para mí tu no vales nada.
Él tiene un bonito puñal corto, ella una roca en la mano derecha y un puñado de hojas deshechas en la izquierda. Se las lanza a la cara apenas lo tiene cerca y después lo golpea con la roca en la cara. Eso no lo hace soltar el puñal. De hecho, provoca que él –ciego– trace un arco desigual para mantenerla a raya, el cual consigue rozarle la cara.
Otra persona en su situación volvería a golpear –arriesgándose a fallar y poniéndose otra vez en la trayectoria de ese filo–, y otros se enfocarían en arrebatarle el puñal –arriesgándose a verse sometida–. Toga no hace ninguna de esas dos cosas porque su intención es sobrevivir al costo que sea.
Así que en apenas dos latidos suelta la roca que lleva en la mano y le salta encima pasándole las manos por el cuello y aferrándolo con las piernas; sin detenerse le hunde los colmillos en la oreja y tira. La sangre tibia explota en su boca pero ella no suelta. Vuelve a tirar. El impulso los envía hacia el suelo, con el cuerpo del salvaje debajo de ella. Los gritos del salvaje son música para sus oídos.
Sé que llevas un cuchillo en la cinta de tu bolsa. Toga lo sabe, lo vio en las incontables noches que viajo con ellos y por eso sus mano se desliza presurosa para encontrarlo mientras el salvaje la aferra del pelo e intenta arrancarla de su oreja. Lo hace con la mano que antes tenía el puñal. Ese es el problema con los diestros, quieren hacer todo con la misma mano.
La cabeza de Toga es arrancada de su presa y al mismo tiempo su mano enarbola el cuchillo que le ha quitado al salvaje. No consigue enterrárselo pues el hombre le aferra la muñeca y se la tuerce en un intento por hacer que lo suelte. Se quedan así, forcejeando entre resoplidos y gruñidos salvajes.
Toga se ve obligada a soltar el cuchillo y se tuerce hasta patear la mano que sujeta su muñeca, cuando consigue liberarla la usa para golpear la garganta del salvaje. Eso consigue que la suelte. Toga se aparta de encima a tiempo de evitar que el salvaje utilice el cuchillo que le ha quitado para ensartarla. El puñal, piensa y lo encuentra casi de inmediato: Un trozo de acero tirado entre las hojas muertas.
Se levanta, aunque no a tiempo de evitar el ataque del salvaje que le entierra el cuchillo en el brazo. La respuesta de Toga es descargar el puñal sobre esa mano deleitándose ante el rugido de agonía que oye. No pierde tiempo, alza el puñal sobre ella.
¿Crees que tu mano puede protegerte?, piensa al ver el gesto defensivo del salvaje antes de hacer descender su arma a una velocidad de vértigo.
La sangre tibia le salpica la cara mientras ella se ríe.
[...]
El viento helado que hace agitar las llamas de la fogata se estrella contra la capa que envuelve a Katsuki mientras su dueño permanece sentado con las botas apoyadas en las rocas más cercanas al fuego. Cada noche era más fría que la anterior y el viento solo las empeoraba, pero gracias a las capas gruesas que los barbaros les habían prestado su grupo conseguía soportar el clima.
A esa hora, mientras el cielo oscuro se alza sobre ellos, lo único que se oye es el repentino crujido de las ramas sobre sus cabezas al ser golpeadas por el viento y el ocasional aullido de alguna de las bestias que salen a cazar por la noche.
Alrededor de la fogata, el resto de sus compañeros yace envuelto en sus propias capas durmiendo con la confianza de que es él quien vigila. Envuelto en el silencio y sin otra compañía más que las llamas que se agitan frente a él, Katsuki no puede dejar de pensar.
"Dile que lo sientes"
La idea es hilarante. Es absurdo disculparse con el aire, más absurdo creer que eso haría desaparecer la culpa que sentía. Porque sabía que todo era su culpa. Había sido su idea que ellos estuvieran en la playa. Había sido su fracaso al contener a los demonios el que había terminado por convertirlos en prisioneros. Y había sido su incompetencia en crear una distracción para darle tiempo a su madre de llegar, la que finalmente los había enviado al otro lado del mar.
Y los fracasos no se acababan ahí. Había llegado demasiado tarde para encontrarlo y lo único que ahora tenía era el cuento de cómo Izuku se había arriesgado buscándolo solo para caer al final.
Si tan solo hubiera sido más rápido, si tan solo hubiera sido mejor...
"La culpa te comerá vivo"
Pero la culpa había vivido con él desde que lo encerraran en un sótano con los suyos mientras el incienso los ahogaba. No se limita únicamente a los errores que le arrebataron a Izuku, su culpa también llevaba el nombre de Itsuka, a quien vio sufrir y languidecer por su necedad; también engloba todas aquellas pequeñas decisiones y momentos que terminaron con la muerte de alguno de los suyos.
Si la venganza y la ira rugen en su sangre, la culpa ocupa todo lo demás, pues es lo único que tiene ahora. Lo único que le queda. Y pesa. En eso Denki tiene razón. La culpa es una bastarda hambrienta que no deja de crecer, que late junto a su corazón y acude a él apenas despierta. Pesa demasiado para pesar con claridad.
Pesa demasiado para seguir... Tal vez tenga que soltarla aunque sea solo una parte, pues la tarea que tienen por delante no permite errores. Es consciente del riesgo. Si las bestias no los matan, si los guardias de la Ciudadela no los encuentran, si no se pierden entre los túneles bajo tierra, aún tendrán que sacar a decenas o tal vez cientos de prisioneros que no están en condiciones de sobrevivir a un combate directo. Y en el fondo sabe que si todo sale más su prioridad será destruir el incienso del General independiente de las vidas que deban sacrificarse pues sin él, al menos el resto tendrá una posibilidad.
Será él quien deba tomar las decisiones difíciles –más culpa para cargar– y por ello tal vez sea momento de despedirse. Tal vez sea momento de soltarlo.
Lo siento, piensa sin dejar de mirar las llamas, perdóname por no haber sido el alfa que creí ser. Por haberte dado esas estúpidas flores. Por no haberte salvado. Por no haberte encontrado.
Aun si son palabras que nunca pronunciara en voz alta, admitir la verdad para sí le permite respirar. Y es curioso que lo que se queda detrás es un vacío silencioso que no duele y en el que tampoco late nada.
[...]
Está tan concentrada en su victoria y en el placer de ver a su enemigo cubierto de sangre, retorciéndose de dolor, que no se percata de la llegada del segundo salvaje. Lo siente en su espalda cuando la acuchilla. Su respuesta instintiva es girarse con su puñal en la mano para hacerlo retroceder.
Con este salvaje no tiene el elemento sorpresa, y a diferencia del otro parece decidido a matarla. Bien, perro, entonces veamos quien se muere. Sus filos se entrecruzan lanzando chispas cada vez que coinciden: Finta, retirada y ataque. Una secuencia repetitiva que combinaban con golpes y patadas altas.
El cuerpo de Toga empezó a llenarse de heridas superficiales y otras más profundas, cortes ardían en su piel y orgullo; y aunque conseguía evitar los ataques a su parte media cada vez empezaba a notar el cansancio en los huesos así que empezó a moverse. Retrocedía, cediendo más terreno, moviéndose lenta pero inexorablemente hacia la capa de hojarasca seca que se amontonaba más allá.
Envuelta en la adrenalina de la pelea Toga olvido que los salvajes podían comunicarse entre sí sin hablar, fue un descuido momentáneo y por eso cuando ella dio el último paso para guiar a su contrincante a su trampa él ya la esperaba. La aferró por el cuello mientras su otra mano sujetaba la muñeca con el arma. Toga forcejeo.
Oh, tú eres el de la pierna mala. Te he visto cojear.
Se dejo caer de costado provocando que el salvaje tuviera que apoyar el peso extra en la pierna mala. Toga vio el dolor en sus ojos y su cara fruncida, entonces le enterró las uñas en la cara hasta sentir que la sangre le corría por los dedos.
Se zafó de él y retrocedió. Entonces cayó.
El golpe contra el suelo la dejo sin aire y durante un momento todo lo que vio fue el negro de sus parpados mientras luchaba por respirar. Abrió los ojos y vi el círculo de tierra que mostraba el cielo y al salvaje de pie mirándola hasta que desapareció.
Con muchísimo esfuerzo consiguió voltearse, con mayor dolor se arrastró por el túnel hasta que sus fuerzas se agotaron. No podía pararse y como tampoco había bestias cerca que pudieran destrozarla debía esperar la muerte lenta por pérdida de sangre. Sentía que la caída había roto algo en su interior y que el dolor la iba abandonando.
Pasaron horas.
—¿Cómo has llegado aquí?
Conocía esa voz, la idea la hizo abrir los ojos y mirar. La visión poseía un pelo azul deslavado y le sonreía con un gesto afilado.
—Vaya, vaya, Toga, ¿quién te ha dejado así?
La respuesta de ella fue aferrar la parte baja de sus pantalones. Aún no es mi hora.
[...]
Tras días de vagar por la zona, fue Inasa quien encontró el túnel y lo primero que hizo fue volver para buscar a Katsuki.
—¿Estás seguro de que es la entrada que buscamos? —preguntó este.
—Las marcas en los árboles que la rodean y en las rocas de la base la señalan como territorio de los sukabenja.
—Bien, entonces ve a buscar al resto —Inasa obedeció mientras Kastuki avanzaba hacia la cueva—Quédate ahí —añadió cuando escuchó que Denki lo seguía.
La entrada se encontraba en el suelo oculta a los pies de una roca oblonga y custodiada por dos árboles, uno de los cuales se inclinaba sobre el otro. La posición había hecho que las ramas y las hojas se acomodaran de tal forma que resultaba imposible distinguir a simple vista el hueco entre ellos.
Katsuki se arrodillo junto al borde y escuchó con atención; le parecía oír el susurro del viento pero era imposible confirmarlo.
—¿Hay algo? —preguntó Denki a su espalda
—Nada.
Se apartó de la entrada para volver a su lado a esperar. Cuando el resto de su grupo se reunió con él Katsuki los hizo revisar sus provisiones, prepararon sus antorchas y se alinearon en la entrada.
—¿Estás listo? —preguntó Katsuki a lo que Denki asintió—. Entonces yo iré primero.
Denki se puso frente a él, tan cerca que cualquier movimiento los habría hecho chocar, y volvió a sacudir la cabeza con resolución. El aroma a naranja brotó de él con fuerza, los envolvió a ambos en una nube cítrica tan deliciosa que Katsuki contuvo el impulso de inhalar, en cambio cerró los ojos y luchó por mantener su aroma bajo control. Dejo que el aroma a naranja lo cubriera de pies a cabeza como una segunda piel, era tan denso que podía sentirlo asentarse en su piel y cabello. Un aroma tan llamativo que la respuesta de su boca fue llenarse de saliva.
—Listo —dijo Denki y al oírlo Katsuki abrió los ojos y se apartó. Inasa fue el siguiente.
Al verse envuelto en el aroma a naranja, el hombretón apretó los puños contra él. La tensión en su espalda indicaba claramente el esfuerzo que estaba haciendo por controlarse, por quedarse inmóvil y no tocar al omega que tenía frente a él. El rubor en su cara resultaba inconfundible y se mantuvo aún después de apartarse.
El resto reaccionó igual: La tensión en la mandíbula, la rigidez en la espalda y los puños apretados; pero todos y cada uno de ellos mantuvieron las manos quietas, se aseguraron de tener los ojos bajos y de no decir nada. Katsuki los había elegido precisamente por su autocontrol. Y es que un omega solamente cubre con su aroma al que es su pareja. Es un acto tan único y afectuoso que solo ocurre en la privacidad del hogar pues representa la simple declaración de un alfa (Soy tuyo) quien le permite a su omega cubrirlo con su esencia aunque solo sea por unas horas.
Que Denki los cubriera a todos ellos con el aroma a naranja podía considerarse una indecencia en cualquier lugar civilizado. A Kastuki le había dolido tener que pedírselo, pero no tenían alternativa.
Tras interrogar a Neito sobre su escape de los túneles, Kastuki se había sentado con Mirio para familiarizarse con las bestias noumu. No tardo en comprender que los animales parecían reconocer el aroma alfa, el cual encontraban amenazante y respondían atacando a cualquiera que se adentrara en su territorio, pero según Neito eso no sucedía con los omega.
"No sé si es porque así fueron entrenados o porque nuestro aroma no posee las mismas características que el de ustedes, pero esas cosas nos dejan en paz" había dicho. Con esa información Katsuki había hallado una forma de entrar en los túneles sin tener que luchar.
—Listo —dijo Denki cuando termino con el último de ellos sin atreverse a mirar a nadie.
—Vamos —respondió Katsuki encendiendo la primer antorcha y ofreciéndosela a Inasa que tomó la delantera. El resto fue detrás de él, con Kastuki en penúltimo lugar y Denki cerrando la marcha.
La abertura era baja por lo que Inasa tuvo que inclinarse para pasar, el resto simplemente ladeo la cabeza y fue descendiendo por la pendiente poco pronunciada hasta adentrarse completamente en el túnel oscuro. Conforme avanzaban el túnel fue ampliándose hasta que alcanzo el tamaño justo para que Inasa pudiera caminar sin tener que inclinarse.
Siguieron adelante en grupos de dos con las armas en la mano, atentos al más mínimo murmullo que rompía el silencio de la zona. Uno de esos murmullos resultó ser una de las bestias que dormitaba en el suelo sacudiéndose como un perro que sueña.
El animal alzó la cabeza al oírlos acercarse y la reacción de Inasa fue prepararse para atacar. El animal se contentó con frotar el morro contra su costado antes de hacer lo mismo con el resto, para después volver a su lugar en el suelo.
Siguieron.
Como era imposible medir el tiempo estando abajo, Katsuki decidió medir el tiempo utilizando las antorchas. Pararon cuando la primera de ellas empezó a consumirse, y aprovecharon el descanso para comer, beber e ir al baño. Después retomaron su avance.
Cuando se pusieron en marcha por tercera vez Katsuki hizo una pausa para olfatear el dorso de su mano.
—El aroma se desvanece —dijo y eso hizo que Denki enrojeciera. Finalmente reunió la suficiente entereza para marcarlos de nuevo y cada uno de ellos volvió a demostrarle que sabían controlarse—. Sigamos.
El ruido de las bestias fue incrementando en intensidad y pronto descubrieron por qué pues el túnel desembocaba en una gran antesala donde decenas –tal vez cientos– de bestias pasaban su tiempo dormitando o jugando.
Katsuki y su grupo se detuvieron a la entrada mientras Inasa elevaba la antorcha hasta su altura máxima para iluminar la zona. Pronto quedo claro que la antesala era el punto de conexión de un puñado de túneles, cada uno oscuro e infinito. Si Neito tenía razón muchos de esos túneles tendrían otras antesalas con más pasillos negros como una telaraña inmensa bajo tierra en la que el General ha instalado a sus bestias protegiendo así la entrada a su Ciudadela.
—¿Hacia dónde? —preguntó Denki y el resto se giró para oír su respuesta.
—Aquí es donde nos separamos —respondió Katsuki mirándolos con calma—. Nos repartiremos los paños para las antorchas y los pedernales y cada uno escogerá uno de los pasillos. Marcaremos la entrada de este túnel con mis iniciales y el número uno para saber por dónde venimos, el resto hará lo mismo. Usen sus iniciales para indicar qué túnel están tomando y coloquen un número para identificar cuántas entradas han cruzado, no olviden contar sus pasos para medir la longitud de cada uno. Todos debemos volver aquí antes de que se acabe la tercer antorcha para que Denki vuelva a marcarnos entonces empezaremos a bosquejar nuestro mapa. Nuestro objetivo es encontrar el camino hacia la Ciudadela así que permanezcan atentos a cualquier cambio. ¿Alguna duda?
Como no la había se separaron.
[...]
n/a
Creo que pocos entenderán cuando les diga: ¡Miren, hice funcionar la idea original y Eijirou no se murió! XD
¡Gracias por leer! ¡Gracias por nominar! ¡Gracias por seguirme! ¡Gracias por comentar!
Para revisar los últimos fanarts de la historia que me han enviado por twitter revisen el link:
roquelg.wordpress.com/2019/11/11/bf-en-twitter-p-i/
El último que me llegó fue imagen de un denki precioso que hizo kitsukiss y otra de los protagonistas por artskazu.
Nos leemos en el que sigue (intentaré que no sea hasta dentro de dos meses, lo siento.
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