Capítulo 43: El General
Sinopsis: En la soberbia un hombre considera tener el poder absoluto y necesario para disponer y dictar sobre los asuntos humanos.
[...]
Toga tararea de felicidad.
Es feliz viendo el cielo azul extenderse sobre su cabeza. Es feliz aspirando el aroma de la tierra. Es feliz mientras avanza sobre el duro suelo. Su felicidad crece y estalla cada vez que nota el nerviosismo y la incomodidad de sus carceleros.
—¿Hacia dónde? —pregunta uno
—Al noroeste—responde ella tragándose su sonrisa.
Desde que le quitaran la capucha y la dejaran caminar por su cuenta, la impaciencia por correr libre ha ido creciendo con lentitud. Toga arde en deseos de recuperar sus cuchillos y cobrarse todos esos días bajo tierra.
Un poco más, piensa mientras siguen avanzando.
Y mientras llega ese momento no deja de mirarlos. De estudiar cada gesto, la forma como se mueven, el tiempo que tardan en dormirse, y cómo se mueven cuando están cansados. Cada detalle viene a grabarse en su memoria hasta que pueda utilizarlo en su beneficio.
Son días de viajar a pie, de dormir bajo el cielo abierto y comer de las manos de los salvajes. Al menos son lo suficientemente sensatos para no desatarme las manos.
—¿Cuánto falta? —pregunta el salvaje pelirrojo
—Poco —dice ella.
—¿Cuánto?
—Ya casi estamos ahí.
Insatisfecho con su respuesta, el salvaje se gira hacia su compañero.
—¿Reconoces la zona? —le pregunta
—No —dice el otro, el que tiene la marca en la cara, aquel que Toga reconoce como el príncipe de Yuuei— pero tampoco recuerdo mucho de esa noche. No sabría decir en qué área estaba mi campamento.
No por aquí, piensa Toga con cierto deleite. No están ni remotamente cerca del punto donde capturó al salvaje con la flor en la pierna, pero no dice nada y eventualmente los salvajes siguen la dirección que ella les marca.
Ovejitas, ovejitas.
Cada noche la fogata que encienden eleva un humo blanco que los envuelve, Toga se ríe de su torpeza.
Si estuviera tras de ustedes los habría encontrado cincuenta veces sin esfuerzo.
El fuego arde con intensidad y mientras ellos se turnan para dormir, Toga puede disfrutar de una noche completa de reposo reuniendo fuerzas para el momento adecuado. Y este finalmente llega cuando empieza a distinguir el terreno, no le toma tiempo comprender que están a menos de un día caminando de la fortaleza que se haya más cerca.
—Es por aquí —dice deteniéndose a inspeccionar los árboles.
Su anuncio provoca que la tensión en sus dos acompañantes se sacuda; se miran entre sí, y la miran a ella. Y Toga se emociona.
Vamos, ovejas, es momento de tomar una decisión.
—¿Dónde? —pregunta el príncipe, tenso y en guardia.
—¿Ves ese árbol de ahí? —dice ella escogiendo uno al azar, el que tiene una marca cualquiera en la base— esa marca la puse yo. Los restos deben estar a no más de cien pasos de aquí, serán fáciles de ver.
Deciden atarla a un árbol y se apartan a parlamentar en voz baja, eventualmente deciden que el príncipe se aleje a investigar el terreno lo que deja a Toga sola con uno de ellos. Entonces comienza a luchar contra sus ataduras disimuladamente. El salvaje que la vigila está tan ocupado espiando los alrededores que ni siquiera se da cuenta del momento en que la cuerda que sujeta las muñecas de Toga caen al suelo.
Moviéndose con una calma estudiada, asegurándose de no alterar su respiración, Toga se levanta y apenas el salvaje se gira hacia ella Toga sale disparada hacia la derecha incapaz de contener su risa.
Está preguntándose por qué el salvaje no ha lanzado un grito de advertencia cuando se acuerda que ellos no lo necesitan; ese pensamiento destella en su mente al tiempo que una silueta oscura emerge de los arboles e intenta cortarle el paso. Desarmada, Toga lo esquiva sin detenerse y corre hasta que el mundo se convierte en una mancha difusa.
El camino hacia la fortaleza es hacia su izquierda, pero con los salvajes tan cerca Toga no se atreve a tomar esa ruta por temor a un encuentro dos a uno, así que decide dar un rodeo largo antes de volver.
Espera perder a los salvajes después de unas horas y cuando eso sucede se detiene, exhausta; se las arregla para recoger algunas bayas silvestres y asaltar un nido de aves, está estirando las piernas preparándose para poner rumbo hacia la fortaleza cuando detecta el sonido de sus perseguidores.
Sin perder tiempo Toga se levanta y tuerce ligeramente hacia la derecha, en su trayecto comienza a zigzaguear, cada vez que puede vuelve sobre sus pasos y avanza en una dirección contraria. Se ha alejado tanto de su objetivo original que Toga descarta volver a él, está decidida a seguir adelante hasta encontrar otro lugar dónde pueda descansar.
Y lo encuentra. Mientras descansa y come lo que puede, sus perseguidores vuelven a acercarse.
Toga huye, se interna en el bosque en un intento por deshacerse de ellos. Y la historia se repite. Cada vez que ella para a descansar, ellos también lo hacen; tal vez se turnan para seguirla, Toga no está segura. Lo único que sabe es que siguen su rastro sin importar los trucos que ella ha hecho para esconderlo, para ocultar su presencia o matizar el aroma a sudor de su cuerpo.
¿Cómo lo hacen?
La pregunta la atormenta. Ella que siempre ha podido ocultarse en el bosque ahora está siendo perseguida como un animal acorralado.
En una de sus pausas, mientras mastica corteza para calmar el hambre, Toga medita sobre la cuestión. Nunca ha conocido a nadie que pudiera seguir su rastro cuando ella se ha propuesto no dejar uno, y está segura que esos dos no son cazadores, no como ella. Es imposible que puedan moverse en el bosque de la misma forma que ella lo hace.
¿Qué es lo que no veo?
Ha revisado su ropa incontables veces buscando algo que pueda explicar por qué pueden rastrearla de tal manera, está segura de que ha cubierto el aroma de su cuerpo por completo.
Es como si pudieran oler algo que yo no puedo.
Ese pensamiento la sacude porque existe algo que los salvajes pueden oler y ella no, aromas que les pertenecen, esencias que son únicas en su raza. Y existe algo más que ella no detecta.
El incienso.
Para los suyos el incienso es simplemente humo, humo blanco sin aroma, pero Jin había dicho que olía a leche y miel. Los salvajes podían oler algo que ellos no.
Pero no llevo incienso conmigo.
Revisa sus bolsillos y su ropa de forma frenética sin éxito. Y entonces, como en una revelación, la verdad llega a ella.
El humo.
El humo blanco que se elevaba de la fogata cada noche no era porque los salvajes no supieran encender fuego, estaban quemando incienso y cada día la bañaron con una esencia que no podía detectar. Y ese era el aroma que estaban persiguiendo.
¿Pero era incienso?
Porque se acuerda de que no parecía afectarles.
No al principio.
Pero Toga había utilizado las noches para dormir y no estaba segura de si sus carceleros presentaron síntomas mientras dormía.
También cabe la posibilidad de que ahora sean inmunes.
La idea es alarmante, pero es la única que se le ocurre.
O estos dos salvajes son inmunes, o el humo que utilizaron no era el incienso que olía a leche y miel.
Sin importar cual fuera la verdad, había algo aún más apremiante que requería una atención inmediata.
Si se tomaron la preocupación de marcarme para no perderme, ¿por qué no lo han aprovechado para capturarme otra vez? Predijeron que escaparía, ¿contaron con ello? En ese caso su intención no es atraparme, sino forzarme a seguir, ¿por qué?
Cuando vuelve a ponerse en marcha lo hace alternando carreras largas con cortas, como si estuviera demasiado cansada para mantener el ritmo. Vuelve a cubrir su rastro, pero se equivoca a propósito y cuando esa noche le toca detenerse, se encoge en la base de un árbol, a plena vista, como si acabara de colapsar. Escucha con mucha atención, lista para saltar a la menor señal de emboscada.
Y nadie llega.
A la mañana siguiente, cuando el cielo empieza a clarear, Toga se levanta y se estira. Está cansada, sucia, hambrienta, y rabiosa.
Me han hecho correr como un conejo asqueroso. Se han burlado de mí. ¿Quieren seguirme? Bien. Entonces síganme. Vamos, bestias asquerosas, vengan. Los llevare hasta su tumba y será mi turno para reír.
Sin perder tiempo Toga vuelve a cambiar de dirección y comienza el lento y tedioso ascenso que la llevará hasta las montañas.
[...]
Sus investigaciones lo han llevado a mantener un contacto constante con el grupo omega, está familiarizado con el miedo que emana de ellos, la forma como su aroma se amarga y fluctúa.
Los ha visto encogerse de terror, mudos y paralizados, como conejos ante la luz, y por eso no se sorprende cuando al mencionar las flores el muchacho se congela, su miedo estalla cubriendo la celda con esa apestosa fragancia. Es una nube negra, densa e inconfundible, y pese a todos los años transcurridos sigue afectándolo con la misma intensidad.
El General se relame ante el miedo pues es la prueba de que su poder sigue siendo absoluto, está listo para regodearse en él cuando sucede lo inesperado: El muchacho se tensa y el esfuerzo que hace por controlar su aroma se deja entrever en la rigidez de su mandíbula y en la forma como se echa para atrás.
—Mis flores —dice el omega con los dientes apretados— no son asunto tuyo.
El miedo sigue ahí, lo rodea como una peste, pero en una nota tan baja que resulta tolerable. Y la idea de que este joven omega pueda tener una voluntad tan intensa para controlar sus emociones resulta demasiado interesante para dejarla pasar.
—Es la segunda respuesta que evades —le dice incapaz de contener su sonrisa— y te garantizo que no toleraré una tercera.
—Exiges la verdad cuando tú mismo no puedes ofrecerla. Todas las respuestas que me das son trozos sin sentido. ¿Quieres que responda tus preguntas? Entonces dime la verdad y no dances a su alrededor como si temieras no poder enfrentarla, Akio.
Aterrado. Desafiante. El muchacho es una contracción en sí mismo.
—Ya que usas mi nombre, te pediré el tuyo.
—Yo soy Mirio.
—Bueno, Mirio, ¿qué verdad quieres oír?
—La razón de por qué intentas destruirnos.
—Esa es una cuestión que no entenderías.
—Sigo queriendo saber.
—En ese caso deberás tener paciencia y demostrarme que mereces saber la respuesta.
Se marcha sin esperar respuesta y vuelve al trabajo. De ese día en adelante tomará la costumbre de bajar a la celda con Mirio donde se tomará su tiempo para conocerlo e interrogarlo.
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—¿Por qué viniste? —será su pregunta favorita, siempre hecha en el momento menos inesperado, pero la respuesta de Mirio siempre será la misma.
—Yo no pedí ser capturado, fueron tus hombres quienes me trajeron aquí.
—¿Y cómo fue que llegaste a Hosu?
—Un barco me trajo.
Es sorprendente la fuerza que hay en él, la decisión que se refleja en sus ojos. Bellísimos ojos verde oscuro que no se apartan cuando lo mira pese al miedo que late en ellos. Y no importa la pregunta que haga, Mirio se asegura de tener siempre una respuesta.
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—Huiste durante la prueba del incienso que se hizo en el bosque. ¿Tuviste ayuda?
—Claro. Tus hombres abrieron las puertas, ellos nos llevaron a la superficie y nos dejaron salir; me aleje mientras el resto de los nuestros se moría. Mi intención era esconderme en las montañas pero no resultó como debía.
—¿Quién te dio las provisiones que usaste para sobrevivir tras tu escape?
—Hay muchas plantas comestibles en el camino, semillas y musgo; yo no confío en ninguno de tus hombres.
Siempre responde sin hacer pausas, sin titubear, y no se queja cuando oye la misma pregunta una y otra vez formulada de diferente forma.
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—Yagi te habló de mi familia, ¿por qué?
—No lo sé.
—Tal vez él sabía que ibas a escapar. Sabía que no eras beta. ¿Qué intención tenía al compartir ese secreto contigo?, ¿qué te dijo que hicieras?
—A mí no me dijo nada, compartió la historia con todos los prisioneros; puedes preguntarle a quien quieras. Oh, no, espera, todos están muertos.
—Excepto tú.
—Y Yagi, tal vez deberías preguntarle a él.
—Él no se acuerda de ti.
—¿Y por qué debería? Ni siquiera me conoció.
—Sabes su nombre.
—Tú lo mencionaste primero.
Resulta curioso que en lugar de permitir que el miedo lo abrume, Mirio lo utilice para ocultarse, para impedir que alguien pueda distinguir la verdad en su historia.
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—¿Quién te ayudo a ocultarte dentro de la cúpula?
—Nadie, los soldados nunca bajan si pueden evitarlo.
—Además del alfa por quien suplicaste ayuda y de su omega, ¿qué otro par te ofreció asistencia?
—Nadie. Ellos fueron los únicos.
—¿Sí? ¿Y de dónde sacaste tu uniforme?
—Lo robé, estaba en una pila de basura para desechar.
—No te creo.
—¿Por qué no? ¿conoces todo lo que tus hombres ponen en la basura?
Cada vez que el General se muestra escéptico con alguna de sus respuestas, Mirio lo reta. "Demuestra que miento" parece decir, pero es imposible saberlo, no cuando el miedo lo envuelve de esa forma así que el General observa, pregunta y espera.
Está decidido a desentrañar la verdad que ese omega oculta.
[...]
Durante su acostumbrado almuerzo junto a la tumba de Kamui, Mina se sobresalta cuando Mashirao irrumpe el silencioso momento.
—¡¿Qué rayos?! Me has dado un susto de muerte, ¿quién te persigue?
—Ven —responde él antes de dar media vuelta y marcharse
—¡¿A dónde?! —grita ella
—¡VEN!
Mina devuelve su comida a su morral y trota tras su amigo hasta alcanzarlo.
—¿Qué pasa?
—No puedo explicártelo, sígueme y no hagas preguntas.
En lugar de tomar el camino principal o alguno de los atajes que conducen hacia el edificio principal, Mashirao la lleva por los jardines escondiéndose cada vez que se cruzan con alguno de los guardias que patrullan la zona.
Mashirao la conduce hasta una de las ventanas abiertas del primer piso y después la obliga a saltar cuando nadie más está cerca.
—Ven —susurra él guiándola por el pasillo vacío hasta una puerta cerrada.
—¿Qué haces? —pregunta Mina en voz baja cuando Mashirao se agacha para forzar la cerradura.
Su amigo ni siquiera responde, abre la puerta y la cierra cuando ambos están dentro. Después arrastra a Mina hasta el mueble en la esquina izquierda donde procede a escalar para remover el panel del techo.
—Ven —repite Mashirao impulsándose con los brazos hasta desparecer.
—No —responde Mina mirando hacia arriba—. No voy a menos que me digas qué estamos haciendo aquí. ¿Qué es ese... túnel?
—No es un túnel. Es un pasaje que conecta esta habitación con la oficina del Coronel, Kamui me lo enseñó. Ahora de prisa, ¡ven!, no hay tiempo.
Renuente, Mina trepa por el mueble y una vez que está encogida en el hueco del techo, Mashirao vuelve a colocar el panel de madera y le hace señas para que lo siga. Ella obedece arrastrándose como un gusano por el pasaje estrecho.
—Me estoy llenando el uniforme de telarañas —susurra Mina en voz bajísima.
Está tan concentrada en moverse que no puede evitar chocar con los pies de Mashirao cuando éste se detiene. Abre la boca lista para empezar a quejarse cuando las oye: Voces amortiguadas en el piso inferior.
—...y quiero una lista de nuestras provisiones y armas.
—Sí, señor.
—Reúne a todos los capitanes, quiero hablar con ellos primero, después tendremos una junta informativa con el resto de los oficiales.
—Como ordene, señor.
—Quiero planes de contingencia y preparativos, ¿necesitas ayuda?
—Tengo todo bajo control, señor.
—Muy bien, lo principal es movilizar a los civiles a un lugar seguro. No quiero pánico, ¿de acuerdo? Debemos averiguar el motivo que los trae aquí.
—Así se hará, señor.
—¿Tenemos noticias de Hawks?
—No aún.
—Quiero qué-
Un llamado a la puerta irrumpe a Nezu, un momento de silencio después se oye la voz de Tsun.
—Coronel, lamento la molestia, pero Eliser está solicitando su presencia en el segundo salón.
—¡Maldita sea! La comitiva enviada por General no me deja en paz ni un solo minuto.
—Su misión es vigilarlo, Coronel.
—Lo sé, agh. Bien. Moashi empieza con los preparativos, apenas termine de hablar con los hombres del General me reuniré contigo.
—¿Les hablará sobre está situación?
—Es imposible ocultar una noticia como esta, y es mejor si tratamos de reparar las tensiones que el Capitán Hawks ha generado; pero dejaré en claro que la noticia no debe hacerse pública. Lo más importante es conservar la calma. Y tú, ni una sola palabra de esto a nadie. Nada.
Una tercera voz, hasta el momento callada, responde.
—¡Sí, señor!
—Bien. Vamos.
El silencio sigue a su declaración y tras un momento se oye de nuevo el sonido de la puerta, entonces Mashirao se vuelve hacia ella.
—Volvamos.
Mina se arrastra hacia atrás hasta que sus pies chocan con el panel suelto que cae hacia el suelo. Tras descolgarse y mientras Mashirao se entretiene colocando el panel en su lugar, Mina se sacude el pelo, la ropa y sus manos.
—¿Qué fue eso? —pregunta mirando a Mashirao.
—Hace rato, cuando estaba haciendo patrulla, uno de los hombres de Moashi vino a informar que sus centinelas habían vuelto de las fronteras.
—¿Y?
—Los centinelas informaron sobre un ejército aproximándose.
—¡No! ¿son los hombres del General?, ¿han decidido atacar al Coronel Nezu?
—Los centinelas no lo creen y Nezu tampoco.
—¿Qué?, ¿por qué no?
—Porque este ejercito viene del desierto.
Mina lo mira con la boca abierta.
—¿Los salvajes? —susurra, incrédula.
—Así lo creo, por eso fui a buscarte. El Coronel Nezu cree que vienen a atacarnos y va a prepararse para defender este lugar.
—Tendremos ventaja, ellos no tienen a dónde llegar.
Pero en cuanto lo dice sabe que se equivoca. Los salvajes de la prisión han reclamado un terreno como suyo, un espacio amplio, defendible, y con solo dos rutas de acceso viables: Las montañas, donde se encuentra la villa de Nezu, y los caminos que conducen hacia la capital.
Es el lugar perfecto para establecer a los refuerzos que llegan.
—¿Qué hacemos ahora? —pregunta Mina
—Esperar. Alistarnos. Entrenar.
—Lucharemos —dice mirando sin mirar el cielo que se vislumbra por la ventana— lucharemos para defender al hombre cuyo hijo ordenó la destrucción de nuestra aldea.
—No. No. Lo que está haciendo Nezu es prepararse por si los salvajes atacan, solamente eso. No lucharemos por el General.
—¿No has oído? Planean decirle, cuando él se enteré que el ejército de los salvajes está cruzando el desierto para venir hasta aquí le ordenará al Coronel Nezu que los detenga. Estaremos en la primera línea defensiva.
—No, Nezu fue claro. Hawks lo convenció de no participar en la guerra del General.
—Hawks no está aquí.
—Pero volverá.
—Lo dudo. Lo están buscando; ellos creen que vendrá aquí, por eso han enviado a la comitiva, pero Hawks no arriesgará el estatus del Coronel.
—¿A dónde puede ir?
—Ahora es como Kamui, no tiene un lugar al cual volver. Solo le queda una opción.
Se gira para mirarlo y espera hasta ver que la revelación se muestra en los ojos de Mashirao.
—¿Y qué? —dice él— ¿planeas ir a buscarlo?
—Es el único que puede convencer a Nezu de luchar contra el General.
—Si vamos-
—No tienes que acompañarme.
—Si vamos —repite él con más énfasis— debes prometerme no arriesgar tu cuello de forma innecesaria. No vuelvas a pedir un combate a muerte solo porque sí.
Mina sonríe.
—Esa vez funciono.
—Y dudo que funcione de nuevo.
—Está bien, lo prometo, ¿nos vamos?
—Vamos. Tenemos que salir antes de que establezcan el toque de queda y vamos a necesitar provisiones y monturas para hacer el viaje.
Mina lo sigue sin decir nada.
[...]
Acostumbra a bajar a la zona de producción del incienso dos veces al mes y suele permanecer ahí al menos tres días en cada visita para asegurarse que el proceso cumpla con sus estándares; y como nadie tiene permitido el acceso, con excepción de su hijo, al salir suele reunirse con Kurogiri para recibir un informe de lo acontecido durante su ausencia.
Pero en esta ocasión lo primero que hace al salir es visitar a Mirio.
—¿Cómo sigue la rodilla?
—La medicina funcionó, la hinchazón bajo.
—Muy bien.
—¿A dónde fuiste?
—¿Por qué?, ¿me extrañaste?
—No. Pensé que tal vez... pensé que te habías ido ahora que no había más preguntas por contestar.
—Siempre hay más preguntas.
—Y responderé, he contestado todo lo que querías. Es mi turno.
—¿De verdad?
—Tú lo dijiste. Dijiste que si tenía paciencia me darías la respuesta que busco.
—Dije algo así, ¿no?
—Lo prometiste.
—Muy bien —responde sintiéndose benevolente. Tras días de trabajo continúo había empezado a extrañar sus interrogatorios—. Ya que eres amable y lo pides con propiedad te concederé lo que buscas. Haz tu pregunta.
—¿Por qué quieres destruirnos?
—Te equivocas —responde inclinándose hacia el frente para expresarse con claridad—. No busco destruir nada, quiero corregir los errores que hemos cometido.
—¿Y para ello fuerzas a nuestra gente a vivir en celdas bajo tierra?
—Lo que ves aquí solo es temporal. Lo que trato de hacer es salvarnos.
—¿Salvar?
—No puedes verlo, pero es una verdad innegable: Nuestra cultura decae y nuestras tradiciones se pierden.
—¿Qué tradiciones?
—Todas. Una vez fuimos una nación única que termino desperdigada por el mundo, y nuestra raza es apenas una huella de lo que fue. Yuuei es gobernada por un alfa indigno, ni el más fuerte ni el mejor solamente una marioneta cuya voluntad no es absoluta. Los suyos le dan más prioridad al estatuto social que a las habilidades de un guerrero, incluso aceptan el concubinato permitiendo que la mala sangre tenga descendencia.
"Y las Islas. Las islas son gobernadas por un consejo de matriarcas, mujeres alfa que enseñan no la superioridad de su género sino la tolerancia al resto. Solo permiten que las mujeres gobiernen despreciando la fuerza de su contraparte masculina e incluso permiten que sus omega hagan vida más allá de su hogar"
"Ambos son gobiernos imperfectos que conducirán a la extinción de los nuestros. Ya puedes verlo. La vida en Yuuei ha vuelto a los suyos débiles, patéticos, conformistas; sus guerreros alfa son una vergüenza. Su príncipe fue entrenado por un hombre beta, ¿qué clase de rey permite que su hijo sea educado por un género inferior? Y la forma de vida que llevan en las islas ha empezado a mostrar un claro desajuste en el equilibro de la población, es el lugar dónde más mujeres alfa nacen. Inconcebible"
—¿Por eso no hay mujeres alfa en tus cúpulas?
—Mi deseo es devolver el equilibrio, volver a lo que es correcto.
—¿Así que todos deberíamos vivir bajo la ley de las Tribus? La fuerza por sobre todo y la muerte a los débiles. Un líder único y absoluto. Un combate a muerte donde el jefe pueda deshacerse de sus oponentes. ¿Y todos aquellos que no tienen un valor a los ojos de este líder deben morir?
Es sorprendente el ultraje que transmite su voz, sorprendente y encantador.
—Sabía que no lo entenderías. No puedes entender. Eres un omega.
—Entiendo que Toshinori Yagi no pensaba así, y no era el único.
—Siempre hay malas semillas en cada cosecha, pero basta con quitarlas una a una.
—La vida en las Tribus no es idílica. Sufren inviernos largos, condiciones duras, y su población omega no es abundante.
—Eso puede arreglarse.
—Sí, Yagi lo hizo. Pactó con Yuuei para ampliar el contacto entre ambos grupos, para ofrecer sangre nueva a los suyos, para incentivar el comercio.
—La solución de Yagi no es perfecta, depende enteramente de la voluntad de un rey caprichoso, uno que decidió no renovar la alianza.
—Pero su hijo...
—No, una solución que depende de la benevolencia de una de las partes no es un trato, es una limosna. Yagi y su mentora alteraron el delicado equilibrio de nuestro hogar suplicando migajas en lugar de buscar una solución definitiva.
—¿Y cuál es esa? ¿usar el incienso para tomar lo que quieres?
—No exactamente.
—¿Y qué hay de ese otro incienso? El que mata al grupo beta, ¿también está diseñado para garantizar nuestra supervivencia?
—¿No lo ves? El género beta debe desaparecer, sus genes son imperfectos, son guerreros de segunda clase. Y cuando lo hayamos conseguido, empezaremos con la limpieza general.
—Eso significa eliminar a todos en Yuuei, en las Islas, en las Tribus, ¿no es así?
—No puedes empezar de nuevo si las viejas costumbres no mueren.
—Y una vez que todos se hayan ido, ¿quién se quedará para completar tu visión?
—Los esclavos. Aquellos que resistan hasta el final se les concederá la oportunidad de volver a tierra y servir a su gente.
—Enfermos, débiles y rotos; tú, que aprecias la fuerza por sobre todo, ¿dejarás que sean ellos el futuro?
—No exactamente. Sus hijos lo serán. La vida en la prisión garantiza que solo los mejores sobrevivan, la generación alfa que nazca será inigualable, y los cachorros omega tendrán una resistencia excepcional. Juntos podrán sobrevivir a lo que sea.
—¿Sus hijos? —pregunta el muchacho y la voz le tiembla— Los hijos que ahora usas para el incienso.
—Es un sacrificio necesario, y solo es temporal.
—¿Hasta cuándo?
—Todavía falta, es importante asegurar el control sobre Yuuei y Kohei. Cuando ambas estén libres de sus gobiernos inútiles comenzaremos con la reforma.
—Dejarás a los niños vivir, ya no habrá más incienso, ¿es eso?
—Oh, no, el incienso seguirá existiendo. Considéralo una precaución, para entonces tendremos suficientes suministros para solventar ambas necesidades.
—Suministros —repite mientras sus ojos verdes se empañan.
Ojos de un verde asombroso que lo miran con ira y miedo.
—No llores por ellos, no valen nada.
—¿Y quién gobernara este mundo perfecto?
—La persona que lo creo, por supuesto.
—¿Tú? ¿Tú y no tu hijo?
—Mi hijo gobernará cuando demuestre que es apto.
—¿Y él lo sabe?
—Por supuesto, él más que nadie conoce sus imperfecciones.
—¿Qué lo hace imperfecto?
—Se enfadará si te lo digo.
—Guardaré el secreto —responde Mirio con la voz tensa; y por primera vez el General puede leer la mentira.
El descubrimiento lo divierte y por esa razón accede.
—Cuentan las historias que hace muchos años, siglos y siglos antes de que el primero de los demonios llegara de más allá del mar, nuestra gente vivía como una sola unidad. En ese tiempo las marcas que cubrían nuestros cuerpos se mostraban únicamente como tallos de hojas verdes sin flores.
Mirio se encoge y el miedo vuelve a latir con fuerza en él, pero el General lo ignora, concentrado como esta en su historia.
—Y solo unos cuantos -los elegidos, decían- recibían flores en su cuerpo. Las historias cuentan que un alfa obtenía su flor al demostrar su fuerza, un beta al demostrar su ingenio, y un omega al concebir un hijo. No siempre sucedía así y por eso quienes obtenían su flor eran considerados seres superiores.
—Pero —Mirio se atraganta, le tiembla la boca y sus ojos lo miran con pánico— pero ya no es así.
—Exacto, es otra prueba más de la decadencia de nuestra gente. Ahora todos tienen una flor, no importan los logros, no importa su fuerza o su valor. Todos son iguales. Todos excepto mi hijo.
—No tiene flor —murmura Mirio con los labios blancos.
—A los seis años apareció su marca, solo hojas y tallos verdes, ni una sola gota de color. Admitiré que no ha sido el único caso de nuestra gente pero, en Yuuei y en las Tribus, no sé de las islas, los niños sin flores son escasos y raros. Y en lugar de apreciar esa rareza, en lugar de admirar esa diferencia, nuestra gente vuelve a mostrar su ignorancia. Alguien que no posea flor es visto como un mal augurio: Un alfa sin flor es débil, un beta sin flor es estúpido, y un omega sin flor es infértil.
—¿Y no es así?
—No ha habido suficientes candidatos para desmentirlo, pero es interesante estudiar cada caso. El más fácil es el omega pues solo necesita concebir un hijo y si un compañero no se lo da, puede probar con otro. Un beta lo tiene más difícil: Probar su ingenio. Pero sin duda el caso más interesante es el alfa. Mi hijo tiene un gran reto por delante, debe demostrar su fuerza, su valía, su entereza, y cuando lo haga la flor vendrá a él y entonces el mundo que he creado será suyo.
—¿Y si la flor nunca llega?
—Llegará. Cuando sea apto.
Mirio se tensa, abre la boca y lo que sea que diga se ve interrumpido por la voz de Kurogiri.
—Señor.
—¿Qué haces aquí?
—Lo siento, señor —dice el hombre inclinándose ante él—. Me informaron que ya había salido de los pisos inferiores, pero no fue a verme.
—Me ocupe.
—Lo sé, y lamento la interrupción, pero tengo que hablar con usted.
—Sobre qué.
—Es importante.
No dice más y no hace falta, su expresión es lo suficientemente tensa para que el General acceda a salir. Lo sigue por los pasillos desiertos hasta su despacho.
—General —dice Kurogiri apenas cruzan la puerta—. Tengo terribles noticias.
—¿Qué pasa?
—La comitiva enviada a la aldea de Nezu ha mandado un mensaje.
—¿Sobre Hawks?
—No, señor, me temo que seguimos sin tener noticias sobre él. Es un asunto delicado. El reporte indica que hay un ejército aproximándose a nuestras fronteras.
—¿Un ejército?
—Sí, señor, y llegaran a Hosu en los siguientes días.
—¿La armada de Yuuei?
—No lo sé, señor, no lo creo. Vienen por tierra.
—¿Por-? —y entonces lo comprende— ¿Están cruzando el desierto?
—Así es, señor.
—Debemos interceptar al enemigo antes de que consigan cruzar el muro de roca. ¿Tenemos números?, ¿recursos?
—No aún, pero el Coronel Nezu solicita refuerzos.
—Envíalos.
—Esa es la cuestión, señor. Será difícil hacerlo.
—¿Por qué?
—No hay una ruta directa, el camino de las montañas es peligroso.
—Puede hacerse por el valle. Cruzar por el bosque hasta el río y seguir.
—Lo siento, General, esa zona sigue comprometida.
—¿Qué?
—Dabi ha vuelto, señor. Llegó horas después de que usted se retirara a los pisos inferiores. Su misión fue un fracaso, el grupo noumu que iba con él fue derrotado.
—¿Los salvajes de la prisión siguen en pie?
—Así es señor, y Dabi confirma que tienen refuerzos. Están bien aprovisionados, han preparado el terreno, y saben luchar contra las bestias. Recuperar la fortaleza será más difícil de lo que lo consideramos en un principio y es probable que el ejército que viene se dirija exactamente hacia ellos; de ser así, la unión de ambas fuerzas podría representar un reto a considerar y pondría en riesgo a las tropas que se encuentran en la villa del Coronel Nezu.
—Envía un mensaje al resto de mis Coroneles, quiero una reunión con ellos para discutir está situación. No podemos enviarlos al otro lado del mar con el enemigo marchando hacia nosotros.
—Sobre eso, tengo malas noticias.
—¿Es el príncipe Chisaki?
—El cuervo que envíe para solicitar detalles de la operación volvió con su mensaje intacto, señor. No estoy completamente seguro, pero es posible que nuestras tropas al otro lado del mar estén en problemas.
La noticia lo hace cerrar los ojos y respirar.
—Los salvajes de las montañas se dirigen hacia aquí cruzando el desierto —dice sin alterar el volumen de su voz—. Los esclavos prófugos han creado un campamento autosuficiente justo en una parte de mi territorio, y la villa del Coronel Nezu se encuentra justamente entre estas dos fuerzas. Ellos son la única línea defensiva que tenemos por el momento, ¿es correcto?
—Así es, General.
—Bien, —escupe la palabra con ira y se obliga a calmarse— lo primero es verificar si podemos confiar en que Nezu hará su papel. ¿Quién está al mando de la comitiva que enviamos a su casa?
—Eliser, señor.
—Envíale un mensaje. Quiero que vigile de cerca a nuestro Coronel, y ante cualquier signo de traición tiene permiso para asumir el control de la villa y de su ejército. Sé discreto, lo que menos quiero es alertar a la rata. También dile que enviaremos ayuda, alista a la Flota, los refuerzos llegarán mar.
—Como ordene, señor.
—Localiza a mi hijo. Dile que abandone la búsqueda del capitán Hawks y ordénale que vuelva de inmediato.
—Será más apropiado que envíe a Dabi.
—Hazlo. Y organiza mi viaje, quiero entrevistarme con los Coroneles tan pronto sea posible. Así tengamos que enviar a toda nuestra fuerza contra los intrusos ninguno de ellos debe quedar en pie.
—¿Renunciaremos a conquistar Yuuei?
—Nos encararemos de él cuando mi casa vuelva a estar libre de alimañas.
Kurogiri asiente antes de salir a cumplir sus órdenes.
[...]
*se muere*
La conversación entre Izuku y el Coronel ha sido un reto, pero con esto todas las cartas están en la mesa. Y ahora empezamos con la cuenta regresiva para eso que todos ustedes quieren leer.
En otras noticias la publicación en físico es un hecho, en la siguiente actualización les traeré más noticias de dónde adquirir el primer volumen. ¡Saludos!
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