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Capitulo 4: La Ira que Burbujea

Sinopsis: Nunca le pidas a un omega su nombre, es el último pedazo de privacidad que les queda. 

Notas: Ouji – Principe, Ou - Rey

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De su viaje en barco Katsuki recuerda el aroma: Un cuarto lleno de jóvenes alfa, furiosos y violentos, encerrados durante días. No es algo que se olvide con facilidad.

Los gruñidos, gritos y maldiciones duraron mucho tiempo, duraban día y noche hasta que el hambre se impuso. Pese al cansancio y la incomodidad, Katsuki se mantuvo atento. Su furia era roja y brillante, era paralizante. Podía pasarse horas sentado, tenso como una barra de acero. Miraba, atendía, escuchaba..., esperando una oportunidad para saltar y huir; pero nunca la hubo.

Después del barco viajaron en carromatos durante días hasta que llegaron a una fortaleza. Katsuki vio las altas torres grises con una pequeña bandera ondeando en la punta de una de ellas, antes de que empujaran su jaula sobre una plataforma. Katsuki se puso en guardia esperando que la puerta se abriera. Pese al cansancio estaba listo para morder y matar; no esperaba que el piso se desplazara.

Cayó por un túnel inclinado, cuya superficie era completamente lisa. Katsuki uso manos y uñas para evitar desplazarse pero no hubo suerte, llegó al fondo del pasaje y su cuerpo golpeo contra el suelo con un sonido seco. Aun así se levantó, listo para enfrentar lo que fuera, pero solo había otros chicos como él. Todos tensos, desconfiados, sucios y hambrientos.

Detrás de él llegaron más prisioneros, todos ellos niños. Cuando la puerta del túnel se cerró sin aviso, todos se miraron. Aguardaron en silencio, alistándose para luchar, pero su enemigo era invisible. Llego en silencio, deslizándose por entre sus piernas, etéreo y sin forma.

Con el tiempo Katsuki le daría el nombre del incienso negro.

[...]

Los recuerdos de su estancia en ese calabozo son vagos, fragmentos y trozos de eventos que parecen irreales, aunque si se esfuerza puede evocar escenas completas. Recuerda que la comida llegaba por el túnel aunque nadie parecía interesado en acercarse, recuerda que muchos se encogían en las esquinas con la expresión perdida, y recuerda que había otros que se sacudían con violencia hasta que se quedaban rígidos con la mirada ida.

Varios de sus conocidos murieron así. Katsuki sobrevivió. Sobrevivió a la tormenta que se había llevado a Izuku. Sobrevivió al incienso y al condicionamiento. Sobrevivió a los calabozos que vinieron después. Sobrevivió a las cadenas, a los golpes y al hambre.

Sobrevivió a todo.

Dentro de él ardía un solo deseo.

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—Quiero venganza.

Saborea la palabra, cada sílaba, cada entonación. Se alimenta de ella y su ira se inflama. Venganza. Es lo único que le queda. Lo único por lo que vive.

Su respuesta provoca que el recién llegado sonría. Un gesto lleno de satisfacción. Un gesto de compañerismo. Un gesto de entendimiento..., para Katsuki es un gesto inútil. No desea su amistad. No pide su aprobación. No quiere su atención.

—Entonces habrá que sacarte de aquí.

Katsuki se congela. ¡Sí! El grito resuena dentro de él con la fuerza de una tormenta. SI. SI. Sisisi... Quiere salir. Necesita salir. Seré libre... Antes de que consiga decir nada, los guardias vuelven. Katsuki retrocede, tenso y en guardia.

—Parece que tu fiesta de bienvenida está lista—el murmullo que emite no está destinado para ser oído, pero el muchacho de la celda de junto se gira hacia él y su ceño se frunce. Katsuki lo mira y procura utilizar el mismo tono de voz para decirle—Ya veremos si eres de los que regresa.

—¿Qué?

—Ellos no tienen opción.

Katsuki se aleja. No necesita mirar para saber cómo se desarrolla la situación. Lo ha visto demasiadas veces: Alfas listos para luchar con denuedo y determinación, solo para ser reducidos por malditos dardos tranquilizantes.

Los bastardos aprendieron que si se atreven a meterse en una jaula con nosotros, nada garantiza que vayan a salir en una sola pieza.

Katsuki oye las maldiciones del alfa, oye su cuerpo contra los barrotes, lo escucha gritar y luchar y cuando se calla, oye la reja que se abre, el cuerpo que se arrastra, y el silencio que sigue. Cuando mira a su alrededor, ve la misma ira que late dentro de él. Todos saben lo que le espera al recién llegado.

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Despertó encadenado a la pared en medio de la oscuridad. A diferencia de ocasiones anteriores la cadena estaba fija a un collar metálico en su cuello, lo que dejaba manos y piernas libres. Cuando intento ponerse de pie se dio cuenta de que temblaba. No podía precisar cuándo había sido la última vez que había probado bocado.

Con lentitud, examinando su recién recuperada voluntad, Katsuki se desplazó por la celda, midiendo el largo de su cadena e intentando dispersar la neblina que cubría su mente. Extendió los brazos frente a él y se movió lentamente, esperando no chocar ni caer, pero antes de que consiguiera tocar algo la cadena se tensó. Empezó a moverse lateralmente hasta que encontró una de las paredes de los costados, se apoyó junto a ella y se dejó caer. Cerró los ojos e intento hacer un recuento de todo, pero solo había pedazos y flashes incongruentes. Pensó en Izuku, y fue un alivio que su recuerdo siguiera ahí, esperando a ser llamado. Tuvo que esforzarse pero consiguió evocar su rostro deslumbrante de mejillas redondas. El Izuku de sus recuerdos era feliz y poseía una sonrisa cegadora; su voz tenía un tono agudo característico y su risa era libre. Katsuki inhalo con fuerza pero en lugar del aroma de albahaca y menta percibió el encierro y la podredumbre de su celda.

Salió de su trance cuando la puerta se abrió.

Katsuki abrió los ojos y se puso de pie al instante, pero el movimiento y el golpe de adrenalina lo marearon. Tardo un momento en recuperarse antes de centrar su atención en el visitante, cuando lo hizo sintió que sus ojos resentía la débil luz de la lámpara. Los frotó con fuerza esperando que la debilidad se fuera. Cuando enfoco al recién llegado vi a una chica, no mayor de quince años. Delgaducha y alta. Su pelo color naranja había sido cortado al rape, e iba casi semidesnuda.

Los ojos de Katsuki se deslizaron del sarashi blanco hasta el vientre. Cuando distinguió el intrincado diseño de las margaritas que resaltaban en su cadera, el muchacho se atragantó. Sorprendido, alterado y confuso, Katsuki aparto los ojos de ella y se dio la vuelta dándole espacio para que se cubriera.

La oyó acercarse pero ni aun así se giró.

—Te traje comida—dijo ella.

Katsuki la miro, procurando que su vista se mantuviera por encima de su cabeza. Junto al aroma a frutas distinguió el indiscutible olor del miedo y la ansiedad.

—¿Quién eres?

—Itsuka.

Se sentó de forma que sus rodillas cubrieron su estómago. Katsuki suspiró y la imitó. Observó el collar y las muñequeras con las argollas, eran parecidos a los suyos, y no necesitaba preguntar para saber que su vestimenta no era algo que ella hubiera escogido por voluntad propia.

—Come.

Le acercó una bolsa y Katsuki la miró con desconfianza. Se puso en alerta y el cuarto se llenó de su aroma.

—¿No te lo han dicho?—preguntó ella, repentinamente tensa.

—¿Decirme qué?

Hubo una brusca inhalación y la ansiedad de la chica se espesó a su alrededor.

—Primero come—le dijo.

—¿Por qué...?

—Shu—murmuró ella mientras apoyaba la cabeza en sus rodillas. Su voz se atenuó hasta convertirse en un susurro urgente.—No grites y no te muevas. Nos observan.

Katsuki se tensó y contuvo el impulso de mirar a su alrededor. Con el corazón latiendo a toda velocidad, Katsuki saco las frutas, el pan y el agua. Titubeó un momento antes de tocarla, pese a que su boca había empezado a salivar de anticipación.

—Está limpia—murmuró ella al ver su incertidumbre.—Ellos quieren que confíes en mí.

Katsuki comió despacio, asegurándose de que su estómago no se rebelaba contra él.

—¿Qué es lo que quieren?—preguntó Katsuki, asegurándose que el murmullo no se extendía más allá de ellos.

Ella titubeó, su miedo se disparó e inundo el cuarto. Katsuki arrugó la nariz.

—Lo siento—dijo Itsuka intentando controlarse.

—Solo escúpelo. ¿Por qué estás aquí?

—Tenemos... ellos quieren... se supone que debemos emparejarnos.

Katsuki se atragantó. Pese a que su intención era mantenerse tranquilo, no pudo evitar levantarse y retroceder.

—¡¿Qué?!

—No grites, cálmate.—cuando ella se levantó, el otro se pegó a la pared.—Si gritas vendrán.

—¡No te acerques!

Ella se congeló ante el indiscutible tono de un alfa. Permanecieron así un momento antes de que la puerta se abriera y uno de los guardias entrara.

—Ven aquí.

La omega titubeó antes de obedecer, y en cuanto estuvo cerca del guardia, éste la sujeto del cabello y la arrastro por la puerta. Katsuki se dio cuenta de que lo peor estaba por llegar.

[...]

Lo intentaron una y otra vez.

Intentaron alimentar la confianza y Katsuki se aseguró de mantener su distancia. Día con día fue construyendo murallas entre ellos. No se dejó engañar ni por su aroma ni su dulzura. Comían en silencio, separados, sin intercambiar palabra.

Intentaron amenazarlo y Katsuki se río de ellos. Lucho y se despellejo la espalda, recibió golpes y latigazos sin ceder. Hubo largos periodos en blanco mientras yacía inconsciente y desmadejado. En una de esas veces casi cometió el error de dejarse llevar. Había despertado confuso y desorientado, y cuando consiguió enfocar su vista lo primero que registró fueron dos ojos verdes. De un verde claro, como la hierba en primavera. De haber estado completamente consciente se habría dado cuenta de la diferencia, pero su cabeza pesaba y aún tenía fresco el recuerdo de Izuku. Durante un momento pensó que seguía soñando y se dejó llevar. Había besado a ese "Izuku" con una desesperación silenciosa y angustiante. Habría hecho mucho más si no hubiera aspirado con fuerza anhelando el aroma a especias, pero entonces reconoció el aroma a frutas, dulce y suave, completamente opuesto a lo que esperaba. La había soltado, empujado y había utilizado la fuerza que le quedaba para obligarla a retroceder.

Intentaron utilizar su naturaleza y Katsuki prefirió sangrar. Ese día, cuando ella entró, Katsuki supo inmediatamente que algo estaba mal. El aroma de la muchacha se había intensificado exponencialmente y sus ojos, usualmente calmados, parecían temblar de agitación. En cuanto lo entendió, Katsuki rugió, se mordió los brazos hasta hacerse sangre, grito de furia hasta que la chica se retiró a una esquina a llorar, envuelta en necesidad y deseo. Su aroma era tan intenso, tan exquisito, que Katsuki vio negro. Ese día se abrió la frente lanzando cabezazos contra una pared mientras el intoxicante aroma a frutas inundaba la celda, y por suerte para él, había conseguido desmayarse.

Intentaron chantajearlo y Katsuki tuvo que endurecer su corazón. Fue cerrando toda simpatía y toda empatía mientras veía que los moretones en la delicada piel se hacían más y más visibles. A veces podía oír las palizas que le daban a la omega al otro lado de la puerta y Katsuki procuraba retraerse en una esquina, sabedor de que si mostraba la más mínima señal de consternación, todo volvería a empezar. Eventualmente la saludable muchacha se marchitó ante sus ojos y era desgarrador verla hundirse en el silencio mientras se sentaba lejos de él. Había días en los que lloraba en silencio, desconsolada y rota.

Al verla así Katsuki hizo algo que se juró no hacer: le dirigió la palabra.

—Come—le tendió las dos guayabas que había en su bolso y espero pacientemente hasta que ella se repuso de la sorpresa para acercarse.

Itsuka mordió la fruta y mastico en silencio.

—No voy a emparejarme contigo—dijo Katsuki comiendo sin prisa. Su voz era un susurro tenue y ella le contestó de la misma forma.

—¿Preferirías a alguien más?

Pensó en Izuku, si fuera él... el pensamiento cristalizó y fue terrible. Porque nunca sería él. Porque nunca estaría ahí. Y por primera vez Katsuki agradeció que Izuku estuviera libre de tener que hacer lo que Itsuka hacía.

—No voy a emparejarme con nadie—respondió con voz tensa y se apartó.

Y lo cumplió. Se resistió a Itsuka y a los que siguieron. Lucho contra todos en cada momento. Hasta que finalmente se hartaron y lo dejaron en paz. Hubo otros como él y supo de omegas que se resistían a su manera. Todos ellos miraban. Todos ellos aprendían. Todos estaban esperando una oportunidad.

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Si el cabeza-hueca volvía, habría uno más. Y si no, sería un recuerdo que Katsuki se apresuraría a olvidar como todos los anteriores. No tenía tiempo para estrechar lazos, no tenía tiempo para hacer amistades, Katsuki había jurado que viviría para matar a Shigaraki. Y esperaba el momento. Saldría de esa jaula y una vez que estuviera fuera. Una vez que no hubiera más barrotes. Bien. Ese mundo de mierda ardería con él.

[...]

Eijirou despertó con hambre. Ninguna novedad siendo que llevaba encerrado en esa maldita celda durante, ¿qué?, ¿tres días?, ¿cinco? Había agua y eso garantizaba que al menos no se moriría de inmediato. Tal vez la intención de sus carceleros era dejarlo pudrirse en ese maldito calabozo, lo cual ponía en peligro todos sus planes.

Conocía el riesgo, se dijo para sí intentando distraerse del rugido que su estómago hacía, pero una cosa es saber que existe la posibilidad de morir luchando y otra es enfrentarse a la posibilidad de morirse de hambre.

Se imaginó los bollos rellenos de carne que su padre hacía. El recuerdo lo hizo salivar y lo envío de vuelta a casa. Podía verlo junto a la mesa, usando las dos manos para preparar el almuerzo de su otro padre. De hecho el recuerdo era tan real que durante un momento pensó que podía olerlo. Carne y tomate y...

¿naranja?

Abrió los ojos y se percató de que en lugar de la oscuridad usual había un pequeño destello proveniente de la entrada. Había un omega ahí. El mismo omega de la vez anterior. Y al igual que la vez anterior su ropa era...

Eijirou enrojeció y aparto la mirada, sintiéndose acorralado. Tosió para controlar su bochorno y cuando se recuperó le dijo:

—¿Qué haces aquí?

—Te traje sopa.

Se giró lentamente procurando mantener los ojos pegados al techo. Con muchísimo cuidado deslizo su mirada hasta que se topó con el rubio sentando frente a él. Tenía las rodillas pegadas al pecho y había una lámpara y una bandeja de comida en el suelo frente a él. El estómago de Eijirou rugió en voz alta cuando el aroma a sopa inundo sus fosas nasales. No fue una, ni dos, fueron varios gruñidos consecutivos, sonidos vergonzosos y hasta cierto punto... entretenidos.

—Vaya, parece que mi estómago te da la bienvenida.—el comentario fue espontáneo como Eijirou mismo y para su sorpresa escuchó al omega reírse.

Se quedó mudo de asombro al oírlo. El chico tenía una risa alta y contagiosa. Estaba a punto de hacer un comentario sobre ella cuando el omega se transformó. Ese breve destello de humor se desvaneció en un parpadeo, sus hombros se tensaron, sus manos aferraron sus codos, y su cuerpo entero emitió desconcierto y culpa. Había una advertencia en sus ojos, una señal que Eijirou no podía leer.

—Come—le dijo el omega y cuando el otro no hizo ademán alguno para obedecer, fue él quien tomo la cuchara y probo la sopa—Esta bastante buena, no dejes que se enfríe.

Volvió a mirarlo y esta vez la señal fue más clara. Sígueme. Eijirou respiro con calma y se inclinó para tomar el tazón de sopa.

—Despacio o te quemarás.—haz tiempo.

—Tengo tanta hambre que ese no sería un problema—¿por qué?

—Lo es si te enfermas—hazlo.

¿Has venido a ver que no me enfermé?—¿por qué?

—He venido a comer contigo, cuando termines me iré.

Eijirou dijo—Preferiría—mientras extendía su mano hacia el omega pero la advertencia en los ojos ambarinos fue alta y clara. No me toques. Así que el alfa recalibro su movimiento e hizo parecer que se inclinaba para tomar la hogaza que había en la bandeja.

—No te oí, ¿qué dijiste?—sigue hablando

—¿Eh?—giró la cabeza y la cadena unida a ella tintineó, Eijirou miró al rubio y sonrió—solo quería decir que preferiría probar bollos rellenos.—¿por qué?

—Lo siento, no hacemos de esos—paciencia.

Es una lástima—¿por qué?

—Bueno, si lo dices en voz alta tal vez alguien cumpla tu deseo—nos oyen.

—¿De verdad?

El rubio se encogió de hombros pero sus ojos no perdieron su severidad—No pierdes nada con intentar—

—Supongo que podría—¿y ahora qué?

—Supongo que sí—hablamos

Discutieron de comida y no hubo más advertencias pero Eijirou se mantuvo alerta. Al final la sopa se terminó y en cuanto el muchacho devolvió el cuenco a la charola la puerta se abrió. Cuando el omega se preparó para levantarse llevándose la bandeja, Eijirou apartó la mirada y no se atrevió a moverse hasta que escuchó la puerta cerrarse. Solo entonces se percató que no le había preguntado su nombre.

Se volvió una rutina. Una muy agradable. La comida nunca era de primera clase, pero a Eijirou no le importaba. Veía al omega solamente una vez al día, charlaban sobre las frutas de la temporada, sobre los tipos de carne y sobre el pan. El omega sonreía y era amable, pero Eijirou notaba la postura tensa y la forma como sus ojos parecían gritar advertencias cada vez que él se reía demasiado y comenzaba a contar anécdotas personales. El rubio procuraba que la conversación se mantuviera en un tono neutral, pero Eijirou no podía enseriarse por demasiado tiempo. Su naturaleza era reír y bromear. Su mayor logro era hacer que el otro se riera. Su risa era encantadora, aunque escasa, apenas destellos en la semioscuridad. Duraban solo un momento, apenas el atisbo de una naturaleza juguetona y desinhibida, hasta que parecía darse cuenta de lo que pasaba y entonces sus ojos adquirían esa severidad tan inusual y encauzaba la conversación de vuelta a la comida. En ningún momento le dijo su nombre y a Eijirou se le olvidaba preguntar siempre que lo veía entrar.

Todo se mantuvo igual hasta que un día el omega se sentó a su lado, más cerca de lo que nunca había estado, y extendió su mano para tocarle la frente.

—¿De qué es esta cicatriz?

Eijirou se sobresaltó cuando noto el dedo que se deslizaba por la marca en su ceja. Se distrajo con el aroma a naranjas y tardó un momento en procesar la pregunta.

—Una caída—dijo con la garganta seca. Sus ojos se deslizaron por los hombros pálidos, sobre los cuales se desparramaba la luz de la lámpara, vagaron por el cuello delgado y cuando ascendieron hasta los ojos del omega se sobresaltó al ver la dureza en ellos.

—¿Una caída?—repitió el omega y Eijirou leyó alto y claro: Sigue hablando.

—Sí, tenía como cinco años—hizo una pausa cuando oyó el susurro: No te muevas.

Y obedeció. Se tensó en su lugar y procuro centrar su atención en la boca del rubio. El otro gesticulo, sin hacer un solo sonido, sigue. Eijirou retomó su relato casi de inmediato, era una anécdota vergonzosa, pero la llenó de detalles mientras atendía a lo que el omega murmuraba junto a él. Su voz era tenue, apenas un timbre más alta que la suya, por lo que quedaba perfectamente camuflajeada. Era difícil hablar y prestar atención pero Eijirou se esforzó.

—Ellos quieren que nos emparejemos, pero cuando eso pasa nos trasladan y las cosas se ponen peor. Todos aquí lo saben, así que debemos evitarlo a toda costa; pero si no lo hacemos intentarán obligarnos. Primero se ensañaran contigo y luego conmigo. Si eso no funciona esperaran hasta mi ciclo. Puede ponerse bastante feo si no obedecemos, pero podemos engañarlos. Mañana vendré y me acostaré contigo, y bajo ningún motivo deberás marcarme.

Eijirou se aturullo en medio de su relato y se dio cuenta de que no se acordaba de las tonterías que había estado diciendo, se limitaba a mirar al omega con expresión de absoluta estupefacción, pero el rubio sonrió como si la historia hubiera sido absolutamente adorable y se apartó. En ese momento la puerta se abrió y el omega salió llevándose la bandeja vacía.

Solo hasta ese momento Eijirou recordó lo que el otro alfa le había dicho: Ellos no tienen opción.

[...]

No pudo dormir esa noche, así que se sentó, en medio de la oscuridad, mientras rebobinaba una y otra vez lo que había oído. Todo el asunto seguía sin tener sentido. ¿Emparejarse? No era posible. Aunque si lo pensaba con atención podía ver la trampa: Te encierran lejos de todo, abandonado en la oscuridad. Y después traen a un omega. Un omega que se transforma en una constante. Su presencia significa que habrá comida, luz, conversación, aire fresco...

Sí, Eijirou puede ver el engaño, y lo qué no entiende es para qué.

[...]

Cuando la puerta se abrió, Eijirou se tensó en lugar de relajarse. Mantuvo sus ojos fijos en la pared de la izquierda para darle tiempo al omega de que llegara a sentarse junto a él. Seguía repasando la conversación del día anterior y tenía un sinfín de preguntas, pero no estaba seguro de cómo iba a formularlas siendo que se suponía no debían hablar de ellas en voz alta.

Cuando sintió la presencia del omega frente a él, Eijirou puso su atención en el rubio. Intento poner su mejor expresión de "tengo preguntas" pero basto una inhalación para que su mente se pausara. El muchacho olía a limpio, sin duda se había bañado, y su aroma era más claro que nunca. Olía a zumo fresco, a vitalidad, a cítrico, el aroma le provoco hambre. Lo hizo salivar. Sintió que las manos le cosquilleaban. Durante una fracción de segundo pensó en acercarse y beber. Tuvo ganas de lamerlo de los pies a la cabeza.

Mierda, pensó cuando un breve destello de cordura se abrió paso a través de su mente. Se tapó la nariz con los dedos y contó hasta diez. Cuando abrió los ojos vio que el rubio le extendía una naranja. Eijirou la tomó y la sujeto contra su nariz, concentrándose en el aroma. No era igual, no podía ser igual, pero tenía que bastar. Eijirou mordió la naranja pese a la cáscara. Notó el sabor amargo durante un segundo, después vino el jugo. Lleno su boca y la acidez le provoco cosquillas en la parte interior de las mejillas.

Fue vergonzoso que la sensación le diera una erección inmediata.

Se terminó esa naranja escupiendo la cascara entre mordida y mordida. Después empezó con otra y con otra hasta que se batió los dedos y sintió que podía controlarse. La necesidad se había calmado, o eso pensó hasta que el rubio se acercó y se arrodillo entre sus piernas. Lo único que mantuvo a Eijirou en su lugar fue la expresión de miedo en los ojos del omega. Un miedo que ahora podía oler. Y una vez que lo hizo tuvo que concentrarse en él.

—Está bien—dijo. Quiso emitir feromonas para calmarlo pero se contuvo porque si el miedo se iba solo quedaría el aroma a naranja y Eijirou no estaba muy seguro de que pasaría entonces.

El rubio le tomó la mano y al mismo tiempo se inclinó para besarlo en la mejilla. Desde ahí susurró:

—Es una mordedera—apretó la pieza contra su mano sin alejarse—para... bueno, ya sabes.

—¿Esto... ha funcionado antes?—susurró el alfa de vuelta mientras el rubio seguía depositando besos castos sobre su mejilla, apenas roces que sin duda tenían como intención distraer a quien estuviera mirando.

—...la mayoría de las veces.

—¿Y en las otras?

—Se los llevan.

—¿Por qué no funciona?

El rubio se apartó lentamente, pero antes de que Eijirou dijera nada, el muchacho se subió a su regazo, dejando que sus piernas lo envolvieran. Apoyó la cabeza junto a la suya mientras sus brazos rodeaban sus hombros.

Las manos de Eijirou aferraron sus rodillas con fuerza y contó hasta mil para luchar contra la necesidad de envolverlo en sus brazos, enterrar su nariz en el cuello del rubio y aspirar. Se concentró en el miedo, en ese aroma amargo que opacaba la dulzura de la naranja.

—A veces no se puede evitar—murmuró el rubio junto a su cara—A veces se dejan llevar. Lo único que sabemos es que si nos negamos, nos harán sufrir.

—¿Qué hacen con los que se niegan?

—¿Quieres hacer lo que tú amigo hizo?

—¿Amigo?

—El de la celda junto a la tuya. El rubio con cara de amargado.

—¿Qué hizo él?

—Gritó, mordió y sangró. Hay historias de la vez que se abrió la cabeza al darse de topes contra la pared para resistirse al ciclo de un omega. A él lo han dejado en paz, pero no hay duda de que volverán a intentarlo tarde o temprano.

—Tal vez yo podría...

El rubio se separó de su rostro y lo miró.

—Podrías.

Su expresión combinaba miedo y ansiedad. Eijirou contuvo el impulso de extender la mano y tocar su mejilla.

—¿Qué pasaría contigo?

—Sobreviviré.

Sonrió y el gesto fue pura resignación. Recordó lo que el otro había dicho: "Primero se ensañan contigo, y después conmigo" y la idea fue insoportable.

—No quiero que te hagan daño.

Hubo una pausa y sintió que el rubio se relajaba.—Entonces hagamos esto.

Eijirou se tragó el ¿estás seguro?, que estuvo a punto de murmurar casi por reflejo. En su lugar dijo:

—¿Me dices al menos tu nombre?

En lugar de responderle el rubio hizo que se pusiera la mordedera en la boca.

[...]

Lo cierto es que no fue su primera vez.

Aún recuerda con emoción cómo había cubierto de besos el intrincado trazo de flores que ascendía por el cuello y la mejilla derecha de su mejor amiga. Ese encuentro había sido divertido y estimulante. Pero al igual que cualquier otro alfa había fantaseado con acostarse con un omega. Había soñado con remover las vendas, había imaginado la sensación de tocar, admirar y oler el intrincado trazo de flores. Se imaginaba deslizando su mano por el vientre cálido, besando las caderas llenas de flores, o incluso mordiendo los tallos que cubrían la suave piel de los glúteos. Era estimulante imaginar qué clase de pétalos crecía en cada uno o en qué porción de piel había más botones de flores.

No tuvo nada de eso. No fue el acto de confianza mutua, entrega y devoción que esperaba. Fue incómodo y abrumador. Lo estrechó contra él pero no acarició ni beso su piel. Aspiro el aroma a naranja, embriagador y delicioso, pero no lamió ni mordió la piel que tenía al alcance. No adoró su cuerpo ni lo tocó hasta hartarse, se limitó a sujetarlo mientras se deslizaba en su interior. Y cuando sintió la necesidad de morder apretó los dientes pese a la restricción de cuero que tenía en la boca.

En algún momento el aceite de la lámpara se acabó y el cuarto se quedó a oscuras. En ese momento el omega se zafó de él y Eijirou emitió un gruñido espantoso. El silencio fue absoluto, ni siquiera se oía la respiración del omega, como si tuviera miedo de moverse.

—Lo siento—murmuró Eijirou en cuanto consiguió controlarse quitándose la mordedera de la boca.

El omega se acercó y murmuro junto a su oído—Aún pueden oírnos.

Eijirou entendió las implicaciones y maldijo para sí. Se recostó contra el suelo mientras notaba que las manos del omega ascendían por sus piernas. Gimió al sentirlas sobre su erección y tuvo que morderse los nudillos para no cometer ninguna estupidez.

Al menos en esa ocasión consiguió terminar.

[...]

El omega se quedó con él durante lo que parecieron días. Cada cierto tiempo llevaban comida y aceite para la lámpara, pero el omega controlaba la cantidad exacta que ponía en ella y de esa forma conseguían privacidad. En cuando se quedaban a oscuras el omega lo ayudaba a terminar con sus manos o con su boca.

Si la lámpara estaba encendida charlaban. Si no, procuraban dormir separados. Era una situación desgastante y la frustración de Eijirou crecía día con día; y no era el único porque podía oler que el omega empezaba a emitir señales de insatisfacción. Hasta que un día, un día en el que el cuerpo de Eijirou se negaba a cooperar, el omega se detuvo de improviso, completamente exhausto, y emitió un sonido bajo, como un sollozo angustiante. Fue casi inaudible, pero Eijirou lo sintió en su cuerpo como un golpe físico. De inmediato se levantó y extendió las manos hacia dónde estaba el omega. Lo atrajo hacia él e intento consolarlo. Lo sentía temblar, pero esta vez no había olor de miedo en él. Solo necesidad. De cerca olía aún más delicioso. Habría sido tan fácil beber de él y dejarse llevar.

El instinto de Eijirou luchó contra su autocontrol. Fue aún peor cuando el omega enterró la cara en la curvatura de su cuello y después de inhalar emitió un suspiro lleno de deseo. Quiso besarlo y tocarlo. Quiso hundirse dentro de él y ofrecerle todo lo que él era. En su lugar lo abrazó, froto su cara contra la suya y lo tocó. Fue maravilloso sentirlo retorcerse cuando intento aliviar su erección pero el omega gimoteo y supo que el contacto no era suficiente, así que deslizo los dedos hacia su interior.

La humedad, el aroma, el peso del otro cuerpo contra el suyo... la combinación de todo fue suficiente para que su cuerpo se recuperara de la frustración. Cuando el omega le devolvió el gesto y coloco una mano sobre su miembro, la sensación fue completamente diferente. Eijirou lo apretó contra él mientras sus dedos se hundían en aquel pasaje resbaladizo.

Por primera vez sus aromas se entrelazaron, se extendieron por la celda hasta cubrir cada rincón. Naranja y azafrán. El omega gimió contra él y cuando se movió, su cuello quedó al descubierto. Más que verlo, Eijirou lo sintió; apoyo la boca contra él, el aroma en ese particular espacio era absolutamente delicioso. El alfa salivó, y al tragar se dio cuenta que sus colmillos estaban listos para hundirse en la piel y marcar al omega.

No cuello, pensó con el último vestigio de autocontrol que tenía. Hundió sus dientes en la curvatura del hombro, bien lejos de las glándulas del cuello. Mordió hasta hacer sangre, y se corrió cuando sintió que el otro lo hacía.

Después todo quedo en calma.

—Gracias—lloriqueo el omega mientras Eijirou lamía la sangre de su hombro.

El alfa se limitó a sujetarlo con fuerza y a ofrecerle consuelo. Acarició su espalda y frotó su cara contra la del otro hasta que lo sintió ronronear. No hubo palabras o besos, solo conforte silencioso. Se quedaron así, ofreciéndose apoyo.

—¿Cómo te llamas?—preguntó Eijirou en algún momento.

Hubo una larga pausa, hasta que oyó el susurro casi inaudible.

—Denki...

Eijirou saboreo el nombre, acuno al rubio y se durmió junto a él.

[...]

Se llevaron al omega no mucho después de ese día y lo dejaron solo. Le llevaban comida, agua y trajeron una lámpara que se aseguraban de mantener encendida constantemente. Finalmente volvieron a drogarlo y lo trasladaron de vuelta con el resto. Cuando despertó lo primero que vio fue al rubio de la celda de junto.

—Así que has vuelto.

Eijirou se levantó y fue a sentarse en la pared del fondo, cerca de los barrotes que separaban ambas jaulas. Le dolía la cabeza y se sentía miserable.

—¿Cuánto tiempo estuve ahí?—fue su pregunta mientras se masajeaba la frente.

—Un mes—respondió el otro encogiéndose de hombros distraídamente. Había imitado su ejemplo y estaba sentado con las rodillas levantadas. Se entretenía frotando unas hojas secas entre los dedos para después oler la fragancia, a esa distancia Eijirou no estaba seguro de que tipo de planta era—Aunque podría ser más. En este lugar la noción del tiempo es una mierda.

Eijirou tomo aire con lentitud e intento sacudirse la modorra.

—¿Y bien?—pregunto el rubio sin mirarlo.

—¿Y bien qué?

—¿Te rompieron?

Era difícil que Eijirou se enfadara, así que el latigazo de mal humor que recorrió su cuerpo fue completamente inesperado. Fue tan asombroso que no consiguió decir nada. Se tomó un momento para estudiar su estado de ánimo; además de que la luz estaba lastimándole los ojos y de que su cuerpo estaba resintiendo el encierro, el malestar que tenía no era físico. Se sentía frustrado, enfadado e insatisfecho. Le tomo un momento entender que su molestia se debía a que no conseguía distinguir el aroma a naranjas. Después de acostumbrarse era difícil vivir sin él.

—En un par de días el recuerdo se irá—escuchó decir a alguien, aunque no supo precisar quién.

—¿Por qué?—fue la pregunta ahogada que consiguió formular con los dientes apretados.—¿Por qué... obligarnos a eso?

—¿Qué no es obvio?—murmuró el rubio sin mirarlo, pero su sonrisa parecía indicar que lo consideraba idiota.—Control.

—Pero nos drogan.

—Con dardos y con el maldito incienso.—Eijiro se abstuvo de hacer preguntas sobre eso último pues no quería llamar la atención—Pero ambos métodos son imperfectos.

—¿A qué te refieres?

—¿No lo entiendes? Lo que ellos buscan es el vínculo empático. El vínculo que se crea entre un alfa y un omega. El lazo que los conecta íntimamente. Ellos alientan la creación del vínculo, de esa forma no necesitan celdas para contenernos porque mantienen a los omegas bajo su poder. Cualquier alfa perdería gustoso una de sus extremidades para asegurarse que su pareja está a salvo.

Eijirou maldijo en voz alta—¿Y después qué?, ¿qué hacen con aquellos que se emparejan?

—Se los llevan. Nadie sabe a dónde o por qué, pero te puedo asegurar que no es para dejarlos vivir en libertad.

—Creí que el objetivo principal de los secuestros era la mano de obra esclava.

—Trabajamos en las minas y en los embarcaderos. Los omegas lavan nuestras ropas y preparan nuestra comida..., pero es una forma de mantenernos ocupados. El objetivo principal es otro.

—¿Nuestros cachorros?

—No, si ese fuera el caso no se tomarían tantas molestias. Piénsalo. Estimulan el contacto, la familiaridad, evitan el estrés. No intentan preñar a los omegas, quieren emparejarnos. Quieren el vínculo. No sé por qué, pero no voy a darles esa satisfacción.

Eijirou lo estudió con atención—Escuché que te has negado a participar.

—Y ahora me dejan en paz.

—Me han dicho que no será por mucho tiempo.

Vio al rubio tensarse, su cuerpo irradio una advertencia muda. Sin decir nada frotó con fuerza las hojas secas hasta que se deshicieron entre sus dedos. Aspiro el aroma con lentitud y entonces lo miró. Sus ojos refulgían con una ira apabullante.

—Pueden intentarlo las veces que quieran, no pienso participar en sus juegos.

—No entiendo cómo puedes decir eso. Condenas a los omegas a un sufrimiento que podrías evitar.

—Sufrirán no importa lo que hagamos.

—Tal vez si te molestaras en hablar con ellos, en llamarlos por su nombre, verías que hay forma de lidiar con esta situación.

El rubio se río de él. Su carcajada fue brutal y llena de desprecio.

—Tenemos dos reglas aquí, rojito. Una es que nunca preguntamos nombres. Nunca le pidas a un omega su nombre, es el último pedazo de privacidad que les queda. No pueden tener nada más, no pueden guardar sus flores, no pueden elegir, así que guardan sus nombres como el último tesoro que les queda. Y nosotros respetamos su deseo.

El corazón de Eijirou fue estrujado por un puño de hierro y sintió que la sangre le rugía en los oídos.

—Y la segunda es que no te atrevas a compadecerlos. No te atrevas a sentir lástima de ellos, porque ya tienen que sufrir con suficiente mierda como para que tengan que avergonzarse de lo que hacen. No te confundas creyendo que estás haciéndoles un favor. Ellos te lo hacen a ti. Si no se acuestan contigo, ambos recibirán una paliza, pero ellos arriesgan muchísimo más al acostarse con un completo desconocido. Si careces de autocontrol o pierdes la cabeza, entonces los condenas, a ti y a ellos, a un destino aún peor. Pero ellos se arriesgan, te permiten elegir y no te reprochan la elección que hagas. Y al final si te acuestas con ellos y consigues contenerte, la cosa acabo para ti. Felicidades. Te enviarán de vuelta a tu celda, te pondrán a trabajar, pero no es así para ellos.

—¿De qué estás hablando?

—Oh, por favor, no tengo ganas de explicarle las obviedades a un imbécil.

—No, espera, por favor... ¿de qué estás hablando?

—De lo obvio. Ellos no pueden ver las marcas en los cuellos de los omegas. No pueden olerlos como nosotros lo hacemos. Así que solo les queda una forma de averiguar si hay o no un vínculo.

—Dolor—murmuró Eijirou notando la boca seca.

—Así que no eres tan estúpido, pues felicidades. Sí, se llevaran a tu omega y lo someterán a una prueba de estrés. No deja cicatrices, lo sé, pero no creo que sea agradable.

—Así que ellos...

—Te miran. Te estudian. Y si no reaccionas al estrés del omega, pues aprietan los dientes y vuelven a intentarlo. Así que disfruta de tu tiempo libre, rojito, porque te aseguro que volverán. Por suerte para ti lo intentarán con otro, y entonces tendrás que preguntarte si vas a ser capaz de cumplir con el trato...

El rubio se dio la vuelta par adormir. Eijirou se cubrió los ojos e intento recomponerse. Recordaba la espantosa sensación que había experimentado cuando se llevaron al omega, pero eso era todo. No podía ser el vínculo. Lo había evitado a toda costa. Intento hacer un recuento de todo, intento concentrarse, pero no había forma. No podía dejar de evocar el dulce aroma a zumo, la sensación de sus dientes hundiéndose en la piel y el vívido recuerdo de sus dedos acariciando su interior.

Se sumió en un sueño intranquilo, soñó que estaba otra vez en la celda, en la oscuridad, pero esta vez no eran sus dedos los que deslizaba en ese pasaje húmedo con aroma a naranjas. Se despertó y maldijo la dureza entre sus piernas. Tomo aire una y otra vez, pensando en cosas terribles para bajarse la calentura. Cuando lo consiguió estudio la celda. Había un par de faroles junto a las escaleras, lo que proveía de una luz escasa, y era sin duda de noche porque el resto de los alfa dormía en sus rincones.

Eijirou aspiro y lleno sus pulmones con el aroma a encierro. Esa noche no durmió, estaba decidido a superar el aroma a naranjas. Curiosamente su deseo se cumplió cuando al día siguiente lo hicieron bajar a las minas y aspiró por primera vez el incienso que olía a miel.

[...]

Eijirou volvió en sí horas después. Noto el cansancio, los músculos adoloridos y el hambre. Se acercó a su bandeja con comida y devoró lo que había, después lucho por despejar hasta el último rincón de su cabeza.

—¿Qué fue eso?—fue la pregunta que hizo en voz baja, aunque el silencio de las mazmorras provoco que el sonido reverberara con fuerza. Era de noche, la primera después de su encuentro con el aroma a miel y leche.—¿Cómo pueden?... ¿cómo...?

El rubio en la celda de junto se giró, fue el único que dio señales de haberse despertado, el resto permaneció en silencio. Durante un segundo el rubio se quedó quieto, mirándolo, después se acercó a los barrotes que separaban ambas celdas. Aún en la semioscuridad Eijirou distinguió la tensión en los hombros, la rigidez en el cuello, y detecto el inconfundible aroma a desconfianza y amenaza.

—¿Quién eres?—preguntó el rubio en voz baja, su voz llena de ferocidad.

—¿De qué hablas?

—Lo primero que hacen cuando te bajan del barco es meterte en un calabozo con el incienso. No todos sobreviven a él.

—¿Qué?... ¿por qué no?

—¿No es obvio? Esa cosa no es natural. Y como tal no todos reaccionan de la misma forma. Hay unos que enloquecen, a esos se los llevan lejos. Otros no sobreviven. El resto cae en una especie de piloto automático, que te deja exhausto, con dolor de cabeza y nauseas...

—Pero...

—No. Contesté tu pregunta y ahora contestaras la mía. ¿Quién rayos eres? No te capturaron. Si ese fuera el caso habrías conocido el incienso desde que llegaste aquí. Y no puedes ser una nueva adquisición porque eres demasiado mayor. Ellos siempre escogen jóvenes, ninguno mayor de quince años. La única opción que me queda es que seas un espía. De ellos.

—¡¿Qué?! ¡No! ¡Por supuesto que no!

—Si eres un maldito espía...

—¡No! ¡Ya te dije que no lo soy! ¡No es lo que piensas!

—¿De verdad?.... bien, entonces dímelo, ¿quién eres?

Eijirou gruñó pero se resignó, después de todo era tiempo de que las cosas empezaran a ponerse en movimiento.

—Tienes razón—murmuró sentándose junto a la reja—no me capturaron. Pedí que me enviaran a aquí.

—¡Lo sabía! ¡Eres...!

—No por ellos. Me envió Todoroki-ouji

El rubio refunfuñó—¿Quién?

—Todoroki-ouji, ¿no sabes quién es?... ¿cuánto tiempo llevas aquí?

—Eso no te importa. Y no, no conozco a tu príncipe.

—Es el hijo menor del rey de Yuuei.

—Por mí puede ser el hijo del sol, para lo que me importa. Provengo de las islas de Kohei. No tenemos príncipes.

Eijirou parpadeó, solo entonces prestó atención a la esplendorosa flor de gladiolos rojos que crecía desde la mitad del pecho y hasta el brazo del alfa. Había escuchado que en las islas del sur las flores exóticas eran moneda corriente entre los suyos.

—Bien, como sea. Todoroki-ouji me envió a mí y a otros tres para estudiar las condiciones y la situación en los dos complejos que se encuentran más cerca de la frontera. Se ha intentado antes, sin mucho éxito, pero esta vez contábamos con ayuda del interior; así que viajamos por las costas del desierto de Nomu, abandonamos el barco en la frontera y encontramos a nuestro contacto. Él nos dijo que para entrar tendríamos que fingir ser prisioneros que estaban sido trasladados; aparentemente era la única opción.

—¿Me estás diciendo que te metiste en esta jaula por voluntad propia?—la voz del rubio rezuma sarcasmo y burla—¿De verdad esperas que me lo crea?

—Era la única forma.

—¿Por qué?

—Porque hace seis meses Todoroki-oo dio la orden de reclutar a todo alfa y beta en edad de luchar. Está listo para iniciar una guerra.

—Pues viene tarde. Estos bastardos llevan años secuestrando a los nuestros.

—Y cada año luchamos por recuperarlos. Establecimos patrullas para interceptarlos, pero han aprendido a plantar señuelos. Intentamos cercar sus costas pero es inútil porque no podemos establecer un bloqueo permanente. Necesitamos un puesto de avanzada, pero no hay forma de que podamos cruzar el desierto, no con las bestias que viven ahí, tiene que hacerse por mar y lo hemos intentado. Perdimos barcos y hombres, una y otra vez. Ahora el rey está decidido a enviar a una flota completa con la intención de acabar con los puertos, pero Todoroki-ouji quiere evitar que lo haga.

—¿Por qué? A mí me suena de lo más sensato.

—Y lo es, si no te importan las perdidas. Hace unos años se intentó el rescate de una de las fortalezas que están cerca de la costa. La intención era establecer un puesto de avanzada y defenderlo hasta que llegaran los refuerzos, pero las tropas perdieron a muchos hombres y al final tuvieron que retirarse; lo peor de todo fue que los prisioneros habían sido masacrados antes de que la fortaleza cayera. Nadie entendió en ese momento por qué los nuestros no lucharon, pero ahora lo sé. Fue el incienso. El rey cree que fue un evento aislado, que no volverá a repetirse, pero Todoroki-ouji no lo cree así. Por eso nos envió con la intención de averiguar la verdad.

—¿Y ahora que la sabes qué planeas hacer?

—Enviar un mensaje. Las tropas del rey atacaran primero los puertos y los astilleros, pero cuando intenten asediar las fortalezas, provocará que los maten a todos. Tenemos que evitarlo.

—Tu lógica es absurda.

—Pero...

—Pero nada. Esta es nuestra oportunidad. Cuando tu rey llegue, estaremos listos.

—Es peligroso. No podemos arriesgar la vida de todos los que están aquí.

—Nuestras vidas ya están en riesgo. Esto es lo que hemos estado esperando. Que ellos ataquen por fuera, nosotros golpearemos por dentro.

—¿Quién-?

La pregunta muere en su boca porque se da cuenta de que tiene la atención de cada uno de los alfa en la mazmorra. En todos ellos se huele la sed de sangre, aunque en ninguno es tan intensa como la que el rubio emana. Eijirou no puede evitar olerla y emocionarse.

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