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Capítulo 32: Puñado de Mentiras

¡Siempre es un placer saludarlos!

No alcance a actualizar ayer así que vengo corriendo a dejar el capítulo para no tener que esperar hasta el lunes. Por cierto hay tres personitas por ahí que me taggearon para un reto, mil gracias, en serio, no he podido hacerlo y no sé muy bien como pero creanme que me halaga un montón. 

Sin más los dejo.

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Sinopsis: Mentir sabiendo que la otra persona sabe la verdad te convierte en un estúpido. Mentir sabiendo que el otro no lo sabe no te hace aún mejor.

[...]

En toda su vida Eijirou nunca ha deseado algo que no pueda tener, simplemente porque todo lo que ha querido ha terminado consiguiéndolo. Su vida en el palacio como aprendiz de uno de los mejores guerreros de la corte le permitió disfrutar de una existencia llena de lujos, comodidad y simpleza mientras entrenaba para convertirse en parte de la guardia personal del Ouji.

Cierto es que el entrenamiento de Aizawa sensei era duro: Días interminables de prácticas, luchas, sesiones de filosofía y manejo de armas, pero tenía amigos, habitaciones propias, ropa hecha a la medida, y cada día libre podía visitar a sus padres quienes lo consentían con dulces y bocadillos.

Nunca se había parado a pensar en lo afortunado que era.

Ha tenido que cruzar el mar para comprender el orgullo ciego del Ou y la apatía que existe en la corte.

Ha tenido que convivir con jóvenes alfa arrancados de sus pueblos para entender la magnitud de los secuestros, un tema que se discutía en la corte como un cotilleo lleno de pesar aunque no espanto pues no eran sus hijos quienes desaparecían.

Ha tenido que ver a sus compañeros morir para entender cuán ingenuo había sido al pensar que infiltrarse como espía en tierra enemiga sería un acontecimiento que relataría a sus nietos.

Ha tenido que verse rodeado de jóvenes omega que sufren para entender que las criaturas dulces y dóciles que pululan en la corte no son muñecas hermosas cuyo único deseo es convertirse en el esposo de alguien.

Ha tenido que conocer a Denki para comprender lo que significa querer algo sin la certeza de que pueda conseguirlo, y a veces ni siquiera cree ser merecedor de su atención.

Ha tenido que conocer a Bakugou para comprender lo que significa jurar lealtad y ser leal.

Ha jurado lealtad al Ouji, ha jurado protegerlo y servirlo. Ha jurado hacer cumplir su ley y mantener el orden en su reino. Aún recuerda el voto que hizo cuando tenía quince años. Seis de ellos frente al sacerdote de la corte repitiendo palabra por palabra.

Ofrezco mi sangre y mi lealtad en nombre de Shouto Todoroki, heredero de Yuuei. Somos el escudo que lo protege y el cuchillo que él empuña.

Recuerda el orgullo, el regocijo, la sensación de incomparable vanidad que lo llenó durante días. Cuando mira hacia atrás quiere borrar la sonrisa confiada de su yo más joven, quiere sacudirlo. Quiere gritarle: ¿De qué te enorgulleces?, has repetido lo que todos repiten, deberías preguntarte si podrás vivir bajo ese código.

Eijirou se siente mal cuando compara al Ouji con Bakugou, lo cierto es que la comparación es injusta. Todoroki-ouji es reflexivo ahí donde Bakugou se arriesga. Todoroki-ouji es mediador ahí donde Bakugou estalla.

Son diferentes en su carácter y sus maneras y lo único que ambos comparten es la mirada decidida de aquellos que no se rinden.

Todoroki-ouji ha sido criado para gobernar un reino, para lidiar con el humor variante de un grupo de consejeros -cada uno con objetivos propios-, para aprovechar los recursos naturales de su reino y asegurar la comodidad de su pueblo.

Bakugou en cambio es un líder nato y su principal objetivo es crear un lugar seguro; nunca ha exigido lealtad de él, nunca le ha pedido obediencia o sumisión, pero Eijirou se la da, al igual que todos aquellos que lo siguen. A su grupo no lo une un juramento transmitido de generación en generación, los une la sangre que están dispuestos a derramar los unos por los otros.

Es un acuerdo no verbal: Sangraré por ti, lucharé a tu lado y obedeceré tus órdenes. Y todos lo acatan por una simple razón. Bakugou luchará por ellos, sangrará por ellos y se asegurará de vencer por ellos.

Somos hermanos de sangre.

Y es por está simple razón que Eijirou se congela cuando Bakugou salta sobre el príncipe emitiendo un rugido devastador lleno de amargura y frustración. El aroma a madera es tan oscuro que paraliza, su intensidad es irrespirable.

Aunque Eijirou y el resto se ven inmovilizados ante la desbordante ira de su líder, el Ouji reacciona a tiempo. Maldice, forcejea y trata de contener los puñetazos que caen sobre él. El aroma a pino se enriquece en un intento por igualar al de su contrincante, solo para ser aplastado sin piedad.

La ira de Bakugou es incomparable.

Sin embargo, el aroma a pino le recuerda a su hogar, a todas las tardes que pasó entrenando con su grupo acoplando su cuerpo para reaccionar de forma instintiva. Tu deber es proteger al príncipe. Se mueve antes de que pueda pensar.

—¡Bakugou!

Tiene que usar toda su fuerza para arrancarlo de su lugar encima del Ouji y una vez que lo consigue se interpone cuando el otro trata de volver a golpear el cuerpo que yace en el suelo; aparta el brazo que intenta moverlo e insiste en ponerse al frente.

—¡Muévete!

—¡Bakugou, no!

¡Quítate!

Una orden. En cuanto la oye el corazón de Eijirou se contrae. No, por favor, por favor, no me hagas elegir, no me hagas elegir.

—¡Quítate!

No puedo.

Ni siquiera mete las manos cuando ve el puño que se dirige hacia su cara. Trastabilla con el dolor floreciendo en su mejilla, pero eso no le impide volver a interponerse con las manos de frente. Oye al Ouji gritar, pero sabe que el resto lo mantendrán contenido, solo están ellos.

Bakugou golpea sin pausa, un puñetazo tras otro, un rugido hambriento que reverbera en la noche. Su expresión es una herida abierta, dos ascuas ardientes que transmiten una desesperación y una amargura tan palpables como el ardor de los golpes que recibe.

Lucha

La orden refulge en los ojos escarlatas, tan clara como si la pronunciara en voz alta, su ira se desborda anhelando algo en lo que descargar su furia. La pasividad de Eijirou solo alimenta su desesperación.

Así que Eijirou responde, devuelve el golpe, esquiva otro y no se espera el puñetazo que recibe en el costado. Golpea y ataca, sintiéndose miserable y desleal, pero al mismo tiempo tratando de vaciar la agonía que se agita en los movimientos desesperados de su líder.

Bakugou responde a su ataque con una ferocidad animal que lo deja sin aliento, su fuerza crece, su mueca predadora se afila, su mirada supura desprecio. Y aun así Eijirou no retrocede, contrataca y se defiende mientras el aroma a madera crece ahogándolo todo.

[...]

Conforme el grupo se acercaba a la fortaleza, Jin estudia los alrededores tomando nota de la distancia que hay entre la línea de árboles y la puerta de acceso. Cuenta sus pasos y el número de vigías que ve en las murallas.

En el patio interior los recibe un grupo de cachorros que observan a los prisioneros con expresiones curiosas, pero en cuanto detectan el aroma de su grupo comienzan a murmurar en voces excitadas sin dejar de señalar. Jin les dedica una sonrisa a todos y cada uno de ellos.

—Llévenlos a las celdas del primer piso—dice Yō

—El primer piso lo ocupamos nosotros—responde un muchacho rubio que se halla al frente de la comitiva de bienvenida.

Jin parpadea al detectar el dulcísimo aroma a naranja, la delicadeza de la fragancia y su frescura sobresalen del resto. Solo entonces comprende que la compleja mezcla de aromas que detecta no pertenece únicamente a un grupo alfa, entretejido con la poderosa esencia de los guerreros se esconde el tierno contraste de un grupo omega sano.

La sorpresa de Jin aumenta cuando el alfa habla de nuevo.

—A las celdas inferiores entonces.

Los cachorros obedecen y Jin y su grupo son conducidos a través del patio. La cabeza de Jin no puede dejar de ir de un extremo a otro.

En Yuuei, los omega de la corte son criaturas delicadas siempre vestidas en sedas y joyas, o elegantes túnicas adornadas con magnificas piedras preciosas. Cada uno de ellos posee una refinada elegancia que pasan años puliendo y hay algunos que además exhiben una belleza majestuosa, pero todos son cositas de gestos suaves y voces sosegadas.

Los omegas de alta cuna tienen prohibido salir sin un acompañante, ya fuera un sirviente si la familia podía permitírselo o un familiar. En la calle podías reconocer a un omega soltero ya que portaba su sombrilla de color rojo y siempre iba con un chaperón.

Ellos tenían prohibido iniciar conversación con un alfa que no perteneciera a su familia directa, incluso en los prostíbulos omega los clientes no solían conocer a sus acompañantes hasta después de pagar por su servicio.

Jin sabía que fuera de la corte el protocolo de la sombrilla y las reglas de conducta no se seguían al pie de la letra, pero había una cosa invariante independientemente del estatus social: En Yuuei ningún omega tenía opinión en los asuntos del estado, financieros o políticos. Su opinión estaba con su esposo y su deber se limitaba al cuidado de su hogar.

Pero el omega que olía a naranja no solo había roto la regla tácita de contradecir a un alfa, sino que también había exhibido una actitud decidida que no se asemejaba en nada a la postura dócil de los omega que él conocía.

Las diferencias no terminaban ahí. Los omega que veía a su alrededor poseían los bellísimos rasgos de su género, pero no se comportaban como los omega de su hogar. No se parecían en nada a las florecillas que abundaban en el castillo, estos se asemejaban a ramas de sauce, delgados y esbeltos, con una mezcolanza de perfumes llenos de vitalidad. Era fácil reconocerlos por su tamaño y su belleza, pero exhibían una constitución atlética que hacía resaltar lo bonito de su porte y sus finos rasgos. Estos omega se mezclaban con el resto vistiendo el mismo uniforme negro y en algunos casos portando bastones de combate.

Cuando cruzó su mirada con el omega que olía a naranja, éste no aparto los ojos como solía ocurrir en el palacio, en cambio la sostuvo con firmeza y cuando Jin pasó a su lado el aroma a naranja lo envolvió. Era una exquisitez acida que hizo salivar su boca ante su ímpetu y firmeza.

Pero mira nada más que tesoro he encontrado aquí.

Su sonrisa se mantuvo aun cuando descendieron por escaleras oscuras y lo encerraron en una habitación alargada con dos hileras de celdas. Ahí abajo olía a tierra y estaba fresco, la única salida era la puerta por la que habían entrado y la única fuente de luz era la antorcha de la entrada.

Sin perder tiempo Jin intercambia una mirada con sus hombres y ellos se repliegan de inmediato hacia la pared. El más joven, y el que tiene las heridas más llamativas, se recuesta en el suelo inmóvil. Por su parte Jin dedica minutos valiosos a inspeccionar la cerradura aprovechando la débil luz de la entrada.

Bueno, no es imposible pero será difícil.

Se sienta junto a la puerta con los brazos cruzados y se concentra en espesar su esencia hasta que toda la celda huele a él, es sutil pero ahí está. Y finalmente su paciencia es recompensada cuando Shota Aizawa baja por las escaleras en compañía de sus pequeños alfa.

La sonrisa de Jin es automática—Ah, pero qué sorpresa, si es el traidor Aizawa, ¿cómo has hecho para engañar a estos cachorros y hacer que te obedezcan?

No puede describir el placer que siente cuando el aroma de los cachorros titubea, solo un segundo, pero es suficiente.

Ah, los cachorros necesitan aprender que un buen soldado nunca deja entrever su sorpresa.

—Tu juego de palabras no sirve aquí, Jin. Traicionaste al Ou y estuviste a punto de destruir a la Flota. Debería ordenar que te mataran...

—Eso haría más fácil mantener tu mentira, ¿no es así? Solo te diré esto, el mundo es una rueda, a veces estás arriba y a veces te tocar estar abajo.

—¿En dónde está el príncipe?

—Eso quisiera saber yo, pero fuiste tú quien lo envío sin escolta a las garras de los demonios. Fuiste tú quien lo condenó, ¿lo niegas?

Es deleite puro ver a los cachorros removiéndose inquietos.

Tal vez el pequeño líder te haya dejado a cargo Aizawa pero eres un beta, y tu aroma no puede rivalizar con el mío.

Jin emite un suspiro cansado y asegura de esbozar su mejor expresión de pena.

—Podemos discutir esto todo el día, Aizawa, y nunca llegaremos a un punto en común. Yo creo que tú eres el traidor, como prueba tengo que entregaste al príncipe a los demonios y abandonaste al Ou. Sí, volviste, cuando todo se había acabado, eso sin mencionar que mentiste sobre la misión del príncipe y por ende hiciste fracasar su rescate, además de que escapaste del confinamiento que te impuse, así que entenderás porque me resulta difícil de creer que sigas siendo leal a la corona de Yuuei. Ahora, tú crees que soy un traidor, ¿qué pruebas tienes?

—Nos atacaste.

Jin se asegura de contener su sonrisa ante el pequeño desliz del pequeño Yō.

—¿De verdad?, porque si mal no recuerdo tu pequeño líder nos atacó primero. Mis hombres solo se defendieron.

Los cachorros titubean y Jin se asegura de mantener controlado su aroma no queriendo atraer la atención de Aizawa.

—Ustedes emboscaron a Todoroki-ouji.

Mira nada más, otro discípulo de Aizawa, y éste tampoco sabe tener la boca cerrada.

—Iida—la advertencia de su maestro llega demasiado tarde, Jin se asegura de parpadear incrédulo.

—¿Quién ha dicho eso?

—Uno de tus hombres—el índice de Yō señala al hombre caído

Jin asiente comprensivo.

—Hmm, ¿lo hizo, no? bueno yo también habría confesado cualquier clase de crimen si me hubiera empezado a acuchillar sin razón. Mi soldado es joven y aún necesita forjar su carácter.

—El Ouji-

—¡Iida!

El muchacho mira a su maestro antes de salir, su expresión se asemeja a la de un cachorrito al que acaban de patear. El resto de los cachorros se aparta indeciso.

—Si vas a condenarme a morir espero que tengas pruebas, Aizawa.

Es una lástima que el protector del principe no sea la clase de persona que le guste ladrar advertencias o que se permita estallar de ira. El carácter de los beta es realmente despreciable.

—Eh, antes de que te vayas, mis hombres necesitan comida y Shin necesita atención médica.

Aizawa y los suyos se marchan sin decir nada, y Jin se permite sonreír de nuevo. Eres un hombre de honor, Aizawa y ese es tu punto débil.

No mucho después Yō vuelve acompañando a una mujer joven con una coleta alta y unos ojos negros de pestañas largas.

Oh pero que lástima, piensa cuando echa un vistazo a la orquídea que tiene cerca de la oreja. Beta.

La mujer y su ayudante trabajan rápida y eficientemente limpiando las heridas de Shin, colocando vendajes limpios y cosiendo los cortes más profundos. Cuando terminan se marchan, pero el cachorro alfa se queda.

Por su cara es obvio que el lugar lo hace sentir incómodo.

—¿Te han puesto a cuidarnos, muchacho?,—no recibe respuesta y tampoco la espera, pero aún así cuenta hasta cinco antes de continuar—es una lástima que Aizawa te confine a este hoyo cuando deberías estar allá fuera, aspirando el aire limpio.

—Cállate.

—Como quieras, pero oye, con tanto omega cerca me sorprende que no haya un ambiente más festivo por aquí.

El muchacho lo mira con el entrecejo fruncido, ah, se me olvida que aún eres un cachorrito.

Los músculos de la espalda de Jin se tensan, aunque su postura parece relajada en realidad es un resorte que se aprieta a la espera de saltar. Su mente no deja de repasar cada palabra que dice y el tono que emplea.

—Sabes, cuando yo tenía tu edad mi maestro nos llevó a mí y a mis compañeros a una bonita casa omega. Una de las mejores de la ciudad, tal vez la conozcas, ¿has estado en la capital?

—No.

—¿De verdad?, ¿de qué parte de Yuuei vienes?

—¿Por qué crees que soy de Yuuei?

—Las tribus barbarás no han sufrido de los secuestros. Y entre las islas y Yuuei es fácil diferenciarlos, así que dime de dónde eres.

—...de Sama, un pueblo en la zona sur.

—Ah, lo conozco, ahí se prepara el mejor alcohol de raíz.

—...

—Pues bien, como te decía fuimos a esta casa y mi maestro rentó todo el establecimiento solo para nosotros. Todos los omega se reunieron para atendernos y servirnos. Era la primera vez que me tocaba estar con un omega en privado, ya sabes cómo son las reglas en casa, y hasta ese momento todos los que conocía eran estatuas bonitas que no decían nada, pero los de la casa no eran así, eran cositas hermosas que olían delicioso y que se reían con sus vocecitas melodiosas, ahhh, cada vez que me acuerdo me siento joven otra vez. Es el efecto de un buen omega, te calienta la sangre y te hace sentir vivo, ¿no lo crees?

—...

—Con tanto omega aquí seguro que habrá alguno que te haga sentir así, ¿no?

Yō tiene el ceño fruncido pero su aroma se sacude.

Ahhh, estos jóvenes cachorros sin entrenamiento.

Jin abre la boca, listo para insistir cuando lo detecta, el delicado aroma a naranja del espectador silencioso en lo alto de las escaleras. El omega tiene una expresión tensa y su postura es una vara recta.

Tú sí puedes olerlo, eh monada, pues claro, eres un omega y las feromonas alfa te afectan más que a los otros. Aizawa y los cachorros están acostumbrados a tratar con otros alfa, ellos ni siquiera se dieron cuenta que se empaparon de mi aroma familiarizándose con él, tú por el contrario has reaccionado.

—Hola, dulzura, ¿cuál es tu nombre?

Las bonitas cejas rubias se arrugan y la expresión del muchacho se oscurece.

—¿Traes la comida?,—pregunta Yō acercándose a la escalera.

—Aja

El omega termina de bajar las escaleras con cuidado sin perder su expresión de incomodidad, pero en un intento por calmarse el aroma a naranja se intensifica haciendo que Jin vuelva a aspirar la exquisita acidez de la fruta.

No puede evitar que le suden las manos.

—¿Estás bien?

Pero qué es ese tono amigo Yō, y a dónde se ha ido tu cara amargada, ¿eh? Bueno, no puedo culparte, este omega es delicioso.

El omega comienza a repartir los sacos de comida empezando de la celda más alejada hasta la suya, lo hace sin detenerse, lanzando la bolsa de tela entre los barrotes y pasando a la que sigue.

Cuando está frente a su celda Jin alza el rostro, lo mira directamente a los ojos y aspira. Procura hacerlo de la forma más ruidosa posible, justo como los clientes suelen hacer cuando pagan por la compañía de un omega, y funciona, el omega se echa para atrás como si acabaran de escupirle.

—Tu ciclo ya viene—dice Jin sin dejar de mirarlo.

Espera que el muchacho tartamudee, espera verlo sonrojarse, espera ver el pánico en sus asombrosos ojos dorados, lo que recibe es una mueca tensa y una expresión beligerante.

—¿Y cuál es el problema con eso?

Jin parpadea y antes de que pueda emitir una respuesta el omega da la vuelta y huye, lo que demuestra que aun con su carácter indómito no es inmune a las feromonas alfa. Y aun cuando se marcha deja atrás una tenue fragancia sabor naranja que hace a Jin sonreír.

Tras él se marcha Yō, pero no importa. Ya no necesita interrogarlo, le ha bastado ver la reacción instintiva del muchacho al percibir la incomodidad del omega, la forma como se ha parado junto a él asumiendo una postura protectora y la forma como el otro se ha puesto en guardia.

Ahora sabemos qué es lo que quiere, si podemos conseguírselo seguro será nuestro amigo.

[...]

Katsuki se endereza con la respiración irregular y el uniforme empapado en sudor. La herida de su cuello y pierna han dejado de sangrar, pero el dolor de las heridas, más que incapacitante, es molesto. Sus nudillos arden, sus manos tiemblan, y nota que el entumecimiento de su hombro empieza a extenderse lentamente por su brazo. Incluso puede sentir como su mandíbula se inflama por momentos.

Frente a él, y en el suelo, yace Kirishima con su nariz sangrante, su boca partida, su ojo entrecerrado y los rasguños en los antebrazos. Tiene una fea contusión en el lado derecho de la cara que sin duda terminará hinchándose en un rato, y se mueve con la lentitud de aquellos que intentan ahogar el dolor.

Ahora que ha descargado su ira, Katsuki se encuentra vacío.

—Bakugou.

La voz lo devuelve a la realidad, lo hace girar y se encuentra con uno de sus hombres esperando a una distancia prudencial con la expresión de alguien que intenta parecer lo más inofensivo posible.

Katsuki lo ignora, cierra los ojos y se concentra en respirar. El ardor en su cuerpo no cede y sus nudillos descarapelados se quejan cuando el viento los toca, pero nada de eso se compara con la asfixiante sensación que le provoca el hueco que tiene dentro.

Si tan solo...

Si tan solo hubiera sido más rápido, si tan solo hubiera salido antes, si tan solo nunca hubiera plantado las flores cerca de la costa.

—Bakugou—es Kirishima que se levanta y lo mira con una disculpa en la cara, nada en su postura o expresión deja entrever ira o insolencia, tan solo parece cansado. Tan canso como Katsuki se siente—no es sensato que sigamos aquí, volvamos.

Katuski no siente culpa ante su cara magullada, no cuando su propia cara late por los golpes recibidos.

—Eiji

En cuanto escucha la voz Katsuki aprieta los dientes provocando que su mandíbula lance un latigazo de dolor hasta el otro lado de su cabeza. Cierra los ojos y se tensa, sabe que si lo mira volverá a enfadarse.

—Ouji, está bien, Aizawa sensei está esperando. Tenemos que volver.

—¿Qué hacemos con los prisioneros?

El ceño de Katsuki se frunce, nota un frío en su interior, una helada indiferencia que crece hasta ahogarlo.

—Son demonios—dice alguien en algún punto detrás de él—deberían morir.

—¡No!

La negativa proviene de esa voz que hace que Katsuki quiera gritar hasta dejarse la garganta en carne viva, su indiferencia se sacude y tiembla. El deseo de llevarle la contraria crece.

—¡Eh, imbécil!,—el grito consigue llamar la atención de Katsuki que se gira hacia la zona donde los demonios prisioneros esperan el veredicto—Si quieres matarme hazlo en combate, ¡idiota!

La muchacha de piel rosada está de pie con las manos atadas, su expresión es la imagen misma de la indignación.

—¡Te estoy hablando a ti, rojo!, si tienes las agallas dame un cuchillo e intenta matarme.

Katsuki avanza hacia ella solo para ser interceptado por la única persona que no quiere ver. Es tenerlo enfrente y sentir que su ira se agita perezosa, esperando con una sonrisa hambrienta para volver a desatarse.

—No les hagas daño—el idiota se atreve a ordenarle y Katsuki quiere reírse de él... mentira, lo que quiere es destrozarlo.

Kirishima

Una sola palabra en su tono de mando junto con un sutil cambio en su aroma, sabe que el aludido comprenderá la intención.

El pelirrojo se tensa, solo un momento, después se adelanta.

—Vamos, Ouji.

—¡Eijirou!

—Está bien.

Katsuki ignora el intercambio de murmullos. Se detiene frente al grupo de demonios prisionero, todos lo miran con la misma expresión que combina sorpresa, miedo y duda. Todos excepto la chica que se alza en el centro.

—Por tu bien espero que nunca nos volvamos a ver, creo recordar que eso fue lo que te dije una vez.

—¿Qué harás ahora, eh? ¿matarnos? si tanto quieres mi sangre adelante, pero tendrás que luchar por ella. Un combate. Tú y yo.

—¿Por qué habría de hacerlo? Ustedes son mis prisioneros, puedo hacer lo que quiera.

—Es lo mínimo que nos debes.

—¿Deberte? Nuestra deuda fue saldada, te deje ir la última vez.

—Y nosotros arriesgamos nuestra vida devolviéndote a tu príncipe.

La ira de Katsuki vuelve a sacudirse.

—Podrías habértelo quedado.

—Kamui lo protegió con su vida, para él era importante.

—¿Y por qué eso debería cambiar algo?

—Kamui luchó por ustedes y sirvió como espía para los tuyos.

—No para mi gente.

—Gracias a él recibiste ayuda. Fue él quien te hizo llegar los mensajes y tu paquete.

De forma inconsciente se lleva una mano al pecho donde el frasquito de vidrio se mantiene tibio bajo su uniforme.

—Kamui murió sirviendo a tu gente, y en su nombre te pido que si he de morir sea con honor. Luchando.

—Si te sientes tan conmovida por el sacrificio de Kamui, ¿por qué no llevaste el cuchillo que enviaron junto a los frascos?

—Te lo dije antes, era demasiado peligroso.

—¿Y acompañar a uno de los nuestros hasta aquí no lo es?

—Lo es.

—Entonces qué ha cambiado, ¿por qué antes no quisiste ensuciarte las manos pero ahora sí?

—Porque ya no tengo nada que perder, porque el General y sus hombres me arrebataron lo que tenía. No me queda nada, nada más que mi vida y mi deseo de venganza.

—¿Vengarte?, ¿quieres luchar contra los tuyos?

—Contra el General, no todos apoyan su visión.

—Difícil de creer, no he visto a nadie quejándose.

—Nunca lo verás, la disidencia no es bien vista.

—Y sin embargo aquí estas tú, con tu grupo, escoltando a uno de los nuestros de vuelta a casa, ¿he de creer que hay todo un grupo detrás?

—Lo hay, tal vez algún día los conozcas.

—Preferiría no verlos nunca.

—Es imposible predecir lo que sucederá mañana.

Katsuki suspira, sus músculos cansados son como bloques de roca, el vacío en su interior no deja de crecer. Se aparta del grupo con una expresión seca.

—Yosetsu—de inmediato el muchacho está a su lado listo para obedecer—déjalos ir.

—¡Son demonios, merecen la muerte!

Katsuki se gira hacia la voz y su mirada basta para hacerlo callar, cuando lo ve hundirse se endereza y comienza a repartir asignaciones: Preparar las monturas que los demonios usaban, reunir las armas, saquear sus bolsos. Apenas termina de hablar su grupo entero pone manos a la obra.

—Así que tú eres la famosa Bestia que he oído nombrar.

Katsuki se gira hacia la mujer, su grupo se frota las muñecas adoloridas mientras Yosetsu va entre ellos cortando sus ataduras, ninguno hace ademán alguno de reclamar las cosas que sus hombres están reuniendo.

—¿Quién me llama así?

—Quienes te han visto luchar... ¿qué harás ahora?

—¿Por qué piensas que voy a compartir mis planes contigo?

—Hay mucha gente interesada en ti, en lo que harás, no dejan de preguntarse, ¿eres peligroso?, ¿atacarás?

—Si los tuyos se mantienen alejados de mi territorio no habrá necesidad de derramar sangre, pero todo hombre que sea leal al General debe morir. Me asegurare de ello.

—El General tiene que morir, ni él ni su hijo merecen piedad.

—Ja, si realmente quieres venganza tal vez algún día nos veamos de nuevo.

—En ese caso deberíamos tener un santo y seña.

—¿Para qué?

—Kamui tenia uno, decía que de esa forma sabía exactamente quién era de fiar. Eso evitaba que corriera riesgos.

La sonrisa de Katsuki es una mueca ladeada.

—¿Qué sugieres?

La muchacha hace una pausa y parece mirar algo más allá del bosque.

—No lo sé... tal vez algo como, mmm, el gladiolo rojo brotó de la tierra y la sangre cayó de sus pétalos, ¿qué opinas?

—Que es una pérdida de tiempo, dudo que vayas a ocuparlo nunca.

—De todos modos recuérdalo, solo por si acaso.

—Haz lo que quieras, ahora vete.

Cuando desaparecen Katsuki toma aire y se prepara mentalmente antes de acercarse a Kirishima.

—Ayuda a los otros, tú príncipe y yo tenemos que hablar.

Tras un momento latido de indecisión Kirishima obedece. Katsuki se cruza de brazos ignorando la sensación incómoda de sus heridas.

—Gracias—dice el príncipe haciendo una seña a su espalda—por dejarlos ir.

—No lo hice por ti.

—Aún así gracias.

—¿Viajabas con Izuku?

—¿Lo conoces?

—Yo hago las preguntas aquí, ¿viajabas con Izuku?

—Lo hacía.

Los dientes de Katsuki crujen cuando su mandíbula se tensa y el dolor se dispara casi de inmediato. La pregunta brota antes de que pueda evitarlo.

—¿Cómo demonios aceptaste traerlo?

—Fue una imprudencia, lo sé, durante todo este tiempo no he dejado de culparme... pero tampoco voy a negar que su ayuda fue invaluable y que no me equivoque al traerlo aquí.

Lo sé. La afirmación es terrible, la admisión dolorosa y hace que Katsuki enfrente verdades que lo enfurecen. Sin el aroma de Izuku, ¿habría él encontrado la fuerza para escapar?

Concéntrate.

—¿Dónde está?

—Ya te lo dije, no lo sé.

Aunque no es la primera vez que lo oye las palabras vuelven a sacudirlo, el hueco en su interior ruge y su ira empieza a inflamarse.

—¿Qué pasó?

—No estoy seguro, me pase días entrando y saliendo de la inconsciencia. Cuando me recupere estaba en la villa del Coronel Nezu, Kamui estaba conmigo y me dijo que había caído sobre el techo de una cabaña. Me rompí la pierna y el brazo, he estado en cama desde entonces.

—¿Cuándo fue la última vez que lo viste?

—Recuerdo que enviamos los frascos, Kamui nos llevó la costa, nos separamos, eso lo sé, pero no consigo recordar cuándo fue. No recuerdo el momento exacto en que lo vi por última vez. Solo recuerdo el aroma a miel.

El incienso, piensa Katsuki con una sensación de fatalidad.

—Olía a leche dulce y... recuerdo su voz. Me decía que corriera.

—Sobreviviste a tu primer encuentro con el incienso. Es obvio que fueron emboscados, ¿recuerdas el camino que tomaron hacia la costa?

—No... tal vez... no lo sé. Creí... creí que tal vez había logrado escapar.

—Si lo hizo a dónde podría haber ido.

—Habría intentado encontrar a Kamui y si eso fallaba... ¿al desierto tal vez?

—Eso si consiguió escapar. Si lo capturaron—los puños de Katsuki se contraen—lo habrían enviado a una de las prisiones. Siendo un omega habrían tratado de emparejarlo.

La idea lo enferma, su estómago se contrae y la bilis sube hasta su garganta. Nota la ira revolviéndose furiosa como un mar embravecido.

—Eso si descubrían que era uno.

—¿De qué hablas?

—Izuku había dibujado una orquídea en su pierna, estaba convencido de que engañaría a los demonios. Tal vez lo hizo.

—Pero los demonios no capturan a nadie que sea beta.

La réplica del príncipe se pierde cuando Yosetsu corre hacia ellos con una expresión de urgencia, tras él viene Kirishima.

—Bakugou, ¡mira!

Le tiende un papel maltratado, al desdoblarlo descubre que se trata de una flor de gladiolos roja que abarca toda la hoja. Es un dibujo asombroso de trazos decididos y remarcados, pintada con un tinte rojo brillante que combina con el carboncillo negro creando un contraste extraordinario. La sola imagen transmite una dedicación absoluta, quien la dibujara se tomó el tiempo para delinear cada pétalo con cuidado, el tallo y la forma. Casi como si hubiera tenido un modelo frente a él.

—Estaba en la bolsa de la mujer demonio—dice Yosetsu

—Saben de ti—pregunta Kirishima—La flor es lo único que te identifica.

—¿Y qué si lo saben?,—responde Katsuki devolviendo el dibujo—simplemente significa que soy un blanco. No es ninguna novedad.

Agita la hoja con la intención de entregársela a Yosetsu, pero la persona que la toma es el príncipe que frunce el ceño al ver la flor roja.

—Esto...—alza la cara y lo mira, una expresión de sorpresa e incredulidad marca su rostro—¿la flor de gladiolos roja es tuya?

—¿Y qué si lo es?

—He visto este dibujo antes. La misma flor en diferentes tamaños, con diferentes tonalidades de rojo, pero siempre la misma. Una y otra vez. Un cuaderno completo lleno de ellas, como si fuera un altar.

—¿De qué hablas?

—Este es uno de los dibujos de Izuku.

El hueco dentro de Katsuki desaparece lleno de algo que solo puede ser descrito con una sola palabra. Esperanza.

[...]

Cuando Toga vuelve en sí se asegura de mantener sus ojos cerrados aun cuando su mente toma nota de sus alrededores de forma automática. Está sentada en el suelo, con la espalda recargada contra una superficie dura, con las manos y piernas atadas. Detecta varias presencias a su alrededor pese a que no puede precisar la cantidad. También le arde un lado de su cara el cual siente hinchado y su cabeza se asemeja a un corazón que late a un ritmo constante. Intenta moverse y descubre que su cuerpo magullado protesta.

—¿Está despierta?

Toma nota del tono y procura no tensarse. Cuando se siente lista abre los ojos y enfrenta al grupo de salvajes que la rodean. En su campo de visión solo hay cinco de ellos aunque presiente que no son los únicos.

La mirada de Toga se desliza de un lado a otro estudiando posibles rutas de escape.

—¡Hey!

Sus ojos caen sobre el salvaje que está arrodillado frente a ella. Cabello rubio, ojos rojos como dos gotas de sangre, la forma de su cara está ligeramente inflamada sin que eso disminuya los rasgos afilados y su mirada asesina. Toga no puede evitar sonreír.

—¿De dónde lo sacaste?

Dirige su mirada al papel, finge estudiarlo mientras calcula la distancia que la separa del cuchillo que el salvaje empuña en su otra mano. Alza el rostro y mira al resto: Hay un salvaje a su derecha, fornido y con su cara aún más magullada que el que tiene enfrente, el salvaje a su izquierda era su prisionero, y los otros dos salvajes tras el rubio tenían la expresión calculadora de aquellos que están listos para atacar en el momento preciso.

Bueno, Toga, parece que tienes a los dioses de tu parte, averigua por qué sigues viva y tal vez consigas salir de aquí.

—¡¿De dónde lo sacaste?!

El rugido es feroz y la expresión asesina del salvaje rubio es algo que divertiría a Toga en cualquier otro momento, especialmente si estuviera de pie y con sus cuchillos en mano.

—Lo encontré.

—¿Dónde?

Muy bien, Toga, es hora de usar tu cerebro, vamos, ¿de dónde sacaste esta hoja?, oh, sí, del equipaje de los espías, eso significa que éste, a mi izquierda, sabe que hurgué entre sus cosas, bien, no tiene sentido mentir en los detalles.

—En el equipaje que recuperamos de los espías.

—¿Cuándo fue eso?

—Hace meses, no sé cuánto tiempo exactamente.

—¿Cómo fue que lo obtuviste?

¿Quiere los detalles?, ¿para qué?, el otro se lo puede contar, a menos que intenten confirmar que estoy diciendo la verdad. Bueno, veamos.

—¿Quieres la historia completa? Nos ordenaron capturar a los espías, los emboscamos, uno de ellos escapó y el otro se quedó atrás.

—¿Qué pasó con el espía que se quedó atrás?

Toga sabe que los salvajes pueden comunicarse con su aroma, nunca ha sido capaz de entender el concepto, la idea de que otros puedan entender tu estado de ánimo o lean tus emociones por culpa del aroma que emites le resulta horripilante, ¿dónde queda la intimidad y el secretismo?, pero aun cuando no lo entienda esa pieza de información le permite conocer a sus enemigos y en ocasiones anticiparse. Como ahora. En cuanto el rubio formula su pregunta, aparentemente con el mismo tono que las anteriores, los dos guardias que están tras de él se tensan como si algo los sacudiera, lo mismo con el salvaje a su derecha.

El cambio es sutil, podría decirse que imperceptible, pero Toga lo ve. Como cazadora su mayor orgullo es su capacidad para rastrear y detectar los sutiles cambios en el mundo que la guiarán hasta su presa, así que ahora no le queda ninguna duda.

Huelen algo.

Eso solo puede significar que aun cuando la pregunta del salvaje parece inofensiva, su estado de ánimo lo delata.

—¡Contesta!

¿Cómo podemos aprovechar esto, Toga?

—¿Te refieres al espía con la flor en la pierna?

—El mismo, ¿qué hicieron con él?

Esta vez el cambio es menos sutil, incluso el salvaje a su izquierda se envara.

Muy bien, el espía era importante, ¿por qué?, mmm, si consigo provocarlo tal vez este salvaje se mueva. Si se acerca...

—Está muerto—su sonrisa es automática—lo maté. Le arranque la flor de su pierna, lo desnude y lo despelleje mientras aún estaba vivo y cuando suplico piedad le corte la cabeza.

Para su decepción el salvaje no reacciona, ¿qué pasa?

—¿Arrancaste la flor de su pierna?

Si me pregunta qué flor era puedo fingir que no conozco su nombre y si me pide que la describa...

Su línea de pensamiento se ve interrumpida cuando en un movimiento vertiginoso el salvaje hunde su cuchillo en su pie atravesando la bota y enviando un latigazo de dolor directo a su cerebro.

Su grito es involuntario.

—Eso es por mentirme—dice el salvaje con una expresión iracunda.

Toga aprieta los dientes, se encoge y lucha por controlar su respiración. No deja de mirar al salvaje rubio que tiene los ojos del color de la sangre y refulgen con intención asesina. En ese momento Toga no necesita ver a los otros para saber que este hombre está furioso y que su vida baila en el filo de su cuchillo.

Matarte sería un placer y un deleite, animal, te arrancaría los ojos y bailaría sobre tu cadáver.

—¿Qué pasó con él?

—¡Lo maté!

Ni siquiera ha terminado su oración cuando el cuchillo vuelve a caer sobre ella hundiéndose en la misma sección y haciéndola gritar.

—¡Sigue mintiendo y te cortare la pierna!

El dolor crece y se agita. Toga no le teme, el dolor es solo temporal. Tampoco tiene miedo a morir, lo que no soporta es la idea de rendirse, de verse reducida a un ser lastimero que suplica piedad.

—¡Córtala!

La ira de Toga estalla, se aferra a ella en un intento por aplacar el dolor. La ira es lo único que le queda.

—¡Adelante, córtala! ¡Y aun tendré la otra! ¡Y cuando también me la quites aún me quedaran mis brazos! ¡Y cuando los pierda aún tendré mi cabeza! ¡Y cuando me decapites entonces nada importara porque estaré muerta! ¡Muerta con la satisfacción de que no te he dado lo que quieres!

El salvaje se mueve, pero Toga ya lo espera. El cuchillo se hunde justo a la altura de su vientre, con suerte eso la matará antes de que cualquiera de los salvajes pueda hacer algo.

Su mayor gratificación es ver la cara destruida del salvaje mientras ella cae.

[...]

Inasa los ve llegar mientras hace patrulla en la muralla exterior, al principio duda que sean ellos al verlos montados sobre las bestias de largos cuernos, pero el aire trae consigo la sutil esencia de la madera que se quema.

Las puertas son abiertas y los animales irrumpen en el patio atrayendo la atención del resto. El aroma a madera aturde con su intensidad, su potencia no disminuye mientras se extiende por todo el lugar.

—¡Momo!

El grito del líder reverbera en los altos muros y pronto los curiosos comienzan a arremolinarse para contemplar el espectáculo.

Yaoyorozu se abre paso entre la gente hasta llegar a dónde Kirishima ayuda a Bakugou a desmontar el cuerpo que el alfa lleva en su montura. Inasa no puede evitar fruncir el ceño cuando descubre que la mujer rubia no posee aroma alguno.

—¡Llévenla a las celdas!,—grita Bakugou desmontando—¡Estás a cargo de ella, Momo! ¡Te prohíbo que se muera! ¡Kirishima! ¡Ve con ella y cuando despierte vienes a buscarme!

En la multitud alguien grita—¡Ouji!

Pero Inasa no consigue ver a quien se dirige porque Katsuki llega hasta él con una expresión feroz.

—¿Los has visto?

—Es difícil no hacerlo—dice Inasa mientras suben por las escaleras hasta la muralla exterior—Llegaron justo a tiempo, otro día más y se habrían encontrado con su tropa frontal.

—Nos topamos con una avanzadilla pequeña en nuestro camino de vuelta—dice Bakugou mirando el camino que cruza el bosque—huimos antes de que pudieran detectarnos.

—Así que al final han llegado.

A lo lejos se distinguen los banderines aún diminutos mientras las tropas enemigas avanzan lenta pero inexorablemente hacia ellos.

—Sabíamos que lo harían—responde Bakugou estudiando el horizonte—¿Todos han vuelto?

—Sí, los últimos exploradores volvieron esta misma mañana, terminamos de colocar las estacas alrededor de todo el perímetro aunque dudo que eso los detenga.

—No lo hará, pero mientras están lidiando con ellas serán blanco para nuestros arqueros, ¿has comprobado nuestras provisiones?

—Aizawa se encarga de eso y del inventario de armas. Dice que conseguiremos soportar un asedio largo incluso si dura todo el invierno.

—Bien, ¿y los grupos de combate?

—No hay cambios, cada grupo se mantiene entrenando familiarizándose con el aroma de sus compañeros y en algunos casos la tolerancia al incienso se ha visto incrementada.

—¿Y el grupo de Kyouka?

—Ya los has visto, aprenden rápido. Ella les enseñó a luchar usando un bastón de combate y todo nuestro grupo de arqueros está compuesto de omega, con excepción de los grupos de combate que tienen a un omega en cada uno, el resto de ellos no participará en la ofensiva a menos que el enemigo consigan superar nuestra fuerza principal.

—Entonces es nuestro deber no dejar que eso suceda, ¿cierto?

—Por supuesto que no... solo tenemos que resistir, hasta que el Jefe Togata vuelva con los refuerzos.

Bakugou asiente sin dejar de mirar el horizonte. Inasa lo mita. Es imposible saber el tamaño del ejercito que se aproxima, pero no cabe duda de que su número es considerable por la forma como sus uniformes oscurecen la tierra por la que avanzan.

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