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Capítulo 26: La Cuna del Rey

¡Hola! Veo algunas caras nuevas, saludos a todos ya sea que estén con nosotros desde el principio o que recien acaben de zamparse 25 capítulos en un fin de semana. Si es el segundo caso mis condolencias porque no ha de haber sido fácil, al menos podrán presumir que se han leído ~150k palabras.

Bien, tenemos nuevo capítulo y como siempre les agradezco a quienes dejan un mensajito o votan por el capítulo. Adelante. 

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Sinopsis: Hablemos del linaje que nació entre las ruinas. Hablemos del pueblo que se asentó en la zona alta de la tierra enemiga. Hablemos de aquellos que juraron lealtad al esclavo que rompió sus cadenas.

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No podemos esperar ayuda de nadie—dice Katsuki mirando a todos—No hay barco que vaya a recogernos, ni ejercito que venga a salvarnos. Estamos solos. Podemos quedarnos aquí y seguir siendo un blanco fácil. Podemos ir a la costa y esperar que no nos ataquen en el camino. O podemos prepararnos para cuando vengan. Echaremos raíces hasta que no puedan arrancarnos sin destruirse a si mismos.

Cuando Katsuki expone su plan algunos titubean, pero ante la expresión resolutiva en el rostro del rubio las dudas son contenidas y el grupo se alista para emprender su viaje. Lo más difícil es decidir qué hacer con los muertos, no hay tiempo para entierros ni despedidas así que no queda de otra más que abandonarlos en el campo de batalla.

Tamaki es el único que recibe un entierro y es porque Momo lo organiza.

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Momo no puede evitar llorar mientras se arrodilla junto al montículo de tierra; a su lado Kyouka permanece firme con la cara rígida y su lanza enterrada en el suelo en una señal inequívoca de despedida y luto. Frente a ella Inasa la imita, pero él si se atreve a llorar, no solo por Tamaki, también por sus compañeros caídos. Es el único alfa de su grupo y en lugar de llenarlo de orgullo, para él es una afrenta, porque no estuvo cuando el resto se sacrifico.

Los beta de su grupo se despiden con palabras emotivas, ofreciendo cada uno un trocito de su pelo, como acostumbran en las montañas para despedir a un ser querido. Todos ellos lloran sin contenerse, ofreciéndose consuelo unos a los otros.

El único que no está ahí es Mirio que sigue bajo la influencia del incienso y permanece ciego al mundo, pero Momo se asegura de recordar el lugar para volver cuando sea el momento adecuado. Lo cierto es que no desea ser ella quien se lo diga, pero sabe que tendrá que hacerlo.

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Mientras el grupo de barbaros se despiden de los suyos, el resto alista los carromatos, recupera a las bestias de carga y traslada a los heridos para iniciar el viaje. Las lluvias vuelven, no tan intensas ni tan largas como los primeros días, pero sí constantes y frías. Eso no impide que la caravana se mueva aunque en lugar de avanzar retroceden, se alejan del río con dirección hacia la prisión más cercana. El viaje es pesado e incómodo, pero Katsuki fuerza al grupo a moverse tan aprisa como pueden.

Apenas unos días después vislumbran a lo lejos las torrecillas grises elevándose entre los árboles, de inmediato Katsuki organiza un grupo de exploradores que se adelanta para asegurarse que la zona siga despejada. Una vez que reciben la confirmación de que el edificio está libre, el grupo entero se mueve.

No es fácil volver a entrar por los muros de la prisión, aun cuando no sea la misma de donde escaparon la primera vez. Hay algo en ese lugar que inspira repulsión y aborrecimiento, pero ninguno de ellos contradice la orden de su líder.

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El estómago de Ochako se retuerce cuando ve los muros negros crecer conforme se acercan, la bilis amenaza con ascender por su garganta cuando los carromatos cruzan las inmensas puertas de acero; mientras el resto avanza, ella se detiene y alza los ojos hacia las torres altas.

La lluvia le empapa el uniforme negro y su pelo se pega contra su cráneo haciendo correr ríos de agua por sus mejillas.

—¿Estás bien?,—pregunta Kyouka, deteniéndose a su lado.

La mujer beta es apenas un par de centímetros más pequeña que ella y a Ochako sigue maravillándole saber que pese a su tamaño es capaz de luchar con una lanza que dobla su estatura.

—La primera vez que entré en un lugar como este—responde Ochako mirándola a través de los mechones húmedos de su flecho—fue cuando nos transportaron en carromatos sucios. Íbamos apilados como animales, teníamos hambre y miedo. Nos metieron en un cuarto y nos obligaron a quitarnos nuestras vendas.

El relato incomoda a Kyouka, aparta los ojos y se retuerce nerviosa. Ochako no deja de mirarla.

—Me arrancaron de mi hogar, sin que yo pudiera hacer nada para defenderme.

—Siento...

—No dejaré que eso pase de nuevo. No volveré a quedarme inmóvil, aterrada mientras intentan encadenarme—aprieta los puños y obliga a que el nudo en su estómago se asiente—¿De verdad me enseñaras a luchar?

Kyouka vuelve a mirarla y tras un momento asiente con solemnidad.

Ochako respira, tal vez por primera vez desde que abandonara las celdas, y algo dentro de ella se afloja como si acabara de recuperar una pequeña parte perdida hace mucho. Vuelve a mirar las puertas y cuando las cruza, lo hace a voluntad.

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Es franquear las puertas, instalarse en las barracas de los soldados, para que la energía cambie de forma abrupta. Ya no son prisioneros que huyen, ya no son niños aterrados que se alejan con el miedo de una emboscada... pero tampoco son un ejército. Tampoco son una fuerza defensiva lista para la batalla. Son un grupo de muchachos arrancados de su hogar, deseosos de recuperar su libertad, ansiosos por controlar su vida y desterrar el miedo de su corazón.

Se aferran a su líder y rondan cerca de él como polillas hambrientas de fuego y energía. Cuando Bakugou comienza a repartir órdenes, cada uno de ellos asiente y de inmediato obedece. El miedo es puesto a raya mientras cumplen con sus tareas, una a una; es más fácil concentrarse en una tarea pequeña, inmediata, fácil, que distraerse con los posibles desenlaces que vendrán mañana. Así que se aplican a limpiar, a construir, a entrenarse.

Una de las tareas más apremiantes es organizar una pequeña clínica, de la que Momo inmediatamente se hace cargo. Entre los heridos más delicados se encuentra Mirio -que sigue inconsciente- y Denki -cuya pérdida de sangre lo ha obligado a dormir durante casi todo el viaje-.

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—Puedo ayudarte—dice Denki, tendido en la cama con la cara pálida y una expresión de profundo dolor.

—Te agradezco el ofrecimiento—responde Momo sin mirarlo ocupada en cambiar un vendaje, a su lado un omega la asiste en su tarea en silencio—Pero tienes prohibido levantarte de la cama por ahora.

—Pero estoy bien.

Lo dice con la cabeza apoyada en la almohada y los ojos cerrados, Momo guarda silencio y al terminar su tarea descubre que el chico ha vuelto a dormirse. Sonríe sin poder evitarlo, pero el gesto muere cuando dirige sus ojos hacia donde el jefe Togata dormita. Su herida se cura con lentitud y sigue sin despertar.

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Kyouka es la encargada de las sesiones de entrenamiento entre el grupo omega. Ella está decidida a enseñarles el manejo de la lanza, los cuchillos y las nociones básicas de lucha mano a mano, pero no sin antes mejorar su condición física.

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—Son quince vueltas

Ochako se detiene, exhausta, apretando una mano contra su costado.

—Son demasiadas, voy a vomitar.

—Tienes que seguir.

—¡Maldita sea, no! Creí que aprenderíamos a luchar y lo único que hemos hecho es correr en círculos durante una semana entera. En quince minutos tengo que irme a cubrir mis tareas en la cocina y no volverá hasta mañana, así no voy a avanzar. Quiero aprender a manejar un cuchillo.

—No te daré un cuchillo mientras no consigas correr quince vueltas sin detenerte cada que completas una. Necesitas mejorar tu condición. Todos lo necesitan.

—Fácil para ti decirlo, no te pasaste años metida en una celda subterránea donde el único ejercicio que hacías era lavar la ropa y cargar agua.

—No puedes seguir usando la misma excusa para escaparte del entrenamiento. Tienes que fortalecer esos músculos.

—Pero...

—¡No más quejas! ¿Tienes quince minutos?, quiero que des otras diez vueltas.

—¡¿Diez?!

—¡ANDANDO!

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A Inasa le toca supervisar a los vigías y los turnos de los guardias, pero también asume la tarea de entrenar al grupo alfa inexperto en el combate. A ellos les enseña la comunicación mediante los cambios de aroma, el manejo de los cuchillos largos y el combate cuerpo a cuerpo. Aún así encuentra tiempo para entrenar con Katsuki.

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Inasa lanza un golpe con el brazo izquierdo, Katsuki lo ve venir y lo esquiva desplazando el hombro derecho hacia atrás y torciendo el cuerpo. Su respuesta es utilizar su palma para rodear el cuello de su adversario, empujar la pierna derecha a un lado y usar el impulso de su atacante para darle una vuelta en el aire.

—Mierda—murmura Inasa en el suelo mientras Katsuki regula su respiración—Estás mejorando.

—Aún me falta.

—Eres muy estricto contigo. Has conseguido vencerme tres veces seguidas.

—Tú me has vencido más.

—En primera soy más grande que tú, en segunda te has pasado años entre las rejas sin oportunidad de seguir un entrenamiento estricto, y en tercera sigo teniendo una mejor condición física.

—Nada de eso importa, ni el tamaño ni el entrenamiento que tengas... arriba, probaremos de nuevo.

Todos los días Katsuki entrena, lo hace con más ahínco que nunca, no solo busca recuperar cinco años de entrenamiento perdido, también pretende pulir cada uno de sus movimientos, fortalecer su cuerpo y afilar cada sentido hasta que su cuerpo pueda moverse por instinto.

No permitirá que nadie vuelva a encerrarlo.

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Yosetsu se convierte en el líder de los exploradores, tiene una excelente memoria y posee la complexión delgada y flexible de los cazadores. Una de sus tareas consiste en memorizar los mapas de la zona y organizar viajes al exterior con la intención de conocer cada palmo del terreno que los rodea. Su misión principal es tratar de encontrar algún rastro de Kamui o del príncipe.

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—Hay una aldea aquí—coloca una marca en el mapa de la mesa y continúa—otra aquí y otra aquí. Hay unas ruinas ennegrecidas aquí. Vigilamos cada una buscando a la mujer de piel rosada, pero no la vimos en ninguna de las aldeas.

—Es probable que haya vuelto con su tropa—replica Aizawa estudiando los mapas por enésima vez.

—Tal vez, no hemos visto soldados en la región, pero seguimos patrullando.

—Es importante que nadie los descubra.

—Nos mantenemos al margen. No dejamos rastro y siempre nos retiramos antes de que se haga de día, pero seguimos sin encontrar pistas.

—Tal vez sea hora de que ampliemos nuestro radio de búsqueda.

Ambos miran a Katsuki cuyos ojos vagan por el mapa de una prisión a otra, de la cascada y de vuelta.

—Sigan buscando—responde sin apartar los ojos del plano que no le dice nada jugueteando con la bolsita que carga al cuello.

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Hay tantas cosas que hacer que durante las primeras semanas Katsuki mantiene reuniones diarias casi tres veces al día. Su vida se convierte en una lista de cosas interminables, de pendientes y tareas que requieren su atención. Cada pequeño detalle, cada duda, cada maldita pregunta llega hasta él para darle respuesta.

Por suerte tiene a Aizawa, cuyo consejo siempre es oportuno y sus ideas tienen como finalidad anticiparse a cualquier eventualidad. El hombre está familiarizado con el manejo de un grupo a gran escala y tiene el temple para no entrar en pánico. Lo mejor es que nunca reacciona mal cuando Katsuki se exaspera, es capaz de ofrecerle una visión general de la situación, y siempre tiene una opinión sosegada e imparcial.

Sus conversaciones siempre son planes, sugerencias y suposiciones.

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—Si tus amigos no reciben noticias tuyas, ¿qué harán?

Es de noche y ambos contemplan el mar mientras patrullan los muros exteriores.

—Suponiendo que Shino recuperó el control de la flota, mantendrán al ejercito distraído el tiempo suficiente para que encontremos al príncipe, pero no tienen provisiones suficientes para un asalto a largo plazo. Si consiguen adueñarse de una fortaleza y defenderla, esperarán hasta que nos comuniquemos con ellos. Otra opción es que decidan atacar y saquear para aprovisionarse mientras esperan. En caso de que todo eso falle, es probable que se alejen. Ya sea que vuelvan a Yuuei por provisiones o que bordeen el desierto hasta el puerto más cercano. Si es así el ejército de Hosu puede perseguirlos o dejarlos ir.

—¿Se irían?, ¿aún sin el príncipe?

—Si las provisiones se acaban no podrán quedarse aunque lo quieran. También debemos considerar qué pasaría si el General decide coordinar un ataque para destruirlos. En cualquier opción es improbable que recibamos su ayuda, no mientras no sepan de nosotros.

—¿Has encontrado alguna forma de comunicarte?

—No tenemos aves mensajeras. El único que podría enviar un mensaje sería Kamui.

—Kamui, Kamui, Kamui. ¿Te das cuenta de que pones demasiada fe en un hombre al que nunca has conocido?

—Mi cuñado lo conoció. Eso me basta a mí.

—¿Y dónde está tu cuñado ahora?

—Muerto con toda probabilidad.

—No ayuda en su favor.

—Kamui es leal a Shinsou. Nunca nos traicionaría. Y una vez que sepa que es el príncipe quien está con él, se asegura de mantenerlo con vida.

—¿Por qué?

—Porque Kamui no quiere una guerra, porque no desea ver a su gente masacrada, esclavizada o prisionera.

—Y sin embargo su gente lo hace.

—Debes entender que no todos comparten la visión del General, pero su poder es absoluto.

—Si esta gente de verdad estuviera en contra no se uniría a su ejército, no secuestrarían niños, no nos tratarían como animales.

—Si no lo hacen son considerados escoria, son exiliados. Negarse a participar es una condena segura bajo el gobierno del General.

—Me importa una mierda si no se sienten cómodos cumpliendo órdenes, las cumplen, eso es lo que importa. Si dependiera de mí, arrasaría todas estas aldeas como castigo por lo que nos han hecho.

—Hazlo y entonces la imagen de salvajes quedará justificada.

—No somos bestias.

—Entonces no actúes como una. Entiendo que quieras una compensación por lo que te han hecho, pero no puedes simplemente lanzarte a cortar todas las cabezas que se te crucen. No puedes matar a los civiles cuyo único delito es criar y educar a los soldados. Tal vez haya gente que apoye al General, tal vez haya gente que piense que su forma de actuar es adecuada, pero no todos son así. Kamui es un ejemplo de las personas que no desean una guerra y que se avergüenzan de las recolecciones. Y no es el único. Si lo fuera la muchacha que buscamos no te habría llevado los frascos. Gente como ellos está protegiendo al príncipe. Protegen a Midoriya.

Katsuki se detiene.

—Esperemos que así sea.

Se aleja y Aizawa suspira mientras deja que sus ojos vaguen por el bosque, "¿dónde estás, Shouto?"

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Yaoyorozu también resulta ser una ayuda inesperada, conoce los intrincados matices de lidiar con un grupo alfa, es correcta y discreta, siempre con una opinión y una sugerencia. Sin Togata, ella asume el liderazgo de su grupo de forma natural y son ellos quienes les enseñan las muchas y variadas formas de aprovechar todas las partes de los animales y de encontrar medicinas en el vasto bosque.

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Necesito suministros para la clínica.

Momo deja caer una lista en la mesa donde Katsuki marca las zonas exploradas.

—¿Vendas?,—lee él sin tocar el papel—¿entiendes que no tenemos un suministro fijo?

—Solo necesito tela, las vendas las haré yo misma. La lista es una referencia, puedo encontrar un sustituto para la mayoría de las cosas que puse ahí.

—¿Para qué me la das?

—Para que sepas qué vamos a buscar.

—¿Piensas salir?

—A eso he venido. Quiero una escolta. Llevaré a un pequeño grupo omega conmigo, me ayudan en la clínica y quieren aprender sobre medicinas, han estado haciendo preguntas sobre los tratamientos. Uno de ellos aprende rápido, me atrevería a decir que me encuentro frente al primer omega sanador, es una chica lista y no le tiene miedo a la sangre... ¿Bakugou, me oyes?

Katsuki parpadea.

—Te oigo. Habla con Yosetsu y dile que tienes mi aprobación. Él podría ayudarte a recolectar ingredientes si le dices qué buscas exactamente.

—Bien. Otra cosa, hay un puñado de chicos alfa a quienes les gusta sentarse frente a la clínica a mirar a los omega. A veces hacen comentarios.

—Dile a Inasa.

—Si Inasa los confronta se esponjarán, solo te obedecen a ti.

—No tengo tiempo para ir a gritarles a un puñado de imbéciles.

—No quiero que les grites, son cachorros malcriados, dales algo que hacer. Tienen demasiado tiempo libre, necesitan quemar energía de alguna otra forma.

—Díselos tú.

—A mí no me escucharán.

—¿Por qué?

—¿De dónde vienes?

—De las islas.

—¿Qué hacen cuando los cachorros alfa se ponen impertinentes?

—Les decimos que se callen.

—¿Aunque seas un beta?

—Hasta un omega.

—¿Un omega?

—Si te pones de impertinente con uno, ellos tienen el derecho de soltarte un puñetazo. Además, su padre, su hermano, tu padre, e incluso el líder de la aldea puede ir a sacudirte si te atreves a seguir dando lata. Se nos enseña a respetarlos.

—Vaya... me gustaría visitar las islas algún día. A lo que voy, no funciona así en las montañas, supongo que en Yuuei tampoco. Los cachorros alfa solo obedecen al alfa líder. Dales trabajo, mantenlos ocupados.

Katsuki suspira—¿Algo más?

—Hm... ¿podrías hacer que Kirishima no se pase tanto tiempo en la clínica?

—¿Te molesta?

—No a mí, pero ha tomado la costumbre de sentarse con Deki y es excesivamente... ahh... me distrae a todo el mundo, incluidos los omega que me ayudan; además después de cada visita Denki tiene problemas para dormir y no deja de revolverse en la cama.

—¿Cuánto falta para que lo dejes salir?

—Si la herida sigue mejorando al mismo ritmo, en un par de días; tendrá prohibido trabajos pesados y seguirá con el brazo en un cabestrillo, así que tampoco podrá entrenar, pero al menos estará de pie.

—Muy bien, me encargaré del bobalicón.

—Gracias.

Momo se da la vuelta, pero antes de salir lo oye:

—No es el primero.

—¿Qué?

—El sanador. No es el primero que hay.

—...no entiendo.

—Olvídalo.

Se aleja antes de que ella pueda indagar, lo único que ve es su expresión pensativa mientras sus dedos se entretienen con la bolsita que lleva al cuello.

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Eventualmente Mirio despierta.

Momo no está ahí la primera vez que reacciona y él tampoco la llama.

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Abre los ojos y parpadea.

Ha soñado con Tamaki, lo ha visto bailar en un campo verde bajo la luz del sol.

Si cierra los ojos aún puede verlo, incluso oírlo: Te quiero, no te mueras.

Esa noche llora en silencio, inmóvil, y solo.

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La siguiente vez que despierta Momo está ahí y su cara de alegría se trastoca en una expresión de dolor en cuestión de segundos, su conversación es breve:

—Tamaki...

—Lo sé.

Esa vez es ella quien llora y Mirio nota un hueco ahí donde antes tuvo su corazón; en lugar de perder tiempo Mirio le dice:

—Quiero hablar con Bakugou.

La ignora cuando ella intenta convencerlo de comer, no tiene estómago para digerir nada ni ánimo para responder sus preguntas, dentro de él solo ruge la ira y la tristeza. No sabe cuál de los dos acabará por consumirlo.

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Ignorando los consejos de Momo, Mirio se sienta en la cama para recibir al alfa. Su costado punza, pero él se limita a ignorarla.

—Cometí un error—es lo primero que dice cuando lo tiene enfrente.

—Ahórrate los discursos—responde Bakugou mirándolo fijamente—Nadie puede prepararse para el incienso.

Mirio asiente, mudo y roto, se toma un momento para estudiar la expresión del comité que rodea su cama: Tenya lo mira con su cara llena de pesar. Inasa tiene una mueca derrotada. El rostro de Momo sigue siendo una herida abierta. Kyouka carga un rictus severo de castigo y vergüenza. Hay un hombre tras ellos, con una flor de Azalea alrededor de los ojos, que también muestra una expresión de duelo. Todos ellos lo miran como si acabara de perder un brazo, cuando en realidad ha perdido algo muchísimo más valioso... el único que no lo mira así es el alfa rubio que tiene enfrente.

De él emana un aroma denso, fuego y ambrosía, violencia e ira. Es olerlo y sentir a su corazón marchito sacudirse. Ellos no están para esconder la cabeza y hundirse en la desesperación.

—Señor, nos gustaría...—empieza a decir el hombre con la Azalea en el rostro pero Mirio lo corta con un ademán.

—Vine aquí porque deseaba conocer al príncipe de Yuuei, porque deseaba reestablecer la antigua alianza. Deseché la petición de ayuda del príncipe, ahora veo que fue un error. Esta guerra no solo afecta a Yuuei. La droga que usan es una amenaza para todos los de nuestra raza. Tenemos que detenerlos.

—Necesitamos refuerzos—dice Bakugou

—Los conseguiré.

—Señor—interviene Momo con su voz discreta—el viaje de vuelta será peligroso, su herida requiere descanso y cuidado.

—Tendrá tiempo para curarse mientras nos preparamos para el viaje.

—Señor...

—¿Este lugar resistirá hasta que volvamos?

La respuesta de Bakugou es inmediata, su sonrisa es carnívora y feroz:—Lo hará

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El grupo de Mirio se marcha poco después dejando a Kyouka, Momo e Inasa para que continúen con sus labores en la prisión. Katsuki viaja con ellos y los despide bajo un cielo oscuro tachonado de estrellas; ni siquiera los ha perdido de vista cuando se aplica a su misión de reconocimiento.

Pese a la carga de trabajo, Katsuki insiste en participar en al menos uno de los patrullajes al exterior; no sale diariamente, pero cuando lo hace procura viajar de noche, siempre al resguardo de la oscuridad. Su grupo es compacto y está compuesto de jóvenes alfa ligeros y rápidos, que no tienen problema siguiéndole el paso.

Hay días en los que ronda las aldeas vecinas -ve las luces en las ventanas de las casas, los murmullos incoherentes que zumban en la zona, siluetas negras que se mueven en la noche-, a veces espía sus campos de cultivo -largas extensiones de verde y negro que se bañan en la luz plateada de la luna, con sus vigías que mantienen a las bestias lejos de las cosechas-, incluso visita también las ruinas ennegrecidas -chozas destrozadas y techos caídos-.

Ahí, Katsuki se detuvo a contemplar la plaza donde cientos de cuerpos calcinados yacen amontonados en una pila infame; cuando los mira su ira se calla, ahí no queda nada que él pueda odiar.

¿Y si Deku está aquí?

El pensamiento es un golpe mortal, la perspectiva lo horroriza y al mismo tiempo renueva su ira, la inflama hasta ahogarlo todo. Incapaz de permanecer ahí, Katsuki da media vuelta y continua su viaje.

Durante largas noches Katsuki cruza el bosque, familiarizándose con la zona, buscando cualquier rastro, cualquier pista que pueda llevarlo hasta Izuku. Y no encuentra nada. Es a la vez motivo de frustración y alivio. Si fuera tan fácil de encontrar, ellos ya lo habrían hecho. Si el príncipe hubiese caído en manos del General, ellos lo sabrían, así que no cabe duda de que el príncipe sigue a salvo y por tanto Izuku también.

Es el único pensamiento que mantiene su ira bajo control.

Después de cada viaje el grupo de Katsuki vuelve sin señales ni respuestas. Es en ese momento, mientras la mayor parte de la prisión sigue durmiendo, mientras el sol se alza en el horizonte, cuando Katsuki encuentra un momento de silencio y calma para él.

Hay un campo de flores cerca de la prisión, es un buen lugar para sentarse a mirar el amanecer. Desde ahí puedes contemplar el valle y el bosque que se extiende en la lejanía. Hay toda clase de flores que crecen en los campos que rodean la prisión, pero la que más sobresale es una flor de un blanco impoluto, alargada y ovalada, con hojas inmensas de un verde intenso, la espata que se encuentra al centro es larga de un delicado color amarillo. El clima las ha hecho prosperar y el campo parece ser una extensión blanca y verde que anuncia prosperidad.

A Katsuki no le interesan las flores blancas, pero sus hojas son de un verde oscuro vibrante, que le recuerdan los ojos de Izuku. Cada vez que las ve su resolución se fortalece. Está decidido a construir un refugio, un lugar en dónde Izuku esté a salvo una vez que lo encuentren.

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—Necesitamos pensar a largo plazo—dice Katsuki un día cuando vuelve de su patrullaje en el exterior, con él se reúnen Aizawa, Yaoyorozu, Kirishima, Tenya y Yosetsu—Hasta ahora nos hemos aprovisionado del bosque, pero tenemos que empezar a llenar las despensas.

—¿Te preocupa un asedio?,—pregunta Kirishima

—Es una precaución sensata—añade Aizawa—Lo ideal sería cultivar, ¿puedes encargarte de eso, Tenya?

—Sí, maestro. Organizare un grupo y comenzaremos a preparar el terreno del huerto.

—Creo que podemos utilizar también el patio interior—dice Momo—tienen el tamaño perfecto y podemos cubrirlo de tierra fértil.

—Una idea loable—dice Aizawa—Utilizaremos las cámaras interiores para almacenar la comida. La temperatura la mantendrá fresca.

—No muchos querrán bajar a las cámaras—interviene Yosetsu—Lo mejor es almacenarlas en el primer piso y sellar los túneles que descienden hacia los pisos inferiores.

—Tal vez podamos hacer un funeral—dice Momo—despedir a quienes murieron ahí.

—Me parece una idea perfecta—dice Kirishima

—Cultivaremos—ordena Katsuki después de un momento—pero debemos comenzar a recolectar provisiones ya.

—¿Qué tienes en mente?,—pregunta Aizawa

—Podemos apropiarnos de las cosechas destinadas al ejército.

—Si lo hacemos llamaremos la atención del General.

—Es inevitable, ha llegado el momento de darnos a conocer.

—Necesitamos más hombres. Si nos precipitamos ahora tendremos problemas y los refuerzos de Togata no llegarán para salvarnos.

—Conseguiremos más hombres.

—¿Dónde?

Katsuki mira a Yosetsu y este responde sin perder tiempo:

—Hay un edificio de almacenaje a unos días de aquí. Lo usan como armería y controla varios campos de cultivo: Trigo, zanahoria, calabaza y árboles frutales de manzana y pera. Todavía no empiezan con las recolecciones, pero lo más importante es que usan esclavos alfa.

—¿Y omega?,—pregunta Kirishima

—No, no hemos visto a ningún omega, suponemos que su intención es usar a los esclavos como mano de obra y no para los emparejamientos.

—¿Bakugou, estás seguro...?

—Tomaremos el edificio—replica Katsuki mirando a cada uno sin miedo—y todo lo que haya en él.

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Requiere de una larga planeación, de una delicada y casi perfecta sincronización. Los omega se quedan atrás para proteger su campamento, el resto se alista con pañoletas perfumadas ocultas en los bolsillos de sus pantalones.

Con Katsuki a la cabeza, la comitiva se marcha.

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Los guardias los ven acercarse y de inmediato informan al capitán.

—Deben ser los hombres de Iguchi—responde él mientras termina de comer—los refuerzos que enviamos deben venir con ellos.

—Pero han pasado semanas desde que se fueron.

—Iban a cazar salvajes, seguramente aprovecharon para descansar, ¿hemos recibido noticias de Kurogiri?

—No, señor, el último mensaje solicitaba informes sobre la tropa de Iguchi.

—Bueno, le diré a esa vieja lagartija que le escriba un mensaje a Kurogiri para reportarse, seguramente tendrán más órdenes del General. Avisa a lo establos y abre las puertas.

—Como ordene, señor.

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El plan: Fingir ser una tropa de refuerzos que viaja hacia la capital. Para asegurar que el engaño funcione preparan el carromato con el incienso, otro más con provisiones y todos visten con el uniforme completo de los guardias.

Han estudiado las rutinas, la organización y su número. Procuran sincronizar su llegada poco antes de la hora de la comida, mientras los esclavos trabajan en el campo. La comitiva avanza lentamente, como si estuviera compuesta de un montón de soldados cansados y exhaustos.

Y mientras se acercan el aroma de Katsuki se inflama.

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Yō los ve venir. Cuando se endereza para aliviar la tensión en su espalda causada por las incontables horas que tiene que pasar inclinado, arrancando las hierbas malas y cuidando de las zanahorias, se toma un momento para contemplar la caravana que se aproxima.

A esa hora la dosis del incienso que les administran temprano empieza a perder su efecto, en cualquier momento los llamaran para comer y mientras lo hacen volverán a bañarlos en el incienso que los vuelve muñecos sin vida. Está listo para continuar con su labor cuando lo huele.

Madera y humo.

Es tenue al principio, pero empieza a crecer conforme la comitiva se acerca. Huele a madera quemada, a roble fresco que se deshace entre el fuego. Es picante y denso, si tuviera color sería rojo sangre.

La mente de Yō se sacude los rastros del incienso y su cuerpo se endereza sin que él lo advierta, a su alrededor otros alfa lo imitan, se levantan como si alguien acabara de picarlos con un palo al rojo vivo.

El dueño de ese aroma va al frente, solo, detrás de él hay otras esencias que lo acompañan, otros que responde a su llamado, que giran a su alrededor alimentándose de ese fuego; para Yō son sombras tenues, pálidas en comparación. El aroma a madera es tan intenso, tan poderoso, que le recuerda las fogatas de su hogar. Brasas incandescentes, llamas quemantes que caldean las noches frías de los festivales.

La sangre le ruge en los oídos, tiene los músculos tensos, el dolor y el hartazgo del trabajo pesado se han desvanecido de su mente; y sin embargo no se mueve. El aroma a madera transmite un mensaje claro. Una simple palabra: Quieto.

La orden indudable de un alfa. Yō se somete a ella con una facilidad que le sorprende.

La caravana sigue su camino, el aroma a madera crece conforme pasa y se queda aún mientras la comitiva se aproxima a la torre fortificada. Yō no les quita los ojos de encima, ve el momento justo cuando el capitán de los demonios sale a recibirlos. Él y todos los esclavos en el campo contienen el aliento cuando los dos grupos se aproximan.

Todo sucede demasiado rápido, una silueta borrosa, un grito de batalla, pero antes incluso de que el caos se desate, Yō se está moviendo. Cuando el aroma a madera y humo estalla, él responde. Corre para unirse a su dueño, para luchar a su lado.

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La resistencia es feroz, pero los esclavos se unen al grupo de Katsuki sin titubear; al final consiguen vencer. El rugido de victoria asusta a las aves en los árboles vecinos y resuena entre los muros de piedra. Pero no hay tiempo para celebraciones de victoria.

Katsuki instala a su grupo y de inmediato comienzan con el saqueo, se apropian de todos los carromatos que hay disponibles y los llenan de armas, telas, ropa, medicinas y cualquier cosa útil que encuentran entre los muros de la torre para de inmediato enviarlos de vuelta a la prisión. Limpian los cuartos de los guardias y cuando los carromatos vuelven vacíos acompañados del grupo omega todos se apresuran a cosechar los campos y a recolectar la fruta.

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Yō ha escuchado las historias que se cuentan, sabe del grupo omega que convive con los otros, pero eso no lo prepara para verlos llegar. Hace años que no ve a un omega..., que no toca a uno.

Se le habían olvidado la delicadeza de su aroma, lo bonitos que son; aún mientras visten uniforme salta a la vista que no son soldados. Su tamaño y la forma de su cuerpo los delata, la forma como se mueven es ligera y encantadora.

Yō tiene la tentación de extender la mano y tocar a uno. Y no es el único, pero el alfa que se atreve a hacerlo recibe un manotazo y una mirada seca.

—Se ve, pero no se toca—le dice la omega con el cuerpo tenso.

Es pequeña, bonita con mejillas redondas y un pelo corto de una tonalidad parda. Huele a castañas y bayas, un aroma ligeramente acido y seco. Se ve preciosa aún con su mirada de acero y su rictus amargo; a Yō le resulta familiar.

En lugar de disculparse el alfa frunce el ceño y se aparta. La omega vuelve a su tarea y el grupo alfa que trabaja en la misma sección se apresura a imitarla, pero Yō puede verlos espiando, estudiando la forma de sus muñecas y el delicado cuello que se esconde bajo el uniforme. Lo sabe porque él también lo hace.

Ni siquiera le hace caso a la expresión agria que les dirige la mujer beta que trabaja cerca de ahí.

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Se requieren de varios viajes para poder transportar toda la cosecha, los animales de establo y la carne en conserva; y cuando finalmente terminan, el grupo entero abandona los campos. Han duplicado su número, esta vez la razón se ha invertido y el grupo alfa dobla sin esfuerzo al omega.

Y todos se encaminan a la prisión.

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Yō la ve desde lejos, elevada en lo alto de un acantilado, imponente y terrible. El malestar que siente al volver se expande más allá de él, y sus compañeros responden imitándolo. El ambiente se descompone, transmitiendo ira e inconformidad.

La respuesta que reciben es el aroma a madera aflorando entre ellos con fuerza, el aroma a humo sacude su malestar hasta ahogarlo por completo. Yō se gira para estudiar el rostro de aquel llamado Bakugou: Imponente y recio, de mal carácter y mirada seca. Los otros lo obedecen con una docilidad absurda, Yō y su grupo no dejan de observarlo.

Cuando sus ojos se encuentran no halla señal de molestia, no hay desconfianza, solo orgullo y ferocidad. Su expresión es un reto en si mismo, es verla y sentir que su naturaleza responde a ella con el deseo de probarse y rugir.

Yō cuadra los hombros y entra.

Lo primero que ve al cruzar las puertas es a un omega precioso con un pelo rubio brillante, una sonrisa desinhibida, y unos ojos como el sol. Aun cuando tiene el brazo en un cabestrillo blanco y un rostro tintado de dolor, el muchacho sonríe cuando los ve acercarse; es una sonrisa diminuta, casi tímida, y absolutamente adorable. Lo más sorprendente es que huele a zumo fresco, a naranja de pulpa ácida. En cuanto el aroma llega hasta él, Yō nota que la saliva se le agolpa en la boca.

Sin pensarlo dos veces se planta frente al omega como un chiquillo asombrado; esta vez la sensación de familiaridad vuelve con más fuerza.

La sonrisa del omega vacila ante el repentino movimiento, dos segundos después Bakugou pasa a su lado y sigue derecho. El omega lo sigue como una polilla que sigue a la luz. Detrás suyo va un alfa pelirrojo que se gira para mirarlo. Su expresión es seca y transmite una advertencia muda.

La respuesta de Yō es enarcar una ceja.

.

Entre las salidas de reconocimiento, el aprovisionamiento en el bosque, la vigilancia en las aldeas, y el ataque a la torre de suministros, la temporada de lluvias llega a su fin y el verano cae sobre ellos como un pesado y bochornoso manto. Los días se alargan y los primeros brotes se asoman entre los surcos de sus cultivos.

Tanta actividad no puede pasar desapercibida y es inevitable que los rumores comiencen a correr.

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—¿Has visto el humo en las torres de la prisión?

—Lo vi, creí que la habían vaciado.

—Yo también lo creía, ¿qué hacen ahí?

—No lo sé, pero no han venido para solicitar el tributo de siempre.

—Eso es raro.

.

—¿Oíste lo de la torre?

—¿Sobre los campos vacíos? Sí. No creí que fueran a cosechar tan pronto.

—Tal vez es culpa de la guerra, todos los soldados se han movilizado hacia la capital para luchar contra los barcos de los salvajes.

—Oh, tal vez eso explicaría porque no quedan guardias en la torre.

—¿No queda ni uno?

—No.

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—Mi hijo dice que ha visto a soldados cazando en el bosque.

—¿Cazando? Creí que lo tenían prohibido, además se supone que reciben suministros mensuales.

—Lo sé, planeo decírselo a Koe, él tendrá que quejarse por nosotros.

—¿Estás segura de que era un soldado?

—Vestía el uniforme negro y mi hijo dice que se encaminaron hacia la prisión.

.

—¿Una tropa renegada?

—Puru lo cree.

—¿Han ido a verlos?

—No, pero ellos no han visitado a nadie.

.

Los rumores crecen con la misma lentitud que el calor que se deja caer sobre la zona. Crecen y se expanden, lenta pero inevitablemente. Pronto, no son solo las aldeas vecinas, la noticia llega el oído del General mismo.

[...]

—¿Qué pasa, Kurogiri?

—La producción del incienso beta esta lista.

—Tardo demasiado.

—Lo sé. He ordenado el traslado inmediato del primer embarque. Podremos utilizarlo contra los salvajes en cuanto lleguen a manos de nuestros hombres en el frente.

—Bien, ¿hemos recibido más noticias de nuestra flota?

—Los ataques a los barcos de Yuuei han sido infructuosos, hemos perdido varios navíos, provisiones y suministros. Su resistencia se debilita, pero no al ritmo que habíamos pronosticado.

—Jin dijo que sería fácil.

—Aparentemente no contaba con que se organizaran lo suficientemente rápido.

—Un error que podría costarnos caro, ¿tiene al menos noticias del príncipe?

—Los hombres de Jin se reunieron con Toga y Dabi y han barrido todo el terreno alrededor de la capital y cerca de la costa. Shigaraki está con ellos. Me temo que no hay señales del príncipe.

—¿Cómo puede ser posible? Creí que la información era fiable.

—Desde mi punto de vista, señor, existen dos posibilidades. La primera que cuenten con ayuda.

—¿Y la segunda?

—Que la información haya sido incorrecta. Quizás la traición de Jin quedara al descubierto.

—Así que o tenemos a otro traidor o hemos perdido a un espía.

—Personalmente me inclino por la segunda, si el príncipe hubiera estado cerca de la capital ya lo habríamos encontrado.

—Es decir que nos han engañado. El príncipe no está aquí.

—En realidad, creo que sí lo está.

—Dijiste...

—Si me permite explicarme, señor. La flota de Yuuei sigue luchando, aun sin su rey, aun con sus provisiones contadas, se mueven a lo largo de nuestras costas, atacando, saqueando, y manteniendo a nuestros barcos ocupados. La opción lógica habría sido marcharse después de la muerte de su rey, pero siguen aquí. Creo que están esperando algo.

—Si el príncipe no está cerca de la capital entonces dónde.

—No lo sé, pero tal vez deberíamos volver nuestra atención al punto donde se capturó al espía beta.

—¿El espía que desapareció?

—Sí, señor, me temo que la zona podría estar comprometida.

—¿Qué te hace creer eso?

Ante el ominoso tono, Kurogiri se tensa intentando no revelar su nerviosismo

—Han llegado rumores sobre una tropa instalada en una de las prisiones cercanas a la frontera con el desierto Noumu.

—Creí que habías vaciado las prisiones.

—Esa fue la orden.

—¿Quién está ahí?

—Al principio pensé que era la tropa de Shuichi Iguchi, tal vez el enfrentamiento con los salvajes fuera más difícil de lo que habían estimado y necesitaban un lugar para descansar.

—¿Y?

—Envíe a mis cuervos a investigar, ninguno de ellos volvió. Intenté contactar con la torre de suministros más cercana, tampoco recibí respuesta.

—Ordénale a Nezu que envíe una tropa.

—Me temo que el Coronel Nezu se niega a cooperar.

—¿Qué?

—Envíe mensajes a su villa cerca de las montañas, pero las respuestas que he recibido no son alentadoras.

—¿Cuál es el problema?

—...hace semanas, cuando Shigaraki fue a la frontera para encontrar al traidor, ordeno la ejecución de una aldea completa. Al parecer algunos de sus habitantes, incluido el líder mismo, habían hecho tratos con el supuesto traidor Shinji Nishiya. Shigaraki ordenó la quema de la villa al completo y todos sus habitantes fueron pasados por la espada. La situación ha horrorizado a Nezu, quien exige una disculpa pública, el regreso de sus soldados y solicita que se le excuse de participar en la guerra. También exige una ley que prohíba el exterminio de cualquier aldea sin contar antes con la aprobación del líder de la región.

—¿Tomura ordeno una ejecución sin consultarme?

—También abandonó la persecución de los espías, la cual dejo en manos de Toga, y se marchó al frente para luchar contra el rey de Yuuei; y Toga no pudo completar su tarea, tuve que enviarla a la capital para que ayudara en la búsqueda del príncipe.

El silencio se prolonga casi indefinidamente, hasta que el hombre sentado junto la mesa llena de mapas y anotaciones reacciona enderezándose en toda su altura con una expresión de indignación e ira.

—¡¿Aún quedan espías libres?!

—Intentamos...

—¡¿Por qué no se me informo?!

—Lo siento, señor, creí...

—¡Calla!,—de un manotazo tumba la jarra de agua que tiene en la mesa y el líquido se derrama por la madera del suelo oscureciéndola.

Kurogiri se encoge mientras aguarda instrucciones, frente a él, el General murmura y gruñe mientras su mente barajea posibilidades.

—No sé qué es peor, la necedad de Shigaraki o tu estupidez.

—¿Señor?

—Tenemos un espía libre y una fuga en la prisión, ¿y seguimos sin tener noticias de la tropa que fue enviada para limpiar la zona? Maldita sea, incluso podría apostar que tras ese grupo se encuentra el príncipe desaparecido. Tenía a un beta viajando con él, ¿no? Su guardaespaldas con toda probabilidad. Ahora resulta lógico cómo el bastardo consiguió escabullirse entre nuestras narices.

—Pero está muerto.

—Lo dude antes y ahora tengo la certeza. Ese bastardo está vivo, seguramente fue enviado por su príncipe para obtener información.

—Pero no habría sido capaz de atravesar a los noumu.

—Averiguaremos cómo lo hizo en cuanto lo encuentre; mientras tanto organiza una movilización, ordena que Toga y los otros se unan a ellos. Si es el grupo de Shuichi el que está en la prisión, que inicien una caza a gran escala para localizar al espía y al príncipe si es que no son la misma persona. Y si son los salvajes que escaparon, no sabrán de Jin, así que envíalo como espía. También contacta con Nezu y solicita una reunión formal, no podemos quedarnos sin sus hombres.

—Muy bien, señor.

—Y maldita sea, ¡trae a Shigaraki aquí!

[...]

n/a

Titulado originalmente como El Principio, este capítulo cambio de nombre tantas veces que resulta gracioso. Desde el principio *válgame la redundancia* su título estaba destinado a ser algo parecido a Nacimiento/Inicio/Genesis o algún sinónimo. Estaba segura de que era un título que no cambiaría. Como siempre cuando vas escribiendo el capítulo, él solito te dice si el nombre le queda o no. Mientras buscaba sinónimos encontré la palabra "Cuna" y me acorde de una flor llamada "Cuna de Moisés" en México. Es una planta que crece durante todo el año y que da flores de un blanco elegante. Es una flor que purifica el ambiente y significa larga y saludable vida. Así que tuve que usarla y la añadí, seguro que la encuentran.

¿Saben quién es Yō Shindo? Es el chico guapo que sale en el arco con el examen por la licencia de héroe.

¿Vamos bien? 

Este capítulo tiene un formato distinto a los otros, ya me dirán que les pareció. Volveremos con las escenas desde el punto de vista de cada uno... Nos leemos.

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