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Capítulo 25: Anemone


Notas: La anemone es una flor que simboliza un amor fuerte y penetrante, pero a la vez frágil o amenazado. Existen en muchos colores y son preciosas. Algunos dicen que representa la expectativa y la honestidad. Es por su parecido con esta flor que la anemona recibe su nombre. Como sabrán si la tocas sufrirás un intenso dolor.


Sinopsis: La esperanza es el único bien común en la humanidad; aquellos que lo han perdido todo, la poseen aún.

.

[...]

Pese a la lluvia Shino se queda donde esta, la única concesión que hace es arrebujarse bajo una capucha que le cubre la parte superior del cuerpo. Por culpa de las nubes no alcanza a ver nada, solo hay sombras y líneas negras que se desdibujan en la lejanía.

Intenta no pensar en todas las razones por las cuales Aizawa podría no haber vuelto.

—¡Barco!

La voz de Ryuoko flota hacia ella desde la cofa. La mujer alfa repite su advertencia y después salta ayudándose de las cuerdas para descender. La droga no parece haber dejado secuelas en ella, pero Shino sabe que aún se culpa por la perdida de Tomoko, pese a que ni siquiera estuvo ahí.

—Cuento doce barcos—dice Ryouko cuando se detiene frente a ella—pero podría haber más. Está demasiado oscuro para ver nada.

Hace una mueca en cuanto lo dice y Shino sabe que está pensando en Tomoko. Ella también lo hace. El ataque ha dejado en ambas una huella de gravedad. Una sensación de pérdida tan intensa que solo han podido sobreponerse trabajando juntas sin descanso. La expresión resulta inusualmente inaudita en el risueño rostro de Ryouko.

—¿Shino?

Al escuchar su nombre se sacude la introspección y comienza a repartir órdenes. Están acostumbrados a los repentinos ataques de la flota de Hosu, así que se preparan para repelerlos como lo han hecho hasta el momento. No se espera que Ken se aparezca junto a ella para informarle que los barcos que se acercan han desplegado una secuencia de luces conocida.

—¿Qué has dicho?,—pregunta Shino incapaz de creérselo.

—Son las señales de la flota real—responde Ken sin poder ocultar su emoción—Taishiro ha vuelto.

Sigue sin creérselo mientras su navío responde con otra serie de luces que reciben respuesta de inmediato desplegando otro patrón conocido solo por los hombres del rey. No se lo cree hasta que no ve a Taishiro Toyomitsu cruzar la borda de su barco con expresión ansiosa.

—¿Dónde está Jin?

Es escuchar la pregunta y sentirse violenta, cada vez que oye ese nombre la arremete una sensación de odio visceral que le cierra la garganta.

—Lo dejamos en tierra—responde ella sujetándose los codos con fuerza.

—¿Qué? ¿Por qué?

—Porque ese gusano asqueroso nos vendió. Porque esa repugnante rata traicionera organizó el complot que provocó la muerte de los nuestros. Porque ese cerdo malnacido bajó a Hosu con la excusa de buscar al príncipe mientras nos ordenaba quedarnos atrás para ser sacrificados como cobayas ciegas.

Una vez que empieza no puede parar y ante la expresión cada vez más incrédula de Taishiro, Shino escupe la verdad sobre Jin, las advertencias de Aizawa, la muerte del rey y la desaparición del príncipe heredero.

—En cuanto le ponga las manos encima ese remedo de alfa espantajo y maldito terminará con una sonrisa en el cuello.

—¿El rey está muerto?,—pregunta Taishiro incrédulo y aterrado.

—Murió la misma noche en que te fuiste.

—...así que Jin asumió el mando.

—No perdió el tiempo, paralizó la búsqueda del asesino del rey, inmovilizó las tropas, preparaba otro ataque contra Hosu con la esperanza de deshacerse del resto de nosotros. Así que una vez que se fue me toco apropiarme de la flota... ¿dónde está el Consejo?

—Muerto... Solo queda uno, Yoroi Musha, pero es muy viejo y la travesía le ha sentado mal. El joven Iida asumió el cargo hasta que yo aparecí.

—Genial, simplemente genial. Así pues perdimos al rey, perdimos al consejo, y nuestro príncipe está en Hosu.

—Dijiste que Aizawa fue a buscarlo, ¿se ha puesto en contacto contigo?

—No, pero me advirtió que no lo haría. El barco que lo llevó hasta Hosu volvió sin problemas. Ahora solo tenemos que esperar. Aizawa me dijo que si conseguía arrebatarle la flota a Jin nuestro deber era entretener al ejército de Hosu y eso hemos hecho.

—¿Por qué?

—Si seguimos aquí el General concentrará sus fuerzas contra nosotros, tal vez eso consiga distraerlos de su búsqueda por el príncipe.

—Pero ellos saben que Todoroki-ouji está en Hosu.

—Creen que se ha infiltrado cerca de la capital, lo buscaran en la zona occidental.

—¿Estás segura?

—Jin tenía intenciones de ir hacia allá. No se cuánto tardaran en darse cuenta de que el príncipe no está ni remotamente cerca de la capital.

El hombre se cubre el rostro con las manos, se estira en toda su magnitud y emite un suspiro harto que combina estupor e impotencia. Shino se sigue sorprendiendo de lo alto que es, musculoso, inmenso, que crece y crece hasta cubrirlo todo.

—Así que nuestras opciones son: Quedarnos aquí y esperar que Aizawa se ponga en contacto con nosotros. O desembarcar en Hosu para buscar al príncipe.

—Si desembarcamos el General enviara a su ejército contra nosotros. Lucharemos, sí, pero sin una forma de contrarrestar esa maldita droga, el grupo alfa que vaya con nosotros será inútil, y el resto no será suficiente para enfrentar a las tropas enemigas. Lo único que conseguiremos es poner en peligro al príncipe.

—El príncipe está en peligro.

—Oh, lo sé, estoy esperando que esto termine para poder gritarle a Aizawa hasta quedarme sin voz. Lo haré. No tengo ni idea de que tenía en la cabeza cuando decidió acceder a enviarlo a Hosu. Maldita sea. Con el príncipe ahí estamos varados. No podemos volver, no podemos movernos.

—¿Solo nos queda hacer de señuelo?

—Bienvenido a mi mundo.

—Es el peor escenario posible.

—No, el peor es que el príncipe muera, que nos borren del mapa y que los demonios se encaminen para conquistar Yuuei.

—Mierda

—Exactamente; ahora entenderás por qué estoy de pésimo humor.

—Bien... pues lo mejor que podemos hacer es distraerlos. Atacar y retirarnos, mantenerlos ocupados lejos del príncipe.

—Contigo podremos extender nuestro alcance a lo largo de toda la costa.

—De acuerdo, pero antes me gustaría que compartieras con el resto lo que sabes sobre la droga, necesitamos conocer todos los detalles. Los afectados no recuerdan nada y es imposible obtener información de ellos.

—Reuniremos a los oficiales y los podremos sobre aviso.

Shino suspira, se gira y contempla el horizonte negro. La amenaza que espera para destruirlos.

—Al menos la suerte está de nuestra parte—murmura sin fuerza.

—¿Qué?

—Tu misma los has dicho—Taishiro se gira con las manos en la cadera mirando desde toda su altura a Shino que sigue de brazos cruzados—el suero que usan es ineficaz contra el grupo beta. Si lo aprovechamos, creo que tenemos una oportunidad para darle vuelta a la situación.

—¿Crees que es suerte? Yo diría que es más bien una señal de alarma. No arriesgaría mi vida al suponer que se trata de un fallo.

Shino aparta los ojos de él y vuelve a concentrarlos en el horizonte. No puede sacudirse la sensación de que son piezas ciegas que caminan hacia el desastre.


[...]


Izuku despierta envuelto en sombras oscuras. Tantea con cuidado hasta que sus dedos chocan con la lámpara de aceite que tiene cerca de su cabeza, de ahí solo tiene que deslizar la mano por el suelo hasta encontrar el pedernal.

Se ha vuelto experto encendiendo la lámpara a oscuras así que no tarda en tener una pequeña llama que lanza reflejos naranjas contra las paredes. Su primera reacción, casi automática, es bajar la mirada para buscar sus vendas.

Cuando no las encuentra se acuerda que ya no está en la cueva en las tierras de Overhaul. Ya no tiene que salir a darle la bienvenida a Tsuyu o Fumikage. Ya no tiene que salir a preparar su barco.

Ya no vive en el bosque solo, abandonado, con el sueño de volver a casa. Ahora su hogar se encuentra en el interior de una montaña, escondido de la luz, donde pasa las noches haciendo consultas para el grupo omega, yendo de una celda a otra, buscando plantas que puedan sustituir al panax, haciendo listas de inventario para mejorar la dieta con las provisiones que reciben, atendiendo resfriados y malestares generales. Por el día duerme, oculto de los guardias, lejos de la superficie en su pequeño nicho tras la pared falsa de la cocina.

Lo único que sigue siendo igual, es su deseo de volver a ver a Katsuki.

Izuku se levanta encogiendo las piernas contra su pecho en un gesto instintivo. Sigue sin acostumbrarse a vestir únicamente el pantalón, echa de menos sus vendas, y más que nada extraña su cuaderno. Ahí no tiene material para pintar así que tiene que contentarse con frotarse los dedos cuando siente la tentación de sentarse a dibujar flores de gladiolos.

Izuku se estira, con un poquito de su agua se lava la boca, la cara y las manos. Se pone a masticar hierbabuena mientras examina su pequeño cajón con las plantas que ha conseguido reunir husmeando en la alacena de la cocina. Una vez que ha terminado de separar las hojas que se llevará, las coloca en una bolsita de tela que deja cerca de él. Después se sienta a comer sus raciones mientras espera.

Itsuka llega y le hace señas para que se una al grupo de la tarde.

En la cocina, mientras el resto se encarga de preparar la cena, Izuku se dedica a elaborar infusiones que esconderá en los odres de agua destinados para el grupo alfa que baja por la cena. Siendo que en la cúpula no hay hornillos ni leña, esa ha sido la única solución que Izuku ha encontrado para entregar los remedios al grupo omega sin que los guardias lo vean transportando un montón de plantas y tratamientos cada noche.

Si el remedio es sólido, procura empacarlo en un trozo de tela que después anuda a un costado del odre correspondiente. El reto no es la carga de trabajo, sino recordar qué remedio es para quién aun cuando muchos de ellos comparten el mismo mal; así que Izuku ha ideado un sistema sencillo: Cada odre ha sido marcado con dos números. El primero indica el piso y el segundo la celda, así si un odre tiene marcado 110, significa que es para la celda diez del primer piso, considerando que la numeración inicia a la derecha de la escalera.

Para evitar sospechas los odres son colocados por grupos, de esa forma los alfa no llaman la atención de los guardias agrupándose todos en un mismo lado. Toman su odre, se forman para recibir la cena, y se marchan sin atraer ninguna atención.

Cuando la cena termina Izuku se une de limpieza y finalmente vuelven a la cúpula donde son encerrados hasta la mañana siguiente. Ahí, Izuku se pasa el resto de la noche revisando a sus pacientes y cuidando sus avances. Todos los días hace listas mentales, obligándose a recordar qué remedio debe enviarle a quién.

A diferencia de su nicho —que es tibio y cómodo por estar cerca de la cocina— en la cúpula el frío es intenso e Izuku aprende a trabajar con los dedos helados; pero no se rinde. Trabaja con ahínco esperando hacer un cambio, y mientras tanto espera que Itsuka cumpla su parte del trato.

Cada noche sueña. Sueña con Katsuki y el día en que lo perdió.


[...]


—¿Me has hecho venir hasta aquí para darme el trabajo de un maldito rastreador?

—Tomura...

—No, maldita sea, no me sermonees. Cuando dijiste que había una misión importante creí que te referías a un ataque contra la armada de Yuuei. Creí que me enviarías a luchar. No a perseguir a una rata por el bosque.

—Es una misión importante.

—¿Capturar a un prisionero que ustedes mismos liberaron?

—Es importante que el suero beta se mantenga en secreto. El General ha dado el permiso para la producción a gran escala y una vez que este listo lo usaremos contra las fuerzas restantes de Yuuei. Es de vital importancia que hasta ese momento evitemos todas las posibles fugas de información.

—Pídeselo a Toga. Es la mejor rastreadora que hay.

—Toga se encuentra en este momento desplazándose de la frontera hacia la capital.

—¿La frontera?

—Así es... estuvo dando caza a los espías de Yuuei y no quiero mencionar que esa había sido tu tarea. El General mismo te encomendó la búsqueda y captura de los espías, misión que dejaste en manos de Dabi mientras tú te marchabas para participar en la emboscada contra el rey y su grupo. No quiero mencionarlo porque el General no lo sabe, y no creo que le haga gracia saber que dejaste tu tarea incompleta y que por ello nuestra mejor rastreadora perdió el tiempo cazado a un espía y al traidor, cuando podría haber estado ocupando su talento en otras áreas.

—¿Estás chantajeándome?

—Necesito que encuentres al prisionero.

—Ordénale a Toga que vuelva.

—Supongo que podría. Después iré con el General para explicarle que Toga está actualmente ocupada terminando tu trabajo y que no puede buscar al príncipe porque tendrá que encargarse de la tarea que te encomendó.

—Espera, ¿príncipe?... ¿qué príncipe?

—El heredero de Yuuei está aquí, en Hosu.

—¿Dónde?, ¿lo han capturado?, ¿está muerto?, ¿por qué nadie me ha dicho nada?

—¿Quieres saber del príncipe? Encuentra al prisionero.

—¡No! Solo dime lo que quiero saber.

—Trae al prisionero.

Tomura se endereza, aprieta los puños y lo fulmina con la mejor expresión asesina de su repertorio, pero no consigue mellar la cara de piedra de Kurogiri.

—Joder—lanza las manos al aire y sale sin dejar de maldecir—Cuando encuentre a tu prisionero le arrancaré las entrañas.

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Hace meses que no visita el lugar. Las celdas están vacías, con excepción de una a su derecha, pero Tomura no tiene tiempo para sentarse a jugar con el viejo alfa rubio, así que se encamina al fondo del pasillo, al cuarto de descanso de los guardias.

En cuanto entra todos corren a formar una línea contra la pared cubriendo eficazmente las dos paredes laterales. Tomura pasea frente a ellos en silencio, observando rostros, muchos de ellos jóvenes, y haciendo un conteo mental.

—¿Cuántos más tuvieron contacto con los prisioneros?,—dice cuando vuelve a su lugar frente a la puerta.

—Tres, señor—responde el hombre a su derecha, el primero en la fila—Son los que se encargan de la comida y la limpieza.

—Hablare con ellos después—los mira uno a uno hasta que consigue ponerlos nerviosos—Uno de los prisioneros ha escapado. Quiero creer que saben quién es. Me dirán cómo era, cuándo llegó, cómo se comportó cuando estuvo aquí y cualquier detalle que puedan recordar. Quiero saber quién es el bastardo que consiguió sobrevivir al suero.

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—¿Estás muerto, anciano?

El bulto en el suelo se sacude al oír la voz, se levanta con cuidado y se gira para mirarlo a través de los barrotes que separan ambas celdas. Tomura lo mira de reojo mientras se dedica a recorrer el pequeño cuarto buscando pistas o señales en el suelo.

—¿Qué haces aquí, Tomura?

—Rastreando.

Cuando no encuentra nada más que paja sucia y gravilla suelta, Tomura se aproxima a los barrotes y estudia con atención el rostro del hombre.

—¿Conociste al prisionero que estuvo en esta celda?

—Van y vienen, los rostros se confunden.

—¿De verdad? Me han dicho que estuvo enfermo.

—Yo mismo estuve enfermo hace unos días.

—Me dijeron que era joven.

—He llegado a la edad en la que todos lo parecen.

—Me dicen que el chico llegó al último. Solo.

—¿Crees que tengo más información que los guardias que cuidan este lugar?

Sus ojos azules no revelan nada y su rostro es una máscara blanca. Tomura tiene ganas de arrancarle su serenidad gota a gota.

—Tal vez deba interrogarte con calma—le dice cruzando las manos a su espalda—Sacarte de aquí y cortarte trocitos de piel mientras me cuentas sobre el prisionero de está celda.

—Si quieres perder tu tiempo, adelante. De todos modos, ¿por qué te importa tanto un prisionero cualquiera?, ¿qué diferencia hay entre él y todos los que están aquí?

—Buen intento, anciano, pero no estoy aquí para darte información. Estoy aquí para obtenerla.

—Como digas.

Se aparta de los barrotes y vuelve a su lugar. Su actitud pasiva lo crispa. Su deseo de arrancarle los ojos vuelve con mayor fuerza que nunca, pero no hay tiempo para eso.

—Espero con ansias el día que mi padre se aburra de ti, anciano. Espero el día en que me deje arrancarte el corazón.

Se marcha, no sin antes llevarse la manta sucia que queda en la celda.

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Cada entrevista es más aburrida que la anterior, cada respuesta es una copia exacta con pequeñas variaciones en ella. Tomura está harto. Por suerte para él, está a dos entrevistas de terminar. El soldado que entra en la habitación es altísimo, tiene pelo plateado y seis extremidades a sus costados que permanecen rígidas mientras el muchacho asume una posición de firmes con los ojos al frente.

—Señor—dice y Tomura bosteza.

—¿Sirves de comer a los prisioneros?

—Sí, señor.

—¿Recuerdas al prisionero de la celda cinco, la que está al lado del prisionero permanente?

—¿Recordarlo, señor? Lo siento, no suelo prestar atención a los prisioneros. Les entrego su comida y me voy.

—Este prisionero era joven, llegó al último. Parece que estaba enfermo.

—Lo siento, señor. Muchos se enferman y no siempre aceptan su bandeja de alimento. Es imposible identificarlos a menos que mires por la rendija de la puerta y nos han enseñado a no acercarnos.

—¿Escuchaste alguna conversación entre él y el alfa de la celda de junto?

—No, señor.

—Me han dicho que repetía lo mismo una y otra vez. Algo como Banquete Oscuro.

—No, señor. Tal vez haya escuchado algo parecido, no con esas palabras, pero suponía que se refería a la comida.

Tomura asiente, pensativo.

—Retírate, soldado.

—Sí, señor.

—Espera, ¿cómo te llamas?

—Shoji Mezo, señor.

—Bien, soldado Mezo, una última pregunta, ¿dónde estuviste durante la prueba con los prisioneros?

—Era mi día libre, señor.

—Muy bien... márchate

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Cuando las entrevistas se terminan Tomura tiene en su poder dos cosas: Una descripción vaga del chico beta y la manta vieja que tomó de su celda. Ambas, por si solas, resultan inútiles. Así que Tomura lleva la segunda hasta uno de los túneles dónde guardan a las bestias noumu. Después de hacer que el animal se familiarice con el aroma, Tomura monta y ambos parten hacia la zona donde los prisioneros fueron liberados.

Los guardias no tienen una descripción detallada del fugitivo, ninguno de ellos pasa el tiempo estudiando a los cautivos, lo único que han podido decirle es que tiene una orquídea en la pierna, que es joven, y que tiene el pelo de un color verde oscuro, pero Tomura ha logrado descubrir la verdad. Sabe que su prisionero es uno de los espías de Yuuei, capturado en la frontera y enviado a la prisión.

Tras los interrogatorios y las primeras indagaciones, Tomura empieza a sospechar que su prisionero obtuvo ayuda, no hay forma de que lograra alejarse demasiado en su estado convaleciente, si es que en realidad estuvo enfermo para empezar; pero tal vez su enfermedad fuera una mentira con la intención de pasar desapercibido. De ser así el fugitivo tal vez haya logrado alejarse más de lo que ellos sospechaban.

Tomura planea interrogarlo para saber si recibió ayuda y de quién; aunque primero tiene que encontrarlo.

Su montura da vueltas en el claro donde liberaron a los beta, abrumado sin duda por el aroma del suero que no conoce, después vagan por el bosque tras un rastro tenue y casi desvanecido. Por culpa de las lluvias pierden el rastro en las laderas de la montaña y Tomura se ve obligado a pasear por la zona rocosa buscando pistas.

Pero no hay nada.

De pie en una elevación rocosa desde la que se vislumbra el valle a sus pies y las montañas a su espalda, Tomura empieza a sospechar que su espía está muerto. Ningún hombre beta habría sido capaz de cruzar las montañas vivo. Los noumu custodian la zona con un recelo absoluto, han hecho su hogar en las hondonadas que atraviesan toda la sierra y ningún ejército sería capaz de moverse por ahí sin que las bestias se lancen contra ellos como han sido entrenadas.

No, o el espía esta muerto, desgarrado por las fauces de un noumu, o de alguna forma ha encontrado una manera de caminar entre ellos sin ser visto, pero esto último es imposible. Así que Tomura se reúne con el General para informarle de su descubrimiento.

—No lo encontraste—responde el General después de oír su informe.

—Está muerto. No hay nada que encontrar.

—¿De verdad lo crees?

—Ningún beta habría sobrevivido en las montañas. Las bestias están entrenadas para atacar a los intrusos.

—Es cierto.

Tomura asiente, se levanta y está listo para marcharse cuando la voz de su padre lo detiene en su lugar.

—Pero también es cierto que es el único beta que sobrevivió al suero.

Tomura se gira, no le sorprende la intensidad que ve en los ojos de su padre.

—Crees que sigue vivo—no es una pregunta pero su padre responde como si lo fuera.

—Lo creo.

Tomura frunce el entrecejo, no le gusta lo que ve en los ojos de su padre.

—Tenía una orquídea en la pierna. Toga misma la vio. Los guardias la vieron. Era un beta.

—¿Olía como uno?

—No estás... ¿qué importa? No podría haber llegado lejos. Incluso si era un alfa las bestias lo habrían destrozado.

—Tal vez logró burlarlas.

—¿Qué quieres que haga? Sus restos deben estar en el estomago de algún noumu.

—Manda una alerta a los guardias de los túneles. Que hagan inspecciones en el exterior, si encuentran algo que lo reporten. Quiero asegurarme de que el prisionero está muerto.

—Bien, hecho. ¿Ahora puedo ir tras el príncipe de Yuuei?

—Al fin te enteras... sí, ve. Es probable que Jin necesite ayuda con eso.


[...]


En un principio Izuku no presiona; después de todo Itsuka se pasa en cama días, enferma. Los guardias bajan a verla una vez cuando ella pierde su turno para subir al huerto del exterior, pero al constatar que está indispuesta la dejan sin ofrecerle tratamiento de ninguna clase.

Cuando Itsuka se recupera y vuelve a sus actividades, Izuku mantiene su distancia, es obvio que la muchacha está lidiando con un desbalance emocional y él no quiere perturbarla demasiado, así que se limita a vigilarla y a ofrecerle consuelo cuando ella rompe a llorar de pronto y sin explicación. Por suerte para ambos, el alfa de Itsuka la ayuda a sobreponerse con muchísimo cariño. Es un muchacho noble y paciente, que no cede a la desesperación.

No todos son así, e Izuku entiende que las circunstancias han hecho aflorar comportamientos excesivos. Hay otros que se han vuelto irascibles, que estallan con facilidad y se desquitan con sus propios compañeros. Él mismo ha tenido que atender sus heridas bajo la agria y violenta mirada del alfa iracundo. Sin embargo, la gran mayoría da señales de extenuación y desgana. Trabajan la mayor parte del día y no les queda energía para hacer otra cosa que comer y dormir.

Izuku no se deja llevar por el ambiente opresivo, tiene las manos llenas, trabaja de forma incansable cuidando del grupo omega que languidece en celdas negras, pero su cansancio no le impide pensar en Katsuki y su ansiedad crece como olas en la playa.

—¿Cuándo podré visitar a los recién llegados?,—le pregunta una tarde apenas entran en la cúpula

—Tendré que consultarlo—responde Itsuka sin mirarlo.

Izuku asiente y lo deja estar. Los días pasan y ella no vuelve a tocar el tema.

—¿Cuándo podré visitar a los recién llegados?,—pregunta apenas Itsuka cruza la entrada de su escondite.

—Eso toma tiempo.

Izuku lo entiende e intenta distraerse. Los pacientes mejoran, pero Itsuka encuentra más tareas para él. Al final su paciencia se acaba.

—¿Cuándo podré visitar a los recién llegados?

—Pronto.

—¿Cuándo?

—No lo sé.

—Teníamos un trato. Prometiste ayudarme.

—Y lo hago.

—Prometiste que me ayudarías a buscarlo.

—Nunca dije...

—Dijiste que conocías a alguien que podría ayudarme, ¿quién?

—Es peligroso.

—Lo sé, pero tú prometiste.

—Es mejor...

—Lo prometiste.

Izuku la mira con severidad y ella se retuerce las manos, incómoda; cuando es obvio que él no abandonará el tema, Itsuka suspira y lo enfrenta.

—No quiero que vayas.

—¿No quieres?

—¿Para qué quieres ir allá?

—¿Qué-?

—¿Por qué quieres ir allá?, ¿qué obtendrás yendo allá?

—¿Uh?... hay alguien... alguien a quien quiero ver.

—¿Y después?

—¿Des... pues?

—Si la persona que buscas está aquí, tendrá un omega a su lado, ¿qué harás entonces?

Izuku parpadea, demasiado aturdido con la idea para responder.

—Y si no está allá—continua Itsuka—significa que lo dejaron atrás. Significa que está muerto.

El reflejo de apartarse es instintivo e Izuku nota que su interior se retuerce.

—Déjalo estar. Olvídate de él. No ganas nada yendo ahí. Es peligroso.

—¿Estás preocupada por mí?

Es el turno de Itsuka para titubear.

—Tu ayuda ha sido invaluable—responde ella tras un momento—Contigo tal vez podamos quedarnos con nuestros hijos. Es mejor que te quedes aquí y nos ayudes.

—He prometido que los ayudaré... pero tengo que ir.

—¿Por qué?

Izuku no sabe cómo explicárselo, la única respuesta que se le ocurre es simple:

—Tengo que verlo.

Tres palabras que consiguen a la muchacha porque pierde su férrea determinación y se encoge.

—¿Y si está muerto?,—pregunta con voz diminuta—¿qué harás si no lo encuentras?

La respuesta de Izuku es diminuta pero firme.

—Estuvo muerto antes—dice—Hice luto por él, puedo... pero si está vivo. Si está aquí... tengo que verlo. Aunque sea solo una vez.

No está seguro de que Itsuka lo comprenda, pero tras un momento de vacilación ella asiente.

—Muy bien.

Izuku la ve desaparecer, y una vez solo se acomoda en sus mantas viejas para dormir el resto del día. Las palabras de Itsuka hacen eco en su mente una y otra vez.

"Tendrá un omega a su lado"

Ni siquiera se ha detenido a pensar en la posibilidad.

Solo quiero verlo, piensa Izuku mientras cierra los ojos. Piensa en sus hojas sin flores, tallos verdes que cubren su vientre como un prado en primavera. No hay color en su cuerpo, no hay una flor bella que pueda compartir. El pensamiento es amargo y lo regresa en el tiempo a cuando tenía once años y se contenía con tocar a Katsuki creyendo no estar a su altura.

Tal vez haya sido el destino el que decidiera encontrarle a Katsuki un compañero con una flor preciosa digna de él. Lo único que tiene Izuku es un deseo vehemente e inquebrantable de verlo de nuevo y oír su voz.

No importa si tiene a alguien, solo quiero que esté vivo. Solo quiero verlo.

Si Katsuki tienen un omega, Izuku le abrirá los brazos y le ofrecerá un cariño sincero.


[...]


—No quiero ir—es lo primero que Himiko dice cuando Dabi termina de explicarle las nuevas órdenes de Kurogiri.

—No creo que tengas opción.

—No, Dabi, no. No quiero ir. Tengo que terminar esto.

—Escucha, Toga, esto está a discusión. Kurogiri te ordena movilizarte hacia la capital. Tenemos que buscar al príncipe. Nuestra fuente confirma que se encuentra en Hosu. Si nos apresuramos podremos capturarlo antes de que se repliegue.

—Pues ve tú, yo tengo trabajo que hacer. Tengo que capturar al espía.

—El espía no vale nada comparado con el príncipe.

—Para ti. Yo quiero encontrar a este bastardo. Quiero saber quien lo está ayudando.

—¿Cuántos días le has dedicado a esta caza? ¿cuántos más vas a dedicarle?

—El tiempo que me tome.

—En cualquier otra circunstancia te apoyaría, pero esto es importante. El príncipe de Yuuei está rondando la capital y Kurogiri quiere que lo encontremos. Tuve que marcharme después de enviar los refuerzos de Shuichi, ni siquiera tuve tiempo de enviarle una explicación. Está situación es de prioridad.

—Pero el espía...

—Capturaste uno. Y Shuicihi podrá encontrar al otro.

—¿Se lo pedirás a él?

—Una vez que termine de dar caza a los salvajes prófugos tendrá tiempo para organizar una búsqueda a gran escala.

—Pero es mi presa...

—Imagina una presa más grande. El príncipe mismo.

—El General lo querrá con vida.

—No significa que tenga que ir completo.

Toga sonríe, un gesto carnívoro que exhibe sus colmillos en toda su magnitud.

—Bien, iremos a buscar al pequeño heredero de Yuuei, pero cuando lo encuentre volveremos por el espía.

—Eso si Shuichi no lo ha encontrado antes.

—Aunque lo haga... mas le vale que deje un trozo para mí.


[...]


Itsuka vuelve días después con un paquete bajo el brazo.

—Conozco a una omega que ayuda con el inventario en el almacén. Conseguí que robe una pieza de tela para ti. Usualmente se utiliza para las mantas y la ropa, pero nosotros confeccionaremos un uniforme parecido al de los guardias.

—¿Funcionara?

—Lo teñiremos de un color oscuro, no será perfecto, pero bajo la luz de las lámparas no se notará la diferencia. Los guardias no te buscan, no saben que estás aquí, si te mueves durante los cambios de turno podrás desplazarte por los túneles sin que te detengan. No significa que puedas ir y venir, lo mejor será que te quedes allá todo el tiempo posible, y que limites las salidas que haces.

Izuku asiente y durante los siguientes días ambos trabajan cortando y cosiendo sin pausa. Una hora cada noche Izuku se sienta con Sen que dibuja los túneles en el suelo y le repite una y otra vez los horarios de los guardias.

En un intento de mejorar sus posibilidades, Izuku accede a que le corten el pelo. Se sienta en el suelo con las piernas cruzadas mientras Itsuka corta los mechones de su pelo verde con las tijeras de la cocina.

—¿Cómo reconoces a un oficial?—pregunta Itsuka mientras las tijeras tintinean en sus manos.

—Tienen una franja dorada cruzando su hombro izquierdo.

—¿Qué haces si te cruzas con uno?

—Me detengo, saludo y espero que me deje marchar.

—Si te pregunta, a qué patrulla perteneces.

—Si es de mañana al diecisiete, si es por la tarde al veintidós.

—¿Y por la noche?

—Nunca debo salir por la noche.

—¿Qué dices si te pregunta qué estás haciendo?

—Es cambio de turno. Me dirijo a mi nueva posición.

—Recuerda que nunca debes quitarte la capucha.

—Lo sé. También debo evitar la luz natural ya que mi uniforme no pasaría una inspección minuciosa.

Itsuka se arrodilla frente a él, sus ojos rebozan miedo e incertidumbre.

—Creo que estás listo.

Izuku se pasa una mano por el pelo, ve los mechones verdes en el suelo, nota la nuca despejada y un remolino en el estómago.

—Lo estoy.

Esa noche se viste con el uniforme y espera hasta que Itsuka le hace señas para salir. Tiene las palmas húmedas y resbalosas mientras cruza el comedor hacia la salida. No hay guardias cerca así que Izuku sale y se coloca junto a la puerta como si estuviera vigilando oculto a primera vista por la suave curva del pasillo.

El corazón no deja de latirle mientras los guardias cruzan el pasillo de ida y vuelta, ninguno de ellos dedicándole un segundo vistazo. Solo hay uno que entra al comedor a inspeccionar y se detiene al verlo como si le sorprendiera encontrarlo en su puesto, pese a ello el hombre se limita a saludarlo alzando el mentón a lo que Izuku responde de la misma forma.

—Creí que era mi turno para cuidar de la puerta—dice al acercarse.

Sorprendentemente, pese al miedo que late en él, la voz de Izuku no se quiebra.

—A mí me la asignaron hoy, pero si te quieres quedar, adelante, me gustaría salir temprano por una vez.

—No, no, si te dieron la orden...

—Pues entonces vete, no querrás que el capitán te vea aquí y decida que la puerta necesita dos guardias... o tal vez no tengas a dónde ir.

El guardia se marcha sin pensarlo dos veces; de vez en cuando algún guardia se aparece para dar una ronda, pero cuando ven que uno de ellos ya está vigilando se van, ansiosos por terminar su turno.

Cuando la cena termina Izuku toma la delantera frente al grupo omega y llega hasta la puerta de la cúpula donde otro guardia espera para cerrar la entrada. Izuku se queda ahí, inmóvil, viendo a los omega pasar, mientras intenta no retorcerse de ansiedad, esperando que el guardia de la puerta y los dos que vienen detrás no se den cuenta de su uniforme descolorido, de su tamaño, ni del hecho de que no lleva armas; pero los dos guardias de la retaguardia están charlando y riendo, hacen una breve pausa para escuchar el informe del soldado en la puerta que asiente confirmando que todos han entrado, después de eso retoman su conversación como si no nada.

Ahí abajo no hay escondites posibles, el almacén y la cocina poseen cerraduras exteriores, lo que impide que cualquiera en el interior pueda escapar, así que los únicos guardias que quedan son aquellos encargados de cerrar la puerta de la cúpula. Los cuatro abordan la caja sin problemas. El guardia de la puerta hace girar la manivela que rechina y se sacude; el ascensor se eleva lentamente, los dos guardias siguen charlando, compartiendo su deseo de dormir y comer, el guardia de la puerta sigue trabajando en la manivela así que Izuku puede aplastarse contra la pared a fingir que está cansado y tiene sueño.

Arriba Izuku sigue al grupo de guardias rezagándose un poco cada vez. Cuando los pierde de vista se desvía al túnel más cercano atento a las señales o a las personas con las que puedan cruzarse. En cuestión de minutos los túneles se vaciarán y no podrá moverse sin levantar sospechas.

Cada cúpula tiene tres entradas en el primer piso, durante el día hay guardias vigilando y monitoreando las tres puertas. Una es para el grupo alfa, la otra para el grupo omega que sube a cuidar del huerto, la tercera es el túnel que conecta las cúpulas y que durante la noche nadie vigila. Nadie vigila porque es una puerta imposible de abrir desde adentro.

Izuku encuentra la manija a un costado de la entrada, tiene que utilizar ambas manos para activarla, pero una vez que lo hace la gira hasta que la puerta se eleva a un palmo del suelo. De ahí utiliza un trozo de roca para atacar el mecanismo, toma aire y cuenta hasta cinco, cuando nada sucede Izuku se arrastra por el suelo hacia el otro lado, apenas se está enderezando cuando la puerta cae con un golpe sordo.

Izuku se gira, su miedo dispersándose a su alrededor. Nota la sangre latiéndole en los oídos con fuerza y tiene la certeza de que los guardias han oído el alboroto, que en cuestión de segundos se abrirán las dos entradas trayendo una hilera interminable de soldados.

Pero nada pasa.

Izuku se pone de pie y se desliza con cuidado por el piso, pegado a la pared con dirección a las escaleras; mientras baja se quita la capucha y la aprieta contra sí. De pronto se detiene, el corazón latiendo desenfrenado.

Hay sombras frente a él, agitándose contra la débil luz de las antorchas.

Son los guardias, piensa Izuku repentinamente aterrado, pero entonces flota hasta él el inconfundible aroma a alfa. El grupo avanza, tentativamente, hasta que sus rostros encuentran la luz.

Desde su lugar en las escaleras Izuku ve un puñado de rostros mirándole con sorpresa e incredulidad.

—Hitoshi dijo que vendrías—dice uno de ellos—pero no le creí.

El asombro se repite en murmullos apagados. Todos ellos mirándole como si no dieran crédito a lo que ven sus ojos.

—¿Hitoshi?,—pregunta Izuku mirando al grupo.

—Yo—responde una voz, la más alejada de todas.

El grupo entero se mueve y de pronto Izuku tiene al muchacho llamado Hitoshi a dos pasos de él. Como está a un par de escalones debajo, sus ojos, de un tono oscuro, quedan justamente a la misma altura que los suyos. Sus ojeras son pronunciadas y el cansancio ha dejado huella en su joven rostro. Lo más asombroso es la flor violeta que tiene sobre su pectoral izquierdo, es brillante y delicada y resalta con una claridad inusual sobre la piel blanca.

—Escuche a Sen—dice Hitoshi sin dejar de mirarlo—interrogaba a otros sobre las nuevas parejas. Cuando le pregunté me dijo que un omega médico había entrado en su cúpula y que buscaba a los recién llegados. No le creí. Ninguno de los otros lo hizo, pero no perdía nada con intentarlo.

—¿Intentar qué?

—Traerte aquí.

—¿Qué-?

—Sen dijo que ayudaste a su omega, ¿es cierto?

—Lo hice, pero a qué te refieres...

—Las parejas nuevas no están aquí. Le mentí a Sen. Se lo dije para que te enviará aquí.

—¿Por qué?

—Mi omega está enfermo, necesita.

Izuku no responde, demasiado aturdido con la revelación para reaccionar apropiadamente; además le resulta demasiado incómodo permanecer de pie frente a un grupo alfa que no deja de examinarlo de pies a cabeza. Solo agradece que el uniforme lo cubra por completo.

—Si te ayudo—dice Izuku tras un largo silencio—me dirás en qué cúpula se encuentran los nuevos.

—Si lo salvas te daré algo muchísimo mejor—se inclina y susurra junto a su oído asegurándose que ningún otro alcance a oírlo—Una salida.

Izuku parpadea y se aparta, observa con ojo crítico al alfa que se limita a mirarlo en silencio. Después de un momento Izuku extiende la mano, Hitoshi sonríe antes de tomarla y sacudirla con vigor.

El grupo alfa se aparta, sin dejar de murmurar, mientras Izuku sigue a Hitoshi por las escaleras hasta el primer piso. De ahí se encaminan hacia las celdas de la izquierda. El alfa entra primero, Izuku no alcanza a oír lo que le dice al omega en la celda ni tampoco la respuesta que recibe.

Hitoshi le hace una seña e Izuku entra tras de él arrodillándose cerca de la zona que ocupan para dormir.

En un lecho de mantas sucias hay un omega recostado con el pelo de un rubio que parece casi blanco y manos delgadísimas. La argolla que sujeta su pierna ha rozado la piel hasta hacer sangre y la zona se ve hinchada y roja, pero la herida que busca está a la altura del vientre, oculta tras un trapo cubierto de manchas marrones.

La primera reacción de Izuku es extender las manos para examinarlo, pero ni siquiera alcanza a tocarlo. El omega abre los ojos y descarga un puñetazo directo contra el dorso de su mano.

—No me toques—gruñe con dolor haciendo un esfuerzo por apartarse y fallando estrepitosamente.

—Neito—dice Hitoshi con voz firme, pero se calla cuando los ojos del omega se enfocan en él transmitiendo una ira desmedida.

—No lo quiero aquí, Shinsou, llévatelo. Lárgate. Váyanse.

—Neito.

—¡Cállate! No me llames así.

—Vino para ayudarte, Monoma, tienes que dejar...

—¡Déjame en paz! Dile que se largue. ¡Váyanse!

El omega cierra los ojos apoyando la cabeza contra la pared.

Izuku le hace una seña a Hitoshi para salir.

—¿Qué le pasó?,—pregunta Izuku en voz baja sin dejar de mirar la entrada de la celda.

Por primera vez la expresión de Hitoshi se trasforma en un gesto rígido. Su aroma se espesa anunciando ira y violencia hasta que consigue controlarse.

—Hay un hombre—dice en voz bajísima—Se llama Shigaraki. Le gusta arrancar las flores de nuestros cuerpos. Dicen que las cuelga en su cuarto como una colección. Siempre escoge las más llamativas, las más bellas, pero especialmente le gusta tomar las flores de los omega—su ira le impide hablar durante un momento e Izuku tiene que contener las ganas de alejarse de él, de huir de su aroma—La flor de Neito es una anemone, de un morado intenso. Se la arrancó la primera vez que llegamos aquí, pero la flor volvió a brotar sobre el tejido cicatrizado. Volvió a nacer. Y se la arrancó de nuevo. Siempre lo hace cuando no estamos aquí. Está vez no se contento con una flor. Se llevo tres y la herida no deja de sangrar. Su fiebre no baja. No quiere comer. Y no me deja acercarme.

Izuku tiene que hacer un gran esfuerzo para contener las nauseas que le suben por la garganta.

—Lo ayudaré—dice Izuku con decisión apretando los puños contra su costado—pero necesitaré agua. Y medicina. ¿Quiénes trabajan en la cocina?

—Te llevaré con ellos.

—Bien...—de pronto se detiene y lo mira—¿de verdad conoces una salida?

—Lo es si no tienes nada que perder.

—Aún necesito encontrar a las nuevas parejas.

—Si lo salvas, te ayudaré.

Izuku asiente, de pronto frunce el entrecejo.

—¿Por qué te llamó Shinsou?

—Es mi nombre. Hitoshi Shinsou.

Izuku parpadea, una vaga sensación de familiaridad sacudiéndose dentro de él, pero antes de que consiga entenderla el aroma de dolor que proviene de la celda lo distrae.

—Consígueme agua... y las mantas más limpias que haya.

Cuando Hitoshi se marcha Izuku vuelve a la celda, se arrodilla junto al omega y extiende la mano hacia su herida. La respuesta que recibe es un puñetazo débil, uñas que se clavan en su brazo y al final una mordida, pero Izuku no se rinde.

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