Capítulo 23: Y la Luna que Sangra
Me sigue sorprendiendo el amor que este fic despierta. Tenemos traducciones. Y Fanarts. Canariam hizo uno y Milexnay hizo otro. Ambos son de Katsuki porque todos aman al tozudo e impaciente rubio. Todos los enlaces están en mi blog, pero aquí está el del Milexnay (él último que nos ha llegado)
www.instagram.com/p/BoStGcClq4y/?hl=es-la&taken-by=milexnay
A todos los lectores, gracias, por los review en cada capítulo, por promocionar el fic, por apoyarlo. Siempre es un placer leer de ustedes.
Ahora empecemos.
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Sinopsis: Siempre serás mi recuerdo más bonito, y cuando mire la luna, te veré ahí.
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Capítulo 23: Y la Luna que Sangra.
Cuando el intenso y poderoso aroma a mirra cae la respuesta de Tamaki es automática.
—¡Mirio!,—su grito es atronador y su aroma se expande y crece en respuesta.
Mientras el mundo se paraliza a su alrededor, Tamaki se mueve. Cubre el espacio que los separa en dos zancadas, dos latidos de su corazón, y embiste contra el demonio que empuña el cuchillo. Mirio se queda donde está, pero Tamaki no cede a la tentación de mirarlo. En su lugar ruge, ataca y se interpone entre su líder y ellos.
Los demonios de inmediato lo escogen como su siguiente blanco, todos ellos embisten a la par, pero la ira de Tamaki es inigualable. Cuando el primer cuchillo hace contacto con su costado, Tamaki responde apuñalando a su atacante. Cuando uno de ellos intenta apartarse para terminar su trabajo, Tamaki se interpone recibiendo la puñalada en su hombro. Se desembaraza de él y se lanza en un ataque sin pausas.
Es el hecho de que sea un beta lo que le da la ventaja en esos preciosos segundos que siguen a la conmoción, eso y que su vínculo con Mirio ha creado la respuesta instintiva de su cuerpo. Eso le permite reaccionar a tiempo para salvarle la vida a su líder; mientras el resto se sacude la sorpresa y el horror, Tamaki se mueve, a la suficiente velocidad para cambiar el destino.
A él no le importa la sangre que mana de sus heridas, no siente el dolor o el ardor en sus músculos que escupen fuego mientras empuña sus cuchillos con una fuerza desesperada. Cada puñalada que recibe es una menos para Mirio, ha jurado defenderlo con su vida y ese día hará cumplir su promesa. Tamaki lucha sin miedo, conteniendo la sed de sangre de sus adversarios hasta que Kosei se materializa a su lado y juntos crean la muralla que se interpone entre Mirio y la muerte.
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Durante un momento solo puede pensar en el dolor. En la sensación punzante y caliente que emite su hombro. Le resulta imposible decir si se ha desmayado o no. Lo que sabe es que el mundo está cubierto de una capa gris y que sus oídos no funcionan bien.
Dolor.
Está familiarizado con la sensación, aunque podría jurar que nunca ha sentido nada parecido. Denki aprieta sus parpados y los abre. Sigue estando ciego.
AHG
Aprieta los dientes y vuelve a parpadear, esta vez el mundo recupera parte de su nitidez. Gime de nuevo con la mandíbula tensa mientras intenta sobreponerse a la oleada de agonía que lo recorre de pies a cabeza. Cuando intenta moverse el dolor lo sacude de nuevo y tiene que cerrar los ojos y quedarse quieto para aplacarlo.
Con cuidado Denki abre los ojos y parpadea. Una. Dos. Tres veces.
Tiene la mejilla contra el suelo y su respiración agitada está empujando la tierra suelta lejos de él. Quiere usar su mano para levantarse, pero en cuanto su cerebro manda la orden y su mano intenta cumplirla marejadas de dolor ascienden por su hombro dejándolo ciego.
Tras un momento de parálisis, Denki gira el cuello y ve la flecha sobresaliendo de su hombro.
Maldito bastardo de m...
Una exhalación particularmente fuerte levanta pequeñas partículas de tierra que lastiman sus ojos.
No estás muerto, Denki, respira.
Obedece y se concentra en el aire que expulsa procurando no tensarse, porque cuando lo hace el pico de dolor en su cuerpo alcanza niveles apoteósicos. En un rápido análisis Denki se da cuenta de que esta tirado de costado sobre su brazo derecho, frente a él hay un cuerpo, aunque su limitada visión le impide ver su rostro.
Chieka. Era ella. Ime también venía. Y el bárbaro. Oí al bárbaro gritar.
Girarse es una opción que Denki descarta al sentir el tirón en su espalda, que alcanza la región de su omoplato y lo hace sorber aire por la boca.
Muy bien, Denki, aunque te duela tienes que moverte. No importa si crees que vas a perder el brazo, no te puedes quedar aquí.
Va a girarse, tiene que girarse para quitarle el peso a su brazo sano.
No, no, au, au, auh, no puedo...
Se queda quieto y vuelve a respirar.
Espera, espera, ¿de dónde venían las flechas?, ¿y si los demonios siguen ahí? ¿y si me disparan cuando me levante?
No te puedes quedar aquí, Denki.
¡Nos atacaron! ¿Y si aún están cerca?
¿Los viste?, ¿cruzaron el río?
No, Denki no recuerda haberlos visto. Intenta evocar el momento.
Venían de la otra orilla. Las flechas venían del frente
Bien, tal vez no se encuentren tan cerca para ver que sigues vivo. Más si llevas un buen rato tirado.
Si me muevo y me descubren volverán a dispararme.
¿Te quieres quedar aquí?
Se lo piensa y entonces se acuerda de la expresión aburrida de Bakugou. La expresión que le dice 'Tienes dos manos y una cabeza, arréglatelas'. Y casi de inmediato piensa en la cara de Eijirou. La sola idea de que él pueda mirarlo con pena lo llena de vergüenza.
Apretando los dientes, Denki mueve el cuello hasta que encuentra la línea de los árboles que se encuentra cerca de su cabeza.
Levántate y corre hacia allá. Si eres rápido estarás a cubierto antes de que las flechas te caigan encima.
¿Y si no lo soy?
Entonces no tendrás que preocuparte por el dolor que sientes ahora.
Con muchísimo cuidado Denki acomoda su cuerpo. Ahoga una maldición cuando la maldita flecha se mueve provocando que el dolor vuelva a dispararse.
Bien, con tu mano buena te vas a impulsar, te apoyaras en tu rodilla y de ahí saldrás corriendo. Directo hacia los árboles.
Creo que me voy a desmayar.
Mueve el culo, Denki.
No puede evitar gritar cuando se impulsa. Se levanta y trastabilla, corre, trastabilla y sigue. La adrenalina consigue mantenerlo en pie mientras otra oleada de flechas cae segundos antes de que desaparezca entre los árboles. Una vez a salvo Denki se resbala y maldice notando que la sangre caliente empapa su uniforme.
No te detengas
Apretando los dientes Denki se apoya en un árbol, toma aire, y corre.
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Kyouka encuentra los carromatos en llamas. Sus compañeros están lidiando con los cuatro demonios que escaparon de ella mientras de algún punto en el bosque surgen flechas de fuego que caen sobre el campamento amenazando con alimentar el incendio que ha empezado a salirse de control.
—Fuera de aquí—grita mientras aparta a los omega apiñados junto a uno de los carromatos—¡Fuera!
Para su sorpresa Ochako se interpone con expresión férrea.
—Tenemos que apagar el fuego—dice y cuando Kyouka está a punto de maldecir, añade—El incienso está ahí.
Mierda
Kyouka los deja y corre de vuelta hacia el bosque.
—¿A dónde vas?,—pregunta Momo acarreando cubetas de tierra
—¡Los arqueros!,—grita Kyouka justo cuando otro puñado de flechas cae cerca de las bestias de carga lo que provoca que los animales se espanten e intenten huir.
El pequeño grupo de animales de tiro -gordos, torpes e inmensos- embiste contra los carromatos en su desesperado escape lejos del fuego. Uno de los carros, el del incienso, pierde una rueda y se desploma sobre su costado mientras el fuego lo devora. Kyouka está a punto de dar media vuelta cuando Momo interviene.
—¡Ve!,—le grita mientras ella se encamina hacia el desastre.
Kyouka se interna en el bosque, decidida a deshacerse de los arqueros; pero a quien encuentra es a Denki, que se resbala cuando ella lo llama y corre hacia él. Se detiene en seco al ver la flecha que lo atraviesa, puede ver la punta sobresaliendo en la parte alta de su omoplato. El aroma a naranja es tan amargo que Kyouka se ve abrumada con la necesidad de calmarlo, de borrar su dolor y miedo.
—...del río—dice él con los dientes apretados.
—¿Qué?
Denki la aferra del brazo, sus nudillos se tornan blancos mientras hunde los dedos en su piel. Por primera vez Kyouka se da cuenta de que tiene unos ojos espectaculares, como oro derretido que brillan ante el sol. Ojos que, aunque rebosantes de miedo, resplandecen con determinación.
—Arqueros—gruñe él con la cara grisácea y los labios partidos—al otro lado del río.
Kyouka está a punto de responderle, está lista para moverse cuando el aroma de su líder se desploma.
Su cabeza gira de inmediato, como si buscara la sutil frecuencia que debería estar ahí pero no lo está. Kyouka se concentra, la busca, el firme y espeso aroma a mirra, pero no hay nada.
—No—no, no, no—no puede ser.
El pánico la golpea, es instintivo, inevitable. Después viene el miedo. La certeza de que algo ha salido terriblemente mal. No se da cuenta de que sus emociones se han descontrolado hasta que el tirón en su brazo la devuelve a la realidad. Denki no le dice nada, pero su aroma los envuelve, dulce y delicioso zumo a fruta, consuelo y conforte solo para ella.
Estoy aquí, lo oye fuerte y claro y por un momento quiere reírse porque es sorprendente que sea él quien le este ofreciendo consuelo cuando tiene una maldita flecha atravesándolo de lado a lado y el dolor que emana de él la hace temblar.
Tenemos alta tolerancia al dolor, es recordar su voz y recomponerse. Kyouka traga en seco.
—Hay otro grupo de intrusos cerca—dice concentrándose en el aroma a naranja—te llevare al campamento y volveré.
Lo ayuda a levantarse, pero no consiguen avanzar. La pérdida de sangre es demasiado abundante y Denki trastabilla después de dar dos pasos.
Kyouka es consciente de que no puede cargarlo.
—Ve—Denki la suelta y la empuja
—No voy a dejarte.
—Ve por los intrusos y vuelve.
—Pero...
—¡VE!
Kyouka lo suelta y cuando lo ve intentando pararse aprieta los dientes, toma su lanza y reemprende su marcha.
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Hiryu tose sin dejar de contar. Cuatrocientos treinta y tres, esquiva un ataque, cuatrocientos treinta y cuatro, golpea y repite.
Han seguido a los demonios a través del muro de humo que separa a los dos círculos de defensa y su grupo no tiene pensado retirarse. En cuanto ha detectado el aroma a miel Hiryu empezó su conteo, cuando llegó a los trescientos varios de sus compañeros empezaron a mostrar los efectos del incienso -lentitud, desequilibrio, torpeza-, pero otros, como él, se aferran a la presencia de Togata. El aroma a mirra inunda el claro y le impulsa a seguir luchando pese a que su cuerpo empieza a rebelarse contra él.
Y entonces sucede.
El aroma a mirra cae; la perdida es como echar agua sobre una hoguera creciente, en su lugar se alza el humo que confunde sus sentidos. Y de pronto se ve rodeado de miel, de exquisita y dulce miel.
En sus últimos momentos Hiryu experimenta la dulce y delicada paz de aquellos que no anhelan nada en el mundo.
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Momo se paraliza y durante un breve segundo es vívida la sensación de que le han arrancado el corazón. En cuanto se recupera se aparta de los carromatos rodeados de fuego y corre sin mirar atrás.
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Shuichi grita de júbilo cuando su grupo consigue atravesar las líneas defensivas. En algún punto a su izquierda el equipo de Uba estará iniciando su aproximación, si es que tuvieron éxito deshaciéndose del líder. A su derecha los dos grupos de hombres rana estarán causando estragos en el centro del campamento.
Es hora de terminar.
—¡Adelante!,—grita—¡Mátenlos!
Su grito aviva las fuerzas de sus hombres, quienes se dan cuenta del cansancio y la pérdida de concentración del enemigo. Embisten con fuerza y avanzan hacia la zona del campamento principal, los salvajes que siguen con vida se interponen entre ellos, pero es cuestión de tiempo antes de que el incienso que proviene del campamento se esparza y terminen por caer.
—¡Vamos!
Apenas ha terminado de escupir la orden cuando llega él. Una montaña que embiste contra sus hombres mientras ruge como un animal salvaje.
Shuichi aprieta el cilindro de incienso que ha recogido antes y se dispone a cegar a la monstruosa bestia que ha llegado a destruir la formación de su equipo, pero antes de que se mueva se ve interceptado por otro salvaje más pequeño en estatura, con un pelo color paja desordenado, pero con la misma expresión llena de ira y desprecio. Sus ojos son dos brasas incandescentes que se fijan en el cilindro que lleva en la mano.
Shuichi sonríe.
—¿Miedo?,—pregunta con burla—si eres un buen perro y te retiras no sufrirás.
El salvaje escupe y sonríe. Su gesto es una promesa de sangre.
—Yo te haré sufrir a ti.
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Tamaki lo huele. Leche, dulce y deliciosa, pero a diferencia de los alfa que siguen por ahí el aroma no lo incapacita, él sigue luchando aunque la batalla se ha trasladado, el enemigo sigue avanzando a la espera de que el incienso los paralice.
Cuando el último hombre que lucha contra él cae, Tamaki se toma un momento para recomponerse, sus pulmones parecen escupir fuego y cada respiración resulta más difícil que la anterior. Aspira con fuerza y le parece oír un silbido en su interior, pero el pensamiento se desvanece cuando abre los ojos y examina la zona.
Kousei yace cerca, víctima del incienso y ciego al cuchillo que le atravesó la garganta, pero Tamaki no tiene ojos para él, ni para los demonios que yacen desperdigados a sus pies, su mirada está puesta en Mirio, que se ha desplomado y mira el cielo con ojos que no ven nada.
Tamaki avanza hasta arrodillarse a su lado, lo toca y lo llama, pero no recibe respuesta de ninguna clase. Con miedo se inclina para oír el latido de su corazón y gime de alivio cuando lo detecta. Débil, pero late. Su herida, la única que el enemigo consiguió hacerle, casi no gotea. El cuchillo sigue ahí impidiendo que se desangre.
—¡Tamaki!
Alza el rostro para recibir a Momo, con su rostro lleno de espanto y su aroma descontrolado.
—¡Estás sangrando!,—ella le toca con cuidado la mejilla y retrae su mano antes de alcanzar la herida en su hombro.
Tamaki la sacude.
—Sálvalo.
Cuando los ojos de Momo se posan en Mirio, su entereza se tambalea, pero Tamaki vuelve a sacudirla con fuerza.
—Sálvalo.
—Tus heridas...
Tamaki sacude la cabeza—Sálvalo.
—Pero...
—¡SALVALO!
Ella se congela, inmediatamente después rodea el cuerpo, se inclina sobre Mirio y lo revisa a conciencia.
—No está sangrando
—Es su corazón—responde Tamaki acariciando con cuidado los mechones rubios—sigue latiendo aunque lentamente. Tienes que extraer el cuchillo y cerrar la herida antes de que se desangre.
Momo empieza y Tamaki se olvida de ella. Toda su atención está en Mirio, en su rostro relajado, sus ojos abiertos y vacíos. Lo acaricia con la gentileza que acostumbra, le recorre la frente con sus dedos manchados de sangre y lo besa con cuidado.
—No te puedes morir aquí—le dice en voz baja—No puedes rendirte.
Apoya la frente contra su mejilla, evoca el aroma de su piel y la calidez de su cuerpo. Quiere acurrucarse a su lado, sentir sus brazos rodeándolo, sentir sus besos y la seguridad que emana de él.
No te mueras, piensa Tamaki mientras cede a la tentación y deja que su cuerpo se encoja como un nudo pequeño que se apoya contra el suelo mientras su cabeza cae sobre el hombro de su consorte, no te atrevas a morirte.
—Mirio—dice al tiempo que espesa su aroma en un intento por llegar hasta él—Mirio—te quiero. No te mueras.
Repite la misma letanía hasta que el cansancio lo vence. Desprovisto de adrenalina, el cuerpo de Tamaki cede; no puede moverse, se siente flotar en nubes de algodón.
Hace frío, piensa justo antes de soñar con un campo verde y un sol radiante en el cielo.
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La herida ocupa toda su atención y Momo lo agradece, con las manos ocupadas resulta muy difícil verse dominada por el pánico. Trabaja en automático, moviéndose de prisa, apremiada por lo delicado de la situación. Retira el cuchillo, revisa la herida con cuidado, aplica el ungüento que minimiza la posibilidad de una infección y entonces procede a cerrarla usando puntadas pequeñas.
Apenas esta empezando cuando nota que el aroma de Tamaki se intensifica, se enrosca alrededor de ellos como una petición muda, una súplica. Las manos de Momo se mueven más rápido, decididos a terminar con la sutura. Entonces lo ve.
Los dedos de Mirio se sacuden, tiemblan un segundo para volver a quedarse inmóviles. El pánico vuelve con mayor fuerza y Momo tiene que parar para buscarle el pulso. Cuando lo encuentra rompe a llorar de alivio -¡Sí!- y retoma sus puntadas con más decisión que antes.
Está terminando cuando su cuerpo se endereza en una reacción automática, mira a su alrededor con ansia frenética y le toma un momento identificar la causa.
—¿Lo hueles?,—pregunta mientras estira el cuello.
Pese a lo tenue del aroma Momo reconoce los inconfundibles trazos de un alfa. Solo basta una bocanada de ese maravilloso aroma para que las dudas de Momo sean borradas como piezas de papel que el viento arrastra.
—¡¿Lo hueles?!—se levanta y sonríe—¡Tamaki, ¿lo hueles?!—silencio—¿Tamaki?
Rodea la zona hasta llegar a él y lo toca con miedo. Su piel helada la sacude de pies a cabeza.
—¡Tamaki!
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Es instintiva la reacción de Eijirou al comprender lo que sucede, reajusta su dirección y se desvía del camino trazado por Inasa. Su intención es llegar al campamento y asegurarse de que todo sigue en orden, pero no llega ahí porque encuentra a Kyouka inmersa en una batalla con un grupo de cinco hombres. La pequeña mujer se mueve a una velocidad impresionante y su lanza es una línea borrosa que se estira y retrocede sin perder el ritmo.
Sin detenerse a pensar, Eijirou corre hacia ella. Con ayuda de Aizawa y Tenya, los cinco demonios son rápidamente neutralizados.
—¿A dónde vas?,—pregunta él cuando Kyouka termina de rematar al último de los demonios y sale corriendo en dirección opuesta. Aizawa y Tenya se ven arrastrados por el aroma, el delicioso aroma de la batalla, dejando a Eijirou atrás.
Pero Kyouka, en lugar de responderle, desaparece y Eijirou la sigue. Lo que menos espera es encontrar a Denki encogido en el suelo y con una flecha cruzándole el hombro.
—¡Denki!,—grita corriendo los últimos metros que los separan.
En cuanto detecta el amargo aroma a naranja, la naturaleza de Eijirou responde ofreciéndole consuelo. La delicada esencia de azafrán se extiende hacia él y lo rodea, atiborrándolo de su cariño y preocupación.
—Hay que llevarlo al campamento—dice Eijirou
—Es demasiado peligroso—responde Kyouka—Lo emboscaron y no estoy segura de que siga indemne.
—No podemos dejarlo aquí.
—Iré por Momo. Ella sabrá qué hacer—dice antes de tomar su lanza y marcharse.
—Estoy bien—dice Denki con su cara pálida y su aroma turbulento
—Lo sé—dice Eijirou incapaz de contener sus manos que se han extendido para sujetar al omega contra él—Estarás bien.
—Tienes que irte—responde Denki frunciendo su cara.
Es ahí cuando Eijirou lo detecta, el delicioso aroma que crece a lo lejos, dulce y embriagador y que tira de él para llevarlo a luchar; pero lo cierto es que la fragancia palidece en comparación con el aroma a naranja, aun si este se encuentra débil y alterado.
—Esperare a Momo—dice arropando al omega contra su hombro cuidadoso de no tocar la flecha.
—...ssdoy ien...
—Denki no te duermas.
—...nnnn....
—Denki, por favor, no te duermas.
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La ira lo inunda, es roja y caliente, y dota de fuerza a cada músculo de su cuerpo. Cuando lucha no titubea, no se apiada. Katsuki no es el sol -no aún- pero, como lo dijo Eijirou alguna vez, es fuego, humo y centellas. Su energía vibra a su alrededor como una presencia tangible, su furia es ambrosía, picante y exquisita, demoledora. Su aroma no posee la elegancia, la firmeza que caracteriza a Mirio, quien ha entrenado durante años para perfeccionar el suyo, no, el aroma de Katsuki es fuego y humo, madera que se quema, densa, rica y asfixiante. Su aroma posee un carácter salvaje, calcinante en su intensidad y vivificante en su poder.
Los alfa a su alrededor lo absorben y beben a él con una sed feroz. Katsuki ruge y el resto responde. Consiguen contener la oleada de demonios que se aproxima, pero la situación está a punto de salirse de control. El incienso crece, se espesa a su alrededor, amenazando con borrarlos a todos. Si el grupo alfa cae, no quedara nadie.
Y entonces Katsuki está ahí, cerca del campamento mirando los carromatos en llamas y al grupo omega que intenta contener el fuego.
—¡¿Qué están esperando?!—ruge con una potencia que sacude a todos ahuyentando el pánico y la miseria—¡Nadie vendrá a salvarlos!
Y sin decir nada más se aparta para seguir luchando, para cortar tantas gargantas pueda antes de quedarse sin fuerzas.
Durante un momento los omega se miran, perplejos, y entonces llega hasta ellos el aroma de su líder. Delicioso y embriagador, excitante y adictivo. Su naturaleza no les permite reaccionar como sus compañeros alfa, no responden a él con fiereza, no sienten el impulso de igualarlo, de rugir a su compás. Ellos responden a él con un entusiasmo que raya en el deseo.
Y obedecen, aún sin capacidad combativa se someten al aroma y lo hacen de buen grado. Armados con palos, antorchas, cuchillos, se unen a la refriega mientras su aroma responde al de su líder.
Y su aroma.
El aroma de un grupo omega es suculento. Lleno de ricos contrastes dulces, con una pizca de acidez justa para activar las papilas gustativas. Su aroma es apetitoso, atrayente, y bellísimo. Tan bello y seductor que es capaz de activar cada terminación nerviosa dentro de un alfa.
El incienso está creado para calmarlos, para abusar de su reacción natural ante la fragancia de un omega encinta, pero en ese momento, mientras el incienso crece y se arremolina a su alrededor, su efecto se pierde, porque no puede competir con el apetitoso aroma de un omega vivo que no siente miedo.
Y cuando Katsuki ruge, los omega responden concentrando y enriqueciendo su aroma, y la naturaleza protectora de los alfa se alza para responder a ese llamando deleitándose con la fragancia que opaca sin esfuerzo el aroma a leche y miel.
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El bosque entero se ve sumergido en los diferentes aromas que crecen y se expanden en respuesta a la férrea determinación de Katsuki. Tal vez él no es el sol -no aún- pero el fuego que arde dentro de él es una luz brillante y abrasadora capaz de destruir el mundo.
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n/a
Si juntas los títulos del capítulo anterior y este obtienes: La Caída del Sol y la Luna que Sangra.
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Si Mirio muere no hay alianza con los bárbaros, además ahora tiene una razón para reunir a su ejercito y luchar. Así he tenido que ser malvada.
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