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Capítulo 22: La Caída del Sol

¡Hola a todos! Lectores nuevos que llegan aquí por error o no. Y a todos aquellos que nos siguen desde antes. Siempre es un placer leerlos y recibir las notificaciones de quienes votan en los capítulos. Lamento si no contesto todos los comentarios pero tengan por seguro que los leo y me hacen sonreír. 

Notas: Durante un tiempo pensé que esté capítulo se titularía Ocaso. Que se refiere a la puesta del sol. La diferencia es que, tras el ocaso, estás seguro de que vendrá el amanecer: El sol volverá. ¿Sucederá así?

Sinopsis: El sol, ese gran astro luminoso, brillante y enérgico. De él beben todos los seres vivos, bajo su luz crece el mundo. ¿Cuándo se vaya que luz nos guiará?

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Capítulo 22: La Caída del Sol

De la sorpresa Itsuka se queda de piedra.

El llanto que oye es intenso y desconsolado, es un sonido desgarrador, peor que el de un niño desamparado. Está tan lleno de angustia que su instinto inmediato es ofrecer cualquier clase de consuelo, pero cuando está por hacerlo lo huele.

Se percata por primera vez del aroma que emana de él. No es hierbabuena, no. Es una combinación de especias en la que una de ellas resalta sobre las otras. Es herbal y fragante, como si estuviera frente a un jardín lleno de plantas.

Menta.

De la impresión se echa para atrás y se acuerda:

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Había tomado la costumbre de sentarse cerca de él, de verlo entrenar en los días de sol en los que solían coincidir.

"Quiero un cuchillo" siseó él, sin mirarla, estudiando el muro con una atención que no le dedicaba a nadie.

"No" respondió ella con firmeza porque ese era un riesgo que no estaba dispuesta a tomar.

Él no insistió y ella supo de inmediato que se marcharía. Se alejaría y nunca volvería a hablarle.

"Cualquier cosa menos armas" le dijo de pronto, cuando él se alejaba "Lo que sea"

Lo vio detenerse, se giró hacia ella, y por primera, y única vez, le prestó toda su atención. La miro con fijeza durante lo que parecieron horas.

"Menta" le dijo antes de marcharse.

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Menta, repite Itsuka para sí y de inmediato se lo niega. No.

¿Dónde?,—despierta al oír la pregunta, un sonido desgarrado, nasal y agonizante; cuando alza su mirada se da cuenta que Izuku ha dejado de llorar aunque sus lágrimas siguen cayendo. El muchacho tiene los ojos rojos e hinchados y su expresión desborda ansiedad—¿dónde?

Ella sacude la cabeza, incapaz de procesar la pregunta. Entonces lo ve tomar aire, recomponerse.

—¿Cuándo fue la última vez que lo viste?

—¿Dos años?, ¿Tres?... no lo sé. Fue antes de venir aquí; él se quedó en la prisión.

—¿Qué prisión?

—No lo sé.

Lo ve tensarse y de pronto empieza a murmurar, frases inconexas, palabras incoherentes, su voz elevándose con cada sílaba que pronuncia. Cada uno de sus gestos habla de angustia, incredulidad y pánico.

—Si te muestro un mapa—dice él de pronto—¿podrías ubicarla?

—No, nunca supe dónde estaba.

—¿Recuerdas... recuerdas qué había cerca? ¿Alguna aldea? ¿Alguna montaña? ¿Un río?

—No, no... siempre nos transportaban en carromatos cerrados. No recuerdo... no sé.

Lo ve sujetarse el pelo, se mece en su lugar sin dejar de murmurar. Es tanta su ansiedad que Itsuka no puede soportarlo más.

—Pero él ya no está ahí.

—¿Qué-, por qué?

—Porque vaciaron las prisiones.

—¿Quién te dijo eso?

—En el último traslado llegaron muchísimas parejas. Más de las que usualmente llegan. Como eran tantos y los omega adulto no se daban abasto, reunieron un grupo de los nuestros. Fue así como los rumores empezaron a correr. Ellos dijeron que los habían hecho elegir: Morir o emparejarse. Todos repetían lo mismo. En todas las prisiones sucedió.

Izuku abre la boca, pero no dice nada. Su expresión es tal que el corazón de Itsuka se encoge y se ve obligada a ofrecerle consuelo.

—Si se ha emparejado debe estar aquí—se arrepiente en cuanto lo dice porque ella sabe la verdad.

La sabe porque lleva las palabras grabadas a fuego dentro de ella: 'No voy a emparejarme con nadie'. Itsuka lo sabe. Está muerto. Es un hecho indiscutible; pero no lo dice en voz alta. Si ha llorado así ahora, ¿cómo lo hará cuando lo sepa?

—¿Aquí...?

Sino fuera porque están cerca y no hay ruido que los interrumpa, Itsuka está segura de nunca habría sido capaz de oír la pregunta. Diminuta, cargada de una esperanza ciega, de una emoción indefinible que hace temblar su voz. El sonido es doloroso.

—Hace menos de dos semanas empezaron a llegar—responde sin emoción. No se lo diré, se dice con angustia, no puedo decírselo—todos siguen encerrados—que sea él quien lo descubra.

Es sorprendente la forma como el aroma a menta se estabiliza. Pierde su aire de agonía y en su lugar crece y se espesa. Firmeza, resolución. Izuku toma aire e Itsuka es testigo del cambio. El fuego que brilla en sus ojos habla de una determinación férrea.

—Tienes que llevarme hasta allá.

—Nadie puede ir. Los túneles se vigilan constantemente y si te atrapan no podrás cumplir con tu parte del trato.

—He prometido que te ayudare y lo haré. No faltaré a mi palabra, pero tengo que ir. Tengo que...

Se atraganta, la emoción es demasiada. Durante una fracción de segundo Itsuka vuelve a sentir la tentación de decirle la verdad, de decirle No está ahí, pero al final no puede. No se atreve.

—Por favor—dice él con su expresión implorante—Tienes que llevarme ahí.

Sus ojos, piensa Itsuka con asombrada admiración, son dos pozos de musgo fresco.

—De acuerdo—dice ella con el corazón entumido—Pero primero cumplirás con tu parte de nuestro trato.

—Lo haré. Lo haré.

—Muy bien... conozco a alguien que tal vez pueda llevarte hasta allá.

[...]

En la última noche de su ciclo la rigidez en su espalda es especialmente insoportable, por lo que Denki renuncia a dormir y en su lugar planea sentarse junto a la hoguera a vigilar. Por desgracia su hoguera amenaza con apagarse así que se ve obligado a reunir leña. Los centinelas barbaros lo saludan con cortesía cuando lo ven pasar, y Kyouka, que en ese momento está de guardia, se aparta de su puesto para ir con él.

—Date prisa—gruñe ella mientras Denki bosteza por enésima vez.

De rodillas en el suelo Denki tuerce la espalda para aliviar la tensión, se estira, mueve el cuello en círculos e intenta no pensar en el aroma de azafrán.

—¡De prisa!

—No necesito de una niñera—responde Denki reprimiendo otro bostezo—Si no quieres estar aquí no te tienes que quedar.

—Díselo a Togata—murmura ella sin mirarlo. Hay tanto fastidio en su voz que Denki se olvida de la madera y se gira, aun de rodillas en el suelo.

—¿Te hemos ofendido?

La pregunta arranca a Kyouka de su vigía, se gira hacia él con el entrecejo fruncido.

—¿Qué?

—¿Por qué nos odias tanto?

—No los odio—responde ella tras un momento.

—Lo haces—replica Denki mirándola con simpatía—Nos tratas como si fuéramos inútiles. No eres la única, algunos alfa lo hacen, especialmente si viene de Yuuei, pero de tu grupo tu eres la única que no es amable.

—Pues perdona por no ser un alfa servil, pero así soy yo.

—Eres amable con Ochako, pero no con el resto—Denki se encoge de hombros y reanuda su tarea—No te estoy diciendo que seas amable conmigo, mucho menos servil, a mí no me importa, solo quiero saber por qué nos tratas así. Lo entendería si vinieras de Yuuei, pero de tu grupo eres la única que nos mira como si nuestra presencia te ofendiera. Y siempre pones la misma cara cuando te toca hacer guardia... la cara que dice que preferirías estar haciendo cualquier otra cosa que estar con nosotros. Si te molesta quedarte en el campamento no tienes que hacerlo.

Denki termina de recoger sus ramas y se impulsa con una mano para ponerse de pie. Tras el prolongado silencio ya no espera una respuesta, así que se sorprende cuando Kyouka dice:

—Cuando nací mi tamaño les hizo creer que sería un omega. Me pase los primeros seis años de mi vida entre almohadones, telas y cuidados. Mis padres querían garantizar mi supervivencia; pero entonces obtuve mi flor—señala la marca en su cara—y desde entonces he luchado por un lugar en mi tribu. Me he esforzado muchísimo para obtener el reconocimiento del jefe Togata. Sus órdenes son absolutas para mí, sin importar cuales sean... pero a pesar de todo el trabajo que he hecho solo confía en mí para dejarme a cargo de ustedes. A Inasa lo han asignado como escolta. Kosei se ha ganado su lugar para luchar junto a nuestro líder. Y yo estoy aquí, siendo niñera.

—¿Por qué necesitamos una niñera?

—Porque los omega son débiles.

—¿Por eso te ofende que te confundieran con uno de nosotros?

—¡Yo no quiero ser débil! Los omega necesitan que los cuiden. Yo no quiero que nadie me cuide. Ellos no sobreviven. Yo lo haré. Ellos tienen fama por tener hijos. Mi fama será enteramente mía. Mis victorias y mis cazas. ¡Soy una guerrera y no volveré a dejar que nadie me confunda con un omega!

Tras el estallido todo permanece en silencio. Denki suspira, apoya las ramas contra su cadera y con su mano libre se rasca la nariz.

—¿Te das cuenta de que ellos no tienen opción?,—le dice con tranquilidad

—¿Qué?

—Tu dices que ellos tienen fama solo por tener hijos, pero no es como si pudieran hacer algo más. Por lo que Inasa me ha contado, por lo que Momo me ha dicho, cuando un omega nace se le cuida, se le consiente. Un omega no lucha. Lo has dicho tú, lo ha dicho Momo, lo ha dicho Inasa. ¿Cómo esperan que ellos sobrevivan si los tienen en urnas de cristal?

Porque son débiles.

—Comparados con el resto, sí, lo somos, no poseemos la fuerza de un alfa, la resistencia de un beta, pero eso no significa que nuestra vida sea menos que la de ellos. Para ti, que solo aprecias la fuerza física, nuestra vida puede parecerte insignificante, pero existen otros tipos de fortaleza. Tenemos alta tolerancia para el dolor, capacidad de adaptación, somos curiosos y persistentes. Ser débil no significa que estemos condenados a morir, significa que tenemos que aprender y mejorar. Lucharíamos si nos dieran la oportunidad. No nos juzgues por llevar la única vida que nos permiten tener.

Ella abre la boca, aunque ninguna palabra sale de ahí, así que Denki avanza hasta colocarse frente a ella.

—Y no seas demasiado dura contigo. Que te asignaran para cuidarnos solo demuestra que Togata confía en ti. Si somos tan débiles como ellos suponen, si somos tan preciados como ellos creen, entonces deberías verlo no como una tarea de segunda clase, sino como un trabajo que requiere lo mejor, ¿no lo crees?

Cuando la ve parpadear, Denki sonríe.

—Y sí, a un omega le gusta que lo consientan, ¿y a quién no? Cuando yo... si algún día me caso quiero que mi alfa o mi beta me mimen. Quiero que me trate con cariño. No hay nada de malo en eso. Nuestra es la capacidad de la dulzura y el cariño que recibimos es nuestra recompensa... Además, a Ochako también le gusta que la halaguen.

Se ríe cuando Kyouka frunce el ceño como si acabara de oír algo que resultara incomprensible. Cuando termina de reírse se da cuenta de la expresión sonrojada en el rostro de Kyouka, y por primera vez no le provoca malestar. En lugar de dudar, como haría si estuviera frente a Momo, o de abochornarse, como haría si estuviera frente a Eijirou, Denki siente la emoción chispear dentro de él.

Extiende la mano y le palmea el hombro con afecto.

—Lamento que te confundieran con uno de nosotros—le dice sin perder su tono juguetón—A mí también me sorprende que creyeran que una cosita tan fea pudiera convertirse en un omega bonito.

Cuando Kyouka lo empuja Denki se ríe con tanta fuerza que todas las ramas se le caen al suelo.

[...]

Mientras vuelven al campamento Eijirou no deja de interrogar a su maestro. Quiere detalles, fechas, nombres. Quiere conocer toda la historia desde el momento en que el príncipe y su grupo abandonaron el palacio.

Su maestro hace todo lo posible por llenar los huecos del relato que Tenya les hizo, pero más que eso su historia se concentra en Jin y las posibilidades de reunir a la flota restante bajo el mando del príncipe.

—Con la muerte del rey—dice Aizawa esa noche, en la parada designada para descansar—la cadena de mando se ha roto. Si la segunda parte de la flota sigue entera el Consejo se enfrentará al incienso a ciegas. No tendrán oportunidad.

—Dijiste que enviaron a Toyomitsu para alertar al Consejo.

—Eso fue lo que Shino me dijo; pero no sabemos si tuvo éxito.

—Y Shino... ¿podrá arrebatarle el control a Jin?

—Es probable que mientras Jin esté en tierra buscando al príncipe, la flota sea atacada. Es una posibilidad y Shino la aprovechará para desestabilizar la posición del traidor y asumir el control. Si lo consigue tendremos refuerzos para proteger al príncipe. Más que eso, tu grupo, todos aquellos que vienen de la prisión, serán evacuados.

—¿Y si no lo consigue?

Su maestro suspira, meditando cuidadosamente la respuesta.

—Si Shino no consigue arrebatarle el control a Jin, su única opción es huir y reunirse con el Consejo, o lo que quede de él. Nos encontramos ante una situación extremadamente delicada. Si el Consejo ha caído toda la flota le pertenece a Jin y nada impedirá que la destruya, pero si el Consejo sigue con vida, lo que harán al enterarse de la muerte de nuestro rey será ordenar la retirada.

—No pueden irse—interrumpe Tenya con expresión escandalizada—No se atreverán a abandonar al príncipe.

—Lo harán si consideran que esta muerto.

—Pero...—dice Tenya

—No pueden—añade Eijirou

—Es decir que estamos solos.

Eijirou mira a Bakugou que hasta ese momento se ha mantenido al margen.

—Tenemos aliados—responde Aizawa con calma

—El famoso Kamui, con el que ni siquiera te puedes poner en contacto. Los bárbaros, cuyo número asciende a dieciséis. La mujer, encargada de recuperar la flota, pero cuyo éxito no puedes garantizar. ¿Me falta alguien?

—El ejercito completo obedecerá las órdenes del príncipe.

—Para eso tendremos que encontrarlo. Y dudo mucho que hayas considerado que pasará con el grupo cuando empecemos con la búsqueda.

—El grupo, los omega principalmente, seguirán su trayectoria hasta la costa. De ser necesario seguirán por el desierto, cerca de la playa, y esperarán a que los recojan.

En cuanto lo escucha Eijirou se remueve incómodo, no se imagina separándose de su grupo. De Denki.

—Esperaran por un barco que podría tardar días, semanas.

—Al menos estarán lejos de aquí.

—Lejos y sin ayuda.

—Solo es temporal.

—Ya—aparta la mirada, se endereza. Cuando sus ojos vuelven a posarse en ellos su expresión se ha transformado en una mueca de desprecio—A ellos no quieres involucrarlos, pero eso no te importó cuando decidiste dejar a tu príncipe en tierra enemiga acompañado por un omega..., ¿verdad?

Eijirou se sobresalta. No solo porque la pregunta posee una fuerza seca, cortante, sino porque no está acostumbrado a que alguien le hable de esa forma a su maestro. Súbitamente se endereza, el aroma a humo que emana del rubio lo hace reaccionar de forma involuntaria.

—¿Qué?,—inquiere su maestro sin perder la calma. Las aletas de su nariz se agitan, no queda duda de que él también detecta el aroma, pero lo disimula muchísimo mejor que Eijirou.

—Recoges un omega en el mar y decides enviarlo como carnada, ¿por qué?

—En la guerra se hacen excepciones.

Su respuesta aviva la ira del rubio, Eijirou lo ve apretar los dientes, fruncir el ceño. El aroma que emana de él es asfixiante.

La respuesta de su maestro es girarse completamente hacia él y ofrecerle la expresión más férrea de su repertorio. La expresión que todos sus alumnos aprenden a temer. Su aroma, incapaz de sobreponerse al de Bakugou, se limita a plantarse firme sin retroceder.

—Hace cinco años atacaron las islas por primera vez. Supe que te habían llevado. Supe que los dos barcos se habían hundido. Después de esa vez los esclavistas se aseguraban de enviar más de dos; pero tu barco no se hundió, la prueba la tengo delante... aunque el otro lo hizo. Y hubo al menos un sobreviviente. Por el azar, el destino, o lo que sea, lo conocimos. Supongo que tu también lo conoces. No te preguntaré por él, pero supondré que es alguien a quien no deseas ver involucrado en la guerra. Lo entiendo. Sí, accedí a que viniera. No lo obligue, no se lo ordene, pero deje que lo hiciera. Su destino ya pesa en mí. No, los omega no luchan, pero tienen voluntad. Al menos así lo consideran en las islas. Cualquier otro en mi condición lo habría obligado a quedarse en el barco, cualquier otro lo habría arrastrado de vuelta a Yuuei, porque así son las cosas allá. Un omega no tiene voz. En las islas las cosas son diferentes. Lo sé. Los he visto en actividades que Yuuei nunca aprobaría. Si enfurecerte conmigo alivia tu pena, adelante, pero entiende esto. Tu ira no lo traerá de vuelta.

Durante un terrible segundo Eijirou está seguro de que el autocontrol de Bakugou estallará. Su aroma es una amenaza en sí mismo, pero el rubio se limita a levantarse, sin dejar de mirarlo.

—Tal vez haya sido su decisión—es lo primero que dice en cuanto esta de pie—Pero la tuya fue abandonarlo, sin apoyo de ninguna clase, sin garantía de éxito. Por tu vida, espero que ese príncipe tuyo lo mantenga a salvo.

Se marcha sin esperar respuesta y se aleja para hacer guardia con Inasa. En cuanto su aroma se ha mitigado, Tenya se sacude su efecto.

—Cómo se atreve—dice en voz baja—Amenazar a Aizawa-sensei...

—Está bien, Tenya.

—Incluso ha insinuado que el príncipe debe velar por la seguridad del omega, cuando ni siquiera es su prometido o familiar, ni tiene relación de ninguna clase.

—Resulta peculiar—dice su maestro y Eijirou se da cuenta de que le está hablando a él.

Eijirou frunce el entrecejo porque sabe que su maestro le está pidiendo que comparta la impresión que tiene de Bakugou y francamente no sabe por dónde empezar. Sí, el muchacho es violento, pero no lo juzga. No después de lo que ha visto y lo que sabe.

—Bakugou es...

¿Intenso? ¿Volátil? ¿Abrasador? No hay un calificativo que lo describa en su totalidad.

—Solo quiere...

No sabe siquiera cómo contarles la importancia que ese omega tiene. Si la suposición de Eijirou es correcta, si ese omega es el dueño del aroma a menta, Bakugou no se detendrá ante nada para encontrarlo.

—Busca...

¿Cómo explicarles que ese omega es la razón por el cuál Bakugou se ha negado a emparejarse? ¿Cómo decirles que gracias al aroma a menta su líder soporta el incienso más que ninguno de ellos?

—No es...

Eijirou se rinde, no puede explicarlo. No sin detallar meses de verlo entrenar tras las rejas, impulsado por la ira, la sed de venganza, el deseo que solo arde en aquellos que no tienen miedo de nada. Días de verlo cuidar del frasco que carga al cuello, de soportar su impaciencia por llegar hasta ahí, solo para descubrir que el príncipe no está y que no hay rastros por ninguna parte.

—Nos salvó—dice al final, mirando fijamente a su maestro—a todos. Y nos trajo hasta aquí. Sé, no sé cómo, pero , que nos llevará a dónde decidamos seguirlo... Cuando... cuando hice mi juramento de lealtad a la corona lo hice porque deseaba servir al príncipe. Somo el escudo que lo protege y el cuchillo que él empuña..., pero- pero si le jurara lealtad a Bakugou, no sería para servirle o protegerlo, sería para luchar a su lado. Sería para seguirlo y combatir, no por su nombre, sino por él—suspira, se remueve y se rasca la cabeza—Mi lealtad está con el príncipe, siempre lo ha estado y siempre lo estará, mi deber es protegerlo, pero si él... si Todoroki-ouji y Bakugou no consiguen entenderse... si ambos no... si ellos... yo no podría...—carraspea—Lo siento, no creo ser capaz de explicarlo.

—Y sin embargo te entiendo. Gracias por compartir tu opinión, Eijirou.

Su respuesta es asentir, frotarse las manos y masticar sin ganas su cena. Al final no puede resistirse a preguntar:

—¿El príncipe estará a salvo?

—Mientras Kamui esté con él, sí; además, está advertido sobre el incienso. Sabrá hacerle frente.

—No—responde Eijirou recordando el aroma a miel—Nadie puede prepararse para eso. Es... Hemos estado practicando, hacemos sesiones de tolerancia. Sabes que viene. Sabes cómo huele... pero la realidad siempre supera al recuerdo. Aunque estés prevenido no puedes evitar la forma como tu cuerpo reacciona.

—¿Cómo es?,—pregunta su maestro y Eijirou procede a relatarle la droga a detalle. Sus efectos, su duración, la forma como ellos lo usan.

Tenya se une a la conversación intercalando preguntas. Después de un rato se dividen los turnos para vigilar y Eijirou se duerme sin dejar de pensar en el príncipe y en el incienso.

Su maestro lo despierta muchísimo antes de que amanezca.

—Vamos—le dice para inmediatamente después inclinarse junto a Tenya.

Eijirou bosteza, se frota los ojos y se levanta. No le sorprende ver a Inasa y a Bakugou despiertos, apagando el fuego y borrando su rastro. Esos dos nunca duermen.

—Aún es de noche—la protesta de Tenya suena adormilada y enfadada. Eijirou entiende perfectamente cómo se siente.

—Si salimos ahora—responde Bakugou—llegaremos antes de que todos se levanten.

Eijirou se envuelve en su manta y avanza, luchando contra los bostezos que hacen lagrimear sus ojos; aunque las lluvias continuas han parado, son raros los días en los que puede verse el sol en el cielo repleto de nubes grises. De vez en cuando se ven sorprendidos por repentinos chubascos que aflojan el suelo y refrescan el ambiente. Hasta ahora han tenido suerte y el clima se ha estabilizado, pero no cabe duda de que el súbito descenso de la temperatura indica que eso cambiará pronto.

—Lloverá—dice Aizawa escudriñando el cielo.

—¿Cuándo?,—pregunta Bakugou sin aflojar el paso.

—En la tarde, tal vez.

—¿Otra vez?,—pregunta Eijirou harto—Desde que salimos es lo mismo. Llueve. Se para. Repite.

—Es la temporada de lluvias en Hosu—explica Aizawa—Dura semanas. Después viene la época cálida. Entonces extrañaras las lluvias.

—¿Es como nuestro verano?,—pregunta Tenya y Eijirou se desentiende de la explicación.

La noche se desvanece y el cielo empieza a teñirse en tonalidades claras. Eijirou está intentando adivinar si la predicción de su maestro es acertada cuando lo oye.

—¿Qué ha sido eso?,—pregunta en voz alta, incapaz de ponerle nombre a lo que sea que haya oído.

Pero en lugar de contestarle Bakugou se mueve, sale disparado hacia al frente sin detenerse, un segundo después Inasa lo imita. Con la sensación de catástrofe creciendo dentro de él, Eijirou los sigue.

[...]

Shuichi está listo. De pie, rodeado de sus hombres, cuenta los segundos para dar la señal de avance. Pese a que su plan es infalible, y que ha considerado los posibles escenarios, no deja de sentir una pizca de ansiedad ante la perspectiva de luchar. Es inevitable. En la guerra un solo error te puede costar la vida, y un golpe de suerte puede mantenerte a salvo.

Ganaremos, se dice, lleno de confianza. Y cuando la victoria sea suya irá en busca de Dabi a reprocharle que nunca hubiera vuelto. Se suponía que iba por los refuerzos, pero los refuerzos llegaron sin él. Dabi se había esfumado sin dar ninguna explicación.

Bastardo.

—Teniente—reacciona ante la voz y se gira para ver a uno de los hombres de Uba—Hemos localizado al líder. Estamos listos.

Shuichi asiente y lo despide, después le hace una seña afirmativa al soldado que tiene junto.

En coordinada sucesión los paquetes de incienso son lanzados mediante hondas creando un rastro blanquecino que traza un amplio arco en el cielo antes de caer más allá de la primera línea defensiva de los salvajes.

Cuando el incienso cae, el silencio del bosque es roto por el sonido del cuerno que reverbera con una potencia atronadora.

Antes de que el sonido se desvanezca, Shuichi y los suyos avanzan.

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Hiryu forma parte de la primera línea defensiva. Todos los que están ahí son del grupo alfa de la prisión, ya que si los demonios atacan no cabe duda de que utilizaran el incienso como cortina para embestir de frente y ellos, al menos, están familiarizados con sus efectos. Por precaución se han colocado de forma que el viento sople a su favor, así, aunque los demonios usen el incienso, el viento arrastrará el humo lejos de su campamento.

Pese a que lo sabe, Hiryu no deja de sentirse nervioso. Bakugou y el resto debieron haberse reunido ya con la persona, o personas, que estuvieran esperando en la catarata. Ha pasado suficiente tiempo para que hayan iniciado el regreso. En cuanto lleguen el grupo entero se pondrá en marcha.

Sin mencionar que Bakugou asumirá nuevamente el control.

Aunque el bárbaro Togata es un guerrero impresionante, Hiryu no se fía enteramente de él. No porque lo considere peligroso, sino porque no conoce el incienso, no conoce lo que ellos han visto ni lo que han vivido.

Tal vez Togata sea una líder ejemplar para su pueblo, pero para Hiryu su líder es y será Bakugou. Y no es el único que piensa de esa forma.

Las reflexiones de Hiryu se acaban cuando ve el humo en el cielo. Es difícil distinguirlo entre la hilera de árboles y el cielo gris del amanecer, pero Hiryu se aparta de su puesto a tiempo de verlo llegar al suelo. No cae sobre ellos, como cabría de esperar, sino que lo hace tan lejos que el humo ni siquiera los toca.

El sonido del cuerno provoca que el resto de sus compañeros se preparen para la embestida.

—¡Qué pésima puntería!,—grita uno de ellos encarando las sombras que se mueven.

Justo en ese momento las ramas altas de los árboles se sacuden cuando el viento sopla a su favor, hacia el frente. Hiryu lo entiende. Intentan separarnos. De inmediato concentra su aroma para atraer la atención de sus compañeros. Alerta. Los que tienen a su lado se unen a él para iniciar el contraataque.

Con el incienso de por medio Hiryu y el resto han perdido contacto con el líder Togata, ahora es imposible comunicarse con su grupo. Lo único que queda es luchar.

En cuanto la primera línea de demonios aparece, Hiryu se mueve. Su grupo entero lo sigue.

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El grupo de Goro lleva en movimiento desde la noche anterior, se han desplazado río arriba para utilizar la corriente en lugar de luchar contra ella. Son diez, todos ellos capaces de moverse por el agua sin hacer ruido.

Se dividen en dos grupos, el primero que permanece en la parte superior del río y el otro que sigue su camino hacia el otro extremo del claro. Una vez ahí, esperan.

En cuanto el sonido del cuerno irrumpe en el cielo ambos grupos salen del agua y se internan entre las líneas defensivas. Su misión: Prenderles fuego a los carromatos.

Al otro lado del claro el grupo de arqueros ha tomado posición y están listos para batir a cualquiera que intente emprender una retirada por el río o para cubrir a sus hombres cuando tengan que replegarse.

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Pese a que su ciclo termina, la incomodidad se queda. Siempre ha sido así y siempre lo será. Denki sabe que la molestia durará un par de días, los mismos que tardará el amargo sabor del panax en desaparecer. Por eso, cuando uno de ellos sugiere preparar té de hierbas para acelerar el proceso, Denki se apunta en el grupo que traerá el agua.

Ni siquiera han llegado al río cuando lo oyen.

—¿Qué fue eso?,—pregunta Denki, repentinamente aterrado.

La respuesta que recibe es el grito de alarma del bárbaro que camina detrás, pero la advertencia llega demasiado tarde. Las flechas caen sobre ellos como una lluvia de gotas inmensas.

Resulta curiosa la forma como su mente reacciona. En lugar de nublarse la realidad adquiere una nitidez asombrosa y todo se detiene, porque solo puede verla a ella, ahí, inmóvil.

Chieka en el suelo, sangrando, con una flecha atravesando su ojo.

Hace tan solo segundo estaba a su lado charlando, aún sigue siendo capaz de oírla, ¿crees que hoy salga el sol?

El sol. Ella quería ver el sol.

Lo siguiente que sabe es que está inclinándose hacia ella cuando de pronto el dolor se abate sobre él, como un mazo que cae sobre su hombro. Denki grita y se desploma.

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Kyouka se encuentra en la línea de árboles cerca del río a la espera de que el grupo omega vuelva. La mañana es fría, las gotas de rocío siguen adheridas a las hojas del árbol en el que se apoya, y el cielo es de una delicada tonalidad grisácea. Todo parece indicar que será otro día improductivo.

Está bostezando cuando el sonido del cuerno la sacude de pies a cabeza. Instantes después detecta el aroma de alarma de Kao, el cual se desploma hasta desvanecerse. Está lista para correr cuando detecta movimiento en su periferia.

Kyouka corre hacia las sombras que ha visto moverse, de ellos no detecta aroma alguno por lo que se prepara para recibirlos. Son cinco, todos ellos con apariencia de rana, todos ellos inmensos. Sin perder ni un solo segundo Kyouka hace girar su lanza en un círculo completo, asume una postura de combate y permite que su aroma se disperse a su alrededor.

Cuando el primero de los intrusos desenvaina su arma Kyouka salta hacia ellos emitiendo un grito de batalla ininterrumpido.

Usa la base de su lanza para impulsarse, el demonio esquiva su patada, pero en cuanto ella aterriza empuña su lanza al frente a una velocidad impresionante, como si fuera una serpiente que se estira para atacar. La punta se hunde en la zona blanda de la entrepierna. De inmediato Kyouka la retrae y un borbotón de sangre la sigue.

Mientras el demonio grita Kyouka se impulsa hacia arriba haciendo girar su lanza sobre su cabeza manteniendo a sus enemigos a raya. De pronto cuatro de los demonios se apartan de ella y corren hacia el campamento, Kyouka está a punto de seguirlos cuando el otro -el más grande de todos- se interpone en su camino.

Cuando ataca Kyouka lo esquiva, tras lo cual procede a disparar su lanza en rápida sucesión hasta conseguir que la punta se hunda en al menos tres puntos distintos. El demonio es inmenso y las pequeñas heridas no parecen molestarle así que embiste una y otra vez.

Kyouka no retrocede, se mueve con una agilidad felina, salta y gira en una danza bien ejecutada, como una peonza que baila alrededor de un mastodonte sin gracia. Sus ataques son cada vez rápidos, no son golpes al azar, no son cortes insignificantes. Cada uno de ellos han sido hechos con la única intención de desangrar a su contrincante.

El demonio jadea, su cuerpo cubierto de sangre, su cabeza ligera y sus músculos rígidos.

Sin perder tiempo Kyouka lanza un último ataque en el cual su lanza atraviesa el cuello del demonio. En cuanto su enemigo cae a tierra Kyouka pone rumbo al campamento.

Ni siquiera ha empezado a sudar.

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La primera línea defensiva resulta estar compuesta de bestias que luchan con una ferocidad inhumana. Shuichi maldice cuando uno de sus hombres cae junto a él en una intensa refriega con uno de los salvajes. Aprovechando la distracción Shuichi enarbola su espada y la hunde en la espalda del enemigo, está listo para rematarlo cuando otro de ellos se lanza sobre él haciéndolo trastabillar.

El salvaje ruge, su grito parece alertar al resto porque retroceden y se reagrupan sin una sola orden, y al mismo tiempo sigue lanzando estocadas con su cuchillo mientras sus compañeros rearman su ofensiva.

Shuichi aprieta los dientes cuando el cuchillo se le clava en el antebrazo provocando que su espada caiga. Se echa para atrás trazando un arco amplio con el cuchillo que tiene en la otra mano. De esa forma consigue que el salvaje retroceda.

—¡Ahora!,—grita a viva voz y casi de inmediato caen en el campo otra serie de cilindros que emiten humo blanco.

Como espera los salvajes retroceden, alejándose del humo, dejándolos a ellos entre las nubes blancas que el viento arrastra en la dirección contraria, pero no pueden escapar del incienso que se arrastra por detrás.

Ahora están rodeados.

—¡Crucen!

A su orden responde el rugido de batalla de toda su tropa.

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En la segunda línea defensiva se encuentran el grupo alfa con menor resistencia al incienso y el grupo de bárbaros que no están acostumbrados a tratar con él, pese a ello Mirio no tiene intenciones de retroceder.

Cuando los demonios cruzan el incienso el aroma de Mirio se espesa a su alrededor y se extiende en todas direcciones transportando una sola orden: Atacar. Su aroma posee una rica variación de contrastes que son apabullantes. Cuando un alfa lo huele su ritmo cardiaco aumenta, sus músculos se contraen y todo su cuerpo asume una postura de ataque.

Mirio es el líder y ante su orden todos se mueven.

Golpe, finta, cuchillazo. Mirio grita cuando derriba a su primer oponente, su aroma se enriquece creando descargas eléctricas a los alfa que luchan bajo su mando. En respuesta ellos reaccionan más rápido, luchan con más ahínco, rugen mientras se embriagan del aroma de su líder.

En algún punto a su izquierda Kosei se ríe mientras él y su grupo contiene la primera embestida de demonios que emergen del humo blanco. El aroma de Mirio es tan potente que logra inflamar su sangre con el deseo de victoria.

A su derecha Tamaki es una presencia sólida, firme, que sí, se ve envuelta en el aroma de su líder, pero por su naturaleza el aroma solo afila su concentración y aguda sus sentidos, aun cuando no lo llena de esa energía que solo puede apreciar otro alfa.

Mirio lucha con un abandono natural, con la gracia de aquellos que han entrenado para sobrevivir en las condiciones más duras. Se ha ganado su título de líder a pulso, ha vencido a contrincantes más fuertes, más fieros, que aquellos que ahora lo retan.

Ninguno demonio posee un aroma, es como luchar contra una bestia noumu, pues resulta imposible detectar su determinación o su estado. Mirio encuentra tristísimo que aquellas criaturas tengan que vivir su vida sin conocer la intimidad, la familiaridad que ellos comparten con solo su sentido del olfato; pero incluso si siente pena por ellos no planea concederles la victoria. No tiene pensado rendirse.

Así que lucha y mata, no solo por la amenaza que ellos representan para él, sino porque tras su línea no queda nadie que pueda proteger a los omega. Es ese pensamiento el que alimenta su energía y enardece su aroma. La victoria está al alcanza de su mano, la siente y la saborea. Sabe que vencerán. Y es ahí cuando todo se derrumba.

De pronto Mirio se encuentra rodeado. La situación no lo amedrenta, se limita a esquivar, a atacar, consigue matar a dos antes de que uno de los demonios burle su defensa. Mirio no pierde tiempo y lo apuñala, pero en lugar de esquivarlo el demonio usa su último aliento para soplar el polvo que tiene en su mano directamente a su cara.

De la impresión trastabilla y aunque su intención es apartarse la reacción natural de su cuerpo es toser para de inmediato inhalar.

Miel, densa y pegajosa y extremadamente potente.

El polvo pica su nariz al ascender por sus fosas nasales y detenerse en algún punto dentro de él. Siente el polvo a la altura de sus ojos, picante, pegajoso, molesto, abrasador. Tose, pero eso no lo ayuda a despejarse. Sacude la cabeza como un animal herido.

Mientras su nariz intenta sacudirse el aroma, mientras su cerebro experimenta un cortocircuito masivo, Mirio es incapaz de esquivar el cuchillo que termina hundiéndose en su pecho.

Lejos, muy lejos, oye la voz de Tamaki, suena amortiguada como si estuviera envuelta en algodones. Le gustaría entender lo que dice, pero lo único que puede ver es un escenario blanco envuelto en estática. Todo su mundo huele a leche dulce. Leche saturada de miel.

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Cuando una tropa lucha el sistema de comunicación más eficaz son los sutiles cambios en el aroma; por supuesto que el sistema no admite una conversación compleja, pero permite identificar la posición de sus compañeros, reconocer advertencias, seguir ordenes, utilizando solamente su sentido del olfato. Sin embargo, siempre hay un aroma que se sobrepone al resto, hay uno que dicta órdenes y alrededor del cual todos los demás giran.

El aroma de un líder no solo sirve como sistema de comunicación, también incentiva la personalidad combativa de los alfa que luchan junto a él y mantiene un control absoluto sobre los beta que combaten bajo su mando. Un alfa líder no solo es aquel que dicta ordenes, su presencia es un estímulo en el corazón de los soldados que luchan con él.

El aroma de un buen líder puede extenderse grandes distancias y en combate hace la diferencia entre la victoria y la derrota, porque mientras el líder luche, todos los demás lo harán; mientras el líder resista, su tropa resistirá.

Un alfa líder representa el sol alrededor del cual sus soldados beben de él para luchar. Por su importancia, por su poder, solo los mejores pueden asumir ese papel... pero incluso los mejores pueden caer.

Cuando el aroma de Mirio se derruma es como cubrir el sol, como quedarse ciego, sordo y frío. Ante la perdida de su aroma los alfa que lo siguen se ven repentinamente sacudidos, son arrancados y devueltos a la fría incertidumbre.

La confusión dura un segundo, pero es suficiente. Después viene el caos.

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[...]


n/a

¿Qué podemos decir?

Sé que yo diría: no!, pero no sé ustedes. ¿Habrá muertos? En toda guerra los hay. ¿Izuku logrará pasar desapercibido? *suspiro* Quiero creerlo, pero el chico camina con un letrero encima de: Aquí estoy y es difícil de ignorar. ¿Dónde está el príncipe? Como bien dijo Aizawa mientras Kamui esté con él estará a salvo. ¿Y los demás? Hay tantos puntos en la historia que me resulta tentador ir y escribir capítulos enteros de Tsuyu-Fumikage, de Kamui, de Hizashi, de la escolta de Shoto, de Mina, etc, pero no lo haré porque entonces nunca avanzaríamos.

¿Y Denki? Denki es un sol y se merece cariño y respeto.

¿Ahora tienen polvo? En realidad siempre han tenido polvo, lo queman cuando quieren convertirlo en humo. Podemos decir que Mirio ha recibido una dosis "pura".

Por último quiero aclarar que el final no significa que todos entren en pánico y huyan, pero si estas en medio de un combate por tu vida y de pronto sientes como si alguien te hubiera arrancado todo el aire de golpe te va a tomar un segundo recomponerte.

Pero bueno, ya me dirán que piensan. ¡Nos leemos! 

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