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Capítulo 21: Añoranza

Notas sobre el título: El capítulo 6 de la historia se titula Nostalgia. Éste se titula Añoranza, que, si bien son sinónimos, hay una ligera diferencia. Nostalgia es una pena que sientes por algo o alguien que perdiste y que no puedes recuperar (sientes nostalgia al recordar tu infancia). Añoranza también es una sensación de pérdida, pero de algo que puedes repetir (añoras la comida de tu madre).

Sinopsis: Existen personas tan nobles que sufren cuando otros lo hacen. Existen horrores en nuestro mundo que son difíciles de imaginar, pero no existe mayor mal que aquel que ejercemos contra los nuestros.

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"Though lovers be lost, love shall not" - Dylan Thomas

Aunque los amantes se pierdan, el amor no lo hace.

[...]

El mundo es un hoyo oscuro que palpita, es caliente e incómodo y parece extenderse en todas direcciones de forma lenta pero constante. No duele, no como una herida mortal. Es incomodidad, bochorno, tensión, ansiedad y deseo. Es como si no cupiera dentro de su cuerpo, como una energía que vibra dentro de él buscando salida, queriendo estallar.

Entre las mantas sucias Izuku gime, se frota, se mueve. Se gira boca abajo, encoge las piernas, se apoya en los codos, se endereza hasta encontrarse a cuatro patas respirando agitadamente, con el cuerpo cubierto de sudor y totalmente desnudo. La oscuridad lo rodea, el mundo es frío y está completa y absolutamente vacío.

Tiene la entrepierna húmeda, con su erección presionando contra su vientre. Otra oleada de calor asciende por su cuerpo, sus manos ceden e Izuku apoya la cara contra las mantas, inhalando, buscando un aroma que responda al suyo.

Solo encuentra tierra y un indistinguible tufo de podredumbre.

Izuku baja las caderas, las aprieta contra las piernas dobladas, todo su cuerpo se contrae en un nudo tenso, a la espera.

La sensación de bochorno remite e Izuku rueda sobre su costado hasta colocarse boca arriba. No hay techo visible, no hay mundo a su alrededor, solo oscuridad. Es como flotar en una balsa sobre un mar infinito. Las manos de Izuku cobran vida y se desplazan perezosas sobre su cuerpo. Se toca, con la mente en blanco, intentando aliviar la necesidad.

Pero no puede, no hay satisfacción.

Es entonces cuando su mente lo traiciona. Kacchan. El nombre tiene el suficiente poder para sacudirlo, para despertar cada terminación nerviosa, para aflojar sus músculos ante la expectativa de lo que él considera inevitable... pero cuando eso no pasa su mente solo atina a evocar una sucesión de recuerdos con la esperanza de aliviar la espera; esos recuerdos florecen dentro de él como capullos en el jardín.

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Katsuki junto a él, comiendo, con los pies en el agua, tiene la mirada fija al frente, pensativa e inalcanzable. Izuku quiere tocarlo, quiere extender la mano y deslizar los dedos por su hombro, pero se contiene, porque se acuerda de sus hojas sin flores y se avergüenza.

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Katsuki sonriendo cuando consigue vencer por primera vez a un alfa dos años mayor a él. El gesto es amplio, rebosante de orgullo y autoridad.

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'Aquí plantaremos un campo', recuerda su voz, con sus timbres infantiles rebosantes de determinación.

—Kacchan—su nombre es un eco que se eleva y se desploma en el silencio que lo rodea.

'Aquí plantaremos un campo', recuerda sus ojos de un escarlata intenso que no se apartan de él. Su aroma es madera y humo, intoxicante, familiar, abrasador, como una fogata en una noche fría.

—Kacchan—la súplica se pierde en el vacío que lo rodea. Gira cada vez más rápido hasta desvanecerse.

'Aquí plantaremos un campo', recuerda sus manos y su boca, recuerda sus hombros, la extensión de su brazo que señala. Y recuerda sus ojos, firmes, decididos y aterrados. Y se permite soñar. 'Y cuando las veas te acordarás...'

'Me acordaría de ti aunque no tuviera ni una sola flor azul, Katsuki', su nombre, enroscándose en la punta de su lengua y sacudiendo su mundo.

—Katsuki

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Una descarga lo recorre y casi de inmediato su cuerpo entero se contrae. Todo queda en pausa, pero la dulce y tibia inconsciencia no dura demasiado. Dentro de su pecho la añoranza se arremolina con la fuerza de un mar embravecido, crece y se agita, soplando culpas y reproches. En su estado, con sus emociones a flor de piel, le resulta imposible controlarla. La pena y la angustia se desbordan de él en oleadas cada vez más grandes. Llora de nuevo, con el antebrazo derecho sobre los ojos, el cuerpo encogido, y su mano izquierda cubriendo su boca a fin de mitigar los sollozos. El nudo que se forma en su garganta es casi físico, le impide tragar sin hacerse daño.

Pasan las horas, los sollozos se calman. Izuku se limpia las manos contra la manta, después la estira con cuidado y tantea hasta que encuentra su odre de agua del que bebe con cautela. Se estira y come, o más bien mastica sin fuerza el pan que aún le queda. Al final se sumerge en una duermevela tumultuosa, llena de recuerdos, de escenas fragmentadas.

No deja de recordar la frase 'Aquí plantaremos un campo' aunque no consigue recordar dónde la ha oído antes. Cada vez que piensa en ella tiene ganas de llorar, de encogerse en un rincón y gritar hasta quedarse sin aire. Es como un cuchillo que se entierra en su corazón sangrante.

Después de un rato la necesidad regresa, Izuku despierta embotado, incomodo, ansioso. Y todo vuelve a empezar.

[...]

Las hojas de panax son amargas y uno de sus efectos secundarios es el exceso de saliva. Denki lo detesta, pero es muchísimo mejor tener que escupir cada quince minutos que abandonarse a la necesidad que lo convertiría en un blanco fácil.

La planta controla el flujo de lubricante en su cuerpo, mitiga su deseo, lo mantiene despierto y le da energía, pero eso es todo, aún con ella la sensación de incomodidad persiste. Nota sus hombros tensos, el vientre vacío, y cada músculo de su cuerpo suplica a voces el contacto, cada hueso dentro de él desea consuelo.

Sentado junto a la rueda de uno de los carromatos y removiéndose en su lugar cada cinco minutos en busca de la posición más cómoda, Denki escupe el exceso de saliva y sigue masticando. El sabor del panax es asqueroso, aunque no lo suficiente para provocarle náuseas. Denki mastica, se estira, escupe y repite.

Antes los carromatos solo transportaban a un puñado de los suyos, aquellos cuyo ciclo iniciaba temprano. Ahora casi la mitad del grupo se encuentra dentro. Si fuera cualquier otro día se ayudarían entre sí para calmarse, para disponer de unos preciosos segundos de deliciosa laxitud, aunque no satisfacción, pero ahora todos mastican panax vigilando con cuidado sus alrededores.

Otra de las ventajas del panax es que el aroma es tan amargo que atenúa, solo en parte, el poderoso aroma que un omega en ciclo emite. No es suficiente sin embargo y todo el grupo omega ha tenido que alejarse del campamento principal. Se han instalado cerca del río, mientras aquellos que están libres del ciclo preparan la comida y vigilan que ningún alfa se aproxime.

Ayudando con la vigilancia están los barbaros beta que poseen cierta tolerancia al ciclo omega, entre ellos se encuentran las dos bellezas bárbaras de pelo negro -Denki ni siquiera ha tenido oportunidad de preguntarles su nombre-, y Kyouka, que ayuda a Ochako a distribuir las raciones de comida.

Denki se frota las manos, cierra los ojos e intenta relajarse. Con la mente en blanco lo primero que se le ocurre es la sonrisa desinhibida de Eijirou, tan inmensa que la punta de sus colmillos se asoma por entre sus labios. Denki recuerda la sensación electrizante que sacudió su cuerpo al ser mordido. Es acordarse de ese día y sentir que la tensión vuelve de inmediato, bulle dentro de él como burbujas de agua hirviendo. Denki se remueve en su lugar, repentinamente acalorado. Le echa la culpa a su ciclo, lleno de emociones descontroladas y deseos reprimidos. Es su época más vulnerable, cuando la culpa se aferra con fuerza y los recuerdos afloran con mayor facilidad.

'Denki'

Es como una maldición, la forma como pronuncia su nombre, delicado, maravillado, enternecido. Denki lo aborrece, aborrece la forma como su cuerpo se retuerce, la sensación de ansiedad que se extiende dentro de él ante la remembranza. Pero no, en realidad no es eso lo que aborrece. Aborrece la sensación de pérdida... porque lo extraña. Lo extraña pese a que solo convivieron un mes, un mes completo de charlas absurdas y verdades absolutas. No intercambiaron datos personales y aun así hablaron de todo. Rieron y lloraron -al menos Denki lo hizo- y compartieron la clase de intimidad que resulta aterradora.

Porque durante ese mes se acordó de quien había sido antes. Del Denki que tenía una madre y soñaba con recuperar la panadería de sus padres. Un sueño simplista para un chico simplista. El Denki de esa época reía con la boca abierta, alzando el cuello, sin miedo. El Denki de esa época era feliz, hacía bromas, y podía coquetear sin sentir culpa. El Denki de esa época adoraba apropiarse de la atención de cualquier alfa de su edad. Ese Denki no se habría sentido abrumado por la atención inocente, la sonrisa franca y la deslumbrante personalidad.

Así que se alejó, impuso el silencio entre ellos. Tenía que alejarse, tenía que levantar los muros y avanzar; porque ese Denki estaba muerto y era absurdo pensar en él.

El Denki de ahora no piensa mucho en el futuro, no más allá de lo que comerán mañana. El Denki de ahora no puede reír sin sentir miedo. El Denki de ahora no se siente capaz de buscar consuelo cuando sabe que eso es un arma de doble filo.

Y se odia, porque una parte de él extraña reír y otra parte -más dura y acerada- sigue contando los días hasta que el sueño termine y tenga que volver a los calabozos oscuros. La mayor parte del tiempo puede acallar ese miedo, pero ahora, cuando sus emociones se agitan inconsolables dentro de él se vuelve sumamente difícil fingir normalidad. Y lo extraña. Lo extraña, no solo por la risa, sino porque se contuvo para no marcarlo cuando habría sido tan fácil, porque es amable y honesto y franco y Denki no se siente merecedor de su atención.

'Denki'

Incapaz de soportarlo por más tiempo, Denki abre los ojos, estira las piernas y escupe de nuevo. Se levanta con esfuerzo y va en busca de Ochako que está repartiendo mantas. Se detiene junto a ella, escupe la pulpa amarga que lleva en la boca y le dice:

—¿Qué hago?,—inmediatamente después toma otras dos hojas de panax y empieza a masticar. El penetrante sabor amargo consigue mitigar su ansiedad.

—Descansa, Denki—responde Ochako mirándolo con simpatía—Duerme un poco si eso quieres.

—No puedo dormir.

Cada vez que intenta dormir vuelve a soñar con Eijirou y si no es él son los cuervos. Las aves de alas negras y ojos rojos. Los ve en su sueño mientras sobrevuelan encima suyo hasta que llega un momento en que descienden bruscamente hacia él y graznan con un sonido terrible. Despierta aterrado con la sensación fantasmal de sus picos desgarrando su carne.

Tres días y el susto de los pájaros sigue ahí.

No es el único, sabe que los cuervos también han activado las alertas en la cabeza del líder bárbaro. La única razón por la que el grupo entero no ha hecho maletas para irse de ahí es porque Togata no se atreve a mover al grupo omega durante la luna llena. En su lugar ha desplegado varios grupos de centinelas alrededor del perímetro y ha ordenado establecer círculos de defensa.

Denki lo sabe porque Kyouka ha tenido la amabilidad de explicárselo a Ochako.

—Ve a descansar—añade Kyouka mirándolo con una sonrisa condescendiente. Ella siempre es condescendiente con él, con todo el grupo omega en realidad, no con Ochako por quien parece sentir una simpatía absoluta.

—No puedo descansar—ella no lo entiende y él no puede explicárselo; no tiene forma de decirle que aunque el panax consigue controlar su necesidad, la ansiedad sigue ahí—Y no puedo dormir.

Al final Ochako se apiada de él.

—Ve y siéntate en la fogata con Momo, ella está cuidando del fuego. En cuanto termine con las mantas iré a platicar contigo.

Denki asiente y obedece. Se deja caer junto a la hoguera, que está caliente y resulta asfixiante, pero es muchísimo mejor que estar solo rodeado de ideas absurdas. Momo, la belleza bárbara que deslumbra con su larguísimo pelo oscuro, le sonríe con dulzura.

—¿Tienes hambre?

Denki sacude la cabeza, todo lo que come le sabe a panax así que prefiere esperar hasta que el hambre sea insoportable. Ella toma nota de sus emociones tumultuosas y guarda silencio, así que es él quien tiene que iniciar la conversación.

—¿Es cierto que hay torneos para escoger al compañero de un omega?,—pregunta en voz baja sin dejar de masticar y escupir.

—¿Quién te ha dicho eso?

—Inasa. Platicamos antes de que se fuera.

—Oh... bueno, sí, los hay. No muchos omega nacen en cada generación. Y la mayoría de ellos mueren antes de llegar a la adolescencia. Los que sobreviven para alcanzar su primer ciclo reciben proposiciones de un numeroso grupo de candidatos. Si la familia ya ha escogido un pretendiente el asunto no pasa de ahí, pero a veces organizan torneos de combate para elegir a su consorte.

—¿Qué pasa con el resto?

—Si buscan tener descendencia se unen a mujeres beta. La mayoría de ellas se comprometen jóvenes.

—¿Kyouka tiene un prometido?

Momo se ríe—Kyouka es un caso especial. Es pequeña para la media bárbara así que no resalta con facilidad, pero tampoco es que a ella le interese el asunto. No quiere unirse a un alfa, ni tener hijos. Por lo que sé, desafío la voluntad de su familia y se entrenó para ser guardia personal de Togata. Y al final su esfuerzo dio frutos porque todos la reconocen y la respetan y sus padres han dejado de preguntarle por sus prospectos.

—¿Y tú?

La sonrisa de Momo se atenúa.

—Bueno, mis padres tenían intención de casarme con el jefe Togata, pero él y Tamaki formalizaron su relación pese a que nunca podrán tener descendencia. Así que mientras mis padres siguen con la ilusión de que el jefe Togata tal vez considere convertirme en la madre de sus hijos, tengo la oportunidad de viajar con su grupo.

—¿Un hijo? ¿Quieres un niño?

—Algún día me gustaría tener hijos, por ahora aprovecho la libertad que tengo para hacer lo que me gusta.

—¿Qué es...?

—Viajar, conocer el mundo que existe más allá de las montañas.

—Ya.

—Sabes, tienes unos ojos preciosos. Son de un dorado brillante como oro derretido. Si vivieras en las montañas la lista de tus pretendientes sería larguísima.

Denki se eriza, traga con fuerza en lugar de escupir y el amargo sabor del panax se desliza con lentitud por su tráquea. Se cubre los ojos con las manos y por suerte para él Ochako llega a cambiar de tema.

—Creo que tenemos que irnos—dice ella y por la forma como Kyouka frunce el entrecejo, Denki entiende que no se trata de un tema nuevo—Si tu señor cree que vendrán a buscarnos...

—¿Buscarnos?,—interrumpe Denki—¿Quiénes?, ¿los guardias?

Ochako se inclina hacia él y le susurra.

—Kyouka dice que es una posibilidad.

—En realidad—explica Kyouka ante la mirada aterrada de Denki—siempre ha sido una posibilidad. Es cuestión de tiempo antes de que descubran lo que sucedió en la prisión. Tarde o temprano enviarán a un grupo tras de ustedes. Lo más importante ahora es prepararnos para alejarnos de aquí lo antes posible.

—Tendríamos que irnos ya—dice Ochako con ira, pero Denki la conoce lo suficiente para saber que su ira es solo la máscara que oculta su miedo.

—No—responde él con suavidad—tenemos que esperar a Bakugou.

—Aunque ellos estuvieran aquí—añade Momo—el jefe Togata no aceptaría moverse mientras la luna llena esté en el cielo. Le preocupa demasiado exponerlos al peligro en su condición.

—Podemos cuidar de nosotros—dice Denki

—Y podemos luchar—añade Ochako

Tanto Kyouka como Momo se escandalizan.

—Un omega no lucha—explica Momo con calma—El jefe Togata jamás se atrevería a permitir que un omega entre en combate. Nosotros los cuidaremos.

Kyouka asiente y enumera cada una de las precauciones que su líder ha puesto en marcha.

Denki y Ochako la escuchan con atenciòn, pero eso no consigue calmar su ansiedad.

[...]

El final de un ciclo es como despertar tras un largo día de ejercicio: Exhausto, con las articulaciones adoloridas, la piel pegajosa y sucia, el pelo empapado y un hambre voraz; pero no es nada que un buen baño, una buena comida y una infusión de astrágalo no consiga aliviar. Por desgracia Izuku no cuenta con ninguna de esas tres cosas.

Cuando despierta se siente vacío, ligero, como alguien que ha llorado hasta quedarse sin lágrimas. Se toca el rostro y de inmediato nota la hinchazón alrededor de las mejillas y los ojos. Es una suerte que no haya nadie con él porque no quiere ver caras llenas de pena ni desea conforte de ningún tipo.

Toma aire con lentitud, no hay voces que lo alienten a no rendirse, no hay energía que lo impulse a moverse. Dentro de él, en lo profundo de su mente, sabe que la tristeza que lo invade es un síntoma indiscutible del luto, y que en determinados casos puede conducir a la muerte; pero en la naturaleza de Izuku no existe la opción de rendirse. Sin importar lo difícil, lo aterrador o lo complicado que algo pueda ser, Izuku sigue porque nunca ha deseado ser una carga para nadie.

Muévete, tienes que moverte, con lentitud se gira. Toma aire a bocanadas, luchando con la pesadez que lo invade.

Alguien se ha tomado la molestia de encender la lampara, también le han traído comida, una pequeña cubeta de agua, una tácita de pasas y un pequeño trozo de tela limpio. Sobre la tela hay un rectángulo de papel que dice: No salgas, volveré al amanecer.

Con movimientos metódicos Izuku toma su odre de agua y lo llena. Examina el nicho y se arrastra hasta el estante; en él encuentra hojas secas de hierbabuena en uno de los frascos y también una vieja esponja.

Báñate, tienes que bañarte.

Deshace las hojas de hierbabuena y coloca un poco de agua en el frasco, después usa la esponja y el resto del agua para eliminar la tierra de su piel y pelo. A falta de jabón tiene que tallarse con fuerza hasta que siente arder su piel. Cuando termina usa el agua del frasco con hierbabuena para cubrir el aroma a ciclo que aún perdura en su cuerpo. No es un baño propiamente dicho, pero al menos ha conseguido que su cuerpo esté lo más limpio posible.

Come, tienes que comer.

Su comida consiste en un plato de remolachas hervidas, cuando Izuku las toca se da cuenta de que aún están tibias. El agua que se encuentra al fondo del plato es de un intenso color rojo.

Algo dentro de Izuku se contrae.

Come.

Izuku acerca la tacita de pasas y empieza a comerlas sin prisa, sin dejar de ver el líquido rojo en el fondo del plato. Cuando las pasas se acaban Izuku extiende la mano y toma una remolacha. Se la come con mordiscos pequeños, con el jugo escurriendo por su mano, cubriéndola de un color rojo y manchando sus dedos de una tonalidad más oscura.

La remolacha se termina e Izuku contempla sus dedos con ojos vacíos. Sin pensarlo extiende la mano hacia la nota y la toma. Le da la vuelta y la coloca sobre su rodilla. El papel se mancha al contacto con sus dedos, pero a Izuku no le importa. Con muchísimo cuidado, sin detenerse a pensar, empieza a dibujar. Lo hace con una precisión nacida de la costumbre, traza la flor con su dedo índice dándole la forma que recuerda, humedeciendo sus dedos en el tinte rojo y usando sus uñas para los bordes.

Como el espacio es reducido no puede dibujar la imagen completa con forma de espada compuesta de muchas flores parecidas, así que solamente dibuja una, pero se queda satisfecho con ella. Sujeta el trozo de papel y la mira.

Solo alguien que haya visto la versión real podría reconocerla.

'Aquí plantaremos un campo'

Se acuerda de la promesa, se avergüenza de haberla olvidado. Le ha tomado años pensar en ella y casi desearía no haberlo hecho porque todo lo que siente ahora es dolor.

No seas debilucho.

El recuerdo lo llena de nostalgia, Izuku toma aire una vez más, con fuerza. Alza los ojos al cielo y contiene el aliento hasta que está seguro de que no se echará a llorar de nuevo.

Una vez seco, coloca el trozo de papel con su flor bajo la tacita vacía, se acaba la segunda remolacha y después procede a masajear sus músculos con cuidado; mientras trabaja no deja de repetirse las mismas palabras: voy a salir de aquí, buscare a Shouto, y cuando todo esto acabe volveré a casa, veré a mi madre. Visitare a Mitsuki. Le diré...

Se le humedecen los ojos y tiene que hacer una pausa para controlarse.

Izuku se viste y en un arranque de ansiedad se pone a limpiar el nido. Sacude las mantas, revisa el estante y reordena todos los frascos. Cuando no le queda nada que hacer apaga la lámpara para ahorrar aceite, se sienta con las piernas encogidas y empieza a recitar su lista de plantas. Cuando termina vuelve a empezar, una y otra vez sin permitir que su mente divague.

Tan concentrado está que no escucha los pasos que se aproximan. Se sobresalta cuando la pared falsa es removida y la omega de la vez anterior entra llevando su propia lampara. Entre sus brazos lleva un paquete que le tiende sin decir palabra.

Cuando Izuku lo abre encuentra tres papas cocidas, toma una y le extiende el resto a la muchacha, pero ella sacude la cabeza.

—Son para ti, come, necesitarás fuerza—de pronto se detiene y aspira—huele a hierbabuena, ¿eres tú? No recuerdo que olieras así.

—¿Eh? Oh, no. Solo lo use para limpiarme. ¿Huele demasiado?

—No, no, pero resalta aquí porque usualmente no huele así.

—Lo sé... este cuarto huele a muerto.

Ella se entiesa.

—¿Te diste cuenta?

Izuku se encoge de hombros.

—No te lo he preguntado antes, lo siento, ¿cómo te llamas? Yo soy Izuku.

—Mi nombre es Itsuka.

—¿Cuánto tiempo llevas aquí?

—Demasiado... no lo sé.

—Perdona.

Itsuka lo deja pasar.

—Dijiste que te hiciste pasar por beta, ¿por qué?

—Es una historia larga, ¿quieres oírla?, ¿o has venido para hablarme del favor?

Itsuka asiente despacio, guarda silencio y cuando empieza hablar lo hace lentamente, sin dejar de mirarlo a los ojos.

—Dijiste que eras un sanador, ¿mentiste?

—No.

—Bien—traga saliva, sus ojos se desvían a la pared, toma aire y finalmente lo mira—porque necesito que me lo quites—coloca una mano en su vientre y es toda la explicación que Izuku necesita.

—¿Por qué?

Sus ojos verdes se llenan de lágrimas—No puedo tenerlo, no de nuevo.

—No te entiendo.

Ella se recompone, suspira—¿Sabes lo que sucede en las prisiones?

—Los obligan a emparejarse.

—Sí. Cuando eso pasa nos traen aquí. En la prisión siempre nos advertían sobre los emparejamientos, decían que conducía a un destino peor. Y tenían razón—toma aire, Izuku la ve luchar con cada palabra que pronuncia—Cuando llegué aquí nos encerraron durante semanas enteras a mi alfa y a mí. Esperan a que el vínculo se fortalezca y después abren la puerta. A mí me encadenaron a mi celda. A mi alfa le asignaron un trabajo en el embarcadero, se marcha temprano, vuelve tarde y duerme junto a mí por la noche. Cada mañana se marcha a construir barcos. Sé que no todos trabajan ahí, algunos son llevados a las montañas para ampliar los túneles o preparar otras cupulas como la que viste al entrar.

—¿Cuántas cúpulas hay?

—Yo solo conozco la mía, pero sé que hay más—suspira—Cuando llegas tienes que quedarte ahí, sin hacer nada. En la prisión nos daban trabajo, nos hacían sentir útiles, pero al llegar aquí... De la comida se encarga el grupo omega adulto, aquellos que son demasiado grandes para ser enviados a la prisión. Ellos cuidan de los nuevos.

Izuku asiente, se acuerda del adulto que viajaba en el mismo barco que él.

—¿Y ellos no conocen cuántas cupulas hay?

—No, ninguno de ellos puede hablar. Les cortan la lengua al llegar. No pueden decirnos nada, ni advertirnos ni acusarlos. Se limitan a llevarnos de comer.

Izuku procura tragarse el horror que lo sacude.

—¿Cuánto tiempo te dejan ahí?

—Hasta que tu estado empieza a mostrarse.

Ella no añade más e Izuku traga con fuerza.

—¿Te embarazaste?

—Todos aquí lo hacen, no se puede evitar. No tenemos panax para debilitar los síntomas del ciclo, y tarde o temprano te dejas llevar. Cuando eso pasa te dejan salir y te unes a la rutina: Cocinar, lavar, coser, limpiar... nos encargamos de nosotros y de los nuestros.

—Los alfa...

—Obedecen las ordenes, se comportan. No pueden arriesgar la vida de su omega o la de su cachorro. No huirán mientras su omega este encadenado a la celda. Tampoco lo harán una vez que salgan de ella.

Izuku respira, cuando lo hace nota el temblor en las manos; aprieta los puños y se atraganta.

—Tú-

Ella retoma su relato, su voz adquiere un ritmo apresurado, como si intentara escupir el mal que le hace daño.

—No muchos llegan hasta el final. La alimentación es terrible, insuficiente, pero a ellos no les importa. Si el omega pierde al bebé vuelven a intentarlo. Vuelven a encerrarlo y el ciclo se repite. Pero si el cachorro consigue nacer se lo llevan, y entonces te dejan salir porque saben que así nunca irás a ningún lado.

—Tu bebé...

—Va a cumplir un año, creo. Aún vive. Pero no será por mucho tiempo.

—¿Qué...?

—Algunos dicen que se los llevan para criarlos, para darles una mejor vida, pero es mentira. Lo sé. No sé que hacen con ellos, pero ninguno sobrevive.

—¿Cómo lo sabes?

—Cuando se llevaron al mío me quede a solas con el omega que limpiaba. Aunque no podía hablar le hice muchas preguntas. ¿A dónde lo llevan?, ¿qué harán con él?, ¿estará a salvo?, y él empezó a llorar. Le pregunté: ¿estará bien?, y sacudió la cabeza. Me dijo que no. Le pregunté: ¿vivirá? Y su respuesta fue levantar un dedo.

—¿Un dedo?

—Un año. Todos los niños viven hasta que cumplen un año.

—¿Estás segura?

—He visto los patrones. No sé qué harán con nuestros hijos, no sé para que los quieren, pero después de un año dejan de ser útiles. Entonces vuelven a encerrarte y todo empieza de nuevo. La mayoría cree que sus hijos están a salvo, así que se comportan para evitar que les hagan daño.

—¿Nunca has compartido tu sospecha con nadie?

—¿Para qué?, no tengo pruebas.

—El omega...

—Desapareció, solo lo vi esa vez. Después de eso el resto se mostró aún más reacio a compartir información. Y aunque alguno de ellos me respalde, ¿qué podemos hacer?

—Luchar.

—Lo hacemos.

Una certeza se forma en la cabeza de Izuku y estudia el nido con nuevos ojos.

—Aquí-

—Quisimos engañarlos. Dar a luz aquí y fingir que el bebé había muerto, pero ninguno de nosotros es médico. Y ellos son tan jóvenes. Hasta ahora hemos perdido a quienes lo han intentado.

Izuku mira a su alrededor y lo entiende. Un parto es en sí difícil. No se puede imaginar lo complicado que puede llegar a ser en una situación donde el omega se encuentre desnutrido, débil, y peor aún, que sea tan joven como lo son todos aquellos que han sido secuestrados.

—¿Qué pasa con el alfa? Cuando su omega muere.

—Enloquece. Entonces los guardias se lo llevan y no volvemos a saber de ellos.

Izuku asiente lentamente, su miedo se agita dentro de él como un ser vivo que espera el momento para huir. El terror y el asco se mezclan a partes iguales, luchando uno contra el otro para ver quien vence al final; pero también siente ira, una cólera sin precedentes que ruge en su interior y amenaza con romperlo. Cuando supo que los esclavistas forzaban los emparejamientos se dijo que tenía que ayudar a Shouto y al resto, que no se iría hasta que su gente estuviera libre... y ahora... ahora la situación es mil veces peor y esta vez está solo.

—Por favor—añade ella con dolor—tienes que ayudarme. Prefiero que vuelvan a encadenarme, prefiero morir encerrada en una celda a soportar la idea de que me lo arrebaten y lo dejen morir después. Si lo haces, prometo hacer todo lo que este en mi mano para ayudarte a escapar.

La voz de Aizawa vuelve a resonar en su mente: "¿Estás dispuesto a tomar este riesgo porque crees que puedes ayudar o porque estás de luto y no te importa lo que pase contigo?"

Esa vez lo tenía claro. Podía ayudar, su intención nunca había sido entrar en combate, conocía la zona y estaba seguro de que podía hacer una diferencia. Ahora esa certeza se ha esfumado, no siente que él pueda cambiar algo, pero también sabe que no puede dejarlos. Sin importar lo que pase, Izuku no se imagina abandonándolos.

Lo siento, mamá.

—Te ayudaré—dice con voz temblorosa—pero no solo a ti.

[...]

—¿Tenemos respuesta de Dabi?,—pregunta Shuichi en cuanto su mano derecha se detiene junto a la mesa que exhibe el mapa de la región.

—Recibimos un cuervo de la Ciudadela, teniente. Dabi y Shigaraki no vendrán.

—Lo suponía, ¿han llegado los refuerzos?

—Sí, teniente. Se han instalado y se alistan para el combate.

—¿Cómo van los preparativos?

—Todo se encuentra en orden, señor. Hemos desplegado dos grupos de centinelas, se mantienen al borde del campamento de los salvajes, fuera de la vista de sus vigías—conforme habla coloca dos tachuelas de color azul sobre el mapa.

—¿Cómo está la situación?

—El grupo de salvajes se han extendido a lo largo del río, suponemos que lo utilizan para cubrir su retaguardia. Han establecido dos semicírculos de defensa y han apiñado sus transportes y provisiones cerca del agua—coloca las tachuelas de color rojo formando dos curvas cuya base es la línea azul que está marcada como río Ha. Al centro de ambos, cerca del río, coloca una sola tachuela blanca.

—El río es un problema. Si iniciamos una formación de punta bastara que ellos dividan sus fuerzas y nos caigan encima. Rodearlos parece ser nuestra única opción.

—No tenemos suficientes hombres, señor; aún con los refuerzos nuestro número sigue quedándose corto.

—Al menos la mitad de ellos solo sirven para criar, no luchan. Es probable que los hayan dejado al centro, aquí—señala la tachuela de color blanco—si pudiéramos entrar por aquí...

—¿Señor?

—¿Cuánto incienso tenemos?

—Ah..., no tengo el número exacto, teniente.

—Pues investiga. Y quiero aquí a mis jefes de escuadrón. ¡Ve!,—el chico esta cruzando la cortina que da al exterior cuando Shuichi añade—¡Y trae a Uba!

En cuanto esta solo, Shuichi estudia el mapa con una concentración febril. Para cuando sus hombres hacen acto de presencia, él tiene un plan listo para ser ejecutado.

—¿Cuánto?,—pregunta

—Al menos cincuenta cartuchos que los refuerzos trajeron consigo. Todos tiene la marca de la prisión.

—No importa, estos son vulnerables a ella. Muy bien, tenemos ordenes de limpiar este estropicio. Nada de capturas, solo limpieza. Ellos tienen la ventaja del terreno, nosotros tenemos el incienso. Goro, tu equipo está compuesto de hombres rana, ¿no es así?

—La mayoría, sí.

—¿Crees que puedan desplazarse por está parte del río sin ser detectados?

—El caudal es fuerte en esta sección.

—Lo sé, ¿pueden o no?

—Aunque se pudiera, ¿qué harán diez de ellos contra todos esos salvajes?

—Crear pánico. Quiero un grupo de los mejores arqueros con ellos, los cubrirán mientras tu grupo destruye las provisiones. Tenemos la sospecha de que llevan incienso con ellos.

—¿Para qué?,—pregunta alguien

—No lo sé y no me importa. La misión de tus hombres, Goro, será prenderle fuego al carromato con el incienso. Será la distracción perfecta. Nosotros utilizamos el incienso en el círculo exterior y desde el centro el incienso que ellos llevan se expandirá hacia afuera, así desmontaremos su defensa.

—¿Y si no queda incienso?

—No importa, prende fuego a los carromatos. Cuando sepan que el enemigo llega por atrás, los salvajes se dispersarán, será una caza fácil, ¿tienes un blanco, Uba?

—Sí. Hemos identificado al líder. Alto, rubio. Hace patrulla en la sección derecha del semicírculo interior. Cada cierto tiempo cambia de sección y dos veces al día se acerca al círculo exterior para recibir informes.

—Bien, quiero concentrar nuestras fuerzas ahí. Nuestra prioridad es derribar a ese salvaje. Una vez que este fuera y que sus filas se hayan roto iniciaremos con la limpieza. Preparen a sus hombres, quiero que todos estén listos para atacar está noche.

Un potente "Sí" reverbera dentro de la tienda, inmediatamente después todos se dispersan. Shuichi le hace una seña al hombre llamado Uba.

—Espero que tengas una mejor descripción que alto y rubio. No quiero confusiones.

—Lo tengo ubicado, teniente. Cuando inicie el ataque mi grupo se encargará de él.

Shuichi asiente y lo deja marchar. Estamos listos

[...]

Itsuka parpadea: —¿Qué?

Pero en lugar de contestarle el omega se muerde el pulgar con expresión pensativa. Itsuka lo observa fascinada. El muchacho posee unos extraordinarios ojos verdes, de una rica tonalidad oscura, tras los cuales se esconden una mente perspicaz, lo sabe porque, aunque el miedo emana de él, en todo momento se mantuvo atento y no dejo de hacer preguntas.

Pese a que posee todas las características de un omega hay en él un aire de firmeza que Itsuka no recuerda haber visto jamás. Sí, existe en él la delicadeza de su género: La suave curvatura del cuello, el delicado mentón, sus labios mullidos, sus hombros llenos de pecas le confieren un aire infantil, y las pecas que se extienden sobre su nariz y ojos dotan a su mirada de una intensidad electrizante, pero si miras con atención encuentras la prueba de que no es un omega cualquiera. Le basta ver sus manos llenas de cicatrices, sus brazos torneados y sus piernas atléticas.

Y está el hecho de que se hizo pasar por un beta. Entre su gente no habría sido posible, pero ahí, donde los demonios no pueden distinguirlos más que por sus flores, resulta creíble. Lo que sorprende a Itsuka es la determinación.

—Te ayudaré—repite Izuku con firmeza, arrancándola de sus pensamientos—pero no podemos quedarnos aquí para siempre.

—¿De qué estás hablando?

—¿Qué pasaría si el resto se entera de lo qué pasa con sus hijos?

—¿Ah?... no lo sé.

—¿Crees que podríamos convencerlos de luchar?

—¿luchar?... no... no sé... ni siquiera sé si lo que te he dicho es cierto.

—Podemos averiguarlo.

—¿Cómo?

—No lo sé... aun, pero lo sabremos.

Itsuka sacude la cabeza, incrédula—¿Quieres que luchemos?, ¿solos?, ¿contra todo un ejército?

—No solos. El ejército de Yuuei está aquí.

Itsuka abre la boca y la cierra, sin decir nada. Entonces el muchacho procede a explicarle que el rey de Yuuei ha decidido atacar, que su intención es destruir los puertos y los embarcaderos.

—Tenemos poco tiempo—dice Izuku al final—Los vi llegar cuando me capturaron, no sé cuánto tiempo ha pasado desde entonces, una semana como mínimo, tal vez dos. Tampoco sé cuándo iniciarán el ataque, no sé cuánto tiempo se quedarán, pero si logramos enviar un mensaje, sabrán que estamos aquí.

—¿Cómo vamos a enviar un mensaje?

—Conozco a uno de los guardias que trabaja en la prisión beta. Tengo que llegar hasta él. Si dices que ahí es la entrada de la Ciudadela debe haber un túnel que me lleve hasta allá...

Itsuka sacude la cabeza, incrédula.

—Tengo que irme—dice de pronto, abrumada por los murmullos incomprensibles, por su repentina energía, por su decisión—Es hora de que me vaya—repite en voz alta pero cuando el otro la ignora, Itsuka empieza por recoger la bandeja con la comida.

No está segura de lo que vendrá después, pero al menos sabe que él cumplirá con su parte del trato.

Está recogiendo la tacita vacía cuando ve el papel bajo ella. Es su nota, pero está manchada de rojo. Al darle la vuelta la ve: Una flor roja. No es perfecta ya que los bordes se difuminan por culpa de la tinta.

¿Dónde ha encontrado la pintura?, piensa Itsuka al contemplar la imagen.

No le resulta familiar así que la aparta, pero no puede dejar de mirarla porque le maravilla que el muchacho haya podido dibujar algo así de la nada. Al final suspira, termina de recoger el plato y la cubeta, y de reojo mira el trozo de papel en el suelo.

Entonces la ve.

En realidad, es el color el que activa su memoria, el color y la forma. Ha visto esa flor antes, sí, aunque nunca sola. Ha visto muchas de ellas alineadas una tras otra, uniéndose bajo la forma de una espada.

Estoy alucinando.

—¿Es una flor de gladiolos?

No se da cuenta de que ha hecho la pregunta en voz alta hasta que se percata del silencio absoluto. Un silencio denso, inconsolable. Cuando se gira para mirar a Izuku le sorprende la expresión de desdicha y desconsuelo que se refleja en sus ojos. Y su aroma... su aroma es el de un omega que sufre.

—Lo siento—murmura Itsuka extendiéndole el papel que el otro toma con manos trémulas—No quise tocarlo, pero estaba aquí... y bueno... la pintura...

—¿Qué has dicho?,—su voz, diminuta y frágil, ha perdido la firmeza de antes.

—Lo siento, la confundí. Creí que... olvídalo... lo siento...

—Está bien.

Se quedan ahí, los dos, con el silencio a su alrededor, con el aroma a nostalgia que emana de Izuku. Su aroma sacude a Itsuka, hace despertar su propia melancolía. Antes de darse cuenta empieza a desahogarse.

—¿Sabes? Me recordó algo. A alguien, en realidad. Un alfa con el que intentaron emparejarme. El primero que tuve. No fue... no fue como me habían dicho que sería. Se suponía que teníamos que engañar a los guardias, pero él ni siquiera quiso oír de eso. Al principio lo odie. Ambos éramos miserables y él simplemente... él no quería... tuvo que pasar mucho tiempo para que finalmente lo entendiera. Eso no hizo que las cosas fueran más fáciles, pero lo entendí.

—¿Entender qué?

Itsuka sacude la cabeza, no sabe cómo expresarlo con palabras.

—No había pensado en él desde que llegue aquí. He visto la flor y me acordé.

—¿Por qué?

—Por su marca. Tenía una flor de gladiolos roja, de un color escarlata brillante, en su lado izquierdo. Parecía una espada, una espada que nacía en su corazón y llegaba hasta su hombro.

El cambio es inmediato, tan repentino que resulta abrumador. Itsuka se sobresalta cuando lo huele. Una emoción tan apabullante que la paraliza.

—¿Qué pasa?,—pregunta ella repentinamente alarmada.

[...]

Su corazón martillea sin control, le tiemblan las manos y el estómago. Su cambio de humor es tan repentino que no consigue controlarlo. Se ordena a si mismo mantener la calma, pero la reacción de su cuerpo es involuntaria.

Basta, basta, no es él, no es él.

Se le han puesto las orejas calientes de la ansiedad.

—¿Qué pasa?,—al oír la pregunta Izuku sacude la cabeza, repentinamente mudo y aterrado—¿Estás bien?

Respira, tienes que respirar. Le tiembla el corazón en un compás sin ritmo ni pausa. Respira. Haciendo un esfuerzo titánico Izuku sacude la cabeza sin dejar de mecerse.

—Lo siento—dice una vez que consigue hablar, su voz no deja de temblar—Me he dejado llevar. Yo...

—Tranquilo.

Izuku traga en seco, nota la sangre latiéndole en los oídos. No es él, se repite por enésima vez, no es él, pero tampoco puede apartar de su mente la flor de gladiolos. Si preguntas por él te darás cuenta de que no es Katsuki. Pregúntale y lo sabrás.

Pero no quiere preguntarle. No quiere enfrentar la verdad. Solo un momento, quiero tenerlo de vuelta un momento. Puede verla, brillante y magnifica, la flor de gladiolos en el pecho de Katsuki. Vivo y a salvo, solo es un sueño.

—Bien, tal vez sea mejor que me vaya...

—¿Cómo se llama?,—interrumpe Izuku cuando ella hace ademán de marcharse.

Itsuka parpadea e Izuku se alista para el golpe de realidad.

—No lo sé—responde ella tras un momento—nunca me lo dijo. Yo le dije el mío, aunque después me enteré de que no era una costumbre hacerlo.

—¿Cómo era?

—Callado—guarda silencio, lo medita con cuidado y de pronto pareciera que los recuerdos vuelven a ella, porque una vez que empieza no puede parar. Izuku la escucha sin dejar de temblar—Feroz. Indomable. Aterrador; intentó escapar varias veces. Nunca se dio por vencido. No tenía miedo.

—¿Era...? ¿Tenía...?, ¿cómo era?

—¿Físicamente? Guapo. Flaco como todos los demás, pero no era debilucho. Tenía costumbre de entrenar sin importar lo cansado que estuviera. Una vez me pidió un cuchillo, dijo que era bueno con ellos, pero nunca se lo di. Rubio, alto, y sus ojos... sus ojos eran inolvidables. De un color escarlata oscuro. Podían paralizarte con la furia que transmitían.

Izuku se dobla sobre sí mismo, tiene un hueco en el estomago y no está seguro de si estallará en llanto o se desmayará. No es él, no es él..., no puede ser él. Está intentando recomponerse cuando Itsuka termina por destruir su autocontrol.

—Lo curioso es que nunca tenía frío... supongo que la gente de las islas guarda el sol en su interior.

Izuku rompe a llorar como si fuera un niño pequeño. Alivio. Terror. Agonía. Esperanza. Un sinfín de emociones estallan dentro de él como una tormenta inclemente. Solloza en voz alta cubriéndose los ojos con las palmas de las manos.

Kacchan.

Continuará


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