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Capítulo 20: Noche de Luna Llena

Sinopsis: Resulta difícil de ignorar. La sensación de vértigo, los calambres, la ansiedad. Cada músculo se contrae, pulsa con vida propia. La energía que vibra dentro de mí, esperando, anhelando el momento en que pueda salir y me hunda en el calor y la necesidad.

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Izuku corre y la bestia lo sigue de cerca, sin atacar. El pánico del primer encuentro remite y al hacerlo le permite darse cuenta de lo inusual de la situación. No tarda en comprender que la bestia lo está dirigiendo en lugar de perseguirlo. Para probar su teoría cambia bruscamente la dirección que sigue y de inmediato la bestia salta sobre él para obstruirle el camino. Izuku resbala cuando frena de golpe.

De cerca el animal es aún más aterrador, carece de pelo en la cabeza, lo que deja a la vista un cráneo duro con ojos de un rojo opaco, casi marrón. De su hocico sobresalen hileras de afilados dientes que rezuman baba transparente. Y su pelo, de un color amarillo seco, es largo y apelmazado, de él emana un inconfundible aroma rancio.

Izuku está seguro de que nunca ha visto ni oído nada de semejante animal.

El animal gruñe –arrancándolo de su contemplación– baja la cabeza y da señales de querer avanzar.

Izuku exhala con lentitud y se arriesga. Con pasmosa lentitud estira su pie a la derecha, y de inmediato el animal emite un violeto gruñido en el que muestra sus dos hileras de dientes filosos. Izuku retira su pie. Después repite la acción hacia la izquierda y el animal se queda quieto, esperando. Izuku recoge su pie y vuelve a intentarlo con los mismos resultados.

Bueno... me está guiando, ¿pero a dónde?

Moviéndose con extremada cautela, Izuku intenta retroceder. Consigue dar tres pasos antes de que el animal emita un gruñido amenazador, tan alarmante que Izuku se paraliza en su lugar.

Bien, no puedo huir. Podría seguirlo... ¿y luego qué?... Aún me queda suficiente carne, tal vez pueda distraerlo con ella. No aquí, la zona no tiene lugares para esconderse... Muy bien, Izuku, síguelo, y en cuanto tengas oportunidad escapas.

Izuku asiente para si mismo, se traga el resto de sus murmullos y avanza hacia la izquierda. Camina con lentitud, pendiente de sus alrededores, esperando encontrar alguna zona que le permita eludir a su perseguidor; pero su plan se esfuma de su mente al detectar el inconfundible aroma de un grupo omega.

¿Qué...?

Se mueve sin titubear. Ese no es el aroma de un incienso, no es una esencia prefabricada, ese es el aroma natural de un omega vivo.

El aroma se intensifica conforme avanza. Al final consigue llegar a una hondonada en medio de las montañas. El único camino por el que puede accederse es escarpado y la bestia que lo persigue viene detrás. Cuando Izuku empieza a descender por la ladera de la hondonada descubre un montón de huecos en las paredes laterales. La mayoría de ellos cuentan con una bestia apaciblemente sentada descansando.

Izuku se detiene ante la visión, allá donde mire hay dientes del tamaño de dedos y garras que se afilan contra las rocas. En la base de la hondonada hay un estanque en el que un puñado de jóvenes omega pescan mientras otro grupo cuida del campo de hortalizas bajo un techo de madera mal improvisado.

Izuku no sabe que es más sorprendente, si el hecho que ninguno de ellos parece intimidado por las bestias que los rodean o que parecen relativamente a salvo.

La bestia detrás de él ruge e Izuku se sobresalta; cuando regresa su atención al estanque todos lo miran.

Es como si de pronto todos hubieran contenido la respiración, el silencio es tal que Izuku teme haberse quedado sordo, de pronto el omega que se encuentra más cerca de él le hace señas frenéticas para que baje. Izuku obedece, a falta de opciones. Baja, o más bien se desliza, por la pendiente rocosa y cuando finalmente llega hasta el fondo los muchachos lo arrastran hasta la sección más alejada del campo de hortalizas.

Antes de que Izuku diga nada todos ciernen sobre él lanzando una pregunta tras otra, sin pausa.

—¿Dónde conseguiste esa ropa?

—¿Qué estabas haciendo allá?

—¿Cómo lograste salir?

—¿Cómo pasaste a los guardias?

—¡¿Qué estabas pensando?!

—¡Basta!,—la persona que grita es una chica delgada y alta de pelo naranja corto que se abre paso hasta Izuku y aparta la comitiva—Los guardias vendrán si oyen alboroto. No tenemos tiempo, todos vuelvan a sus tareas. ¡De prisa!

—Pero...

—¡Ahora!, si los guardias lo encuentran así nos castigarán a todos.

La amenaza surte efecto porque el grupo completo se dispersa dejando a Izuku con la muchacha de ojos verdes.

—Vamos, quítate la ropa.

—¿Qué?

—De prisa, tienes suerte que ninguno de los guardias te viera. ¿De qué sección eres?

—¿Sección?

—¡En qué piso te alojas!

—Yo no...

—Sé que eres nuevo—tironea de su ropa al mismo tiempo que lo interroga—¿cuándo llegaste?

—No, espera

—... ¿cómo lograste subir?

—Deja, ¡no!

—... ¿hace cuánto te dejaron salir?

—¡ESPERA!,—Izuku levanta sus manos entre ellos deseando espacio para pensar—No sé de lo que estás hablando, ¿qué están haciendo ustedes aquí?

Pero ella se ha quedado muda; su expresión es una mueca desencajada. Su cara, de por si pálida, ha adquirido el color de la ceniza y sus ojos verdes permanece completamente abiertos.

—Usas vendas.

El susurro es incrédulo y aterrado. Izuku mira su cadera donde los tirones han dejado a la vista parte de los vendajes que cubren su parte media. Extrañado, Izuku alza los ojos y estudia a las personas a su alrededor. Solo entonces se percata que, aunque todos usan pantalones largos, ninguno lleva vendas dejando a la vista atisbos de sus marcas personales.

—¿Quién eres?

Izuku ignora la pregunta, concentrado como esta absorbiendo los detalles que lo rodean. De inmediato se da cuenta de tres cosas importantes: Todos llevan collares y muñequeras de piel con argollas. Su ropa consiste únicamente en un pantalón, las mujeres también usan un sarashi, lo que deja a la vista la extremada delgadez y las cicatrices en su cuerpo. Por último, el aroma que emiten posee un sutil indicio de alfa.

Todos ahí se han emparejado.

—¿Quién eres?,—repite ella con firmeza escrutando su rostro con sospecha—¿De dónde vienes?

—Mi nombre es Izuku, son un sanador, vengo...

—¡¿Sanador?!

—¿Qué-? Sí...

—¿Eres medico? ¿Eres un omega medico?

—Nunca he operado a nadie antes, pero sí, lo soy..., ¿en dónde estamos?

Pese a que sospecha la respuesta, le resulta imposible luchar contra la sensación de fatalidad que cae sobre él al confirmar su peor pesadilla.

—En la Ciudadela.

[...]

—¿Estás bien, Denki?

Despierta al oír su nombre, le toma un momento reconocer el rostro de Ochako, que se inclina hacia adelante intentando escudriñar su rostro.

—Estoy bien, es solo que...

Se endereza repentinamente ansioso, rota el cuello en un intento por aliviar la tensión en sus hombros y se masajea el vientre en movimientos circulares. Reconoce los síntomas, y sabe que es cuestión de tiempo antes de que tenga que recluirse en los carromatos junto a sus compañeros.

—¿Quieres volver?,—pregunta Ochako en voz baja sin parpadear.

—No, esta bien, es... ya sabes—Ochako asiente, pero sigue mirándolo con aprehensión—Estoy bien—repite Denki dedicándole una sonrisa amistosa—Anda, sigue, todavía no quiero irme.

Ochako suspira y después de dedicarle otro rápido escrutinio se gira hacia Kyouka, la beta que sentada junto a ella le cuenta de su aldea y de las dificultades que soportan día con día.

Es la primera vez que Denki la ve sonreír, así que no quiere interrumpir el momento. Prefiere acomodarse junto al tronco que le sirve de respaldo, estirar las piernas hacia la fogata que ilumina la noche y darle a su amiga tiempo para charlar. Eso y que secretamente espera el regreso del grupo de Bakugou.

No deja de escrutar las sombras que se mueven, los arbustos que se agitan por el viento. Tal vez sea culpa del ciclo que se acerca, pero tiene ganas de ver la sonrisa de Eijirou. De escucharle decir su nombre.

De reojo ve a un pájaro, un cuervo, negro como la noche, apostado en uno de los árboles que rodean la fogata. Denki pasa su vista sobre él y se deja arrullar por la noche.

[...]

—No, no podemos estar en la Ciudadela—no puede evitar que su voz se alce desbordante de pánico—La Ciudadela está al otro lado. La vi. Está cerca del río. Vengo de ahí.

—Esa es la entrada, la prisión está ahí y el embarcadero, pero la ciudadela está bajo tierra. En el centro de la montaña.

Izuku se pasa una mano por el pelo, tironeando de sus mechones con fuerza.

—Tenemos que salir, tenemos que irnos antes de que los guardias vengan.

—¡No!

—¡Sí!, tenemos que movernos. Si conseguimos alejarnos...

—¡Para!, ¡para!, no podemos irnos.

—¿De qué estás hablando? ¡Tenemos que huir!

—Nadie ha logrado salir de aquí—alza el brazo y señala a las bestias—esas cosas están entrenadas para traernos de vuelta. Nunca permitirán que te alejes. Nos dejan salir sin guardia porque saben que nadie puede escapar..., ¿cómo es que tienes vendas? ¿de dónde las has sacado?

—¿No podemos irnos?

—No hueles a alfa, ¿te has emparejado?

Un repentino calambre consigue que Izuku recuerde con urgencia lo que se avecina.

—Escucha, contestaré a todas tus preguntas, te diré todo lo que sé, pero tienes que ayudarme. Esta es la luna de mi ciclo, necesito un escondite... Necesito una frazada y agua. Tiene que ser un lugar donde los guardias no puedan encontrarme.

Los ojos verdes de la omega lo miran con un inusitado escrutinio.

—¿Cómo has llegado hasta aquí?, ¿cómo esquivaste a los guardias?, ¿por qué no hueles a alfa?

—Necesito-

—No, si de verdad quieres mi ayuda me dirás la verdad ahora. No puedo confiar en ti. Podrías ser un espía.

—¿Espía?

Al ver su expresión empecinada, Izuku toma aire y se lo cuenta. No la verdad completa ni su relato entero pues necesitaría más que unos minutos para ponerla al corriente. Le hace un resumen de cómo fue que lo capturaron y cómo escapó de ellos. Al final añade:

—Mi intención era ocultarme en las montañas y seguir hasta la frontera. No sabía que esas cosas estaban aquí.

—La Ciudadela tiene túneles con entradas ocultas por toda la sierra montañosa. Los usan para trasladarse con facilidad..., para pasar desapercibidos. Es imposible moverse por las montañas sin que las bestias te detecten.

—Ya pensaré en algo, ahora tengo que esconderme, ¿puedes ayudarme?

La muchacha sigue mirándolo, como si estuviera tomando una decisión.

—¿De verdad eres médico?

—En las Islas los llaman Sanadores.

Ella asiente, mortalmente seria.

—Te ayudaré, pero a cambio te pediré un favor. Y no podrás negarte.

—¿Qué favor?

—Te lo diré después. Ahora, si quieres mi ayuda te quitaras la ropa. Y las vendas. Puedes dejarte el pantalón, vamos a cortar tu camisa para hacerte unas muñequeras como las nuestras, no serán iguales, pero al menos evitarán que los guardias se fijen en ti cuando entremos.

—¿Entrar, a dónde?

—Hacia allá está el túnel que nos lleva de vuelta a la Ciudadela. Salimos a trabajar en la madrugada, antes de que el sol salga, y en un rato tendremos que volver. Tenemos que atravesar dos puestos de guardia para entrar. En el último nos contarán, pero el cambio de turno se hace al amanecer y no querrán prolongarlo para ver por qué sobra uno. Sería diferente si faltara, pero en este caso nos dejarán pasar, estoy segura, del mismo modo que sé que se fijaran en ti si no llevas las muñequeras.

—¿Entrar?,—repite Izuku con los ojos abiertos—No quiero entrar ahí. Estoy intentando alejarme de ahí.

—Si quieres mi ayuda tendrás que entrar, es la única alternativa.

Izuku aprieta los puños, su estómago se enrosca en sí mismo y cuando empieza a notar los calambres en el vientre no tiene más opción que asentir.

Un paso a la vez, primero esto, y después ya veré.

[...]

Denki se despierta y aún es de noche, ni siquiera ha sido consciente de haberse dormido; pero en algún momento se ha dejado arrastrar por el sueño porque el cielo ha dejado de ser gris claro y ahora es de un vivo color negro. La hoguera sigue crepitando y se haya rodeado de un nutrido grupo compuesto enteramente de jóvenes omega, quienes escuchan con reverente atención el relato de Kyouka.

"...había sido mi lanza favorita, la tenía desde la primera vez que salí al desierto, y esa bestia se había atrevido a romperla. Me enojé, vaya que si lo hice. Estaba harta. Esa cosa me había asediado durante días. No me importó que estuviera famélica, en ese momento me sentía furiosa. Quería venganza. Tenía a mi disposición un montón de rocas, no servían como arma, pero las utilice para afilar los dos trozos de mi lanza, los amarre a mis antebrazos, de manera que la punta sobresaliera. Tenía que esperar al amanecer, sabía que no tenía oportunidad de vencer en la noche, así que esperé, con el estómago vacío, la pierna mala y la boca seca. Iba a intentarlo, saldría de ahí o me aseguraría de que él no lo hiciera."

"Cuando llegó la mañana puse mi plan en marcha. Junte todas las rocas que tenía cerca y las impregne de sangre, volví a ponerme la venda en su lugar, me asome por el borde de mi escondite y lo vi. Estaba ahí abajo, esperando. El pilar en el que me encontraba se hallaba alejado de todo lo demás, y aunque él no podía escalar no planeaba marcharse, así que me armé de valor y lance la primera roca, la más grande, en la dirección opuesta. En cuanto oyó el ruido se enderezó, vi cómo se agitaban sus fosas nasales al detectar el aroma. Entonces lancé la segunda roca, en la misma dirección, pero más lejos, después una tercera y una cuarta; se movió, corrió hacia las rocas, en ese momento me descolgué y caí a cuatro patas sobre la arena. Para entonces él ya estaba dando vuelta."

"Se movía rápido el bastardo, cubrió la distancia que nos separaban en segundos, pero en lugar de alejarme me apreté contra el suelo. Salte en cuanto lo tuve cerca, de haber sido un terreno plano habría llegado alto, pero la arena se comió parte de mi impulso así que termine encaramándome a su pecho en lugar de llegar hasta su cabeza. No se lo esperaba, y antes de que tuviera oportunidad de hundirme las garras hundí la lanza en su corazón. La maldita cosa se rompió antes de que lograra penetrar hasta el fondo, pero la utilicé de apoyo y hundí la otra debajo de su mentón. Esta vez atravesó toda la carne blanda. Barbilla, lengua y cerebro. Cayó muerto conmigo encima de él."

¿Todo eso solo por sus dientes?,—pregunta Ochako, con expresión extrañada mientras el resto del grupo despierta de su asombro.

Kyouka se echa para atrás y se muestra ligeramente confusa con la pregunta.

—Sí, bueno, su carne no es precisamente una exquisitez así que no los cazamos con fines alimenticios. Había pensado dejarlo ir después de quitarle sus dientes, pero ya no podía darme ese lujo. ¡Llevaba tres días en ese maldito pilar!

—¿Podemos ver el colmillo?,—pregunta Yui sentada al otro lado de la hoguera.

Su petición hace eco en el resto de sus compañeros que redoblan sus murmullos dejando a Denki con la sensación de que se ha perdido la mitad de la historia.

—Por supuesto—responde Kyouka recuperando su sonrisa mientras se endereza en su lugar—Es el cuarto diente que cuelga de la pulsera que el jefe Togata lleva en su muñeca.

Su público intercambia miradas, sin comprender.

—He visto esa pulsera—responde Denki sin pensar—Esta tejida a mano y tiene cinco dientes colgando de ella. Son cosas gruesas y largas.

—Lo son, ¿verdad? Imagina que decenas de ellos se cierran sobre tu pierna. La arrancarían de cuajo.

—¿Por qué lo tiene él?,—pregunta Ochako

—Todo aquel que quiera formar parte de la guardia personal de nuestro líder le ofrece un colmillo de un Balenka. Es tradición. Hace muchísimos años todos los aldeanos le ofrecían un diente de Sukabenja como símbolo de lealtad, pero con el tiempo el líder dejo de aceptarlos. Ahora solo lleva consigo aquellos que le son entregados por sus guardias personales. Uno de Tamaki. Uno de Inasa. Uno de Kousei. Uno mío.

—¿Y él último?

—Se lo entregó el anterior líder, Yagi, justo antes de desaparecer.

—¿Murió?

—Es lo que muchos piensan, se adentró en el desierto y nunca volvió. Nos duele pensar que un gran líder como él pudiera encontrar su fin en el mar de arena, pero eso nos recuerda lo peligroso que es cuando nos adentramos en él.

—Pero es absurdo que los obliguen a tomar ese riesgo—dice Ochako con el entrecejo fruncido—Podrían morir al enfrentarse a esas cosas.

—Nadie nos obliga, es un reto que tomamos con gusto. Es una ofrenda que decidimos aceptar. Solo los mejores tienen el privilegio de unirse a la guardia personal del líder. Si no eres capaz de sobrevivir a un Balenka, entonces no tienes lo que se necesita para cuidar del líder.

—Pues aun así es absurdo. En mi aldea no había rituales. Si un alfa quería unirse al ejército solo tenía que enlistarse con los capitanes, ¿no es así, Denki?

—Así es..., los únicos rituales que conocemos son los de enlace.

—¿Cómo son las bodas en tu aldea, Kyouka?,—interviene Yui

—Cuando una pareja decide vivir junta solicitan un lugar para asentarse. El día en que ambos se mudan todos llevan algo para compartir en el banquete. La pareja inicia la fiesta prendiendo la chimenea y asando una pieza de carne que alguno de ellos haya conseguido cazar. Entre más grande, mayor la fortuna que se espera.

—¿No hay cortejo?,—pregunta alguien en algún lado alrededor de la fogata—¿No hay ceremonia de emparejamiento?

—¿Cortejo?

—Sí—responde la voz—En las islas del sur cuando alfa está a punto de iniciar su entrenamiento en el mar suele entregarle una caracola a su pretendiente para dejar clara su intención de emparejarse.

Hay murmullos que indagan sobre otras tradiciones y los relatos empiezan a fluir. Todos evocan recuerdos de un pasado distante, recuerdos dulces que pese al tiempo aún son capaces de hacerlos sonreír.

Denki recoge las piernas y se distrae. La luna es un círculo perfecto de un color plateado brillante, que dota al bosque de una claridad plateada. Este será el primer ciclo que pase en libertad, y lo único en lo que puede pensar es en lo que sentiría si Eijirou le diera una caracola.

¿Le diría que sí?

Por supuesto que le diría que sí, pero en primera alguien como Eijirou jamás se conformaría con un omega como él.

Le gustas.

Si, bueno, él y a casi todo alfa que haya acostado con él.

El viento mece las ramas de los árboles creando un silbido inconfundible, un sonido que consigue distraerlo de sus pensamientos. Cuando alza los ojos se da cuenta de que el cuervo sigue ahí, inmóvil. Con sus ojos rojos. Mirando, escuchando.

Hay algo inusual en la forma como se para en la rama, quieto, inmóvil, como si fuera una estatua y no un ser vivo.

Creía que los cuervos no eran seres nocturnos.

Se acuerda de las veces que salía al patio a tomar el sol, de cuando veía a los cuervos cruzar el cielo impoluto. Entrando y saliendo de la prisión llevando...

Denki se endereza, olvidada su incomodidad y la sensación de pesadez en su cuerpo. Conoce a ese cuervo, no a ese en particular, pero esta seguro de que ha visto a otros igual a él.

—¿Denki?

La voz de Ochako lo arranca de su contemplación, cuando se gira hacia ella se da cuenta de que todos los omegas lo miran consternados. Solo entonces se percata que su aroma se ha dispersado a todo lo largo del claro transportando su malestar, pánico y los breves atisbos de su ciclo al resto del grupo.

—¿Qué sucede?,—pregunta un alfa apareciendo en el claro de improviso y alertando a la mayoría.

Denki se encoge porque en ese momento el aroma del alfa le resulta exquisito. Ni siquiera lo identifica, pero el contraste y la intensidad le hacen agua a la boca. Por suerte Ochako se arrodilla junto a él y el resto del grupo hace piña a su alrededor, sin duda alertados por su aroma. Combinados, su esencia consigue ahogar la sutil fragancia alfa que proviene del chico que no deja de estirarse para mirarlo por encima del mar de cabezas.

—¿Qué pasa?,—pregunta Kyouka, que, pese a tener una expresión de repentino interés, se mantiene a distancia, observando.

Denki estira el brazo y señala al cuervo, se siente tonto al hacerlo, temeroso de que su pánico sea infundado, pero lo cierto es que justo cuando todas las cabezas se giran hacia el animal, éste alza el vuelo sin perder un momento. Y no es el único, por todo el bosque se oye el repentino aleteo de un grupo de aves que desaparecen entre las copas de los árboles.

Cuando Denki mira a Ochako descubre en sus ojos una copia exacta de su miedo.

[...]

Escoltado por el grupo omega, Izuku atraviesa la estación de los guardias sin llamar la atención. Lleva sus provisiones frente a él, las cuales pasan desapercibidas entre los sacos de herramientas que algunos cargan de vuelta.

Sin sus vendas se siente desnudo. Tiene los codos apretados contra su cuerpo, rozando la pretina de su pantalón, y éstos le tiemblan junto con el resto del cuerpo. El nudo en su estómago es duro y le provoca malestar.

Avanzan por un largo túnel, con lámparas a los costados que señalan el camino. Peor que avanzar por la superficie rocosa estando descalzo, es el frío: Helado y cortante que lacera la piel cuando las corrientes de aire ascienden y rebotan en las paredes creando sonidos de monstruos hambrientos.

El suelo se inclina y termina frente a una plataforma que desciende llevándose un grupo omega tras otro. Mientras oye el estridente rechinido de la plataforma que desciende a una lentitud aterradora, Izuku entra en pánico. No quiere bajar, no quiere entrar ahí, pero no hay salida. Detrás de ellos uno de los guardias se mantiene a la espera de que todos bajen.

La plataforma traquetea al subir de vuelta y vuelve a bajar de nuevo. Izuku empieza a sentir angustia, su respiración se acelera, los latidos de su corazón empiezan a taladrar en sus oídos. Le sudan tanto las manos que la tela de su mochila ha empezado a humedecerse. Su garganta se comprime como si alguien la estuviera estrujando.

Con el estómago revuelto y las manos heladas, Izuku toma su lugar en el último grupo y fija sus ojos en el recuadro de luz que se distingue a lo lejos y que lentamente desaparece cuando la plataforma desciende. Ninguno de sus compañeros parece incómodo con el viaje, aunque es difícil asegurarlo siendo que no hay suficiente luz para escudriñar sus rostros.

Conforme bajan el miedo de Izuku se espesa hasta que finalmente escapa. El aroma denso y amargo inunda la pequeña plataforma y provoca que sus compañeros se remuevan sobre sus pies. Eso hasta que la muchacha de pelo naranja se acerca a él, con cuidado de no atraer la atención del guardia le pone una mano en el antebrazo y se mantiene firme a su lado. Su aroma a frutas resulta, sin lugar a duda, tranquilizador.

En cuanto llegan al final el guardia vuelve a la superficie llevándose la plataforma vacía. El resto de sus compañeros avanza por otro pasillo exactamente igual al primero. Esta vez el túnel termina frente a una puerta enrejada custodiada por otra pareja de guardias.

Esta vez los cuentan.

El estómago de Izuku se sacude con violencia cuando oye la conversación.

—¿Veintiuno? ¿Cómo que veintiuno? No pueden ser veintiuno. Has de haber contado mal.

—¿Los reúno para otro conteo?

—¡No! Los primeros tres grupos ya entraron, tendría que ir con Sei para pedirle su lista e ir a buscarlos directamente a sus celdas.

—Pero sobra uno.

—Mejor que sobre y no que falte.

—Pero...

—Escucha, va a ser hora del cambio de turno, seguramente contaste mal y no quiero quedarme horas extras para verificarlo. Son veintiuno, ¿y qué?

—Al menos tendríamos que informarle al General.

—¿Informarle qué?, ¿qué no sabes contar? Ya. Seguro que le causa gracia.

—¿Cómo sabemos que alguien no se escabulló?

—No lo dices en serio, ¿verdad? Las bestias de allá fuera están entrenadas para matar a cualquiera que no sea uno de estos. Y estos no son espías, no son guerreros, ¿de acuerdo? Míralos nada más. Son perros inútiles. Solo saben tener hijos. Solo sirven para eso.

La conversación termina, la puerta se abre y el grupo de Izuku atraviesa la reja. De ahí todos se dispersan, aquellos que cargan con los pescados o con las herramientas se alejan en la misma dirección.

Izuku se detiene a contemplar un momento la sala. Es inmensa. Tiene forma circular con altos pilares que sostienen el techo. Lentamente y con mucho miedo, Izuku se aproxima al centro, donde un hoyo inmenso da la impresión de que se encuentra encima de una rosca.

Por culpa de la oscuridad no se alcanza a ver el fondo, pero Izuku cuenta perfectamente dos pisos hacia abajo exactamente iguales al suyo. Hacia arriba solo se distingue un techo oscuro.

—Vamos, no debemos llamar la atención.

Izuku se gira para mirarla con los ojos abiertos de puro espanto.

—¿Cómo voy a salir de aquí?

Ella sacude la cabeza y lo empuja sin remordimientos.

—Vamos, de prisa, tu aroma empieza a resaltar y aunque todo alfa aquí está emparejado hay unos cuantos cuya unión aún es reciente y podrías atraer su atención.

Izuku sigue a la muchacha a las escaleras, descienden al segundo piso, al tercero y finalmente a un cuarto. De ahí salen y cruzan la sala –Izuku mira a su alrededor notando las celdas, todas ellas llenas–. Lo peor es el aroma porque huele a encierro, a tristeza, a dolor. El ambiente está cargado con el pesado aroma omega que ellos emiten cuando están heridos, enfermos o simplemente tienen miedo. En contraste el aroma alfa habla de ira, de violencia, de amargura. La combinación sobrecarga la nariz de Izuku, de por si sensible por culpa de la luna, así que las náuseas vuelven más fuertes que nunca y se vuelve imposible controlar su ansiedad.

Sigue a la chica por otro túnel, hasta una habitación que parece la cocina. De ahí se encaminan al fondo, al cuarto de la despensa. Ahí ella enciende una de las lámparas y la usa para mostrarle un nicho viejo, oculto tras una pared falsa. El suelo está cubierto de telas sucias, parcialmente cubiertas de sangre, hay un pequeño estante pegado a la pared que contiene bandejas, telas y frascos. Lo peor es el aroma, apesta a muerte y encierro.

—¿Qué pasó aquí?

La chica lo ignora, aparta las cobijas más sucias y sacude el resto.

—Puedo dejarte la lámpara, pero solo una pequeña botella de aceite porque es una de las cosas que controlan. De todos modos, no necesitas luz. ¿Tienes comida?

—Algo.

—Bien, te traeré fruta, no será mucho, pero no te morirás de hambre. También traeré una cubeta de agua. Procura no tirarla. Si necesitas ir al baño hay una bacinilla en la esquina. Dudo mucho que la utilices regularmente, pero vendré a limpiarla una vez cada día.

—De acuerdo, sí, gracias.

—¿Cuánto dura tu ciclo?

—Dos días. Tres cuando mucho.

—De acuerdo. Dos veces al día viene un grupo a preparar la comida. No te molestaran, pero procura no salir a buscarlos no vaya a ser que algún guardia decida rondar la cocina. Si consigo alguna manta extra te la traeré, pero no te garantizo nada.

—Está bien. Gracias por ayudarme.

La muchacha se tensa, aprieta la boca y parece discutir consigo misma. Finalmente toma aire y dice:

—Recuerda que me debes un favor.

—¿Me dirás ahora de que se trata?

Ella toma aire—Después. Ahora tengo que irme.

Izuku la ve marchar después de colocar la pared falsa en su lugar. Con mucho cuidado se recuesta entre las mantas viejas y se asegura de apagar la lampara para ahorrar el aceite dejando sus provisiones al alcance de la mano. Solo es hasta que estira sus piernas que se da cuenta de lo cansado que esta. Se ha pasado los últimos días caminando con descansos breves, sin una buena noche de sueño, o una alimentación apropiada.

El cansancio, la convalecencia de su enfermedad, y el hambre, hacen sospechar a Izuku que su ciclo será uno particularmente difícil. Especialmente porque será el primero en que tenga que hacerse a la idea de que Katsuki está muerto.

Izuku cierra los ojos, entierra la cara en la manta sucia y hace un gran esfuerzo por controlar las emociones que su ciclo hacen florecer.

[...]

A Shuichi lo despertaron a media noche, cuando uno de sus hombres irrumpió en su tienda sin anunciarse.

—¡¿Qué mierda?! ¿cuál es el problema?

—Lo siento, señor. Los cuervos han vuelto.

—¿Qué?, ¿por qué?

—Me temo que fueron descubiertos, señor.

—¿Descubiertos?

—Es la explicación que da su entrenador, al parecer los cuervos tienen ordenes de huir si son descubiertos.

—¿Eso significa que encontraron a los salvajes?

—Si, señor, tenemos su ubicación exacta, también su número. Podemos empezar a planear una ofensiva.

—Excelente, envíen un informe a Kurogiri, también reúne a las tropas. En cuanto tengamos un plan empezaremos a movernos, quiero saber cuánto tiempo nos tomara llegar hasta allá y cuál es la situación que vamos a encontrar. Quiero liquidar este asunto tan pronto sea posible.

[...]

—¿En dónde está el príncipe?

Es oír la pregunta y sentir que su sangre se espesa. La ira se combina con la incredulidad para formar un nudo que se asienta por encima de su esternón. Se ha quedado mudo y paralizado en su lugar.

Tienes que estar bromeando.

Junto a ellos "La Montaña" permanece al margen, observando con atención y escaneando el terreno pendiente de cualquier amenaza. El alfa es altísimo, musculoso y ágil. Katsuki ha luchado con él en varios combates de prueba y no deja de sorprenderle que una mole de ese tamaño pueda moverse tan rápido; es una suerte que al menos él esté al pendiente de los alrededores porque Katsuki tiene toda su atención puesta en la conversación.

Nota que cada músculo de su cuerpo se tensa; tal es su emoción que incluso sus voces se oyen amortiguadas, la culpa la tiene la sangre que le ruge en los oídos.

—¿No está aquí?,—pregunta el chico alto de pelo azul.

—Creímos que estaría contigo—añade Kirishima con su ceño fruncido.

—El plan era que el príncipe se reuniera con ustedes para después huir a la frontera.

Kirishima le enseña la misiva que Katsuki recibió junto con los viales, y después procede a explicarle la situación. La expresión del hombre se va oscureciendo al oír el relato.

—Pensamos que al ser descubierto el príncipe decidió reunirse con el ejército. Creímos que buscaba contarle al rey del incienso.

—Tenemos que informarle al rey—sugiere chico de pelo azul—El príncipe mismo lo sugiere en su carta.

—El rey está muerto.

Silencio.

—¡¿Qué?!

—¡No!

—No estuve presente en el combate, pero los sobrevivientes me lo contaron. Hace unos días, cuando la flota real llego a las playas, el rey ordenó el ataque contra uno de los puertos. Resulto ser una trampa. Utilizaron el incienso para neutralizar y masacrar a toda la fuerza alfa. Pocos de ellos sobrevivieron. Los refuerzos beta tuvieron que replegarse y volver a los botes. El rey fue herido de gravedad y murió poco después.

—¿Ellos...?

—¿Cómo...?

—Nos traicionaron. Jin Bubaigawara, guardia real, orquestó el ataque al rey. Ahora él comanda el ejército; al menos la mitad de las tropas. El resto se ha marchado hacia el oeste para lanzar otra ofensiva. No saben del incienso así que enviamos a un mensajero con ellos. Con suerte los alcanzaran antes de que sea demasiado tarde.

Tras un momento de estupefacta incredulidad ambos muchachos comienzan a lanzar pregunta tras pregunta, queriendo conocer hasta el último detalle de la situación. Ofuscado, Katsuki estalla.

—¡Cállense!

Los tres lo miran, dos expresiones de horror y una de sorpresa.

—¡Basta de parloteo inútil!

—¿Quién eres?,—pregunta el hombre de pelo negro

—Has dicho que tu príncipe tenía ordenes de ir a la frontera.

—Tú-

—¡Escucha! ¡No tengo tiempo! Tu príncipe tenía ordenes de ir a la frontera, pero no llegó a ella. Lo descubrieron, ¿qué habría hecho él?

—No lo sé.

—¿No eres su maestro? Su instructor o lo que sea. Debes conocerlo.

—¿Quién eres tú?

Kirishima interviene en ese momento.

—Su nombre es Bakugou, Aizawa-sensei, es el alfa que lideró el asalto a la prisión. Él nos liberó.

Aizawa lo estudia y Katsuki procura que la ira que vibra dentro de él se refleje por completo en sus ojos.

—¿Bakugou?,—pregunta Aizawa en voz baja mirándolo fijamente—¿Eres pariente de Mitsuki?

La pregunta lo sorprende—¿Conoces a mi madre?

—¿Tu madre?... Sí, veo el parecido. Conozco a Mitsuki. Entrene con ella cuando éramos jóvenes. Ella y sus guerreros han dirigido el único asalto exitoso contra una de las prisiones. Su historia se ha convertido en leyenda.

En ese instante Kirishima se gira hacia él con la boca abierta.

—¡¿Tu madre es la Furia Roja?!

—¿Qué?

—¡Mitsuki! ¡La Furia Roja! Le dicen así por las flores color cereza que lleva a la espalda. Cuando lucha es como un borrón de color rojo. ¡Todos hemos oído sobre ella! ¡Ahora lo entiendo! ¡Eres su hijo!

—Creía que el hijo de Mitsuki murió en el mar. El barco esclavista que lo transportaba cayó presa de una tormenta, esa es la historia que se cuenta.

—Solo uno de los barcos naufragó esa noche. Y de acuerdo con lo que el poste ese dijo—señala al muchacho de pelo azul—ustedes se encontraron con el único omega sobreviviente. El omega que ahora mismo viaja con tu príncipe, ¿no es así?

Silencio y después—Así es.

—Bien—Katsuki se endereza, crece y su aroma se espesa a su alrededor—dejemos en claro que no me interesa encontrar a tu príncipe; pero él tiene algo que es mío. Y voy a buscarlo. Has dicho que no podemos contar con ayuda del exterior, solo quedamos nosotros, así que tratemos de nuevo: Tu príncipe tenía ordenes de ir a la frontera, pero no llegó a ella. Lo descubrieron, ¿qué habría hecho él?

—Acercarse a la costa y reunirse con el ejército para informar del incienso lo antes posible.

—¿Cuáles son las posibilidades de que tuviera éxito?

—Si Shouto hubiera tenido contacto con las tropas de Yuuei, Jin se habría enterado de inmediato; pero él también lo estaba buscando. A la costa no llegó. Si viajaba con Kamui es posible que los llevara a esconderse a las montañas.

—¿Dónde podemos encontrarlo?

—La única forma de contactar con él es mediante un ave mensajera. Un ave entrenada especialmente para esta tarea.

—¿Dónde está el pájaro?

—En Yuuei.

Katsuki maldice—¿De qué otra forma puedes comunicarte con él?

Silencio—No hay otra forma. Tenemos que esperar hasta que el príncipe aparezca.

Antes de que Katsuki empiece a maldecir, Kirishima interviene.

—Ella lo conoce.

—¿Quién es ella?,—pregunta Aizawa

—La chica que nos dio los viales y las cartas. La guardia de piel rosada—mira a Katsuki y este asiente con lentitud—Tal vez ella sepa cómo localizar a Kamui.

—Volvamos—replica Katsuki con fuerza, la ansiedad vibrando en su interior a un ritmo desenfrenado y volátil. Le urge regresar, buscar a la guardia y salir tras el rastro de Kamui.

Maldita sea, Deku, mantente lejos de los problemas.    

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