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Capitulo 2: Incienso Negro


Sinopsis: Katsuki sueña y recuerda, los recuerdos son el alimento que mantiene la llama de su ira viva. 

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Era usual que uno de los padres de Izuku se ausentara durante algunos días para atender a los pacientes que vivían lejos de la aldea. Usualmente era su padre, que desaparecía durante algunas semanas, ya fuera para ir a la capital a comprar material o mientras hacía visitas de rutina en las aldeas más cercanas. Hubo una vez, sin embargo, que los dos tuvieron que ausentarse al mismo tiempo.

La culpa fue de la tormenta que ocasionó un derrumbamiento en la zona Este. La villa más cercana al lugar del desastre se había visto parcialmente cubierta con árboles y escombros. Todos los adultos de su aldea se habían marchado para atender a los heridos y ayudar con los pequeños, atrás se habían quedado todos los menores de doce años, bajo el cuidado de un pequeño grupo de omegas y betas.

Esa noche, mientras volvía a llover, Katsuki se despertó para ir al baño. Se frotó los ojos y tardo un momento en comprender que la bolita de calor que había junto a él era Izuku, con mechones húmedos pegados a su frente. Su expresión usualmente tranquila estaba ausente, en su lugar tenía el ceño fruncido y movía los labios como si estuviera hablando consigo mismo. Cuando un trueno resonó en el exterior, Izuku se contrajo involuntariamente y su ceño se pronunció aún más.

Katsuki reaccionó automáticamente. Extendió la mano y acarició con suavidad los mechones de color verde oscuro. Mientras le apartaba el pelo, rozó con delicadeza la frente hasta que las líneas de tensión se desvanecieron.

Una vez satisfecho, Katsuki se levantó y salió al baño. Habían sido reunidos en la sala de asambleas, los bancos habían sido removidos para que los niños pudieran acostarse en el suelo mientras los adultos dormían cerca de la entrada. El baño no se encontraba a más de diez pasos del edificio, pero aun así Katsuki volvió empapado.

El beta que vigilaba le tendió una manta al verlo volver. Katsuki la uso a conciencia y se despidió sin decir ni una sola palabra. Cuando regreso a su colchoneta, encontró a Izuku despierto.

¿Kacchan?,—preguntó el muchacho en voz alta.

Shu, Deku, vas a despertar a todos—se acomodó junto a él y se envolvió en sus mantas.

Lo siento—murmuró el niño, acercándose hasta que sus cabezas se tocaron—Es que me desperté y no estabas.

Fui al baño.

Te mojaste.

Está lloviendo de nuevo.

Lo sé, me despertaron los truenos y por eso viene, ¿estuvo mal?

Duérmete ya.

E Izuku lo obedeció. Cerró los ojos y no tardo en dejarse arrastrar por el sueño. Katsuki se quedó quieto, absorbiendo el calor y el aroma. Era como tener una pequeña fogata para él, aunque era un calor diferente, era radiante sin resultar incómodo. Katsuki se dejó envolver por la sensación. Cerró los ojos y aspiro con lentitud. Se embriagó de él y se durmió.

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Cuando se despertó tardó un momento en separar el sueño de la realidad. La sensación había sido tan real que estaba seguro de que si extendía el brazo encontraría a Izuku durmiendo junto a él. Se río de su ingenuidad, y el sonido no fue agradable. Katsuki se giró y contemplo el techo gris, sintiendo que lo invadía la ira de siempre. Había despertado de mal humor, como siempre que soñaba con él. Lo cual era básicamente todos los días.

Se frotó la cara y se obligó a levantarse.

Su compañero, en la celda al otro lado del pasillo, ya estaba haciendo sus calentamientos matutinos. Katsuki lo ignoró y empezó con los suyos. Estiramientos, lagartijas y abdominales. Termino con el cuerpo empapado de sudor, los músculos tensos y la sensación de que ese día su humor no iba a mejorar.

Sonó la campana.

Y el agua empezó a fluir por los dos canalillos que pasaban junto a las rejas, por la parte interior. Katsuki y el resto de los habitantes de las jaulas se inclinaron junto al agua. Algunos bebieron directamente del canal, otros, como Katsuki, utilizaron su cuenco de agua y comenzaron a llenar la cubeta que tenían hasta que la campana sonó de nuevo y el suministro de agua se cortó.

Katsuki bebió y se lavó lo mejor que pudo con un trapo y el agua fresca; guardó un poco para más tarde ya que el calor dentro de las celas solía ser insoportable por las tardes. Después se limitó a esperar.

El desayuno llego con media hora de retraso. Dos guardias bajaron por la escalera escoltando a dos omega. Dos omegas para dos hileras de celdas, aunque no todas estaban ocupadas.

De forma inconsciente los ojos de Katsuki vagaron por el cuerpo de los omegas. Las dos chicas usaba un sarashi* blanco y ambas portaban muñequeras blancas con anillos de metal y un collar de piel en el cuello con una argolla que no dejaba lugar a dudas su utilidad, pero lo peor de todo era que no se les permitía vendar sus estómagos. Todos los omegas que había visto a lo largo de los años usaban un fundoshi* que cubría el frente, pero que dejaba la parte trasera y la mayor parte del vientre al descubierto. Se sujetaban por lazos a la altura de la cadera y su objetivo era resaltar el intrincado diseño de flores que se suponía era un secreto compartido entre un omega y su alfa.

Desde lejos Katsuki vislumbró el pétalo blanco en la piel de la chica y apartó los ojos, apretando los dientes.

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El cambio había sido repentino. Un día no había vendas y al siguiente sí.

Katsuki no estaba cuando la flor de Izuku había brotado; ninguno de los presentes había visto la flor pero habían alcanzado a distinguir el contorno de las hojas y los tallos antes de que el muchacho corriera a su casa.

Cuando Katsuki vio las vendas no hizo preguntas ni las mencionó en ningún momento. En su aldea se les enseñaba a los alfa que era una falta de respeto preguntar por la flor de un omega. Cuando él tuvo edad para entender su madre le dejo claro que el estanque de los omegas quedaba prohibido bajo cualquier circunstancia y que había un castigo severo para cualquier chiquillo necio que intentará perturbar la privacidad de sus compañeros.

Katsuki lo entendió y obedeció, pero sentía curiosidad.

Y no era el único. Los alfa mayores que él solían juntarse para hablar sobre las posibles flores de los omegas, se reían y fantaseaban, pero inevitablemente terminaban emparejándose y nunca más participaban en ese tipo de conversaciones, ya que se consideraba de mal gusto preguntarle a otro alfa por la flor de su omega. Así que la curiosidad de Katsuki era natural y no podía hacer nada con ella.

El problema era... que Izuku siempre se bañaba con ellos, nadaba con ellos, hacía castillos de arena en la playa. Siempre estaba con ellos. Con vendas y todo. No quería ir al estanque de los omegas y Katsuki tenía que averiguar por qué, aun cuando sabía que no debía preguntar. Sabía que era una grosería intentar siquiera tocar las vendas sin el permiso apropiado, pero no pudo evitarlo.

Y su imprudencia había hecho a Izuku llorar.

Perdóname—le dijo esa noche cuando se armó de valor para ir a ofrecerle una rama de olivo—Lo que hice estuvo mal.

La desdichada expresión de Izuku se había suavizado y había aceptado la ramita de olivo con una sonrisa.

Gracias, Kacchan—el niño se había acercado a él y le había regalado un abrazo del que no se sentía digno—Perdóname tú a mí por haberte pegado.

Me lo merecía—dijo Katsuki devolviendo el abrazo con cuidado. Sintió su cuerpo vibrar con la risa de Izuku y supo que su amigo lo había perdonado.

Katsuki se guardó las preguntas, pero la curiosidad siguió ahí, como era natural.

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—... manta—la voz lo devolvió a la realidad y Katsuki se giró hacia la chica de pelo castaño, su cara redonda tenía una expresión amigable—Voy a cambiarte tu manta y tu ropa. Es hora de lavar la que tienes ahí.

Katsuki se levantó, dobló su manta y se acercó para entregársela. A esa distancia el aroma de la chica lo envolvió –castañas y bayas–, y durante una fracción de segundo Katsuki estuvo tentado de inhalar con fuerza, en cambio retrocedió hasta la pared del fondo y le lanzó la manta que choco contra los barrotes y cayó al suelo. Después se desnudó y pateó los pantalones hacia ella.

La chica no dijo nada, recogió la manta y la ropa, pasó la limpia a través de los barrotes. Encima de ella coloco el desayuno: panecillos de canela, fruta, pan y carne seca envuelta en papel. Pese a que la tarea era relativamente sencilla, la chica se tomó su tiempo para terminarla antes de pasar a la siguiente celda.

Después de tanto tiempo encerrado, Katsuki estaba familiarizado con la rutina. Sabía que la misión de los omegas era calmarlos, inundarlos de feromonas para que el traslado fuera lo más tranquilo posible, pero ese día el rubio no podía acercarse a ella sin pensar en menta y especias. Aún tenía el recuerdo fresco en su mente y no quería que ningún otro aroma lo opacara.

Los omegas terminaron su labor y se marcharon con los dos guardias. De sus compañeros solo dos se habían apartado de los omegas, y comían con la misma expresión de desconfianza que seguramente él tenía, el resto parecía tranquilos y relajados, sin duda embriagados del dulce aroma de los omegas. Katsuki comió en silencio lejos de la manta y la ropa que olía a castañas.

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Nejire huele a fresas—escuchó Katsuki decir a uno de los alfas mayores. Habían terminado su entrenamiento y estaban sentados bebiendo agua y estirándose.

Lo sé—contestó otro alfa que se había unido a la conversación—Me senté junto a ella en...

Katsuki se apartó del grupo mientras ayudaba a su madre a recoger las espadas de madera con las que había estado entrenando, pero uno de sus amigos había escuchado la conversación y había continuado el tema con los niños de su edad. Para Katsuki la cuestión había carecido de interés hasta que uno de ellos había traído el nombre de Izuku a colación.

Midoriya huele a medicina—dijo uno de ellos arrugando la nariz.

Sí—contestó otro con rapidez—Huele a hierbabuena, o jengibre.

Yo creo que huele a flores—dijo un tercero—A mí me gusta.

Katsuki detuvo lo que estaba haciendo y se giró hacia ellos.

Si no tienen nada mejor que hacer, pueden largarse. No tengo ganas de estar escuchando estupideces.

¿Tú crees que huele a medicina?,—preguntó el primero de sus amigos y Katsuki rugió.

He dicho ¡fuera!,—los empujo hasta que todos salieron corriendo—¡largo!

Katsuki terminó de recoger las cosas y se detuvo un momento a pensar. Sí, Izuku siempre olía a plantas medicinales, olía a infusión de flores, olía a esas pastas que Inko siempre estaba haciendo y que Izuku siempre intentaba imitar, pero no olía así todo el tiempo. Después de bañarse y antes de que volviera a casa a impregnarse con el aroma de plantas, el aroma de Izuku era inconfundible.

Olía a especias y a menta. Olía a casa.

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Después del desayuno y antes de que el efecto de los omegas se opacara, otro grupo de guardias bajaron para trasladarlos. Primero abrieron las jaulas de la izquierda y los ocupantes salieron en una línea recta. Katsuki tomó el pantalón conteniendo el aliento y lo frotó contra el suelo, después contra su cuerpo hasta estar seguro de que su propio aroma opacaba el de cualquiera, además tenía hojas secas junto a la pared, así que las tomó con discreción y las guardo en su bolsillo. Cuando fue el turno de su hilera para salir, Katsuki contó del número de guardias y de sus armas. Era inútil por supuesto, varios antes que él habían intentado escapar, qué diablos, él mismo lo había intentado –llevaba las marcas de su fracaso en la espalda–. Las malditas celdas estaban bajo tierra y eran un laberinto. La única salida que conocía daba al campo de entrenamiento y en ese lugar había guardias custodiando las almenas. La puerta de salida era de hierro y solo se abría por el exterior.

Pero en lugar de subir, bajaron. Primero por escaleras y después usando un elevador. Se internaron en la montaña, hasta una zona tenuemente iluminada por antorchas; junto a cada tea había una base alta que sostenía en la cima un incienso. Katsuki maldijo para sí cuando distinguió el inconfundible aroma a leche y miel. Escuchó varias inspiraciones profundas y sintió, más que vio, que el ambiente se relajaba. Era inevitable. Estaba dentro de su naturaleza y era difícil combatir una costumbre arraigada en su sistema.

Olía a omega encinta. Un omega feliz y en paz. Transmitía calidez y calma, y al respirarlo la reacción natural era relajarse, incluso ronronear. El aroma los volvía dóciles, los hacía manejables. Katsuki sintió que su cuerpo se ablandaba pese a su renuencia.

Para combatirlo metió las manos en su pantalón y frotó las hojas secas, después se llevó los dedos a la nariz y la cubrió con el aroma a menta. Era tenue pero se concentró en él. Uno a uno, cada alfa tomo parte en su grupo designado. Unos tomaron sus picos y comenzaron a cavar, otros recogían rocas y las transportaban hasta el elevador de carga, el último grupo se encargaba de subir el material. Katsuki balanceo el pico en su mano y durante un segundo pensó en clavárselo al guardia que tenía más cerca, pero el impulso cedió al recordar que incluso si conseguían derribar a todos los guardias, conque uno solo de ellos hiciera sonar la alarma, los elevadores quedarían paralizados y no habría forma de salir de ahí.

Y Katsuki quería salir. Tenía que salir. Había cuentas pendientes y él quería cobrarlas. Así que tomo su pico y comenzó a usarlo. Lo alzó sobre su cabeza y lo hundió en la roca imaginando un rostro en particular.

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Había despertado atado, con la cabeza punzante e incapaz de recordar los últimos momentos antes de quedar inconsciente. Miro hacia el cielo azul, olió la sal del mar y al girarse sintió la arena en su cuello.

Oh, mira, éste se despertó.

Katsuki se giró hacia la voz y encontró un rostro desconocido y aterrador. Tenía el pelo de un color azul claro, casi blanco, y los ojos rojos estaban rodeados de arrugas. Sonreía pero su gesto no era amable, y su aura era pura hostilidad. El recuerdo de lo sucedido en el bosque volvió a él, recordó a los hombres, recordó a Izuku en el suelo... "que se haya ido" pensó desesperación mientras luchaba contra sus ataduras.

Tal vez deba volver a ponerte a dormir—murmuró el hombre y Katsuki sintió nauseas cuando su mano hizo el ademan de extenderse hacia él.

No tenemos tiempo, Shigaraki—murmuró alguien más. Katsuki no consiguió verlo porque se hallaba fuera de su periferia, pero nunca olvidaría su voz—Los alfa adultos vienen en camino.

Katsuki pensó en su madre e inmediatamente se giró para ponerse de rodillas. Tenía las manos y las piernas atadas pero tenía que hacer tiempo. Tenía que conseguir que su madre...

Todo pensamiento flotó de su mente cuando su peor pesadilla se hizo realidad. Izuku estaba en la arena, inconsciente; la visión de su cuerpo amarrado paralizo su corazón. Ver que uno de los hombres lo levantaba para ponerlo en un pequeño bote hizo estallar algo dentro de él.

¡Suéltalo!,—rugió y se tropezó cuando olvidó que tenía las manos atadas e intentó levantarse.

Alguien más lo levantó y él se retorció como un gusano, pero tenía doce años y estaba atado de piernas y manos. Lo metieron en otro bote, junto con otros alfa de su aldea. Todos ellos inconscientes y ninguno mayor de quince años. La bota de Shigaraki lo mantuvo pegado al suelo, así que Katsuki solo podía gritar, retorcerse y mirar el cielo.

Vio el perfil del barco y cuando consiguieron subirlo Katsuki miró a su alrededor. Había otro barco cerca, ambos eran completamente diferentes de las pequeñas embarcaciones que su pueblo usaba para pescar. Estos eran moles gigantescas, con velas inmensas de color blanco. Y en su interior había cuartos gigantescos llenos de jaulas.

Cuando Shigaraki lo lanzó dentro de una de ellas, Katsuki perdió el aliento y tardo un momento en recuperarse. Para cuando consiguió girarse la puerta se había cerrado y el hombre de pelo azul sonreía.

¡¿Dónde está?!—rugió Katsuki ignorando el dolor de su cabeza.

¿Tu amigo?,—pregunto el otro con una risa escalofriante—Ellos viajan en el otro barco, pero tal vez, algún día, si te portas bien, puedas convencerme de que te deje verlo.

Katsuki había gritado y lo había maldecido. Y su pesadilla había comenzado.

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El pico se atoró sacando a Katsuki de sus ensoñaciones. Se tomó un momento para respirar y se dio cuenta que había trabajado en piloto automático. Tenía la frente perlada de sudor y los hombros entumidos; su espalda crujió cuando se enderezó, pero nada de eso importaba. Se sentía bien, relajado y en paz, inspiro el delicado aroma a miel y su cuerpo maltratado emitió un suspiro de alivio.

No pensó que el trabajo era monótono, aburrido y extenuante, no pensó en el tiempo, no pensó que la comida era insípida y mala. Trabajo deleitándose con el aroma a leche.

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¿Kacchan?

Su voz; es difícil oír su voz.

¿Kacchan?

Era como un eco lejano. Un eco distorsionado.

¡Kacchan!

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Despierta de su ensoñación e inmediatamente mira a su alrededor. Está de vuelta en su celda, y el trabajo del día ha terminado. El muchacho sacude la cabeza, que siente ligera y llena de humo; pese al malestar puede decir con certeza que el incienso ha perdido su efecto.

Katsuki se acerca a su cubeta con agua y se moja la cara y el cuerpo, es vagamente consciente de que su celda ha sido limpiada, que su cubeta de mierda ha sido vaciada y que hay un ligero aroma a omega en el ambiente. Bebe hasta que se siente lleno y poco a poco recupera el control sobre su cuerpo. Estira su espalda con cuidado y masajea los tendones de sus brazos como lo ha hecho cada noche durante los últimos años. Tan concentrado está que le toma un momento procesar las palabras que provienen de la celda de junto. Se gira hacia la voz y grande es su sorpresa cuando descubre una cara nueva.

—¿Qué?,—le gruñe estudiando los rasgos del extraño.

—¿Mal día?,—pregunta el otro con una sonrisa.

Y Katsuki no sabe que es más extraordinario, la sonrisa despreocupada o la sensación de que este chico no tiene idea de dónde está.

—¿Cómo te llamas?,—pregunta el extraño apoyado contra los barrotes que separan ambas jaulas—Yo soy Kirishima. Eijirou si te resulta más cómodo.

Katsuki gruñe y lo ignora, no se siente con ánimos de charlar.

—Te lo pregunté antes—continúa el tipo como si nada—pero no me respondiste. Nadie lo hizo. Fue bastante raro. Todos tenían la misma expresión. Entre ida y dormida. ¿Qué pasó?

—¿Qué más importa?,—gruñe Katsuki desentumiendo su cuello—Mañana lo sabrás.

—Oh...—guarda silencio un segundo, solo uno—¿te importaría darme más detalles?

—Sí.

—...si qué, ¿sí me darás más detalles o sí te importa darme más detalles?

Katsuki siente que su mal humor regresa con fuerza.

—¡Cállate!

—Veo que estás molesto, ¿crees-?

—¡Shhh!.

Sorprendentemente el extraño guarda silencio, tal vez sea porque también ha oído los pasos. El ritual se repite y los dos guardias escoltan a los omegas que llevan la cena; estos no son los mismos que los del desayuno, y uno de ellos es un chico.

Katsuki oye a su vecino de celda tomar una rápida inspiración. Puede sentir la sorpresa, el shock, la agitación, y un sinfín de emociones más brotando de él. Todos los alfa recién llegados han tenido la misma reacción cuando ven por primera vez a un omega en público y sin vendas.

Katsuki lo mira y no le sorprende ver el sonrojo de su cara, ni la forma como de pronto intenta mirar a todos lados menos a los omegas. Toda su confianza se esfuma cuando el omega rubio se arrodilla junto a su celda para pasar la cena entre los barrotes, se queda quieto mirando fijamente su cara y cuando el rubio se levanta para marcharse, el extraño dirige sus ojos al suelo.

Mientras el omega coloca su cena dentro de su jaula, Katsuki se acerca a él. Esta vez no le importa aspirar el aroma a naranjas.

—Necesito más menta—murmura el rubio recogiendo su cena mientras procura esconder su cara de los guardias. El rubio no asiente ni responde, pero Katsuki sabe que lo ha oído. Después de todo no es la primera vez que se lo pide.

Los omegas se marchan y Katsuki se come su cena en paz, o al menos lo hace hasta que los pasos de los guardias desaparecen en la distancia y su vecino decide retomar su charla.

—¿Por qué ellos...?

Katsuki corta la pregunta que ha oído cientos de veces—¿Crees que tienen opción?

Escucha al alfa tomar aire y está seguro de que la conversación se ha terminado, pero supone mal.

—¿Qué le dijiste?,—pregunta en voz baja girándose nuevamente hacia él.

—Nada que sea de tu incumbencia—murmura Katsuki masticando con desidia.

—Vaya... sí que eres un encanto.

El mal humor de Katsuki estalla por fin, le duele la cabeza, se siente inservible y la desesperación que ruge dentro de él parece no tener fin. Se levanta y en dos zancadas cubre la distancia a la jaula vecina. Estira el brazo y entierra un dedo en el pecho del recién llegado.

—¡Escucha, imbécil! Aquí nadie tiene humor para tus bromas o tus preguntas. No me importa si es tu primer día. ¿Quieres saber que va a pasar? Mañana lo vas averiguar. ¿Quieres un consejo? ¡Cállate! Y deja que el resto disfrute de su cena en paz.

El extraño lo estudia con una atención absoluta. Katsuki le devuelve la mirada e intenta hacerse una idea de él examinando su cuerpo. Tiene rasgos angulosos, vastos, su complexión es robusta y firme. Y justo a la mitad de su pecho flores de lis destellan en color escarlata. Justo cuando Katsuki está listo para darse la vuelta y volver a su cena, el extraño dice:

—¿Te gusta vivir aquí?

Katsuki gruñe, un sonido de amenaza y furia.

—¿Eres imbécil?

—¿Quieres volver a casa?

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¿Quieres volver a casa?

Escucha la pregunta pero su cerebro no consigue procesarla. El dolor de su espalda es sordo y se extiende por su cuerpo aplastando cualquier otra sensación. Abre los ojos y parpadea hasta que consigue enfocar el rostro frente a él. Al reconocerlo, su cuerpo se llena de un odio espeso y líquido.

Te he escuchado decir que quieres volver a casa, aunque tal vez sea culpa del incienso, no lo sé.

Katsuki gruñe e intenta lanzarse contra él pero tiene los brazos encadenados a la pared.

Oh, tenemos un gato salvaje—el hombre de pelo azul se ríe y Katsuki siente que su interior se contrae de asco—Varios en realidad.

Solo entonces Katsuki se da cuenta de que en no está solo. Hay más chicos encadenados en el mismo cuarto que él. Todos son casi de su edad aunque hay algunos más pequeños.

¿Sabes?,—continua Shigaraki sin dejar de mirarlo—Has estado murmurando un nombre mientras dormías, ¿deku?... ¿te resulta familiar?

Katsuki ruge y el sonido alerta a los demás que comienzan a sacudirse en sus cadenas.

¡Shigaraki! Deja de provocarlos.

Cállate y trae más incienso.

Uno de sus lacayos se apresura a complacerlo y Katsuki se debate con mayor fuerza. Odia ese incienso. Lo odia con todas sus fuerzas. Huele como un omega, un omega feliz y encinta, pero hay algo mal en él, porque no solo los tranquiliza, también los deja débiles y los hace perder la noción del tiempo.

Pero no hay escapatoria y la habitación comienza a inundarse con un aroma irresistible. Ignorando a los chicos, sus captores continúan con su charla.

¿Cuánto tardara el condicionamiento?,—pregunta Shigaraki.

En un par de semanas los enviaremos con el general.

¿Y los omegas?

Katsuki se tensa, es la primera vez que los escucha mencionarlos.

No vamos a tener tiempo para ir a buscar más. No podemos arriesgarnos a que los barcos de Yuuei nos intercepten. Tenemos que entregar este grupo en la ciudad.

El general no estará complacido.

El general entenderá que no fue culpa de nadie que el maldito barco naufragara. Tuvimos suerte de que el nuestro no corriera con el mismo destino.

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—¿eh? ¿me has oído?

Katsuki parpadea y lo mira. Toma un segundo en rebobinar la conversación. ¿Volver a casa? No, no hay nada ahí para él. Su madre, tal vez, si es que sigue viva. Pero lo que realmente quiere, lo que quiere por sobre todas las cosas: Es la cabeza del hombre llamado Shigaraki.

—Quiero venganza—dice y su voz resuena baja y grave, como el gruñido deun animal salvaje.    

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