Notas: No todos los ciclos omega son homogéneos, la mayoría presenta su ciclo durante los siete días que la luna está llena y no todos son mensuales. Varían de forma inversamente proporcional en duración y período, esto quiere decir que hay omegas con ciclos cortos que lo presentan cada mes o cada dos meses. Hay otros casos extremos que pueden durar hasta siete días, pero solo ocurre una o dos veces al año.
Lo decidí así porque quiero suponer que conforme van evolucionando los omegas no mantienen un ciclo mensual que resulta incapacitante, es más fácil que ellos mantengan un control sobre la estación para prevenirse de antemano y... porque me resulta útil XD.
Izuku en particular tiene un ciclo que dura unos dos días y lo presenta cada tercera luna llena, es decir una luna llena sí, otra no, otra sí y así sucesivamente. Si alguien lleva la cuenta Izuku partió justamente después de su ciclo, la siguiente luna llena (cuando no hay ciclo) Izuku y Shouto desembarcaron en Hosu... y la siguiente se aproxima.
Y por último se habrán dado cuenta de que en ciertos casos tiendo a volver en el tiempo al cambiar escenarios, no todo sucede simultáneamente. La lluvia es un detalle que puede ayudar a ubicar que eventos suceden al mismo tiempo, pero apreciaré cualquier llamada de atención en caso de que haya confusiones.
Sinopsis: No necesito de una flor azul para recordarte. Tu recuerdo me acompaña a donde sea que vaya. Aún espero por ti. ¿Sigues ahí?
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Capítulo 18: Una Orquídea Falsa
Could you be dead?
You always were two steps ahead, of everyone
We'd walk behind while you would run
I look up at your house
And I can almost hear you shout down to me
Where I always used to be
And I miss you
Like the deserts miss the rain
"Missing" by Everything but the Girl
¿Estás muerto?
Siempre estuviste dos pasos delante, de todos
Caminamos detrás mientras tu corrías
Miro tu casa
Y casi puedo oírte gritarme
Donde yo solía estar
Y te extraño
Como los desiertos extrañan la lluvia
(Traducción)
Mientras corre por el bosque, a oscuras, perseguido por sombras amenazantes, la mente de Izuku no entra en un estado de parálisis o indecisión. Su mente no se nubla como la de una presa al enfrentarse a su depredador. Izuku tiene miedo, el miedo vive dentro de él, late al compás de su corazón, forma parte de su naturaleza, pero en lugar de encogerse, de paralizarse, la mente de Izuku se afila.
Si tuviera tiempo se acordaría de su padre, de lo que él solía decirle cuando era un niño.
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"Tienes la mente de un sanador, Izuku, ante una emergencia no permites que el miedo te domine."
"Pero yo no quiero sentir miedo. Kacchan nunca tiene miedo."
"Porque la naturaleza de Katsuki es diferente a la tuya. Los alfa nunca sienten miedo, no está en su corazón encogerse de terror."
"Yo quiero ser valiente, papá, quiero ser como Kacchan."
"Ser valiente no significa que no tengas miedo, significa que posees la fuerza para hacerle frente."
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En ese momento Izuku no lo entendió. A sus seis años su mayor deseo era ser como Katsuki, quien era brillante e inteligente y podía hacer lo que quisiera. Katsuki, que se reía al nadar en el mar o al ascender por árboles inmensos.
Pero esos recuerdos están lejos, enterrados bajo capas de miedo y decisiones rápidas que Izuku se ve obligado a tomar mientras corre por el bosque, intentando no estamparse contra un árbol.
Ha perdido de vista a Shouto, que ciego a la situación, ha obedecido la orden de escapar. El alfa, con sus piernas largas, su impresionante agilidad, y su condición magnifica, lo ha dejado atrás sin detenerse ni una sola vez. Izuku lo sigue, guiándose por el tenue aroma a pino, sorteando ramas caídas y desniveles, guiándose más por instinto que por vista.
Aunque es perseguido, aunque no puede esperar ayuda de nadie, aunque Shouto está más allá de todo contacto, Izuku no permite que el pánico lo domine. Corre, esquiva y piensa. Piensa en lo que hará después, en la situación y en las alternativas que se presentan.
La sagaz mente de Izuku llega a dos conclusiones lógicas.
La primera es que sus perseguidores no tienen prisa en alcanzarlos. Los oye detrás de él, a veces lejos, a veces cerca, como si se detuvieran para darles ventaja antes de apretar el paso.
Para ellos es un juego, piensa Izuku mientras adapta su marcha, corre pero sin el ritmo frenético del primer tramo de persecución.
La segunda conclusión a la que Izuku llega es que van a capturarlos. Es inevitable. Ellos conocen el terreno e Izuku no. Ellos tienen armas e Izuku no. Ellos van en grupo e Izuku no; no puede contar con Shouto, quien corre por delante de él, ciego y sordo al mundo, incapaz de ofrecer resistencia o de proponer una alternativa.
Si Izuku fuera un soñador pensaría que puede vencer a sus perseguidores. Si fuera un optimista ciego creería que puede perderlos en el bosque. Si fuera un idealista esperaría a que el efecto del incienso se disipara; pero Izuku es práctico, es inteligente y sagaz... y entiende que depende de él encontrar una salida. Esa certeza activa de inmediato planes de contingencia, empieza a barajear escenarios en el que uno de ellos pueda huir.
El error de Izuku es balancear vidas. Para él, todas las vidas son preciosas, invaluables, excepto la suya. Shouto es el príncipe, y comparado con eso, su propia vida es sacrificable. Con esa idea en mente, Izuku se mueve. Lo primero que hace es extraer los frascos de loción que aun carga en la bolsa que lleva encima. Sin disminuir su marcha, Izuku estrella dos frascos juntos y los sujeta mientras el líquido de ambos se derrama sobre sus ropas y piernas hasta finalmente caer al suelo. Lanza los trozos de frasco lo más lejos que puede mientras apresura su paso desviándose ligeramente del camino que Shouto sigue.
Después de un rato repite la operación asegurándose de volver a desviarse. De vez en cuando vuelve sobre sus pasos y crea otro rastro. Serpentea sin cesar, corre esquivando raíces y rocas.
El sudor lo cubre de pies a cabeza, sus pulmones arden sin pausa y cada bocanada de aire se ha convertido en una lucha contra sí mismo. Las voces de sus perseguidores crecen conforme se acercan, Izuku supone que el juego ha terminado.
No seas un debilucho.
La voz de Katsuki lo hace apretar los dientes, aprieta su paso mientras asciende la cuesta. En cuanto llega a la parte más alta se detiene porque no hay ladera que descienda al otro lado de la colina. El mundo termina en lo que parece ser una caída limpia. No hay escapatoria.
No seas un debilucho.
Izuku se endereza y se gira para recibir a sus enemigos. Son cuatro, tres cubiertos de pies a cabeza con un uniforme negro, invisibles en la oscuridad de la noche, el cuarto viste igual pero no lleva la capucha. De cerca Izuku evalúa el delicado color dorado de su cabello y el brillante dorado de sus ojos felinos. Su sonrisa maníaca deja entrever dos colmillos carnívoros, pequeños pero letales.
La muchacha se inclina hacia el frente en una postura de ataque inconfundible, sus manos destellan cuando se alejan de su cuerpo mostrando a la tenue luz nocturna dos cuchillas cortas con forma de medialuna. Izuku respira despacio –el miedo dentro de él se agita, crece y lo inunda hasta cubrirlo por completo– pero no retrocede.
En ese momento piensa en Katsuki, recuerdos que destellan de prisa, en apenas un segundo.
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Cuando Katsuki entrena siempre pone la misma expresión de absoluta concentración: Cejas fruncidas, boca torcida, ojos fijos al frente. Izuku lo mira y se deleita. Se asombra de la fluidez, de la simpleza con la que realiza cada ejercicio sin importar la dificultad.
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Katsuki de mal humor mientras esperan que su madre llegue para iniciar con las lecciones. Se mueve y gruñe, desborda energía aun estando inmóvil. Izuku bebe de él en silencio.
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La sonrisa ladeada de Katsuki tras vencerlo en una carrera. Ni siquiera suda, a diferencia de Izuku que no deja de jadear. En ese momento parece más alto, más inalcanzable que nunca.
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Kacchan nadando hasta la línea de corales mientras Izuku se sienta en la playa a disfrutar del sol. Conforme se aleja lo único que se distingue es su pelo rubio sobresaliendo entre la espuma blanca. Hasta que de pronto desaparece y no se le ve más.
El interior de Izuku se contrae, sin darse cuenta está de pie acercándose a la orilla. Su miedo, el miedo de nadar en un mar embravecido, late dentro de él aferrando su corazón, pero ni eso le impide sumergirse.
Kacchan emerge del mar, sosteniendo entre sus manos algo –¿una caracola?–, pero al verlo su expresión se endurece.
—¡Deku, ¿qué estás haciendo aquí?!
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La respuesta que Izuku no consiguió formular ese día, por culpa de una ola imprevista que lo hundió sin aviso, era una frase simple, llena de la convicción que poseen los niños: Vine a buscarte.
Ese día Izuku fue plenamente consciente de la certeza que vibró en su corazón y se asentó para siempre dentro de él.
Cruzaría el mar para buscarte, Kacchan.
Ese último recuerdo lo llena de melancolía. La nostalgia que lo golpea no es nueva, pero sigue poseyendo la fuerza demoledora que lo deja sin aliento. No importa a donde vaya, Katsuki no estará ahí.
No seas un debilucho.
Su cuerpo reacciona, se aparta del cuchillo que asciende hacia él e inmediatamente lanza un puñetazo contra su adversario, un ataque que vio a Katsuki repetir día con día mientras entrenaba... pero su golpe carece de la precisión, la fuerza y la técnica que un luchador se esfuerza por pulir día con día. En otras circunstancias, enfrentado con enemigos de menor nivel, Izuku podría ofrecer un combate digno, pero ahí, frente a esa mujer soldado, entrenada para matar, Izuku es derrotado sin gloria.
Termina en el suelo, con el peso de la mujer encima suyo, y el cuchillo curvo apretado contra su cuello.
—¿Y tu amigo?,—pregunta la mujer mientras Izuku aprieta los labios y se sacude, sin éxito. Ella se ríe y alza el rostro para mirar a sus compañeros—Búsquenlo.
Izuku se debate con fuerza, pero ella mantiene las rodillas plantadas contra la tierra sin perder su sonrisa.
—Así que el truco de los frascos fue para ocultar que tomaron caminos separados, ¿eh?... una pérdida de tiempo. Lo encontraré. Igual que los encontré antes. Han sido muy escurridizos... pero creo que me alegra que el incienso no les hiciera efecto, han hecho mi caza aún más interesante.
—¿Qué incienso?,—inquiere Izuku con voz tensa esperando que ella le ofrezca detalles específicos, pero en lugar de responderle la mujer se ríe a carcajadas.
—¿Vienes aquí sin saberlo?... Ahora ya no importa.
La mujer sujeta su cara y lo fuerza a mirar primero a la izquierda y luego a la derecha, cuando termina se toma su tiempo para mirarle las manos y los brazos. En cuanto entiende lo que está buscando, Izuku se debate con más fuerza asegurándose de sacudir vigorosamente ambas piernas. Su treta funciona porque la atención de la mujer se posa de inmediato en la venda.
—Justo lo que pensé—dice la mujer ofreciéndole otra sonrisa afilada—Tienes suerte, ahora podrás conocer al General.
Antes de que Izuku pueda preguntar lo que eso significa, la mujer descarga el mango de su cuchillo contra su cabeza. El mundo de Izuku se convierte en un manto negro.
[...]
Despierta con dolor de cabeza y nauseas. Su cuerpo entero se balancea de un lado a otro en un ritmo constante. Al enderezarse se percata de la soga en manos y piernas, de la tirantez en los hombros y las caderas, y del aroma a sudor que emana del cuerpo bajo él.
Izuku descubre que viaja como un saco de verduras sobre el lomo de una bestia que no ha visto nunca. Es inmensa, con seis patas que terminan en afiladas garras y una constitución maciza de grandes huesos. Cuando intenta enderezarse se da cuenta que lo han amarrado a la silla de montar mientras el jinete azuza a su montura sin pausa, avanzan tan de prisa que el paisaje es una mancha de colores indistinguibles.
La visión agudiza su mareo así que Izuku se deja caer contra el lomo de la bestia torciendo ligeramente el cuello para que su nariz no esté directamente sobre el pelo corto de color castaño. La posición, el aroma, y el dolor no ayudan a calmar su estómago.
Cuando nota el sabor de bilis en la garganta Izuku aprieta los dientes y se esfuerza por recordar el aroma del mar. Con dificultad consigue evocar la sensación de la brisa que sopla a media-tarde cuando el sol está en lo alto en las bochornosas y asfixiantes tardes de verano. Se acuerda del calor pesado y húmedo en los largos días, en el viento enrarecido del mar que los obligaba a meterse en los estanques lejos del sol, ocultos en cuevas a todo lo largo de la zona montañosa.
Se acuerda de la piel pegajosa, del sudor que corre por su espalda como si acabara de bañarse. Se acuerda de Katsuki, sentado en el suelo comiendo melón mientras el sudor se acumula en sus clavículas y su nuca.
El recuerdo vuelve a él sin esfuerzo e Izuku se aferra a la imagen. Frunce el ceño con los ojos cerrados e intenta dotar de nitidez al recuerdo.
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Acaba de cumplir once años, el cielo carece de nubes que amortigüen al sol abrasador y el aire caliente vuelve imposible refrescarse, así que ambos han huido a las cuevas al otro lado de la playa. Ahí el viento es fresco y el agua está fría.
Kacchan come sentado con los pies en el agua, indiferente, silencioso. Sentado junto a él, Izuku lo mira conteniendo las ganas de extender la mano y posarla sobre la nuca de su amigo. Lo ha hecho antes, nunca se ha contenido cuando se trata de tocarlo... pero ahora es diferente. Ahora es plenamente consciente de la descarga que su cuerpo recibe cuando toca a Kacchan. Y cada vez que la siente se acuerda de sus hojas sin flores.
Izuku aprieta los puños mientras se concentra en su comida. Desde ese día en adelante se cuidará de mantener las manos quietas.
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Con los ojos cerrados Izuku aprieta los puños e intenta encontrar una postura más cómoda, pero el esfuerzo es en vano; al final se contenta con relajar el cuerpo mientras piensa.
Fue el verano del año anterior a que Kacchan iniciara su entrenamiento en el mar... fue el último verano que pasamos en las islas antes de que nos capturaran.
Sus recuerdos del ataque son fragmentos llenos de miedo e incertidumbre, de hecho, casi no tiene memorias de los días previos al secuestro. No consigue recordar cosas que Katsuki y él hicieron en esos días.
Recuerdo que comí con Mitsuki..., pero no recuerdo que Kacchan estuviera ahí.
Izuku se esfuerza, pero ningún recuerdo acude a él, al final el cansancio lo invade y termina cayendo en un estado de duerme vela del que despierta cuando finalmente la bestia se detiene. El soldado que viaja con él lo deja caer al suelo sin cuidado. Izuku se encorva de dolor, con las manos y piernas entumidas por la falta de circulación.
La parada tiene como finalidad que el jinete y la bestia descansen, coman y duerman una pequeña siesta. En todo ese tiempo Izuku es atado a un árbol, sin agua ni comida.
El cansancio y el hambre provocan que Izuku duerma sin sueños, demasiado exhausto para que su cerebro conjure imágenes tortuosas. Duerme a intervalos regulares y cada vez despierta con un sobresalto, desorientado y adolorido. En algún momento empieza a llover, gotas de agua fría que lo empapan de pies a cabeza. Izuku despierta presa de una sed voraz, alza el rostro y bebe hasta que su garganta duele.
Cuando paran a la segunda noche el estómago de Izuku ruge sin descanso, tiene un dolor de cabeza incesante y cada vez que cierra los ojos ve manchas de luz brillante titilar tras sus párpados en formas indefinidas, cada una de ellas adaptándose al ritmo de su corazón. Su ropa está tan empapada que se pega a su cuerpo como una segunda piel. Sus muñecas descarapeladas pulsan sin dejar de sangrar. Lo peor de todo es el frío, afilado y cortante que cubre su cuerpo, lo hace creer que nunca volverá a sentir la tibieza del mundo. Cuando esa noche lo atan al árbol, a merced de la lluvia, Izuku está seguro de que no despertará.
[...]
Pero lo hace.
—...ey... hey... muchacho, ¿me oyes?, hey...
Despierta en el suelo de una celda negra pobremente iluminadas. Tiene que parpadear varias veces hasta que las paredes dejan de verse brumosas. La voz que no deja hablar suena distante, amortiguada por algodones. El calor que emana de su cuerpo dificulta su audición, el mundo es sofocante y silencioso. Izuku cierra los ojos, se lame los labios que encuentra resecos y ligeramente hinchados. Las motas de luz han desaparecido, han sido reemplazada por una negrura absoluta.
La conciencia de Izuku no consigue aferrarse al mundo.
[...]
La siguiente vez que despierta está temblando. Hace tanto frío que sus dientes castañean, nota los dedos helados y las piernas rígidas. Cuando se gira, en un movimiento instintivo para conservar el calor, se da cuenta de que tiene piernas y manos libres de las ataduras.
El pensamiento se pierde ante la sensación helada que sacude su cuerpo.
—Muchacho
Endereza el cuello para ver a la persona que habla mientras aprieta los brazos contra su cuerpo.
—¿Estás bien?
Izuku le contesta que sí.
—Muchacho, ¿me oyes?, ¿tienes frío?
Izuku vuelve a decirle que sí.
—¿No puedes hablar?
Izuku piensa que la conversación es absurda, y así se lo dice. Solo entonces se da cuenta de que no consigue decir nada. Lo intenta y no puede. El frío se lo impide.
—¿Tienes sed?,—pregunta el hombre extendiendo un trozo de algo desconocido en su dirección.
Izuku lo mira sin dejar de temblar; no puede responderle, mucho menos extender un brazo para tomar lo que le ofrece. En un intento por recuperarse Izuku cierra los ojos y se concentra en luchar contra frío.
Frío, frío, frío.
[...]
Despierta al sentir el tirón en su ropa, la sensación de la piedra raspando su espalda y el movimiento del techo barren todo pensamiento racional. El pánico bulle en él como burbujas de agua hirviendo, se arremolinan en su interior y lo ahogan. Eso hasta que una repentina frescura le toca la frente y las mejillas. Cuando Izuku consigue enfocar su vista se encuentra frente a una sonrisa amable y unas manos delgadas increíblemente gentiles.
—Por todos los dioses, muchacho, estás ardiendo en fiebre.
La voz está dotada de tal calma y bondad que Izuku se relaja. Se queda acostado boca arriba, con la cabeza tocando los barrotes que separan ambas celdas. Con su pánico bajo control, Izuku se toma un momento para estudiar el rostro esquelético de ojos azules, los ojos azules más compasivos que ha visto nunca.
—Es una suerte que te movieras en sueños, de lo contrario nunca te habría alcanzado.
La respuesta de Izuku es mirar, embotado por la pesadez de su cuerpo.
—¿Entiendes lo que te estoy diciendo, muchacho?
Izuku le dice que sí.
—A ver, abre la boca.
Izuku obedece, es vagamente consciente del tazón astillado que se presiona contra su labio inferior, lo que consigue despertarlo es el fresco líquido que se desliza hacia su boca. Izuku bebe con tanta ansia que si dependiera de él lo habría vaciado de un solo sorbo, pero el hombre se toma su tiempo y lo hace con tanto cuidado que son pocas las gotas que se resbalan por su mejilla.
—Ya está, ¿mejor?,—le limpia las gotas de agua con su pulgar y presiona la frente contra los barrotes—¿puedes hablar?, ¿cuál es tu nombre?
Izuku lo intenta de nuevo.
—...zzzku...
—Suku, ¿te llamas Suku?... Pues bien, Suku, llevas inconsciente desde que te trajeron. Eso fue esta mañana. Veo que vienes empapado, ¿está lloviendo?,—Izuku gime—Bien. No, no te muevas. Estás demasiado débil, ¿cuándo fue la última vez que comiste?, ¿no lo recuerdas?... Está bien. No te preocupes. Vaya, viéndote de cerca me doy cuenta de lo joven que eres, ¿quién ha sido el necio que te ha mandado aquí?... Muy bien, hablaremos de eso cuando te recuperes. Por ahora necesitas beber mucha agua. También tienes comer.
Le ofrece una pasta suave, sin sabor, que Izuku traga con muchísimo esfuerzo.
—Tenemos que quitarte esta ropa mojada. Te envolveré en mi manta para que recuperes el calor.
Al sentir las manos sobre su camisola, Izuku reúne lo que le queda de fuerza para extender la mano y sujetarlo, pero su esfuerzo resulta inútil pues el hombre se zafa sin problema y alza la parte inferior de su camisa.
—...oh
El miedo de Izuku se dispara, aprieta la boca y se prepara para lo peor; pero en lugar de llamar la atención, el hombre apoya el rostro contra los barrotes y le susurra en voz baja.
—Todo está bien... tranquilo. Traeré mi manta, te envolverás en ella mientras te quitamos la ropa. En cuanto esté seca podrás usarla de nuevo. No tengas miedo. Cuidaré de ti.
En un intento por calmarlo, el prisionero le acaricia el pelo con muchísima ternura hasta que Izuku finalmente asiente en conformidad; antes de que el hombre se aleje, Izuku reúne la fuerza para preguntarle.
—¿...quién...?
El hombre de ojos azules susurra: —Mi nombre es Yagi.
[...]
Sin la ropa, envuelto en una manta de algodón áspero, Izuku es consciente de su cuerpo helado; la sensación es inexpresable siendo que su interior se deshace por el calor que perla de sudor su frente. Durante horas, días, años –su percepción del tiempo se encuentra dañada– Izuku entra y sale de un estado consciente.
A veces encuentra a Yagi dándole masajes en los músculos, calentando su piel a base de fricciones y movimiento, en otras ocasiones despierta en la isla, junto a su madre, que le pone una mano en la frente y le sonríe con su amor inagotable.
La fiebre provoca que Izuku se sumerja en un mar de recuerdos negros. Pesadillas, memorias, alucinaciones, todas se entremezclan en su mente hasta que resulta imposible distinguir la verdad de la mentira.
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Katsuki en medio de un mar negro.
Izuku corre hacia él, pero al acercarse el agua oscura se alza hasta cubrirlo por completo.
—¡Kacchan!
—Quédate ahí, Deku
—¡Kacchan!
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Los gladiolos en el pecho de Kacchan son de un inconfundible rojo escarlata. Izuku sueña con tocarlos, pero cuando extiende la mano sus dedos se manchan de sangre. Al alzar los ojos, el hombre de piel purpura le sonríe mientras su cuchillo atraviesa el pecho de piel alabastrina.
—¡Kacchan!
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—¡¿Cuál es tú problema?!—Katsuki se acerca y extiende la mano hacia el nudo de su cintura—¿Tienes una flor tan fea que no quieres que nadie la vea?
Izuku reacciona con ira. Manotea la mano que se acerca y retrocede; las lágrimas arden en sus ojos.
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Cuando extiende la mano para tocar la espalda de Kacchan, éste se deshace entre sus dedos como si fuera arena que ha perdido firmeza. Izuku se encuentra perdido, en medio de la oscuridad.
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—¡Corre!
Kacchan se da la vuelta y lo empuja. Izuku consigue dar tres pasos antes de tropezar. Cae con las manos por delante y se gira a tiempo de ver a Kacchan saltar sobre el hombre con el lazo, pero de inmediato cae al suelo, inconsciente.
—¡Kacchan!
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Está de cuclillas junto a Kacchan, pierna contra pierna, hombro contra hombro, frente a un campo de flores azules de centro amarillo. Lo ve mover los labios, pero no consigue entender lo que dice.
—¿Qué?,—le pregunta en voz alta
La respuesta que recibe es un brazo extendido que señala las flores. La boca de Kacchan se mueve, pero no hay sonido que provenga de ella.
—¡No te oigo!
Cuando intenta tocarlo un feroz remolino lo ciega.
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Abre los ojos y ve a Kacchan sentado en una celda oscura. Sus ojos escarlatas brillan como brasas incandescentes.
—¿Kacchan?
La expresión de feroz aberración en el rostro de su amigo se oscurece.
—Me abandonaste.
—¡No!
—¡Te rendiste!
—¡No!
Cuando intenta avanzar Izuku cae por un abismo insondable.
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Despierta con la respiración entrecortada, las manos frías y el cuerpo adolorido. Toma bocanadas cortas hasta que consigue calmarse, y aun así se siente al borde del abismo, lleno de amargura, decepción y duelo. Se encoge en sí mismo tomando nota de cada músculo adolorido y cada punto de dolor. Con calma ordena sus recuerdos de los últimos días, la mayoría son fragmentos que combinan pesadillas y realidad sin un orden especifico, el resto son imágenes de Yagi velando su sueño, ofreciéndole agua fresca y comida o simplemente cuidando de él.
—Sobreviviste.
Izuku se mueve con cuidado, tiene que luchar contra el desconsuelo que palpita dentro de él. Gira la cabeza hasta que sus ojos se posan en el hombre sentado con el hombro apoyado en los barrotes que separan ambas celdas.
—¿Qué día?,—su voz es un jadeo corto, casi inaudible
—No sé la fecha exacta, pero han pasado cuatro días desde que te trajeron. Tu fiebre empeoro esa noche y no dejo de subir. Temí que no lo lograrías, pero aquí estas.
—¿Dónde—hace una pausa, traga, se aclara la garganta y lo intenta de nuevo—est... est... agg?
—Estamos en las celdas subterráneas de la Ciudadela, Suku.
—¿Suku?
—¿No es ese tu nombre?
—No, me llamo Izuku.
Con muchísimo cuidado Izuku se levanta; al apoyar las manos en el suelo sus muñecas se resienten. Alguien –supone que Yagi– las ha lavado y limpiado, pero el malestar continúa. Al sentarse Izuku tiene que cerrar los ojos para soportar el repentino mareo que lo sacude. Gime de dolor y exhala con lentitud hasta que está seguro de que no va a desmayarse.
Concéntrate en respirar, se dice con firmeza decidido a borrar las pesadillas de su mente.
Abre los ojos y ve que la celda posee una pared piedra en la parte trasera, a los lados barrotes de metal separan una celda de otra –la celda de la izquierda está vacía– y la puerta es una monstruosidad gris con una simple rendija a tres pies del suelo por donde se cuela la luz de las antorchas. También hay un manojo de paja maloliente en la esquina y un balde sucio junto a la puerta.
—¿Cuatro días?,—pregunta Izuku mientras acepta el tazón de agua que Yagi le da.
—Sí. Esta es la noche del cuarto día.
—¿Han traído a alguien más?
—Solo a ti, ¿viajabas con alguien? ¿con Kacchan, tal vez?
La cabeza de Izuku gira tan rápido que su cuello cruje. Dentro de él crece una emoción indefinible, una emoción asfixiante. Es abrumadora y densa y desata la sensación de melancolía que va asociada a ese nombre. Sus barreras, aún frágiles por la fiebre, se tambalean.
—¿Qué has dicho?,—¡Me abandonaste!
—Kacchan—repite Yagi y de alguna forma el nombre suena terrible en sus labios, como una indiscreción en voz alta. Izuku quiere corregirlo, pero no puede—Es el nombre que no dejabas de repetir mientras delirabas en fiebre.
La burbuja dentro de él estalla dejándolo vacío y hueco, recuerda los ojos escarlatas como brasas incandescentes. ¡Me abandonaste!
—Pesadillas—responde Izuku bebiendo el agua de un tirón, se atraganta y la tos le da una excusa para recomponerse.
—¿Fue su idea que te dibujaras una orquídea en la pierna?
Izuku cierra los ojos, se siente débil, drenado emocionalmente e incapaz de concentrarse en otra cosa que no sea la imagen de Kacchan siendo devorado por un mar negro.
—¿Fue su idea?
No, quiere decirle, no fue su idea, él ya no existe, pero no consigue verbalizarlo. En su lugar pronuncia una frase quebrada, débil, que suena más a lamento que a orden.
—Por favor, deja de hablar de él.
Devuelve el tazón vacío y se acuesta lentamente. El cansancio cae sobre él como un mazo de hierro; vuelve a sentirse enfermo, aunque sin fiebre. Encoge las piernas contra su pecho y cierra los ojos. Está vez duerme libre de pesadillas y alucinaciones, en su lugar sueña con prados de un azul brillante.
[...]
Me acordaría de ti aunque no tuviera ni una sola flor azul, Katsuki.
[...]
Abre los ojos y parpadea.
¿Katsuki?
Está seguro de que nunca ha dicho su nombre en voz alta, pero el sonido de su propia voz pronunciando esa palabra es un eco que silba en sus oídos con una claridad asombrosa. Por alguna razón piensa en flores azules de pétalos diminutos y por más que lo intenta no consigue recordar su nombre. Se esfuerza, pero es inútil, el sueño es difuso y se deshace entre sus dedos cuando intenta recrearlo. Lo único que se queda con él es esa frase.
Pese a todo ahora se siente mejor, menos vulnerable que la vez anterior, menos frágil. Sigue convaleciente, pero tiene la mente despejada, sus ideas son más complejas, y la situación toma forma frente a sus ojos. La sensación de melancolía sigue ahí, es un sabor amargo, un peso dentro de él, pero no es paralizante.
El recuerdo de la expresión de Kacchan al decir "Te rendiste" lo impulsa en lugar de destrozarlo.
Cuando su bandeja de raciones aparece por la rendija de la puerta, Izuku extiende las manos y retira la comida antes de que desaparezca. En el plato encuentra la misma papilla que Yagi le dio, un tazón de agua, y dos trozos de pan enmohecido.
Su hambre no hace concesiones, raspa las partes enmohecidas del pan y se asegura de que el interior siga bueno, después lo parte en rebanadas que unta con la papilla. Se come dos rebanadas despacio, masticando con calma pese a la urgencia que siente. Toma un poco de agua y espera. Para pasar el rato lava con un poco de su preciosa agua potable las heridas de sus muñecas, deshace la venda de su pierna para estudiar el daño causado por la humedad y vuelve a vendarla asegurándose de que la tela se quede fija.
Después de asegurarse que su estómago no se rebela, Izuku se come otras dos rebanadas y vuelve a esperar. Le han quitado los zapatos así que se entretiene calentando los dedos de sus pies con su manta roída, mientras hace eso su vista se desvía hacia la derecha, puede ver que hay otros tres prisioneros en celdas contiguas a la de Yagi. A su izquierda la celda está vacía, hay un prisionero en la celda que sigue y después otra jaula vacía.
Tras dos pausas para comer, y mientras mastica su última rebanada de pan, Izuku se levanta para espiar por la rendija de su puerta. Al frente hay otra hilera de puertas iguales, el techo es de piedra enmohecida y por primera vez detecta el toque de humedad que impregna el ambiente.
—¿Hay ríos o lagos cerca de aquí?,—pregunta en voz alta y se gira para mirar a Yagi.
—Hay un río.
—¿Nace o desemboca en la presa de Hosu?
—Nace de ella.
—Entonces desemboca en el mar.
—¿Conoces la región?
—Solo en mapas. Memoricé la posición exacta de las fortalezas, las aldeas y las prisiones cuando emprendí mi viaje. Si dices que hay un río cerca que nace de la presa, entonces nos encontramos en el canal que utilizan para transportar hacia el mar los barcos que construyen.
—¿Por qué es importante?
—Porque conozco a alguien que trabaja aquí.
[...]
"Aléjate de las costas, Midoriya... no te acerques a menos que no tengas otra opción. Si llegan a capturarte te enviarán a la Ciudadela, ahí tengo un amigo que puede ayudarte. Él trabaja en las celdas subterráneas, le pediré que esté al pendiente de los prisioneros que llegan, pero debes entender que no existe garantía de que pueda ir a verte."
[...]
Cuando el guardia regresa para la comida de la tarde, Izuku está listo.
—Este ha sido un Banquete Oscuro.
El celador lo manda a callar y se aleja maldiciendo entre dientes. Izuku se aparta de la puerta y vuelve a sentarse con la espalda apoyada contra los barrotes.
—¿Y ahora?
—A esperar.
El hambre vuelve más fuerte que nunca, su estómago se retuerce impaciente e Izuku no puede calmarlo. Para distraerse cuenta las doscientas dieciséis líneas en el techo de su celda, le da masaje a sus muñecas lastimadas y procura estirarse con cuidado. Después deja vagar sus ojos por la celda hasta posarlos en Yagi.
—Gracias por ayudarme.
Se lo dice con sinceridad, puede ser que incluso con afecto, y Yagi sacude la cabeza quitándole importancia.
—Eres demasiado joven para estar aquí.
—A ellos no les importa la edad que tengas.
Yagi asiente en silencio y la conversación muere ahí. Izuku sigue mirándolo, estudiando sus rasgos delgados, sus pómulos marcados y sus dientes afilados. Tiene el aspecto de alguien que ha perdido peso de forma continua, sin pausa. Aunque el enviciado aire de la celda hace parecer que todos huelen igual –una mezcla de sudor, suciedad, podredumbre y zozobra–, resulta imposible esconder el aroma que pertenece a cada uno, flota entre ellos de forma tenue e Izuku se permite estudiarlos en silencio.
—¿Por qué estás aquí?,—pregunta Yagi de pronto.
—¿Por qué estás tú aquí?
—Yo no soy un omega haciéndose pasar por un beta.
—No, eres un alfa haciéndose pasar por un beta. Al principio creí equivocarme porque no tienes marca, pero no. Eres un alfa. ¿Ellos lo saben?
—Eres muy observador, muchacho. Sí, ellos lo saben, estoy aquí porque él se aburrió de mí.
—¿El General?
—De vez en cuanto me visita, pero el resto del tiempo me deja en paz.
—¿Y tu marca?
—Solía estar aquí—su huesudo dedo señala su torso desnudo donde una terrible cicatriz cubre casi todo su lado izquierdo—Era una flor de olivo y se extendía desde mi hombro hacia mi costado. Tenía pequeñas flores blancas con un toque de dorado en el centro de sus pétalos. Había decenas de racimos blancos... mi pueblo la consideraba la flor de la paz. Ahora ya no está.
—¿Qué pasó?
—La perdí.
—¿Cómo?
—Me la quitaron. Ahora se exhibe como trofeo en la pared de Tomura Shigaraki.
—¿Quién?
—...por tu bien deseo que nunca llegues a conocerlo. Ahora bien, cuéntame, ¿cómo llegaste hasta aquí?
Izuku suspira, se masajea con calma los dedos de las manos y se lo cuenta, sin prisa y con todos los detalles que tiene. Y como no puede ser de otra manera empieza hablando de Kacchan.
[...]
Me acordaría de ti aunque no tuviera ni una sola flor azul, Katsuki.
[...]
La narración de Izuku se interrumpe casi al final. Frunce el ceño e intenta recordar cuándo y dónde escuchó esa frase.
—...y decidiste sacrificarte en su lugar.
Izuku lo mira, parpadea—¿Eh?... sí... no, quiero decir. No fue un sacrificio. No sé si mi plan tuvo éxito o no—suspira Izuku sin dejar de examinarse las heridas de las muñecas, apartando el recuerdo de las flores azules—Estoy seguro de que cubrí su rastro y de que le di suficiente tiempo para alejarse. Quiero creer que está a salvo.
Yagi asiente, pensativo.
Esa noche Izuku duerme poco, con el estómago vacío, la mente llena de ideas y la firme decisión de salir de ahí.
La rutina en las celdas es aburridísima, el pesado ambiente lo adormece durante casi todo el día, cuando está despierto platica con Yagi, que se interesa por su deseo de ser sanador y muestra interés por su estancia en la tierra de Overhaul. Dos veces al día un guardia llega a darles de comer, en casa ocasión Izuku repite el santo y seña, sin cambio alguno.
En la quinta visita Izuku conoce por fin al amigo de Tokoyami.
—Este ha sido un Banquete Oscuro—repite Izuku por inercia sin alzar los ojos.
—Nuestro Amigo es un Ser Nocturno.
De rodillas frente a su puerta, Izuku se inclina para ver a su celador. Es un hombre altísimo y fornido, con seis musculosos brazos en los que carga las bandejas de comida, pelo de un platinado brillante y una bandana que le cubre gran parte de la cara.
—¿Tentakoru?
El hombre se inclina para espiar por la rendija, sus cejas se enarcan al ver a Yagi pegado junto a los barrotes.
—Es un amigo—explica Midoriya con apremio y en voz baja—Confío en él, Tentakoru.
—Le dije a Fumikage que no me llamara así. Es Shoji.
Su voz posee un ritmo alto, casi juguetón, y curiosamente no proviene de su boca sino de uno de los apéndices que se acerca a la rendija para susurrar; aunque la pañoleta de color azul le cubre media cara es fácil identificar cuando se ríe porque los bordes de sus ojos negros se arrugan.
Sin poder evitarlo, Izuku sonríe.
—Hola, Shoji. Gracias por venir.
—Había empezado a creer que nunca te conocería, Midoriya. Fumikage escribió muchas cartas sobre ti. Y fue muy insistente al pedir que me mantuviera al tanto de los nuevos prisioneros.
—¿Cómo está él?
—Su última carta llego hace varias semanas. En ella me decía la fecha de tu partida, también me avisaba de su reclutamiento. Ahora es imposible saber en dónde está.
Midoriya se sacude la repentina nostalgia y se concentra—¿Puedes ayudarme, Shoji? Necesito salir de aquí.
—Fumikage te habrá dicho que yo no puedo sacarte de aquí... pero le prometí que haré todo lo que este a mi alcance para ayudarte. Ahora escucha bien porque no me queda tiempo: En dos días harán una prueba con todos los prisioneros que están aquí. La prueba se hará al aire libre, en ese momento tendrás que huir. Deberás alejarte hacia la frontera Overhaul, o si lo prefieres internarte en las montañas, de ninguna manera te dirijas hacia el mar, hay tropas por todas partes y aunque tu gente tiene a sus naves acordonando la zona corren rumores de que la mayoría de los suyos están muertos. Tu mejor opción es volver a Overhaul...
—Pero...
—Es todo. Ahora toma tu comida, he puesto doble ración para ti. Volveré en dos días.
Izuku lo ve marchar y se queda junto a la puerta hasta que todo queda en silencio. Durante un momento se queda quieto, después acomoda su comida en el suelo, se arrodilla con un trozo de roca suelta y empieza a perfilar una versión improvisada de los mapas de Tokoyami. Cuando termina de marcar el suelo, acomoda los trozos mohosos que le ha quitado al pan para delimitar las fortificaciones que recuerda.
—Aquí está el río—murmura entre dientes mientras su cerebro corre frenético analizando posibilidades y escenarios—no puedo cruzarlo, incluso a nado me arriesgo a ser arrastrado por la corriente. Podría seguir río arriba, alcanzar la presa y buscar una zona donde el cause sea menos bravo, pero... ¿de verdad quiero volver a Overhaul? Me pase años intentando salir de ahí. Volver ahora sería regresar, con la excepción de que Tsuyu no está ahí. Ni Fumikage. No puedo bajar, no sin un barco, y si lo hago a pie me arriesgo a ser descubierto. Hay muchas aldeas alrededor de este río. No puedo atravesar Hosu sin ayuda, especialmente si las tropas del General están desplegadas, no hay forma de que pueda llegar a la costa a salvo. Solo me queda subir a las montañas, una vez ahí puedo atravesarlas e intentar llegar hasta el desierto. Kamui dijo que subiría a esconderse a las montañas. También dijo que tenía un amigo ahí. ¿Cuál era su nombre? Espie. Esnie... vamos, cerebro, recuerda.... Snipe. Sí. Snipe. Si puedo encontrar a Snipe él puede guiarme con Kamui. Con él puedo enviar un mensaje a Aizawa para informarle de mi posición. Es la opción más lógica.
Casi sin pensar Izuku extiende la mano, toma uno de sus trozos de pan, lo sumerge en su papilla y empieza a mascar sin que sus ojos dejen de recorrer el mapa.
—Eres excepcional.
La voz de Yagi lo arranca de su pequeña burbuja y se gira para mirarlo.
—Serás un excelente sanador.
—Gracias.
—No, gracias a ti por recordarme que aún hay cosas por las cuales luchar. Gracias por recordarme quién soy y qué estoy haciendo aquí.
—¿Qué?
—No te he dicho toda la verdad, muchacho... Creí que te estaba protegiendo. De dónde vengo a los omega se les cuida, se les mima, ya que la vida en mi tierra es difícil y nuestro pueblo asume la responsabilidad de mantenerlos a salvo. No muchos de ellos nacen en cada generación, no muchos sobreviven, aquellos que lo hacen se casan jóvenes y se dejan agasajar porque es lo único que conocen.
—De donde eres Yagi.
—Mi nombre es Toshinori Yagi
Durante un momento Izku se queda quieto, repasando el nombre, intentando que las sílabas tomen sentido en su cabeza. Eso hasta que recuerda a Aizawa y la misión que le dio a Tenya.
—Eres el antiguo líder de las Tribus Bárbaras.
—Lo soy. Cuando escuche tu relato quise decirte la verdad, pero eso solo te pondría en peligro.
—¿Por qué?
—Te contaré toda la historia, pero primero tienes que prometerme que enviaras un mensaje a mi hogar. Le dirás al joven Togata exactamente lo que voy a decirte. Solo a él y a nadie más.
—¿Por qué?
—Porque ellos te asesinaran si repites lo que has oído aquí.
—¿Repetir qué?
—Quiero que escuches con atención. Voy a decirte quién es el General y cuál es su propósito que busca.
—¿Lo conoces?
—Por desgracia una vez le perdone la vida.
[...]
Dos días después Izuku se despide de Yagi en voz baja agradeciéndole haberle salvado la vida.
—Cuídate muchacho... y recuerda valorar tu vida como valoras la de los demás.
Izuku es transportado de las celdas individuales a la parte trasera de un carromato. Otros ocho adultos viajan con él, todos ellos lo miran con horror al comprobar su edad y al aspirar el delicado aroma a menta que emana de él.
Después de un viaje relativamente corto la puerta se abre y varios adultos se posicionan frente a Izuku en un gesto instintivo. Cuando nada sucede todos se mueven lentamente hacia la salida.
En cuanto está afuera Izuku se da cuenta de tres cosas en rápida sucesión. La primera es que hay demasiada luz. La segunda, cuando sus ojos se acostumbran al resplandor, es que Shoji no está en la línea de guardias, y la última es que su cuerpo sigue tembloroso debido a la fiebre. Eso o que no ha comido suficiente.
—El General es magnánimo—grita uno de los oficiales que los mira a una distancia prudencial. En el grupo hay como quince, todos ellos altísimos y feroces—Les ha concedido la oportunidad de recuperar su libertad. Si consiguen escapar serán libres... y bien, ¿qué están esperando? ¡VAMOS!
Su grito pone a todos los adultos beta en movimiento. Izuku los sigue, en la misma dirección, porque está decidido a perder a los guardias de vista antes de separarse.
El grupo de guardias se queda atrás, junto al carromato, al frente hay un camino de tierra que comienza a torcerse a la izquierda hasta una curva pronunciada, a la derecha hay una caída de varios metros y del otro una pendiente pronunciada cubierta de árboles.
Izuku y su grupo se desvían a la izquierda y empiezan a ascender. En apenas quince metros Izuku empieza a notar los claros signos de desgaste tras un ayuno prolongado.
No llegan muy lejos.
Al principio Izuku está seguro de que es niebla, tenue y de un gris clarísimo que solo se distingue por la sombra de los árboles, pero entonces lo huele y se detiene, porque tiene un aroma agrio. Salvaje. Está intentando identificarlo cuando el primer Beta cae. Ocurre frente a él e Izuku se mueve antes de que pueda procesar lo que hace. Se inclina junto al hombre y se aparta cuando empieza a convulsionarse. No pasa mucho antes de que una espuma blanca empieza a brotarle de la boca para después quedarse quieto.
Izuku le toma el pulso y no lo encuentra.
Otros empiezan a gritar, se sujetan la cabeza con las manos y cuando Izuku los mira nota la sangre escurriendo por sus ojos y nariz. Al hacer una rápida revisión Izuku detecta tres más con convulsiones mientras el resto grita.
El incienso. Shoji dijo que harían una prueba con nosotros. Está es la prueba. Es droga para beta. Es un incienso para matar a un beta.
El instinto de Izuku lo hace querer arrodillarse junto a sus compañeros para ayudar, mira a su alrededor horrorizado.
No seas un debilucho.
Izuku corre, sigue ascendiendo con dificultad sin detenerse. Encuentra a Shoji en la cima, con una bolsa de viaje.
—Empaque provisiones y otras cosas que te harán falta. Tienes una hora, tal vez dos, antes de que los guardias se den cuenta de que falta uno. Aún entonces buscaran por los alrededores así que corre y no te detengas.
—Gracias, Shoji.
—¡Corre!
Con las prisas, con las imágenes de los hombres beta convulsionándose en el suelo aún frescas en su mente, Izuku se olvida de decirle a Shoji su plan de alcanzar la zona montañosa.
De haberlo hecho Shoji le habría advertido lo que se encuentra ahí.
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n/a
He intentado utilizar la famosa frase de "Stay Back, Deku", pero traducirla es un lío así que he hecho una aproximación. Espero que la encuentren. Lo mismo ha sucedido con "What a Mad Banquet of Darkness" de Tokoyami. Uf.
En otras notas Tentakoru es El Nombre de Heroe de Shoji, y le queda pero es tan raro de oír.
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