Capítulo 16: Preparativos
Sinopsis: Soy libre para caminar bajo el cielo, libre para reír y volver a sonreír.
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La línea divisora entre Hosu y el desierto Noumu es una inmensa pared de roca que va creciendo desde la playa y se extiende a lo largo de todo el continente hasta alcanzar la formación rocosa que marca el inicio de la sierra que atraviesa Hosu.
La pared se distingue a kilómetros de distancia y es la principal causa de que las bestias Noumu no se propaguen más allá del desierto rojo. Existen algunas, especialmente aquellas con habilidades de salto alto, que cruzan solo para ser muertas por los centinelas del Coronel que gobierna la región.
En cuando Kyouka le señala la pared, Tenya jala las riendas de su montura y se detiene extasiado por la visión.
—¿Te emociona entrar en tierra enemiga?,—le pregunta la chica con su sonrisa amplia mientras chasquea la lengua para obligar a que su montura se mueva.
Tenya imita el sonido y pronto ambas bestias avanzan lado a lado.
—No lo entiendes—dice Tenya limpiándose el sudor de la frente—son más de tres semanas desde que dejara al príncipe sin protección. ¡Casi un mes! Si todo salió según lo planeado, Todoroki-ouji seguirá con el contacto esperando nuestra llegada y Aizawa-sensei habrá prevenido al rey de la alianza.
—¿Cuál es el problema, entonces?
—¡El príncipe está solo!
—Dijiste que llevaba a un compañero.
—También te dije que no estaba capacitado en combate.
Kyouka se encoge de hombros –es al parecer su gesto favorito– y azuza a su montura hasta que retoma el trote ligero que el resto de la manada sigue.
Tenya trota detrás de ella, desviando sus ojos de un jinete a otro aún sorprendido de que estén ahí. No es el ejército que se suponía iba a reunir, tampoco es un grupo grande: Dieciséis guerreros incluido el Jefe Togata en persona. Su misión, más que luchar, es parlamentar con el príncipe y determinar las condiciones de la alianza.
Nada más.
Pese a todo Tenya agrade su compañía. Sin ellos jamás habría podido atravesar el desierto con vida. Sus habilidades para encontrar agua, cazar, y para defenderse de las bestias noumu que emergen de la tierra, son la razón de que esté a punto de cumplir con su misión.
Tenya hace tronar su lengua y el sonido provoca que su montura apriete el paso. Avanzan de prisa bajo el incansable sol de la tarde hasta que lentamente el cielo azul brillante se convierte en una pantalla de colores entremezclados conforme el día termina. Antes de que la luz desaparezca por completo el grupo se detiene a levantar el campamento.
—¡Pero estamos tan cerca!,—murmura Tenya aún sobre su montura mirando con anhelo la pared de piedra que se ve a lo lejos.
—Se ve cerca—dice Kyouka condescendientemente—Pero aún si partimos mañana temprano alcanzaremos la base al anochecer. Después tendremos que subir y encontrar la catarata dónde se encuentra el príncipe.
—Aizawa-sensei dijo que era el punto de encuentro.
—Pues entonces aún nos quedan varios días de viaje por delante.
Sin una réplica apropiada, Tenya la ayuda removiendo las riendas y los estribos de las monturas. Los animales, una vez libres, se agrupan en torno a la comida que la muchacha ha traído para ellos. Tenya se queda a verlos comer hasta que su estómago ruge en voz alta. Hay cuatro fogatas encendidas, cada una con un pequeño grupo de guerreros que intercambian paquetes de comida y odres de agua.
Tenya se deja caer junto al grupo del Jefe Togata. Rechaza con cortesía la carne de lagartija que uno de ellos le ofrece mientras se tuesta en la fogata, y en su lugar acepta las galletas que Yayorozu le convida. De ellos acepta pan y carne seca, pero no siente aprecio por su manía de comer viseras, pellejos, bichos, quesos mohosos y carnes semicrudas.
—¡No pongas esa cara!,—se ríe Kousei cuando lo ve arrugar la nariz ante su lagartija—Es comida.
—Te cambio la mitad de tu lagartija—interviene Kyouka mientras rebusca en su bolsa—por un tercio de mi queso.
Tenya hace oídos sordos a su discusión, en su lugar se distrae estudiando a sus acompañantes. Desde que se adentraran en desierto el grupo abandonó las pesadas capas de pieles para vestirse con pantalones blancos y camisas de manga larga que los protege del sol. Llevan sombreros hechos de tela con velos que cubren cara y cuello. Su atuendo está hecho de una tela ligera que permite a su piel respirar.
Solo de noche se remueven los sombreros dejando sus rostros al descubierto. Junto a Tenya se sienta Yaoyorozu, una muestra clara de la belleza bárbara con sus pómulos refinados, su altura superior a la media, sus contornos fuertes y su pelo negrísimo como tinta derramada, pero es en sí una delicadeza llena de sonrisas tímidas y nerviosismo. Y si eso no fuera poco posee además una bellísima orquídea justo detrás de su oreja derecha con hojas que crecen hacia su garganta. Cuando se vuelve para hablar con Kyouka, Tenya puede ver los delicados patrones en colores lilas que delinean los pétalos. La flor absoluta de la seducción y la belleza.
Después viene Kyouka, de un tamaño ligeramente inferior a la media entre su gente, pero ella ha decidido compensar esa adversidad convirtiéndose en una guerrera feroz, rápida con las sogas y las lanzas, Tenya la ha visto saltar sobre una bestia Noumo usando únicamente su lanza. No tiene reparos en comer cualquier cosa y ha conseguido hacerse un lugar entre los hombres de la guardia personal de Togata. La flor de Anturio que tiene en la mejilla es de un rojo brillante y afilado, como la sangre que fluye por sus venas.
Junto a ella está Kousei Tsuburaba, alto y feroz, lleno de sonrisas sarcásticas y respuestas incisivas. Su interés por Kyouka es obvio, aunque no tanto como el desinterés que ella le muestra cuando decide hacerse el gracioso. Tenya no ha visto flor en él y supone que es porque siempre va cubierto de pies a cabeza.
Junto a él está Mirio Togata, el líder de las tribus bárbaras, alto, fuerte..., y feroz. Por lo que ha oído muchos hombres se refieren a él como el sol, por su carácter imponente y su capacidad para iluminar el lugar en donde este. Durante su audiencia, Tenya vio el girasol que porta justo encima de su corazón, aún recuerda las tonalidades amarillas, la delicadeza de los pétalos, el complejo detalle de las pipas en el centro. Es la flor de la resistencia, aquella mira al sol y bebe de él.
A su lado se encuentra Amajiki, su consorte pese a ser beta. El también posee la belleza clásica de las tribus bárbaras, su pelo es de un lustroso negro, corto y elegante. Posee la misma delicada naturaleza que existe en Yaoyorozu, los mismos ademanes. En su muñeca izquierda crece la Flor de Luna, la única que Tenya ha visto en su vida. Es de un brillante y refinado blanco, con un pequeño centro amarillo claro. Tiene una infinidad de pétalos largos y anchos que crecen en tamaños irregulares. Cuenta la leyenda que la flor solo crece en las montañas y solo florece durante la luna llena. Bellísimas, inalcanzables, y únicas.
Tenya sabe que si las tribus se rigieran por un gobierno monárquico hereditario, el líder se vería obligado a contraer matrimonio con un omega o una mujer beta con la intención de preservar la línea de sangre, pero al no ser el caso ellos están libres de escoger a su cónyuge con libertad.
Por último, cerrando el círculo y justo a su izquierda, se encuentra la mano derecha de Togata, su guardaespaldas y el más leal de sus guerreros. Inasa Yoarashi. Gigantesco entre los suyos, fuerte y ruidoso. Tampoco hay flor visible en él, es otro alfa capaz de arrancarle la cabeza a las bestias noumu.
El resto de la comitiva posee la misma fiereza que caracteriza a los bárbaros, pero Tenya agradece que esos seis viajen con él. Con ellos, Todoroki-ouji estará a salvo.
[...]
—¿El heredero de Yuuei está aquí?
—Es lo que nuestro contacto informa, General.
—¿Dónde?
—La nota no lo específica, su prioridad era informarnos de la muerte del rey. Hemos solicitado más detalles.
—Bien, espero una respuesta. ¿Cómo marcha el plan?
—A la perfección señor. La mitad de la flota de Yuuei, compuesta de guerreros beta, se encuentra bajo el control de nuestro contacto. Aún queda la segunda mitad, que en este momento están tomando posiciones frente al segundo puerto. Hemos organizado ya el contraataque para neutralizar a su fuerza alfa.
El General asiente.
—¿Y Chisaki?
—El ejército de Overhaul salió de puerto en la fecha indicada. Su arribo a Yuuei está programado para dentro de unos días. Para entonces no quedara ni un solo guerrero de la flota real.
—Va siendo hora de probar el incienso beta en campo abierto.
—Muy bien, señor.
—¿Cuántos prisioneros tenemos?
—Diez. Nueve adultos y un joven.
—Servirán.
—Una cosa más, señor.
—¿Qué?
—El capitán de la prisión B en la frontera no se ha reportado. Los oficiales que salieron de ahí con los nuevos reclutas confirmaron su posición hace unos días, pero no tenemos noticias del resto del equipo ni sabemos nada sobre los últimos traslados de esa prisión. Su último contacto fue hace casi una semana.
—Ordena a los oficiales que regresen.
—Están demasiado lejos, señor.
—¿Quién queda en la región?
—Los hombres de Shuichi.
—Envíalos a investigar.
—Como ordene, señor.
[...]
Con los ojos cerrados, Denki se concentra, la cabina huele a sándalo, pesado, denso, invasivo. Para contrarrestarlo Denki espesa el aroma a su alrededor hasta que la dulce fragancia de las naranjas cubre cada esquina del carromato. La voz del alfa es una candencia suave y rítmica:
—Hueles delicioso.
Lo oye aspirar a profundidad. Siente que el ambiente se relaja.
—Empieza a contar—le dice Denki en voz baja
El muchacho obedece, lo hace con lentitud, pronuncia cada sílaba con firmeza, enfatizando los acentos.
Denki arruga la nariz al detectar el aroma que empieza a esparcirse por el carromato. No huele mal. Huele a leche endulzada con miel, deliciosa y pegajosa, pero hay algo en ella, en su densidad, en su intensidad, que le provoca dolor de cabeza.
Siente nauseas.
En lugar de relajarse endereza su espalda, sacude la cabeza y busca una postura más cómoda. Escucha al alfa contar hasta doscientos ochenta cuando su voz pierde firmeza. A los trescientos quince empieza arrastrar las palabras. A los trescientos treinta y cinco se detiene, repite la cantidad con voz lenta, vuelve a detenerse y ya no sigue. Sentado en el suelo, con la espalda hacia la puerta, Denki abre los ojos y ve al alfa sentado frente a él, con una expresión de dulce abandono.
—Hey
Silencio. Denki toma aire –nota el sabor a leche en su paladar, la sensación de pegajosa miel en sus encías– y se concentra en una emoción. Felicidad. Su aroma se intensifica, crece hasta cubrirlos a ambos.
—Hey
Silencio. Denki estira una mano y lo toca. Un breve roce sobre la palma que descansa en la rodilla doblada. Cuando no consigue respuesta, Denki cambia su emoción. Tristeza. Su aroma pierde intensidad y se dulcifica.
—Hey.
Nada.
Enfado. Miedo. Angustia. Ternura. Sensualidad.
Denki no altera su expresión, aspira el aroma a leche al que siente posarse en la base de su estómago y vuelve a intentarlo. El alfa no reacciona ni se mueve ante el contacto. Denki aspira de nuevo anhelando una bocanada de aire fresco, pero solo aspira la miel dulce que siente bajar por su garganta.
Su dolor de su cabeza crece hasta convertirse en lo único en lo que puede pensar.
Se levanta y golpea la puerta del carromato tres veces, hace una pausa, y vuelve a golpear, como establece el protocolo. De inmediato la puerta se abre y Denki salta al exterior alejándose lo más posible. Uno de sus compañeros se acerca a él con un odre de agua del que bebe hasta vaciarlo. De reojo ve a dos alfa con pañuelos en la cara sacando a su compañero inmóvil del carromato.
Yosetsu viene a encontrarse con él. En las manos carga una tablilla con nombres y registros.
—Doscientos ochenta—dice Denki en cuanto lo tiene enfrente—A los trescientos treinta y cinco se quedó en blanco.
Yosetsu hace la anotación en su papel y suspira.
—Se mantiene dentro de los parámetros normales.
Denki asiente. Las pruebas con los viales tuvieron un éxito parcial, los alfa equipados con ellos podían contar hasta quinientos y algo, el único que ha llegado hasta casi mil es Bakugou, quien ordeno empezar a practicar por pares.
Hasta el momento no han tenido mucho éxito.
—¿Vamos a seguir?,—pregunta Denki masajeándose la cabeza.
—No... ha sido suficiente por hoy. Aunque ventilemos esa cosa el aroma no se desvanece de inmediato y es peligroso si dejamos que se concentre. Tal vez hagamos otra ronda antes de que anochezca, por ahora es todo.
Denki asiente, su atención se desvía hacia el grupo omega sentado a unos pasos de él, todos tienen la misma expresión exhausta y todos apestan a miel con leche. Es verlos y tomar una decisión.
—¿Necesitas algo más?
—No, ¿por qué?
—Quiero llevarme a los míos a tomar un baño.
—Bien, ¿qué necesitas?
—Agua y privacidad. Me gustaría mover nuestros carromatos para que mis compañeros también puedan bañarse.
—No pueden alejarse.
—No iremos lejos, ¿hay algún estanque que pueda servirnos? Algo cerca de aquí.
—Una de las patrullas de exploración reportó un río a unos quinientos metros adelante. El camino está despejado.
—Eso servirá.
—Está demasiado lejos, tal vez sea mejor esperar...
—Si Bakugou regresa y le decimos que haremos una parada adelante para que podamos bañarnos nos gritará hasta quedarse sin voz.
Yosetsu arruga la nariz y Denki se ríe.
—Te lo has imaginado, ¿verdad? Bien, iremos y volveremos sin problema.
—Enviaré una escolta.
—Queremos bañarnos en paz, nada de escoltas.
Se despide de él antes de que oírlo formular una réplica. Sus compañeros lo siguen animados con la perspectiva del baño. En cuanto llegan con el resto la noticia se dispersa entre ellos como fuego. Todo el grupo omega pone manos a la obra. Desde los que limpian las presas capturadas, hasta los que cuidan a los enfermos, cada uno de ellos se apresura en terminar sus labores para ayudar a movilizar los carromatos.
Oyen el rugir del agua antes de verla. Su sonido es impactante, ensordecedor. No cabe duda de que las lluvias han hecho crecer su cauce hasta convertirlo en una bestia indomable.
Guían a las bestias de carga, colocan los dos carromatos bloqueando el camino y liberan a los animales a los que dejan pastar con sus correas bien sujetas a un árbol. Se dividen en tres grupos, uno ayuda a los omegas en ciclo a salir, otro acarrea agua, y otro limpia el interior de los coches. Pronto todos están desnudándose, salpicándose con agua mientras se ríen.
Hace frío, el sol es una mancha brillante que aparece y desaparece en el cielo nublado, pero ese frío es completamente diferente del que existía en la prisión. El agua posee la frescura de las montañas y no el desgarrador filo de la corriente helada que proviene del subsuelo.
Denki grita cuando el agua fría toca su espalda, pero es un sonido emocionado, como el de un niño que recibe una grata sorpresa. En venganza se gira hacia Ochako a la que le lanza una cubeta de agua. Ella lo esquiva con facilidad y se ríe apuntándole con el dedo, eso hasta que Yui consigue empaparla de pies a cabeza. Se persiguen unos a otros, como niños sin supervisión. El resto de su grupo se dispersa, disfrutan de su tarde libre lejos de miradas y juicios. Se lavan a conciencia eliminando todo rastro de lodo y sudor.
Denki no deja de reír, libre y en voz alta.
—Me gusta verte reír—dice Ochako con una sonrisa—Me gusta reír
Hay algo en la forma como habla, una tristeza arraigada en lo profundo de ella, tal vez sea la misma que Denki siente en su interior cuando lo asalta el recuerdo de las celdas oscuras.
—Entonces ríe—dice Denki con simpleza
[...]
—Si lavamos los uniformes ¿se secarán antes de que tengamos que irnos?,—pregunta Yui oliendo el suyo.
—Tenemos algunos de repuesto—dice Denki haciendo un conteo rápido—Podemos cambiarnos y lavar estos.
Ochako y él se entretienen lavando, sacudiendo y golpeando la ropa contra las rocas planas que reúnen.
—Se ha dado cuenta—dice ella de pronto, sin detener lo que hace.
—¿Quién?
—Tu sabes de quién estoy hablando.
Denki se detiene para mirarla. Su expresión es de consternación absoluta.
—¿Qué?
Ochako se gira hacia él y cuando habla lo hace enfatizando cada silaba sin dejar de mirarlo a los ojos.
—Él se ha dado cuenta de que lo estás ignorando.
En lugar de fingir que no entiende el tema de conversación, Denki enrojece. Su piel se tiñe de rojo, desde la frente hasta los hombros. Vergüenza desbordando cada poro.
—¿Por qué estás hablando de mí con él?
—Porque eres su tema favorito.
Denki enrojece aún más.
—¡Ochako!
—¿Qué? Es la verdad. Hoy se ha deprimido porque cree que lo odias.
—¡Yo no-...! ¡AAGG!, ¡Ochako!
—Me limito a repetir un hecho.
—¿Qué más...? ¿Qué fue...?,—Denki traga saliva, mira con ira la ropa mojada que tiene entre en sus manos, gruñe y finalmente escupe—¿Qué le dijiste?
—Que no lo odias. Que no sabes cómo tratarlo. Que quieres espacio.
—Le dijiste...—para combatir el calor que siente en la cara, Denki hunde el rostro en el uniforme mojado—¿Por qué has tenido que hablar con él?
—Porque es mi amigo.
—Eso no-
—Está bien si te gusta. Es un buen alfa.
Denki se endereza, incapaz de continuar con la conversación. Respira con fuerza, forzando a su rubor a desaparecer. Se arrodilla junto al borde a lavarse la cara y cuando se endereza lo ve: Un hombre inmenso al otro lado del río cabalgando sobre una bestia de más de un metro de altura.
Del susto Denki se pone de pie con el corazón latiendo desenfrenado. Antes de que pueda gritar, antes de que pueda dar la señal de alarma, el hombre lo sorprende con su reacción. Se detiene en seco y desde donde está Denki puede ver su cara de asombro y pánico.
[...]
Viajar sin los carromatos es mil veces mejor, piensa Eijirou mientras avanzan a paso rápido siguiendo a Bakugou. No tienen que preocuparse por escoger caminos firmes, guiar animales necios o luchar con llantas atascadas. Su pequeño grupo compuesto de tres se mueve rápido, atravesando maleza y arbustos en línea recta.
Consiguen llegar a la prisión a media tarde. El inmenso edificio se alza en el borde del acantilado, con sus torres altas y sus banderas que se agitan con el viento helado. En lugar de avanzar directamente hacia él, el grupo se mantienen en los límites del bosque, buscando guardias en las murallas o señales de vida.
Cuando no hallan ninguna, Hiryu se ofrece para investigar. El riesgo es alto ya que si encuentran guardias tendrán que huir y perderlos antes de volver con el grupo.
Sentado junto a Bakugou, Eijirou aprieta los puños mientras Hiryu se dirige furtivamente hacia la prisión. Ambos permanecen atentos a los alrededores en caso de emboscada, y sabedores de que tendrán que huir si la alarma se dispara.
Hiryu se aproxima con cautela, sin perder de vista lo alto de las murallas. Lo ven rodear la entrada hasta que desaparece por ella. Son los veinte minutos más largos de la vida de Eijirou mientras aguardan con el corazón en la mano. De pronto, Hiryu aparece por la puerta y agita su brazo en alto.
La prisión está vacía, no hay bestias de carga en los establos, ni guardias en las barracas. Eijirou y Hiryu bajan a las celdas mientras Bakugo husmea lejos. Bajo tierra los pasillos huelen a encierro y muerte. Les toma tiempo encontrar el camino a las celdas oscuras, la única luz que los acompaña proviene de las antorchas que llevan consigo. Abajo la oscuridad es total y el silencio absoluto. Dentro de las celdas encuentran cuerpos, ninguno con un soplo de vida.
El aroma a putrefacción escapa por la puerta en cuanto la abren. Las náuseas de Eijirou se vuelven incontrolables después de la quinta celda. Hiryu vomita en el primer ascensor, mientras suben de vuelta.
No todas las celdas están llenas, al parecer el traslado se completó con éxito. Los que quedaron atrás fueron abandonados a morir de hambre. Eijirou siente ira y amargura, pero no cede ante el asco que burbujea dentro de él; se toma su tiempo para revisar cada rostro, como hiciera antes, para asegurarse que ni Hanta, Tetsutetsu o Rikidou se hayan quedado ahí.
Revisa todas las celdas, cada una de ellas alimenta el agravio que siente en nombre de su gente. Si pudiera les daría a todos ellos un entierro digno, pero sabe que no tiene los recursos necesarios para cumplir con su cometido.
Enmendaremos esto
Vuelven al exterior impregnados con el aroma a podredumbre. Hiryu se lava manos y cara en cuanto tiene oportunidad. Eijirou no lo hace, no se atreve.
—No queda nada—dice Bakugou en cuanto se reúne con ellos—Será mejor volver.
—¿Alguna novedad?
—Una carta de un tal Dabi para Mustard solicitando buscar a Toga. No hay más detalles. Lo demás es correspondencia parecida a la que había en la oficina del capitán.
Eijirou asiente y lo sigue cuando se aleja hacia el exterior. Avanzan rápido, el estómago de Eijirou ruge en tonos tenues, para calmarlo mastica hojas de borraja. No consigue sacudirse la visión de cuerpos muertos abandonados en las celdas.
Quieto
La advertencia viene en forma de un aroma negro, amargo en su densidad y completamente paralizante. Eijirou mira a Bakugou que se ha inclinado en posición defensiva escudriñando sus alrededores con atención.
Todo sucede demasiado rápido. El aroma estalla en tonalidades rojas, afilado y feroz, gritando a viva voz, peligro. Eijirou se mueve sin detenerse a pensar al igual que Hiryu. Ambos atraviesan los arbustos cayendo sobre sus enemigos. En ellos no reconocen aromas familiares o señales de advertencia.
Uno de ellos posee una cola fornida, cubierta de una pelusa rubia y rematada en un mechón del mismo color. La cosa parece tener vida propia porque cuando Hiryu intenta atacar por detrás, la cosa se defiende como un ente individual.
Se ven obligados a coordinar sus ataques para vencerlo, entre ambos golpean y defienden guiándose únicamente por el aroma que emiten. Consiguen derribar a su contrincante, Eijirou sujeta al demonio contra el suelo, su rodilla ejerciendo presión sobre la columna mientras Hiryu aplica toda su fuerza contra la cola que no deja de sacudirse con fuerza sobrehumana.
—¿Tú?
La voz lo hace girar la cabeza, pero cuando se distrae el demonio se sacude debajo de él. Eijirou emplea toda su fuerza para mantenerlo en el suelo.
—¡Las flores de lunaria no crecen en esta región!
En cuanto la oye Eijirou alza la cabeza en un movimiento veloz y sin pausas. Puede ver a Bakugou ejerciendo presión sobre el demonio que patalea sin éxito.
—¡Yo las he visto crecer en la aldea de los primeros hombres! ¡De ellos no...!
Su voz se quiebra. Eijirou se mueve antes de que pueda procesar lo que está haciendo. Sujeta al alfa por las axilas y lo alza. Después se dobla cuando el otro consigue asestarle un cabezazo y un golpe al esternón.
—¡No!,—su grito carece de fuerza, pero al menos ha conseguido que todos se queden quietos.
—¿Qué diablos te pasa?,—pregunta Bakugou mientras el demonio en el suelo aspira bocanadas de aire sin detenerse.
Eijirou se endereza con lentitud y mira al demonio.
—¿Kamui?
[...]
No es Kamui.
Cuando Eijirou le quita la máscara encuentran un rostro femenino de piel rosada, con ojos ambarinos de pupilas doradas. Tiene un pelo rubio claro con dos pequeños cuernos del mismo color sobresaliendo de su cráneo.
—No eres él—dice Eijirou con voz sorprendida—¿Cómo conoces el santo y seña?
—Kamui me lo dijo—responde la muchacha una vez que consigue recuperar la voz—Hace ya muchos años. Quería asegurarse de que hubiera un reemplazo en caso de que lo descubrieran.
Como su timbre no está teñido por el miedo ni posee los altos tonos que van acompañados con el pánico, su voz resulta un aterciopelado sonido. Al oírla Bakugo la mira con fijeza.
—Eres tú.
—Ahora me reconoces—dice ella colocando sus manos encima de su cara—¡Maldita sea!
—Nunca vi tu rostro.
—¡Por eso grite la seña de Kamui!
—No la conozco.
—Esperen un momento—interviene Eijirou masajeando su diafragma, la señala mientras enfoca sus ojos en el alfa—¿Quién es?
El otro responde con el entrecejo fruncido—Llevó los viales.
—¡¿Qué?!—se gira hacia la chica—¿Fuiste tú?
—También llevé los mensajes—la muchacha se endereza con lentitud dirigiéndole una breve mirada a su amigo—¿Y bien?,—pregunta con la espalda tensa—¿Nos dejaran ir?
Eijirou dirige su atención hacia Bakugou, que gruñe.
—Mientras cierres la boca y te olvides de que nos has visto—responde cruzándose de brazos.
—Lo que él quiere decir—dice Eijirou dirigiendo su mirada reprobatoria hacia Bakugou para después volver a posarla sobre la muchacha—es que te debemos un favor por tu ayuda mientras estuvimos encerrados. Y nos ayudarías aún más si no le mencionas a nadie que nos viste aquí.
—Muy bien... sí, sí, lo haré, ahora quita esa cara de muerte, ¿quieres? ¡Maldición!
Bakugou rueda los ojos aunque obedece, se contenta con mirar furioso al tipo de la cola.
—Que amargado—murmura la chica al mirar al alfa
—¿Sabes dónde está Kamui?,—pregunta Eijirou atrayendo su atención.
—¿No lo sabes tú?
—Teníamos ordenes de reunirnos con él en la catarata, pero...
—¡Sin detalles!,—grita Bakugou sin mirarlos.
—...no sé si aún seguirá por aquí.
—Lo vi por última vez cuando recogí los viales. Kamui tenía planeado dejar a sus amigos cerca de la costa y luego esconderse en las montañas.
—¿Esconderse?
—Me dijo que los espías de Kurogiri los habían rastreado a él y a tus amigos.
—Sí, el paquete con los viales contenía una carta diciendo lo mismo.
—A Kamui le preocupaba que hubieran tardado tres días en salir. Él se habría marchado de inmediato, pero tus amigos insistieron en quedarse.
—¿Qué dirección tomaron?
La muchacha sacude la cabeza—No lo sé.
Eijirou asiente, está listo para marcharse cuando se acuerda de preguntar.
—¿Cuántas personas estaban con Kamui?
—Solo dos.
—¿Alguna de ellas era un hombre de pelo negro, ojos negros y con una flor de azalea en el rostro? Tal vez el más alto del grupo.
—No, a ese no lo vi. El más alto no tenía flores en la cara, pero si una quemadura grande.
—¿Tenía el pelo en dos colores distintos?
—Sí y ojos de distinto color, uno azul y uno marrón.
—Pero él no podía ser el más alto, ¿no iba con él un hombre rubio? ¿O alguien como de mi edad, pelo azul y ojos azules?
—No... El de la cara marcada era el más alto. Con él venía un chico esbelto. Tenía el pelo y los ojos verdes... y toda la cara llena de pequeñas manchas oscuras. Se perfilaban a lo largo de su nariz y se difuminaban en torno a los ojos.
Ni siquiera ha terminado de hablar cuando tiene a Bakugou sujetándola de la pechera de la camisa.
—¡¿Qué has dicho?!
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