Capítulo 15: En la Tierra de Hosu
Sinopsis: Bajo la lluvia, empapado, frío y hambriento, lo prefiero mil veces a vivir bajo el suelo entre rejas negras.
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Desde lejos, la caravana parece ser un grupo de soldados común y corriente: Seis carromatos guiados por jinetes cubiertos de negro, una tropa de soldados en la delantera, en los flancos y en la retaguardia, todos vestidos con el inconfundible uniforme del ejército y cubiertos con capas gruesas confeccionadas especialmente para viajar en la lluvia.
Pero de cerca y bajo un examen más detallado quedan al descubierto las diferencias. En primera los soldados avanzan sin la coordinación que caracteriza a la milicia, no hay formaciones, no hay filas, no hay superiores cabalgando y supervisando la caravana. En segunda los soldados tienen problemas manejando las bestias de carga que parecen escoger siempre la ruta más suave, donde las llantas de los carromatos terminaran por hundirse, eso deja claro que la tropa no conoce la zona.
Pese a sus dificultades, el grupo no se mueve a ciegas. Tienen soldados en los flancos estudiando los alrededores en busca de amenazas, cada cierto tiempo envían pequeñas avanzadillas en tres direcciones con la intención de escoger la ruta más accesible, por las noches hacen rotaciones de guardia para evitar sorpresas o emboscadas, y lo más importante de todo es que tienen exploradores limpiando la zona por la que pasan.
Así que no, no son un grupo comandado por un capitán del ejército, pero sin duda tienen un líder que los guía.
Togaru lleva dos días tras ellos desde que se cruzara con el grupo en su jornada de caza. En un principio su intención había sido esconderse hasta perderlos de vista, sabía que si ellos lo encontraban habría muchas preguntas y él prefería evitarlas. Eso fue antes de entender que la caravana estaba compuesta de personas que no eran originarias de la zona.
Ahora Togaru intenta adivinar si la tropa ha sido enviada por el General.
Como tiene la ventaja de conocer la región, de saber dónde se encuentran las mejores zonas para acampar y cazar y disponer de todos los atajos posibles, Togaru no tiene problemas encontrando escondites de observación donde puede ver al grupo avanzar. Se mueve siempre por la zona alta donde los arboles son más tupidos, lejos de sus exploradores y su campo de caza.
Durante casi tres días Togaru asiste a la misma rutina: los carromatos avanzan lentamente por los caminos lodosos, en ocasiones las ruedas se atascan y el grupo se congrega para ayudar, descansan tres veces al día, las primeras son paradas cortas para comer y desentumir las piernas, la última es al atardecer donde el campamento entero se instala. Encienden fuego a resguardo de la lluvia y pronto las patrullas se extienden alrededor mientras el resto del grupo duerme. Al día siguiente la rutina vuelve a empezar.
Togaru se aburre, está pensando seriamente en dar la vuelta y marcharse, cuando consigue ver la cara del líder.
Entre tantos encapuchados es difícil seguirle el rastro al cabecilla del grupo, el tipo está en constante movimiento y solo se distingue del resto cuando empieza a señalar y todos se mueven para obedecer. Togaru ha perdido la esperanza de identificarlo, por suerte para él, la lluvia se detiene al tercer día y toda la caravana da la bienvenida al sol.
Encaramado en su árbol Togaru se inclina sobre la rama con la mirada puesta en el líder, quien empieza a movilizar al resto. A su alrededor muchos han empezado a descubrirse, pero él sigue dando órdenes sin mostrar intenciones de imitarlos.
Vamos, piensa Togaru con ansiedad, quítate la capucha, ¿quién eres?, ¿Dabi?, ¿Shigaraki?
Cuando el líder finalmente se descubre la cabeza, Togaru parpadea confuso. El tipo es demasiado joven y no posee la constitución recia y amplia que caracteriza a todos los capitanes de la milicia; su rostro es de un color pálido, como leche blanca, no tiene cuernos entre su pelo rubio ni ninguna otra seña característica.
Entonces el líder del grupo imita al resto y se desnuda para lavarse. En cuanto se quita el peto de su uniforme, Togaru la ve.
La flor roja justo encima de su corazón.
Mierda.
El cuerpo de Togaru se sacude de miedo y sus manos vuelan hacia sus cosas, en dos latidos arma su postura con su arco tenso y listo para disparar. Se detiene cuando consigue procesar que el líder no es el único. Todos los hombres que hay a su alrededor exhiben una flor en su pecho, hombros, o espalda.
Una tropa de asalto.
La enormidad de la situación sacude a Togaru. Ha visto los barcos en el horizonte y sabe que los salvajes han llegado para la guerra, pero le sorprende ver a un grupo de ellos tan lejos de la costa.
¿Cómo han llegado aquí? ¿de dónde han sacado esos uniformes? ¿a dónde se dirigen?
Esa última pregunta lo hace reaccionar. Sin duda la tropa de asalto tiene como intención limpiar la zona, tal vez pretendan atacar a las aldeas haciéndose pasar por guardias del ejército.
Tengo que avisarle al Coronel. Tenemos que preparar una línea ofensiva. Tenemos que expulsarlos de nuestras tierras.
Togaru estudia una vez más al líder de los salvajes, baja de su árbol y corre directo de vuelta a su hogar.
[...]
Las pesadillas acompañan a Denki desde que perdiera su hogar. A veces sueña con su madre bañada en sangre, a veces recuerda a su padre marchitándose en su cama, la mayoría de las veces sueña con las celdas oscuras, con la primera vez que lo llevaron ahí, con el miedo y el terror al perder sus vendas. Sueña con las manos de Nubia y con su tapete vacío. Sueña que cae por un pozo y se despierta al sentir el vértigo de la caída.
Es costumbre despertarse tres o cuatro veces por la noche, sacudirse, aspirar el aroma familiar de encierro y vacío para volver a dormir y repetir la secuencia.
Aún tiene pesadillas, aún sueña con las celdas negras, de vez en cuando sueña con su yo más joven tirado en una celda dentro de un barco que se mueve, pero ahora también sueña con dedos de acero que se cierran sobre su garganta. Sueña con ojos inmisericordes que lo miran mientras intentan matarlo.
Se despierta con la respiración entrecortada y la sensación fantasmal de los pulgares presionados contra su tráquea, pero en lugar de aspirar el aroma de la celda lo que huele es la lluvia. Si se gira puede sentir la tierra contra su mejilla y la sensación basta para ahuyentar sus pesadillas.
Aún es temprano cuando Denki se endereza con cuidado intentando no despertar a nadie. Se levanta y avanza de puntillas entre sus compañeros dormidos. Envuelto en su cobija se aproxima al borde de la lona improvisada; de un lado la lona se sujeta a uno de los carromatos y del otro se han colocado estacas que la mantienen fija contra el suelo dejando descubierta la parte frontal y trasera.
Denki se sienta en el borde y extiende una mano hacia el exterior. La suave llovizna está fría, pero no se compara con el frío que había en la prisión.
Hace cinco días que son libres y Denki sigue sin poder creerlo. A veces teme despertar de vuelta en la prisión, en su tapete, sin fuerza para enfrentar otro día; pero cada vez que ese miedo intenta instalarse basta quitarse la capucha para inhalar con fuerza. Huele a lluvia, a tierra mojada, a plantas.... Huele a libertad.
Cada vez que respira Denki quiere reírse, pero sabe que si lo hace volverá el llanto y no hay tiempo para eso. Por mucho que quiera quitarse las botas y chapotear en los charcos mientras grita de alegría, no puede permitírselo.
Denki extiende ambas manos hacia la lluvia, forma un hueco con ellas y cuando reúne suficiente agua se lava la cara. Repite la operación hasta que siente la piel fría y limpia, después se enjuaga la boca y se arregla el pelo con las manos húmedas. Lo que de verdad quiere es bañarse, pero aún no se siente listo para quitarse el uniforme.
Tiene miedo de que si se lo quita no podrá volver a usarlo y la sola idea de volver al fundoshi lo llena de pavor. Supone que todos ellos comparten el mismo miedo irracional porque, aunque todos están acostumbrados a bañarse diario, ninguno se ha tomado la molestia de hacer la petición en voz alta.
Así que Denki se acicala lo mejor que puede sin quitarse la ropa. Después dobla su manta y se aleja de su grupo hacia el carromato que tienen junto a él, dentro duermen los omegas en ciclo. Denki abre la puerta y de inmediato la omega que hace guardia junto a la entrada se despierta. En cuanto lo reconoce Chieko sonríe.
—Buenos días,¿ya amaneció?
—Todavía no, puedes dormir otro rato, solo vengo a dejar mi manta, ¿cómo están?
—Bien, Andu se despertó a medianoche, llorando, pero conseguimos calmarla. Todos están exhaustos y hambrientos, ¿crees que podamos ampliar la ración de la mañana?
—Veré que puedo hacer, ¿necesitas más panax?
—No por ahora, estamos guardándola para cuando sea necesaria, ¿cómo están el otro grupo?
—Apenas voy para llá, descansa, en cuanto salga el sol enviaré a alguien para que te ayude con las raciones del desayuno.
Denki cierra la puerta, se coloca su capucha y corre los cuatro metros que lo separan del otro carromato. Encuentra a Ochako despierta con los ojos fijos en la puerta y aferrando su cuchillo con una mano de nudillos blancos; aunque sus ojos pierden la alarma al reconocer a Denki, en ningún momento hace ademán alguno por soltar su arma.
—Estás despierta—murmura Denki con calma extendiendo una mano para acariciar su pelo.
—No podía dormir—responde Ochako sin sonreír—Escuché ruidos afuera y pensé...
No termina su frase, pero no hace falta porque Denki se acuerda del primer día cuando uno de los alfa captó el aroma de los omega y perdió la cabeza. Desde ese día se instalaron las guardias y se tomó la costumbre de tener a un omega junto a la puerta vigilando.
—Está bien—dice Denki intentando calmarla—Duerme ahora, yo estoy despierto.
Le acaricia el borde del pelo hasta que su puño se relaja y consigue dormirse. Denki cierra la puerta y le hace una seña de asentimiento hacia el alfa que vigila ambos carromatos. Aún es temprano, pero en lugar de dormirse, Denki se aleja de ahí.
Junto al tercer carromato duerme el último grupo omega, dentro del vehículo descansan los heridos y enfermos. Descontando todas las pérdidas por la batalla en prisión, por las heridas y los muertos en las celdas, su número total se ha reducido y la mayoría de ellos son omega.
Dentro de los carromatos número cuatro y cinco se almacena toda la comida, junto a ellos duerme la mitad del grupo alfa, y el resto se encuentra en la zona, haciendo guardia o exploración. Más allá de ese grupo se encuentra el primer carromato, junto al que nadie quiere dormir.
Nadie excepto el líder, que siempre instala su fogata junto al vehículo que lleva los paquetes de incienso.
La caravana había sido preparada por los guardias de la prisión, habían empaquetado la comida y alistado los transportes, ellos solo habían tenido que procurarse uniformes y botas para el viaje. Cuando se preparaban para abandonar la fortaleza muchos insistieron en dejar el vehículo atrás, pero el alfa no cedió y su voluntad se impuso, Denki nunca le ha preguntado el por qué.
Sabe que no hay garantía de que vaya a recibir una respuesta.
Durante su viaje Denki ha aprendido unas cuantas cosas del alfa: Su paciencia es mínima, no le gusta relacionarse con el resto, siempre toma los turnos de vigilancia más pesados, nunca responde cuestiones personales –consiguió arrancarle su apellido a base de molestar e insistir– y aparentemente no duerme porque Denki siempre lo encuentra vigilando.
Como ahora.
—¿Qué pasa?,—pregunta Bakugou en cuanto Denki se detiene junto al asiento del conductor. Hace la pregunta sin girarse, contemplando el rebaño de animales de tiro que duermen tranquilamente bajo una lona improvisada.
Desde donde está, la cabeza de Denki queda a la altura del asiento, le resulta fácil ver el frasquito de cristal que el alfa hace girar entre sus dedos.
—Toma—le extiende la bolsita de tela que él mismo cosió la tarde anterior. Cuando el alfa no hace ademán de tomar el obsequio, Denki añade—Le cosí un forro interior lleno de arroz para evitar que se mueva demasiado; amortiguará el golpe en caso de que llegue a caerse. La cinta es gruesa por si quieres llevarla al cuello. Mejor eso que tenerlo en el bolsillo dónde terminará por romperse.
Cuando el alfa gira el rostro encapuchado hacia él, Denki enfrenta su adusta mirada con toda la entereza que puede reunir. Se limita a mantener la mano extendida hasta que por fin el alfa toma el saquito de su mano. Sin esperar un agradecimiento, Denki rodea la parte frontal del carromato que permanece apoyada contra el suelo mojado y se sube en el asiento del copiloto.
Se frota las manos, bosteza y finge que no se da cuenta del cuidado con que el alfa pone el frasco dentro del saquito. Aún se acuerda del aroma, de la tenue esencia de albahaca y menta, pero lo que nunca olvidará es la poderosa reacción que desencadeno. Cada vez que se acuerda del aroma a madera quemada su estómago se encoge.
Aparta el recuerdo con una palmada mental mientras el alfa termina de colgarse el saquito al cuello y lo esconde bajo su uniforme.
—¿Crees que la lluvia pare alguna vez?
—Las nubes se ven menos densas. Es probable que hoy se despeje el cielo.
La idea consigue emocionarlo. Denki alza los ojos, pero no consigue ver más que nubes de un gris oscuro.
—Si sale el sol, ¿podemos tomarnos el día?
—No. Nuestro ritmo es lo suficientemente lento, no vamos a retrasarnos más.
En otro tiempo Denki habría guardado silencio, en la prisión ni siquiera habría hecho la pregunta, pero ahora que aspira el aire limpio y frío y que puede extender los brazos bajo la lluvia, no encuentra motivo para quedarse callado. Su viejo yo, enterrado bajo capas de miedo y ansiedad, asoma su cabeza y se estira, el aroma a naranjas emana de él en tonalidades tenues que hablan de sumisión y dulzura.
—Pero viajar con los coches es difícil—su voz está llena de matices blandos, aquellos que apelan la naturaleza protectora de cualquier alfa—Se atascan continuamente y los animales son demasiado tercos para obedecer. Los enfermos resienten el viaje, y los omega...
—Basta. No vamos a parar ni un solo día.
Denki arruga la nariz, inafectable por el aire brusco del alfa. Se remueve en su lugar y el aroma a naranja se espesa a su alrededor en un intento por conseguir que el alfa se ablande. Con él es con el único con el que se atreve a usar la táctica que solía emplear en casa cuando quería que Allana le hiciera caso.
La respuesta de Bakugou es girarse y mirarlo con el entrecejo fruncido.
—He dicho que no.
—Solo un día.
Más que una petición las palabras poseen el timbre juguetón que va asociado con el coqueteo. Denki no puede evitarlo, el aroma a su alrededor se endulza, su postura se relaja e incluso se atreve a extender la mano y empujar con suavidad.
—Solo por hoy—repite sin dejar de sonreír.
La nariz de Bakugou se arruga, su entrecejo fruncido se pronuncia aún más, en un movimiento rápido lo empuja con el codo y gruñe:
—Si no paras con las estupideces terminarás con la cara en el suelo.
En lugar de abochornarse, Denki se ríe, tanto por el gesto como por la repentina sensación de seguridad que lo invade. Saber que el alfa no lo ve como prospecto lo llena de una libertad y una confianza imposibles de explicar.
—¿Qué pasa?
Su risa se muere al girarse hacia la voz. El alfa pelirrojo –Eijirou Kirishima– está de pie mirándolos. Lo reconoce por su voz, por la forma de su cuerpo al pararse bajo la lluvia en toda su altura. Lo reconoce por sus ojos, por la forma como lo mira.
—Buenos días—responde Denki absteniéndose de utilizar el nombre que el alfa no ha parado de repetir cada vez que hablan. Se endereza en su lugar, procurando no retorcerse de incomodidad.
—Hola, Denki
Cada vez que escucha su nombre pronunciado en los tonos sedosos del alfa su estómago se desploma, se deshace en su interior en trozos calientes. Denki se atraganta al recordar abrazos que huelen a azafrán. A veces sueña con ese momento bajo la lluvia y no consigue sacudirse la sensación electrizante que sintió entonces.
—¿De qué hablan?
Denki se encoge de hombros.
—De tomarse un día libre.
—No vamos a parar—replica Bakugou sin titubear.
En respuesta Denki arruga la nariz y se atreve a empujar al alfa con la palma abierta. Lo hace con fuerza, como si ambos fueran iguales, reboza confianza y es completamente diferente del gesto suave y tentador que usara antes.
—Podríamos parar—interviene Kirishima atrayendo la atención de ambos—Estos días han sido extenuantes y todos agradecerían un descanso.
La emoción fluye en Denki, su expresión se ilumina, su espalda se endereza, su felicidad se dispersa en el aire inundando el bosque con el aroma de fresco jugo matutino.
—¡Sí!,—dice en voz alta alzando los puños al aire—Eso sería sensacional.
—No tenemos tiempo...—empieza Bakugou pero Kirishima lo interrumpe.
—Podríamos aprovechar el día en hacer más pruebas con el incienso; además, el mapa que tenemos muestra que hay otra prisión cerca de aquí. Podríamos enviar un grupo a inspeccionarla.
Bakugou gruñe—Creí que tenías prisa por encontrar a tu príncipe.
—Todoroki-ouji nos lleva al menos una semana de ventaja; para este momento tiene que estar a salvo en los barcos de la Flota. En su carta nos dijo que enviará tropas para recuperar la prisión. Es probable que estén en marcha. Descansar un día no cambiará las cosas.
—No cambiará nada, pero cada día que pasamos en este maldito lugar incrementa las posibilidades de una emboscada.
—Esa posibilidad existe aunque sigamos avanzando sin descanso; pero al menos de esta forma minimizamos el peligro de que los carromatos se deslicen por una pendiente resbalosa. Los animales de tiro están cansados y se vuelven difíciles de manejar.
Bakugou gruñe mientras Denki contiene el aliento.
—Muy bien—dice después de un momento de rechinar los dientes—Pararemos por hoy.
—¡SÍ!
—¡Pero!,—añade el rubio mirando a Denki con irritación—No será un día para holgazanear. Tenemos trabajo que hacer.
—¡Por supuesto!,—asiente Denki bajándose del carromato de un salto.
—¡Y!, participarás en las pruebas con el incienso.
—No creo que sea necesario...
—Lo haré—replica Denki cortando la protesta de Kirishima—Pero ya que usaremos el día para reunir fuerzas, ¿podemos duplicar la ración de hoy?
La mueca del rubio se ensombrece—Bien—escupe con fastidio—La zona está llena de animales de caza. Una doble ración no afectara nuestras provisiones.
Denki sonríe y se aleja antes de que alguno cambie de opinión. En ningún momento se gira para mirar atrás.
[...]
—Debería dejarlos a todos aquí—gruñe Katsuki al bajarse del carromato—Especialmente a ti y a tu estúpida cara complaciente.
El otro despierta de su contemplación y empieza a balbucear. Es sorprendente que aún bajo la capucha pueda distinguir el sonido de su sonrisa nerviosa.
—No sé a qué te refieres con cara complaciente, pero solo yo puedo preguntarle a Todoroki-ouji sobre las feromonas. Y no podemos abandonar al resto del grupo.
—¡Cállate! No necesito recordatorios. Esta parada retrasará nuestro itinerario.
—Hasta tu entiendes que es necesaria.
—¡Maldita sea! No necesitas repetirme lo que ya sé. Lo único que me enferma es verte pidiendo su aprobación.
—¡¿Qué...?!, ¿de qué estás...?
—¡Basta! ¡Deja la palabrería inútil!
Katsuki abre las puertas del coche y se toma un momento para extender el mapa que tomaron de las oficinas del capitán de la prisión. En él se muestran los caminos, las aldeas, la posición de los ríos y las fortalezas. Katsuki se toma un momento para medir la distancia a la prisión más cercana y otro para hacer cálculos de tiempo.
—Al menos está cerca.
—¿Cuánto tiempo?
—Una patrulla ligera podrá hacer el viaje en mediodía sin pausas para descansar.
—Podemos esperarlos.
—Sí—dice Katsuki haciendo una pausa para decidir—Enviaremos un grupo pequeño. Dos, no, tres personas. Viajaran con provisiones básicas. Ir y recolectar información.
—Y buscar supervivientes.
—¿Después de una semana? No lo creo. Los prisioneros llevaran días sin comida. Es imposible que alguien siga vivo.
—Ya veremos.
Katsuki suspira.
—Bien, ya que insistes, irás.
—¿Yo?
—Sí. Tú, el estúpido de la coleta y yo.
—¿Te refieres a Hiryu?
—¿Qué te hace pensar que me sé su nombre?,—se aleja con el mapa enrollado en su mano haciéndole señas a los centinelas más alejados—Viajaremos ligeros, provisiones mínimas y armas cortas. Alista nuestras cosas.
Kirishima obedece y Katsuki enfila hacia la fogata de los alfa mientras el cielo sobre él empieza a clarear. Muchos tienen la cabeza destapada, otros mantienen sus capuchas puestas pese a que ha dejado de llover.
—Hoy no avanzaremos—anuncia en voz alta e inmediatamente las voces de todos se elevan a su alrededor—Tú—señala al muchacho con la cinta azul en la frente; aunque no se sabe su nombre sabe que viene de las islas. Lo ha visto trabajar y nunca le ha dado problemas—te quedas a cargo. Si no volvemos mañana temprano los mueves, nosotros te alcanzaremos, aquí tienes el mapa con la ruta trazada—le entrega el papel enrollado—las raciones de hoy serán dobles, y todos harán pruebas de incienso a lo largo del día.
Murmullos de protesta se elevan entre el grupo, pero Katsuki los hace callar con un gruñido siniestro.
—¡Nada de quejas! ¡Si nos atacan nuestra debilidad es el incienso! Tenemos que encontrar una forma de contrarrestarlo. ¡Esa es la diferencia entre la vida y la muerte!
El silencio se instala, algunos asienten con expresiones de férrea determinación. Katsuki se toma un momento para mirar a cada uno antes de retomar su discurso.
—Las patrullas mantendrán su rotación. Quienes estén libres participarán en el grupo de caza. Nada de alejarse, nada de llamar la atención. Las piezas colectadas serán limpiadas por los omega...
—¿Omega?,—grita uno, su voz destilando ultraje e incredulidad.
—¿Tú sabes hacerlo?,—es la pregunta de Katsuki y cuando nadie responde, continua—No quiero volver y encontrar quejas. Nuestra prioridad es salir de aquí. ¡Nada de estupideces!
Un coro de asentimiento sigue a sus palabras y de inmediato todos se dispersan. Varios de ellos aprovechan el día de descanso para empezar a descubrirse la cara, algunos se desnudan para bañarse. El muchacho de la bandana se acerca inmediatamente a él.
—¿Qué...?,—pregunta Katsuki quitándose la capucha.
—Soy Yosetsu—se presenta el alfa sin inmutarse—¿Quiénes irán contigo?
—Solo dos más. El resto se queda aquí.
—¿Cuándo planean volver?
—Mañana, pero no nos esperes. Sigue mis órdenes.
—¿Y si necesitan refuerzos?
—Tu trabajo está aquí, nada más.
—Como digas.
—Una cosa más, ¿identificas al omega rubio?
—Tu omega...
—¡No es mío!, pero sabes de quién estoy hablando.
—Sí.
—Bien, él se queda a cargo de su grupo. Si necesitas algo de ellos se lo pides a él. Y si él te pide algo se lo das.
Yosetsu asiente y se retira. Una vez que todo está listo Katsuki se descubre la cabeza y utiliza uno de los cubos de agua de lluvia para lavarse. Durante un momento duda en remojar sus manos dentro de la cubeta, sabe que en cuanto lo haga el aroma a menta desaparecerá y la idea consigue fastidiarlo. Al final aprieta los labios, se desnuda y se baña de prisa, quitándose el sudor y el lodo de su cuerpo.
Se sacude el agua fría y se viste de prisa, sin perder el tiempo. Mientras se dirige hacia desayunar no deja de palparse el esternón donde puede sentir el saquito de tela que contiene el vial de Izuku.
[...]
Ochako se endereza limpiándose la boca con el antebrazo, usa el trozo de tela que tiene junto a ella para limpiarse las manos y después cubre la desnudez de su compañera con la frazada que tiene a la mano. La omega ronronea bajo la manta y se encoge debajo para dormir otra vez.
A su alrededor se oyen suspiros tenues, movimientos de aquellos que se sacuden en sueño o el tenue roce de piel contra piel de quienes acaban de despertar. Ochako se inclina sobre cada par dormido, en algunos casos usa un paño húmedo para refrescarlos y de ser necesario los ayuda con manos y boca para aliviar su necesidad.
Era la costumbre en prisión, donde todos se turnaban durante la época de ciclo para calmar a sus compañeros antes de dormir e inmediatamente al despertar. Durante el día podían masticar panax pero ahora que viajan en el carromato pueden prescindir de ella y guardarla para ocasiones especiales.
El carro huele a ellos; aromas entremezclados que se suavizan o se intensifican conforme el día avanza. Ochako se baña en él y cuando finalmente todos sus compañeros duermen abandona el dormitorio improvisado para estirar sus músculos bajo el cielo abierto.
Ha dejado de llover y el cielo es de un gris claro brillante. El sol se oculta bajo las nubes y en ocasiones se alcanza a distinguir sus rayos cuando atraviesan los nubarrones. Ochako aspira el aroma a bosque y su estómago se agita ante la sensación. Huele a campo abierto y a hojarasca húmeda.
Yui se aproxima a ella masticando con ánimo un puñado de galletas saladas.
—Vengo a relevarte—le dice con ímpetu, su espalda recta y la cabeza alta.
Es una persona completamente diferente de la chica tímida que solía encorvarse al caminar por los pasillos de la prisión. Ochako también se siente así. Libre y efervescente; aún le cuesta acostumbrarse a la sensación.
—¿Relevarme?,—pregunta aceptando la galleta que Yui le da—Pero no falta mucho para que nos pongamos en marcha.
—Hoy no viajaremos. Vamos a descansar y a comer.
El estómago de Ochako se contra de miedo en una reacción involuntaria. Pese a la alegría que pueda sentir al saberse libre, la sospecha sigue ahí, acechando dentro de ella, estimulando su imaginación y dotando a sus pesadillas de fuerza.
—¿Dónde está Denki?
—Con el grupo que prepara la comida de los alfa. Nuestra hoguera está allá—señala hacia la hoguera alejada del último carromato—Chieko está organizando la comida para los enfermos y me pidió que te preguntara si podías ocuparte de la comida de los que están durmiendo en los carromatos.
Ochako se humedece los labios y asiente.
—Puedo hacerlo, pero antes tengo que hablar con alguien.
Se despide de Yui y se aleja de su carromato hacia la hoguera donde los alfa almuerzan. Tiene que armarse de valor mientras se acerca porque el aroma que rodea el lugar está cargado de energía y fuerza. Muchos de ellos la miran, Ochako no se atreve a devolverles la mirada porque no quiere encontrarse con algún rostro conocido de sus visitas a las celdas oscuras. Son recuerdos que no se siente lista para enfrentar. Camina con la cabeza en alto, pese a sentir el puño que atenaza su estómago, con los ojos fijos en el camino que tiene enfrente.
Ve a Denki de pie junto a la hoguera removiendo la sopa en la inmensa olla de metal, hay un puñado de chicos con él que sirven la comida sin reaccionar ante los comentarios que se oyen. Y la persona a la que busca está sentado cerca de la primera fila, más allá de la hoguera, con los ojos puestos en su amigo.
Ochako enfila hacia él.
—Hola—dice Ochako sentándose junto a Kirishima
El alfa asiente, aunque su atención nunca abandona la hoguera donde los omega sirven la comida.
—Oí que no viajaremos hoy, ¿por qué?
—Es el primer día que no llueve. Haremos unas pruebas con el incienso, cazaremos comida fresca y enviaremos una patrulla a examinar la prisión que está cerca de aquí.
—¿Otra prisión?, ¿qué pasa si nos descubren? ¿qué pasa si nos atacan? ¿qué pasa si vienen por nosotros?
—Con toda seguridad la fortaleza estará vacía. En las ordenes que encontramos en la oficina del capitán se hablaba de vaciar las prisiones y concentrar todas las fuerzas en la capital para enfrentar a las tropas invasoras. Es probable que no haya soldados aquí cerca. Todas las tropas han sido movilizadas.
—Eso no puedes saberlo.
Su mal humor escapa de ella ensombreciendo el aire a su alrededor. El aroma a castañas se intensifica, se amarga, se concentra en un intento por conseguir que el alfa la consuele.
Kirishima se gira para mirarla—¿Qué pasa?
—No quiero que nos quedemos aquí. Quiero volver a casa.
—¿Tienes miedo?
—¿Y quién no? Tengo miedo de que nos capturen. Miedo de volver a las jaulas. Miedo de despertar y ver que vuelvo a estar bajo tierra.
—Nadie volverá ahí, eso te lo puedo prometer.
Ochako sacude la cabeza, incapaz de expresar en palabras la ansiedad que se agita en su interior. Se cubre el rostro con las manos y toma aire, se concentra en el aroma a azafrán que emana de la persona junto a ella. Dulce e intenso, lleno de ricos matices que consiguen aliviar su mal humor.
—¿Quiénes irán?,—pregunta con un suspiro cansado.
—Será un grupo pequeño, la idea es ir y volver lo antes posible. Bakugou, Hiryu y yo. Nos marcharemos apenas termine el desayuno.
—¿Quién se queda a cargo?
—Yosetsu.
Es oír el nombre y sentir que la tensión en sus hombros se disipa. Su alivio es tan palpable que Kirishima se gira hacia ella.
—¿Te cae bien?
—Se puede razonar con él—explica Ochako de manera cortante—Y nunca nos ha considerado objetos inútiles.
—¿Alguien los trata así?
Ochako frunce el entrecejo al mirarlo, indecisa ante la posibilidad de sincerarse o dejar el tema por la paz. Al final se encoge de hombros en un gesto ambiguo. Se quedan callados durante un rato mientras el pelirrojo termina de comer, aunque en realidad se limita a picar su comida sin que su atención se desvíe de Denki.
Ochako suspira—¿Por qué no vas y hablas con él?
—Me odia—explica Kirishima sin tartamudear—No sé por qué, pero me odia. Cada vez que intento hablar con él se hace pequeño y ni siquiera me mira a los ojos. No me soporta. Me odia.
—Ya lo dijiste.
—¿Por qué me odia?
—No te odia.
—Claro que lo hace. No me habla. No se ríe.
—No tiene muchos motivos para reír.
—Se ríe con... se estaba riendo con él.
—¿Con quién?
—Tu sabes con quién. Lo has visto.
Ochako asiente. Sí, los ha visto. Todos en la caravana han sido testigos de la familiaridad con la que Denki trata al líder. Ni siquiera se inmuta cuando el otro le contesta de mala forma, pese al mal humor del alfa, Denki nunca parece a la defensiva y nunca actúa como si le tuviera miedo. Ella lo entiende, los otros omega también, pero supone que para un alfa la situación le resulta incomprensible.
—No te odia—le dice en voz baja intentando que sus palabras no se alejen más allá de ellos—Es solo que no sabe cómo tratarte.
Kirishima vuelve a mirarla, esta vez su expresión es de absoluta estupefacción. Es una expresión tan adorable que Ochako sonríe y se ablanda. Se lo explica.
—Denki se acostó contigo—le dice con el tono de una madre con paciencia infinita—No fuiste el primero..., pero fuiste uno de muchos... No puedo decirte cuánto tiempo estuvimos bajo tierra, la verdad no lo sé, pero puedo decirte con cuantos de ustedes nos obligaron a intimar y me faltarían dedos en las manos para enumerarlos. No todos eran amables, no todos sabían controlarse, no todos diferenciaban un "adelante" de un "espera". Algunos no entienden que lo hacíamos para sobrevivir, para evitar castigos aún peores o un destino terrible, algunos creen que solo por eso tienen derecho sobre nosotros... La única forma de evitar que eso nos destruyera era definiendo una clara barrera entre ustedes y nosotros. Todos construimos muros. Denki tiene uno... él no te odia, pero no sabe tratarte. No sabe qué es lo que quieres de él.
—Pero no es así con...
—Porque con él se siente a salvo. Denki sabe que con él no corre peligro, sabe que sin importar la situación nunca se verá forzado a repetir lo que hicimos en las celdas oscuras.
Kirishima la observa con la boca abierta, Ochako casi puede ver las ideas y conclusiones que se agitan dentro de su cabeza.
—Yo... él no me habla... pero tu sí...
Ochako sonríe y enarca las cejas.
—¡Oh!,—exclama Kirishima en cuanto lo entiende—Así como ellos... ¿tú te sientes a salvo conmigo?
—¿Y?
—Y si quiero que él deje de huir, tengo que demostrarle que no le haré daño.
—¡Muy bien!, ¿qué más?
—Tengo que darle su espacio.
—Aja.
Kirishima asiente distraído, baja su mirada a su plato y durante un momento guarda silencio. Finalmente se gira hacia ella.
—¿Eso significa que no debe gustarme?... Porque si es así... ni siquiera sé cómo evitarlo.
Ochako suspira y le sonríe.
[...]
En lugar de sentirse liberada, Mina no deja de notar el nudo de ansiedad que crece en su interior. Hay algo dentro de ella que no la deja dormir, una advertencia que resuena en sus oídos cada vez que se levanta y emprende la marcha con su grupo alejándose de su aldea.
—Tal vez sea la certeza de que no volveremos pronto—le dice Mashirao cuando se atreve a expresar su malestar.
Mina asiente, distraída.
—Tienes razón. Estoy pensando demasiado.
Intenta desestimar su inquietud, intenta concentrarse en la tarea de avanzar; no ayuda que su oficial al mando mantenga a su grupo al margen de las actividades rutinarias. Es como si limitaran su contacto con el resto de la tropa. Todos los chicos de su aldea se apiñan lejos de la partida principal, comen y descansan en una zona separada, algunos ríen y hacen bromas sobre el futuro que los depara. Mina intenta participar, pero no deja de mirar hacia atrás. No deja de sentir angustia.
Entregué los frascos y fue todo, se dice por tercera noche consecutiva, aún si los descubren no hay forma de que puedan señalarme.
No consigue borrar de su mente la imagen de Shuichi Iguchi caminando por su aldea, con su piel color verde y sus ojos de reptil. Usualmente la visita de uno de los hombres de Shigaraki no le causaría angustia, pero su culpa no le permite sacárselo de la cabeza.
—Deja de pensar en él—le dice Mashirao esa noche mientras instalan las tiendas para dormir.
Su amigo intenta distraerla y ella lo escucha a medias. Ese día, su oficial al mando los envía a dormir temprano y los libera de la guardia nocturna; mientras sus compañeros aplauden y se alegran, la ansiedad de Mina se sacude.
—¿No es raro?,—pregunta ella sentada sobre su manta oyendo la lluvia que cae sobre el techo de su tienda.
—¿Qué es raro?
—El viaje. Salimos antes de lo planeado. No participamos en los grupos de exploración. Van a enviarnos a las líneas defensivas y no a la capital, ¿no te parece que nos tratan como criminales y no como nuevos reclutas?
—¿Te estás quejando porque dormirás toda la noche y no tendrás que estar bajo la lluvia empapándote durante horas?,—interviene entonces Shihai, recostado en la manta al otro lado de Mina—¡Deberías agradecerlo! Ciertamente yo lo prefiero.
—¿Por qué nos mantienen alejados del resto?,—responde Mina encarando a su compañero—¿Por qué nos envían al frente a luchar?
—Porque los salvajes están aquí y tenemos que defender nuestro hogar.
Mina se muerde los labios y aparta los ojos de él.
—Si tanto te molesta—le dice Mashirao con una sonrisa benevolente—podemos ir con el capitán y solicitar que nos dejen participar en la guardia nocturna. No puede negarse a una petición formal.
Ella asiente y ambos salen a la lluvia. Rodean el límite del campamento y se mueven de prisa queriendo empaparse lo menos posible. Ni siquiera han llegado a medio camino cuando oyen la conversación entre dos centinelas.
—¿Traición?,—pregunta uno de ellos con voz incrédula—¿de parte de quién?
Su interlocutor no es un centinela. Mina reconoce inmediatamente la voz del Capitán, una voz firme y serena que, aun susurrando, consigue transmitir autoridad.
—Ken Ishiyama—en cuanto oyen el nombre, Mina y Mashirao se miran con iguales expresiones de espanto—Que esto quede entre nosotros. Ninguno de los reclutas debe saberlo. Las ordenes de Shigaraki son enviarlos a las líneas defensivas y mantenerlos vigilados.
—Como ordene, Capitán, ¿qué pasara con Ishiyama?
—Han enviado a un Oficial para establecer los cargos en su contra.
—¿A quién?
—Shuichi Iguchi.
El resto de la conversación se pierde cuando ambos se alejan, Mina y Mashirao esperan un momento hasta estar seguros de que no queda nadie, inmediatamente después regresan.
—Hay que decírselos—murmura Mashirao; antes de que pueda alejarse Mina lo sujeta del brazo. Es ver su expresión llena de pánico para olvidarse de sus compañeros.
—¿Esto es mi culpa?,—murmura ella con los ojos abiertos y los labios temblorosos.
—Claro que no—dice Mashirao frotándole la espalda en un gesto de conforte y apoyo
—Lleve los viales, lleve las cartas...
—Si supieran lo que hiciste te habrían interrogado, pero no lo hicieron. No saben de ti.
—Saben de Ishi...
—No pronuncies su nombre en voz alta. Solo por si acaso. Sí, saben de Cementoss. Es probable que supieran de Kamui.
—Vimos a Shuichi en la aldea, antes de marcharnos.
—Lo sé. Se suponía que estaba ahí solo para ayudar con los reclutas.
—Se quedó atrás. Se quedo en nuestra aldea.
—Tranquila, Mina, es probable que no signifique nada.
—Quiero ir a casa.
—No podemos irnos ahora. Si nos reportan como desertores será aun peor para Cementoss. Tenemos que quedarnos.
—Tengo un mal presentimiento, Mashirao. Por favor, por favor, vayamos a casa.
—¿Y cuándo vayan a buscarnos?
—Lo decidiremos entonces... por favor, quiero ver a mi hermana. No soporto pensar que Iguchi está en la misma aldea que ella.
El pánico se dibuja de tal forma en su rostro que Mashirao no encuentra la fuerza para rechazar su petición.
—Muy bien, volveremos, pero necesitamos pensar en una excusa para habernos marchado. Tendrá que ser una muy buena excusa...
—Ya pensaremos en ello, ¿estás listo?
—¿No vamos a decirles a los demás?
—No, se verían obligados a mentir. Es mejor que no sepan nada. Si nos marchamos ahora tardaran en darse cuenta que nos hemos ido. Nos dará tiempo para borrar nuestro rastro.
—¿Dejamos nuestras cosas?
La respuesta de Mina es dar media vuelta y desaparecer entre los arbustos.
Viajan de prisa, familiarizados con la zona. La lluvia cae sobre ellos inmisericorde, pero ninguno protesta mientras corren con premura por los charcos enlodados y las pendientes resbalosas. En lugar de seguir por el camino principal se desvían a las zonas bajas. Evitan tomar el camino directo a su aldea y descienden por el valle con la intención de ascender en el otro extremo.
Comen bayas y frutas que consiguen recolectar en su camino, mastican hojas de mal sabor que ahuyentan el hambre. Al segundo día, cuando la lluvia se vuelve implacable, construyen un pequeño refugio de ramas para descansar.
El tercer día es el peor de todos porque es el turno de ascender. Marchan a paso lento, resbalándose sobre la pendiente mojada. No consiguen ni llegar a medio camino cuando deciden hacer una pausa. Duermen a cubierto de un árbol, espalda contra espalda, esperando el amanecer.
El cuarto día amanece sin lluvia, fresco y limpio como una tarde estival. Desayunan sus magras provisiones y ascienden de prisa, aprovechando el día. Sobre ellos se eleva la segunda prisión al otro lado del valle. Ambos saben que está desierta, están decididos a pasar esa noche a resguardo, tal vez conseguir un cambio de ropa y con suerte apropiarse de algún arma abandonada.
—El refugio de Kamui está por aquí cerca—dice Mashirao cuando el sol empieza a ocultarse
—¿Cuál de todos?
—El que tiene forma de nido, creo. Recuerdo haber oído a Cementos decir que vería a Kamui en esta región... Tal vez podamos encontrarlo.
—Lo dudo, cuando fui con él a recoger los frascos, me dijo que un cuervo de Kurogiri lo había rastreado hasta su nido. Él quería irse de inmediato, pero sus espías insistieron en quedarse. Se preocupaba por los tres días que se vio forzado a esperar, me dijo que apenas volviera por ellos tenía pensando llevarlos a la costa. No quería perder más tiempo.
Mashirao se detiene—¿Qué te parece si lo buscamos?
—Si oscurece no veremos nada.
—Si no lo encontramos seguimos hasta la prisión, pero al menos hay que intentarlo. Tal vez haya comida y mantas.
Mina asiente y se desvían hacia la zona boscosa a un costado de la fortaleza. Buscar el nido en la semioscuridad resultaría imposible para alguien que no sabe lo que está buscando. Mashirao sabe reconocer la diferencia y cuando lo encuentra ayuda a Mina a subir.
Mashirao sube con ayuda de su cola y entre ambos se pasan un rato escarbando entre los estantes y las bolsas abandonadas. Hallan un odre de agua viejo, una tinaja llena con agua limpia, galletas de harina, y muchos frutos secos. También hay mantas y un paquete de cuchillos escondido entre las ramas altas. Devoran la comida que encuentran y descansan los adoloridos músculos de sus piernas.
—¿Quieres quedarte aquí?,—pregunta Mashirao mientras mastica con lentitud.
—No... ya estamos muy cerca, prefiero seguir y llegar lo antes posible. La luna provee de suficiente luz para avanzar.
Se levanta y acepta la ayuda de Mashirao para bajar. Avanzan con lentitud, sin detenerse. Mina avanza detrás, siguiendo el camino que su compañero abre por ella. De pronto y sin razón, Mashirao se detiene en seco.
—¿Qué...?
Mashirao levanta la mano para pedir silencio. Hace una seña rápida e inmediatamente Mina asume su posición defensiva. Lo hace a tiempo porque de pronto una sombra oscura se abalanza sobre ella como una bestia salvaje.
Mina cae al suelo con la sombra encima; sin perder la calma y llena de adrenalina, Mina lanza un puñetazo que conecta directamente con la cabeza de su atacante. En cuanto nota que las manos que la sujetan vacilan, Mina se impulsa para girar la posición en la que está. Una vez que está encima, levanta el brazo para evitar el puñetazo que apunta hacia su cara y lanza otro directo a la nariz de su enemigo, solo que esta vez la sombra se defiende.
Su enemigo la empuja y Mina consigue enderezarse a tiempo de evitar el ataque de la sombra. Danzan en sincronía, lanzando golpes y patadas. Mina es rápida y consigue golpear en sucesión, pero basta que la sombra golpee una vez para infringir el mismo daño.
La sombra consigue sujetarla del cuello y Mina se inclina, hace fuerza con su torso para darle vuelta en el aire. La sombra cae al suelo con un golpe sordo, la pierna de Mina se alza y cae en el espacio donde momentos antes estaba la cabeza de la sombra.
La sombra se gira y se levanta de un salto. Mina lo patea, pero calcula mal el ángulo y la sombra aprovecha su distracción para sujetarla y derribarla. Mina cae al suelo y de inmediato la sombra está encima de ella. Su brazo derecho es atrapado por la rodilla de su adversario y su brazo izquierdo termina inmovilizado encima de su cabeza.
Con el peso de su oponente encima de su pecho, Mina se encuentra inmóvil.
Solo entonces encuentra tiempo para contemplar el rostro de la sombra que tiene encima.
—¿Tú?,—murmura con sorpresa contemplando el pelo rubio y los acerados ojos escarlata.
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