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Capítulo 10: Velas Blancas


Sinopsis: Tomar una decisión es asumir un riesgo. 

Notas: Compilación de los personajes del manga con su nombre (su nombre de héroe) y algún detalle extra.

Tsunagu Hakamata (Beast Jeanist) 190cm, rubio con ojos verdes
Ken Takagi (Rock Lock) 176 cm, pelo negro, trabajo con Sir Nighteye en el arco contra Overhaul.
Ryuko Tsuhikawa (Pixie-bob, de los pussycats) 167 cm, pelo rubio ojos verdes
Tomoko Shiretoko (ragdoll, de los pussycats) 166 cm, pelo azul ojos amarillos
Yawara Chatora (Tiger, de los pussycats) 189 cm, pelo negro ojos negros
Shino Sosaki (Mandaly, de los pussycats) 168 cm, pelo rojo ojos cafes

Como seguimos sin saber el verdadero nombre de Sir Nighteye, es al único al que vamos a llamar con su nombre de héroe.

.

.

El sol se halla en lo alto del cielo cuando el vigía la ve:

—¡Tierra!

Los hombres en cubierta levantan la vista hacia el mástil e inmediatamente después enfocan su atención en la dirección en la que su brazo apunta.

—¡Maldita sea!,—gruñe Ken oteando el horizonte con los ojos entrecerrados—¡No se ve nada!

Cuando el resto de la tripulación se da por vencida, Ken fuerza su vista hasta que sus ojos se humedecen, pero ni aun así consigue vislumbrar la costa, solo hay agua brillante y un horizonte deslumbrante. Se retira del barandal para acercarse al grupo que juega cartas en la única sección con sombra de toda la cubierta. Los únicos que no se han molestado en levantarse para comprobar la afirmación del vigía.

El grupo de luchadores favorito de Aizawa: Los Gatos Salvajes.

Cuando los conoció, Ken entendió de inmediato el por qué del sobrenombre. Los cuatro poseían la misma flor, las mismas hojas grandes, de un verde intenso, con tallos gruesos y delicadas florecillas de color amarillo rosado con manchas purpuras agrupándose alrededor de una espiga. Catnip, la menta de los gatos.

Shino porta la flor en su mejilla izquierda descendiendo hacia su barbilla y garganta. La de Ryouko está en su hombro derecho extendiéndose hacia su brazo. Yawara es el único que posee dos flores en ambas muñecas con las hojas creciendo por sus antebrazos, y Tomoko, la vigía, la exhibe entre sus omoplatos desde donde se extiende a los costados por encima de su sarashi blanco.

—¿De verdad ha visto tierra?,—pregunta Ken dejándose caer junto a la mujer de pelo rojo.

—Tomoko tiene una vista excelente—se ríe Ryouko, sentada en el suelo con las piernas cruzadas mientras termina de trenzar su larga cabellera rubia.

—Hasta podría encontrar una aguja tirada en un suelo lleno de paja—confirma Shino barajeando las cartas que tiene en las manos—¡Tomoko!,—grita mirando al cielo—¡¿Vas a jugar?!

—¡Ya bajo!

Mientras la vigía empieza a descender usando las cuerdas, Yawara mantiene su atención en ella por si surge algún contratiempo. Ken lo imita asombrándose una vez más de la flexibilidad de la chica que se desliza con una gracia felina hasta volver a cubierta.

—¿Quieres jugar, Ken?,—pregunta Shino a punto de repartir la quinta mano.

—Sí, claro.

—¡eh! ¿a dónde vas?,—grita Ryouko cuando Tomoko pasa de largo con dirección hacia los camarotes.

—Empiecen sin mí—contesta Tomoko apartándose el pelo azul de la cara—le prometí a Sir Nighteye que le avisaría en cuenta viera tierra.

—Ve—le dice Shino sin mirarla mientras recoge las cartas de su mano, después se gira hacia sus compañeros—Ken, tú inicias, cinco monedas de cobre por tu entrada, ¿Ryouko entras?

Ken centra su atención en sus cartas y maldice, siempre se le olvida que los Gatos son unos apostadores compulsivos y que él tiene muy mala suerte cuando juega con ellos.

[...]

Tomoko toca tres veces la puerta antes de que ésta se abra. Se endereza al encontrarse con Tsunagu Hakamata, el capitán de la guardia personal del rey. Es verlo en su uniforme de oficial de alto rango, y darse cuenta de que sus pantalones abombados y su sarashi blanco no son el mejor atuendo para presentarse frente a su soberano.

Bah!, ni siquiera es una reunión oficial.

Lo cierto es que, aunque ella posee la misma chaqueta, la prenda le resulta incomodísima, con sus miles de botones y sus hombreras rígidas. Si le dieran a escoger ella preferiría usar las chaquetas sueltas sin mangas que los soldados rasos usan para luchar. Son amplias y la tela es ligerísima; además son de un precioso color azul. Incluso los chalecos oscuros que usa Aizawa son muchísimo mejores para luchar.

—¿Qué sucede?

Tomoko vuelve a la realidad al escuchar la seca pregunta, sonríe intentando ofrecer un aspecto oficial pese a su atuendo.

—Tengo un informe para Sir Nighteye.

Tsunagu asiente, se aparta de la puerta haciéndole señas para que entre. El camarote de Sir Nighteye es sobrio, está repleto de libros, y huele a frutas secas. En la mesa del centro, donde un montón de planos y mapas amenazan con caer al suelo, se encuentra el rey junto a su mano derecha, ambos vistiendo sus rígidos uniformes en color plateado.

Siempre le ha causado gracia el bigote y la barba del rey. La barba es demasiado tupida para resultar formal y el bigote es una excentricidad que parece tener vida propia, no ayuda que ambos sean de un color rojo brillante con débiles rayos anaranjados, pero la única vez que hizo un comentario al respecto su equipo fue enviado a las fronteras a morirse de aburrimiento durante tres meses como castigo por su descaro, así que ahora procura callarse la boca y deja que el resto haga comentarios sobre el pésimo gusto de su soberano.

De Sir Nighteye no tiene ni una queja, él posee un estoicismo legendario y una inteligencia asombrosa. No es guapo en el sentido estricto de la palabra, pero ella lo encuentra encantador, de hecho, le gusta la flor de jacinto azul que nace en su sien izquierda y cuyas hojas crecen a lo largo de su frente. Si tal solo tuviera sentido del humor, Tomoko suspira para sí e intenta no fantasear.

—Perdón por la intromisión, Su Majestad. Quería confirmarle que he visto tierra. Calculo que a nuestra velocidad estaremos ahí en un par de días.

—Bien,¿algo más?

—He alcanzado a ver una sombra a nuestra izquierda, por la dirección y la forma creo que se trata de un barco enemigo. Está demasiado lejos para que su vigía pueda vernos, pero si continua con su trayectoria es probable que descubran nuestra posición antes de lo esperado.

—Es imposible esconder una flota como la nuestra—responde Sir Nighteye acomodando los papeles en sus manos—Sin embargo, me gustaría que prestaras especial atención a esa sombra. Vigílala. Si se acerca lo suficiente tomaremos las medidas adecuadas. Si encuentras más barcos, informa de inmediato. Ahora puedes retirarte.

Tomoko asiente y se marcha cerrando la puerta tras de ella. Lo último que oye al salir es:

—Podría tratarse del barco de Aizawa.

Con la mano en la perilla de la puerta, Tomoko lucha contra la mala costumbre de oír conversaciones ajenas. Ni ella ni sus amigos entienden por qué uno de los mejores luchadores del rey no está ahí, listo para iniciar el ataque contra los esclavistas. Y la sola idea de enterarse dónde está el tutor del tercer príncipe es demasiado tentadora.

Al final no lo hace porque el guardia que vigila el pasillo empieza a mirarla con severidad. No le queda de otra que subir y chismear con Ryouko sobre las posibles misiones secretas que Aizawa pueda estar llevando a cabo. Tienen que aprovechar el tiempo de descanso, en unos días van luchar.

[...]

Limpiar, recoger, reunir alimento, el trabajo es frenético e Izuku hace listas mentales para no olvidar nada: Agua, vendas, bayas, semillas. Después de que la chica de piel rosada se marcha, Izuku le ofrece un plato de comida a Kamui.

—Los acompañare hasta la mitad del camino—dice el hombre mientras termina su almuerzo—de ahí buscaré a Cementoss para hablar de nuestras opciones.

Los tres se ponen en marcha tan pronto Kamui cubre las huellas que han dejado cerca de la cascada. En lugar de seguir el río se alejan hacia el interior, procurando moverse lo más rápido posible. Esta vez no hacen desvíos ni nada para ocultar su rastro, su intención es llegar a la costa, aunque el viaje resulta ser más pesado de lo que parece ya que tienen que subir y bajar pendientes durante todo el día.

Kamui se despide de ellos cuando están a punto de ascender por tercera vez.

—La aldea de Cementoss queda en esa dirección—señala a su derecha y después se gira para mirarlos una vez más—Hablaré con él, tal vez haya otras aldeas dispuestas a unirse en una tregua con su gente.

—Muy bien, cuando llegue mi padre enviaré mensajeros a buscarte.

Kamui asiente, extiende su mano hacia Shouto quien la aprieta con solemnidad. Cuando es el turno de Izuku, el muchacho la aferra con ambas manos y le sonríe con gentileza. Lo ven alejarse entre los árboles hasta que lo pierden de vista. Izuku aprovecha ese momento para estirar la espalda mientras echa la cabeza hacia atrás.

—¿Quieres que lleve tu bolsa?

Cuando se gira tiene Shouto con una mano extendida hacia él.

—No, estoy bien.

Se endereza y retoma su marcha. Consiguen llegar a la última cima, la más alta de todas, cuando el sol esta ocultándose. Desde ahí pueden ver la prisión sobre el acantilado, una sombra negra contra el cielo gris oscuro, y justo al otro lado, casi a la misma distancia se ve la costa. Una línea amarilla que choca con el azul oscuro del mar.

Lo más sorprendente es lo que se ve en el horizonte.

—Shouto, ¡mira!

Lo que Izuku señala son velas blancas, decenas de ellas agrupadas sobre embarcaciones de igual tamaño. Los barcos se encuentran demasiado lejos de la costa, pero Shouto reconoce la forma de sus mástiles y cascos.

—¿Es tu padre?,—pregunta Izuku y cuando Shouto asiente, el muchacho se prende de su brazo y sonríe sin dejar de repetir están aquí, están aquí.

—Si mantenemos este ritmo durante la noche, y solo descansamos por unas horas, alcanzaremos la playa mañana.

Izuku asiente y lo sigue, olvidados el cansancio y el hambre. Los últimos rayos del sol desaparecen dejando el cielo sin color, pronto queda claro que no va a ser posible avanzar bajo un cielo oscuro. La luna, que era llena cuando desembarcaron unas semanas atrás, ha desaparecido del cielo y la oscuridad en el bosque es total.

Cuando Izuku tropieza por quinta vez consecutiva, Shouto decide que no vale la pena arriesgarse.

—Descansaremos aquí.

—Aún puedo seguir.

—No tiene caso avanzar si no vemos nada. Corremos el riesgo de perdernos o rodar por una pendiente pronunciada. Vamos a descansar y mañana, a primera hora, nos pondremos en marcha.

Se envuelven en sus mantas y cenan parte de las provisiones que Kamui empacó para ellos. El silencio del bosque es interrumpido por el ulular de las aves, el repentino movimiento de hojas, los grillos que susurran en el pasto; todos los sonidos se entrelazan hasta formar una sinfonía única y aterradora.

—Duerme—le dice Shouto en voz baja—Yo cubriré el primer turno y te despertare en un rato.

Izuku murmura de conformidad y se acomoda en el suelo envuelto en la manta con su bolsa firmemente sujeta entre sus brazos. Cierra los ojos e inmediatamente el cansancio cae sobre él como un pesado velo. Por primera vez desde que se enterara del barco hundido, Izuku sueña. No con Katsuki hundiéndose en un mar negro, ni con su jaula llena de agua.

Sueña con el día en que lo perdió.

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.

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Nunca consigue escuchar lo que Katsuki dice. Están de cuclillas, lado a lado, mirando una flor. Una pequeña flor azul, con cinco pétalos y un centro de color amarillo. En el suelo hay tres brotes, cada uno con tres flores iguales. Se gira para mirar a su amigo y ve sus labios moverse.

¿Qué dice? ¿Por qué no lo oye?

Lo siente balancearse en sus pies. Recuerda la presión de su hombro contra el suyo, los gladiolos rojos se aprietan contra su piel tibia. Katsuki señala las flores.

¿Qué son? ¿Por qué no me acuerdo de ellas?

Pero la respuesta nunca llega porque en ese momento el hombre se materializa frente a ellos. Surge de la nada, con su piel purpura y su pelo blanco. A él lo recuerda con claridad. Recuerda cada detalle de su cuerpo, la ropa que vestía, y su sonrisa. La sonrisa que se convierte en una boca inmensa llena de dientes afilados listo para devorarlo.

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Izuku abre los ojos con el corazón latiendo desenfrenado. No consigue ver nada ya que el mundo está a oscuras y en silencio. No deja de temblar mientras se endereza, exhala con lentitud, notando que su respiración se sacude de forma intermitente. Abre y cierra sus manos en un intento por calentar sus dedos helados y finalmente inhala con fuerza luchando por calmar su pánico. Cuando por fin consigue sacudirse la pesadilla, lo nota. El silencio absoluto.

—¿Shouto?,—sus ojos tardan un momento en acostumbrarse a la oscuridad, pero de inmediato perciben la forma oscura que está sentada a unos pasos de él—¿te quedaste dormido?

Se gira para apoyar el peso sobre sus rodillas y extender la mano hacia el alfa, pero cuando lo toca el otro ni siquiera reacciona. Entonces lo huele. Lo detecta porque se ha pasado los últimos años viviendo a la intemperie y se sabe de memoria el aroma a pasto húmedo, tierra mojada, arboles, plantas, flores y, animales. El bosque forma parte de él, sus aromas le son tan familiares como las plantas que se ha memorizado de pies a cabeza. Lo que huele es diferente, es más tenue, es dulce, demasiado dulce para él.

¿Es miel?... Huele a leche.

Izuku se endereza como un venado en alerta. Su cabeza va de derecha a izquierda inhalando con movimientos frenéticos. No se oye nada, no consigue ver nada, pero el aroma es la única alarma que necesita. Se levanta abandonando la cobija, su bolsa traquetea contra su costado cuando se inclina junto a la figura sentada y la sacude.

—Shouto—pero la figura envuelta en la manta permanece inmóvil como si fuera una estatua.

El crujido de ramas en algún punto del bosque lo alerta. Su miedo se dispara y su instinto de supervivencia se activa como una chispa suelta en carbón. Sacude a Shouto con fuerza sin dejar de mirar frenéticamente a su alrededor.

Hasta que los ve.

De la sorpresa sus manos se paralizan. Frente a él hay dos soles en medio de la oscuridad. O al menos eso piensa hasta que entiende que son dos ojos de un amarillo brillante esperando pacientemente, ahí, entre los árboles, enfocados enteramente en él. Y de algún punto junto a ellos Izuku es capaz de ver un rastro gris, como humo que proviene de su dirección.

El incienso.

Pese a que el miedo sacude su cuerpo, la mente de Izuku se agudiza.

...induce un estado de obediencia absoluta.

Sujeta el brazo del alfa inmóvil y le grita mientras tira de él con toda la fuerza que tiene.

—¡levántate!,—le imprime a su voz toda la autoridad que puede y consigue que el alfa obedezca, aunque en lugar de avanzar se queda quieto—¡corre, corre, corre!,—lo empuja sin dejar de gritar—¡MUEVETE! ¡CORRE!

Y para su alivio Shouto obedece.

[...]

La prisión es una estructura inmensa que se alza justo en lo alto del valle, desde su torre más alta puede verse el mar y algunos afirman ser capaces de oler el aire marino que proviene de ahí. Sus puertas se abren bajo el grito de visita que reverbera en las paredes de piedra. La montura de Tomura derrapa sobre la tierra suelta. El animal se detiene jadeando, demasiado exhausto para gruñirle al hombre que se acerca a ellos.

—¡Eh, Shigaraki! ¡Creí que te habías perdido!

Alto, esbelto, y con unos deslumbrantes ojos azules, Dabi, el líder de los exploradores, le tiende un odre de agua al recién llegado. Tomura se lo arrebata de las manos y bebe sin pausa hasta que se harta, emite un suspiro cansado y se estira hasta que cada hueso en su cuerpo cruje de alivio.

—¿Un viaje largo?,—pregunta Dabi con su famosa sonrisa condescendiente. Al cruzarse de brazos las mangas de su camisola se alzan revelando las porciones de piel oscura que contrastan con otras regiones más claras. Su cuerpo en general parecer estar formado de parches incompletos unidos en pautas sin sentido.

—Cállate, ¿qué estás haciendo aquí?

—Cumpliendo las ordenes de Kurogiri. Había que cerrar la prisión, reunir todas las provisiones que sobran, y trasladar a las últimas parejas de salvajes de vuelta a la Ciudadela.

—Tú misión era rastrear al traidor.

—Tengo una pista. Me he pasado los últimos meses viajando de ida y vuelta a lo largo de toda la maldita frontera y por fin he conseguido encontrar un rastro. Creemos que nuestra rata traidora recibe ayuda de al menos una de las aldeas de por aquí. Por eso ha sido difícil de encontrar.

—¿Y los intrusos?

—¡Ah!, Toga salió a buscarlos en cuanto recibimos el aviso, se ofreció personalmente. Es la mejor rastreadora que hay así que no dudo que los encuentre.

—¿La has dejado ir sola?

—Lleva una tropa de tres soldados, no esperamos que los intrusos causen problemas, sí lo hacen ella tiene el incienso para desarmarlos.

—¿Y los demás?

—Envíe a Mustard a la prisión que está al otro lado del valle, tiene ordenes de supervisar y clausurar las puertas una vez que el último traslado este en marcha. Shuichi fue a hablar con Ken Ishiyama, es el líder que sospechamos ayuda a Shinji Nishiya, nuestro traidor.

—Y mientras ellos trabajan tú estás aquí.

—Te estaba esperando, quería mostrarte a los recién llegados. Estoy seguro de que no sabes que están aquí.

El Noumu se acerca a ellos buscando afanosamente un aroma que solo él puede percibir. Tomura frota sus manos contra él y lo guía con ayuda de las riendas hasta uno de los establos vacíos. Le hace señas a uno de los guardias que cuida de las bestias de carga.

—Dale comida y agua. Y no dejes que salga—después se gira hacia Dabi—¿de quién estás hablando?

—Ven y lo veras.

Atraviesan los pasillos vacíos hasta llegar a la entrada de la torre de vigilancia, y de ahí suben incontables escalones instalados en forma de espiral. En lo alto, el viento sopla con una fuerza asombrosa y el sonido de la bandera que se agita en el mástil es tan violento que parece estar a punto de rasgarse. El aire es limpio y frío, y no se oye ni una sola de las conversaciones del patio interior. Dabi le hace señas para que se acerque a la ventana.

El valle se vislumbra a sus pies como un campo verde interminable lleno de cuestas y acantilados. El río que baja de las montañas serpentea por toda la región hasta perderse de vista. Los árboles se dibujan como pequeños arbustos apiñados en secciones de un verde intenso. Los caminos que conducen de una villa a otra son líneas delgadas en colores claro que cruzan la región hasta perderse de vista. La otra prisión es un punto gris al otro lado de las colinas de la que solo se alcanza a ver sus torres con sus velas ondeando ante el viento que sopla desde el mar.

—Han llegado—Dabi señala hacia el sur, hacia la costa.

En lugar del horizonte azul lo que se ve es un montón de barcos diminutos con velas blancas como pequeñas nubes tocando el mar.

—¿Hace cuánto?

—Veamos, ayer recibimos otro cuervo ordenando movilizar al resto de los soldados a la capital donde se están concentrando las tropas de refuerzo. Me sorprendió, pero cuando subí aquí y los vi, lo entendí. Siempre creí que estarías en la primera línea de ataque en la guerra contra los salvajes.

—Y lo estaré.

—Pues vas tarde. Con toda seguridad nuestras tropas están listas para darles la bienvenida a los invasores. No cabe duda de que nuestros enemigos atacaran en cuanto consigan llegar al puerto. O tal vez su intención sea desembarcar en la costa, cerca de la frontera, y establecer una avanzada desde ahí. Cualquiera de las dos opciones te deja sin tiempo. Tendrías que salir hoy mismo para tener la oportunidad de participar en la batalla.

La respuesta de Tomura es dar media vuelta y descender por las escaleras con una rapidez asombrosa. La reacción toma por sorpresa a Dabi, aunque de inmediato se recupera e intenta llamarlo.

—¡Eh!, ¡Shigaraki!, ¿qué haces?

—Me voy.

—Acabas de llegar. Además se supone que te toca interrogar a los intrusos. Toga enviará un cuervo en cuanto los tenga. ¿Y qué hago con el espía? Kurogiri dijo que ibas a escoltarlo de vuelta a la ciudadela—Tomura lo ignora mientras baja por la escalera—¡Shigaraki! ¡No puedes irte así nada más!

Tomura corre a sabiendas que Dabi detesta hacerlo, baja los escalones de prisa, pisando de dos en dos, decidido a no perder ni un solo segundo. Ya de vuelta en los establos, donde su montura está terminando de devorar su cena, Tomura se detiene frente al soldado que hace de guardia.

—Alístalo.

—Sí, señor.

—¡¿Qué haces?! ¡Tenemos trabajo que hacer!

Tomura maldice en voz alta y se gira hacia un Dabi agotado y sin aliento. La imagen le causa risa y aleja su mal humor.

—No pienso perder mi tiempo con peones desechables. No voy a quedarme aquí mientras los salvajes se atreven a invadir mis tierras.

—¡No puedes irte! Mañana vendrán los soldados más jóvenes, los que todavía no van a la capital a recitar el código de lealtad hacia el General. Y pasado mañana vamos a realizar el último traslado.

—Tú puedes quedarte y aburrirte si así lo quieres, yo no. Quiero luchar.

—¿Qué hago con los intrusos y con el espía? Son tu responsabilidad.

—¿Sabes dónde está el espía?

—No con exactitud, pero tenemos una pista.

—Sí. La aldea. Ya me lo has dicho—Tomura suspira con fuerza y se toma un momento para sopesar sus opciones. Piensa, medita y actúa—Si hay sospecha de que el líder esté ayudando a nuestro traidor, entonces merece un castigo ejemplar. Todos deben entender que no hay perdón para los traidores ni para aquellos que los ayudan. Manda un cuervo a Shuichi y envíale refuerzos. Dile que espere hasta que los nuevos reclutas estén de camino a la capital, después tiene vía libre para quemar hasta la última de las casas que haya en esa aldea.

—¿Crees que será suficiente para que ellos entreguen a Nishiya?

—¡Qué importa! Queremos poner un ejemplo. Haz que todos sean acusados de alta traición. Dile a Shuichi que ponga sus cabezas en picas y deje una inscripción como advertencia para el resto de las aldeas. Asegúrate que los reclutas que vienen de ahí sean enviados a luchar contra los salvajes. Si sobreviven les diremos que la pérdida de su aldea fue la consecuencia de las malas decisiones de su líder, quien escogió darle la espalda a su pueblo.

—De acuerdo.

—Todo listo, ¿lo ves? Y si te apresuras mañana mismo podrás salir de aquí. Ve y reúnete con Mustard, después vayan hacia el puerto más cercano. Te apuesto que te divertirás más luchando contra los salvajes que haciendo de administrador.

—¿Qué pasa con la prisión?

—Maldita sea, deja que el capitán se encargue del último de los traslados. Es su trabajo. Tiene sus órdenes y no necesita que te quedes a vigilarlo.

—¿Y qué pasa con Toga?

—Envíale un cuervo. Dile que mate a los intrusos. No vamos a perder el tiempo con ellos.

—Kurogiri quiere que los interroguemos.

—Prefiero capturar a un oficial en una lucha mano a mano; apuesto que tienen más información que un par de espías inútiles.

La bestia Noumu se sacude con impaciencia mientras Tomura sube a ella. No cabe duda de que esta lista para reemprender la marcha pese al cansancio del viaje anterior. Se mueve tanto que Tomura se ve en la necesidad de tomar las riendas y sujetarlas con fuerza para mantenerla en su lugar mientras se gira hacia Dabi por última vez.

—Por cierto, casi lo olvido. El General requiere a otro salvaje de tipo beta. Son los que portan flores en piernas, manos o cara. Si Toga encuentra uno, dile que lo mande directamente a la Ciudadela y que no se atreva a tocarlo. El General lo quiere indemne, si se atreve a cortarle un solo dedo, tendrá que responder ante él.

Dabi se ríe—Espero que el cuervo la alcance a tiempo.

Tomura se aleja sin despedirse.

[...]

Mina se despierta temprano para arreglar su bolsa de viaje. Tarda el doble de tiempo en terminar porque su hermana no deja de dar vueltas a su alrededor haciendo pregunta tras pregunta.

—¿Cuánto tiempo te irás?

—El tiempo mínimo de servicio es de cinco años. Y apenas voy a cumplir dos.

—¿Por qué te tienes que ir?

—Porque así debe ser. Tenemos que ir a la Capital a jurar lealtad ante el mismísimo General.

—¿Y después?

—No lo sé, podría ser un guardia en una fortaleza o vigilante en los embarcadores. Tal vez trabaje en otra prisión. Hasta podrían enviarme a la Capital.

—Si te envían ahí, ¿vas a querer volver?

—¡Por supuesto que voy a volver!

—¿Y por qué Kouji no va contigo? Tiene la misma edad que tú.

—El reclutador lo libró de su servicio porque Kouji no puede hablar, pero Ishiyama quiere enviarlo a la Capital para que trabaje en el edificio de información.

—¿Qué hay ahí?

—Libros y pergaminos y un montón de cosas aburridas... ¡Todo listo!

Se endereza para contemplar su inmenso bolso de viaje en el que lleva casi toda su ropa y su uniforme, un par de botas extras y la mejor manta que tiene. Junto a él está su mochila que lleva provisiones, agua, papel y tinta, y otras cosas que prefiere tener a la mano.

—¿Qué es eso de ahí?

Mina se congela cuando descubre que su hermana está señalando el pequeño paquete envuelto que sobresale de una de las bolsas laterales de su mochila.

—Son mis artículos de limpieza—le dice mientras se agacha para cambiar el paquete de lugar

Al escuchar su hermana emite un grito de sorpresa e inmediatamente da media vuelta para marcharse. Mina se ríe mientras carga sus cosas hacia el exterior. Ninguno de sus padres está ahí para despedirla. Su padre es un soldado que trabaja en la Capital y su madre se pasa todo el día cultivando hortalizas.

Ahora que Mina ve de primera mano el trato que reciben los salvajes que viven en la prisión, entiende por qué su madre renunció al ejército después de haber cumplido con su servicio. Ella misma cuenta los días para renunciar aunque es un pensamiento que procura nunca formular en voz alta, ni siquiera frente a su hermana porque teme que la chiquilla lo repita frente a la persona equivocada.

Está esperando que su hermana vuelva cuando Mashirao se acerca cargando dos bolsas exactamente iguales a la suyas.

—Llevas demasiadas cosas—le dice Mina picando la mochila que el chico pone junto a la de ella—¿Cómo vas a cargar las mías?

Conseguir una risa del rubio es tan difícil como conseguir que su hermana deje de preguntar cosas, sin embargo la sonrisa que le regala es el mismo gesto suave y encantador que reparte para todos.

—No creo que necesites mi ayuda para llevar tus cosas, Mina.

—Tal vez no, pero tampoco quiero cargarlas.

La risa está ahí, tan cerca que Mina puede tocarla, pero el deseo de oírla se muere cuando ve al gran Ishiyama caminando junto a Shuichi Iguchi.

—¿Ya sabemos a qué vino?,—le pregunta a Mashirao señalando discretamente hacia el hombre de piel verde. Sus características de reptil le provocan repulsión, aunque tal vez sea porque es uno de los hombres de Tomura Shigaraki, la única persona que Mina espera nunca tener que conocer.

—Dice que tiene ordenes de reunir a todos los reclutas que van a la Capital.

—¿Y por qué ahora? Nunca antes lo han hecho.

—Sí, pero ahora hay barcos invasores en nuestras costas. Es probable que quieran asegurarse que no nos topemos con tropas enemigas.

—¿Van a tener que luchar?

Mina se gira para encontrar a su hermana justo detrás de ellos con una expresión de pánico total. Antes de que consiga decir nada Mashirao se arrodilla frente a la niña y le sonríe.

—Estaremos bien—le explica con ese tono de voz que todos los niños en la aldea adoran—Tengo a tu hermana para que me proteja.

La carita de tez rosada se relaja de inmediato y les ofrece una sonrisa inmensa.

—¿A dónde fuiste?,—pregunta Mina viendo las dos bolsas de caña que tiene en las manos.

—¡ah! Cuando hablaste de artículos de limpieza me acorde, ¡les tengo un regalo para que no se olviden de mí!

Mina toma la pequeña bolsa y husmea en su interior.

—Te hice un jabón—declara la niña con orgullo mientras salta y palmea en su lugar—El tuyo huele a fresas porque sé que son tus favoritas, y el de Ojiro huele a bayas negras. También hice masa de menta. Hiryu me enseñó a prepararla. Si la mastican después de levantarse evitaran el mal aliento. Él dice que la venden en la capital pero está la hice yo así que es muchísimo mejor.

Mina sonríe, se agacha para abrazar a su hermana y le da vueltas mientras ella grita de emoción. Cuando se marea la baja y se despide.

—Cuida de mama y obedece. Te escribiré, ¿de acuerdo? Y si quieres escribirme Kouji sabe qué hacer.

—Vamos—dice Mashirao mientras la ayuda con una de sus maletas—los demás están subiendo al carromato.

Mina se rezaga hasta el final de la fila porque así puede despedirse de su hermana mientras el carro se mueve.

—Pues ya está—dice Mina cuando la aldea se pierde de vista—Si tenemos suerte volveremos en tres años.

Mashirao asiente, no parece tener ganas de conversar así que Mina se muerde la lengua e intenta distraerse mirando el paisaje que cambia mientras avanzan. Curiosamente ese viaje le resulta muchísimo más largo que cualquier otro. Tal vez sea la perspectiva de no volver su hogar en tres años, tal vez sea por culpa del miedo.

Sólo tengo que entregar el paquete, es todo. Son frascos inofensivos.

Se repite lo mismo una y otra vez, pero eso no calma su ansiedad. Sabe que está arriesgando a su familia. Si su capitán descubre que está llevando mensajes cifrados... bueno, ni siquiera puede imaginar el desenlace.

Su ansiedad no mejora cuando al llegar a la prisión encuentran a todos los guardias en el patio cargando y trasladando costales de comida y baúles llenos de armas. Los oficiales intentan poner orden, pero entre el ruido que hacen las bestias de carga y los gritos de los soldados que trabajan a toda prisa, resulta imposible de conseguir. Mina y Mashirao se apartan del caos, terminan pegados a la pared junto a un grupo de soldados que no dejan de quejarse de lo cansados que están. Mina trata de ignorarlos, pero entonces los oye maldecir.

—Me he pasado toda la mañana limpiando. Me merezco un descanso, maldita sea. No entiendo por qué tuvimos que encerrar a los salvajes antes de que terminaran sus deberes.

Sin que Mina pueda contenerse, le pregunta:

—¿Todos están en las celdas de confinamiento?

El hombre le dirige una expresión agria, pero ella no se deja intimidar porque si todos están recluidos no hay forma de que pueda entregar el paquete que lleva a escondidas.

—No había suficiente espacio—responde el guardia de mala gana—Dejamos a los problemáticos en sus celdas.

—¿Los problemáticos?,—repite Mina sin perder la calma—Conozco a uno de esos. Está en mi bloque. Es el rubio mal encarado que le rompió la quijada a uno de los guardias que iba a trasladarlo.

El soldado gruñe.

—Sé de quién hablas. El salvaje de ojos rojos. Esa bestia debería ser sacrificada.

—Vaya que sí... ¿a él lo dejaron en su celda?

—Se pudriría ahí si dependiera de mí.

El coro de guardias se distrae cuando un joven delgaducho deja caer una pila de cuchillos generando una cadena de silbidos y abucheos. Mina aprovecha el momento para tomar a Mashirao del brazo y acercarse a su oficial superior.

—Ashido reportándose, señor.

—Descanse soldado.

—Gracias, señor. Pido permiso para retirarme a mi habitación, quiero trasladar mis cosas y evitar que estorben aquí, señor.

—Sin permiso, soldado. Nuestro grupo partirá esta misma noche.

—Creí que saldríamos hasta mañana—exclama Mashirao sin poder contenerse, pero el oficial desestima sus dudas sin mirarlo.

—Queda suficiente tiempo para viajar antes de que nos veamos obligados a detenernos. Es importante que los refuerzos lleguen lo más pronto posible.

—Creí que íbamos a la Capital.

—Cambio de planes. Se necesitará apoyo en las líneas defensivas.

Mina y Mashirao se miran con alarma, retroceden intentando no chocar con el resto de los guardias que pulula por el patio. Una vez que están lejos del alboroto, Mina se inclina para buscar el paquete, lo ha puesto dentro de una bolsa de provisiones así que al menos tendrá una excusa en caso de que alguien la interrogue.

—¿Puedes cubrirme?

—¿Vas a ir?,—murmura Mashirao intentando no atraer la atención de nadie.

—Tengo que. Lo prometí.

—Bien, pero date prisa. Si alguien pregunta diré que fuiste al baño.

Entre el caos de los oficiales que cargan los carromatos y el grupo de nuevos reclutas que intenta no estorbar, Mina retrocede con lentitud hasta que consigue escurrirse por una de las entradas sin vigilancia. Avanza con cautela intentando fundirse con las sombras. Su mejorado sentido de la vista le permite deslizarse por los túneles oscuros.

Una vez que el paquete ha sido entregado, Mina suspira con alivio y se marcha sin mirar atrás. Llega justo a tiempo para levantar su maleta y subirse al carromato con el resto de sus compañeros.

—¿Todo bien?,—pregunta Mashirao con cautela.

Mina sonríe.

—Te prometo que es la última vez que decido imitar a Kamui.

Mashirao se ríe al oír el sobrenombre—¿Al final dejaste que te pusiera un sobrenombre?

—¡No!, ¿y tú?

—Tailman.

Mina se carcajea al oírlo. Suspira agradecida de que la ansiedad se haya ido.

Hice lo que tenía que hacer. Se terminó.

Ahora tiene que concentrarse en su trabajo y asegurarse de volver a casa con su hermana y su madre.

[...]

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